Hechos de los Apóstoles 13:14.43-52 / Apocalipsis 7:9.14-17 / Juan 10:27-30

La globalización es hoy una palabra muy extendida. Seguramente todos asociemos globalización a actualidad. Cuando yo tenía la edad que tenéis vosotros, Una definición dice ser un proceso histórico de integración mundial en los ámbitos económico, político, tecnológico, social y cultural. ¿Y esto es bueno o es malo?

Será bueno si permite una humanidad que avance junta hacia unas mejores condiciones de vida para todos, que pueda asegurar la paz, la preservación del medio ambiente. No será bueno si anula la riqueza cultural, lingüística… si nos hace pasar a todos por el mismo agujero.

La fe cristiana es una de las respuestas personales más globales de la historia de la humanidad y no es porque sí. Lo es porque nuestro Dios, que es el Dios de Jesucristo, ha querido ser Dios para toda la humanidad. Así lo hemos leído en la primera lectura. Cuando Pablo y Bernabé se enfrentan a la resistencia a predicar la buena nueva de Jesucristo en Antioquía de Pisidia, encuentran enseguida una frase de los profetas que les empuja más allá, hacia la globalización de la fe en el mundo, una frase del profeta Isaías hablando del Mesías: Te he hecho luz de las naciones, para que lleves la salvación hasta los límites de la tierra (Is 49,6). Y la fe se hizo global porque el nombre de Jesús alcanzó los límites de la tierra.

Y llegó mucho antes de que la tecnología hiciera muy fácil comunicarse, hiciera más fácil esta globalización, llegó porque Pablo y Bernabé quisieron llevar el evangelio a todo el mundo. Me considero afortunado de haber vivido esa universalidad de la fe desde muy joven. De haber conocido a cristianos de todo el mundo, de saber también que con nosotros rezan tantos hermanos y hermanas diferentes, como veis en Salve cada día.

La fuerza extensiva de la fe cristiana de esos inicios me consuela. Me pregunto cómo podríamos ahora recuperar esa fuerza para seguir diciendo que Jesús y su evangelio son la luz y la salvación hasta los límites de la tierra, unos límites que no son geográficos sino que ¡quizás tenemos que empezar a buscar en nuestra casa!

Somos un pueblo de elegidos. Lo podemos decir desde muchos puntos de vista. Somos elegidos en tanto que humanos, porque hubo una elección de Dios en crearnos, somos elegidos como personas porque cada uno de nosotros es alguien querido y llamado por Dios en la vida, somos elegidos, por encima de todo, en tanto que cristianos.

¿De dónde nos viene la elección? De una voz que nos llama y que nosotros reconocemos. Como el pastor llama a las ovejas, nosotros somos llamados por Jesucristo y reunidos en su rebaño, el rebaño del buen pastor.

Nuestro reto es convertirse en capaces de escuchar la voz del buen pastor y de entrar como ovejas en este rebaño. Responder con nuestra vida a la llamada y especialmente mantenernos en ella. ¿Dónde escucharemos hoy esa voz? La Iglesia nos propone su oración, reflejo de la misma Palabra de Dios ordenada pedagógicamente para ser orada y nos pide que participemos. El buen pastor también nos llama a través de tantas otras situaciones de la vida: en el testimonio de quienes le han escuchado, en las situaciones que nos presenta la historia, en las necesidades sociales y personales de tantos hermanos y hermanas. El rebaño de Jesucristo tiene vocación de ser universal, de estar abierto. La Iglesia no es una secta, tiene las puertas abiertas a todos y no aísla nunca a sus hijos e hijas de las demás voces del mundo, sino que promueve su madurez para ser capaces de discernir el llamamiento de Jesucristo de las demás voces . Estas otras voces nos llevarían a rebaños que no son de Dios y no nos conservarían en esa unidad que es donde Él nos quiere.

¿Y a dónde nos lleva esta elección? En la vida eterna. Nos lo promete la primera lectura, aunque no lo diga expresamente, porque la predicación de la primera iglesia apostólica tuvo su punto fundamental en la afirmación de un resucitado, Jesucristo que abría las puertas de la vida eterna, de la vida de Dios, a todos los que creían en Él. También el evangelio nos dice claramente: Yo les doy la vida eterna y la lectura del apocalipsis nos describe de una manera simbólica cómo será esta eternidad: estaremos con Dios, todo el dolor y el sufrimiento habrá pasado, ¡viviremos! La promesa de la vida eterna no es abstracción o ausencia, sino que es compromiso en el mundo para promover esta vida de Dios que se nos promete.

Somos un pueblo de elegidos. Dentro de la elección cristiana y dentro del rebaño, Jesucristo nos vuelve a llamar a cada uno para seguirle en una vocación más específica. De este modo mediante la llamada a la vida monástica, nos ha reunido a los monjes y monjas a formar otro rebaño dentro del rebaño, una familia que se siente elegida para este servicio de oración, de trabajo y de acogida. Si no viniera de Dios, esta llamada, contracultural al mundo en tantos aspectos, no podría sostenerse. Como la llamada a la fe, también la vocación monástica trabaja día a día en el discernimiento de la voz de la fidelidad de tantas voces seductoras. Es por esta razón que siempre que celebramos un cumpleaños de vida monástica tal y como hacemos hoy, celebramos la fidelidad de Dios de habernos gritado y de haberse mantenido fiel en su gracia, en uno de nuestros hermanos de comunidad. Muchos de los que estáis aquí se pueden hacer una idea de lo que significan cincuenta años de fidelidad. Quienes celebren un cumpleaños de boda, comparten seguro muchas de las reflexiones que podamos hacer sobre la fidelidad. A otros como a los acólicos, cincuenta años de vida le puede parecer algo inimaginable, ¡que multiplica por cinco los que ha vivido! ¡Puedo aseguraros que son bastantes años! Pregúntalo a sus abuelos y se lo explicarán!

En el aniversario de los cincuenta años de profesión monástica del P. Abad Josep M. Soler, no podemos dejar de recordar que en todos los llamamientos señalados, Jesucristo le llamó a ser pastor a imagen de él de un rebaño aún más concreto , que es el de nuestra comunidad. Por casualidades litúrgicas, este domingo IV de Pascua, es llamado del Bon Pastor y fue el mismo domingo que inició la semana de su elección, hace veintidós años, en mayo del año 2020. En el recordatorio de la bendición estaba la imagen del buen pastor de Josep Obiols cargando una oveja en los hombros y la frase Animam pono pro ovibus: Doy mi vida por las ovejas. En todos estos años ha cargado muchas ovejas en los hombros y otras muchas circunstancias de las ovejas y del rebaño. La exigencia de lo que pide la Regla de San Benito en el Abad del monasterio, sólo se puede afrontar con una humildad que nos haga conscientes de que los llamamientos de nuestra vida vienen de Jesucristo y con una confianza que Él se mantiene siempre fiel en lo que pide.

No podemos dejar de dar gracias por el ejemplo de vida monástica y de fidelidad del P. Abad Josep M. Creemos que a la fidelidad de Dios también es necesario que responda nuestra libertad que movida por la gracia, debe colaborar en el plan de Dios sobre sus hijos, que en toda vida monástica pasa por un día a día de oración, de lectura espiritual, de vida fraterna, de acogida. Cuando durante una vida esto se va haciendo realidad y lo vemos en un hermano nuestro, en un monje, no podemos dejar de sentirnos motivados y confirmados que esta vida concreta nos dice que todos los demás que participamos avanzamos hacia un desempeño personal posible y realizable. Y más allá de nuestra opción concreta, todo el que honestamente vive su llamada cristiana a cualquier tipo de vida con amor y fidelidad es ejemplo para la Iglesia y el mundo porque logra un desempeño personal y cristiano que la encamina hacia Dios mismo .

Un desempeño que, en cada eucaristía, ese momento de transfiguración personal y comunitaria, quisiéramos saborear por la gracia que Dios nos hace de compartir el cuerpo y la sangre de Cristo.

JUAN 10, 1-10

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús habla de sí mismo como una puerta para las ovejas y nos dice: «El que entra por mí se salvará». Entonces, ¿esto significa que solo los cristianos serán salvados? ¿Significa que si no eres bautizado no recibes el Espíritu Santo?

Hay dos tendencias que aquí debemos evitar. Por un lado, los exclusivistas que afirman que sólo los católicos bautizados podrán salvarse. Esta no es la enseñanza de la Iglesia. Ahora, en el otro extremo (creo que muy frecuente hoy) la religión que cada uno siga es finalmente una cuestión indiferente, siempre y cuando uno encuentre su camino espiritual.

Esta segunda visión no le da suficiente peso a la singularidad del cristianismo. Con Jesucristo, algo completamente nuevo ha entrado en el mundo, algo que profundamente satisface a Dios y, por lo tanto, de una gran importancia para nosotros.

Este es el poder y el mensaje de la Cruz, esta es la dinámica a la cual los bautizados hemos sido atraídos. El sufrimiento redentor es lo que hizo Jesús en la Cruz: soportar el sufrimiento para hacer lo correcto. Esto es agradable a los ojos de Dios, precisamente porque es redentor para el mundo, precisamente porque quita algo que Dios odia.

Orar atentos a la llamada de Dios

La aceptación del pagano Cornelio, con su familia, en el seno de la comunidad cristiana, provoca una reacción de resistencia en una parte de los cristianos de Jerusalén. El hecho pone de manifiesto dos cosas:

  1. El punto álgido de la dificultad, más que la circuncisión, era el compartir mesa con los paganos. ¿Cómo celebrar la Eucaristía, si ésta, habitualmente, se tenía en el marco de una comida? ¿Cómo mantener la unidad de la fe entre dos comunidades separadas en su liturgia?
  2. Los hermanos más apegados a la tradición judía no discuten la autoridad de Pedro, sino su prudencia al intervenir en este caso concreto.

Pedro les explica, cronológicamente lo sucedido. Estaba en oración; vino el Espíritu y se acordó de lo que le había dicho el Señor.

Hoy día ante las dificultades, el orden puede ser el mismo. Orar, atentos a la llamada de Dios sin cerrarnos a nosotros mismos y sin manifestar suficiencia ni altivez. Reconocer lo que sucede y descubrir los signos de los tiempos, pues Dios sigue actuando. Recordar la palabra de Jesús, porque en ella y en su vida tenemos el discernimiento para obrar. ¿Puede un buen cristiano oponerse a lo que manifiestamente viene de Dios?

Con estas actitudes y sin dejarse ganar por el desaliento o la irritación ante los prejuicios de hermanos que no entienden y retrasan con su resistencia la misión, los cristianos encontrarán serenidad, alegría y capacidad para alabar a Dios, porque el Señor sigue hoy concediendo la conversión que lleva a la vida.

Mi alma tiene sed de ti, Dios vivo

Hay en este salmo una sentida súplica. Una persona fiel se encuentra lejos del templo y, cercado por el enemigo, desea con toda el alma ver el rostro de Dios, visitarle en su templo.

La sed de Dios y el ansia de ver su rostro pueden vivirse, de momento, en el encuentro con Jesucristo en la Eucaristía.

La puerta de salvación

Los judíos esperaban al Mesías anunciado por los profetas. Unos, como Rey que triunfaría sobre todos los enemigos de Israel e implantaría su reinado universal y perfecto. Otros, como Siervo doliente que cargaría con los pecados del pueblo. Algunos, en fin, como Pastor verdadero que agruparía a los judíos dispersos por el mundo.

Juan señaló a Jesús como Siervo y Cordero de Dios. Jesús se presentará como Rey en la Pasión. Ahora lo hace como Pastor que viene en nombre de Dios a reunir las ovejas dispersas.

Los pastores de Israel son ladrones que se aprovechan de sus puestos de dirigentes y no aman a las ovejas. No se ocupan del rebaño; no apacientan a las ovejas ni fortalecen a las débiles; no cuidan a las enfermas ni cuidan a las heridas; no hacen volver a las descarriadas ni buscan a las perdidas, sino que las dominan con violencia y dureza. De esta manera las ovejas se dispersan por falta de pastor.

Esto se va a terminar con Jesús, ya que es el pastor y mediador único, que permite llegar hasta pastos a las ovejas. Él es la puerta del redil. No hay otra puerta de salvación para entrar en la casa del Padre.

Jesús explica las relaciones que hay entre Él y sus ovejas. Las llama por su nombre. Las conoce una a una y a su vez es conocido por ellas. Las saca a los pastos. Todo esto indica una intimidad, una entrega total. El pastor no ve en las ovejas su negocio y prosperidad, las ama y está dispuesto a dar la vida por ellas para que así tengan vida abundante.Jesús, pastor bueno y puerta de las ovejas, es un jefe cuya autoridad se expresa en el servicio, un jefe que para mandar dona la vida y no pide a los otros que la sacrifiquen. Hay una dimensión de la experiencia cristiana que quizá dejamos un poco en la sombra: la dimensión espiritual y afectiva. A veces racionalizamos demasiado la fe y corremos el riesgo de perder la percepción del timbre de esa voz, de la voz de Jesús buen pastor, que estimula y fascina. Para Él no somos nunca extraños, sino amigos y hermanos. Sin embargo, no es siempre fácil distinguir la voz del pastor bueno. Estad atentos. Está siempre el riesgo de estar distraídos por el estruendo de muchas otras voces. Hoy somos invitados a no dejarnos desviar por las falsas sabidurías de este mundo, sino a seguir a Jesús, el Resucitado, como única guía segura que da sentido a nuestra vida. (Regina Caeli, 7 mayo 2017)

Pacomio, Santo

Abad, 9 de mayo

Martirologio Romano: En la región de Tebaida, en Egipto, san Pacomio, abad, que, cuando aún era pagano, se sintió impresionado por el testimonio de caridad cristiana para con los soldados detenidos en la cárcel común y, después de abrazar el cristianismo, recibió el hábito monástico de manos del anacoreta Palamón. Al cabo de siete años, por inspiración divina fue abriendo numerosos monasterios con el fin de recibir a los monjes en régimen de vida común, y escribió para ellos una célebre Regla († 347/348).

Breve Biografía
La extraordinaria vida de los ermitaños, con sus mortificaciones a veces exageradas y con aquella especie de encarnizamiento en sobrecargarse de abstinencias, ayunos, vigilias, era verdaderamente la traducción práctica del Evangelio. Su soledad podía de hecho tapar el engaño de sus extravagancias y de su orgullo.
Para eliminar este peligro un monje egipcio del siglo IV, San Pacomio, tuvo la idea de una nueva forma de monaquismo: el cenobitismo, o la vida en común, donde la disciplina y la autoridad reemplazaba la anarquía de los anacoretas.

Educó a sus monjes a la vida en común, constituyendo, poco lejos de las riberas del Nilo, la primera “koinonía”, una comunidad cristiana, a imitación de la fundada por los apóstoles en Jerusalén, basada en la comunión en la oración, en el trabajo y en el alimento y concretada en el servicio recíproco.

El documento fundamental que regulaba esta vida era la Sagrada Escritura, que el monje aprendía de memoria y recitaba en voz baja durante el trabajo manual. Esta era también la forma principal de oración: un contacto con Dios mediante el sacramento de la Palabra.

San Pacomio nació en el Alto Egipto el año 287, de padres paganos. Enrolado a la fuerza en el ejército Imperial a la edad de 20 años, acabó en prisión en Tebas con todos los reclutas. Protegidos por la oscuridad, por la noche los cristianos les llevaban un poco de alimento. El gesto de los desconocidos conmovió a Pacomio, quien preguntó quién los incitaría a traer esto. “El Dios de los cielos” fue la respuesta de los cristianos. Aquella noche Pacomio rezó al Dios de los cristianos que lo liberara de las cadenas, prometiéndole a cambio dedicar su propia vida a su servicio.

Tan pronto recobró su libertad cumplió el voto uniéndose a una comunidad cristiana de una aldea del sur, la actual Kasr-es-Sayad en donde tuvo instrucción necesaria para recibir el bautismo.
Por algún tiempo llevó una vida de asceta entregándose al servicio de la gente del lugar, después se puso por siete años bajo la guía de un monje anciano, Palamone. Durante un paréntesis de soledad en el desierto una voz misteriosa lo invitó a establecer su residencia en aquel lugar, al cual después habrían llegado numerosos discípulos. A la muerte de Pacomio, los monasterios masculinos eran nueve, más uno femenino.

Del santo se desconoce el lugar de la sepultura, pues en su lecho de muerte dijo al discípulo Teodoro que escondiera sus restos para evitar que sobre su tumba edificaran una iglesia, a imitación de los “martyrion” o capillas construidas en las tumbas de los mártires.

La voz del Gran Pastor

Santo Evangelio según san Juan 10, 1-10. Lunes IV de Pascua

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, gracias por este momento que me regalas para estar en tu presencia. Tú me conoces. Sabes qué es lo que más necesito en este momento. Tú me has creado. Sueñas con mi amor. Cada vez que me miras aquí, delante de ti, tu Corazón se inflama de amor y de gusto por verme. Te gusta cuando estoy así, cuando te abro mi corazón y dejo de lado todos los tapujos y formalismos. Me amas, Jesús, como soy. Ayúdame a corresponderte con mi amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 10, 1-10

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo les aseguro que el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otro lado, es un ladrón, un bandido; pero el que entra por la puerta, ése es el pastor de las ovejas. A ése le abre el que cuida la puerta, y las ovejas reconocen su voz; él llama a cada una por su nombre y las conduce afuera. Y cuando ha sacado a todas sus ovejas, camina delante de ellas, y ellas lo siguen, porque conocen su voz. Pero a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.

Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron lo que les quería decir. Por eso añadió: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes que yo, son ladrones y bandidos; pero mis ovejas no los han escuchado.

Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos. El ladrón sólo viene a robar, a matar y a destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Jesús, hoy me dices que tus ovejas escuchan tu voz, la reconocen y la siguen. Te pido, amado Jesús, que me ayudes a escuchar tu voz.

Hoy día, en el mundo, hay tanto ruido que me impide escuchar tu voz; son tantas las voces que se levantan a mi alrededor pidiendo que las siga: mi soberbia, mi vanidad, mi orgullo… ¿Cuáles son las voces que me acechan?, ¿sé reconocerlas y diferenciarlas de tu voz, Jesús?

¡Ayúdame, Jesús, a conocer tan bien tu voz, que sea capaz de diferenciarla de todas las otras voces!

También son muchos los ladrones que intentan imitar tu voz prometiéndome una vida más cómoda; los lobos con piel de oveja que intentan atemorizarme con sus dientes; los «verdes pastos» sintéticos de una felicidad superficial y pasajera que, lejos de calmar mi hambre, me dejan vacío y enfermo por dentro.

Son muchos los peligros que me circundan Jesús, sin embargo, no debo temer, pues Tú has venido para que yo tenga vida y la tenga en abundancia.

Quiero reconocer tu voz, Jesús, para ello, tengo que estar cerca de ti, tengo que ser una oveja con el olor a su pastor.

¡No permitas que me separe de ti! Dame la gracia y la fuerza que necesito para poder seguirte hasta el final.

«Jesús es la puerta que nos hace entrar y salir. ¡Porque el rebaño de Dios es un refugio, no una prisión! La casa de Dios es un refugio, no una prisión, y la puerta se llama Jesús. Y si la puerta está cerrada, decimos: “¡Señor, abre la puerta!”. Jesús es la puerta y nos hace entrar y salir. Son los ladrones, los que tratan de evitar la puerta: es curioso, los ladrones siempre tratan de entrar por otro lado, por la ventana, por el tejado, pero evitan la puerta, porque tienen malas intenciones, y se meten en el rebaño para engañar a las ovejas y aprovecharse de ellas. Nosotros debemos pasar por la puerta y escuchar la voz de Jesús: si escuchamos su tono de voz, estamos seguros, estamos salvados. Podemos entrar sin temor y salir sin peligro».

(Audiencia de S.S. Francisco, 18 de noviembre de 2015).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a dedicar 10 minutos de mi día a rezar pidiéndole a Dios que me ayude a reconocer su voz.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Mis ovejas escuchan mi voz

Cristo quiere que vivamos siempre con Él.

1.Ya Pablo ha sido elegido por Jesús resucitado, -¡qué adquisición!-, y viaja con Bernabé a la patria de éste, Chipre. Desde allí, llegan a Antioquía de Pisidia, en Anatolia, lo que hoy es Turquía asiática. Pablo y Bernabé van el sábado a la sinagoga. Después de la lectura, los jefes les invitaron a hablar. Tomó Pablo la palabra, e hizo una rápida síntesis de la historia de la salvación. Los judíos les invitan a que vuelvan a hablar el próximo sábado: «Permaneced fieles, les despiden, a la gracia de Dios». Lleno impresionante el siguiente sábado: «Casi toda la ciudad se congregó para oír la palabra de Dios» Hechos 13,14.

Los Apóstoles rebosan de alegría. Los judíos se recomen de envidia. Contradicen su predicación y les insultan. Así acontecía el rechazo general de los judíos al Evangelio. Pablo decide: «A vosotros había que anunciar antes que a nadie la palabra de Dios; pero ya que la rechazáis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, nos vamos a los gentiles».

2. El rechazo del evangelio en la sinagoga, se extiende a la ciudad, incitado por los judíos que sublevaron a las mujeres distinguidas y devotas, y promovieron un motín contra Pablo y Bernabé. «Ya comienza a alborotarse el demonio, algo le trae», decía Teresa de Jesús. Pero esta oposición es providencial. Dios escribe con renglones torcidos, que no son torcidos. De hecho la palabra del evangelio comienza a abrirse paso entre los paganos. Es su destino. La universalidad. «Dios quiere que todos los hombres se salven» (1 Tim 2,4). No escucharon porque no eran ovejas de Jesús.

3. Lo mismo había ocurrido con Jesús. Los judíos que no aceptaban su palabra, murmuraban, como el antiguo pueblo de Israel. Murmurar es no querer creer. Con la murmuración, con el rechazo a la palabra, se impide el movimiento de atracción del Padre hacia Jesús, su revelador. Mientras Jesús atrae exteriormente con sus palabras y signos, el Padre atrae actuando en el interior por la gracia de su Espíritu. Las tres lecturas de hoy nos hablan del gran don de la Pascua: la vida eterna, vida que ya poseemos ahora y que esperamos conseguir plenamente en el cielo. Decía Santa Teresita: “No sé qué poseeré más en el cielo. Todo lo tengo ya aquí”. Le falta la plenitud en la visión y en el gozo del amor. Por eso al morir dice: “Yo no muero. Entro en la Vida”. Proclamemos que la vocación del cristiano es la vida eterna, vocación que no sólo no excluye, sino que implica con mayor ahínco y tenacidad nuestra lucha en la tierra para construir un mundo mejor donde reine la justicia, la paz, el amor, como frutos de santidad.

4. Los convertidos de Antioquía de Pisidia aceptaron llenos de alegría la palabra de Dios que los llamaba a “la vida eterna”, conquistada y prometida por el buen Pastor: “Yo doy a mis ovejas la vida eterna”. El Apocalipsis nos dice poéticamente la realidad de esta vida eterna, la bienaventuranza final. San Juan nos presenta su visión de una muchedumbre inmensa, marcados en la frente con “el sello del Dios vivo” significando que están bajo su protección. El número de los marcados es de 144.000, o sea, 12.000 por cada una de las 12 tribus del nuevo Israel. No es un número cerrado, como pretenden algunas sectas, sino un número convencional de la totalidad del pueblo de Dios, según el simbolismo de las cifras, constante en el Apocalipsis.

5. Después, el águila de Patmos nos traslada al cielo y nos muestra la muchedumbre de señalados llegados ya a la meta después de haber combatido victoriosamente en la tierra. Y describe su felicidad con el único lenguaje posible e inteligible, el de las imágenes alegóricas. Enumera los signos de la bienaventuranza de “los que vienen de la gran tribulación”. Es el contraste entre las penalidades de esta vida y la felicidad de la otra. Los salvados visten “túnicas blancas”, símbolo de pureza, limpieza y santidad.

Esta preferencia por el color blanco se explica por el carácter litúrgico del libro, pues la túnica blanca o “alba” era de uso común en la liturgia hebrea y cristiana. Llevan “palmas en sus manos”, emblema de triunfo, de victoria y de alegría, típico en la fiesta judía de las Tiendas o Tabernáculos. Están “ante el trono de Dios”. La visión de Dios es el elemento esencial de la bienaventuranza, el objetivo supremo de la esperanza cristiana. “Le dan culto en su santuario”. En el santuario del templo de Jerusalén únicamente podían entrar los sacerdotes. En el cielo, todos los salvados están dentro del santuario porque son un pueblo sacerdotal (Ap 5,10). “Y Dios acampará entre ellos y desplegará su tienda sobre ellos”, como el jeque beduino que acoge bajo la sombra de su tienda al peregrino que cruza el ardiente desierto. ¡Seremos Huéspedes de Dios bajo su tienda en comunión de vida y de amor, espirando al Espíritu Santo, en las mismas acciones de la Vida Trinitaria! Allí estará inmortalmente reunida la familia de los hijos de Dios en la casa del Padre celebrando permanentemente las bodas de amor de su Hijo con su esposa la Iglesia: “¡Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero!” (Ap 19,9). El amor es festivo. Allí ya no existirán aquellos sufrimientos que atormentaron al pueblo de Dios en su travesía por el desierto, pues, “ya no pasarán hambre ni sed, ni les hará daño el sol ni el bochorno”. Es un amor sin divorcio, sin malos tratos, sin temor a perderlo. «Yo no te fallaré nunca. Aunque una madre se olvidara del hijo de sus entrañas, yo te llevo en mis palmas». (ls. 49, 15). Jesucristo, el Buen Pastor: “El Cordero que está delante del trono los apacentará”. Cordero convertido en Pastor.

Con esta misma imagen expresa Jesús en el evangelio su solicitud amorosa por los suyos: “Como pastor pastorea su rebaño: recoge en sus brazos los corderitos, los lleva en su regazo, cuida las madres” (Is 40,11). Busca la oveja perdida y la carga sobre sus hombros y se compadece del pueblo, pequeño rebaño, a quien ve como ovejas sin pastor. “Yo soy el buen Pastor.

Yo conozco mis ovejas y les doy la vida eterna”. En Europa apacientan los toros y las vacas para comer su carne. En Israel pastorean las ovejas para aprovechar su leche y su lana, y por eso permanecen mucho tiempo con el pastor, que les toma cariño, conoce su carácter y hasta las llama por el nombre que el mismo pastor les ha impuesto. El Buen Pastor sabe quién somos cada uno, nuestro carácter y temperamento, nuestra vida y nuestros trabajos, defectos y también nuestras cualidades positivas. Nos tiene en cuenta. Previene, envía a nuestros ángeles con conocimiento de nuestra situación habitual y de cada ocasión. Y el buen Pastor los conduce hacia “fuentes de agua viva”. Y “Dios enjugará las lágrimas de sus ojos que las tribulaciones les hicieron derramar”.

6. Somos un pueblo peregrino en marcha hacia la meta final, donde la fe se convertirá en visión, la esperanza en posesión, el dolor en gozo, el destierro en patria. Pero bajo la tienda de Dios “no pasarán hambre ni sed” los que en este mundo hayan apagado el hambre y la sed de sus hermanos; y “Dios enjugará las lágrimas” de los que en este mundo hayan enjugado las lágrimas de sus hermanos con la práctica de las obras de misericordia: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; estaba enfermo, y me visitasteis… En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis… E irán los justos a la vida eterna”.

7. Nos narra San Juan que los judíos estaban inquietos por el origen de Jesús y se lo manifiestan: – «Si eres el Cristo, dínoslo claramente de una vez». – «Os lo he dicho con toda claridad y no me habéis creído». Tenéis ante vuestros ojos mis credenciales, mis obras. Pero no me creéis porque no sois de las ovejas de mi rebaño, pues «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen» Juan 10, 27. Los que escuchan su voz están abiertos al proyecto de Dios y lo miran con simplicidad, sin condicionarlo ni prejuzgarlo. Para comprender a alguien es necesario sintonizar con él, poseer una mínima afinidad con él, simpatizar con su persona y escucharle atentamente para poder comprender lo que nos dice o intenta transmitirnos. Poco a poco, contando con el factor tiempo, el que así escucha, acaba no sólo por entenderle, sino por identificarse con él.

8. Ocurre en Palestina donde hay muchos y distintos rebaños. Cuando llega el pastor por la mañana al redil, donde la noche anterior diferentes pastores han encerrado sus propios rebaños, comienza a llamar a las ovejas, y cada una reconoce la voz de su pastor. ¿Es fácil reconocer la voz del pastor? Para las ovejas sí lo es. El timbre de una voz queda grabado en el oído de las ovejas a fuerza de tanto oírlo y de sentir una querencia por él. Nosotros tenemos a nuestro alcance la posibilidad de oír cuantas veces queramos la voz del Pastor.

9. «Las ovejas oyen y conocen su voz». Escuchan la palabra de Dios, que levanta el alma caída, desinfla la hinchada, corta lo superfluo, suple lo defectuoso y sana las almas. Porque es espada de dos filos (Hb 4,2), que corta lo que estorba y lo que impide el crecimiento. No nos cansemos de oír su palabra. Cuando leemos la Escritura es la voz de Jesús la que nos habla, es su misma palabra la que escuchamos. Por eso quien desconoce la Escritura desconoce a Cristo (ambos Testamentos) dice San Jerónimo. Pero hay que conocerla genuinamente, e integralmente, no leerla ni funtamentalísticamente, ni selectivamente y a retazos, discriminando y eliminando los más exigentes, teniendo en cuenta el género literario y la cultura en que se escribió. Para captar el mensaje de la Escritura, es necesario oír su explanación o exégesis. Y, sobre todo, orar la Escritura: «El Espíritu os enseñará toda la verdad» (Jn 16,13). Un paso más será conocer a los Santos Padres, que gozaron de un carisma especial para su interpretación: «Dios les dio una sabia perspicuidad para penetrar en el valor de la palabra revelada» (Card. Herrera). Y conocer a los místicos, a los nuestros sobre todo: San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Y escuchar el Magisterio de la Iglesia. En el Sínodo del Concilio, afirmaron los Padres sinodales: «La Iglesia se prepara para el año 2000 celebrando los Santos Misterios de Cristo bajo la Palabra de Dios para la salvación del mundo».

10. Las hagiografías de los grandes cristianos que vivieron con heroísmo la Palabra, son un espléndido manjar y sustancioso, que no podemos despreciar: La Iglesia ha puesto en el candelero a Santa Teresita del Niño Jesús, Nueva Doctora de La Iglesia, luz para la modernidad. Y a otros muchos, innumerables.

11. Pero hay que oír su voz también en los acontecimientos y en las vicisitudes por las que estamos pasando, o por las que hemos de vivir. También le hemos de escuchar en lo que nos dice un hermano o la comunidad, o en el consejo que cualquiera pueda darnos. No nos creamos portadores seguros y únicos de la verdad, que nos estrellaremos y sembraremos de sal el campo de la Iglesia, queriendo acaparar, y apagaremos el Espíritu.

12. «Yo las conozco». El nos conoce a fondo, tal como somos y sin las caretas que nos ponemos para vivir en sociedad. «Y ellas me siguen». No se trata pues de tener un conocimiento conceptual y teórico de Jesús, sino de seguirle vitalmente, caminando con él, rastreando sus huellas: «El que quiera venir en pos de mí, tome su cruz cada día, y que me siga» (Mt 10,38). Los oyentes de Jesús, todos oían, pero no todos escuchaban, ni menos, no todos practicaban. Por eso dijo: «No todo el que dice: «Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos; sino el que cumple la voluntad de mi Padre» (Mt 7,21).

13. «Y yo le doy la vida eterna». Quiere que vivamos para siempre con él. Cuando dos se aman sienten horror de tener que separarse algún día. Cuentan los días y los minutos. Alejandro Casona en “Corona de amor y muerte» dice en el acto 3.° «Diez años. Pero ¿sabes, lo que son diez años felices de mujer? No, pobre Pedro, ni lo sospechas siquiera. Son tres mil días de angustia entre todos los miedos posibles: el de perder la juventud y la belleza, el de no en¬contrarte una mañana al despertar, el de sólo pen¬sar que dejaras de quererme. Y, a veces, el más terrible y estúpido de todos: el miedo de que algún día, sin saber cómo, pudiera dejar de quererte yo». (Madrid 1967). A Jesús nadie podrá arrebatarle de la mano al que él conoce y ama y le da la vida. Imaginad una mano grande. Imaginad que cada uno de nuestros nombres están tatuados en esa mano: «En mis manos te llevo tatuada» (Is 49,16). Cuando alguien quiere quitarle nuestro corazón de su mano El nos aprieta más fuerte y no nos suelta. Y da como la razón de esa unión con él: «que mi Padre me las ha dado».

Es la respuesta de un niño, cuando queremos quitarle algo de su mano, aunque sea jugando: Me lo ha dado mi padre. Y como yo y el Padre somos uno, tampoco nadie podrá arrebatarlas de la mano de mi Padre. Fieras salvajes, lobos y hienas, causaban espanto a los pastores. Esa era la hora de conocer al pastor genuino y auténtico. Al que apacentaba por el salario y al que lo hacía por amor. Aquél huía ante las fieras, éste las defendía con la honda, el báculo, a brazo partido. Jesús, el Buen Pastor no deja a sus ovejas en las garras del león. Muere en la cruz por salvar sus ovejas, nosotros. Jesús nos comunica su unión íntima e inefable con el Padre, llena a rebosar de cariño y de ternura. Y con ese amor, la mano de los dos nos tienen aprisionados con afecto inenarrable, que hemos de agradecer y pedir que crezca para nuestra fidelidad y gloria de los dos.

14. Como «ovejas de su rebaño» Salmo 99, esperamos, pasada la gran tribulación, lavados y blanqueados nuestros mantos en la Sangre del Cordero, ser conducidos hacia fuentes de aguas vivas. «Allí Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos» Apocalipsis 7, 9. A esa fuente de aguas vivas venimos hoy a beber en la Eucaristía, «donde hace el universo nuevo», acompañados por la celestial Madre del Buen Pastor.

Ante la barbarie de la guerra promover el anhelo de unidad

«divisiones entre los cristianos, por costumbre o resignación, es tolerar la contaminación de los corazones, siendo así terreno fértil para el conflicto»

Francisco dijo a los participantes en la Plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos que ignorar las “divisiones entre los cristianos, por costumbre o resignación, es tolerar la contaminación de los corazones, siendo así terreno fértil para el conflicto”

En su discurso a los participantes en la Plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el Pontífice les dijo que en el siglo pasado, “la conciencia de que el escándalo de la división de los cristianos tuvo un peso histórico en la generación del mal que ha envenenado el mundo con el dolor y la injusticia, conmovió a las comunidades creyentes, bajo la guía del Espíritu Santo, a desear la unidad por la que el Señor oró y dio su vida”.

Y este anhelo de unidad, les dijo, es el que hoy debe ser alimentado de nuevo, sobre todo “ante la barbarie de la guerra”:

“El anuncio del Evangelio de la paz, el Evangelio que desarma los corazones incluso ante los ejércitos, sólo será más creíble si lo proclaman cristianos finalmente reconciliados en Jesús, Príncipe de la Paz; cristianos animados por su mensaje de amor y fraternidad universales, que trasciende los confines de su propia comunidad y nación”.×

1700 aniversario del Concilio de Nicea

Es a partir de esta unidad, que el Dicasterio busca cómo celebrar de forma ecuménica el 1700 aniversario del primer Concilio de Nicea, que tendrá lugar en 2025. Sobre este Concilio, el Santo Padre recordó que, no obstante, los turbulentos acontecimientos de su preparación y, sobre todo, del largo periodo de recepción posterior, el primer concilio ecuménico fue un acontecimiento de reconciliación para la Iglesia, que de forma sinodal reafirmó su unidad en torno a la profesión de su fe.

El Papa sugirió que el Concilio de Nicea ilumine el “camino ecuménico de hoy” para conducir a nuevos pasos concretos hacia el objetivo de restaurar plenamente la unidad de los cristianos. Sobre todo porque el 1700 aniversario del Primer Concilio de Nicea coincide con el Año Jubilar.

La sinodalidad desde el Concilio de Nicea

El Papa Francisco, recordó que el primer Concilio Ecuménico fue un acto sinodal, ya que manifestó a nivel de la Iglesia universal la sinodalidad como forma de vida y de organización de la comunidad cristiana, al respecto el Santo Padre subrayó la invitación que, junto con la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, este Dicasterio ha dirigido a las Conferencias Episcopales, pidiéndoles que busquen el modo de escuchar, durante el actual proceso sinodal de la Iglesia católica, también las voces de los hermanos y hermanas de otras Confesiones sobre las cuestiones que desafían la fe y la diaconía en el mundo de hoy:

“Si realmente queremos escuchar la voz del Espíritu, no podemos dejar de oír lo que ha dicho y dice a todos los que han nacido de nuevo «del agua y del Espíritu» (Jn 3,5)”.

Una plenaria aplazada varias veces por la pandemia

El Pontífice recordó además la dificultad que ha tenido el dicasterio en realizar su Sesión Plenaria desde que comenzó la pandemia, sobre todo para poder realizarse en forma presencial.  La pandemia, señaló, con su trágico impacto en la vida social de todo el mundo, también ha condicionado fuertemente las actividades ecuménicas, impidiendo la realización de los contactos habituales y de nuevos proyectos en los últimos dos años. Pero al mismo tiempo, afirmó Francisco, la crisis sanitaria fue también una oportunidad para fortalecer y renovar las relaciones entre los cristianos.

La autosuficiencia y autorreferencialidad: obstáculos para el ecumenismo

El Papa dijo a los participantes en la plenaria que un primer resultado ecuménico importante de la pandemia ha sido una renovada conciencia de pertenecer a la única familia cristiana, una conciencia enraizada en la experiencia de compartir la misma fragilidad y de poder confiar sólo en la ayuda de Dios, y añadió:

«Paradójicamente, la pandemia, que nos ha obligado a mantener las distancias entre nosotros, nos ha hecho darnos cuenta de lo cerca que estamos realmente los unos de los otros y de lo responsables que somos unos de otros. Es esencial que sigamos cultivando esta conciencia, y que tomemos iniciativas que hagan explícito este sentimiento de hermandad y lo incrementen. De hecho, es fácil olvidar esta profunda verdad. Cuando esto ocurre con las comunidades cristianas, nos exponemos seriamente al riesgo de la presunción de autosuficiencia y autorreferencialidad, que son graves obstáculos para el ecumenismo».

La guerra en tiempos de pandemia

El Papa Francisco, por último, afirmó con pesar, que antes que terminara la emergencia sanitaria, el mundo entero se enfrentó a un nuevo y trágico desafío, la guerra en curso en Ucrania. Además, señaló, que desde que llegó el final de la Segunda Guerra Mundial, no han faltado las guerras regionales, hasta el punto de que a menudo, el Papa ha hablado de una tercera guerra mundial a trozos, dispersa por todas partes:

«Sin embargo, esta guerra, tan cruel y sin sentido como cualquier otra, tiene una dimensión mayor y amenaza al mundo entero, y no puede dejar de cuestionar la conciencia de cada cristiano y de cada Iglesia. Debemos preguntarnos: ¿qué han hecho y qué pueden hacer las Iglesias para contribuir al «desarrollo de una comunidad mundial, capaz de lograr la fraternidad a partir de pueblos y naciones que viven en amistad social» (Enc. Fratelli tutti, 154)?».

¡María, Madre de Dios!

El primero de enero celebramos a María como Madre de Dios. María fue la elegida para ser Madre de Cristo

El primero de enero celebramos a María como Madre de Dios.

María fue la elegida para ser Madre de Cristo y aceptó esta misión al decir “sí” a Dios. Festejamos el tener una Madre en el cielo que nos ayuda y auxilia en nuestras necesidades y nos ama.

Un poco de historia

Todo año que se inicia es “Año del Señor”. Sólo con Él se construye el puente que nos conduce del tiempo a la eternidad. Este día, como todos los demás días, debemos rezar a Dios con infinita confianza. Nuestra vida espiritual debe crecer cada año que pasa. Por esto hoy, que es el primer día del año, le pedimos a María Santísima que nos ayude a lograrlo.

Este día es día de precepto, hay que ir a misa. La misa está dedicada a honrar a María, Madre de Dios y de la Iglesia.

María Madre de Dios. María era una joven Israelita que vivía en Nazaret de Galilea y, como todos los Israelitas, esperaba que se cumpliera la promesa de Dios de mandar un Salvador al mundo. María no era una mujer como todas, pues desde siempre Dios había pensado en ella y había nacido sin pecado original.

Con su respuesta, María cambió el rumbo de la historia. Dijo “sí” aceptando con alegría la voluntad de Dios, entregándose a sí misma como colaboradora de Dios y de su plan de salvación.

María fue la elegida para ser la Madre de Dios y ella respondió al llamado “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

La Virgen María nos ayuda a vencer la tentación, conservar el estado de gracia y la amistad con Dios para poder llegar al Cielo.

Si elegimos vivir como hijos de María debemos adoptar varias actitudes:

Abrirle nuestro corazón a su amor:

Es dejarnos querer, abandonarnos a su cuidado con total confianza. Ella no se desanima a pesar de nuestros caprichos y debilidades.

Mirarla como nuestra Madre:

Hablarle de nuestras alegrías y penas, contarle nuestros problemas y pedirle ayuda para superarlos.

Demostrarle nuestro cariño:

Hacer lo que a Ella le gustaría que hicieras, que es lo que Dios quiere de nosotros. Acudir a Ella a lo largo del día nos puede ayudar grandemente.

Confiar plenamente en ella:

Todas las gracias que Jesús nos da pasan por las manos de María, y ella mejor que nadie intercede ante su Hijo por nuestras necesidades.

Imitar sus virtudes:

Es la mejor manera de demostrarle nuestro amor.
Debemos aprovechar esta fiesta para ofrecerle a la Virgen el año que comienza, para pedirle su ayuda de Madre para vencer las dificultades y agradecerle su presencia y cuidado maternal en cada momento de nuestras vidas. Al acudir a la Eucaristía, donde está Dios vivo, pedirle que nos ayude a permanecer cerca de María todo el año, porque fue Él quien nos la dio como madre desde el pie de la cruz.

Algunas personas te dirán que María no es especial, que eso de que fue Virgen y tal es cuento. Recuerda que fue Jesús mismo quien nos la dejó como Madre (Jn 19, 25-27). Además, honrar a la Madre es siempre dar gusto al Hijo. A Jesús pues, le agrada cuando decimos cosas bonitas de María, como es el “Ave María” del Rosario.

Oración

Te pido Señor vivir mi vida siempre muy cerca de Ti y de la Santísima Virgen, tu Madre a quien nos encargaste.

¿Quieres saber todo sobre la Santísima Virgen María? Visita nuestra sección Mariología

El 1 de enero de 2016 se celebró también la Jornada Mundial de la Paz 

María y la Resurrección de Cristo

María es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso de la Resurrección. Por: SS Juan Pablo II

Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección

La espera que vive la Madre del Señor el Sábado santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.

Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.

Suponiendo que se trata de una «omisión», se podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de testigos escogidos por Dios (Hch 10, 41), es decir, a los Apóstoles, los cuales con gran poder (Hch 4, 33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Antes que a ellos el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán (Mt 28, 10).

Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.

Los evangelios, además, refieren sólo unas cuantas apariciones de Jesús resucitado, y ciertamente no pretenden hacer una crónica completa de todo lo que sucedió durante los cuarenta días después de la Pascua. San Pablo recuerda una aparición «a más de quinientos hermanos a la vez» (1 Co 15, 6). ¿Cómo justificar que un hecho conocido por muchos no sea referido por los evangelistas, a pesar de su carácter excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios, no quedaron recogidas.

¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1, 14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos?

Más aún, es legítimo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16, 1; Mt 28, 1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y, por tanto, más firmes en la fe.

En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf. Jn 20, 17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.

Por último, el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección.

Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo a su madre. En efecto, ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el «resplandor» de la Iglesia (cf. Sedulio, Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10, 140 s).

Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también ella de la plenitud de la alegría pascual.

La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo (cf. Jn 19, 25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

En el tiempo pascual la comunidad cristiana, dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: «Regina caeli, laetare. Alleluia». «¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya!». Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús, prolongando en el tiempo el «¡Alégrate!» que le dirigió el ángel en la Anunciación, para que se convirtiera en «causa de alegría» para la humanidad entera.

Catequesis durante la audiencia general del 3 de abril de 1996

Flor del 9 de mayo: Madre del buen consejo

Fiesta de Nuestra Señora de los Milagros

Meditación: María nos aconsejó en las bodas de Caná, “Haced lo que El os diga” (Juan 2,5), y nos lo vuelve a dictar. ¿Qué quiere Cristo de mi?. ¿Lo podemos seguir cuando nos dice “deja todo y sígueme?”.
“Hijo, ¿por qué nos haz hecho esto?” (Lucas 2,48). Cristo tenía que mostrarnos ante todo más el amor a Dios que el de la familia. ¡Pero cuántas veces abandonamos a nuestra Madre por amores, caprichos, vanidades y miedos!.

Oración: ¡Oh dulce consejera del alma, oh hermosa Esclava!. Entrega a Dios nuestra alma para que se haga santa, que abramos nuestros oídos y seamos hijos solícitos. Amén.
Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Ser un verdadero Cristo al aconsejar a mi hermano.

Santa Luisa de Marillac, patrona de los cuidadores

Esposa, madre, viuda y religiosa. Fue la cofundadora de la Hijas de la Caridad junto con san Vicente de Paúl

Louise de Marillac nació el 12 de agosto de 1591 en París. Era hija natural de un noble y nunca llegó a conocer a su madre. Su padre falleció cuando tenía 13 años. Enseguida notó su vocación religiosa pero por su mala salud no pudo ser aceptada en el convento de las capuchinas del Faubourg Saint-Honoré. Su familia le aconsejó que se casara y su tío organizó el matrimonio con Antonio Legras en 1613. Un año después nació su único hijo, Antonio, que murió muy pronto. También su marido, dos años después. Su confesor era san Francisco de Sales. Este falleció en 1622 y en 1625 su director espiritual pasó a ser san Vicente de Paúl, quien la orientaba en conversaciones personales y por carta.

Entonces Luisa de Marillac vio que Dios le pedía dedicarse a los más desamparados.

Puso orden a la iniciativa que san Vicente de Paúl llevaba algunos años organizando y crearon las Hijas de la Caridad, bajo el lema «Amar a los pobres y honrarlos como honrarían al propio Cristo». Serían mujeres dedicadas a la oración y a la atención de enfermos, pobres, enfermos mentales, ancianos y huérfanos, algo que no se llevaba a cabo en la Francia del siglo XVII.

De París, en vida de la santa la congregación se extendió a otras ciudades de Francia y Polonia: trabajaron en los hospitales en colaboración con los médicos y enfermeras, y atendieron también a las víctimas de la Guerra de los Treinta Años. Santa Luisa de Marillac falleció el 15 de marzo de 1660. Su cuerpo incorrupto está en la capilla de la casa madre de las Hijas de la Caridad, en la Rue du Bac de París.

Santa patrona

Santa Luisa de Marillac es la patrona de los trabajadores sociales y cuidadores.

Oración

¡Oh, gloriosa Santa Luisa de Marillac!

Esposa fiel, madre modelo, formadora de catequistas, maestras y enfermeras. Ven en nuestra ayuda y alcanza del Señor: socorro a los pobres, alivio a los enfermos, protección a los desamparados, caridad a los ricos, conversión a los pecadores, vitalidad a nuestra Iglesia y paz a nuestro pueblo. Cuida nuestro hogar y cuanto hay en él. Que sea un camino recto que nos conduzca a nuestra casa del cielo, y que tu bendición descienda todos los días sobre cada uno de los que en el vivimos. Bendito seas, buen Dios, porque sembraste el amor en Santa Luisa para ejemplo nuestro e imitación de Jesús, Camino, Verdad y Vida. Amén