Una voz de Pax
Reflexión del Evangelio Dominical
Marcos 10,2-16
Ante una lectura tan compleja pero reveladora al mismo tiempo, me viene como primera reflexión las palabras de Jesús: ««Lo imposible para los hombres, es posible para Dios.»»(Lc 18,27).
La práctica del libelo de repudio o acta de repudio tenía una antiguedad de casi mil quinientos años. Pero según Jesús esa antiguedad no le otorgaba verdad a la práctica, por el contrario, les echa en cara que es su obstinación la que obliga a Moisés a crear una norma, la cual sin embargo, no tiene adecuación con lo establecido por Dios, nada menos que desde la misma creación: «…Al principio de la creación Dios «los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne.» De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
De esta forma, el matrimonio no sólo es una institución de ley natural, pues así lo quiso Dios al crear la pareja original, sino también en el orden de la gracia puesto que es refrendado por Jesús instituyendo y elevando el matrimonio a la condición de sacramento.
Decía que Jesús nos recuerda que lo aparentemente imposible es alcanzable desde Dios mismo. No todas nuestras decisiones tienen la consecuencia que buscamos con buen corazón y buena voluntad, ciertamente nos equivocamos y la gravísima elección del matrimonio no es la excepción. La enseñanza de Jesús sin embargo es contundente a lo largo del texto.
Está claro que por nuestras solas fuerzas no podemos darle solución a los problemas de la vida, siendo a la par fieles al don de Dios y sus mandatos. Hemos de recurrir a él mismo, que tanto nos exige. Saber y creer, que si exige, es porque esa exigencia se puede cumplir. Dios no nos pedirá aquello que no podamos darle, en todo caso hemos de decir con Agustín de Hipona: «Señor, da lo que pides y pide lo que quieras».
No es secundario que terminado el discurso acerca del divorcio y el adulterio, se narre inmediatamente como Jesús acoge con afecto a unos niños y los coloca como modelos o ejemplares: «…de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.» Tal vez en el apocamiento del hombre y el saberse totalmente huérfano ante los problemas, esté la respuesta al igual que los niños hallan consuelo y refugio de la mano de sus padres.
por Mario Aquino Colmenares