MEMORIA DE LOS SANTOS MARTA, MARÍA Y LÁZARO

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás”.

Jesús vino como guerrero a batallar contra un enemigo final que es la muerte. Es fácil domesticar a Jesús presentándolo como un amable maestro moral. Pero no es así como lo presentan los Evangelios. Él es un guerrero cósmico que viene a luchar contra aquellas fuerzas que nos impiden estar completamente vivos.

A lo largo de los Evangelios, Jesús confronta los efectos de la muerte y de una cultura obsesionada con la muerte: violencia, odio, egoísmo, exclusión, religiones falsas, comunidades falsas. Pero el enemigo final que debe enfrentar es la muerte misma. Al igual que Frodo cuando va a Mordor, tiene que ir al territorio de la muerte, acercarse y enfrentarse con ella.

Al llegar a la tumba de Lázaro, Jesús siente las emociones más profundas y comienza a llorar. Es Dios entrando en la oscuridad, confusión y agonía de la muerte de los pecadores. No está despreocupadamente por encima de nuestra situación, sino que la enfrenta y siente a su nivel más profundo.

Vivimos intentando ser agradables a los ojos de Dios y nos desalentamos cuando constatamos que no le amamos como quisiéramos, que el corazón, tantas veces está lleno de dudas, de apegos y cosas de este mundo. Pero es más sencillo de lo que parece. Dios ha puesto en nuestro corazón pedacitos de Cielo, partes del Reino futuro porque nos amó primero y quiso que nos entregáramos a los demás como Él se entregó por nosotros. Es Él quien lo realiza, por pura gracia y misericordia.

El amor de perfección al que Dios nos llama no es otra cosa que vivir desde el Corazón de Cristo, anunciar la vida eterna, lo que Dios ha hecho con nosotros, cómo nos ha amado y nos sigue amando en cada circunstancia de nuestra vida. Tener limpio el corazón de juicios e intereses, tender la mano al necesitado de afecto, de una caricia, de una palabra de aliento, en definitiva, ser signos del Amor de Dios para el otro, sin imponer nuestras reglas, sin intentar que los demás sean lo que nosotros deseamos. Éste es el amor al que Dios nos llama, un amor puro y libre en Jesucristo.

Creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios

Leemos en el Evangelio que “cuando Marta supo que venía Jesús le salió al encuentro”. Sabemos que, en otro pasaje, Jesús le dice a Marta que se afana por muchas cosas, que sólo una es importante. Vemos cómo Marta ha hecho un proceso, se ha dado cuenta con la muerte de su hermano Lázaro de qué es lo importante: salir al encuentro de Cristo aun en medio de la muerte y la incertidumbre.

Marta reconoce el señorío y el poder de Cristo: “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”.  A la vez que le reprocha al Maestro el no haber estado cerca, manifiesta que Jesús es el Señor de vida y muerte, sabe que sólo Él tiene poder para devolverle la vida a Lázaro.

Marta es para nosotros, un gran testimonio de fe: “Sé que lo que pidas al Padre, te lo concederá”. Marta, como el salmista, experimenta la esperanza en medio de su angustia y clama a Dios “Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo libra de todas sus angustias”. Marta es la que puede bendecir a Dios en todo momento, en la abundancia de tener a Cristo en su casa y poder servirle, y en la pobreza de tenerle lejos y haber perdido a su hermano, porque tiene la certeza de que es el Hijo de Dios, y de que Él todo lo puede.

¿Cómo reaccionamos nosotros ante un hecho doloroso e inevitable como la muerte? ¿Qué hacemos cuando sentimos la impotencia de la pérdida? Lo primero que sale es el dolor, el grito desesperado de angustia, tal vez, incluso murmuremos contra Dios porque la vida nos parece insoportable ante lo que hemos perdido. Hay algo que podemos aprender de Marta, y es que dejándonos transformar por Cristo, podremos superar cualquier dificultad, fiándonos totalmente de Jesucristo, tal como lo hizo ella. Marta realiza un proceso de abandono y transformación en Jesús, sale de ella misma y de sus preocupaciones para decir “Eres Tú, Tú eres el Cristo, eres el Señor de la historia, de mi historia, sólo Tú tienes poder para hacer crecer de nuevo la vida donde hay muerte”. Jesús no sólo resucita a Lázaro de la muerte, también resucita a Marta, la rescata de su propia esclavitud y le da una nueva libertad para creer, amar y confiar siempre en Dios.

Animados con esta experiencia de Marta, confiemos también nosotros en Jesucristo, Hijo de Dios vivo, sólo Él nos puede sacar del abismo, darnos vida donde sólo vemos muerte. Que nuestras palabras anuncien al mundo entero que Él es el Señor, y abandonemos todo aquello que nos pesa, que nos duele, en sus manos. Y Él lo transformará todo, y hará algo nuevo y maravilloso en nosotros.

Aquí sentimos claramente que Dios es vida y da vida, pero asume el drama de la muerte. Jesús podría haber evitado la muerte de su amigo Lázaro, pero quiso hacer suyo nuestro dolor por la muerte de nuestros seres queridos y, sobre todo, quiso mostrar el dominio de Dios sobre la muerte. En este pasaje del Evangelio vemos que la fe del hombre y la omnipotencia de Dios, el amor de Dios, se buscan y, finalmente, se encuentran.

(Ángelus, 29 marzo 2020

Marta de Betania, Santa

Memoria Litúrgica, 29 de julio

Hemana de Lázaro y María

Martirologio Romano: Memoria de santa Marta, que recibió en su casa de Betania, cerca de Jerusalén, a Jesús, el Señor, y muerto su hermano Lázaro, proclamó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que has venido al mundo» (s. I).

Etimológicamente:: Marta = ama de casa, señorial, atractiva. Viene de la lengua hebrea.

Breve Biografía

Marta es hermana de María y de Lázaro y vivía en Betania, pequeña población distante unos cuatro kilómetros de Jerusalén, en las cercanías del Monte de los Olivos.

Jesús Nuestro Señor vivía en Galilea pero cuando visitaba Jerusalén acostumbraba hospedarse en la casa de estos tres discípulos en Betania, que, tal vez, habían cambiado también su morada de Galilea por la de Judea. Marta se esforzó en servirle lo mejor que pudo y, más tarde, con sus oraciones impetró la resurrección de su hermano.

San Juan nos dice que «Jesús amaba a Marta y a su hermana María y Lázaro» (Jn 11:5).

Lucas añade: «Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» -Lucas 10:38-40

No podemos estar seguros de la motivación de Marta al hacer su petición al Señor pero todo parece indicar que se quejaba contra su hermana. Nuestro Señor aprecia el servicio de Marta, pero al mismo tiempo sabía que era imperfecto. Muchas veces nuestro servicio, aunque sea con buena intención, esta mezclado con el afán de sobresalir, la compulsión por ser protagonistas, la competencia para sentirnos que somos los mejores. Es entonces que salen las comparaciones. ¿Por que la otra no hace nada y soy la que trabajo?

El Señor corrige a Marta, penetra en su corazón afanado y dividido y establece prioridades:

«Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.» -Lucas 10: 41-42

Esa única cosa de la que hay necesidad es de poner todo el corazón en amar a Dios, atender a Jesús que nos habla, que quiere levantarnos de nuestra miseria.

Toda vida activa debe surgir de la contemplación. La vida activa sin contemplación lleva al alma a dispersarse perder de vista el fin. La vida contemplativa se concentra en Dios y se une a El por la adoración y el amor. La vida contemplativa es una especie de noviciado del cielo, pues la contemplación es la ocupación de los bienaventurados del paraíso. Por ello, Cristo alabó la elección de María y afirmó: «sólo una cosa es necesaria». Eso significa que la salvación eterna debe ser nuestra única preocupación.

Si contemplamos como van las cosas en cualquier Iglesias podremos ver muchas actividades, programas, ideas… Es relativamente fácil hacer cosas por Jesús, pero cuanto nos cuesta estar en silencio ante su Presencia. En seguida pensamos en cosas que hacer. No comprendemos que lo primero y mas importante es atenderlo a El directamente por medio de la oración.

Jesús encontró más digna de alabanza la actitud contemplativa de María. Cuanto quisiera El Señor que todos, como María, nos sentáramos ante el para escucharle. Ella se consagraba a la única cosa realmente importante, que es la atención del alma en Dios. También el Padre nos pide que, ante todo, escuchemos a Su Hijo (Mt 17-5).

Entonces, ¿no es necesario trabajar? Claro que sí lo es. Pero para que el trabajo de fruto debe hacerse después de haber orado. El servicio de Marta es necesario, pero debe estar subordinado al tiempo del Señor. Hay que saber el momento de dejar las cosas, por importantes que parezcan, y sentarse a escuchar al Señor. Esto requiere aceptar que somos criaturas limitadas. No podemos hacerlo todo. No podemos siquiera hacer nada bien sin el Señor

San Agustín escribe: «Marta, tú no has escogido el mal; pero María ha escogido mejor que tú». San Basilio y San Gregorio Magno consideran a la hermana María modelo evangélico de las almas contemplativas y su santidad no está en duda, sin embargo, es curioso que, de los tres hermanos, solo Marta aparece en el santoral universal.

La resurrección de Lázaro

El capítulo 11 de San Juan narra el gran milagro de la resurrección de Lázaro. En aquella ocasión vuelve a hablarse de Marta. Lázaro se agravó de muerte mientras Jesús estaba lejos. Las dos hermanas le enviaron un empleado con este sencillo mensaje: «Señor aquel que tú amas, está enfermo». En un mensaje de confianza en que Jesús va actuar a su favor.

Pero Jesús, que estaba al otro lado del Jordán, continuó su trabajo sin moverse de donde estaba. A los apóstoles les dice: «Esta enfermedad será para gloria de Dios». Y luego les añade: «Lázaro nuestro amigo ha muerto. Y me alegro de que esto haya sucedido sin que yo hubiera estado allí, porque ahora vais a creer».

A los cuatro días de muerto Lázaro, dispuso Jesús dirigirse hacia Betania, la casa estaba llena de amigos y conocidos que habían llegado a dar el pésame a las dos hermanas. Tan pronto Marta supo que Jesús venía, salió a su encuentro y le dijo: «Oh Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano; pero aún ahora yo sé que cuánto pidas a Dios te lo concederá»

Jesús le dice: «Tu hermano resucitará».

Marta le contesta: «Ya sé que resucitará el último día en la resurrección de los muertos».

Jesús añadió: «Yo soy la resurrección y la vida. Todo el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá. ¿Crees esto?»

Marta respondió: «Sí Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»

Jesús dijo: «¿Dónde lo han colocado?». Y viendo llorar a Marta y a sus acompañantes, Jesús también empezó a llorar. Y las gentes comentaban: «Mirad cómo lo amaba».

Y fue al sepulcro que era una cueva con una piedra en la entrada. Dijo Jesús: «Quiten la piedra». Le responde Marta: «Señor ya huele mal porque hace cuatro días que está enterrado». Le dice Jesús: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Quitaron la piedra y Jesús dijo en voz alta: «Lázaro ven afuera». Y el muerto salió, llevando el sudario y las vendas de sus manos.

El Banquete

Marta aparece también en un banquete en el que participa también Lázaro, poco después de su resurrección: también esta vez aparece Marta como la mujer ocupada en el servicio, pero puede ser que para entonces ya lo sabía someter al Señor con mas amor, sin quejarse ni compararse.

De los años siguientes de la santa no tenemos ningún dato históricamente seguro, aunque según la leyenda de la Provenza, Marta fue con su hermana a Francia y evangelizó Tarascón donde según cuenta la leyenda Santa Marta derroto a la Tarasca, un dragón que amenazaba a la ciudad. Ahí se dice que encontraron, en 1187, sus pretendidas reliquias, que todavía se veneran en su santuario.

Los primeros en dedicar una celebración litúrgica a santa Marta fueron los franciscanos en 1262, el 29 de julio, es decir, ocho días después de la fiesta de santa María Magdalena, identificada por algunos como su hermana María.

S. Marta es la patrona de los hoteleros, porque sabía atender muy bien.

ORACIÓN DE LAS MADRES DE FAMILIA A SANTA MARTA

Oh Santa Marta dichosa,
que tantas veces tuviste el honor
y la alegría de hospedar a Jesús
en el seno de tu familia,
de prestarle personalmente tus servicios domésticos,
y que juntamente con tus santos hermanos Lázaro y María Magdalena,
gozaste de su divina conversación y doctrina,
ruega por mí y por mi familia,
para que en ella se conserve la paz
y el mutuo amor,
para que todos sus miembros
vivan en la observancia de la Ley de Dios,
y para que sólo Dios,
y no el mundo ni el pecado,
reine en nuestro hogar.
Libra a mi familia de toda desgracia espiritual y temporal,
ayúdame en el cuidado de mis hijos y subordinados,
y concédeme la dicha de verlos unidos bajo
la mirada paternal de Dios en la tierra,
para volver a verles reunidos en las moradas del cielo.
Amén.

Jesús dijo a Marta: María escogió lo mejor

Con una privilegiada vocación, deciden dedicar su vida, la única que tienen, entera, a alabar al Señor.

Para el Convento de la Visitación de Sta. María.

Nunca faltan quienes dicen que esas monjitas, que se la pasan enclaustradas, rece y rece, deberían salir a atender a tanto prójimo que necesita ayuda. ¿Hay razón en ello? No. Veamos.

San Lucas nos narra en su evangelio (10, 38-42) lo siguiente: en aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano”.

Respondiendo, le dijo el Señor: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada”.

Pues lo mismo con las monjitas encerradas, rezadoras. Con una privilegiada vocación, que sin duda debe ser muy fuerte para renunciar a tanto: deciden dedicar su vida, la única que tienen, entera, a alabar al Señor, a sentarse o hincarse a los pies del Maestro, para conversar con Él, que eso es la oración. Vivir largos silencios, meditaciones…

Los santos padres nos lo han dicho varias veces, que las oraciones de esas mujeres y también de los monjes de claustro, varones, son dignas de la atención del Señor. Que, gracias a sus oraciones, pidiendo por la Iglesia, por los hombres en general, por los difuntos, es que Él tiene compasión, misericordia, para atender muchas de nuestras necesidades.

Jesús, reiterativamente, nos enseñó el gran valor de la oración, y pidió a sus discípulos, y a todos nosotros sus seguidores, que oremos, que oremos al Padre, que lo hagamos en Su nombre, y que si lo hacemos juntos, dos o más, lo que pidamos nos será concedido, si esa es Su voluntad, de acuerdo a lo que más nos conviene. Y esas comunidades religiosas de claustro, alejadas del mundo y dedicadas en oración a pedir por nosotros, mueven la voluntad de Dios. El mismo Jesús, nos revelan los evangelios, dedicó mucho tiempo a orar, y en soledad.

Quienes viven en el claustro, dedicando la vida a la oración, han escogido lo mejor (como María, la hermana de Marta), mientras muchos otros se afanan, nos afanamos, a los quehaceres del mundo, sea en la iglesia o fuera de ella, que no está mal, sólo es diferente. El Cuerpo Místico tiene muchas partes distintas, y cada una con su importancia, su rol.

Bien podemos, debemos, dar gracias al Señor de haber inspirado tan enorme gracia vocacional a los religiosos, varones y mujeres, que junto al Señor, oran toda una vida por quienes estamos dedicados a los quehaceres del mundo.

Pero hay algo más: a los del mundo, nos toca tanto dar gracias al Señor por quienes dedican su vida a la oración, como a pedirle por todos ellos, que los cuide, los proteja, les dé la gracias de perseverar en su vocación, y que procure nuevas vocaciones de claustro dedicado a orar, a escoger lo mejor, como María, hermana de Marta.

Canadá, Francisco entre los ancianos y enfermos de la Fraternidad de San Alfonso

El momento se produjo luego de la santa misa en la Basílica Santa Ana de Beaupré.

En una comunicación a los periodistas, la Oficina de Prensa de la Santa Sede informó que, a su regreso del Santuario de Santa Ana de Beaupré, donde celebró la santa misa, el Santo Padre se detuvo para encontrarse con los invitados del centro de acogida y espiritualidad Fraternité St Alphonse.

Acogido en el jardín del centro por los huéspedes permanentes y los que frecuentan habitualmente el centro, un total de unas 50 personas, entre las que se encuentran ancianos, personas que sufren diversas adicciones y enfermos de VIH/SIDA, y por el director responsable, el padre André Morency, el Papa conversó informalmente con ellos, escuchando sus historias y recogiendo sus oraciones.

Al final, al saludarles, les regaló un icono de la Virgen «Santísima Señora de Jerusalén». De fabricación religiosa moderna, este icono de la Theotokos (Madre de Dios) es muy popular entre los peregrinos de Tierra Santa porque el original está colocado en un venerado altar dentro de la iglesia de la Asunción de María, que se celebra litúrgicamente el 15 de agosto.

Tierras difíciles

El formador es un sembrador ¿Qué se puede hacer para preparar tierras tan difíciles? ¿Cómo lograr que la semilla cambie un terreno árido, pedregoso, lleno de zarzas, duro y reacio a cualquier intento de la gracia?

El párroco había notado una concentración un poco especial en Miguel. Lo agradeció mucho, pues el muchacho, con sus 13 años y un cuerpo en pleno desarrollo, solía crear muchos problemas durante las catequesis. Durante la explicación de la parábola del sembrador no dejaba de mirar al sacerdote como quien está sumido en una reflexión profunda.

Al final, el sacerdote no pudo vencer su curiosidad. Se acercó a Miguel y le preguntó: ¿cómo es que hoy estuviste tan atento? Miguel parecía no querer desvelar lo que llevaba en su corazón. Murmuró unas palabras ininteligibles. La mirada del sacerdote reflejaba paciencia y comprensión, y entonces Miguel empezó a hablar con claridad.

Padre, es una parábola muy bonita. Hay tierras buenas y tierras malas. Yo he nacido y vivo en una tierra mala. Mi padre es borracho, y hace años que no hace nada por la familia. Mi madre apenas soporta a los tres hijos que vivimos en casa. Siempre se queja, nos golpea, nos deja solos, se va a hacer sus cosas. Entre nosotros nadie piensa en rezar o en vivir según el evangelio. Si le dijese lo que hago con mis amigos, lo que veo en la televisión, lo que imagino cuando me tumbo en la cama…

Tenemos mala tierra, padre, y en mala tierra la semilla no puede hacer nada.

La franqueza del chico penetró a fondo en el alma del sacerdote. Durante aquel día le dio vueltas al problema. ¿Qué se puede hacer para preparar tierras tan difíciles? ¿Cómo lograr que la semilla cambie un terreno árido, pedregoso, lleno de zarzas, duro y reacio a cualquier intento de la gracia?

La pregunta se convirtió en otra: ¿es culpable Miguel de su dureza? ¿No será, más bien, víctima de una situación familiar y social gravemente injusta?

De repente, como una luz superior, se dijo a sí mismo: “Pero, ¡qué tonto eres! ¿Por qué no hablas de esto con Jesús?”

Fue a la capilla y empezó una oración sencilla. “Señor, aquí me tienes. Me llamaste a trabajar en una viña difícil, en un campo duro, en una sociedad descristianizada. Muchas familias están rotas, muchos padres no enseñan la fe y la moral cristiana a sus hijos, muchos niños y adolescentes siguen sus instintos sin ningún freno. ¿Cómo podemos, Señor, preparar la tierra? ¿No es inútil la catequesis cuando una vida está tan llena de miserias, cuando tanto mal ha carcomido la conciencia, si es que alguna vez alguien dijo a este muchacho cuál es la diferencia entre el bien y el mal?”

El silencio de Jesús Eucaristía era intenso. Una voz interior, sin embargo, se iba haciendo espacio en aquel sacerdote tan deseoso de llevar algo de Dios a sus muchachos.

Tienes razón: no es fácil tirar semillas en tierras difíciles, ni enseñar la fe a quien no está en condiciones de aceptarla. La semilla sólo actúa en tierra buena, pero hace falta preparar el terreno, abrir surcos, regar el suelo, abonar campos aparentemente infecundos. Ese es el trabajo que te toca a ti, con tu oración, con tu paciencia, con tu sonrisa, con tus luchas, con tu cansancio de cada día.

No siento indiferencia por el alma enferma. No puedo mirar sin cariño a tantos adolescentes hundidos en el mundo de la droga, del alcohol, del sexo, de la vida sin sentido. No puedo olvidar que también son hijos, débiles, heridos, necesitados de un amor inmenso, de una paciencia infinita, de una misericordia capaz de devolverles la limpieza.

Tú puedes reflejas algo de mi amor. Tú eres, como sacerdote, un enviado especial (humano y débil) de mi cruz y de mi victoria en la Pascua. Tú, sin saberlo, has llegado un poco al corazón de Miguel, simplemente por el hecho del saludo, de la pregunta, del afecto.

Del resto, no te preocupes. Habrá alguno que siga en su dureza, que diga «no» a las llamadas de mi Padre. Déjame el juicio a mí. Los misterios de cada corazón no se vislumbran con miradas humanas. Tú sigue con la mano en el arado. Arroja con confianza, todos los días, la semilla buena, viva, fuerte, transformante. Riégala con tu oración y tu esperanza. Ama, y el resto lo hará mi Palabra.

Marta, Lázaro y María: Tres hermanos predilectos de Jesús

La Iglesia celebra a los tres santos de Betania. En el evangelio, dos quejas de santa Marta a Jesús dieron pie a dos lecciones cruciales. El Martirologio Romano celebra hoy a los santos Marta, María y Lázaro, tres hermanos de quienes sabemos que eran amigos de Jesús hasta el punto de que el Señor frecuentaba su compañía y su casa.

Marta y María fueron anfitrionas de Jesús y aquella estancia sirvió para que el Señor nos dejara una lección sobre la importancia de la oración y sobre el equilibrio entre vida activa y vida contemplativa:

«Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que muy estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada».

Lucas 10, 38-42

De nuevo es santa Marta quien manifiesta la plena confianza en Jesucristo como Dios y Hombre: es ella quien, en el capítulo 11 de Juan, lo hace llamar -junto con su hermana María- para que sepa que su hermano Lázaro está enfermo. Al acudir Jesús, ella se lamenta abiertamente:

“Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto».

Juan 11, 21

Resurrección de Lázaro

Cristo ha propiciado esta situación para obrar el milagro de la resurrección de Lázaro, como se narra a continuación. Pero antes también ha actuado en el alma de Marta, que pronuncia un acto de fe:

“Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo»”.

Juan 11, 25-27

La fiesta de los santos Marta, Lázaro y María de Betania se celebra el 29 de julio.

Patronazgo

Santa Marta es patrona de cocineras y cocineros, sirvientes, amas de casa, hoteleros, casas de huéspedes, lavanderas, Hermanas de la Caridad y el hogar.

Oración del 29 de cada mes a santa Marta

Oh, Santa Marta milagrosa,

me acojo a tu amparo y protección entregándome a ti,

para que me ayudes en mi sufrimiento,

y en prueba de mi afecto y agradecimiento,

te ofrezco propagar tu devoción.

Consuélame en mis penas y dolores,

te lo suplico por la inmensa alegría de tu corazón

al hospedar en tu casa de Betania al Salvador del mundo;

intercede por mí y por toda mi familia

para que conservemos siempre en nuestros corazones

a nuestro Dios viviendo en su gracia y

detestando toda ofensa contra Él;

para que sean remediadas nuestras necesidades y

en especial esta que ahora me hace sufrir (hágase la petición).

Te suplico que me ayudes a vencer las dificultades

con la fortaleza con que venciste, por el poder de la Cruz,

al dragón que tienes rendido a tus pies.

Así sea.

Amén.

Rezar tres veces el Padrenuestro. Avemaría y Gloria.