JUAN 16, 20-23
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos exhorta a orar con fe y esperanza: «Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, Él se lo concederá en mi Nombre». Invocar el nombre de Jesús es una forma efectiva de controlar la calidad y dar forma al contenido de nuestra oración.
Cuando oramos «por Cristo nuestro Señor» estamos asumiendo la postura y actitud de Jesús, alineándonos con Él, obligándonos a desear lo que Él desea. Por consiguiente, es totalmente consistente orar en el nombre de Jesús por la paz, la justicia, el perdón de nuestros enemigos, una fe mayor o la salud de aquellos a quienes amamos.
Esos son todos bienes que Jesús querría. ¡Pero sería anormal rezar por venganza contra nuestros enemigos en el nombre de Jesús, o por un Maserati, a través de Cristo nuestro Señor!
Que sean uno, como nosotros somos uno
Hemos ido deshojando el calendario pascual que ya toca a su fin. Últimos retazos de una primavera sembrada aquella mañana, donde los sudarios se encontraron bien colocados en una tumba vacía. Siembra hecha también tras la huella de los discípulos del resucitado. Un tiempo favorable para quienes confiamos en la vida más allá de la cruz y de una piedra corrida sobre la tumba silenciosa del olvido. Es hora de revisar también nuestro propio itinerario pascual como hijos de la luz recién amanecida. Los frutos deben ratificar que la Pascua no ha pasado por nosotros sin pena, ni gloria.
Pablo es consciente que se le está juzgando por la esperanza en la resurrección de los muertos. Testigo infatigable de la historia de salvación que Dios ha hecho en su propia historia de perdición. Ejemplo de valentía frente a nuestras cobardías, al silencio cómplice de nuestras vidas acomodadas donde ofrecemos a Dios los restos de nuestras agendas. Para quien realmente se cree lo que anuncia, no hay fronteras. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena, como proclama el salmista. Pablo, el apóstol de los gentiles, por el hecho de no haberse reservado el anuncio del Evangelio para su propio pueblo, sino de haber salido a los pueblos paganos, se convirtió en modelo de unidad, porque buscó que todos conocieran la verdad y con ello le dió vida a lo que el Maestro mandó, «que todos sean completamente uno».
La unidad entre los cristianos siempre ha sido y será, desde el principio el inicio una de las dificultades con las cuales se ha tenido que luchar, porque el mal sabe que en la división está su triunfo. Nuestras guerras silenciosas, de intereses solapados, llenas de celos y envidias en busca de ese poder que nos ciega son el mayor escándalo que podemos ofrecer ante esta sociedad que tanto espera justificar su no a Dios. Divisiones, en muchas ocasiones, por motivos absurdos y con demasiado poco peso.
Cuantos cristianos en la actualidad, dividen y quebrantan sin ningún remordimiento de conciencia y lo que más duele, es que se amparan bajo una actitud piadosa pero vacía, bajo un fanatismo pobre que no hace más que destruir la fe de muchos que desean encontrarse con la verdad, que buscan el rostro de Dios para poder reconstruir sus corazones lacerados por tanto odio y dolor existentes en un mundo impregnado por la cultura de la muerte. Entran en la Iglesia de Cristo deseando encontrar la paz y la dulce armonía del resucitado y se topan con el escándalo de la división y el desconcierto. Todas estas divisiones son un freno para la evangelización, pues el mundo sólo creerá en los cristianos en la medida que nos vea unidos y caminando como una sola familia de fe.
Por tanto, les invito a que hagamos el compromiso a favor de la unidad y la paz donde quiera que estemos. Intentar tratar con aprecio y afecto a aquellos que quizás no son católicos pero que desean encontrarse con la verdad, ser artesanos de concordia, de unidad y de paz. No ganamos nada y perdemos mucho cuando nos prestamos a apoyar ideas que minan la unidad; busquemos más bien el diálogo evangélico. Que Dios nos ayude para que un fruto de esta Pascua que llega a su fin, sea el don de la unidad.
Debemos ser uno, uno solo, como Jesús y el Padre son uno». Y este es precisamente «el desafío de todos nosotros los cristianos: no dar lugar a la división entre nosotros, no dejar que el espíritu de división, el padre de la mentira entre en nosotros. buscar siempre la unidad. Cada uno, naturalmente, es como es, pero debe buscar vivir en la unidad: «¿Jesús te ha perdonado? Perdona a todos. El Señor rogó para que lográramos esto. a Iglesia tiene mucha necesidad de esta oración de unidad. (Homilía Casa Santa Marta, 21 mayo 2015)
Marcelino y Pedro, Santos
Memoria Litúrgica, 2 de junio
Mártires
Martirologio Romano: San Marcelino, presbítero, y san Pedro, exorcista, mártires, acerca de los cuales el papa san Dámaso cuenta que, durante la persecución bajo Diocleciano, condenados a muerte y conducidos al lugar del suplicio, fueron obligados a cavar su propia tumba y después degollados y enterrados ocultamente, para que no quedase rastro suyo, pero más tarde, una piadosa mujer llamada Lucila trasladó sus santos restos a Roma, en la vía Labicana, dándoles digna sepultura en el cementerio «ad Duas Lauros» († c. 304).
Breve Semblanza
Muchísimas veces en la historia se ha confirmado el dicho: “El hombre propone y Dios dispone”, es decir, que a menudo Dios “dispone” lo contrario de lo que el hombre se ha “propuesto”. Fue lo que sucedió con los santos Marcelino y Pedro. San Dámaso, casi adivinando su misión de transmitir la memoria de innumerables mártires, como él mismo dice, escribió a un niño la narración del verdugo de los santos Marcelino y Pedro.
El “percussor” refirió que él había dispuesto la decapitación de los dos en un bosque apartado para que no quedara de ellos ni el recuerdo: incluso los dos tuvieron que limpiar el lugar que se iba a manchar con su sangre.
Los últimos tres versos, de los nueve que componen el poema 23 del Papa Dámaso, informan que los “santísimos miembros” de los mártires permanecieron ocultos durante algún tiempo en una “cándida gruta”, hasta cuando la piadosa matrona Lucila llevada por la devoción, les dio digna sepultura. El martirio se había llevado a cabo en donde hay se encuentra Torpignattara, a tres millas de la antigua vía Labicana, la actual Casilina. Constantino edificó ahí una basílica, cerca de donde reposaban los restos de su madre santa Helena, antes de que el emperador los hiciera llevar a Constantinopla. Más tarde fue violada por los Godos, y entonces el Papa Virgilio la hizo restaurar e introdujo los nombres de los santos Marcelino y Pedro en el canon romano de la Misa, garantizando así el recuerdo y la devoción por parte de Los fieles.
En Roma hay una basílica dedicada a los santos Marcelino y Pedro, edificada en 1751 sobre una base que parece se remonta a la mitad del siglo IV y en donde parece que se encontraba la casa de uno de los santos. Una Pasión del siglo VI habla de la vida del presbítero Marcelino y del exorcista Pedro, aunque tiene mucho de leyenda. Dicha Pasión cuenta que Pedro y Marcelino fueron encerrados en una prisión bajo la vigilancia de un tal Artemio, cuya hija Paulina estaba endemoniada. Pedro, exorcista, le aseguró a Artemio que, si él y su esposa Cándida se convertían, Paulina quedaría inmediatamente curada. Después de algunas perplejidades, la familia se convirtió y poco después dio testimonio de su fe con el martirio: Artemio fue decapitado, y Cándida y Paulina fueron ahogadas debajo de un montón de piedras.
Conocer al Padre y vivir en la esperanza
Santo Evangelio según san Juan 17, 20-26. Jueves VII de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Te alabo, Dios mío, con todo mi corazón y con todas mis fuerzas. Me acerco a tu presencia como un pobre pecador que no merece ser acogido, como la oveja perdida que ha escapado de su pastor o como el hijo pródigo que se ha ido de casa y ha malgastado todos los bienes. Y aun sintiendo tal indignidad me siento acogido en los brazos del Padre que jamás olvida o rechaza a sus hijos, sino que cada vez que vuelven los cura y los cuida entre sus brazos.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 17, 20-26
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre, no sólo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre en mí y yo en ti somos uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas como me amas a mí.
Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado desde antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y éstos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
A veces parecería que el mundo se encamina a un precipicio o que no tiene sentido. Al caminar por la calle y contemplar los rostros de las personas, uno puede darse cuenta de la inquietud en la que viven muchos y de la desilusión en la que están otros. Se puede llegar a pensar que cada día el mundo está peor, y podría ir creciendo en nuestra mirada una capa gris, que nos quita la esperanza.
Pero el cristiano no puede vivir sin esperanza porque para el cristiano hay un Padre que lo espera. Sin duda el camino es largo y cansado, muchas veces podremos vivir experiencias desagradables, incluso podemos llegar a sentir momentos en los que parece que nuestras fuerzas se han acabado por completo. Pero en el fondo debe permanecer firme la experiencia del amor, esa experiencia que nace del encuentro con ese Dios que me mira y que toca a las puertas de mi corazón todos los días para que contemple su misericordia. Que me hace descubrir, en medio de las tinieblas, la explosión luminosa de su amor. Que me hace sentir la fuerza de su abrazo acogedor.
Jesús, enséñame a hablar con el Padre como Tú lo haces. Enséñame a decir, como lo haría un niño, la palabra «Padre». Que jamás me aparte del camino que Él me ha trazado pues es ahí en donde puedo encontrar la plena felicidad. Enséñame a ver la vida con ilusión y esperanza.
«Ante las tragedias que golpean a la humanidad, Dios no es indiferente, no está lejos. Él es nuestro Padre, que nos sostiene en la construcción del bien y en el rechazo al mal. No sólo nos apoya, sino que, en Jesús, nos ha indicado el camino de la paz. Frente al mal del mundo, él se hizo nuestro servidor, y con su servicio de amor ha salvado al mundo. Esta es la verdadera fuerza que genera la paz. Sólo el que sirve con amor construye la paz». (Homilía de S.S. Francisco, 16 de abril de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, voy a rezar el Padre nuestro con especial atención en la palabra «Padre», recordando que en verdad estoy delante de mi Padre y que Él me escucha.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La Unidad
Si la unidad es una de las notas características de la Iglesia, ¡cómo no ha de serlo también de la familia que es la Iglesia doméstica!
“Vivían unidos y todo lo tenían en común…” (Hch 2, 44)
Cuando queremos vivir como auténticos discípulos de Jesús volvemos los ojos hacia los primeros cristianos, ya sea en los Evangelios o en los Hechos de los Apóstoles. Su ejemplo nos alienta aunque a veces parece sobrepasar nuestra realidad. A mí me tocó vivir un episodio que parecería sacado de los Hechos de los Apóstoles en un pueblo al sur de la ciudad de México.
Tomamos muy en serio eso de vivir una auténtica comunidad y no nos dábamos cuenta de lo que Dios había logrado en nosotros hasta que una familia muy querida padeció una desgracia. Desde hacía muchos años habitaba en una casona vieja cuya renta era barata. El matrimonio era muy trabajador, pero muy pobre y con muchos hijos; cada uno de ellos era un verdadero tesoro de cuyo valor se enriquecía nuestra parroquia.
De pronto les pidieron la casa porque en ese lugar se construiría un conjunto habitacional. Contaron sus penas al consejo parroquial y sucedió el milagro de la caridad real: un viejo nativo del pueblo ofreció un pedacito del terreno de su casa para que allí se construyera una que él tomaría a cuenta de renta. Un grupo de jóvenes se ofreció a edificar la casita. Entre los demás miembros del consejo se ofrecieron a dar el material y hubo quien se encargó de conseguir los permisos necesarios en la delegación. Muy pronto pudimos visitar a nuestros amigos en esa casita que era un signo de la unidad de la comunidad.
Desde entonces estoy convencido de que sí es posible formar una comunidad y vivir los ideales cristianos. Todo lo podemos porque es Dios quien da las fuerzas.
“Para que sean uno…” (Jn 17, 11)
La unidad era el ferviente deseo de Jesús y por ella hacía oración a su Padre. Nos quería uno. Pero nosotros no supimos ser uno. Le dimos la espalda al Espíritu Santo que es Espíritu de comunión y, llenos de soberbia, dividimos la Iglesia Una y ahora sufrimos nuestra falta de testimonio. Nos duele. Nos duele a todos, a católicos y a no católicos. Por eso pedimos constantemente al Padre de Jesús que seamos uno en ese movimiento nacido, indudablemente del Espíritu Santo, que se llama ecumenismo. Poco a poco vamos avanzando en busca de la unidad.
“Que se pongan de acuerdo para que no haya divisiones entre ustedes” (1 Cor 1, 10)
La desunión es un mal testimonio entre cristianos. La parroquia es la expresión de la Iglesia más cercana a la casa de los hombres. Podemos asistir a ella como espectadores o podemos pertenecer a ella como miembros activos y, entonces, seremos la comunidad parroquial. El mundo espera de nosotros un testimonio claro de unidad. La unidad nace del amor. Desde luego del amor a Dios por quien renunciamos al desmedido amor a nosotros mismos y buscamos su voluntad, pero también del amor a los demás miembros de la comunidad con quienes convivimos y trabajamos.
Si existe rivalidad entre dos grupos, ¡falta amor! Si hay protagonismo de un líder, ¡le falta amar!
Si el sacerdote no escucha, ¡le falta amar! Somos de Cristo y a Él es a quien, unidos, buscamos.
“El que ama a su mujer, a sí mismo se ama” (Ef 5, 28)
Si la unidad es una de las notas características de la Iglesia, ¡cómo no ha de serlo también de la familia que es la Iglesia doméstica!
Por el sacramento del Matrimonio los esposos dejan de ser dos y comienzan a ser una sola carne, unidos por la única cadena legítima: la del amor. Si los esposos se aman y se respetan, tendrán una familia unida en el amor. Indudablemente la mejor educación que se puede dar a los hijos es el testimonio de unidad de los esposos.
Rompe la unidad familiar, desde luego y en primer lugar, la infidelidad conyugal, el adulterio, que se considera en las Sagradas Escrituras como un pecado gravísimo, porque los esposo son signo del amor de Dios que es fidelísimo.
Pero también rompemos la unidad familiar cuando damos preferencia a otras cosas, incluso buenas, sobre la familia.
Que sean uno…
• Que sea una nuestra nación y que podamos reconciliar la pluralidad de intereses buscando el bien común.
• Que seamos uno con nuestros trabajos buscando la justicia y el acuerdo entre jefes y empleados.
• Que seamos uno con nuestros vecinos, haciendo a un lado lo que nos divide.
• Que seamos uno con nuestros amigos, con quienes compartimos gustos e intereses.
La vejez no debe ocultarse, es el «magisterio de la fragilidad»
Catequesis del Papa Francisco, 1 de junio de 2022.
Prosiguiendo con su serie de catequesis sobre la vejez, el Papa Francisco ofreció la 12º reflexión inspirada en el Salmo 71, que reza: «No me abandones cuando mis fuerzas flaqueen». En efecto, para introducir este tema se leyeron algunos versículos que expresan, entre otras cosas: Tú, Señor mío eres mi esperanza y mi confianza desde mi juventud. Desde el vientre de mi madre eres mi apoyo. Muchas angustias y adversidades me has mostrado: tú me darás de nuevo la vida, me levantarás de las profundidades de la tierra, aumentarás mi honor y volverás a consolarme. Al tomar la palabra, el Santo Padre explicó que en esta catequesis deseaba considerar, con el salmista, “la fragilidad y la vulnerabilidad presentes en la vida de los ancianos”. Se trata de una realidad, afirmó, que ya es dura en sí misma, que “da origen en nuestra civilización a situaciones de abandono, de engaños y de abusos contra las personas mayores”.
La cultura del descarte de nuestra sociedad
“Es paradójico que nuestra sociedad, tan avanzada en su presunta eficacia, propicie al mismo tiempo estas injusticias, cada vez más numerosas, que lejos de ser una excepción, muestran palpablemente la cultura del descarte que se ha apoderado de todos nosotros, de la sociedad”.
Ante esta situación Francisco dijo a los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, que “el salmista reafirma su confianza en el Señor, que es para él ‘la roca de refugio’”. En efecto, prosiguió, “cuando nuestras fuerzas se terminan, el Señor nos colma de seguridad y fortaleza”.
“Toda la sociedad debe sentirse interpelada por su incapacidad de convivir con la vejez, incapacidad que en ocasiones llega a hacer que los ancianos sean despojados de su dignidad y no se acepte la vulnerabilidad y fragilidad propias de esa etapa de la vida”.
Acoger el magisterio de la fragilidad
El Obispo de Roma invitó a “acoger el magisterio de la fragilidad, que la vejez pone antes nuestros ojos de manea creíble en todo el arco de la vida humana, pues todos tenemos necesidad de confiar en Dios e invocar su ayuda”.
“El magisterio de la fragilidad es necesario para realizar una reforma indispensable en nuestra civilización, pues la marginación de los ancianos afecta todas las etapas de la vida”.
Saludos del Papa
Al saludar cordialmente a los peregrinos de lengua española, el Santo Padre les dijo:
“Hagamos nuestra la súplica del anciano enfermo del salmo, la cual nos recuerda que en la oración y confianza en el Señor encontramos nuestra fuerza y refugio en los momentos difíciles de la vida”.
“Dirigimos a la Virgen nuestra insistente petición de paz”
A los fieles de lengua portuguesa, de modo especial a los grupos de peregrinos procedentes de Brasil y de Faro en Portugal y a los alumnos y profesores de la Escuela secundaria de Sobreira, Francisco les recordó que ayer, al finalizar el mes de mayo, dirigimos a la Virgen nuestra insistente petición de paz. Y agregó que “seguimos unidos a Ella, esperando un nuevo Pentecostés, pidiendo que el don del Espíritu Santo nos haga redescubrir caminos de diálogo y de unidad”, a la vez que los encomendó a la protección maternal de la Virgen María.
A los peregrinos de lengua inglesa, de entre quienes destacó especialmente a los procedentes de Inglaterra y Estados Unidos de América y a los numerosos grupos de jóvenes estudiantes, el Santo Padre les dijo:
“Al acercarse la solemnidad de Pentecostés, invoco sobre ustedes y sus familias una abundante efusión de los dones del Espíritu Santo”.
En sus saludos a las personas de lengua francesa, sobre todo a los alumnos del instituto de la Inmaculada Concepción de Laval y a los del Instituto del Oratorio de Lyon, Francisco les recordó:
“Nuestros mayores son un magisterio vivo”
“Nuestros mayores son un magisterio vivo. A través de su fragilidad nos enseñan la necesidad de abandonarnos al Señor y a los demás. Pidamos al Señor entrar, con fe, en la sabiduría de esta fragilidad para que haga nuestras sociedades más humanas y fraternas”.
También a los peregrinos de lengua alemana el Papa les deseó que el Espíritu Santo, “al que invocamos especialmente en estos días previos a Pentecostés”, les enseñe “el estilo de Jesús” y los “fortalezca en la verdad y el amor. Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra”.
“Hoy comenzamos el mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, fuente de amor y de paz”.
En su saludo cordial a los peregrinos polacos Francisco les recordó que “hoy comenzamos el mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, fuente de amor y de paz”. De ahí su invitación a que se abran a este amor y que lo lleven «hasta los confines de la tierra», “testimoniando la bondad y la misericordia que brotan del Corazón de Jesús”.
“Este llamamiento lo dirijo en particular a los jóvenes que se reunirán el próximo sábado en Lednica, un lugar significativo para la fe de los polacos”.
“Dios es siempre nuestra esperanza y nuestro apoyo”
A los fieles de lengua árabe, el Pontífice les dijo que “los ancianos, por su debilidad, pueden enseñar a los de otras edades de la vida que todos necesitamos entregarnos al Señor” e invocar su ayuda, “porque Dios es siempre nuestra esperanza y nuestro apoyo».
Por último, antes de rezar el Padrenuestro en latín y de impartir a todos su bendición apostólica, el Papa dio su cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana y saludó de modo especial a la representación de la fundación «Il Villaggio del Fanciullo» (La aldea del niño) de Lucca, acompañados por el arzobispo Paolo Giulietti. También saludó a los miembros de la Unidad Pastoral del Centro Histórico de Salerno; a los nuevos capellanes de las cárceles, que están participando en un encuentro formativo; y a la Banda de Castellana Grotte. Luego el Santo Padre dirigió su pensamiento, como es costumbre, a los ancianos, los enfermos, los jóvenes y los recién casados, a quienes les recordó:
“El próximo domingo celebraremos la solemnidad de Pentecostés”
«El próximo domingo celebraremos la solemnidad de Pentecostés. Que el Espíritu Santo sea para ustedes, jóvenes, como el ‘viento y el fuego’ que los preservan del letargo, impulsándolos al amor de los grandes ideales y al compromiso con la Iglesia y la sociedad. Que sea para ustedes, ancianos y enfermos, el ‘Consolador’ que los acompañe en su trabajo diario, dándoles la certeza del amor de Dios. Que sea para ustedes, recién casados, una fuente de ‘comunión’ que los haga crecer en el amor mutuo. Mi bendición para todos”.
El Don del Consejo
Los dones del Espíritu Santo y la oración. El Espíritu Santo nos habla al corazón, y nos ayuda a entender.
María y el don de consejo
Se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda,su madre le dice a Jesús: «No tienen vino». Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Hagan lo que él os diga. (Jn 2, 1-5).
Parecería un diálogo falto de lógica. Pero María ha comprendido lo que la lógica humana no ve y ha acertado en su indicación a los criados. Intuimos la presencia en su mente de otra luz, propia del don de consejo. Con este don la persona, bajo la inspiración del Espíritu Santo, juzga rectamente lo que conviene hacer, incluso en los casos más difíciles. «No faltan nunca problemas que a veces parecen insolubles. Pero el Espíritu Santo socorre en las dificultades e ilumina… Puede decirse que posee una inventiva infinita, propia de la mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables» (Juan Pablo II, 24 de abril de 1991).
El don del consejo y la virtud de la prudencia
El don del consejo perfecciona a la virtud de la prudencia. Por la prudencia discurrimos e investigamos cuidadosamente los medios más a propósito para alcanzar el fin inmediato a la luz del fin último. Con el don de consejo el Espíritu Santo nos habla al corazón, y nos da a entender de modo directo lo que debemos hacer. Así cuando llegó a la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén la noticia de la conversión de muchos griegos en Antioquía, enviaron allí a Bernabé, «hombre lleno de fe y del Espíritu Santo», para ver qué ocurre. Él por su parte toma la feliz decisión de ir a Tarso para buscar la ayuda de Saulo, y así da inicio al ministerio apostólico de Pablo (Hech. 1, 22-26). Sin duda, fue una decisión iluminada por el Espíritu Santo. Y cuando finalmente la Iglesia afronta la cuestión de la observación o no de la ley mosaica, la conclusión reza: «nos ha parecido a nosotros y al Espíritu Santo».
Frutos y petición del consejo
¿Cómo ayuda el don del consejo a la oración? Nuestra oración está llamada a influir en la vida: «No todo el que me diga: «Señor, Señor», entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial… Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca» ( Mt 7, 21. 24). Si el «hombre prudente» pone por obra la palabra escuchada en la oración, el don de consejo ayuda poderosamente a aclarar cuál es esta palabra concreta y su aplicación vital.
Para disponernos al don, necesitamos en primer lugar la humildad convertida en súplica: «Enséñame Señor a hacer tu voluntad porque tú eres mi Dios. Señor, muéstrame tus caminos, enséñame tus senderos» (Ps 143, 10; 25, 4). A veces Dios ilumina de pronto, sin previa reflexión; otras veces es una iluminación superior que guía nuestro razonar, pues el don perfecciona la virtud, no la elimina.
Luego, cultivemos el silencio del alma para dar espacio a la escucha del Espíritu. Callar sobre todo las preocupaciones, pasiones, apegos, todo lo que es ruído de la criatura. Y del yo. Cuándo escuchamos mucho ruído interior, podemos sospechar que allí no habla el Espíritu Santo.
Importa también la prontitud para poner por obra lo que le agrada al Divino Huésped. La persona ordinariamente dócil a sus inspiraciones, se hace cada vez más connatural con Él: «En el momento en el que lo acogemos y lo albergamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza a hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios… De este modo madura en nosotros una sintonía profunda, casi connatural en el Espíritu» (Papa Francisco, 7 de mayo de 2014).
Pidamos a María, Madre del Buen Consejo, que nos alcance la gracia de este don.
Santos Marcelino y Pedro: su verdugo se convirtió
Mártires, uno sacerdote y el otro exorcista. El emperador Constantino quiso que su madre santa Elena estuviera enterrada sobre su sepultura
San Marcelino y san Pedro son mártires de los primeros siglos del cristianismo, concretamente de tiempos del emperador romano Diocleciano. Marcelino era sacerdote mientras que Pedro era exorcista.
Los encarcelaron por ser cristianos pero tal era su afán apostólico en prisión que seguían evangelizando.El magistrado Severo dio orden de decapitarlos y dejar sus cadáveres en un bosque llamado Selva Negra para que nadie los encontrara. Aun así, el verdugo se convirtió al cristianismo.
Los cuerpos sin vida de Marcelino y Pedro fueron llevados por dos mujeres, Lucila y Fermina, a la catacumba de san Tiburcio, que ha pasado a llamarse con el nombre de ellos.
Allí el emperador Constantino mandó edificar una iglesia y quiso enterrar a su madre santa Elena en el lugar. Los restos de estos santos están en Selingenstadt, cerca de Fráncfort (Alemania).
Los santos Marcelino y Pedro son citados en el Canon Romano de la Misa.
Oración
Señor, tú has hecho del glorioso testimonio de tus mártires san Marcelino y san Pedro nuestra protección y defensa; concédenos seguir su ejemplo y vernos continuamente sostenidos por su intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.