Alfonso María de Ligorio, Santo
Memoria Litúrgica, 1 de agosto
Obispo
Fundador de los Misioneros Redentoristas
Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia, que insigne por el celo de las almas, por sus escritos, por su palabra y ejemplo, trabajó infatigablemente predicando y escribiendo libros, en especial sobre teología moral, en la que es considerado maestro, para fomentar la vida cristiana en el pueblo. Entre grandes dificultades fundó la Congregación del Santísimo Redentor, para evangelizar a la gente iletrada. Elegido obispo de santa Águeda de los Godos, se entregó de modo excepcional a esta misión, que dejaría quince años después, aquejado de graves enfermedades, y pasó el resto de su vida en Nocera de’Pagani, en la Campania, aceptando grandes trabajos y dificultades († 1787).
Etimológicamente: Alfonso = guerrero. Viene de la lengua alemana.
Fecha de beatificación: 15 de septiembre de 1816 por el Papa Pío VII
Fecha de canonización: 26 de mayo de 1839 por el Papa Gregorio XVI
Breve Biografía
Nos encontramos en el año 1696, de nuestra era, el 27 de septiembre, día dedicado a los gloriosos mártires Cosme y Damían, nace Alfonso de Ligori, en Nápoles (Italia). Sus padres fueron José De Ligorio (un noble oficial de la marina) y de la noble Ana De Cavalieri. El hombre tuvo un destino fuera de serie. Nacido en la nobleza napolitana e hijo de militar, alumno superdotado, atraído por la música, la pintura el dibujo, la arquitectura. Su nombre viene de dos raíces germánicas: addal, hombre de noble origen, y funs, pronto al combate. Alfonso era noble por nacimiento, sí: pero mucho mejor, caballero de Cristo, siempre pronto y en la brecha para los combates de Dios…
Alfonso fue un hombre de una personalidad extraordinaria: noble y abogado; pintor y músico; poeta y escritor; obispo y amigo de los pobres; fundador y superior general de su congregación; misionero popular y confesor lleno de unción; santo y doctor de la Iglesia.
Hay que mi admirar los múltiples talentos que tenía Alfonso y la fuerza creadora que poseía. A los 12 años era estudiante universitario y a los 16 era doctor en derecho, es decir, abogado. Como misionero popular y superior general de su Congregación y obispo, llevó a cabo una gran labor, a pesar de su delicada salud. Desde los 47 a los 83 años de su vida, publicó más o menos 3 libros por año.
En su vida particular Alfonso vivió actitudes que podemos interpretar como protesta frente a la corrupción de su medio ambiente. Con su estilo de vida ejerció una fuerte crítica de su tiempo y de su sociedad.
En un sistema de profundas diferencias de clase renunció a los privilegios de la nobleza y a sus derechos de ser primer hijo, es decir, primogénito.
A finales de julio de 1723, en un día de calor intenso y pegajoso, Alfonso se dirige al Palacio de Justicia de Nápoles. Se celebrará el juicio más sonado del reino entre dos familias: los Médici y los Orsini. Las dos familias quieren para sí la propiedad del feudo de Amatrice. Estaba en juego una gran cantidad de dinero.
Alfonso es un joven abogado de 26 años de edad. Los Orsini lo han elegido para su defensa por una sola razón: es competente y ha ganado todas las causas.
Se ha preparado muy bien, ante el tribunal defiende la causa con maestría. Está seguro que defiende la justicia. A pesar de eso, Alfonso es derrotado, pero se da cuenta de que el origen de esta sentencia está en las maquinaciones políticas e intrigas políticas (cosas desconocidas para nosotros hoy).
Como herido por rayo, el abogado de manos limpias queda por un momento estupefacto. Después rojo de cólera, lleno de vergüenza por la toga que lleva, se retira de la sala de justicia, profundamente desilusionado, sus palabras de despedidas quedaron para la historia: “¡Mundo, te conozco!… ¡Adiós, tribunales!”. No vive este acontecimiento, decisivo en su vida, desde la agresividad y la frustración, al contrario, los asume como fecundidad, siembra y profundización interior, se retira, eso sí lo tiene muy claro. Y al hacerlo toma una opción personal radical: se niega a la corrupción, rechaza que el hombre se realice manipulando o dejándose manipular y elige una forma nueva de libertad y liberación, el seguimiento de Jesús.
Profundamente conmovido Alfonso se va a visitar a sus amigos, los enfermos del “Hospital de los incurables”. Mientras atendía a los enfermos se ve a sí mismo en medio de una grata luz… Parece escuchar una sacudida del gran edificio y cree oír en su interior una voz que le llama personalmente desde el pobre: “Alfonso, deja todas las cosas ven y sígueme”.
Tras la renuncia de los tribunales, Alfonso estudia unos años de teología y recibe el sacerdocio el 21 de diciembre de 1726, en la Catedral de Nápoles, tenía 30 años de edad. Se hace sacerdote en contra de un padre autoritario, como don José, con asombro lo descubre muy pronto en los barrios marginados evangelizando a los analfabetos con sorprendentes predicaciones
En una de sus muchas misiones Alfonso cae enfermo. Ante la gravedad de la situación, los médicos intervienen y le exigen un largo descanso en la sierra. Elige la zona de Amalfi, costera y montañosa a la vez. Fue con un grupo de amigos. Quiere aprovechar el descanso para vivir intensamente la amistad y la oración en común.
Cerca de Amalfi está Scala, un lugar precioso a medio camino entre la playa y la altura de la sierra. Más arriba de Scala, está Santa María de los Montes, una pequeña ermita. A Alfonso le gustó. Era bueno compartir la amistad y la oración en casa de María de Nazaret.
Alfonso y sus amigos se ven sorprendidos por los pastores y cabreros que vienen a pedirles la palabra de Dios. Es el momento clave en la vida de Alfonso. Ahora más que nunca descubre, de verdad que el Evangelio pertenece a los pobres y que ellos lo reclaman como suyo. Y decide quedarse con ellos para dárselo a tiempo completo.
Nos encontramos en el año 1730. Alfonso decide por vez primera, reunir una comunidad consagrada a la misión de los más pobres. En los primeros días de noviembre de 1732 Alfonso deja definitivamente la ciudad de Nápoles y en burro parte para Scala para reunirse con su primer grupo de compañeros, quienes habrán de ser los Redentoristas. Son unos días de intensa oración y contemplación. Sabe que la redención abundante y generosa es un don gratuito y se abre a él en disponibilidad plena.
El día 9 de noviembre de 1732 nace la congregación misionera del Santísimo Redentor, mejor conocido como los Misioneros Redentoristas. No es fácil fundar una congregación religiosa en el reino de Nápoles en el siglo XVIII. Hay demasiados diocesanos y religiosos y muchos conventos en este país pobre y mal administrado
Desde el 9 de noviembre de 1732 hasta la Pascua de 1762, cuando es nombrado obispo, pasan 30 años felices en la vida de Alfonso dedicado a la misión, la dirección de su grupo y a la publicación de sus obras.
Alfonso muere en Pagani, el día 1 de agosto de 1787, a la hora del ángelus. Tenía más de 90 años. Fue beatificado en 1816, canonizado en 1831 y proclamado doctor de la Iglesia en 1871.
Alfonso solía decir que la vida de los sanos es Evangelio vivido. Esto se lo podemos aplicar a él mismo. Sus ejemplos inquietan y arrastran. ¡A veces nos asusta enfrentarnos a un hombre como éste, que era capaz de vivir tan radicalmente el Evangelio!
Hoy, los Misioneros Redentoristas, continuamos anunciando el misterio gozoso de la redención abundante y generosa en toda la Iglesia. Los redentoristas, como Alfonso, no somos propagandistas de una doctrina, somos testigos de Cristo que viene al encuentro de la humanidad.
Alfonso murió. Su sueño, sin embargo, continúa vivo en la vida de sus seguidores. Especialmente debido a la labor de Clemente María Hofbauer, los redentoristas se esparcen por el mundo entero. En ellos, el Redentor continúa derramando vida en el corazón de los que no cuentan para el mundo y en el de los abandonados. La Congregación del Santísimo Redentor es lugar y presencia donde el Redentor prosigue su misión: “He sido enviado a evangelizar a los pobres”.
¡Alfonso!, ¡Gracias por tu vida, por tu sueño, por tu horizonte de tan amplias miras! En nombre de los pobres abandonados,
¡Gracias de corazón!
¡Felicidades a quienes lleven este nombre y a los Padres Redentoristas.
¿Qué tipo es el alimento busco?
Santo Evangelio según san Juan 6, 24-35. Domingo XVIII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ven a ser el alimento de mi alma porque sólo Tú eres mi fortaleza.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 24-35
En aquel tiempo, cuando la gente vio que en aquella parte del lago no estaban Jesús ni sus discípulos, se embarcaron y fueron a Cafarnaún para buscar a Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste acá?» Jesús contesto: «Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto signos, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna, y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello».
Ellos le dijeron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?» Respondió Jesús: «La obra que Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado». Entonces la gente le preguntó a Jesús: «¿Qué signos vas a realizar tú, para que lo veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo».
Jesús les respondió: «Yo les aseguro: no fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En este domingo Jesús viene a ser nuestro compañero, «cum panis» –el que comparte el pan. El Evangelio que meditamos se ubica después de la multiplicación de los panes. Mucha gente seguía a Jesús, no porque vieran en Él al mesías, al hijo del Dios vivo, sino por haber comido gratis sin darse cuenta del signo que había detrás.
Nuestro recorrido por la vida es un continuo camino, como el pueblo de Israel por el desierto después de haber salido de la esclavitud. Dios nos acompaña, nos alimenta con el pan vivo que ha bajado del cielo que es la Eucaristía como nuevo y verdadero maná; pero nosotros, como los israelitas, nos acostumbramos a este alimento y nos empezamos a quejar por el calor abrasador de nuestros problemas, nos quejamos de los guías que Dios ha elegido y nos encerramos tanto en nuestra propia vida que perdemos la perspectiva de la compañía real y cercana de Dios. En definitiva, es más fácil decir Dios no existe, ¿de qué me sirve a mí un Dios lejano? Cuando esto sucede empezamos a buscar otros alimentos podridos, otros falsos dioses creados a nuestra imagen y semejanza que, llenando el vientre con la banalidad de las alegrías pasajeras, nos dejan más vacíos en nuestro interior, en nuestro ser verdadero.
¿Qué tipo de pan queremos comer este día? Si elegimos el pan vivo que ha bajado del cielo, nuestra alegría será completa y nuestras fuerzas se renovarán para hacerle frente a esta semana.
«Además, el “Pan de cada día”, no lo olvidemos, es Jesús. Sin él no podemos hacer nada. Él es el alimento primordial para vivir bien. Sin embargo, a veces lo reducimos a una guarnición. Pero si él no es el alimento de nuestra vida, el centro de nuestros días, el respiro de nuestra cotidianidad, nada vale, todo es guarnición.
Pidiendo el pan suplicamos al Padre y nos decimos cada día: sencillez de vida, cuidado del que está a nuestro alrededor, Jesús sobre todo y antes de nada».
(Homilía de S.S. Francisco, 21 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy recibiré a Cristo en la Eucaristía con la consciencia de que Él es quien nos da la vida nueva. Si no lo puedo hacer sacramentalmente, le pediré que venga espiritualmente a mi corazón.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿La Biblia considera impuro a algún alimento?
Lo que entra por la boca no hace impura a la persona (Mt 15, 11)
La prohibición de consumir ciertos alimentos es algo habitual en la inmensa mayoría de las sectas. La dieta de las sectas no viene provocada por razones higiénicas o culturales, como es el caso del judaísmo o del islam, sino que es consecuencia directa de una política de sus dirigentes, encaminada a conseguir que el adepto adquiera una identidad claramente diferenciada. A ello se debe que haya prescripciones dietéticas en los mormones, los adventistas, los testigos de Jehová y en prácticamente todas las sectas orientalistas. Pocas cosas sirven mejor para marcar distancias que la diferencia en la dieta o en la manera de vestir.
El Antiguo Testamento no prohíbe a los no judíos ningún alimento: El Antiguo Testamento establece una diferencia evidente entre los hijos de Israel y el resto de la humanidad. Ciertamente, los primeros se hallan sometidos (a partir de Moisés) a una dieta que se ha denominado convencionalmente levítica, en la que no sólo entra en juego la prohibición de ciertos alimentos, sino también de ciertas formas de sacrificarlos y cocinarles.
Ahora bien, para el no-judío, o sea, el no adepto no existía ninguna obligatoriedad de guardar esas normas dietéticas. Como dice Dt 14,21, incluso podían comer animales que no habían sido sacrificados ritualmente y que, por tanto, resultaban impuros por estar sin desangrar.
Jesús declaró puros todos los alimentos: Pablo nos ha transmitido la clara convicción de la Iglesia primitiva de que Cristo había nacido bajo la ley y la había cumplido para rescatarnos de la misma: “Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Gal 4,4-5).
Por lo tanto, el que Jesús cumpliera con las leyes dietéticas de la ley de Moisés está fuera de discusión; como también lo está el que ciertamente fue circuncidado y el que celebró las fiestas judías. Ahora bien, lo que sí es evidente es que Jesús se preocupó de marcar los senderos por los que discurrirá con posterioridad la Iglesia apostólica; y entre ellos se hallaba el de la emancipación de la ley de Moisés, que no tenía sentido teológico tras su venida. Que esto incluía abolir las distinciones entre alimentos puros e impuros se desprende de los mismos evangelios: “Luego llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchadme bien todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, cuando entra en él, pueda convertirlo en impuro. Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír que oiga». Y luego, tras retirarse de la gente, cuando entró en casa le preguntaron sus discípulos sobre la parábola. Él les dijo: «¿Tampoco vosotros lo entendéis? ¿No comprendéis que todo lo que entra en el hombre desde fuera no puede hacerle impuro, porque no penetra en su corazón, sino en el vientre y va a dar en el retrete?» Así declaraba puros todos los alimentos. Y añadía: Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre” (Mc 7,14-20).
Los apóstoles enseñaron que los cristianos podían tomar todos los alimentos: “Al día siguiente, mientras iban de camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la terraza para hacer oración. Le dio hambre y sintió deseos de comer algo. Mientras se lo preparaban le sobrevino un éxtasis y vio los cielos abiertos y una cosa que se asemejaba a un gran lienzo que descendía hasta la tierra, atada por sus cuatro extremos. En su interior había todo tipo de animales de cuatro patas, reptiles de la tierra y aves del cielo. Y una voz le dijo: «Levántate, Pedro, mata y come». Pedro respondió: «De ninguna manera, Señor; jamás he comido nada profano e impuro». La voz le dijo por segunda vez: «Lo que Dios ha purificado no lo llames profano». Aquello se repitió por tres veces e inmediatamente la cosa fue elevada hacia el cielo” (Hech 10,9-16).
La abstinencia y el ayuno, por otra parte, son sanas costumbres bíblicas practicadas en el Antiguo y Nuevo Testamento que seguimos los católicos a ejemplo de Jesús y los Apóstoles – durante la Cuaresma y a lo largo del año.
San Ignacio de Loyola, un loco de amor por Jesucristo
Un infatigable peregrino; un buscador incansable de la voluntad de Dios.
Es verdad, se ha escrito mucho sobre la vida y obra de San Ignacio de Loyola, más nunca suficientemente. Cada uno de nosotros los jesuitas podríamos, con todo derecho, decir quién es Ignacio para cada uno. También todas las personas, hombres y mujeres, que hoy se nutren de la espiritualidad ignaciana podrían compartir quién es Ignacio y qué ha significado en su vida.
Podríamos empezar por identificarlo como aquel caballero y gentilhombre, el cortesano, el aguerrido, el herido de Pamplona, el buscador, el místico, el contemplativo, el enamorado, el compañero, el maestro de la sospecha y del discernimiento, el hombre de los Ejercicios Espirituales… hasta el fundador y Padre de la Compañía de Jesús. Y es que la biografía de San Ignacio de Loyola es tan amplia y diversa que podemos encontrar en él a un santo bien humano en cuya vida cualquiera de nosotros puede verse reflejado y sentirse identificado. Por ejemplo, personalmente, recuerdo que antes de entrar a la Compañía a mí me conmovió mucho la elocuente honestidad con la que define gran parte de su vida en su Autobiografía “Hasta los veintiséis años fue un hombre dado a las vanidades del mundo”.
Esa sola frase me hizo sentirme atraído por su historia y su persona hasta llevarme a tocar las puertas de la Orden.
No obstante, en la medida en que le he conocido más profundamente, me ha seducido mucho más su faceta de peregrino, tal y como él se define a sí mismo en sus escritos espirituales. Un infatigable peregrino; un buscador incansable de la voluntad de Dios que, seducido completamente por su “Criador y Señor”, era muy sensible a los movimientos del buen Espíritu en su interior. Así nos lo cuenta Jerónimo Nadal, uno de los primeros jesuitas.
El maestro Ignacio encaminó su corazón hacia donde lo conducía el Espíritu y la vocación divina; con singular humildad seguía al Espíritu, no se le adelantaba; y así era conducido con suavidad a donde no sabía. Aquel peregrino era un loco de amor por Jesucristo. Desde que Dios entró en su corazón comenzó a recorrer los caminos de Europa buscando el mejor modo de amar y servir. La pasión de su vida fue buscar y encontrar a Dios en todas las cosas.
Ese cojo peregrino de Loyola que, gracias a su dolorosa herida sufrida en Pamplona, pudo hacer un alto en su vida para encontrarse cara a cara consigo mismo y preguntarse con toda franqueza qué es lo que realmente quería para su vida y abrirse así a la gracia del Señor. Ese peregrino nos enseña que el seguimiento del Señor Jesús es un camino de suavidad que implica un hondo conocimiento de uno mismo y conocer internamente el corazón de Cristo para dejarse conducir “sabiamente ignorante” hacia los horizontes más insospechados de nuestros propios deseos y anhelos. San Ignacio no es un místico que vaya por el camino de las nadas; al contrario, Ignacio es un místico del todo. No le tiene miedo a la fuerza de su imaginación para recrear las escenas del Evangelio en sus propias contemplaciones.
La espiritualidad que nos ha heredado es una espiritualidad sensual que, por medio de la aplicación de los sentidos, nos enseña que podemos rastrear la presencia de Dios en todas las cosas creadas sobre la faz de la tierra porque no hay ninguna división entre lo sacro y lo profano, todo y todos somos motivo de encuentro con Dios, por eso nos invita constantemente a: “encontrar a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Él”. Sin división y sin confusión.
Un peregrino metido hasta las entrañas en los “negocios” prácticos de este mundo, pero con un corazón grande y una amplia mirada para contemplar con asombro la belleza cautivadora de la creación, al punto de amar apasionadamente a este mundo y a esta vida nuestra. Así nos lo cuenta Diego Laínez, otro de los primeros jesuitas:
Ignacio se subía a la azotea por la noche, de donde se descubría el cielo libremente; allí se ponía en pie, y sin moverse estaba un rato con los ojos fijos en el cielo; luego, hincado de rodillas, hacía una adoración a Dios; después se sentaba en un banquillo, y allí se estaba con la cabeza descubierta, derramando lágrimas hilo a hilo, con tanta suavidad y silencio, que no se le sentía ni sollozo, ni gemido, ni ruido, ni movimiento alguno del cuerpo.
Un peregrino que nos enseña que para ser contemplativos no hay que fugarnos del mundo, sino habitar en él, porque es posible ser verdaderamente contemplativos en la acción. Asimismo, nos comparte que, aunque la soledad y el silencio son indispensables para el encuentro con Dios, también en la comunidad, especialmente en las necesidades de nuestros hermanos y hermanas, podemos contemplar una presencia claramente divina.
En medio del ruido y del caos de las ciudades podemos escuchar la voz silenciosa del Señor que nos invita constantemente a “en todo amar y servir”, no como una frase piadosa o un atractivo eslogan de un gran colegio o universidad jesuita, sino como un horizonte real de posibilidades abiertas y concreciones de realización infinitas. Debo aceptar que, como buen jesuita, cuando hablo de San Ignacio me suelo desbordar porque es nuestro padre y maestro. Sin embargo, quisiera cerrar este texto diciendo que lo que más me cautiva de Ignacio es que es un peregrino delicadamente sensible y con los pies bien puestos sobre esta bendita tierra nuestra. Cuando contemplo sus alpargatas con las que caminó y recorrió tantos y tantos caminos, no puedo más que inclinarme reverente; y con mi corazón conmovido, parece que escucho su tierna voz recordándome al oído aquello de que “el amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras” [EE,230]. Por eso, termino este escrito utilizando sus propias palabras, esas que solemos repetir constantemente a modo de oración preparatoria cada vez que hacemos Ejercicios Espirituales: Concédenos Señor “que todas nuestras intenciones, acciones y operaciones estén puramente ordenadas al servicio y alabanza de vuestra divina voluntad”.
La alegría, ¿un mandamiento?
¿Se puede mandar la alegría? Quizá podríamos responder que sí, si entendemos por alegría ese gozo de ser cristianos
Nos dejaría sorprendidos si alguien nos dijese: “te ordeno que seas alegre”. Porque la alegría no parece que caiga bajo ningún mandamiento. Porque, según parece, estar alegres, vivir en un gozo profundo, conseguir un estado de felicidad completa, se colocaría en un nivel que no depende de nuestras decisiones, propósitos o buenos deseos. Y si no depende de nuestra voluntad, tampoco podría ser mandado.
Sin embargo, en cierto sentido sí se puede “mandar” la alegría. San Pablo se atrevió a pedirlo con su pluma limpia, desde su escucha al Espíritu Santo. “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Flp 4,4).
Jesucristo mismo, al final de las bienaventuranzas, nos dijo: “Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos…” (Mt 5,12). O, como leemos en otro pasaje: “alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos” (Lc 10,20).
El mensaje cristiano es un mensaje de alegría. Es “Evangelio”, que significa “buena noticia” o “noticia alegre”. Es esperanza, es paz, es consuelo, es gozo profundo. Porque Dios ha entrado en la historia humana. Porque el demonio ha sido arrojado fuera. Porque la misericordia destruye el pecado. Porque el Hijo nos muestra el rostro del Padre. Porque la muerte ha sido derrotada. Porque el Señor tiene preparado un lugar para cada uno en el Reino de los cielos.
Necesitamos aprender a ver con alegría nuestra fe cristiana. Necesitamos presentarla con toda su belleza a los hombres. Lo recordaba en una de sus primeras entrevistas el Papa Benedicto XVI, poco antes de ir a Colonia para reunirse con los jóvenes de todo el mundo (agosto de 2005). A la pregunta ¿qué querría decir a los jóvenes? el Papa respondía:
“Quisiera mostrarles lo bonito que es ser cristianos, ya que existe la idea difundida de que los cristianos deban observar un inmenso número de mandamientos, prohibiciones, principios, etc, y que por lo tanto el cristianismo es, según esta idea, algo que cansa y oprime la vida y que se es más libre sin todos estos lastres. Quisiera en cambio resaltar que ser sostenidos por un gran Amor y por una revelación no es una carga, sino que son alas, y que es hermoso ser cristianos. Esta experiencia nos da amplitud, pero sobre todo nos da comunidad, el saber que, como cristianos, no estamos jamás solos: en primer lugar encontramos a Dios, que está siempre con nosotros; y después nosotros, entre nosotros, formamos siempre una gran comunidad, una comunidad en camino, que tiene un proyecto de futuro: todo esto hace que vivamos una vida que vale la pena vivir. El gozo de ser cristianos, que es también bello y justo creer”.
¿Se puede mandar la alegría? Quizá podríamos responder que sí, si entendemos por alegría ese “gozo de ser cristianos” que nace del mayor acto de “obediencia” que los hombres podemos hacer: la obediencia, llena de Amor, que nos permite acoger libremente al Hijo de Dios hecho Hombre por nosotros.
Acoger su Evangelio de esperanza y de misericordia, sentirlo presente y vivo en la Iglesia, recordar sus palabras desde la luz interior del Espíritu Santo, ¿no es una fuente de profunda alegría?
Podemos, por lo tanto, vivir alegres, darnos con gozo y sin miedos al Padre que nos ama, servir con entusiasmo a nuestro hermano. Vale la pena recordar siempre que “Dios ama al que da con alegría” (2Co 9,7) y que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35).
Entonces, sí se puede mandar la alegría. Porque también Dios nos ha mandado que le amemos desde su mismo Amor, desde su entrega plena, desde su Encarnación redentora, desde su Cruz humilde, desde una presencia callada y constante en su Iglesia. Amados y amantes, seremos felices, seremos dichosos, seremos perfectos como perfecto es nuestro Padre de los cielos.
Ayuda en momentos difíciles
No todos llegan a tener el alma disponible, ni perciben necesidades ajenas.
Cuando estalla una crisis, cuando empieza una guerra, cuando se difunde una epidemia, las reacciones son muchas, las alarmas se disparan, el miedo angustia, y se desean manos amigas y ayudas verdaderas.
Cuando hay un problema en la familia, cuando en el trabajo las cosas salen mal, cuando no llega el dinero para final de mes, el corazón agradece cualquier ayuda, cercanía, afecto.
Encontrar ayuda en los momentos difíciles, grandes o pequeños, alivia, fortalece, da ánimos. Somos seres sociales: nos gusta contar a nuestro lado con quienes, de verdad, salen de sí mismos y piensan en los d×
Si agradecemos infinitamente esa ayuda de un policía desconocido, de un médico desinteresado, de un conocido que llama para preguntar por nuestra situación, también nosotros podemos convertirnos en ayuda para otros.
Basta con abrir los ojos y descubriremos tantas necesidades. Es bueno empezar con los de cerca, familiares, amigos, conocidos, que quizá están pasando por un mal momento y necesitan alguien a su lado.
También podemos ir más lejos, a personas de la misma ciudad, o de la región, o del país. O a personas de tierras más lejanas, a las que podemos enviar pequeñas o grandes ayudas para aliviar sus sufrimientos.
El mundo empieza a ser diferente si más y más personas logran descentrarse, olvidarse de sí mismas, para entregarse a otros en los momentos difíciles que tarde o temprano llegan a todos.
Es entonces cuando hacemos realidad la invitación de Jesús a cuidar al enfermo, a dar de comer al hambriento, a vestir al desnudo, a visitar al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). No todos llegan a tener el alma disponible, ni perciben necesidades ajenas, si saben dejar a un lado sus proyectos personales cuando surge una emergencia, porque viven demasiado encerrados en sus asuntos.
Pero si más y más personas, desde la confianza en Dios y el amor auténtico hacia los necesitados, empiezan a ofrecer ayuda, el mundo mejorará, las penas se suavizarán, y lograremos vivir aquí en la tierra un poco como se vive en el cielo: con amor.
Los grandes filósofos de la modernidad, ¿han refutado a Dios?
No reflexionan sobre el Dios que conocemos, sino sobre la divinidad hegeliana, que no se le parece en nada.
Un cristiano dijo, hace algunas décadas, que la muerte de un niño es más terrible que toda la biblioteca del ateísmo. Eso es así porque la muerte de un niño es algo verdaderamente sobrecogedor, pero también porque el trabajo intelectual del ateísmo en su esfuerzo por negar a Dios no ha sido especialmente brillante.
El Dios de los ateos (Ed. Stella Maris), libro reciente de Carlos A.Marmelada (buen divulgador científico, Premio Arnau de Vilanova de Filosofía y experto en evolución) se centra en esta tesis: los grandes filósofos de la modernidad no han refutado a Dios, aunque muchas personas parecen partir de la idea de que sí lo hicieron.
La mitad de ellos no lo han hecho porque no reflexionan sobre el Dios de las religiones monoteístas, sino sobre la divinidad hegeliana (del filósofo alemán Hegel, que murió en 1831) que no se le parece en casi nada.
La otra mitad, porque han considerado que el tema lo resolvieron sus predecesores (se remiten sobre todo a Hegel o Feuerbach) y reconocen que en vez de reflexionar filosóficamente sobre el Dios cristiano se limitan apasionadamente a rechazarlo porque han sentenciado que les molesta.
Los filósofos clásicos que se estudian
El libro repasa el tema de Dios en los distintos filósofos clásicos y modernos que suelen figurar en los planes de estudio de bachillerato, un repaso perfectamente legible y recomendable para alumnos (aplicados) de ese nivel y para cualquiera que quiera asomarse a ello. Descartes, Spinoza, Hume, Kant, Marx, Nietzsche, Sartre, Camus y Popper son los principales autores que analiza Marmelada, junto con otros referentes como Bakunin o Heidegger.
Marmelada tiene claro que hoy en día, tanto entre los filósofos maduros como entre el joven «de a pie», más que ateísmo militante lo que hay es indiferentismo.
«Los ateos ya no se esfuerzan en dar argumentos de la no existencia de Dios, pues creen que esa tarea ya la concluyeron los grandes pensadores ateos», algo que piensan que sucedió entre 1850 y 1950.
Contra el «dios» de Hegel, no el de Cristo
Marmelada considera que casi todos estos autores se vieron marcados por Hegel, o directamente se remitieron a él. El existencialista Sartre, muy influyente en los años 60 y 70 y en la revolución sexual del 68, escribe su voluminoso libro El ser y la nada para mostrar que Dios no puede existir, porque es una idea contradictoria, entendiendo a Dios como un ser que es la nada.
Pero ¿en qué parroquia, sinagoga o madrasa se enseña que Dios sea «un ser que es la nada»? En ninguna. Ese «dios que es la nada» es el de la filosofía de Hegel.
Mucho antes de Sartre, el filósofo anarquista ruso Bakunin (muerto en 1876) también concebía a «dios» como el ser más vacío, «la nada, abstracción merta, el vacío absoluto». Está hablando del «dios» hegeliano, y consideraba a Hegel «el mayor genio que ha existido después de Aristóteles y Platón».
Marx y las clases de ateísmo científico en la URSS
El hombre más influyente en la historia de la expansión del ateísmo en el mundo, Karl Marx, no dedicó ningún esfuerzo a demostrar que Dios no existe. Lo daba por supuesto.
«El comunismo empieza en seguida con el ateísmo», escribió. El ateísmo era para él una postura de salida que consideraba ya probada y demostrada y que por lo tanto ya no le interesaba tratar ni debatir. Marx pedía al hombre dedicarse a su aplicación práctica: la revolución y la construcción del comunismo.
Marmelada no lo detalla, pero el desinterés de Marx por el ateísmo filosófico lo sufrieron durante la Guerra Fría una tercera parte de la humanidad que estuvo sometida a regímenes comunistas. En ciertos niveles escolares en la URSS y Europa del Este, se debía estudiar la asignatura «Ateísmo Científico». Las clases tenían que rellenarse con citas de Engels que reciclaban a Feuerbach, porque Marx casi no escribió del asunto, al considerarlo ya despachado. Cuando Engels ya no daba más de sí, la clase se limitaba a citar congresos y documentos del Partido local y sus organizaciones satélite.
La tesis de fondo del ateismo marxista siempre era la de Feuerbach: la idea de Dios impide que el hombre se ponga en el centro. Se deduce que quitando a Dios, el hombre desarrollará su capacidad, que consiste en hacer la revolución, implantar el comunismo y llegar al famoso «futuro luminoso» (que en la vida real nunca llegó).
En inglés «Communist Party» puede significar «Partido Comunista» o «fiesta comunista»; Marx -siguiendo a Feuerbach- da por supuesto que para potenciar al hombre (y cambiar la sociedad) hay que rechazar a Dios
El «dios» vacío de Spinoza y la paradoja de Kant
Otros autores que filosofaron sobre Dios acudieron a los textos de Baruch Spinoza, judío sefardí nacido en Holanda en 1632, sin fe, que escribió mucho sobre «dios», pero que presentaba un «dios» panteísta, nunca personal, sin voluntad, sin entendimiento, apenas una fuerza u orden eterno.
Si Feuerbach predicó en el siglo XIX que al disminuir Dios crece y se beneficia el hombre, en parte es porque Spinoza lo apuntó antes. Y el sefardí fue uno de los pocos filósofos admirados por Nietzsche
Marmelada considera que otro autor influyente en el indiferentismo del hombre moderno hacia Dios es Kant. Es paradójico porque una de las razones de Kant para escribir «Crítica de la razón pura» en 1781 era «cortar las mismas raíces del materialismo, del fatalismo, del ateísmo, de la incredulidad librepensadora, del fanatismo y la superstición».
Pero fracasó en esa vía y en cambio convenció al mundo de que el hombre no puede conseguir conocimientos objetivos válidos, haciendo a muchos desconfiar de la metafísica, y por lo tanto, de Dios como idea racional.
Nietzsche: son sus gustos, no su intelecto
Nietzsche, que murió en 1900, ha inflamado la pasión e imaginación filosófica de miles de jóvenes durante más de un siglo, predicándoles contra Dios. Pero sin dar argumentaciones racionales contra su existencia.
Niega a Dios porque no le gusta, y así lo declara. «Es nuestro gusto quien se pronuncia contra el cristianismo, no son ya nuestros argumentos», tronaba en La gaya ciencia.
Ya en sus escritos juveniles declaraba: «Mi corazón altivo no soporta que los dioses lleven el cetro».
Un meme de propaganda atea actual usando a Nietzsche, que al contrario que Marx aún mantiene atractivo sobre muchos jóvenes occidentales de sensibilidad poética y es muy estudiado en la universidad
Nietzsche no niega a Dios como resultado de haber usado su genio e inteligencia en reflexionar racionalmente sobre el tema durante largos años de maduración, sino como rebeldía juvenil, adolescente. No es el razonar, sino su «corazón altivo» quien le mueve contra Dios. Por otra parte, también él cuando se anima a dedicar algún esfuerzo a filosofar sobre «dios» no piensa en el Dios teísta sino en el hegeliano, definido como «lo más vacío».
Si Sartre de niño hubiera conocido un cristiano de verdad…
También Sartre niega a Dios sin haber reflexionado filosóficamente sobre el Dios cristiano. Como para Marx y Nietzsche, necesita negar a Dios, o declararlo irrelevante, porque ese es su punto de partida para proclamar la «libertad» para el hombre.
En la práctica Sartre es hoy mucho más influyente que el fracasado Marx. Ha triunfado su negación de la moral, su relativismo…
Declaraba que lo coherente con el ateísmo no era proponer una moral laica (como declaran con la boca muchos socialistas hoy en el debate social) sino la amoralidad (que es lo que viven en la práctica las masas indiferentes a Dios) y el «consecuencialismo ético». En sus palabras: «Todos los medios son buenos cuando son eficaces».
Una web «secularista» usa este meme de Sartre como propaganda contra Dios…
Sartre siempre se declaró ateo. ¿Qué llevó a Sartre a su desprecio de Dios? No fue una profunda reflexión filosófica, sino su experiencia infantil y adolescente.
Él rezaba de niño sus oraciones todos los días, «en camisón, de rodillas en la cama, con las manos juntas», porque lo pedía su madre, que era católica pero no supo transmitirle la fe.
«En el Dios al uso que me enseñaron no encontré al que esperaba mi alma: necesitaba un Creador y me dieron un gran Patrón», escribiría sobre su infancia.
Además, su abuela luterana era mundana e indiferente y su abuelo luterano dedicaba mucho tiempo y esfuerzo a criticar con cinismo a los católicos, la Virgen, Lourdes, Bernadette, la devoción popular…
«Me vi conducido a la incredulidad no por el conflicto de los dogmas, sino por la indiferencia de mis abuelos», escribiría.
Sartre quizá habría sido un buen cristiano si de adolescente hubiera encontrado ejemplos de cristianos coherentes. De hecho, en Las Palabras, no critica a los cristianos por fanáticos sino por tibios.
«La buena sociedad creía en Dios para no hablar de Él. ¡Qué tolerante, qué cómoda era la religión! El cristiano podía faltar a misa y casar a sus hijos por la Iglesia, no estaba obligado a llevar una vida ejemplar ni a morir desesperado. En nuestro medio, en mi familia, la fe no era más que un nombre de ostentación».
Relata dos incidentes infantiles de poca relevancia… excepto para él, que fueron detonantes para abrazar la impiedad. En una redacción sobre la Pasión en el colegio, le dieron sólo un segundo premio. El niño ya era un escritor ensoberbecido y se decidió vengar en Dios: «en privado dejé de frecuentarle».
En otra ocasión, jugando con cerillas quemó una alfombrilla. «Dios me vio, sentí su mirada en el interior de mi cabeza y en las manos; estuve dando vueltas por el cuarto de baño. Me puse furioso contra tan grosera indiscreción, blasfemé, murmuré como mi abuelo: Maldito Dios, maldito Dios, maldito Dios. No me volvió a mirar nunca más».
Marmelada señala que algo parecido escribía Nietzsche sobre Dios: «Él tenía que morir; miraba con unos ojos que lo veían todo, veía las profundidades y la hondura del hombre, toda la encubierta ignominia y fealdad de éste, penetraba arrastrándose hasta mis rincones más sucios. Ese máximo curioso tenía que morir. El hombre no soporta que tal testigo viva», escribe en Así habló Zaratustra.
Camus y la burguesía tibia
La mediocridad burguesa del cristiano tibio también fue determinante en el caso del otro gran filósofo y escritor existencialista francés, Albert Camus, exponente de un ateísmo indiferentista.
De su infancia escribe su biógrafo Lottman: «en 1924 se era católico o laico y la escuela pública significaba ya una elección. La familia del niño era más supersticiosa que religiosa y nadie iba nunca a misa. Bautizo y últimos sacramentos, eso era todo».
Hizo la primera comunión y quizá fue una experiencia desagradable porque en una de sus obras semi-biográficas un cura da una injusta bofetada al niño protagonista en el banquete tras la comunión. Casi seguro le pasó lo mismo a Camus.
Marmelada, en El Dios de los Ateos, no comenta su acercamiento a la fe en sus últimos días.
Estos ejemplos dejan claro que los grandes filósofos del ateísmo no llegan a él por una profunda reflexión racional e intelectual, sino por razones personales o adoptando filosofías que otros han establecido antes (bebiendo de Feuerbach, que bebía de Spinoza, o de Hegel, que plantea un dios-nada filosófico, sin relación con el cristiano).
El problema del Mal
El libro de Marmelada pasa entonces a centrarse en el único gran tema filosófico que aún está vivo sobre Dios en el debate actual y el que más esgrime el ateo moderno militante: el problema del mal. ¿Si existe un Dios bueno, como dicen los cristianos, cómo es que hay mal en el mundo? O no es tan bueno como para querer quitarlo, o no es tan poderoso como para poder quitarlo: sería poco bueno o poco poderoso, y por eso no merecería ser llamado Dios.
Marmelada parece que intenta dar una respuesta filosófica ágil a este tema dolorosísimo.
Primero establece, siguiendo a Santo Tomás, que Dios permite y tolera -aunque no busca ni suscita- los males físicos, como el dolor, las catástrofes, etc… «en aras del bien que de ellos se pueda derivar».
Luego establece como «indudable» que Dios permite que se puedan dar también males morales (la posibilidad de que los hombres hagan cosas malvadas) también por un bien: el de la libertad humana.
Luego señala que Dios no tiene ninguna obligación de crear ningún mundo, y mucho menos un mundo que sea «el mejor de los mundos posibles», concepto que filosóficamente es complejo porque un ser omnipotente siempre podría hacer un mundo aún mejor.
¿Puede Dios todopoderoso hacer un mundo tan bueno que Dios mismo no pueda hacerlo mejor? Esta pregunta es equivalente a la de si puede Dios hacer un triángulo cuadrado. «No es que no pueda Dios, es que es irrealizable en sí mismo», dice Marmelada.
Añade que un mundo «perfecto» no sería un mundo, sino que sería otro Dios.
En el mismo momento que el mundo no es Dios, sino una creación, algo con finitud, límites, limitaciones, es evidente que en el mundo hay espacio para el mal.
Anunciar el evangelio a los indiferentes
El libro finaliza con una reflexión sobre la evangelización al hombre de hoy, que no es un filósofo ateo militante equipado de profundos razonamientos contra Dios, sino un indiferente que arrastra heridas y miserias personales como sus abuelos Sartre, Camus o Nietzsche.
Marmelada considera que, con todo, una persona no puede ser indiferente a Dios en todos y cada uno de los días de su vida. Hay momentos en que cada persona se hace la grandes preguntas sobre la vida, la muerte, el bien, el sentido y Dios.
El indiferente también quiere ser feliz y piensa sobre la felicidad. Marmelada, que ha sido docente casi 30 años, sabe que hacer pensar es una forma de llevar hacia Dios y propone algunas preguntas que «despierten» al indiferente que cree no necesitar a Dios.
Por ejemplo:
– ¿Por qué los derechos humanos han de ser universalmente válidos?
– ¿Por qué debería yo respetar la libertad de los demás?
– ¿Por qué es inaceptable que el poder político sea totalitario y use a las personas como cosas sin valor desechables (el caso paradigmático es el holocausto nazi)?
– ¿Cuál es el fundamento de la dignidad humana?
Marmelada considera que estos temas del debate social llevan «inevitablemente» a reflexionar sobre la Trascendencia.
Después plantea que la Nueva Evangelización ha de apostar por «la autenticidad frente a la apariencia». Sartre y Camus no conocieron cristianos auténticos, sólo una cultura de apariencias burguesas.
Es importante hacer comprender, dice Marmelada, que «los errores del cristiano no son fruto de la doctrina, sino de la falta de fe o de una fortaleza deficiente por parte de algunos de sus miembros».
Hay que insistir, dice, en que «la doctrina cristiana promueve la tolerancia, el diálogo paciente y el respeto a la libertad personal; otra cosa muy distinta es que haya habido personas concretas que hayan hecho lo contrario pensando que estaban representando el verdadero cristianismo».
Por otra parte, la sospecha de que el cristianismo es algo que incapacita para una vida plena y libre (sospecha de fondo de Feuerbach, Nietszche, Sartre…) debe ser refutada insistiendo en que «la felicidad eterna ha de ser disfrutada ya en esta vida, por lo que el cristianismo es una doctrina que promueve el goce y la fruición de la existencia terrenal en su máxima expresión, algo que se manifiesta en una alegría sobrenatural sincera».
Marmelada, al repasar la historia, ve que se han buscado distintos sucedáneos para sustituir a Dios y la religión. Cree que hoy el becerro de oro sustitutivo es el dinero y el poder entre las clases altas y el mero consumismo entre la populares. Pero eso no llena al hombre y las grandes preguntas seguirán ahí.
Como sucede con 60 Preguntas sobre Ciencia y Fe y otros libros de Stella Maris, El Dios de los ateos puede ser leído con provecho por estudiantes (buenos) de instituto y alumnos (no necesariamente aplicados, aunque sí interesados) de universidad, y por supuesto por cualquier persona que quiera reflexionar sobre estos temas.
Su mayor mérito es repasar de forma asequible que las grandes figuras de la filosofía atea entre 1850 y 1950 nunca abordan seriamente el tema de la existencia de Dios desde la razón, sino desde categorías hegelianas o traumas personales, o dan el tema por zanjado por otras figuras previas.
«El hombre actual, el incrédulo indiferentista postmoderno, es hombre y como tal tiene una apertura natural a la trascendencia, por lo que también tiene sed de Dios», concluye.
Este libro de Carlos Alberto Marmelada publicado en la editorial Stella Maris nos introduce en el apasionante mundo de las ideas y nos descubre que el dios que rechazan los ateos no es el Cristiano sino el de Hegel, Spinoza o Kant
¿Por qué el Papa es tan devoto de la Virgen del Silencio?
Facebook Fra Emiliano Antenucci
Hoy se celebra esta fiesta por primera vez en la historia de la Iglesia, pero Papa Francisco lleva ya tiempo promoviéndola
El papa Francisco saludó con un ‘gesto’ poco común a algunos peregrinos al final de la audiencia general del miércoles 22 de noviembre de 2017 en la plaza de San Pedro. Entre ellos se encontraba el fraile italiano, Emiliano Antenucci, 38 años, escritor y divulgador.
El gesto de llevarse el dedo a la boca – que significa a primera vista algo así como ‘no hagan bulla’- parecería un movimiento de mano ‘jocoso’ por parte del Sucesor de Pedro, pero que en realidad encierra un significado mucho más profundo.
Fray Antenucci compartió con nosotros detalles inéditos de una especial devoción que comparte con el papa Francisco: La devoción a la Virgen del Silencio.
Además, comentó los motivos por los cuales el Papa ha hecho colocar en el Palacio Apostólico del Vaticano una copia del cuadro para evitar las habladurías y los chismes.
La bendición de la Virgen del Silencio por parte del Papa
Fray Antenucci recuerda el 18 de mayo de 2015 como un día soleado en el que se despierta exaltado y le pregunta miedoso a la Madre de Dios: “¿Qué quieres de mí? Se haga la voluntad de Dios”. Eso sucede, antes de enterarse de la noticia que considera un signo divino.
Después de rezar las alabanzas y celebrar la misa, recibe el mensaje de Fray Jacques, un amigo que le avisa de algo ‘sorprendente’ y que le llena de emoción: El papa Bergoglio ha bendecido la copia de un cuadro de la Virgen del Silencio puesta en el Vaticano por iniciativa pontificia.
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Efectivamente, el L’Osservatore Romano ha confirmado. “Que la Virgen María interceda ante el Señor, para que todos los que entran en el palacio apostólico puedan tener siempre las palabras justas”, dijo el Sucesor de Pedro en su intensión confiada a la Virgen del Silencio.
La imagen, está situada entre los dos ascensores en la entrada principal del Palacio Apostólico, en el patio de San Dámaso y fue bendecida por el Pontífice el lunes 18 de mayo por la mañana, el mismo día del sobresalto desvelado de Antenucci.
“Cuántos crucifijos, pinturas, íconos el Papa recibe cada día, y tal vez los ponen en los sótanos del Vaticano o los donan o venden para hacer dinero para los pobres”, pensó fray Antenucci.
Un icono con mucho significado
Pero, «con el icono de la Virgen del Silencio no fue así, de hecho se colocó en un lugar para que todos lo vieran» y tiene hoy como custodio un guardia suizo.
El religioso sostiene que tiene el original de la imagen y es testigo de “todos los milagros que hizo, no sólo en Italia, sino también en México, Ecuador, Polonia y en otras partes del mundo”.
El ‘fraile del silencio’, ya había encontrado al Papa, por primera vez, el pasado el 15 de junio de 2016. “Nuestra Señora abre todas las puertas, incluso las del Vaticano”, contó.
“La Virgen se llama del Silencio, pero por experiencia puedo asegurar que ella habla más que otras Madonas”, opinó.
El papa Francisco y la «Virgen del Silencio» from Aleteia on Vimeo.
El joven fraile es un innovador, desde hace siete años enseña una vez al mes en un curso sobre el silencio que nació en Asís, la ciudad italiana donde predicó San Francisco, pero que se realiza ahora en Chieti, en la región de los Abruzos.
De hecho, ediciones San Paolo están preparando la traducción al español del libro, el Camino del Silencio, escrito por el franciscano, quien además exportó los retiros espirituales sobre el argumento hasta México.
Dictadura del ruido
– ¿Cuál es el mensaje que tiene la devoción de la Virgen del Silencio para nuestros días?
“El mundo está enfermo de ruido, por lo que el silencio es una «profecía» y es una forma de escuchar a Dios y escuchar a los demás. La devoción a la Virgen del Silencio nos dice con una mano de “quedarnos quietos” y con la otra nos propone un silencio adorador y lleno de asombro. María es la catedral del Silencio donde resuena la Palabra eterna”.
– ¿Existe una dictadura del ruido?
“Sí, pero la «dictadura del ruido» crea confusión, extravío y tristeza. El ruido nos hace sordos ante las cosas que realmente importan en la vida. El mundo nos propone la apariencia y el ruido que nos distrae de Dios, pero también del amor de nuestro prójimo”.
– ¿Qué novedad ofrece el silencio a la mujer o al hombre de nuestros días?
“El silencio nos hace ver verdades sobre nosotros mismos y los demás. Nos da la novedad de tener una visión renovada de la realidad y de los demás. Nos hace juzgar menos y amar más. El silencio nos abre a la misericordia de Dios, al perdón de los demás y a la expectativa de ser mejores”.
– ¿Hay silencios que nos hacen cómplices del mal?
“Sí, la cultura del silencio ante la criminalidad organizada y el silencio frente a la injusticia que destruye la caridad fraterna”.
El valor del silencio
– ¿Qué le dijo el papa Francisco en su último encuentro tras la audiencia general del miércoles (22.11.2017) sobre el silencio y la misión pastoral que ha emprendido?
“Me ha dicho que una copia de la Virgen del Silencio que yo tengo en original, la ha puesto en el Palacio Apostólico para evitar todas las habladurías que se hacen y me animó a seguir por el camino del Silencio. Estaba muy feliz, mirando la portada del libro (El Camino del Silencio), y luego, al final de la audiencia, (pasando en el papamóvil) nos saludó con un agradable gesto del silencio (Ver el vídeo)”.
– ¿Cómo inicia esta misión de difundir el silencio?
“La experiencia nació en Asís, por una inspiración que tuve, asistida por el sabio consejo de la madre, Anna Maria Cànopi, abadesa del monasterio benedictino de la isla de S. Giulio d’Orta (NO), que ha examinado y aprobado el método del ‘libro de la vida’. El curso del silencio tiene un equipo de expertos en varios ámbitos”.
– ¿Cuál es el método del curso del silencio?
“El camino trazado en el «Libro de la vida» es un método de cristoterapia dirigido a los jóvenes, con tres pasos para sanar las enfermedades del alma: el silencio, la Palabra de Dios y la Eucaristía”.
– ¿Cual es el propósito del curso?
“La experiencia no se convierte en un simple fin de semana de oración, sino que busca educar a un joven en un método que le permita mantener una unión constante y diaria con Dios que se extienda a lo largo de su vida”.
El Papa molesto con quienes no hacen silencio en la Misa
Esta devoción mariana tiene un nexo teológico en la enseñanza de San Agustín que decía al respecto: «La palabra debe nacer del silencio y éste de la palabra. … Para ver a Dios es necesario el silencio”. En efecto, el Papa se ha mostrado molesto con quienes charlan, distraen y se distraen en la misa.
A la misa “no vamos a un espectáculo, vamos a encontrarnos con el Señor y el silencio nos prepara”, dijo el Papa que ha dedicado las catequesis de los últimos dos miércoles sobre la Eucaristía.
El Obispo de Roma ha sido noticia por tronar contra los fieles, sacerdotes y hasta obispos, que usan teléfonos móviles para hacer selfies y videos en las misas como si fuera “un espectáculo” o recriminando a quien charla con el vecino durante la misa al estilo ‘salón de té’.
El Papa: ¿Cómo saber si tu fe es madura?
Antoine Mekary | ALETEIA
Las palabras del Papa Francisco en el rezo del Ángelus
¿Por qué buscamos al Señor? ¿Cuáles son las razones de nuestra fe? Estas son las preguntas que el Papa Francisco dirige a los fieles en el Ángelus después de recordar el Evangelio de hoy que «presenta algunos barcos que se dirigen hacia Cafarnaum». La multitud va a buscar a Jesús.
«Podríamos pensar que es algo muy bueno, pero el Evangelio – enfatiza el Pontífice – nos enseña que no basta con buscar a Dios, también debemos preguntarnos por qué lo buscamos».
«Necesitamos discernir esto, entender cuáles son las razones de nuestra fe» porque entre las muchas tentaciones – dice el Papa – hay una que podríamos llamar tentación idólatra «.
Es lo que nos impulsa a buscar a Dios para nuestro propio uso y consumo, a solucionar problemas, a tener, gracias a Él, lo que no podemos obtener por nosotros mismos. Pero así la fe permanece superficial y milagrosa: buscamos a Dios para alimentarnos y luego nos olvidamos de él cuando estamos llenos.
En el centro de esta fe inmadura no hay Dios, están nuestras necesidades. Es correcto presentar nuestras necesidades al corazón de Dios, pero el Señor, que actúa mucho más allá de nuestras expectativas, desea vivir con nosotros sobre todo una relación de amor. Y el amor verdadero es desinteresado, es gratis: ¡no te encanta recibir un favor a cambio!
Más allá de la lógica del interés y el cálculo
Francisco luego hace otra pregunta, la que la multitud le dirige a Jesús: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»
Jesús muestra el camino: responde que la obra de Dios es acoger al enviado del Padre, es decir, él mismo, Jesús, no añadir prácticas religiosas ni observar preceptos especiales; es acoger a Jesús en la vida, vivir una historia de amor con Él. Será Él quien purifique nuestra fe. Solos no podemos.
Pero el Señor desea una relación de amor con nosotros: antes de las cosas que recibimos y hacemos, está Él a quien amar. Hay una relación con él que va más allá de la lógica del interés y el cálculo.
Jesús pan de vida
«Esto – subraya el Papa – se aplica a Dios, pero también a nuestras relaciones humanas y sociales»:
Cuando buscamos sobre todo satisfacer nuestras necesidades, corremos el riesgo de utilizar personas y explotar situaciones para nuestros fines. Y una sociedad que se centra en los intereses en lugar de en las personas es una sociedad que no genera vida. La invitación del Evangelio es esta: en lugar de preocuparnos únicamente por el pan material que nos alimenta, acogemos a Jesús como el pan de vida y, a partir de nuestra amistad con él, aprendemos a amarnos unos a otros. Gratis y sin cálculos. Ama gratis y sin cálculos, sin usar personas, con gratuidad, con generosidad, con magnanimidad. Finalmente, el Papa Francisco nos exhortó a rezar «a la Santísima Virgen, que vivió la más bella historia de amor con Dios, para que nos dé la gracia de abrirnos al encuentro con su Hijo».