En el evangelio de ayer, Jesús nos llama a la alegría. Una alegría que se logra cumpliendo sus palabras. Es decir, permaneciendo en él, podremos participar de la alegría del Señor pues la permanencia en él está marcada por el cumplimiento de sus mandamientos.

Es de destacar la humildad del discurso de Jesús, cuando se coloca así mismo al nivel de sus apóstoles recordándoles que él también permanece en el Padre porque ha cumplido sus mandatos. Por tanto la alegría a la que nos convoca es participación de la alegría entre el Padre y el Hijo.

En ese contexto nos pide que nos amemos unos a otros y nos dice: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. ¡Cuánta vida ha sido entregada para salvar otra, en estos últimos tiempos!. Y por supuesto, cosechamos dolor y lágrimas. Mas, si realmente salimos de nosotros mismos para buscar al otro y no la propia seguridad, aún a costa de la propia vida, entonces sí que compartiremos la alegría que comparten el Padre y el Hijo.

Por otro lado la exigencia de permanecer en él nos recuerda que Dios nos amó primero, él nos ha llamado y no al revés. Y el cumplimiento del mandato mayor: amarnos unos a otros como él nos ha amado, será prueba y garantía de permanecer en él. Sólo así lo que pidamos al Padre, nos será concedido. Permaneciendo en sus mandatos participaremos de la alegría del cielo.

Por Mario Aquino Colmenares