Hechos de los Apóstoles 1:1:11 – Efesios 1:17-23 3:15-18 – Mateo 28:16-20

No, hermanos y hermanas. No hay contradicción entre la primera lectura y el evangelio que acabamos de escuchar. La primera lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, decía que Jesús despegará ante ellos […] y una nube se la llevó y la perdieron de vista. Y, en cambio, el evangelio decía: yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Parece que pueda haber una contradicción, porque por un lado se nos dice que una nube se la llevó y la perdieron de vista y, por otra, que seguiría en medio de ellos y que continuará están con sus discípulos a lo largo de la historia, todos los días hasta el fin del mundo.

La nube y el perderlo de vista, es una manera de decir que Jesús entra en una nueva realidad. Tal como decimos en el Credo, “por nosotros y por nuestra salvación descendió del cielo […] y se hizo hombre”, él estaba con Dios desde el principio (Jn 1, 2). Ahora, en la Ascensión, vuelve hacia Dios; lo decimos, también en el Credo: “se subió al cielo, donde se sienta a la derecha del Padre”. Sentarse a la derecha es una expresión, que también hemos encontrado en la segunda lectura, y que significa que Jesús participa plenamente de la señoría de Dios; de la gloria, del honor, de la autoridad, del amor infinito del Padre, en un ámbito divino que no es visible en nuestros ojos humanos. Jesús vuelve a la realidad de antes de hacerse hombre, pero llevando su cuerpo humano y sus heridas gloriosas, porque desde la encarnación ha quedado indisolublemente unido a nuestra naturaleza humana. En el seno de Dios, en lo más íntimo de la esencia divina, tenemos a un hermano nuestro en humanidad.

La ascensión, sin embargo, no aleja a Jesús de nosotros. Deja de ser perceptible a nuestros sentidos, pero sigue presente en medio de los suyos. De ahí la gran alegría de los discípulos después de la ascensión (cf. Lc 24, 52) y la de la Iglesia (cf. colecta) al celebrarla. La causa de esa alegría es doble. Por un lado porque el Señor y el Maestro ha vuelto a la gloria que le corresponde como Hijo de Dios; y, por otra parte, también porque no nos abandona sino que sigue estando en medio de los discípulos. Y no con una presencia estática. Sino con una presencia activa, sanadora, salvadora, portadora de gracia y de vida. Él mismo había dicho antes: no os dejaré huérfanos (Jn 114, 18). Y ahora les dice: yo estaré con vosotros todos los días, haciendo camino a su lado.

Tal y como decía el Apóstol en la segunda lectura, Jesucristo actúa en nosotros con su poder, nos comunica la fuerza de la vida nueva que viene de la resurrección, nos ilumina la mirada interior de nuestro corazón para que vivamos con la esperanza que también nosotros podremos participar de las riquezas de gloria que nos tiene reservadas cuando entramos a participar de la heredad que él nos quiere dar entre los santos en la gloria a la que él ha devuelto. Así Jesucristo, a lo largo de la historia, va conduciendo su cuerpo que es la Iglesia y cada uno de los miembros de ese cuerpo que somos los bautizados, hacia la plena participación de su vida.

La solemnidad de la ascensión nos hace comprender que la salvación está ya en nuestro interior de bautizados y que se desplegará en plenitud traspasado el umbral de la muerte. Todo por don de Dios gracias a la muerte y la resurrección de Jesucristo. Ser conscientes de esto nos hace vivir con alegría. Pero no podemos guardarlo para nosotros solos. Los dones que ya hemos recibido y que recibimos en virtud de la fe y de la gracia de los sacramentos, y la esperanza de la participación futura de la gloria de Jesucristo, deben traducirse en amor a los demás, sobre todo a los que sufren , a los que están tristes, a los que no tienen esperanza. Los dones recibidos y la esperanza que anida en nuestro interior deben traducirse, también, en contribución a construir la sociedad particularmente ahora que la pandemia merma en nuestra casa y nos encontramos con una crisis económica muy fuerte que tiene numerosas consecuencias en nivel social: crecen quienes pasan hambre, quienes han perdido el trabajo, quienes no pueden llegar a fin de mes, quienes experimentan de una forma u otra la precariedad. Entre todos –agentes institucionales, políticos, económicos, sociales, etc.- debemos encontrar la forma de crear una nueva realidad económica y social justa y solidaria. También la Iglesia -que es «experta en humanidad», como dijo san Pablo VI en la ONU-, debe aportar su reflexión sobre temas sociales y económicos y su experiencia, particularmente la vivida en los lugares de mayor pobreza y de mayor marginación del mundo. Si, como parece, la crisis nos empobrecerá todos, debemos trabajar ya desde ahora para que no crezcan más las desigualdades.

La ascensión, pues, lejos de evadirnos de la realidad humana, nos inserta plenamente. Desde el bautismo, hemos recibido la llamada a ser continuadores de la misión que Jesús confió a los discípulos: ser testigos de él con la fuerza del Espíritu Santo, anunciar el evangelio de la misericordia y de la curación de los corazones, col ·laborar a construir un mundo justo donde la dignidad de cada persona y de cada pueblo sea respetada y valorada, trabajar porqueè todos los pueblos conozcan y acojan a la persona de Jesucristo y su Palabra. Esta misión la hemos recibido desde el bautismo, pero debemos ejercerla toda la vida a nivel individual, hasta donde llegue nuestra irradiación, ya nivel comunitario, eclesial. La presencia de Jesús en nuestro interior de bautizados unida a la vivencia espiritual de la oración nos da luz y fuerza para llevar a cabo la misión recibida. La llamada que nos hace ir hacia la gloria a la que él ha llegado, nos es un ánimo que nos da esperanza.

No os dejaré. Yo estaré con vosotros todos los días. En la Eucaristía tenemos el momento más intenso de la presencia de Jesucristo resucitado en medio de nosotros. Está presente en la Palabra que hemos proclamado. Está presente en el sacramento de la Eucaristía que nos disponemos a celebrar y recibir. Está presente en cada hermano de nuestra asamblea o que se une a nosotros a través de los medios de comunicación. Acojámoslo, pues, en cada una de estas presencias, con amor y con agradecimiento. 

«Soportar: es más que tener paciencia, es llevar sobre los hombros, llevar el peso de las tribulaciones». También «la vida del cristiano tiene momentos así». Pero «Jesús nos dice: “Tened valor en ese momento. Yo he vencido, también vosotros venceréis”». Así, «esta primera palabra nos ilumina» para afrontar «los momentos más difíciles de la vida, los momentos que nos hacen también sufrir». (…) «confiar al Señor algo, confiar al Señor este momento difícil, confiarme a mí mismo al Señor, confiar al Señor a nuestros fieles; nosotros sacerdotes, obispos, confiar al Señor a nuestras familias, nuestros amigos». Es necesario saber decir al Señor: «Cuida de estos, son los tuyos». Es «una oración que no siempre hacemos: «la oración de confianza». Es una bella oración cristiana la que reza: «Señor te confío esto, llévalo tú adelante». Es «la actitud de la confianza en el poder del Señor, también en la ternura del Señor que es Padre» (…) «Tres palabras» que marcaron su reflexión: «tribulación, confianza, paz». No hay que olvidar nunca que «en la vida debemos ir por los caminos de la tribulación», porque «es la ley de la vida»; pero se debe siempre recordar, precisamente «en esos momentos», de «confiarse al Señor». (…) pidiendo que Dios «refuerce nuestra fe y esperanza», dándonos «la confianza de vencer las tribulaciones, porque él venció al mundo», y «donando a todos su paz». (Homilía Santa Marta, 5 mayo 2015)

John 16:29-33

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús les dice a los discípulos que ellos lo abandonarán, pero que no estará solo porque el Padre está con Él. Y luego los alienta: “Les digo esto para que encuentren la paz en Mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo”.

En la figura de Jesús de Nazaret, lo divino y lo humano se han unido de manera salvífica, y esta reconciliación es el esperado Reino de Dios. Aunque hay muchos temas en las Escrituras hebreas, hay uno que aparece de modo consistente y persistente: el deseo apasionado y doloroso de liberación, el clamor del corazón hacia un Dios del que la gente se siente alejada. Si solo se terminara el poder de la rebelión y el pecado y se reestableciera la amistad de Dios y los seres humanos, entonces reinaría la paz, el Shalom y el bienestar generalizado.

Lo que Jesús anuncia en el primer sermón en las colinas de Galilea, y lo que demuestra a lo largo de Su vida y ministerio, es que este gran deseo de sus antepasados, esta esperanza contra toda esperanza, esta unión íntima de Dios y la humanidad, es un hecho consumado, algo que se puede ver, escuchar y tocar.

Rita de Casia, Santa

Memoria Litúrgica, 22 de mayo

Viuda, Religiosa,
y Abogada de Imposibles

Martirologio Romano: Santa Rita, religiosa, que, casada con un hombre violento, toleró pacientemente sus crueldades reconciliándolo con Dios, y al morir su marido y sus hijos ingresó en el monasterio de la Orden de San Agustín en Casia, de la Umbría, en Italia, dando a todos un ejemplo sublime de paciencia y compunción († c.1457).

Fecha de beatificación: 1 de octubre de 1627 por el Papa Urbano VIII
Fecha de canonización: 24 de mayo de 1900 por el Papa León XIII

Breve Biografía

Vista de cerca, sin el halo de la leyenda, se nos revela el rostro humanismo de una mujer que no pasó indiferente ante la tragedia del dolor y de la miseria material, moral y social. Su vida terrena podría ser de ayer como de hoy.

Rita nació en 1381 en Roccaporena, un pueblito perdido en las montañas apeninas. Sus ancianos padres la educaron en el temor de Dios, y ella respetó a tal punto la autoridad paterna que abandonó el propósito de entrar al convento y aceptó unirse en matrimonio con Pablo de Ferdinando, un joven violento y revoltoso.

Las biografías de la santa nos pintan un cuadro familiar muy común: una mujer dulce, obediente, atenta a no chocar con la susceptibilidad del marido, cuyas maldades ella conoce, y sufre y reza en silencio.

Su bondad logró finalmente cambiar el corazón de Pablo, que cambió de vida y de costumbres, pero sin lograr hacer olvidar los antiguos rencores de los enemigos que se había buscado. Una noche fue encontrado muerto a la vera del camino. Los dos hijos, ya grandecitos, juraron vengar a su padre. Cuando Rita se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos para convencerlos de que desistieran de sus propósitos, tuvo la valentía de pedirle a Dios que se los llevara antes que mancharan sus vidas con un homicidio. Su oración, humanamente incomprensible, fue escuchada. Ya sin esposo y sin hijos, Rita fue a pedir su entrada en el convento de las agustinas de Casia. Pero su petición fue rechazada.

Regresó a su hogar desierto y rezó intensamente a sus tres santos protectores, san Juan Bautista, san Agustín y san Nicolás de Tolentino, y una noche sucedió el prodigio. Se le aparecieron los tres santos, le dijeron que los siguiera, llegaron al convento, abrieron las puertas y la llevaron a la mitad del coro, en donde las religiosas estaban rezando las oraciones de la mañana. Así Rita pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando el antiguo deseo de entrega total a Dios. Se dedicó a la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun visiblemente a su pasión, clavándole en la frente una espina.

Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, marcó el rostro con una dolorosísima llaga purulenta hasta su muerte, esto es, durante catorce años. La fama de su santidad pasó los limites de Casia. Las oraciones de Rita obtuvieron prodigiosas curaciones y conversiones. Para ella no pidió sino cargar sobre sí los dolores del prójimo. Murió en el monasterio de Casia en 1457 y fue canonizada en el año 1900.

ORACIÓN
Oh Dios omnipotente,
que te dignaste conceder
a Santa Rita tanta gracia,
que amase a sus enemigos y
llevase impresa en su corazón
y en su frente la señal de tu pasión,
y fuese ejemplo digno de ser imitado
en los diferentes estados de la vida cristiana.
Concédenos, por su intercesión,
cumplir fielmente las obligaciones
de nuestro propio estado
para que un día podamos
vivir felices con ella en tu reino.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén.

Me levantaré cuando caiga

Santo Evangelio según san Juan 16, 29-33. Lunes VII de Pascua

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Hoy quiero estar aquí, contigo. Quiero escuchar tus palabras que me refrescan, que me quitan la sed. Tengo una sed profunda, pues mi alma está seca. Y Tú conoces perfectamente mi alma y sabes cómo tiene sed de ti, tiene sed de palabras de eternidad. Por eso vengo a tus pies para escuchar tus palabras que me levantan del polvo cuando he caído y me llaman a seguir corriendo; a luchar y a no tener miedo de ir remando a contra corriente, de ir a alta mar. Me dices: ¡Ánimo!… Te lo agradezco pues estoy muy necesitado. Me apoyo en ti, pues solo no puedo cargar con la cruz.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 16, 29-33

En aquel tiempo, los discípulos le dijeron a Jesús: “Ahora sí nos estás hablando claro y no en parábolas. Ahora sí estamos convencidos de que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por eso creemos que has venido de Dios”. Les contestó Jesús: “¿De veras creen? Pues miren que viene la hora, más aún, ya llegó, en que se van a dispersar cada uno por su lado y me dejarán solo. Sin embargo, no estaré solo, porque el Padre está conmigo. Les he dicho estas cosas, para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Sí, Señor, te he dejado. Me he apartado del grupo. He pecado y me he escondido. No puedo mirarte pues me da vergüenza. He huido y he llorado amargamente. Pero lloro porque no me creo que YO haya fallado. Yo que decía que daría mi vida por ti. Yo creía que te seguiría incluso hasta la muerte. Pero apenas se presentó la ocasión, te negué. Salí corriendo cobardemente. Yo que me creía muy rudo y fuerte salí corriendo al sentirme frágil. El mundo se derrumbó a mis pies. Te deje solo, solo, solo… Te quedaste con unos pocos. Tu madre querida y Juan, el más joven.

Pero me has mirado con amor. Me has tratado con ternura a pesar de mi cobardía. Me has lavado, me has perdonado y me has llamado amigo. Tú has vencido mi pecado. Tu fuerza ha podido más que mi debilidad. Confío en ti, pues sin tu ayuda puedo meter la pata con mucha facilidad. Señor, te amo con locura y con pasión. Lo sabes bien. Conoces mi corazón. Quiero dártelo todo, pero sin tu ayuda mis talentos son flaquezas pues sin tu luz doy palos al aire. Sin ti pierdo el rumbo.

Pongo en tus manos mis talentos para que los hagas fructificar, pero yo soy una frágil vasija de barro. Estos talentos podrían romperse o quedarse aparcados por miedo a que se rompan. Quiero ser tu instrumento para llevar tu amor a aquellos lugares donde no ha llegado. Ilumíname e indícame qué es lo que quieres de mí y cómo te puedo ayudar.

Por fortuna estás conmigo. Por fortuna he vuelto a ti. Por fortuna estás vivo. No estoy solo. Confío en ti, pues has resucitado. Sé que me escuchas y me acompañas a cada paso que doy. Mi esperanza no es absurda. Esto me da paz. Esto me devuelve la alegría. No tengo miedo a nada y mi debilidad no me preocupa pues Tú has vencido y el demonio no tiene la última palabra. La fuerza de Dios es más fuerte que mi debilidad. Jesús confío en ti, confío en ti, confío en ti.

«Cuántas veces —nosotros no lo sabemos, lo sabremos en el cielo—, cuántas veces nosotros estamos ahí, ahí… [a punto de caer] y el Señor nos salva: nos salva porque tiene una gran paciencia con nosotros. Y esta es su misericordia. Nunca es tarde para convertirnos, pero es urgente, ¡es ahora! Comencemos hoy. Que la Virgen María nos sostenga, para que podamos abrir el corazón a la gracia de Dios, a su misericordia».

(Homilía de S.S. Francisco, 28 de febrero de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy te ofrezco, Jesús, no desanimarme cuando veo que no avanzo, cuando veo que mi corazón no te ama. No me entristeceré si veo que sigo siendo un egoísta o un vanidoso o si me dejo llevar por la pereza. Todo mi pecado lo pondré en tus manos y seguiré luchando.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Treinta días de oración a la Reina del Cielo. Flores del 21 al 25 mayo

Devoción a la Virgen a lo largo del mes de mayo con audio

Flor del 22 de mayo: María esperando el Espíritu Santo

Meditación: Reunida en Jerusalén, María aguardaba junto a los apóstoles la venida del Espíritu Santo, y lo hacia orando. Ella, que tenía en sí la plenitud de todos los Dones, se refugió en el apostolado, en piadoso retiro para unir su oración a la de los apóstoles. “A cada cual ha dado Dios cargo de su prójimo” dice el apóstol. La oración y el amor nos señalan a Dios como signo de vida interior y santificación, darse por los demás y orar, por los vimos y muertos, por los justos y pecadores, por los conocidos y los que nunca hemos visto, por los que te quieren bien y te quieren mal. ¡Ora y a Dios escucharás!.

Oración: ¡Oh María, la que en Dios siempre confía, oh María, Reina mía!, alcánzame el don de la piedad y enséñame a todo dar, para así con Dios hablar. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Borrar el propio ego, vaciarse interiormente y preparar nuestra alma para que sea un refugio en el que pueda anidar el Espíritu Santo.

Oración a santa Rita de Casia por una causa imposible

Radio FARA/Facebook

«Bajo el peso del dolor, a ti, querida santa Rita, recurro con confianza»

Inmediatamente después de la muerte, santa Rita de Casia era ya venerada como protectora de la peste, probablemente por el hecho de haberse dedicado en vida al cuidado de los enfermos de peste sin contraer nunca la enfermedad. Fue este uno de los motivos, quizás el primero, en hacerle obtener popularmente el nombre de «Santa de los imposibles».

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Plegaria  

Bajo el peso del dolor, a ti, querida santa Rita, yo recurro confiado en ser escuchado. Libera, te ruego, mi pobre corazón de las angustias que lo oprimen y devuelve la calma a mi espíritu, lleno de preocupaciones.

Tú que fuiste elegida por Dios como abogada de los casos más desesperados, obtén la gracia que ardientemente te pido [pedir la gracia que se desea].

Si mis culpas son un obstáculo para el cumplimiento de mis deseos, obténme de Dios la gracia del arrepentimiento y del perdón mediante una sincera confesión.

No permitas que durante más tiempo yo derrame lágrimas de amargura.

Oh, santa de la espina y de la rosa, premia mi gran esperanza en ti,
y en todas partes daré a conocer tu gran misericordia con las almas afligidas.

Oh Esposa de Jesús Crucificado, ayúdame a bien vivir y a bien morir.

Amén.

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¿Quién es santa Rita?

Santa Rita de Casia fue una mujer humilde y santa que vivió en el siglo XV. Tanto durante su vida como después de su muerte, santa Rita fue una poderosa intercesora, siempre rezando por los más necesitados.

Tras morir de tuberculosis, Rita fue casi de inmediato vinculada a múltiples milagros. Según el escritor Bert Ghezzi, «tres días después, Domenico Angeli, un notario de Casia, registró once milagros que ocurrieron justo tras la muerte de la santa».

Desde entonces, ha sido ampliamente reconocida como intercesora milagrosa, con innumerables milagros que ocurrieron a través de su intercesión celestial, en especial en causas imposibles.