Luke 10:25-37

Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús afirma la respuesta de un doctor de la ley sobre el mandamiento más grande: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”.

Toda religión trata finalmente sobre un despertar al deseo más profundo del corazón y dirigirlo hacia Dios; se trata de ordenar el amor hacia lo que es más digno de amar. Pero, como Jesús nos dice, una implicación necesaria de este amor a Dios es nuestra compasión por los demás.

¿Por qué los dos mandamientos están tan estrechamente vinculados? La mejor respuesta es también la más simple: por quién es Jesús. Cristo no es simplemente un ser humano, y no es simplemente Dios; más bien es un Dios-hombre, aquel en cuya persona se encuentran la divinidad y la humanidad.

Por lo tanto, finalmente es imposible amarlo como Dios sin amar a la humanidad que, en su propia persona, ha abrazado. Quienes conocen a Cristo Jesús, en su plenitud divina y humana, se dan cuenta de que el amor a Dios nos lleva necesariamente a amar el género humano. Ellos comprenden la coherencia lógica e integridad espiritual del mandamiento más grande.

Enrique, Santo

Memoria Litúrgica, 13 de julio

Por: Redacción | Fuente: ACIprensa.com

Emperador

Martirologio Romano: San Enrique, emperador de los romanos, que, según la tradición, de acuerdo con su esposa Cunegunda puso gran empeño en reformar la vida de la Iglesia y en propagar la fe en Cristo por toda Europa, donde, movido por un celo misionero, instituyó numerosas sedes episcopales y fundó monasterios. Murió en este día en Grona, cerca de Göttingen, en Franconia (1024).

Etimológicamente: Enrique = Aquel que es jefe de hogar, es de origen germánico.

Fecha de canonización: 4 de marzo de 1146 por el Papa Beato Eugenio III.

Breve Biografía

Nacido en el año 972 y fallecido en 1024. Nieto de Carlomagno y sucesor de los tres Otones, fue el más grande apóstol de la paz en el segundo decenio del siglo XI y uno de los más destacados promotores de la civilización occidental, colaborando a la labor del Papado y de los monjes de Cluny, de cuyo abad San Odilón fue gran amigo. –

Seguramente, a la primera impresión nadie habría creído que bajo la pesada armadura de aquel caballero que cabalgaba con sus numerosas tropas por las grandes llanuras del imperio alemán, se escondía un santo.

Pasada ya la gloriosa restauración de Carlomagno, Europa, en el siglo x, vive una época de dejadez y brutalidad. Empiezan a aparecer los desastrosos efectos del feudalismo, la jerarquía eclesiástica está corroída por las investiduras y por doquier impera la ley del más fuerte.

Parece imposible que aún vivan personas santas, y menos aún que lo sea uno de los numerosos príncipes feudales.

Nos hallamos en la corte del duque de Baviera Enrique el Batallador y de su esposa Gisela de Borgoña. En el castillo ducal se celebran grandes festejos porque ha nacido el príncipe heredero. Se le impone, como a su padre, el nombre de Enrique.

Los primeros años pasan plácidamente, pero pronto es víctima de la persecución; su padre ha sido vencido en una de las interminables guerras familiares y se ha visto obligado a huir. Sin embargo, las cosas volverán a su lugar; el padre recobrará el ducado con todas sus posesiones y Enrique podrá dedicarse al cultivo de las Letras, bajo la dirección de Wolfgang, el santo obispo de Ratisbona.

Wolfgang no sólo forma su inteligencia, sino también su voluntad, dándole una esmerada educación cristiana y una sólida piedad.

A la muerte de su padre, hereda el ducado y se convierte en uno de los príncipes de más porvenir de Alemania. Con su carácter recto y justiciero atiende a las necesidades de su pueblo, gobierna con mano al mismo tiempo fuerte y suave.

Sabe comprender y no es vengativo. Prefiere perdonar que castigar y busca antes el provecho de sus súbditos que sus propios intereses.

En el año 1002, los electores del Sacro Imperio Romano-Germánico le nombran para el cargo imperial. Acaba de morir Otón III, sin sucesión directa.

La fama de Enrique, su sinceridad y nobleza, son reconocidas por todos, y saben que será el emperador ideal.

La ascensión al trono imperial es para el duque de Baviera una empresa difícil. Surgen contrincantes que ha de vencer, sublevaciones para dominar, querellas entre los señores feudales, que ha de sofocar, pero Enrique con su fiel ejército atiende a todo.

Vence al rey de Polonia, rechaza a los bizantinos, interviene en los Estados Pontificios defendiendo los derechos de Benedicto VIII, el legítimo sucesor de Pedro.

Con su prodigioso genio militar sabe triunfar, pero, diferente de muchos otros de su tiempo, no abusa de la victoria. La justicia rige todos sus actos.

Su actividad se extiende también a la reforma espiritual del clero.

En el año 1007 convoca, de acuerdo con las costumbres de su tiempo, un Concilio general en Francfort. Acuden los numerosos obispos del Imperio, que dictan severas normas disciplinarias. Después, Enrique procurará que se cumplan.

Restablecido el orden en el Imperio y protegidas las fronteras, Enrique empezó a reinar con todo su poder. En el año 1014, junto con su esposa, fue ungido y coronado rey por el propio pontífice, en Roma.

Seguramente pocos reyes tuvieron, ya en vida, tan buena fama y muchos menos fueron venerados y gozaron del amor de sus súbditos como este nieto de Carlomagno.

Muestra de su gran virtud es este ejemplo: Al sentirse morir llamó junto a sí a los grandes del reino y, tomando la mano de su esposa Cunegunda, también santa, dijo a los padres de ésta: «He aquí a la que vosotros me habéis dado por esposa ante Cristo; como me la disteis virgen, virgen la pongo otra vez en las manos de Dios y vuestras». Sus restos reposan en la catedral de Bamberg.

San Enrique realizó lo que a muchos puede parecer imposible: ser emperador, vivir continuamente ocupado en los problemas públicos y entre guerras, y llegar a santo.
Si Enrique de Baviera lo llevó a término fue porque en el ejercicio de su cargo vio un servicio al prójimo y a Jesucristo. La historia de Europa nos ofrece pocas vidas tan bellas y útiles como la de Enrique II, el Santo.

¿Quién es mi prójimo?

Santo Evangelio según San Lucas 10, 25-37. 15º domingo de Tiempo Ordinario

Por: H. José Romero, L.C. | Fuente: missionkits.org

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, concédeme ser un hermano para todos.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 10, 25-37

En aquel tiempo, se presentó a Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: «Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». El doctor de la ley contestó: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo». Jesús le dijo: «Has contestado bien; si haces eso, vivirás».

El doctor de la ley para justificarse, le preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Jesús le dijo: «Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo, un levita que pasó por ahí lo vio y siguió adelante. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: ‘Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso’.

¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?». El doctor de la ley le respondió: «El que tuvo compasión de él». Entonces Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hace algunos años estaba haciendo un taller de oración, cuando nos explicaron la oración de intercesión nos dieron una tarea: orar a Dios durante una semana por una persona con la cual tuviéramos un problema. No tenía en ese momento un problema con alguien en particular, por lo tanto decidí rezar por alguien que no conocía, pero que con sólo escuchar su nombre me daba rabia. Allí estaba yo, orando por él, ofreciendo mi misa y mi rosario por su salud y bienestar. Me costó mucho, me costó hasta que terminó la semana pero lo logré. ¿Por qué? Porque era alguien que me necesitaba porque yo soy su prójimo.

El letrado le preguntó a Jesús:¿Quién es mi prójimo? Y la repuesta de Jesús es sencilla pero bastante interesante. Le responde por medio de la parábola del buen samaritano en donde lo importante no es saber quién es mi prójimo sino hacerme prójimo. El verdadero cristiano se hace prójimo de todos porque ama estar cercano a los demás: ama llevar el amor de Dios a todos. El cristiano siempre transmite la misericordia de Dios a todos, sin importar quienes sean, sin importar que cueste.

El sacerdote y el levita en la parábola pasaron por un lado del hombre mal herido porque no era nadie para ellos. Así nosotros nos encontraremos en la vida con personas que no pueden caminar por problemas materiales o espirituales, que pueden ser completos desconocidos o peor aun, personas a las que conservamos un odio pero ¿de quién soy prójimo? ¿Acaso soy prójimo de las personas que me agradan? Empecemos a cargar a todos, empecemos a llevar la misericordia de Dios a todas las personas.

Animémonos a superar la tentación de absolutizar determinados paradigmas culturales y dejarnos absorber por intereses personales. Ayudemos a los hombres de buena voluntad a dar mayor relieve a situaciones y acontecimientos que afectan a una parte importante de la humanidad, pero que ocupan un lugar muy marginal en el ámbito de la información a gran escala. No podemos desinteresarnos, y es preocupante cuando algunos cristianos se muestran indiferentes frente al necesitado. Más triste aún es la convicción de quienes consideran los propios bienes como signo de predilección divina, en vez de una llamada a servir con responsabilidad a la familia humana y a custodiar la creación. El Señor, Buen Samaritano de la humanidad, nos interpelará sobre el amor al prójimo, cualquiera que sea. Preguntémonos entonces: ¿Qué podemos hacer juntos? Si es posible hacer un servicio, ¿por qué no proyectarlo y realizarlo juntos, comenzando por experimentar una fraternidad más intensa en el ejercicio de la caridad concreta?

(Discurso de S.S. Francisco, 21 de junio de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy encomendaré a una persona con la cual tengo un problema o le guardo rencor.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

San Enrique II: rey, esposo y cristiano modelo

Joseph von Führich, CC0, via Wikimedia Commons

Mónica Muñoz – publicado el 13/07/23

En su servicio a Dios, a su reino y su matrimonio con santa Cunegunda, San Enrique fue ejemplo de amor conyugal y de conformidad con la voluntad divina

Quien en pocos años sería San Enrique fue hijo del duque de Baviera, nacido en Bamberga, en el año 973.  Desde niño recibió una profunda formación cristiana, educado por los canónigos de Hildesheim y por el obispo san Wolfgango en Ratisbona.

Muerto sin descendencia, su primo Otón III, el primero de enero de 1002 se convierte en rey de Alemania y dos años después, también de Italia. Su hermano Bruno es hecho obispo de Augusta, una de sus hermanas entra en la vida monástica y la otra se casa con el futuro san Esteban de Hungría. Por sus servicios y la defensa que hace del Papa Benedicto VIII, Enrique y Cunegunda son consagrados por él como Emperadores del Sacro Imperio Romano el 14 de febrero de 1014.

Reforma en el clero y la Iglesia

Preocupado por la situación de la Iglesia, apoya la reforma moral en la vida monástica, que afectó a toda la Iglesia porque ayudó en el combate de la simonía (la adquisición de cargos eclesiásticos por dinero) y en devolver la centralidad al celibato de los sacerdotes.

Entre los consejeros de Enrique II estuvo San Odilón, abad de Cluny, cuya reforma apoyó el monarca. En el 1022, Enrique preside junto al Pontífice el Concilio de Pavía del que emanan 7 cánones en contra del concubinato de los sacerdotes y en defensa de la integridad de los patrimonios eclesiásticos. 

Restaura también sedes obispales, construye monasterios, funda la diócesis de Bamberga y hace edificar la catedral donde están sepultados él y su esposa. Su interés por los aspectos litúrgicos se hace patente porque solicita la introducción de la recitación del credo en la Misa dominical.

El amor y fidelidad a santa Cunegunda

Sin duda, uno de los aspectos que más impactan de su vida fue la profunda unión con su esposa, santa Cunegunda. No lograron tener hijos, aunque no se sabe si fue por una elección de castidad de los cónyuges o por alguna otra causa.

Sin embargo, contrario a las costumbres de la Alta Edad Media ante casos similares, Enrique se negó a repudiar a Cunegunda, decisión que contribuye a su fama de santidad y que, probablemente, tenía su origen también en los comportamientos de sus predecesores: los Otones observaron siempre una estricta monogamia, no tuvieron hijos ilegítimos, ni repudiaron a sus esposas. 

Una elección que testimonia, sin lugar a dudas, un profundo respeto por el sacramento del matrimonio y amor por su esposa. Enrique II murió el 13 de julio de 1024 y  fue canonizado en 1146 por el Papa Eugenio III.