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FIESTA DE LOS SANTOS FELIPE Y SANTIAGO, APÓSTOLES

JUAN 14, 6-14

Amigos, hoy leemos el maravilloso y misterioso pasaje del decimocuarto capítulo del Evangelio de Juan. Los discípulos se reúnen alrededor de Jesús en la Última Cena, permanecen en intimidad con Él, hacen preguntas y buscan obtener sabiduría.

Ahora escuchemos las palabras de Jesús: “Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”. San Pablo se refiere a Jesús como un ‘icono del Dios invisible’. Lo que tanto Jesús como San Pablo están diciendo es que las palabras de Jesús son las palabras del Padre y sus obras son las obras del Padre.

Felipe, uno de los primeros discípulos elegidos, todavía no lo entiende y dice: “Maestro, muéstranos al Padre”. Lo que no entendió fue la humildad del Logos: “Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras”. Ni las palabras ni las obras de Jesús son “suyas”. Él las recibe del Padre.

 

Creer en el Resucitado

San Pablo plantea en este capítulo 15 de la carta a los Corintios el tema de la resurrección de los muertos. Y comienza, en este pasaje de hoy, centrándonos en el núcleo del Evangelio: “os recuerdo hermanos el Evangelio que os anuncié”, “que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras…que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras…”. El misterio pascual es la raíz y el fundamento de nuestra fe. Y, si es difícil comprender por qué la muerte en cruz de Jesús, aún es más difícil para nuestra mente racional creer en la resurrección. La fe no es un esfuerzo de la inteligencia, es un don de Dios que va descubriendo la luz en la cercanía con el Resucitado, con Jesucristo. Si no, “vana es nuestra fe”.

Las sucesivas apariciones de Jesús, después de la resurrección, dan cuenta de que la fe en Cristo resucitado no surge naturalmente, son muchas las pistas que se nos van dando cuando leemos los relatos de las apariciones. Hay una que a mí me resulta especialmente iluminadora, que es la del encuentro de Tomás con Jesús, “mete tus dedos en mi costado”. Nuestra fe no es vana porque la muerte de Jesús no es en vano, la vida tiene la última palabra, el amor, el don, la entrega.

 

 

Cuando metemos los dedos en los costados abiertos del mundo, seguro que Jesús vivo se nos aparece, quizás de la manera más insospechada, para que nuestra fe crezca y madure, y nos envía a anunciar lo que hemos visto y oído, de lo que somos testigos. La esperanza se fragua en el fuego del amor, cuando se va acrisolando la entrega de cada día, acercándonos a quien nos necesite, a quien sufre, dándonos y sirviendo.

Claves para la fe

Hoy celebramos la fiesta de dos de los discípulos de Jesús: Felipe y Santiago. Y el texto del Evangelio de Juan, hoy, relata precisamente un desconcertante diálogo de Jesús con los discípulos, en el que Felipe interviene: “Seños, muéstranos al Padre y nos basta”. Felipe intuye que hay algo más profundo que no acaban de comprender en este inicio del Discurso de Despedida de Jesús.La respuesta de Jesús parece sonar a reproche: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?”. Pero en realidad está cargada de cariño y un deseo entrañable de que comprendan lo que les quiere expresar, para que no se sientan solos o abandonados por Él. Si creéis en mí, haréis obras grandes y se os dará lo que pidáis en mi nombre, les dice. El reto está ahí, y las claves para lograrlo apuntan a Jesús mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

He vuelto hace poco a mi comunidad, porque estuve cerca de un mes en un edificio cerrado que reabrimos para acoger familias refugiadas de la guerra de Ucrania. Recuerdo la noche que llegó el primer autobús, tras casi cuatro días de viaje desde la frontera de Polonia. Una voluntaria me preguntaba nerviosa: “¿Y cómo nos vamos a entender, si no hablan nuestro idioma?”. “Seguro que nos apañamos”, le dije, también yo con mis temores. No hicieron falta muchas palabras, una sopa caliente, la casa calentita y una buena cama, son un lenguaje universal. Pero los días siguientes hubo dos palabras, que todos aprendimos respectivamente, y resonaban continuamente: hola y gracias, indistintamente en español o en ucraniano, acompañadas casi siempre de una sonrisa, esa que hace que lo más humano de cada uno se encuentre con el otro.
El camino que nos señala Jesús es el de la fraternidad, el Padre al que hemos de ir, es el que nos llama hijos. Tampoco hay que darle muchas vueltas, sólo arriesgarse a vivir como hijos de Dios y como hermanos, con todo lo que trae consigo ¡claro.

El Espíritu Santo nos enseña que es Dios quien «hace las cosas». Hacemos un poco, pero es Él quien ‘hace las cosas’ de la Iglesia, y la oración es la que lleva a la Iglesia hacia adelante. La oración en primer lugar. Luego, las otras cosas. Pero cuando las otras cosas le quitan espacio a la oración, algo no funciona. Y la oración es fuerte. Jesús lo dijo: «Voy al Padre, y todo lo que pidan en mi nombre al Padre, lo hará, para que el Padre sea glorificado». Así la Iglesia sigue adelante, con la oración, el coraje de la oración. (Santa Marta 10 de mayo de 2020)

 

 

La Santa Cruz

Una preciosa fiesta popular que arranca desde el día en que se encontró la Santa Cruz en el año 326.

 

Fiesta

Hoy se celebra en Granada y en el mundo el día de la Cruz. Una preciosa fiesta popular que arranca desde el día en que se encontró la Santa Cruz en el año 326.

Casi todas las fiestas tienen un origen religioso. Hay algunos que en la actualidad las quieren convertir simplemente en culturales, abandonado su trasfondo religioso.

Eusebio de Cesarea fue un gran historiador de aquellos tiempos. Cuenta en sus libros que el General Constantino no era creyente pero le tenía mucho respeto a los cristianos por su paz y el bien que hacían en todos sitios.

Antes de una dura batalla contra Majencio –jefe de Roma -, tuvo un sueño en el que pudo contemplar una cruz luminosa y una voz que le decía:»Con este signo vencerás»

Y sin tener la menor duda de su triunfo, puso en todos los estandartes y banderas la cruz. Y arengando a las tropas les decía:»Confío en Cristo en quien cree mi madre Elena».

Al ganar la batalla, llegó bien pronto a ser emperador. Decretó el cese de perseguir a los cristianos y la libertad religiosa.

Hay, además, otros escritores célebres como san Ambrosio y Juan Crisóstomo afirman que Elena se fue a Jerusalén en busca de la Cruz del Señor.

Los arqueólogos se emplearon a fondo en esta labor. Al cabo del tiempo, encontraron tres cruces. ¿Cuál era la de Jesús? La respuesta se la dio una mujer que estaba muy enferma. Al tocarla, quedó curada.

Elena y el obispo de Jerusalén juntamente con muchos creyentes, la llevaron en procesión por las calles de la ciudad.

A raíz de estos acontecimientos se implantó esta fiesta por todo el orbe cristiano.

Ultimamente, al hacer la reforma del calendario litúrgico, ha desaparecido como fiesta. Pero el pueblo, siempre sencillo, la sigue celebrando.

 

Por ejemplo es Granada es fiesta. De esta forma, mantiene viva la tradición.

Lea también este artículo: Fiesta de la Santa Cruz en México

¡Felicidades a quienes celebran hoy esta fiesta!

 

 

Camino, Verdad y Vida

Santo Evangelio según san Juan 14, 6-14. San Felipe y Santiago Apóstoles

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.

¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

María, ven y acompáñame en esta oración. Háblame de tu hijo Jesús, y ayúdame a crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad. Enséñame a rezar y pide conmigo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta».

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Juan 14, 6-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a Tomás: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.

Le dijo Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le replicó: “Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y toda vía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Entonces por qué dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras.

Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre; y cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Yo haré cualquier cosa que me pidan en mi nombre”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

 

¿Quién no desea una vida plena? En momentos de la vida como una boda, una graduación, un cumpleaños, quisiéramos congelar el tiempo. La fotografía queda para el recuerdo, sí, pero el evento pasa, regresamos a la vida ordinaria, hay que volver al trabajo, nos envuelven los problemas, enfrentamos la enfermedad, y la rutina nos va marcando el paso, y… ¡Cuánto deseamos en esos momentos algo más que una fotografía! ¡Quién pudiera darnos de nuevo un poco del gozo ya esfumado!

Para encontrar la vida –la vida en plenitud– Cristo nos muestra el camino. Él es el Camino. Él nos dio ejemplo de obediencia heroica: obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz. Él confió hasta el extremo en Aquél que nos ha dado tantos beneficios. Quien sigue sus huellas se acerca a la fuente inagotable de vida: el Padre.

Y la vida plena, se encuentra ahí mismo donde encontramos la verdad. Cristo es la Verdad. El mundo vive confundido, busca por todas partes algo que sacie el corazón y, mientras más busca entre las cosas, se queda más vacío y más seco. En cambio, Cristo nos muestra al Padre, y nos dice que somos hijos. Algo muy sencillo para la mente, pero profundo para el corazón. Y, en realidad, sólo esto sacia. Pues, como decía santa Teresa: «Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta».

«Jesús habla también del Padre. En ese lugar, en el discurso con los discípulos, habla del Padre, asegurando que el Padre los quiere y que cualquier cosa que ellos pidan al Padre, el Padre se la dará. Que confíen en el Padre. Y, así da un paso más: no dice solamente “no os dejaré solos”, sino también “no os dejaré huérfanos, os doy el Padre, con vosotros está el Padre, mi Padre es vuestro Padre». (Homilía de S.S. Francisco, 15 de septiembre de 2016, en santa Marta).

 

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy renovaré mi unión a Cristo por medio de comuniones espirituales.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Conocer a Dios

El «conocimiento de Dios» y la «vida eterna» consisten, en definitiva, en la participación en la comunión trinitaria

 

«Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has enviado» (Jn 17,3)

Que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero

El versículo tercero del capítulo 17 del evangelio de San Juan puede servirnos como punto de referencia para nuestra meditación: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero».

Como es sabido, este texto forma parte de la llamada «oración sacerdotal», que Jesús dirige al Padre en la inminencia de su Pasión y Muerte.

 

Jesús pide al Padre, y así lo recogen los versículos 1º y 2º, la manifestación de la gloria y el don a los suyos de la vida eterna: «Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique; ya que le diste potestad sobre toda carne, que él dé vida eterna a todos los que Tú le has dado» (v. 1-2).

La gloria de Dios – el honor y el poder propios de Dios; en definitiva, el esplendor de su amor – se pone en relación con la vida eterna del hombre: la gloria de Dios, el amor del Padre, se manifiesta dando a los hombres la vida definitiva.

El versículo tercero especifica en qué consiste esta vida eterna: «que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has enviado» (v. 3). La vida que Jesús quiere comunicar al hombre consiste en el conocimiento personal e inmediato del Padre, único Dios verdadero. Este conocimiento del Padre es inseparable del conocimiento de Jesús.

 

Al considerar este versículo del IV Evangelio, podemos recordar las orientaciones que marcaba el Santo Padre en la Tertio Millennio Adveniente, al señalar que el año 1999 «tendrá la función de dilatar los horizontes del creyente según la perspectiva misma de Cristo: la perspectiva del Padre que está en los cielos» (cfr. Mt 5, 45), desde el cual ha sido enviado y al cual ha retornado (cf Jn 16, 28)» (1). De hecho, en el número 49 de esta carta apostólica, el Papa cita Jn 17, 3 y añade, acto seguido, estas palabras:

“Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, de quien se redescubre cada día el amor incondicionado por cada criatura humana, y en particular por el «hijo perdido» (cfr. Lc 15, 11-32). Tal peregrinación compromete la intimidad de la persona, ampliándose a la comunidad creyente para alcanzar la entera humanidad”.

Cada uno de nosotros, en la profundidad de nuestro ser, en nuestra intimidad personal; la Iglesia en su conjunto, y toda la humanidad se ve comprometida en esta peregrinación hacia la casa del Padre, porque solamente conociendo al Padre, al único Dios verdadero, cada hombre – y, por consiguiente, la comunidad de los creyentes y la humanidad en general – llegará a cumplir su propio destino. Como el Papa afirma con contundencia: «Es en Dios, por tanto, donde el hombre encuentra la plena realización de sí mismo: ésta es la verdad revelada por Cristo» (2).

Glorificación de Dios y vida eterna; conocimiento del único Dios verdadero y salvación del hombre conforman una misma realidad, que constituye la verdad fundamental y central de la fe cristiana.

 

Santo Tomás de Aquino formuló esta misma idea, en la cuestión primera de la Summa Theologiae, al preguntarse acerca de la necesidad de la doctrina sagrada. Respecto a su existencia – explica Santo Tomás -, la doctrina sagrada es necesaria para que el hombre pueda alcanzar su fin último, que es Dios, que como tal excede la comprensión a la que puede llegar sólo la razón.

El hombre debe poder conocer (sin error) el fin al que tiende para que hacia Él pueda dirigir su pensar y obrar: «del exacto conocimiento de la verdad de Dios depende la total salvación del hombre, pues en Dios está la salvación» (q. 1, a.1) (3).

Hemos de volver a lo esencial. Y lo esencial, lo absolutamente esencial, es Dios; el conocimiento del único Dios verdadero:

…en el cristianismo no se trata, en primer lugar, de la Iglesia o del hombre, sino de Dios. Su verdadera orientación no son nuestras esperanzas, temores y deseos, sino Dios, su grandeza y poder. La primera proposición de la fe cristiana, la orientación fundamental de la conversión cristiana dice así: Dios es. Así pues, debemos aprender el ser cristiano desde Dios… (4)

¿Qué significa «conocer a Dios»?

 

 

¿Que significa «conocer» a Dios? No es fácil precisar la naturaleza del conocimiento, del acto de conocer. En nuestra cultura, especialmente en la cultura moderna occidental, ha prevalecido una cierta concepción «idealista» del conocer.

Conocer una cosa es hacernos una «idea» de lo que esa cosa es. El sujeto se enfrenta al objeto y, de algún modo, lo encadena en las mallas de su pensamiento. El objeto, así reducido a un croquis o esquema mental, resulta manejable por el sujeto; pasa, de alguna forma, a ser posesión suya.

Por el contrario, «conocer» es, en la mentalidad bíblica, entablar una relación existencial, personal, con la realidad conocida (5). Conocer una cosa es tener experiencia concreta de ella. El Siervo de Yahvé, del que habla Isaías 53, 3, «conoce» el sufrimiento: él es «varón de dolores y sabedor de dolencias».

 

La Escritura, al hablar del conocimiento de Dios, no se refiere al conocimiento «nocional», al que hemos hecho alusión anteriormente, sino que apunta, más bien – como lo hace Jesús en el versículo que comentamos – a un conocimiento relacionado con la vida; a un conocimiento por connaturalidad, que brota del amor y que se desenvuelve en el amor.

Conocer a Dios equivale, en consecuencia, a establecer una relación personal con Él; a tener experiencia de Él; a iniciar un vínculo de connaturalidad con Él que puede ser descrito con el nombre de «comunión».

Jesús, en el versículo tantas veces citado, identifica al Padre con el «único Dios verdadero»: «que te conozcan a Ti (Padre), el único Dios verdadero». Según este texto, el conocimiento del único Dios verdadero es el conocimiento del Padre. De tal manera que «conocer» al Padre sólo es posible si entre el Padre y quien lo conoce existe una relación recíproca de paternidad-filiación. Sólo en el ámbito de esta relación es posible un conocimiento por connaturalidad, un «conocer» que no es meramente intelectual-nocional, sino existencial y personal.

El mismo término «Padre» es un término relativo – relacional – . En la unidad de la trinidad divina, el Padre no existe nunca sin el Hijo y el Espíritu Santo; es «relativo» a ellos. El Padre es en cuanto es Padre (6); no hay un ser previo a su ser Padre. Según explica Santo Tomás de Aquino, las personas, en la Trinidad, son relaciones subsistentes. Por consiguiente, la «paternidad» subsistente es el Padre.

 

En absoluto queda comprometida la originariedad y fontalidad del Padre que, según la tradición cristiana, es «fuente y origen de la divinidad» (como recalcaron especialmente Orígenes y los padres griegos). El Padre, principio sin principio, posee la naturaleza divina de manera fontal y originaria, dándola y nunca recibiéndola, aunque siempre relativamente al Hijo y al Espíritu Santo; es decir, el Padre es en cuanto, eternamente, engendra al Hijo y es principio, con el Hijo, del Espíritu Santo.

Lejos de pensar, como Kant, que «de la doctrina de la Trinidad… no se puede simplemente sacar nada para la vida práctica» (7), hemos de adentrarnos en el misterio trinitario a fin de poder comprender – en la medida de lo posible – que sólo a través del Hijo tenemos acceso, en el Espíritu Santo, a Dios Padre.

El «conocimiento de Dios» y la «vida eterna» consisten, en definitiva, en la participación en la comunión trinitaria. Esa participación se llama «filiación», adopción filial. Como afirma San Pablo, en un texto que el Papa comenta en Tertio Millennio Adveniente (8): al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y, puesto que sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «Abbá, Padre». De manera que ya no eres siervo, sino hijo; y como eres hijo, también heredero por gracia de Dios» (Ga 4, 4-7).

 

 

En efecto, según Jn 17, 3, el conocimiento del Padre está unido al conocimiento de Jesucristo, «a quien Tú has enviado». El Padre es aquél que ha enviado a Jesús al mundo. De Él viene Jesús, o de Él ha salido. Enviando al Hijo, Dios Padre ha mostrado su amor a los hombres: «En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que recibiéramos por Él la vida» (1 Jn 4, 9).

Al enviar al Hijo, el Padre se da a conocer. El Hijo, que conoce al Padre (Jn 10, 15), lo da a conocer: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14, 9), pues «a Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios unigénito, el que está en el seno del Padre, él mismo lo dio a conocer» (Jn 1, 18).

 

 

De la unidad del Padre y el Hijo están llamados a participar los creyentes (Jn 17, 21). Y esta participación resulta posible por el envío del Espíritu del Padre y del Hijo. El Espíritu Santo es la expresión de la unión y del amor del Padre y del Hijo; y es, por consiguiente, como Espíritu de filiación (cf Ga 4, 6), el que nos une a Dios.

Conocer al único Dios verdadero es, en resumen, vivir la condición de bautizados, la participación en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna (cf CEC 266).

Testigos del Dios verdadero

¿Cómo podemos hacer creíble, en nuestro mundo, que la salvación del hombre consiste en conocer al Dios verdadero? Es decir, ¿cómo hacer creíble que existe Dios; que Dios se revela en Jesucristo como Padre, como amor que se comunica a nosotros haciéndonos partícipes de su vida?

La transcendencia de esta cuestión es de primer orden: la realidad de Dios es tal que su presencia o ausencia cambia todo (9). Nada es lo mismo, nada permanece igual – en la economía, en la moral, en las instituciones – si Dios desaparece de nuestra vida cultural y de nuestro pensamiento. No es indiferente para el hombre concreto el que conozca o no al Dios vivo y verdadero.

Nietzsche, en su ateísmo, tomó conciencia de las consecuencias de la ausencia de Dios. El loco que, en La gaya ciencia, enciende una lámpara en pleno día para buscar al Dios ausente, se pregunta:

¿Qué hemos hecho al liberar esta tierra de su sol? ¿Hacia dónde se mueve? ¿Hacia donde nos movemos, lejos de todos los soles? ¿No nos estamos cayendo? ¿No vamos dando tumbos hacia atrás, de lado, hacia adelante, hacia todos los lados? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿No vagamos a través de una nada infinita? ¿No sentimos el espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No anochece cada vez más? (10)

La crisis a la que nos enfrentamos en la situación actual – que Nietzsche de algún modo fue capaz de prever – es, sustancialmente, una crisis teológica, que se manifiesta en el hecho de vivir «etsi Deus non daretur», como si Dios no existiese (11).

La respuesta a esta crisis y, a la vez, el medio para hacer creíble que la salvación del hombre consiste en el conocimiento del Dios verdadero, consiste en renovar la presencia de Dios en el mundo. Y esto, de una manera concreta: generando santos. H.U. von Balthasar lo expresa de la siguiente manera en su Teología de la historia:

«El Espíritu da la palabra clave y la solución a las preguntas candentes de la época: nunca en forma de una expresión abstracta (para elaborar tal cosa ya están ahí los hombres), sino casi siempre bajo la figura de una nueva misión concreta, sobrenatural, con la producción de un Santo, que haga vivir para una época el mensaje del Cielo, la interpretación correspondiente del Evangelio, el acceso concedido a esa época para entrar a la verdad de Cristo, propia de toda época. ¿De qué otro modo puede ser interpretada la vida sino mediante vida? Los Santos son la tradición más viva, ésa misma también que siempre está indicada en la Escritura cuando se habla del despliegue de las riquezas de Cristo, de la aplicación de su norma a la Historia. Las misiones de los santos son respuestas de arriba a las preguntas de abajo, de tal modo que no es raro que empiecen por producir un efecto como de algo incomprensible, como signos a los que hay que oponerse en nombre de todo lo sensato, hasta que se presenta la «prueba de la fuerza». Pruebas tales fueron San Bernardo, San francisco, San Ignacio, Santa Teresa: todos ellos como montañas escupiendo fuego, que lanzan continuamente lava candente desde la hondura más profunda de la Revelación, y a pesar de toda tradición horizontal demuestran incontrastablemente la presencia vertical del Kyrios vivo (el Señor), ahora y hoy» (12).

Es la santidad, la participación de la criatura en la vida divina, el medio mediante el cual se efectúa realmente y concretamente en el mundo la realidad de Dios. Por la presencia de los santos, esta inmanencia mutua, esta comunión, entre el cielo y la tierra, entre Dios y los hombres, debe extenderse por todo el cosmos, por la humanidad y por la historia.

 

Santa Teresa del Niño Jesús escribe en su Historia de un alma que, deseando expresarle a Jesús que lo amaba y queriendo que fuese amado y glorificado en todas partes, pensó con dolor «que jamás podría él recibir del infierno un solo acto de amor». «Entonces dije a Dios – continúa la Santa – que para agradarle consentiría en verme sumergida en el infierno a fin de que él fuese amado eternamente en ese lugar de blasfemia… (…) Si hablaba así no era porque el cielo no fuera mi deseo, sino porque entonces mi cielo no era otra cosa para mí que el amor…»

Un infierno donde se ame a Dios es una contradicción; dejaría de ser infierno. Pero también una tierra, en la que Dios no fuese amado, correría el riesgo, como nos recuerda J. Ratzinger, de convertirse en un infierno… Una tierra que exilia a Dios, exilia con Él el amor y la belleza y, con ellas, el significado más profundo de la vida y de todas las cosas. Amando a Dios, los santos aseguran que la tierra siga siendo habitable y testimonian que el sentido de la existencia, y de la realidad entera, es corresponder desinteresadamente al desinteresado amor de Dios.

Conclusión

«Que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero». Hoy hemos de hacer nuestra esta petición de Jesucristo. El sentido de nuestra vida, la razón de ser de nuestro sacerdocio, es acercar a los hombres a Cristo para que, en el Espíritu Santo, puedan conocer al Padre.

Debemos renovar nuestra fe, convencidos de que, desconociendo a Dios, los hombres no tendrán la vida verdadera.

Hemos de renovar nuestra esperanza, confiando en que Dios nos envía su Espíritu, que nos capacita para responder con amor a su amor.

Hemos de avivar nuestra caridad, amando a Dios con amor sincero, sabiéndonos amados por Él. Necesitamos redescubrir cada día nuestra condición de hijos, partícipes, por pura gracia de la filiación de Cristo.

 

El mayor servicio que la Iglesia puede prestar al mundo es testimoniar de manera creíble que Dios es Padre. Ella es, en Cristo, «como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano». La misión de la Iglesia es generar santos, ya que, unida a Cristo y santificada por Él, ha sido hecha también santificadora.

Cada uno de nosotros, correspondiendo a la acción del Espíritu Santo en nuestras almas, tenemos la posibilidad de hacer a Dios presente en el mundo por la santidad de nuestras vidas y de ayudar a nuestros hermanos a que lo hagan presente.

El verdadero conocimiento de Dios tiene como modelo la comunión eucarística. Comulgando con el Cuerpo y la Sangre del Señor, Él habita en nosotros y nosotros en Él y, de ese modo, entramos en relación filial con el Padre.

Lo que la Eucaristía realiza objetivamente en el mundo, al hacer presente el Cielo en la Tierra, debe traducirse existencialmente en nuestra vida para que en el mundo entero avance en su peregrinación hacia el Padre y, en el hoy de nuestro caminar, sea reflejo de su Gloria, de su bondad, verdad y la belleza; de esa gloria de la que esperamos gozar plenamente en el reino, pues «allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a Ti y cantaremos eternamente tus alabanzas» (Plegaria Eucarística III).

Notas:

(1)Cf TMA nº 49.
(2)TMA nº 9.
(3)»Tommaso introduce dunque la questione circa la teologia in una prospettiva sorprendentemente ampia: prima che venga posta la domanda se la teologia sia di casa `nella casa delle scienze´ oppure no, si chiede molto più fondamentalmente quale è la scienza di cui in fondo noi abbiamo bisogno, per condurre la nostra vita significativamente e umanamente.» CH. SCHÖNBORN, Unità nella fede, Casale Monferrato 1990, 18.
(4)J. RATZINGER, Cooperadores de la verdad, Madrid 1991, 200.
(5)Cf «Conocer», en X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, 183-186, 183.
(6)Cf LUIS F. LADARIA, El Dios vivo y verdadero, 302.
(7)I. KANT, El conflicto de las facultades, citado en L.F. LADARIA, Ibid., 14.
8)Cf TMA, 9.
(9)Cf D.L. SCHINDLER, «Modernidad, posmodernidad y el problema del ateísmo», en Communio (1999/1) 24-39, 26.
(10)Citado en W. KASPER, El Dios de Jesucristo, 59.
(11)Remito, para la fundamentación de esta tesis, al citado artículo de David L. Schindler.
(12)H.U. VON BALTHASAR, Teología de la historia, 103-104.

 

 

¡Ay amor!

El amor lo es todo, fuimos creados por amor y para amar. ¡Y la naturaleza también lo sabe!

 

 

Ricardo Montaner dice que está tan enamorado que la noche le dura un poco más. Para Manuel Mijares no existe la distancia ni el tiempo, pues no hay nadie en este mundo que los separe. Y Luis Miguel lo tiene todo excepto a ti. ¿Qué sería de la música sin el amor? ¿Qué otra cosa puede entonar una melodía, si no es lo que sale de corazón amante o resquebrajado?

El amor lo es todo, fuimos creados por amor y para amar. ¡Y la naturaleza también lo sabe!

Los grillos machos cantan para atraer a sus potenciales parejas. De esta manera, las hembras pueden localizarlos, comenzando así el cortejo sexual. La vistosidad de la cola del pavo real macho es mucho más llamativa que la de la hembra, solo el macho la despliega en forma de abanico para enamorar y atraer a la hembra. El pingüino emperador baila para conquistar a su pareja, y el delfín hace acrobacias en el aire solo para ser percibido por el sexo opuesto.

 

Muchos perfumes caros están hechos a base de almizcle, pero, ¿ustedes saben lo que es el almizcle? Según el Diccionario de la Lengua Española, es una sustancia grasa, untuosa y de olor intenso que algunos mamíferos segregan en glándulas situadas en el prepucio, en el perineo o cerca del ano, y que por su untuosidad y aroma, es la base de ciertos preparados cosméticos y de perfumería. Téngalo en cuenta, cada vez que se perfuman, lo que están poniéndose es la secreción de un animal.

El sexo es un tema importante hoy en día, o bien, interesante. Pero el amor no es sexo, y el sexo no es amor. Dicen por ahí que las mujeres dan sexo para recibir amor, y que los hombres dan amor para recibir sexo. Sea cierto o no, parecería que nuestra actitud está encaminada a llamar la atención del otro.

Perdóneme si los jóvenes lectores no se sintieron identificados con los cantantes nombrados en el primer párrafo, pero mi época era diferente. Tal vez hace falta un poco más de romanticismo y de magia en las letras de las canciones que se escuchan en la radio. Ya no hay imaginación, todo es muy burdo y directo.

Hace poco un artista reconocido llegó con su tour a mi país, y como era usual, hizo subir al escenario a una de las asistentes. Coqueteos iban y venían mientras él le cantaba al oído, a vista y paciencia del público presente. Todo esto terminó en un gran beso apasionado “al estilo francés” según redacta un diario local. Y yo me pregunto ¿qué significa para ellos ese beso? Seguramente para el artista es solo un momento más en el espectáculo, pero para ella lo es todo.

 

 

Christopher West, en su libro Teología del cuerpo para principiantes, dice: “La táctica del pecado es simplemente el «retorcer» y «desorientar» nuestro deseo por el cielo, nuestro deseo por la unión eterna de Cristo con la Iglesia… La confusión sexual tan usual en nuestro mundo y en nuestros propios corazones no es más que el deseo del ser humano por el cielo pero de una manera errada… La tarea de la nueva evangelización, entonces, no es condenar al mundo por sus excesos y distorsiones, sino ayudar al mundo a «desenredarse».”

Siempre pienso que el amor es más que esas maripositas en el estómago, pero también creo que esas maripositas son el primer paso para el amor. Si jugamos con los sentimientos y utilizamos a las personas, ¿Qué futuro existe para el amor verdadero?

El mundo nos miente constantemente y tenemos que estar alertas para saber diferenciar el sutil encanto que lleva a la perdición o la corrección fraterna, aunque incómoda, que lleva a esa unión con Dios. Mis hermanos en Cristo, sé que es difícil ir contracorriente, pero recuerden que el salmón también nada río arriba para desovar y dar nueva vida. ¡Luchemos para esa nueva vida que Dios nos ofrece!

 

 

Espíritu Santo, verdadero protagonista de la Iglesia

Las raíces de nuestro ser y de nuestro actuar están en el silencio sabio y providente de Dios.

 

 

Por: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net

En el día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió con potencia sobre los apóstoles; de este modo comenzó la misión de la Iglesia en el mundo. Jesús mismo había preparado a los once para esta misión al aparecérseles en varias ocasiones después de la resurrección (Cf. Hechos 1, 3). Antes de la ascensión al Cielo, «les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre» (Cf. Hechos 1, 4-5); es decir, les pidió que se quedaran juntos para prepararse a recibir el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en oración con María en el Cenáculo, en espera de este acontecimiento prometido (Cf. Hechos 1, 14).

 

Permanecer juntos fue la condición que puso Jesús para acoger el don del Espíritu Santo; el presupuesto de su concordia fue la oración prolongada. De este modo se nos ofrece una formidable lección para cada comunidad cristiana. A veces se piensa que la eficacia misionera depende principalmente de una programación atenta y de su sucesiva aplicación inteligente a través de un compromiso concreto. Ciertamente el Señor pide nuestra colaboración, pero antes de cualquier otra repuesta se necesita su iniciativa: su Espíritu es el verdadero protagonista de la Iglesia. Las raíces de nuestro ser y de nuestro actuar están en el silencio sabio y providente de Dios.

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El Espíritu Santo, hace que los corazones sean capaces de comprender las lenguas de todos

El Pueblo de Dios, que había encontrado en el Sinaí su primera configuración, se amplia hoy hasta superar toda frontera de raza, cultura, espacio y tiempo. A diferencia de lo que sucedió con la torre de Babel, cuando los hombres que querían construir con sus manos un camino hacia el cielo habían acabado destruyendo su misma capacidad de comprenderse recíprocamente, en el Pentecostés del Espíritu, con el don de las lenguas, muestra que su presencia une y transforma la confusión en comunión. El orgullo y el egoísmo del hombre siempre crean divisiones, levantan muros de indiferencia, de odio y de violencia. El Espíritu Santo, por el contrario, hace que los corazones sean capaces de comprender las lenguas de todos, pues restablece el puente de la auténtica comunicación entre la Tierra y el Cielo. El Espíritu Santo es el Amor.

…no les dejará huérfanos

 

Pero, ¿cómo es posible entrar en el misterio del Espíritu Santo? ¿Cómo se puede comprender el secreto del Amor? El pasaje evangélico nos lleva hoy al Cenáculo, donde, terminada la última Cena, una experiencia de desconcierto entristece a los apóstoles.

El motivo es que las palabras de Jesús suscitan interrogantes inquietantes: habla del odio del mundo hacia Él y hacia los suyos, habla de una misteriosa partida suya y queda todavía mucho por decir, pero por el momento los apóstoles no son capaces de cargar con el peso (Cf. Juan 16, 12). Para consolarles les explica el significado de su partida: se irá, pero volverá, mientras tanto no les abandonará, no les dejará huérfanos.

Enviará el Consolador, el Espíritu del Padre, y será el Espíritu quien les permita conocer que la obra de Cristo es obra de amor: amor de Él que se ha entregado, amor del Padre que le ha dado.

Este es el misterio de Pentecostés: el Espíritu Santo ilumina el espíritu humano y, al revelar a Cristo crucificado y resucitado, indica el camino para hacerse más semejantes a Él, es decir, ser «expresión e instrumento del amor que proviene de Él» («Deus caritas est», 33). Reunida junto a María, como en su nacimiento, la Iglesia hoy implora:

«Veni Sancte Spiritus!» – «¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos fel fuego de tu amor!». Amén.

Homilía de Benedicto XVI en la misa de Pentecostés, domingo, 4 junio 2006.

 

 

Una maravillosa oración para quien no sabe rezar

Ante la Eucaristía cuando no sabes bien qué decir, te servirá para dejar de mirar tus defectos y concentrarte en Cristo

 

 

Cuando descubres tus propias miserias, o las de tu familia, comunidad o país, consuela mucho dirigirse a Dios y experimentar su misericordia y su amor incondicionales. Pero no siempre es fácil este cambio de enfoque, de mí a Él. Una buena opción para intentarlo es ir a una iglesia y sentarse, o arrodillarse, delante de un sagrario que guarde la Eucaristía, o una custodia en la que esté expuesta.

Te puede pasar que no sepas qué decir, como le ocurrió al joven Hermano Rafael, un monje del monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas (España), según expresa en esta bella oración con la que es fácil sentirse identificado…

Oración

Señor, no sé qué hago aquí….
Nada… pues nada sé hacer…
Quisiera rezar… no sé… pero no importa.
No rezo, porque no sé.
Señor, no sé qué hago aquí…, pero estoy contigo y eso me basta.
Y yo sé que estás aquí, delante de mí.
Señor, quisiera veros…
Pero ¿hasta cuándo, Señor?
¿Y mientras tanto? ¿Cómo podré resistir?
Soy débil, soy flojo, soy pecado, soy nada.
Pero Señor, quisiera veros, aunque sé que no lo merezco.
¡Cuántas veces me pongo delante de Ti,
mis primeros movimientos son de vergüenza.
Señor, Tú sabes por qué.
Pero después, Señor, ¡qué bueno sois!
Después de verme a mí, os veo a Vos
y entonces al contemplar vuestra misericordia que no me rechaza,
mi alma se consuela y es feliz.
Pensar que os ofendí y que a pesar de ello me amáis
y me permitís estar en vuestra presencia sin que vuestra justa ira me aniquile…
¡Señor, déjame llorar mis culpas,
pero dame un corazón grande, muy grande
para poder corresponder un poquito, aunque sea muy poquito,
al inmenso amor que me tenéis».

 

 

¿Quién era Rafael Arnáiz?

En realidad san Rafael Arnáiz era un místico, pero tenía la capacidad de expresar su unión con Dios de una manera muy cercana.

Sufrir diabetes le obligó a llevar una vida de trapense un poco distinta a la de los demás: a veces tenía que abandonar el monasterio y demandaba ciertas atenciones de su comunidad.
Quizás esta enfermedad le ayudó a comprender a fondo que la santidad no es perfeccionismo, y a mantener una alegría y un sentido del humor excepcionales.