Una voz de Pax 📢

Reflexión del Evangelio Dominical

Lucas 9,51-62

 

 

La nota distintiva de esta lectura, es la radicalidad que exige seguir a Cristo. En primer lugar, hay que estar dispuestos a tolerar el rechazo. Así, nos lo hace saber la lectura: “…entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén.

Lejos de tomar venganza, Jesús amonesta a sus discípulos, quienes movidos por la ira le sugieren quemar la ciudad.

Por otro lado, señala la ruptura incluso familiar, para ser dignos de seguirlo. En efecto, Jesús le pide a uno que le siga pero este le pide ir primero a enterrar a su padre fallecido, ante lo cual el Señor le responde «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios». Palabras crudas que no hablan para nada de una crudeza por parte de Jesús sino más bien de la crudeza que puede implicar su seguimiento .

A demás, les aclara, que este seguimiento, está lleno de incertidumbre por lo menos en el sentido extrictamente humano del término, sobre todo para quienes no se toman el tiempo para valorar lo que seguir a Cristo significa realmente: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».

 

 

Esa seguridad que puede ofrecer el mundo es contraria a la fe cristiana: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa». Lo cierto es que, tomado el arado ya no hay posibilidad de volver atrás para quién quiere distinguirse como verdadero seguidor del Señor.

Jesús pudo no cruzar Samaria sino bordear el camino para llegar a Jerusalén, así se habrían librado él y sus discípulos de los inconvenientes y la inhospitalidad de los lugareños. Sin embargo toma la ruta tortuosa de la reprobación y la indiferencia. La sola travesía que elige el Señor nos habla de un camino sin facilismos porque el camino hacia Jerusalén es el trayecto que lleva a la salvación, el lugar del sacrificio dónde seremos redimidos.

por Mario Aquino Colmenares