Una voz de Pax 📢

Reflexión del Evangelio Dominical

Lucas 21,5-19

 

 

El inicio de la lectura nos señala sin ambages, la caducidad de todo lo que existe. Ni el mayor de los monumentos está exento de la temporalidad.

Ante la contundencia de las afirmaciones de Jesús las preguntas caen por su propio peso: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».

Ante esto, Jesús nos vuelve advertir sobre la llegada de supuestos profetas que hablarían en su nombre, pero que no lo son, ni mucho menos su mensaje.

Está claro, desde un principio, que no sabemos ni el día ni la hora. Lo que sí sabemos es que habrá una serie de signos los cuales se enmarcan en el ámbito de lo moral, lo social y lo cosmológico.

No está de más recordar que el Señor ha venido a reconstruir lo que el primer hombre con su transgresión destruyó, a saber: la relación de la creatura y de la creación entera  con su Creador. 

Por eso, a pesar de lo convulso de lo anunciado por Jesús, a la par nos pide calma, que no caigamos en pánico porque aquello es necesario que ocurra y porque no es lo definitivo.

Aquello es sólo el anuncio de lo bueno que está por venir. En efecto, seremos sometidos a la persecución y podremos dar testimonio de nuestra fe, pues el hablará por nosotros. No caerá ni uno de nuestros cabellos y salvaremos nuestra alma.

Muy bien podríamos trasladar este panorama apocalíptico al ámbito de nuestro mundo personal, porque de hecho ante la aparición de alguna dificultad, solemos caer en la desesperación y buscamos una salida rápida.

No hay cabida para el sufrimiento, la paciencia o incluso la renuncia. Si hay solución pronta, sin pasar por todo lo que hemos mencionado, acudimos sin mayor reflexión a la tabla de “salvación”.

Tal vez sin saberlo hayamos escuchado un Yo soy que no lo es y habremos ido en pos de él. Habrá entonces que ver los frutos para conocer el árbol del cual hemos comido.

Por otro lado, cuánto de lo que decimos creer, podemos exponer sin ataduras y sin vergüenza, hoy que lo políticamente correcto avanza con todo su armamento mediático y tiránico. Y sin embargo, Jesús nos pide dar testimonio.

En esa misma línea, cuando damos razón de nuestra fe, si es que la damos, ¿cuánto hay de nosotros y cuánto de Dios? Él nos ha prometido palabras de sabiduría a las que nada ni nadie podrá hacer frente. ¿Le hacemos frente nosotros, a las palabras de Jesús? Esta podría ser una buena medida de nuestra fe. ¿Preferiremos ser odiados por su nombre?

Ni uno de nuestros cabellos perecerá, claro está, no en esta vida sino en la futura, pero para alcanzar esta promesa, primero hemos de salvar nuestra alma.

El Señor nos muestra el camino: la paz del corazón propia de la confianza en Dios, escuchar la auténtica voz de Jesús. Mostrarlo al mundo con nuestros actos y hablar de Él con sus palabras. Esta perseverancia es la garantía de que estará a nuestro lado hasta el fin de los tiempos.

Una Voz de Pax