Se dice que Lucas habla de la manera de entender la ley y el modo de acoger la novedad que Jesús introduce e inaugura con sus palabras y sus hechos. Yo creo que aparecen aquí dos cosas que nos pueden servir, porque una es fundamento de la otra: esas cosas son la libertad y la gratitud.
El apego estricto a la ley que caracteriza a nueve de los diez leprosos, cosa que parece justo, les priva de la capacidad de percibir el gesto de la cercanía de Dios, a través de quien los limpia de la lepra; carecen de la libertad para hacerlo y, por lo mismo, sólo perciben al Dios de la ley que les exige su cumplimiento.
Nueve son los beneficiados que constatan la maravilla de su curación, pero no son capaces de detenerse a mirar a la persona que los curó y que está introduciendo una nueva manera de ver el verdadero rostro de Dios. La ley en el A.T. tiene una labor pedagógica, y está allí para llevar al hombre al encuentro con su autor.
En cambio, uno entre diez, es capaz de aprovechar el momento justo de expresar su agradecimiento, reconociendo la acción gratuita, generosa y misericordiosa, de que ha sido objeto, porque es libre de los apegos que impiden ver lo que verdaderamente es y, porque es, vale la pena. Aquí entre nosotros, podemos empezar a valorar a la persona: papá, mamá, hermano, hermana, amigo, amiga, alguien desconocido, que se acerca a regalarnos algo, cualquier cosa, porque siempre hay quien se mueve gratuitamente para hacerlo. Hay que ver a la persona, no el regalo.Así se aprende a ser agradecido en todas las esferas en que nos movemos, así se aprende a ser cristianos agradecidos con Dios, quien todo nos lo ha dado gratuitamente, hasta entregarnos a su propio Hijo para salvarnos. Luchemos por nuestra libertad, porque agradecer es amar libremente a quien nos amó primero.
Lucas 17:20-25
En el evangelio de hoy, Jesús dice que antes de que venga su reino, debe sufrir mucho y ser rechazado. Incluso una lectura superficial de los Evangelios revela que la muerte de Jesús es el centro y el objetivo de la narración, lo que anima y da entusiasmo a la historia.
A menudo se ha observado que los Evangelios no son tanto biografías de Jesús como “narraciones de la Pasión con largas introducciones”. Jesús habla frecuentemente de su “hora”, la culminación de su predicación y acción, y esta hora coincide con su venida a la cruz. Después de su relativamente pacífico ministerio en Galilea, Jesús dirige su rostro hacia Jerusalén, preparándose para el encuentro con los poderes de las tinieblas que allí tendría lugar y avanzando con resolución a la batalla.
Y en lo que tal vez sea el misterio más inquietante del Nuevo Testamento, este acontecimiento culminante de la vida de Jesús, esta macabra glorificación mediante la crucifixión, no es simplemente el resultado de malas decisiones humanas; también lo quiere aquel a quien Jesús llamó “Abba, Padre”. De alguna manera es el propósito más profundo de la Encarnación; De alguna manera es por eso que fue enviado.
«El día que haya ruido, será como el fulgor que brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día, el día que en que habrá ruido». Está «la perseverancia de muchos cristianos que llevan adelante la familia: hombres, mujeres que se preocupan por sus hijos, que llegan a finales de mes con menos de un euro solamente, pero oran». Y el reino de Dios «está allí, escondido en esa santidad de la vida cotidiana, esa santidad de todos los días». Porque «el reino de Dios no está lejos de nosotros, está cerca». Precisamente la «cercanía es una de las características» del reino. Cercanía que quiere decir «todos los días». «El reino de Dios es humilde, como la semilla: humilde; pero se hace grande por el poder del Espíritu Santo». Y «a nosotros nos toca dejarlo crecer en nosotros, sin gloriarnos. Dejar que el Espíritu venga, nos cambie el alma y nos lleve adelante en el silencio, la paz, la quietud, la cercanía a Dios, a los demás, sin espectáculos». (Homilía da Santa Marta, 13 noviembre 2014).
Margarita de Escocia, Santa
Memoria Litúrgica, 16 de noviembre
Fuente: Arquidiócesis de Madrid
Reina
Martirologio Romano: Santa Margarita, nacida en Hungría y casada con Malcolm III, rey de Escocia, que dio a luz ocho hijos, y fue sumamente solícita por el bien del reino y de la Iglesia; a la oración y a los ayunos añadía la generosidad para con los pobres, dando así un óptimo ejemplo como esposa, madre y reina († 1093)
Breve Biografía
De estirpe regia y de santos. Por parte de padre emparenta con la realeza inglesa y por parte de madre con la de Hungría. Los santos son, por parte de padre, san Eduardo —llamado el «Confesor»— que era su bisabuelo y, por parte de madre, san Esteban, rey de Hungría.
Nació del matrimonio habido entre Eduardo y Agata, en Hungría, con fecha difícil de determinar. Su padre nunca llegó a reinar, porque al ser llamado por la nobleza inglesa para ello, resulta que el normando Guillermo el Conquistador invade sus tierras, se corona rey e impone el juramento de fidelidad; al poco tiempo murió Eduardo de muerte natural.
Pero esta situación fue la que hizo que Margarita llegara a ser reina de Escocia por casarse con el rey. Su madre había previsto y dispuesto que la familia regresara al continente al quedarse viuda tras la muerte de su esposo y, bien sea por necesidad de puerto a causa de tempestades, bien por la confianza en la buena acogida de la casa real escocesa, el caso es que atracaron en Escocia y allí se enamoró el rey Malcon III de Margarita y se casó con ella.
Es una mujer ejemplar en la corte y con la gente paño de lágrimas. Se la conoce delicada en el cumplimiento de sus obligaciones de esposa; esmerada en la educación de los hijos, les dedica todo el tiempo que cada uno necesita; sabe estar en el sitio que como a reina le corresponde en el trato con la nobleza y asume responsabilidades cristianas que le llenan el día. Señalan sus hagiógrafos las continuas preocupaciones por los más necesitados: visita y consuela enfermos llegando a limpiar sus heridas y a besar sus llagas; ayuda habitualmente a familias pobres y numerosas; socorre a los indigentes con bienes propios y de palacio hasta vender sus joyas. Lee a diario los Libros Santos, los medita y lo que es mejor ¡se esfuerza por cumplir las enseñanzas de Jesús! De ellos saca las luces y las fuerzas. De hecho, su libro de rezos, un precioso códice decorado con primor —milagrosamente recuperado sin sufrir daño del lecho del río en que cayó— se conserva en la biblioteca bodleiana de Oxford (Inglaterra).
También se ocupó de restaurar iglesias y levantar templos, destacando la edificación de la abadía de Dunferline.
Puso también empeño en eliminar del reino los abusos que se cometían en materia religiosa y se esforzó en poner fin a las abundantes supersticiones; para ello, convocó concilios con la intención de que los obispos determinaran el modo práctico de exponer todo y sólo lo que manda la Iglesia y las enseñanzas de los Padres.
«Gracias, Dios mío, porque me das paciencia para soportar tantas desgracias juntas». Esta fue su frase cuando le comunicaron la muerte de su esposo y de su hijo Eduardo en una acción bélica. Fue cuando marcharon a recuperar el castillo de Aluwick, en Northumberland, del que se había apoderado el usurpador Guillermo. Ella soportaba en aquellos momentos la larga y penosísima enfermedad que le llevó a la muerte el año 1093, en Edimburgo.
Es la reina Margarita la patrona de Escocia, canonizada por el papa Inociencio IV en el año 1250. Pero no pueden venerarse sus reliquias por desconocerse el lugar donde reposan. Por la manía que tenían los antiguos de desarmar los esqueletos de los santos, su cráneo —que perteneció a María Estuardo— se perdió con la Revolución francesa, porque lo tenían los jesuitas en Douai y, desde luego, no salieron muy bien parados sus bienes. El cuerpo tampoco se pudo encontrar cuando lo pidió Gelliers, arzobispo de Edimburgo, a Pío XI, aunque se sabe que se trasladó a España por empeño de Felipe II quien mandó tallar un sepulcro en El Escorial para los restos de Margarita y de su esposo.
Aunque les duela esa carencia de reliquias a los escoceses, tienen sin embargo el orgullo de disfrutar en su historia de las grandes virtudes de una mujer que supo primar su condición cristiana a su condición de reina. O mejor, que ser reina no fue dificultad para vivir hasta lo más hondo su responsabilidad de cristiana. O aún más, supo desde la posición más alta ser testigo de Cristo. Y eso es mucho en cualquier momento de la Historia. ¿No será la gente como ella los que se llaman pobres de espíritu?
Gertrudis, Santa
Mística, 16 de noviembre
Noviembre 16
Etimológicamente significa fiel defensora. Viene de la lengua alemana.
Esta joven, modelo y patrona de las místicas, nació en Eisleben, Alemania, en 1256. Cuando contaba solamente 5 años se le confió su educación al monasterio benedictino de Helfta. La superiora del convento era su tía santa Matilde.
Encontró un clima espiritual tan bueno que se sintió plenamente feliz.
Mientras hacía sus estudios, demostró en todas las materias una inteligencia fuera de lo común.
Su salud no era lo buena que debiera haber sido. Le apenaba no poder asistir a las oraciones de comunidad. Sin embargo, ante su mala salud física mantuvo siempre y en todo instante un enorme equilibrio espiritual e intelectual.
Al llegar los años que van del 1291 hasta su muerte, comenzó para ella una época dorada a causa de las muchas revelaciones o visiones del cielo.
Menos mal que tuvo la suerte de escribirlas todas en cinco volúmenes, en los que cuenta su experiencia mística, es decir, su continua unión con Dios.
Su mística, por otra parte, no se basa en cosas raras sino simplemente en los misterios que cada día celebra la liturgia en honor del Señor y de la Virgen.
Se abrió plenamente a los deseos de Dios y rechazó toda clase de egoísmo estéril. Fue ella la que comenzó la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
Su tía Matilde le preguntó a Jesús:» Señor, fuera de la Santa Hostia, ¿dónde te puedo encontrar?» Y Jesús le respondió:»Búscame en el corazón de Gertrudis».
A la santa se le atribuyen cinco libros que componen el «Heraldo de la amorosa bondad de Dios» (Comúnmente llamados «Revelaciones de Santa Gertrudis»). El primero fue escrito por amigos íntimos de la santa después de su muerte, el segundo fue escrito por la santa y los restantes fueron compuestos bajo su dirección.
Sus escritos relatan visiones, comunicaciones y experiencias místicas. Habla de un rayo de luz, como una flecha, que procedía de la herida del costado de un crucifijo. Cuenta también que su alma, derretida como la cera, se aplicó al pecho del Señor como para recibir la impresión de un sello y alude a un matrimonio espiritual en el que su alma fue como absorbida por el corazón de Jesús. Enseña al mismo tiempo que «la adversidad es le anillo espiritual que sella los esponsales con Dios».
Murió en noviembre del año 1302.
El reino de Dios está cerca
Santo Evangelio según San Lucas 17,20-25.
Jueves XXXII del Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dios mío, concédeme la gracia de poder ser dócil a tu palabra, para que germine desde lo más profundo de mi corazón.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 20-25
En aquel tiempo, los fariseos le preguntaron a Jesús: «¿Cuándo llegará el Reino de Dios?». Jesús les respondió: «El Reino de Dios no llega aparatosamente. No se podrá decir: ‘Está aquí’ o ‘Está allá’, porque el Reino de Dios ya está entre ustedes». Les dijo entonces a sus discípulos: «Llegará un tiempo en que ustedes desearán disfrutar siquiera un sólo día de la presencia del Hijo del hombre y no podrán. Entonces les dirán: ‘Está aquí’ o ‘Está allá’, pero no vayan corriendo a ver, pues así como el fulgor del relámpago brilla de un extremo a otro del cielo, así será la venida del Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser rechazado por los hombres de esta generación».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy el Evangelio nos invita a escuchar la respuesta de Jesús sobre el reino de los cielos, respuesta que ha sido dada por la curiosidad de saber «cuándo iba a llegar el reino de Dios».Ahora es momento de preguntar cuántas veces en mi vida han surgido preguntas que he dirigido a Dios como, por ejemplo: ¿Hasta cuándo…? ¿Por qué…?,entre otras, que, en el fondo, lo que le digo es: «cuándo vendrás a instaurar tu reino?».
Jesús con una mirada paternal me ve a los ojos y dice: Ya estoy en tu corazón, basta que hagas silencio y escuches cuando te hablo desde lo más íntimo de tu corazón. Jesús mismo muestra que el camino para reconocerle, no es fácil, pero que está al alcance de quien quiere encontrarse con Él y su reino.
«Dios es cercano, su Reino está cerca: el Señor no desea que lo teman como a un soberano poderoso y distante, no quiere quedarse en un trono en el cielo o en los libros de historia, sino que quiere sumirse en nuestros avatares de cada día para caminar con nosotros. Pensando en el don de un milenio abundante de fe, es bello sobre todo agradecer a Dios, que ha caminado con vuestro pueblo, llevándolo de la mano, como un papá con su niño, y acompañándolo en tantas situaciones. Es lo que siempre estamos llamados a hacer, también como Iglesia: escuchar, comprometernos y hacernos cercanos, compartiendo las alegrías y las fatigas de la gente, de manera que se transmita el Evangelio de la manera más coherente y que produce mayor fruto: por irradiación positiva, a través de la transparencia de vida».
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de julio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy haré que el día sea agradable para las personas con quienes me encuentre, llevándoles palabras de aliento.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Orar… lo que es y lo que no es
Orar es llamar y responder. Es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Es un diálogo de amor
La oración es buscar a Dios, es ponernos en contacto con Dios, es encontrarnos con Dios, es acercarnos a Dios.
Orar es llamar y responder. Es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Es un diálogo de amor.
Santa Teresa dijo en una ocasión: “Orar es hablar de amor con alguien que nos ama”.
La oración no la hacemos nosotros solos, es el mismo Dios (sin que nos demos cuenta) el que nos transforma, nos cambia. Podemos preguntarnos, ¿cómo? Aclarando nuestro entendimiento, inclinando el corazón a comprender y a gustar las cosas de Dios.
La oración es dialogar con Dios, hablar con Él con la misma naturalidad y sencillez con la que hablamos con un amigo de absoluta confianza.
Orar es ponerse en la presencia de Dios que nos invita a conversar con Él gratuitamente, porque nos quiere. Dios nos invita a todos a orar, a platicar con Él de lo que más nos interesa.
La oración no necesita de muchas palabras, Dios sabe lo que necesitamos antes de que se lo digamos. Por eso, en nuestra relación con Dios basta decirle lo que sentimos.
Se trata de “hablar con Dios” y no de “hablar de Dios” ni de “pensar en Dios”. Se necesita hablar con Dios para que nuestra oración tenga sentido y no se convierta en un simple ejercicio de reflexión personal.
Cuanto más profunda es la oración, se siente a Dios más próximo, presente y vivo. Cuando hemos “estado” con Dios, cuando lo hemos experimentado, Él se convierte en “Alguien” por quien y con quien superar las dificultades. Se aceptan con alegría los sacrificios y nace el amor. Cuanto más “se vive” a Dios, más ganas se tienen de estar con Él. Se abre el corazón del hombre para recibir el amor de Dios, poniendo suavidad donde había violencia, poniendo amor y generosidad donde había egoísmo. Dios va cambiando al hombre.
Quien tiene el hábito de orar, en su vida ve la acción de Dios en los momentos de más importancia, en las horas difíciles, en la tentación, etc.
En cambio, si no oramos con frecuencia, vamos dejando morir a Dios en nuestro corazón y vendrán otras cosas a ocupar el lugar que a Dios le corresponde. Nuestro corazón se puede llenar con:
el egoísmo que nos lleve a pensar sólo en nosotros mismos sin ser capaces de ver las necesidades de los que nos rodean,
el apego a las cosas materiales convirtiéndonos en esclavos de las cosas en lugar de que las cosas nos sirvan a nosotros para vivir,
el deseo desordenado hacia los placeres, apegándonos a ellos como si fueran lo más importante.
el poder que utilizamos para hacer nuestra voluntad sobre las demás personas.
Lo que no es la oración
Algunas veces podemos desanimarnos en la oración, porque creemos que estamos orando, pero lo que hemos hecho no es propiamente oración. Para distinguirlo podemos ver unos ejemplos:
Si no se dirige a Dios, no es propiamente oración.
En la oración nos comunicamos con Dios. Si no buscamos una comunicación con Dios, sino únicamente una tranquilidad y una paz interior, no estamos orando, sino buscando un beneficio personal. La oración no puede ser una actividad egoísta, debe siempre buscar a Dios. Debemos estar pendientes en nuestra oración de buscar a Dios y no a nosotros mismos, porque podemos caer en este error sin darnos cuenta.
Si no interviene la persona con todo su ser (afectos, inteligencia y voluntad) no es oración. Las personas nos entregamos y nos ponemos en presencia de Dios con todo nuestro ser. Orar no es “pensar en Dios”, no es “imaginar a Dios”, no es una actividad intelectual sino del corazón que involucra a la persona entera.
Si no hay humildad y esfuerzo no es oración. Para orar es necesario reconocer que necesitamos de Dios.
Si no hay un diálogo con Dios, no es oración. Si únicamente hablamos y hablamos sin escuchar, nuestra oración la reducimos a un monólogo, que en lugar de hacernos crecer en el amor nos encerrará en el egoísmo. Cuando dejamos de mirar a Dios y nos centramos en nuestros propios problemas, no estamos orando.
Cuando retamos o exigimos a Dios tampoco estamos orando, pues nos estamos confundiendo de persona. Dios es infinitamente bueno y nos ama. No podemos dirigirnos a Él con altanería.
Si no nos sentimos más identificados con Jesucristo no hemos hecho oración. Se trata de poco a poco en la oración identificarnos con Cristo para poder actuar como Él actuaba.
Si no tenemos un fruto de más amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, no hemos hecho oración. La oración debe verse reflejada en nuestras vidas.
Santa Margarita de Escocia, una reina inspiradora
Patrona de las familias numerosas, dirigió la suya de manera admirable
Nacida en Hungría, por parte de padre emparentaba con la realeza inglesa y por parte de madre con la húngara. San Eduardo el Confesor -y parece que san Esteban de Hungría– se cuentan entre sus antepasados.
El rey escocés se enamoró de ella
Una tormenta llevó a que su barco buscara amparo en las costas de Escocia. Así la conoció el rey Malcom III de Escocia, que era viudo. Se enamoraron inmediatamente y pronto se casaron.
Su vida fue la de una cristiana ejemplar desde su especial posición. Es modelo para esposas y madres. Ella y Malcom tuvieron ocho hijos.
Trató con respeto a la corte, pero Margarita nunca olvidó la atención a los pobres y enfermos. Llegó a vender sus joyas para dar el dinero a los más necesitados.
Era una mujer de profunda religiosidad. En Oxford se conserva su libro de oraciones. Combatió la superstición.
Muerte del marido
Conoció los horrores de la guerra: perdió a su marido y a un hijo en batalla. Falleció en Edimburgo en el año 1093 después de una larga y penosa enfermedad.
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Santa patrona
Santa Margarita de Escocia es patrona de Escocia, de las relaciones angloescocesas y de las familias, especialmente las familias numerosas.
Oración a santa Margarita de Escocia
Santa Margarita de Escocia, ejemplo de las virtudes cristianas, que nunca dudaste en ayudar rápidamente a los que necesitaban tu ayuda:
ahora que gozas de los premios del Reino Celestial, cuánto más nos ayudarás a quienes a ti recurrimos pidiéndote auxilio.
Por eso, con confianza vengo a solicitarte el siguiente favor (pídase), santa Reina de Escocia, con un corazón agradecido por tu maravillosa ayuda que confío me prestarás.
También te pido humildemente que ruegues por mí al Altísimo para que mi hogar sea santo como el tuyo.
Amén.