Una voz de Pax 📢

Reflexión del Evangelio Dominical

Lucas 18,9-14

 

 

El evangelio es bastante crudo a la hora de caracterizar a sus personajes. Comenzando por la presencia de un fariseo, máximo exponente de lo que es la práctica y conocimiento de la ley de Dios, según el mundo bíblico y en las antípodas del mismo, al publicano, considerado traidor y ladrón a los ojos de sus compatriotas. Pero el problema no es lo que son o lo que parecen ser sino la actitud que cada uno de ellos tiene en su relación con Dios.

Para el primero, pareciera que no hay diferencia entre él y Dios. Su tratamiento con el Señor es de igual a igual, yo cumplo con lo mandado por lo tanto merezco todo lo bueno de Dios. Ha reducido la bondad de Dios a su propia forma de bondad. Y claro está todo reducido al ámbito de la ley y de la moral: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.

Sin embargo sabemos que la vida cristiana no se reduce a una moral. La vida santa no es mera práctica de las virtudes y abstención de los vicios. Eso llega por añadidura. La verdadera santidad radica en la pertenencia a Dios. Por ello si hemos sido regalados con cierto número de capacidades o cualidades, habría que preguntarse, si en efecto, ellas nos acercan o nos alejan de Dios. De hecho todas las virtudes consignadas por el fariseo no le permitieron bajar justificado del templo, por el contrario quedó reafirmado en su falta.

En nuestra plática con Dios, ¿en qué publicano fijamos la mirada para medir nuestros méritos?. Tal vez, ya no nos hemos de fijar en defectos o pecados para calcular nuestra moral pero si, en cambio, buscaremos talentos o aptitudes para saber cuán distantes estamos del otro. Y luego de esta evaluación, ¿que resultados obtendremos?, ¿nos sentiremos mejor que nuestro publicano?. Si esto nos ocurre, entonces la lección de ayer nos habla directamente: «Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

El principal pecado del fariseo no es el discurso que en favor propio le dirige a Dios. Su falta radica en no conocerse así mismo, algo que si poseía el publicano al reconocerse pecador y necesitado de la compasión de Dios. Por eso, en contra de todos dictados del mundo, creo que es mejor «no ser el mejor».

Una Voz de Pax