Una voz de Pax 📢

Reflexión del Evangelio Dominical

Lucas 23,35-43

 

 

 

Los Padres de la Iglesia encontraron cuatro sentidos para acercarnos a la verdad del texto bíblico: el literal, el alegórico, el moral y el anagógico. El primero, tal y como señala su nombre, encierra lo que se dice en el texto ( hechos, lugares, tiempo etc.). El segundo, se  mueve en el ámbito del símbolo, descubriéndonos una realidad que no se percibe a primera vista con la intención de ir más allá de lo que la letra señala. El tercero, el moral, está referido a lo que la lectura nos llama a hacer. Y por último, el anagógico ( de anagogía, palabra griega que proviene del verbo αναγηιν, que podemos traducir por realzar o elevar ) se refiere a como podemos participar de la vida divina o qué es aquello que nos conduce  a la contemplación de Dios.

El Evangelio de ayer, fiesta de Cristo Rey, nos lleva al calvario y al momento de la máxima expresión del amor que Dios nos tiene. Jesús, el rey de reyes tiene su trono en la Cruz y por ella nos alcanza la salvación eterna.

El texto nos grafica a los tres crucificados, dos culpables y un inocente. Desde los magistrados hasta los soldados se burlan de él. Sobre la cruz de Jesús se ha colocado un cartel que dice: «Este es el rey de los judíos». A un lado del crucificado, una voz le increpa por no hacer nada ni por él ni por ellos, él que es el Mesías. Pero otra voz, la del ladrón arrepentido, reconoce su delito y lo justo de su castigo. Más aún, se atreve a dirigirle la palabra a Jesús y pedirle que se acuerde de él una vez llegue a su reino. Es más que admirable como alguien que apenas a conocido al Salvador esté cierto, que en efecto el reino de Dios, no es de este mundo, por el contrario el reino de los Cielos, es un lugar al cual hay que llegar. En respuesta Jesús le promete el paraíso y con ello se inaugura el santoral, con un santo canonizado por el mismo Cristo.

¿Por qué el buen ladrón reconoció al Señor en ese crucificado y el otro no?. Es una pregunta tan antigua como actual. ¿Por qué algunos seguimos a Jesús y otros no? Hay muchas respuestas indiscutiblemente. Está, desde aquel que jamás escuchó hablar de Él, hasta el que habiendo recibido testimonio de Él, simplemente no lo quiere recibir. La libertad siempre marca el destino de nuestra fe.  Cuántas veces hemos querido dar solución a nuestro sufrimiento pero sin apartarnos de aquello que lo causa. Maldecimos nuestra «suerte» y reclamamos al cielo lo que por «derecho» nos corresponde.Tenemos a mano la «solución» y no la vemos. Al contrario, muchas veces hasta la despreciamos porque no es al modo como la esperábamos o queríamos. Se nos muestran grandes «carteles» que nos señalan el camino, que nos dicen: «aquí es».Pero teniendo ojos, no vemos y teniendo oídos no escuchamos.

Sin embargo, el alma humana puede ser mucho más grande y reconocer su propia pequeñez. Desde ahí es más fácil ver al Salvador.

El lenguaje de Dios, que habla siempre al corazón, puede ser tan elocuente que desde la humildad de una sencilla apertura nos sabemos cuidados y acompañados por Él. Reconocer en los hechos y en el prójimo la presencia y la acción de Dios es el modo de hablar con Jesús. Un hablar que nos puede hacer merecedores del Reino.

 

 

El llamado buen ladrón podría muy bien justificar su título por dos razones, la primera por su arrepentimiento y por reconocer su delito ante Dios mismo. Y la segunda razón, porque ejecutó su «profesión» robando el más grande de los tesoros: el Reino de los Cielos. Finalmente, debemos descubrir en que medida se nos descubre a Jesús como el Rey de nuestra vida y si en verdad queremos que se acuerde de nosotros ahora que vive y reina por siempre.

 

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