«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» (v. 17). Esta es la base de todos sus discursos: Nos dice que el reino de los cielos está cerca. ¿Qué significa? Por reino de los cielos se entiende el reino de Dios, es decir su forma de reinar, de estar ante nosotros. Ahora, Jesús nos dice que el reino de los cielos está cerca, que Dios está cerca. Aquí está la novedad, el primer mensaje: Dios no está lejos, el que habita los cielos descendió a la tierra, se hizo hombre. Eliminó las barreras, canceló las distancias. No lo merecíamos: Él vino a nosotros, vino a nuestro encuentro. Y esta cercanía de Dios con su pueblo es una costumbre suya, desde el principio, incluso desde el Antiguo Testamento. Le dijo al pueblo: “Piensa: ¿Dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como yo lo estoy contigo?” (cf. Dt 4,7). Y esta cercanía se hizo carne en Jesús. (Homilía, Domingo de la Palabra de Dios, 26 enero 2020)
• John 2:1-11
El Evangelio de hoy es acerca de la boda en Caná. La madre de Jesús es la primera en hablar, mientras Juan cuenta la historia, y dice: “No tienen vino”. A nivel superficial, está mencionando, de hecho, una situación desastrosa social —se están quedando sin vino durante una fiesta— y por ello le está pidiendo a Jesús que haga algo.
Pero veamos más allá. El vino, en las Escrituras, es un símbolo de exuberancia e intoxicación en la vida divina. Cuando Dios está en nosotros, somos elevados, nos volvemos alegres, transfigurados. Por lo tanto, cuando María dice: “No tienen más vino”, está hablando por todo Israel y de hecho por toda la raza humana. Se han quedado sin la exuberancia y alegría que viene de la unión con Dios.
Y esta es precisamente la razón por la que Jesús la llama “mujer”. Podemos confundirnos fácilmente pensando que Él estaba siendo tajante o irrespetuoso. Pero Él se estaba dirigiendo a ella con el título de Eva, la madre de todos los vivientes. María representa aquí a la humanidad sufriente, quejándose a Dios porque el gozo de la vida se ha agotado.
Raimundo de Peñafort, Santo
Memoria Litúrgica, 7 de enero
Presbítero Dominico
Martirologio Romano: San Raimundo de Peñafort, presbítero de la Orden de Predicadores, eximio maestro en derecho canónico, que escribió de modo muy acertado sobre el sacramento de la penitencia. Elegido maestro general de la Orden, preparó la redacción de las nuevas Constituciones y, llegado a edad muy avanzada, se durmió en el Señor en la ciudad de Barcelona, en España. († 1275)
Patronazgo: Abogados, especialistas en derecho canónico y de las ciudades de Barcelona y Navarra en España.
Etimológicamente: Raimundo = Aquel que es protector o buen consejero, es de origen germánico.
Fecha de canoización: 29 de abril de 1601 por el Papa Clemente VIII.
Breve Biografía
Cuando Gregorio IX, de quien había sido un precioso colaborador, le comunicó su intención de nombrarlo arzobispo de Tarragona, la consternación de Raimundo de Peñafort fue tal que se enfermó.
El humilde y docto sacerdote, que había nacido entre el 1175 y el 1180, había siempre rehusado honores y prestigio, pero no lo había logrado. Rechazando una vida cómoda y alegre (era hijo del noble castellano de Peñafort), se había dedicado desde muy joven a los estudios filosóficos y jurídicos; a los veinte años enseñaba filosofía en Barcelona, y a los treinta años, recién graduado, enseñaba jurisprudencia en Bolonia. El sueldo que obtenía por ello lo gastaba todo en socorrer a los necesitados.
Regresó a Barcelona por invitación de su obispo, quien lo nombró canónigo. Pero cuando los dominicos llegaron a esa ciudad, le invitaron a ingresar en sus filas y Raimundo, abandonándolo todo, entró a la Orden. Dieciséis años después, en 1238, fue nombrado Superior General, cargo que no pudo rehusar. Durante dos años visitó a pie los conventos de la Orden, después reunió el Capítulo general en Bolonia y presentó su renuncia. Así, a los setenta años de edad pudo regresar a la enseñanza y a la pastoral.
Nombrado confesor del rey Santiago de Aragón, no dudó en reprocharle su conducta escandalosa durante la expedición a la isla de Mallorca. Una leyenda cuenta que el rey había prohibido que las embarcaciones se dirigieran hacia España, y entonces, Raimundo, para manifestar su desacuerdo con el soberano, extendió su manta sobre el agua y sobre él navegó hasta Barcelona.
Una de sus obras apostólicas dignas de recordar son las misiones para la conversión de los hebreos y los mahometanos que vivían en España. Según la tradición, se le atribuye el mérito de haber invitado a Santo Tomás de Aquino a escribir la Summa contra Gentiles, para que sus predicadores tuvieran un texto seguro de apologética para las controversias con los herejes e infieles. Él mismo redactó importantes obras de teología moral y de derecho, entre ellas la Summa casuum para la administración correcta y eficaz del sacramento de la penitencia.
Navegando sobre un escapulario de lana
Tomado de: Revista Heraldos del Evangelio,Enero/2005
San Raimundo es uno de los más esplendorosos ejemplos de las palabras de Cristo: «El que cree en mí, hará también las obras que yo hago, e incluso otras mayores» (Jn 14 12).
El rey Jaime de Aragón era señor de la isla de Mallorca, ubicada en el Mediterráneo a 360 kilómetros de Barcelona. En uno de sus viajes allá invitó a Fray Raimundo, que en ese tiempo ejercía funciones de capellán de la corte. Durante el trayecto, el monarca cuya moralidad dejaba mucho que desear- intentó forzar la conciencia del santo, exigiéndole hacer vistas gordas a su mal proceder.
El hombre de Dios resistió con vigor, llegando al punto de pedir permiso para abandonar la nave en alta mar y volver a Barcelona. El rey negó su autorización a tamaña «locura», la que para el santo parecía cosa sencilla, dado que Jesús vino a sus discípulos «caminando sobre el mar» (Mt 14 25). Confiado en Dios, le dijo al monarca:
-Un rey de la tierra me cierra el paso, pero el Rey del Cielo ha de abrirme un camino mejor. O dicho de otro modo, ¡él mismo es mi camino!
Pero el rey amenazó al santo con la pena de muerte si trataba de huir; y al desembarcar en la isla, Fray Raimundo advirtió que una escolta armada se encargaba de custodiarlo para impedir su fuga.
Después de conquistar la confianza de los guardias con su acogedora bondad, les manifestó el deseo de rezar caminando por la playa. Consintieron. Al fin y al cabo, pensaban, ¿qué podría hacer aquel buen fraile desarmado para evadir la vigilancia? Tal razonamiento, muy válido para otros hombres, se mostró ilusorio contra el indomable santo.

San Raimundo cruzando el Mediterráneo – Obra de Tomás Delabella Convento Doninico de Cracovia (Polonia)
Bajo la estupefacta mirada de los soldados, extendió su escapulario de lana sobre las aguas del mar, para luego «embarcarse» sobre él. A continuación se abrigó con una parte de su manto, e izó la otra punta con su bastón a la manera de una vela. El resto… sólo fue cosa de invocar el santo nombre de María, Señora de los vientos, de la que era un fiel devoto. Un soplo suave pero veloz impulsó el velero de Dios, y en menos de seis horas llegaba al puerto de Barcelona, venciendo milagrosamente los 360 km de distancia.
Era muy de madrugada cuando llegó a su convento. La gran puerta se abrió por sí sola, como brazos de madre recibiendo a un hijo largamente esperado. Se dirigió a su celda conventual, donde hasta las paredes parecían exultar de alegría. Al amanecer, con la modestia característica de los santos, fue a recibir la bendición del Superior y comunicarle que su misión en la corte real estaba cumplida. Sólo mucho tiempo después los hermanos tuvieron conocimiento del portentoso milagro, y por otros conductos.
¿Cómo reaccionó el rey? Cayendo en sí ante tal manifestación de un poder incomparablemente mayor que el suyo, se hizo un fiel seguidor de las advertencias de Fray Raimundo, tanto en lo concerniente a la dirección de su conciencia como al gobierno del reino.
Murió casi a los cien años, el 6 de enero de 1275 y fue canonizado en 1601.
ORACIÓN:
Amorosísimo Padre mío San Raymundo,
vos sabéis la necesidad que padece mi alma
y el consuelo que necesito,
aplicad vuestra intercesión delante de Dios,
para que por vuestros méritos,
alcance la gracia que pretendo,
si ha de ser para mayor gloria de Dios
para más servirle y amarle.
Amén.
El vino bueno: La alegría del Evangelio
Santo Evangelio según san Juan 2, 1-11.
Sábado del Tiempo de Navidad
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, te doy gracias por este momento que me regalas para estar contigo. Gracias, porque Tú me has regalado todo lo que tengo, todo lo que soy. Gracias por la vida, por la fe que me has dado, por la confianza que me da el saber que me escuchas siempre y que sólo haces aquello que es mejor para mí. Gracias por el infinito amor que me tienes.
En fin, Jesús, gracias por ser quien eres.
Ayúdame a glorificarte con mi vida y a trabajar con alegría por la extensión de tu Reino.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 2, 1-11
En aquel tiempo, hubo una boda en Caná de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Éste y sus discípulos también fueron invitados. Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús le contestó: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”. Pero ella dijo a los que servían: “Hagan lo que él les diga”. Había allí seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los judíos. Jesús dijo a los que servían: “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévenselo al encargado de la fiesta”. Así lo hicieron, y en cuanto el encargado de la fiesta probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora”. Esto que Jesús hizo en Caná de Galilea fue el primero de sus signos. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Madre, ayúdame a no tener miedo a ser feliz de verdad. Ayúdame a compartir con los demás el vino bueno de la alegría del evangelio. Ese vino que nace de la escucha atenta en la oración, de la obediencia de la fe y de la entrega generosa a tu Hijo.
Los empleados que servían el vino estaban muy ocupados, pero se dieron el tiempo de escuchar primero tu voz (hagan lo que Él les diga) y luego la de tu Hijo. Que así sea yo, que por muchas cosas que tenga, por muchos problemas o pendientes nunca deje de tener tiempo para estar cerca de ustedes, para escuchar su voz en la oración.
Me sorprende, Madre, que los servidores hayan obedecido aun cuando no entendieran del todo la orden. ¿Para qué llenar las tinajas de agua y llevarle sólo agua cuando lo que necesitaban era vino?, ¿era una broma?, ¿no podían invertir el tiempo que tardarían en llenar las tinajas en ir a buscar dinero para comprar más vino? Tantas veces me pasa algo similar a mí: prefiero soluciones que me parezcan más razonables, más prácticas e inmediatas. Ayúdame, María, a obedecer las palabras y el querer de tu Hijo aun cuando no las entienda.
Veo que los sirvientes no sólo obedecen, sino que lo hacen con generosidad. ¿Qué hubiera pasado si hubieran llenado sólo la mitad o aún peor, si por temor a quedarse sin agua o sin tinajas no hubieran seguido el mandato de Cristo? Los sirvientes supieron confiar y entregarse aunque no entendían. Le dieron a tu Hijo todo lo que tenían y Él no los defraudó. Al respecto, Madre, recuerdo aquellas palabras del Papa Benedicto XVI: «Cristo no quita nada y lo da todo».
Madre, ayúdame a no tener miedo de entregarme sin reservas a la voluntad de Jesús, consciente de que Él lo puede todo. Tu Hijo sólo quiere mi bien y no me quita, sino que me da todo aquello que necesito para ser verdaderamente feliz.
«La Virgen demostró en Caná mucha concreción: es una Madre que toma en serio los problemas e interviene, que sabe detectar los momentos difíciles y solventarlos con discreción, eficacia y determinación. No es dueña ni protagonista, sino Madre y sierva. Pidamos la gracia de hacer nuestra su sencillez, su fantasía en servir al necesitado, la belleza de dar la vida por los demás, sin preferencias ni distinciones. Que ella, causa de nuestra alegría, que lleva la paz en medio de la abundancia del pecado y de los sobresaltos de la historia, nos alcance la sobreabundancia del Espíritu, para ser siervos buenos y fieles. Que, por su intercesión, la plenitud del tiempo nos renueve también a nosotros». (Homilía de S.S. Francisco, 28 de julio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a darme un tiempo para rezar un padrenuestro a la mitad de la jornada para pedirle al Señor que me muestre su voluntad, y me dé la fuerza para cumplirla con generosidad.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Reyes Magos: Llamada, discernimiento y sorpresa
Ángelus del Papa Francisco, 6 de enero de 2023.
“Hoy, solemnidad de la Epifanía, el Evangelio nos habla de los Magos que, al llegar a Belén, abren sus cofres y ofrecen a Jesús oro, incienso y mirra (cf. Mt 2,11). Estos sabios de Oriente son famosos por los regalos que trajeron; pensando en su historia, podríamos decir que, ante todo, reciben tres dones: tres preciosos dones que también nos conciernen a nosotros”.
La llamada, porque Dios nos llama a través de nuestros más grandes deseos y aspiraciones; el discernimiento, porque es importante saber ver la diferencia entre la meta de la vida y las tentaciones del camino. El discernimiento es un gran don, dijo, y nunca hay que cansarse de pedirlo en la oración.
La llamada
El Papa dijo en su alocución que los Magos no intuyeron la llamada leyendo las Escrituras o a través de una visión de ángeles, sino estudiando las estrellas.
“Esto nos dice algo importante: Dios nos llama a través de nuestros más grandes deseos y aspiraciones. Los Magos se dejaron asombrar e incomodar por la novedad de la estrella y se pusieron en camino hacia lo que no conocían”.
Como hombres sabios y cultos, dijo el Papa, les “fascinaba más lo que no sabían que lo que sabían. Se sintieron llamados a ir más allá”. Cada uno de nosotros, por tanto, dijo, estamos llamados a no contentarnos, a buscar al Señor saliendo de nuestra comodidad, “caminando hacia Él con los demás, sumergiéndonos en la realidad. Porque Dios llama cada día, aquí y hoy, en nuestro mundo”.
El discernimiento
A continuación, los Magos nos hablan de un segundo don: el discernimiento. El Papa Francisco dijo que cuando los Magos, buscando un rey, van a Jerusalén para hablar con el rey Herodes, “hombre ávido de poder y que quiere utilizarlos para eliminar al Mesías niño”. Los Magos, sin embargo, no se dejan engañar por Herodes.
“Saben distinguir entre la meta del viaje y las tentaciones que encuentran en el camino. Abandonan el palacio de Herodes y, atentos a los signos de Dios, ya no pasarán por allí, sino que volverán por otro camino (cf. v. 12)”.
En su alocución, Francisco exclama, y resalta cuánto es importante saber distinguir la meta de la vida de las tentaciones del camino. “Saber renunciar a lo que seduce, pero lleva por mal camino, señaló, para comprender y elegir los caminos de Dios. El discernimiento es un gran don, y nunca hay que cansarse de pedirlo en la oración. ¡Pidamos esta gracia!
La sorpresa
“Por último, los Reyes Magos nos hablan de un tercer don: la sorpresa. Tras un largo viaje, ¿qué encuentran estos hombres de alta posición social? Un bebé con su madre (cf. v. 11): una escena ciertamente tierna, pero no asombrosa. No ven ángeles como los pastores, sino que encuentran a Dios en la pobreza. Tal vez esperaban un Mesías poderoso y prodigioso, y se encuentran con un bebé”.
No obstante, su sorpresa, los Magos, no creen haberse equivocado, saben reconocerlo, enfatizó Francisco. Acogen la sorpresa de Dios y viven su encuentro con Él maravillados, adorándole:
«en la pequeñez reconocen el rostro de Dios. Humanamente todos estamos inclinados a buscar la grandeza, pero es un don saber encontrarla de verdad: saber encontrar la grandeza en la pequeñez que Dios tanto ama. Porque así es como se encuentra al Señor: en la humildad, en el silencio, en la adoración, en los pequeños y en los pobres».
Y cada uno de nosotros, dijo por último, es llamado por Jesús, todos podemos discernir su presencia, todos podemos experimentar sus sorpresas. Son dones que ya hemos recibido, afirmó:
«Recordar cuándo sentimos una llamada de Dios en nuestra vida; o cuándo, quizá después de mucho esfuerzo, fuimos capaces de discernir su voz; o también, en una sorpresa inolvidable que Él nos ha dado, asombrándonos. Que la Virgen nos ayude a recordar y custodiar los dones recibidos».
Benedicto XVI, la Navidad, los dinosaurios y el sentido de lo eterno del hombre
El Papa recién fallecido nos dejó unas hermosas meditaciones sobre la Navidad en las que reivindica que el silencio es la puerta de entrada de Dios
Joseph Ratzinger fue un teólogo capaz de combinar lo culto con lo popular, lo racional con lo emocional y lo sensible. Al tiempo, se cuenta entre los pocos que logran abrir paso a lo complejo con un lenguaje comprensible. Y seguramente en pocos libros se perciba más esta capacidad que en ‘La bendición de la Navidad’, un conjunto de meditaciones publicadas en España por Herder en 2008 y que refunden dos pequeños trabajos previos.
En este breve ensayo, Ratzinger no deja sin tocar ninguno de los elementos de la celebración que acaba de concluir, desde el belén al árbol de Navidad, la importancia de los dulces, el papel del asno y el buey, o el sentido de la estrella. Pero todo conduce al fin al lector a una invitación a abrirse a Dios, el único capaz de saciar el hambre que aqueja al alma humana.
«El apremio más profundo del hombre de hoy no proviene de la crisis de nuestras reservas materiales, sino de que se nos tapian las ventanas que miran a Dios y de que, de ese modo, nos vemos en el peligro de perder el aire que respira el corazón, de perder el núcleo de la libertad y de la dignidad humanas», explica.
Ratzinger no duda en utilizar el símil de la extinción de los dinosaurios para plantear la reflexión de que quizás nosotros, los humanos, corremos el mismo peligro si no corregimos el rumbo.
«De los dinosaurios se afirma que se extinguieron porque se habían desarrollado erróneamente: mucho caparazón y poco cerebro, muchos músculos y poca inteligencia», recuerda.
«¿No estaremos también nosotros desarrollándonos de forma errónea, mucha técnica, pero poca alma? ¿Un grueso caparazón de capacidades materiales, pero un corazón que se ha vuelto vacío? ¿La pérdida de la capacidad de percibir en nosotros la voz de Dios, de conocer y reconocer lo bueno, lo bello y verdadero?».
El que fuera Papa Benedicto XVI no duda en apuntar dos caminos posibles para acceder a Dios: el silencio y la enfermedad.
Respecto del silencio, Ratzinger recuerda la historia de Santa Isabel de Hungría, quien, en su lecho de muerte, quiso recordar con los suyos las verdades de la fe. Y les pidió que guardaran completo silencio ante el nacimiento del Niño.
«Eso podría aparecer a simple vista casi como un juego: el pequeño quiere dormir y no hay que molestarlo. Pero ese aparente juego es, en realidad, expresión de un respeto que es lo único que abre el camino hacia el misterio».
«La Navidad nos llama a entrar en ese silencio de Dios, y su misterio permanece oculto a tantas personas porque no pueden encontrar el silencio en el que actúa Dios. ¿Cómo encontraremos ese silencio? El mero callar no lo crea», explica.
Pero Joseph Ratzinger nos da algunas pistas: «Hacer silencio significa encontrar un nuevo orden interior”. Y añade: “Silencio significa desarrollar los sentidos interiores, el sentido de la conciencia, el sentido de lo eterno en nosotros, la capacidad de escucha frente a Dios».
Anteriormente, en el capítulo dedicado al Adviento, el teólogo explica que la enfermedad es como esa grieta en el muro que permite que entre la luz de Dios.
«La enfermedad y el sufrimiento pueden ser, al igual que una gran alegría, algo así como un adviento muy personal, una visita de Dios que entra en mi vida y quiere acercárseme».
Y añade: «Aún cuando nos resulte difícil, deberíamos intentar comprender los días de enfermedad de la siguiente manera: el Señor ha interrumpido por un tiempo mi actividad a fin de conducirme a la quietud».
La enfermedad nos saca de nuestras rutinas cotidianas, en las que, a menudo, estamos atrapados por la profesión, la sociedad y la búsqueda de diversión, lo que nos va «asilvestrando» también en el interior.
«Pero, ahora, Dios me ha sacado de ahí. Tengo que estarme quieto. Tengo que esperar. Tengo que tomar conciencia de mí mismo, soportar la soledad. Tengo que sobrellevar el dolor, aceptarme a mí mismo. Y todo eso es difícil. Pero, ¿no será que Dios realmente me espera en esa quietud?», explica.
En su meditación, nos recuerda también que, si creemos realmente en la presencia de Dios en nuestras vidas, todos los acontecimientos, incluso los negativos, se ven de otro modo.
«Si él existe, no hay tiempo carente o vacío de sentido. Entonces, cada momento es, en sí mismo, valioso, aun cuando yo no pueda hacer otra cosa que soportar calladamente mi enfermedad. Si él existe, queda siempre algo por esperar allí donde otros no pueden darme esperanza alguna», asegura.
«Entonces, la vejez y la condición de jubilado no son el último escalón de la vida, desde el cual sólo se puede mirar hacia atrás. Entonces viene siempre algo más grande, y justamente el tiempo de la inutilidad exterior puede tornarse en una forma suprema de maduración».
Estas reflexiones nos pueden dar una idea del ánimo y el talante con el que el Papa emérito afrontó su propia retirada, y su último periodo vital, aquejado de achaques y dolores.
Y quizás nos ayuden también a entender el valor de su silencio, que el Papa Francisco ensalzó diciendo: «el silencio de Benedicto XVI sostiene a la Iglesia».
En su análisis de los elementos centrales de la celebración, Ratzinger nos descubre dimensiones nuevas de lo ya conocido. Así, explica el sentido de los árboles de Navidad apelando al salmo 96: «Que dancen de gozo los árboles del bosque, delante del Señor que hace su entrada».
«Los adornados árboles del tiempo de Navidad no son más que el intento de hacer que esa frase se convierta en una realidad visible», explica.
De igual modo, la repostería de estas fechas encuentra sus raíces en la frase del Antiguo Testamento que reza: «Aquel día (el de la llegada de Cristo), los monjes destilarán dulzura y las colinas manarán leche y miel».
«Si Dios viene en la Navidad, reparte, por decirlo así, la miel», explica Ratzinger. De ahí que la repostería de miel «es un signo de esa paz, de la concordia y de la alegría».
De este modo, además, la Navidad se convirtió en la fiesta de los regalos «en la que nosotros imitamos al Dios que se regala a sí mismo y que, con ello, nos ha dado nuevamente la vida».
Esta alegría de la fiesta, reconoce el fallecido Papa emérito, puede ser difícil cuando nos vemos atormentados por situaciones que nos impulsan más bien a rebelarnos contra un Dios que se nos presenta como incomprensible.
«Pero el signo de esperanza representado en ese niño está puesto también, y precisamente, para los atribulados. Justamente por eso ha podido producir un eco tan puro que su poder de consuelo llega a tocar incluso el corazón de los incrédulos».
Y es que «en el Niño Jesús se manifiesta de la forma más patente la indefensión del amor de Dios: Dios viene sin armas porque no quiere conquistar desde lo exterior, sino ganar desde el interior, transformar desde dentro».
Y todo ello porque en la Navidad se hace realidad la afirmación de San Juan de que la palabra se hizo carne. La palabra, nos recuerda Benedicto XVI, puede interpretarse también como el sentido: el sentido se hizo carne.
Por eso, en Navidad, «no celebramos el día del nacimiento de un gran hombre cualquiera, como los hay tantos. Tampoco celebramos simplemente el misterio de la infancia», explica.
Lo que celebramos es que el sentido ha aterrizado en el mundo y que «la verdad -la última, la verdadera- es hermosa. Y es buena. Encontrarla hace bueno al hombre. Ella nos habla desde el Niño, que es el propio Hijo de Dios».
Una verdad que nos resistimos a creer porque hemos sido educados en la desconfianza. «No queremos creer que la verdad sea hermosa. Según nuestra experiencia, la verdad es, a fin de cuentas, casi siempre cruel y sucia». Y lo mismo ocurre con el arte y la literatura que ven como su misión «desenmascarar al hombre como un ser sucio y asqueroso».
«El encuentro con la verdad ya no ennoblece, sino que denigra. De ahí la burla contra la Navidad, la ridiculización de nuestra alegría», explica Joseph Ratzinger. «Y así es: si Dios no existe, no queda luz alguna, sino sólo la sucia tierra. En ello estriba la verdad realmente trágica de este tipo de poesía».
Y, sin embargo, «Él vino como niño para quebrar nuestra soberbia. Quizás hasta hubiéramos capitulado ante el poder, ante la sabiduría. Pero él no quiere nuestra capitulación, sino nuestro amor. Quiere liberarnos de nuestro orgullo y, de ese modo, hacernos verdaderamente libres».
«Por eso, dejemos que la alegría de este día penetre en nuestra alma. No es una ilusión. Es la verdad».
San Raimundo de Peñafort, el patrón de los abogados
Un dominico experto en derecho canónico famoso por su dicho «orden en los libros, orden en la vida»
San Raimundo de Peñafort fue un sacerdote dominico del siglo XII que ha pasado a la historia por haber reunido las leyes y decretos de la Iglesia. Él repetía: «Orden en los libros, orden en la vida».
Raimundo nació en Peñafort en torno al año 1175 y falleció en Barcelona (España), se cree que a los 100 años, en 1275.
Fue confesor y asesor personal del papa Gregorio IX, y también amigo del rey conquistador Jaime I.
Escribió de forma destacada sobre el sacramento de la penitencia. Sus obras han ayudado durante siglos a confesores y moralistas.
Fue elegido maestro general de la Orden de predicadores -el tercero- y preparó la redacción de las nuevas Constituciones.
Santo patrón
San Raimundo de Peñafort es patrón de juristas, canónigos, abogados y colegios de abogados.
Oración
Amorosísimo padre san Raimundo,
tú conoces la necesidad que sufre mi alma
y el consuelo que necesito,
aplica tu intercesión delante de Dios
para que por tus méritos
alcance la gracia que busco,
si ha de ser para mayor gloria de Dios
para más servirle y amarle.
Amén.