Heredar la vida eterna

Evangelio del día domingo 13/07/2025

Lucas 10, 25-37

 

En aquel tiempo, se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: «Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?» El doctor de la ley contestó: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo». Jesús le dijo: «Has contestado bien; si haces eso, vivirás».

El doctor de la ley, para justificarse, le preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús le dijo: «Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo, un levita que pasó por ahí, lo vio y siguió adelante. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: ‘Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso’.

¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?» El doctor de la ley le respondió: «El que tuvo compasión de él». Entonces Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».

Palabra del Señor

 

 

 

Heredar la vida eterna

 

Mi prójimo no tiene nacionalidad, ni raza, ni color, ni fe. Es decir, todas estas características no hacen prójimo a nadie. Lo que lo hace prójimo, es decir próximo, es su condición de ser humano. Y porque es esto, porque todos somos hijos de un mismo Padre, por tanto hermanos.

Amar a Dios se confirma, si y sólo si, amamos al otro: ¿Cómo puedo decir que amo a Dios, a quien no veo y no amo a mi hermano a quien si veo? (1 Juan 4:20 ). Sin embargo, en la vida cotidiana, también se nos dice que nadie ama lo que no conoce, es cierto, pero podemos conocer el sufrimiento y la necesidad del otro, porque esto no necesita nombre ni apellido. Es algo que habla directamente al corazón y está en nosotros oírlo o dejarlo pasar. Y esto último, fue lo que hicieron el sacerdote y el levita. Que se alejaron probablemente para no cargarse con un problema. El samaritano en cambio no sólo asumió el costo físico y económico, sino principalmente el moral, al socorrer a alguien con quien la ley mosaica, ponía en pleito. Pues sabemos que los judíos, grupo al que pertenecía el herido, estaban en abierta discordancia con los samaritanos.

Esta  lectura resalta bellamente, la importancia de la vida del ser humano, por encima de todas las cosas. Y nos hace reflexionar nuevamente sobre esa concordancia entre amor a Dios y los hombres: amar a tu prójimo como a ti mismo, es amar a Dios con todas las fuerzas, con toda el alma, con todo el corazón.

Nuestra fe no es una acción privada y alejada de todo, por el contrario, es algo que se demuestra día a día. Si el movimiento se demuestra andando (Diógenes), el amor se demuestra amando.

Quizá el levita y el sacerdote, ambos destinados al servicio del templo, habían olvidado que no hay mayor holocausto a los ojos de Dios, que la misericordia. El samaritano pudo pasar de largo incluso con la justificación de no ser lapidado moralmente, pero su caridad pudo más que el sacrificio de su propia persona.

Pero, como llegar a este «nivel» del amor. ¿Cómo darle cumplimiento? San Efrén, padre de la Iglesia, dice esto al respecto:

El amor de Dios nos libera de la muerte, y el amor del hombre del pecado, ya que nadie peca contra el que ama. Pero ¿qué corazón puede poseer en plenitud el amor a su prójimo? ¿Qué alma puede hacer fructificar en ella, con respeto a todo el mundo, el amor sembrado en ella por este precepto: «Ama a tu próximo como ti mismo»? Nosotros somos incapaces por sí solos, somos los instrumentos de esta voluntad rápida y rica de Dios: es suficiente el fruto de la caridad sembrado por Dios mismo. ( Comentario al Diatésaron, cap.16, 9/23 : SC 121.).

Y nosotros que tenemos al buen samaritano de nuestras vidas que es Jesús mismo, que nos encontró en medio del camino, medio muertos, sin fe, enfermos del alma y pobres de amor, debemos hacer lo mismo que hizo con nosotros, si queremos heredar la vida eterna.  Tal y como, nos lo recuerda San Gregorio de Nisa:

Era realmente imposible que la sangre de toros y de machos cabríos expiase el pecado (Hb 9,13). Sólo lo podía hacer aquel que se ha revestido de toda la naturaleza humana —de los judíos, los samaritanos, los griegos—, en una palabra, de toda la humanidad. Con su cuerpo, que es la montura, se fue al lugar de la miseria humana. Ha curado las heridas de la humanidad, se la ha cargado sobre su montura e hizo de su misericordia un hostal para ella, para que todos aquellos que gimen bajo el peso de infortunios encuentren descanso (cf Mt 11,28). ( Homilía: Cristo tomó nuestro cuerpo.)

Miremos a Cristo cara a cara y busquemos al samaritano que hay en nosotros. 

 

Una Voz de Pax