«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Marcos 16, 15). Parece de verdad demasiado audaz el encargo que Jesús confía a un pequeño grupo de hombres sencillos y sin grandes capacidades intelectuales. (…) Pero este proyecto de Dios puede ser realizado solo con la fuerza que Dios mismo concede a los apóstoles. En ese sentido, Jesús les asegura que su misión será sostenida por el Espíritu Santo. (…) Así que esta misión pudo realizarse y los apóstoles iniciaron esta obra, que después fue continuada por sus sucesores. La misión confiada por Jesús a los apóstoles ha proseguido a través de los siglos, y prosigue todavía hoy: requiere la colaboración de todos nosotros. Cada uno, en efecto, por el bautismo que ha recibido está habilitado por su parte para anunciar el Evangelio. (Regina coeli, 13 mayo 2018)
• Mark 16:15-20
Amigos, el Evangelio de hoy nos trae el muy lacónico relato de San Marcos sobre la Ascensión: “Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al Cielo y está sentado a la derecha de Dios”.
No hay que tomar esto literalmente, ya que no hay sillas en el Cielo, pero si tomarlo muy en serio. Lo que Marcos sugiere es que Jesús ahora está reinando. Él está como un rey en su trono. Esto significa que Él está dirigiendo las cosas de la tierra desde su lugar en el Cielo. Nuevamente, no pienses en esto espacialmente, como si el Cielo estuviera muy lejos. Piensa en el Cielo como una dimensión que se superpone con la tierra, y que tiene un impacto sobre la tierra.
Y esta es la razón por la cual la Ascensión nos obliga a enfrentar una pregunta clave: ¿A quién finalmente obedecemos? ¿A quién servimos, en definitiva? ¿Quién es el rey de nuestras vidas? Legítimamente obedecemos a todo tipo de figuras, políticas, culturales, artísticas, etc., pero siempre hay un rey supremo, alguien (o algo) cuyas órdenes de marcha nosotros en definitiva seguimos.
Marcos, Santo
Memoria Litúrgica, 25 de abril
Evangelista
Martirologio Romano: Fiesta de san Marcos, evangelista, que primero acompañó en Jerusalén a san Pablo en su apostolado, y después siguió los pasos de san Pedro, quien lo llamó su hijo. Es tradición que en Roma recogió en su Evangelio la catequesis de Pedro a los romanos y que fue él quien instituyó la Iglesia de Alejandría, en el actual Egipto. († c.68)
Etimológicamente: Marco = Aquel que es recio como un martillo, o nombre relativo al dios Marte, es de origen latino
Breve Biografía
Patrón de los abogados, notarios, artistas de vitrales, cautivos, de Egipto, Venecia, contra la impenitencia y las picadas de insectos.
San Marcos es judío de Jerusalén, acompañó a San Pablo y a Bernabé, su primo, a Antioquia en el primer viaje misionero de estos (Hechos 12, 25); también acompañó a Pablo a Roma. Se separó de ellos en Perga y regresó a su casa. (Hechos 13,13). No sabemos las razones de esa separación pero si sabemos que causó una separación posterior entre San Pablo y Bernabé, cuando San Pablo rehusó aceptar a San Marcos. Bernabé se enojó tanto que rompió su asociación misionera con San Pablo y se fue a Chipre con Marcos (Hechos 15,36-39). Años mas tarde San Pablo y San Marcos volvieron a unirse en un viaje misionero.
Fue discípulo de San Pedro e intérprete del mismo en su Evangelio, el segundo Evangelio canónico (el primero en escribirse). San Marcos escribió en griego con palabras sencillas y fuertes. Por su terminología se entiende que su audiencia era cristiana. Su Evangelio contiene historia y teología. Se debate la fecha en que lo escribió, quizás fue en la década 60-70 AD.
Juntos con Pedro fue a Roma. San Pedro por su parte se refería a San Marcos como «mi hijo» (1P 5,13).
A veces el Nuevo Testamento lo llama Juan Marcos (Hechos 12,12).
Evangelizó y estableció a la Iglesia en Alejandría, fundando allí su famosa escuela cristiana.
Murió mártir aprox. el 25 de abril del 68 AD en Alejandría y sus reliquias están en la famosa catedral de Venecia.
Su símbolo es el león alado. Tanto este símbolo como el de los otros tres evangelistas (Apoc. 4, 7-8), son muy antiguos. De ellos hablan San Jerónimo y San Agustín, explicando que San Marcos, en su primer capítulo, habla de Juan el Bautista en el desierto y el león es el rey del desierto (Mc. 1,3).
En Venecia se veneran, en la preciosa catedral de su mismo nombre, los restos mortales del evangelista, cuyo traslado de Alejandría se remonta al siglo IX.
El Evangelio se escribe con la vida
Santo Evangelio según san Marcos 16,15-20.
San Marcos Evangelista
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Permíteme encontrarte, Señor Jesús. Tú, que me has dado una misión en la Iglesia y en la sociedad, dame tu luz para saber qué debo hacer. Concédeme también tu gracia y apoyo para realizar tu voluntad. Gracias, Señor, por haberme llamado a ser tu testigo y confiar en mí. Así sea. Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 16,15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrogarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos». El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
La oración es un encuentro personal con Cristo. Y hoy le debemos este encuentro a san Marcos. Él pudo acompañar a Pedro y Pablo en sus viajes apostólicos. Escuchó atentamente su anuncio de la Buena Nueva y puso todo en un libro, el Evangelio. San Marcos nos ha dejado un maravilloso testimonio de Jesús. Y dos mil años después seguimos nutriéndonos con lo que escribió.
A nosotros nos toca escribir también un Evangelio para transmitir a las generaciones que vienen; pero no en papel, ni en formato electrónico, sino con la propia vida. Así fue el Evangelio que predicó san Pedro y el resto de los Apóstoles: dejaron su casa en Galilea para estar con el Señor. Tres años después, son testigos de su pasión, muerte y resurrección. Se encontraron así con aquél que es el Camino, la Verdad y la Vida. Y no podían callar este encuentro; a los cincuenta días de la Pascua salieron a las plazas y las calles de Jerusalén para anunciar la salvación que nos trajo Cristo.
Como su maestro, curaron paralíticos, expulsaron demonios, resucitaron muertos. Pero, sobre todo, fundaron la Iglesia, un signo ante el mundo de “un solo corazón y una sola alma” (He 4, 32). Años más tarde, incluso en Roma se hablaba de los cristianos: “Mirad cómo se aman”. Como dice el Papa Francisco: «Todos estamos llamados a ser escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy.» (Homilía, 3 de abril 2016).
Es tarea personal, sí, pero ¿depende todo de nuestras fuerzas? Ciertamente que no, y por eso le pedimos todos los días, «¡Venga tu Reino!» Nos dice el Evangelio de hoy: «El Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban». Y siempre lo hace, si somos dóciles a su acción.
«Todos estamos llamados a ser escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy. Lo podemos hacer realizando las obras de misericordia corporales y espirituales, que son el estilo de vida del cristiano. Por medio de estos gestos sencillos y fuertes, a veces hasta invisibles, podemos visitar a los necesitados, llevándoles la ternura y el consuelo de Dios. Se sigue así aquello que cumplió Jesús en el día de Pascua, cuando derramó en los corazones de los discípulos temerosos la misericordia del Padre, exhaló sobre ellos el Espíritu Santo que perdona los pecados y da la alegría». (S.S. Francisco, 3 de abril del 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy daré una limosna para ayudar a los pobres.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
San Marcos, el autor del Segundo Evangelio
Biografía del apóstol que fue intérprete de Pedro.
Año 42 de la Era cristiana. Estamos en el equinoccio de primavera. La Iglesia recién nacida, sufre persecución, sangre y terror. Herodes, para agradar a los judíos, ha degollado a Santiago. Pedro está en la cárcel. Los cristianos velan y oran en la ansiedad. Ya son tantos, que no caben en un solo cenáculo. Se reúnen por grupos en las casas más espaciosas y hospitalarias, como ésta, situada cerca de la Torre Antonia, que es la prisión donde Pedro está encarcelado, que es la misma en la que Jesús estuvo apresado. Son las tres de la mañana. Los cristianos recitan salmos, rezan afligidos la oración del Padre Nuestro, comentan preocupados con el pensamiento en la cárcel de Pedro. Toda la Iglesia está rezando por él. En esto, llaman a la puerta y la inquietud se convierte en miedo. Sale a abrir la criada Rodé, rosa en griego. Sin abrir la puerta, regresa llena de alegría, y les susurra: «Es Pedro.» Siguen golpeando la puerta. Rode abre y allí está Pedro embozado en su manto. Entra, toma resuello y cuenta que el ángel le ha librado, besa a los hermanos, y se aleja de la ciudad huyendo del peligro de su búsqueda cuando se alerten de su celda vacía en la cárcel. Probablemente se va a Antioquia. Otros sostienen que a Roma.
AQUEL MUCHACHO JOVEN
Allí está Juan Marcos, vive allí. Está en su casa. Casa con prestigio, fe y “ágape”, amor, caridad. Tiene una sala amplia y bien amueblada. Es la casa de María, madre de Juan Marcos. Un hogar judío, pero con gustos helenizantes. Aquel muchacho joven tiene dos nombres, Juan para los judíos, sus compatriotas, y Marcos para los grecorromanos, desciende de Chipre. Allí tiene familia, y el chipriota Bernabé es primo suyo. También habla griego, lo que le será muy útil para difundir el evangelio, cuando acompañe a Pablo y Bernabé en la primera misión por las ciudades de Asia. Él no predica. Le han encargado la administración, recibe las limosnas, busca alojamiento, paga los gastos y ayuda a los misioneros. Al llegar a Perge de Panfilia, Pablo decide viajar más a dentro, atravesando la cordillera del Taurus, lo que suponía un cambio en todos los sentidos. Había que pasar de Tarso y Antioquia de Siria, situadas a 80 metros sobre el nivel del mar, a Antioquia de Pisidia con una altura de 1200 metros, con escasa provisión de víveres, pan duro mojado en agua, un puñado de aceitunas, y lo que ofrecía la naturaleza.
Tal vez su timidez joven no llegó a congeniar con la audacia de Pablo. Tal vez se ha sentido molesto porque su primo Bernabé ha perdido la iniciativa que ha recaído ya en Pablo, le deja y se vuelve a Jerusalén, preocupado también por estar tanto tiempo sin noticias de su madre. Añora su casa, sus comodidades, su vida tranquila, frente a los peligros que acechan a los misioneros intrépidos, peligros en el mar, peligros de ladrones, peligros en las altas montañas. Se embarcó para Cesarea y de allí a Jerusalén. Marcos venció más tarde este acceso de flaqueza juvenil y se convirtió en valioso colaborador de Pablo en la cárcel Mamertina en Roma, “el hombre muy útil para el ministerio” (2 Tm 4, 11).
EL DOLOR DE PABLO
La deserción del joven Marcos lastimó profundamente a Pablo. Pasados los años, aún sentía el dolor. Tuvo a Marcos por pusilánime y pensó que “El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es apto para el trabajo del reino de los cielos (Lc 9, 62). Pero detrás de la resolución de volverse en Marcos había otra causa más profunda, que no quiso expresar y que tampoco expresa Lucas. Marcos se había criado en Jerusalén en medio de los antiguos apóstoles, en la tradición judía, a la que la joven Iglesia se sentía muy unida y que Pablo estaba resuelto a separar de la sinagoga. De hecho Marcos era el más fiel discípulo de Pedro. Era su intérprete griego, y quería seguir siéndolo. Pedro le llama “su hijo Marcos” (1 Pe 5, 13).
Marcos camina ahora junto a Pedro recogiendo las palabras de aquel hombre, que le había enseñado a amar a Jesús. Pertenecía a esas almas admirables que brillan en segunda fila, o que saben permanecer en la penumbra para consagrarse a la gloria de un maestro, mereciendo así el premio de la modestia y haciendo su acción más fecunda, aunque menos personal. El pescador de Betsaida, escogido por Cristo no llegó a hablar con facilidad el griego. Pero a su lado estaba el hombre abnegado, el discípulo amable, dispuesto a transmitir su pensamiento en las reuniones de la primitiva comunidad de Roma. Y Marcos, al lado del apóstol, traducía sus palabras, identificándose completamente con aquellas catequesis históricas que era la particularidad de su maestro. Era el secretario, la voz, del apóstol Pedro.
PONER POR ESCRITO
Un día los oyentes le pidieron que pusiese por escrito aquellos bellos relatos; él accedió, y así nació el segundo Evangelio. Pedro sabía que Jesús les había enviado por el mundo no a escribir, sino a predicar. Encerrar la Palabra en un libro, era despojarlo de su bravía libertad, imponerle un corsé invariable, privarla del esplendor especial con que la vestía cada uno de los mensajeros del Evangelio. Pero sabía también que, a pesar de los escritos, la Palabra permanecería infaliblemente fecunda y eternamente fresca en la enseñanza de sus sucesores.
Pedro vio en el libro de Marcos vio una copia exacta de su predicación, y cuando la persecución le crucificó cabeza abajo a petición suya, los cristianos de Roma que leían aquellas paginas inspiradas se imaginaban que estaban oyendo la voz de su pastor. Eran las enseñanzas, los relatos, la expresión misma de Pedro. Es lo que imprime su carácter especial al segundo Evangelio. Marcos deja hablar a los hechos. No glosa, no diserta, no comenta, ofrece un relato lleno de viveza y colorido. Y lo consigue plenamente. Su característica es la precisión del detalle, la nitidez de la visión, el gusto por lo pintoresco. Sabe animar de tal modo a las personas, que nos pone en contacto con ellas. Penetramos en sus sentimientos, las vemos moverse delante de nosotros; nos las representamos en su actitud real.
Un gesto, una palabra, bastan para hacernos presenciar la acción. Cuando los demás sinópticos nos hablan de algunos hombres, Marcos los enumera: eran cuatro. Sabe que la barca de Pedro estaba junto a la de Juan cuando Jesús los llamó; nos hace ver a la hija de Jairo corriendo por la habitación después de resucitar; parece que hubiera visto en la barca el único pan que llevaban en una travesía. Y cuando presenta a Jesús, no olvida ni un gesto, ni una mirada, ni una actitud. Su figura divina aparece realzada con un realismo encantador.
Sin embargo esas imágenes en que resplandece la vida, se consiguen con un esquema simple; su sensación de realidad obedece a fórmulas rígidas y simples, iguales, con el mismo molde. Describe dos milagros diferentes, con la misma fórmula.
El vigor en la pintura, está unido con la penuria en los colores; la riqueza descriptiva, carece de imaginación creadora y la ausencia de arte, tiene un hechizo irresistible: este contraste es que caracteriza el estilo de Marcos y el que le otorga su originalidad. El sencillo narrador que carece de invención y del genio de un artista, sólo pretende fijar el recuerdo limpio de la realidad vivida. El color y la vida no son productos de su imaginación, sino reflejos de la realidad. Dice que ha visto, y lo dice siempre de la misma manera popular. Es un testigo ocular, más hábil en retener los detalles plásticos de las escenas, que en dibujar la psicología de un personaje, o en reproducir un discurso. En Marcos apenas hay discursos. Su evangelio es un evangelio de hechos más que de ideas. Ni el menor vestigio del sermón de la montaña; narra algunas parábolas, pero bosquejadas rápidamente; resume en pocas palabras las conversaciones de Jesús con los Apóstoles. Hechos y milagros, sí, muchos milagros. Se adaptaba a sus lectores romanos, aquella raza viril de la que decía Tácito: «Obrar y sufrir animosamente: esto es todo el romano.»
MARCOS Y LOS ROMANOS
Aquella sociedad romana de las primeras misiones evangélicas buscaba con avidez lo maravilloso. Era su alimento. Aquellos hombres creían en la astrología, en los sueños y en los adivinos; los magos y agoreros eran condenados por la ley, pero las gentes temblaban ante de ellos; y los grandes escritores, el mismo Tácito, multiplicaba los prodigios en sus historias. Marcos supo satisfacer estos anhelos, reemplazando las imposturas con obras divinas que había presenciado toda Judea. Marcos conoce los gustos de los romanos, y les presenta la verdad para complacerles. Sabe también que escribe para occidentales, y omite lo que pueda delatar en él al hebreo de raza. El giro de su frase es semita, arameo. Mateo escribía para los hijos de Israel. Marcos se dirige a los gentiles. No sigue la tendencia de Pablo a hacer teología, aunque él también tiene su tesis. Mateo presenta a Jesús como el Mesías esperado por los judíos. Lucas lo propone a los grecorromanos como el Salvador de que les hablaban sus oráculos.
Marcos quiere que se vea en Él, ante todo, al Hijo de Dios. Así lo indica el comienzo de su Evangelio: «Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios». La confesión de Pedro en Cesárea de Filipo, es el centro al que convergen todos los relatos del segundo Evangelio. Marcos era el intérprete de Pedro. Marcos llevó el evangelio a Egipto, lo predicó en Alejandría. Allí le apresaron, le ataron con cordeles y le arrastraron por peñascales; le encerraron en un calabozo, y allí se fue al cielo en el año octavo del Imperio de Nerón.
San Marcos, el evangelista que escribía en griego
No fue apóstol pero escribió uno de los cuatro evangelios escuchando la predicación de san Pedro.
El evangelista Marcos nació en una familia hebrea acomodada. De él sabemos solo lo que narran los Hechos de los Apóstoles y algunas cartas de san Pedro y de san Pablo.
No fue discípulo de Jesús, aunque algún investigador cree que fue el joven, hijo de la viuda María, que siguió a Jesús después de ser arrestado en el huerto de Getsemaní.
San Marcos conoció a san Pablo en Jerusalén. Viajó con él a Chipre y, más tarde, a Roma.
En el año 66, san Pablo escribe a Timoteo desde una cárcel romana: «Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio» (2 Tm 4,11).
Una vez en Roma, se puso al servicio de san Pedro, quizá porque ya había sido ejecutado san Pablo. El primer papa lo cita en sus cartas y habla de él afectuosamente:
«La iglesia en Babilonia, que ha sido elegida como ustedes, los saluda, lo mismo que mi hijo Marcos».
1Pt 5,13
Gracias a la proximidad con san Pedro pudo transcribir su predicación y de ahí surge su evangelio. Por esta razón se le llama «el taquígrafo de san Pedro».
Escribió en griego, la lengua que más se hablaba en aquellos tiempos, para difundir el cristianismo con mayor rapidez.
Aparece también en los Hechos de los Apóstoles (12,12), después de que Pedro saliera milagrosamente de la prisión:
«Al advertir lo que le había sucedido, se dirigió a la casa de María, la madre de Juan, llamado Marcos, donde un grupo numeroso se hallaba reunido en oración».
El evangelista Marcos murió probablemente entre los años 68 y 72, en Alejandría de Egipto.
En los Actos de Marco (del siglo IV) está escrito que un 24 de abril los paganos lo arrastraron por las calles de Alejandría, atado con cuerdas al cuello, y luego lo encarcelaron.
Allí fue confortado por un ángel. Al día siguiente sufrió él mismo martirio y murió. Su cuerpo fue rescatado por cristianos y sepultado en una gruta.
San Marcos está ahora sepultado en Venecia, en la basílica dedicada a él, porque dos mercaderes venecianos trasladaron allí el cadáver desde Egipto.
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En Roma, por su parte, existe una basílica justo en el lugar donde se cree que estuvo su casa.
Algunas reliquias de este evangelista también se encuentran en la catedral de san Marcos, en El Cairo. Es la sede del patriarca copto ortodoxo.
Iconografía
A san Marcos se le representa como un león en la iconografía cristiana porque se le identifica con la figura de este animal que aparece en el Apocalipsis de san Juan, al describir a los cuatro evangelistas.
Santo patrón
San Marcos es también patrón de los notarios, los vidrieros y los ópticos. También es patrón de la ciudad de Venecia.
Oración
Oh santo justo y protector,
bendito San Marcos de León,
Tú que evitaste la desgracia del dragón,
tú que a pesar de tus propias flaquezas
y confiado en la gracia y fortaleza del Señor,
con humildad y firmeza sometiste fieras y enemigos,
te ruego confiadamente: amansa los corazones,
los malos sentimientos y los malos pensamientos
de todo aquel que contra mí esté,
de todo aquel que mi mal y ruina quiera, piense o desee.
Paz, paz, Cristo, Cristo, Dominum.
Paz, paz, Cristo, Cristo, Dominum Nostrum.
Con tu fuerza y poder
y con la ayuda de San Juan y del Espíritu Santo,
si ojos tienen, no me miren
si manos tienen, no me toquen
si lenguas tienen, no me hablen,
que con los hierros que tengan, a mí no me hieran,
Ayúdame con tu mediación a: (hágase la petición)
Paz, paz, Cristo, Cristo, Dominum.
Paz, paz, Cristo, Cristo, Dominum Nostrum.
San Marcos de León,
así como calmaste la sed del León
y a tus pies dominado se quedó,
calma mis adversarios y a todo el que busque mi mal,
véncelos para que no puedan dañarme,
amánsalos, que no se acerquen a mí,
domínalos, para que no lleguen hasta mí.
Paz, paz, Cristo, Cristo Dominum Nostrum
Mis enemigos son bravos como el León,
pero amansados, rendidos y dominados serán
por San Juan y el poder de San Marcos de León.
Paz, paz, Cristo, Cristo, Cristo, Dominum Nostrum
Así sea.
(Rezar tres Credos, Padrenuestro y Gloria).