Una voz de Pax
Reflexión del Evangelio Dominical
Lucas 6,17.20-26
Se nos ha dicho en más de una ocasión que el programa de vida instaurado por Jesús, supera el decálogo de Moisés en el sentido de que lo perfecciona. Porque es el espíritu el que da la vida y no la letra, no la ley.
Las Bienaventuranzas son el nuevo plan que el Señor nos propone. Los nuevos «mandamientos» ya no se miran desde el mero cumplimiento sino desde el amor.
Es decir, aquellos los del decálogo, encuentran aquí, su verdadera realización, su plenitud. Si está el amor presente, estaremos dentro del plan de Dios, dentro del «cumplimiento» de lo que Jesús quiere.
Ahora bien, cumplir los mandamientos es un imperativo cuya vigencia no ha sido revocada, por el contario, hoy a la luz de Cristo, encuentran su último y definitivo sentido. Pero, si estos, desde la mirada descreída y contemporánea están como fuera de moda, ¿que podremos decir del discurso del Señor en la montaña?: dichosos los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados…
Esto requiere un giro de 180 grados y sólo se puede asumir desde la conversión, es decir desde la metanoia que en griego significa precisamente: cambio de pensamiento.
Sólo así se puede ser bienaventurado. Desde la alegría que es capaz de autonegarse. Desde una posición en la que nos afirmamos en la persona de Cristo. Por eso podemos pasar hambre y esperar en Dios, ser perseguidos y esperar en su justicia, ser odiados y esperar en su amor.
Pero también la lectura tiene un matiz existencial que nos habla de la búsqueda de plenitud, porque en realidad no hay quien no llore, o no necesite ser saciado,o no sea perseguido u odiado.
La pregunta será si es que eso se sobrelleva por el nombre de Cristo. Si la respuesta es negativa, entonces, no seremos concientes de nuestra hambre y miseria, porque nos bastamos a nosotros mismos. Entonces nos haremos merecedores de los «¡ayes!» con el que Jesús condena a los saciados, ricos y aplaudidos.
La bienaventuranza, que es en definitiva la felicidad del cielo, es algo a lo que se tiende y se busca por naturaleza, pues fuimos hechos para él, para vivir con Dios. Por eso con Agustín de Hipona decimos: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».«Pero no es algo que nos llegue sin nuestra decidida participación por más ínfima que parezca, porque con el mismo Agustín decimos: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti».
por Mario Aquino Colmenares