LUCAS 1, 39-56

Amigos, el Evangelio de hoy habla de la visita de María a Isabel. Siempre me ha fascinado la “prisa” de María en la historia de la Visitación. Al escuchar el mensaje de Gabriel sobre su embarazo y el de su prima, María “viajó apresuradamente a la región montañosa, a un pueblo de Judá” para ver a Isabel.

¿Por qué fue con tanta rapidez y determinación? Porque había encontrado su misión, su papel en el teo-drama. Hoy estamos dominados por el ego-drama con todas sus ramificaciones e implicaciones. El ego-drama es la obra que estoy escribiendo, produciendo, dirigiendo y protagonizando. Vemos esto absolutamente en todas partes de nuestra cultura. La libertad de elección reina suprema: me convierto en la persona que elijo ser.

El teo-drama es la gran historia contada por Dios, la gran obra dirigida por Dios. Lo que hace la vida emocionante es descubrir tu papel en ella. Esto es precisamente lo que le ha sucedido a María. Ha encontrado su papel —de hecho, un papel culminante— en el teo-drama, y quiere compartir con Isabel, quien también ha descubierto su papel en el mismo drama. Como María, tenemos que encontrar nuestro lugar en la historia de Dios.

La Visitación

Fiesta Litúrgica, 31 de mayo

Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magníficat.

Después del anuncio del ángel, María se pone en camino (“de prisa” dice san Lucas) para ir a visitar a su parienta Isabel y prestarle un servicio. Uniéndose probablemente a una caravana de peregrinos que se dirigen a Jerusalén, atraviesa la Samaría y llega a Ain-Karim (en Judea), en donde vive la familia de Zacarías.

Es fácil imaginar los sentimientos que invadían su espíritu al meditar el misterio que le había anunciado el ángel. Son sentimientos de humilde agradecimiento con la grandeza y bondad de Dios, que María expresará en su encuentro con la prima con el himno del Magnificat, la expresión del amor jubiloso “que canta y alaba al amado” (san Bernardino de Siena): “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija…”.

La presencia del Verbo encarnado en María es causa de gracia para Isabel, que, inspirada, descubre los grandes misterios que se han obrado en la joven prima, su dignidad de Madre de Dios, su fe en la palabra divina y la santificación del precursor, que salta de alegría en el seno de la madre. María se queda con Isabel haste el nacimiento de Juan Bautista, esperando probablemente ocho días más para el rito de la imposición del nombre. Aceptando este cómputo del período transcurrido con la parienta Isabel, la fiesta de la Visitación, de origen franciscano (los frailes Menores la celebraban ya en el 1263), se celebraba el 2 de julio, es decir, al final de la visita de María. Hubiera sido más lógico colocarlo después del 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, pero se quiso evitar que cayera en el período cuaresmal.
Después el papa Urbano VI extendió la fiesta a toda la Iglesia latina para pedir por intercesión de María la paz y la unidad de los cristianos divididos por el gran cisma de Occidente. El sínodo de Basilea, en la sesión del 1 de julio de 1441, confirmó la festividad de la Visitación, que al principio no habían aceptado los Estados que estaban de parse del antipapa.

El actual calendario litúrgico, sin tener en cuenta la cronología según la narración evangélica, abandonó la fecha tradicional del 2 de julio (antiguamente la Visitación se conmemoraba también en otras fechas) y estableció la memoria para el último día de mayo.

El servicio de estar

Santo Evangelio según san Lucas 1, 39-56. Visitación de la Santísima Virgen María

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, que pueda ayudar a las personas necesitadas y que no tenga miedo de sus sufrimientos y angustias porque, aparte de ver y experimentar esto, también viviré el gozo que es fruto de tu amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.

Entonces dijo María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen.

Ha hecho sentir el poder de su brazo: dispersó a los de corazón altanero, destronó a los potentados y exaltó a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada.

Acordándose de su misericordia vino en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre”.

María permaneció con Isabel unos tres meses, y luego regresó a su casa.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La actitud de María es aquella de un alma grande que no tiene miedo a desperdiciar su tiempo con los demás. Hay personas a nuestro alrededor que están necesitadas; esta necesidad puede presentarse de diferente forma, necesidad material, necesidad moral, necesidad de amor, etc. Esta ayuda que María nos pone como ejemplo está enraizada en el deseo de hacer algo por los demás. Es un signo de un alma en la que el amor es tanto que se desborda y, como un río fuerte, moja a todo el que se acerca.

Un modo en el que podemos ayudar a los demás es darles nuestro tiempo que, a veces, podemos ver como una pérdida de éste, pero para el amor no hay ninguna cosa perdida, siempre hay ganancia, aun en el sufrimiento y dolor. El hecho de que Alguien nos acompaña, está a nuestro lado es ya una gran experiencia. Me viene a la mente cómo a la hora de la muerte de un ser querido el estar presente conforta por el simple hecho de estar ahí.

El canto de María recoge los sentimientos de todas las personas que han experimentado a Dios en sus vidas y por ello lo han glorificado. Una experiencia como esta se comparte porque es estar cerca de Dios y poder ayudarle en su labor salvífica, ser parte de su misión. Glorificamos a Dios cuando en nuestras vidas hemos visto su mano amorosa que nos guía y cuando nos alegramos al verla también en la vida de los demás.

Pidámosle a María que nos conceda un corazón tan grande como el suyo que sepa servir a los demás, y que nos haga capaces de ver a Dios en nuestra vida y en la de los demás.

«Las oraciones, por lo que son y no por las explicaciones que damos, se convierten en una escuela de vida cristiana, abierta a los que tienen oídos, ojos y corazón abiertos para aprender la vocación y la misión de los discípulos de Jesús. […] La Iglesia está realmente viva si, formando un solo ser viviente con Cristo, es portadora de vida, es materna, es misionera, sale al encuentro con el prójimo, dispuesta a servir sin perseguir poderes mundanos que la hacen estéril. Por eso, celebrando los santos misterios recuerda a María, la Virgen del Magnificat, contemplando en Ella “como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser”».

(Discurso de S.S. Francisco, 24 de agosto de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Pasar el tiempo con alguien que vea que lo necesite.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

En el misterio de la Visitación

Durante la audiencia general del miércoles 2 de octubre de 1996.

Por: San Juan Pablo II

En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, use el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se use en los evangelios pare indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8, 31; 9, 9. 31; Lc 24, 7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5, 27­28; 15, 18. 20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

El texto evangélico refiere, además, que María realice el viaje «con prontitud» (Lc 1, 39). También la expresión «a la región montañosa» (Lc 1, 39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: ´Ya reina tu Dios´!» (Is 52, 7).

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10, 15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9, 51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontaneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1, 40).

San Lucas refiere que «cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1, 41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: ´Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno´» (Lc 1, 41­42).

En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.

La exclamación de Isabel «con gran voz» manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.

Isabel, proclamándola «bendita entre las mujeres» indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye pare ella su visita: «De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1, 43). Con la expresión «mi Señor», Isabel reconoce la dignidad real, más aun, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba pare dirigirse al rey (cf. IR 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey­mesías (Sal 110, 1). El ángel había dicho de Jesús: «EI Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1, 32). Isabel, «llena de Espíritu Santo», tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20, 28; Hch 2, 34­36).

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: «Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1, 44). La intervención de María produce, junto con el don del Espíritu Santo, como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, esta destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

Indulgencia plenaria por la Jornada de los abuelos y los mayores

Con motivo de la jornada del próximo 24 de julio de 2022.

La Penitenciaría Apostólica, acogiendo la solicitud presentada por el Cardenal Kevin Joseph Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, con motivo de la II Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, ya instituida por el Papa Francisco el cuarto domingo de julio, comunica en una nota la facultad de obtener la Indulgencia Plenaria en las condiciones habituales (Confesión Sacramental, Comunión eucarística y oración según las intenciones del Sumo Pontífice) «a los abuelos, a los ancianos y a todos los fieles que, movidos por el verdadero espíritu de penitencia y caridad, participarán el 24 de julio de 2022» en la «solemne celebración que el Santo Padre Francisco presidirá en la Basílica Papal del Vaticano, o en las diversas celebraciones que tendrán lugar en todo el mundo». La indulgencia podrá aplicarse también como sufragio a las almas del purgatorio».

Indulgencia plenaria también para los enfermos y quienes visitan a los ancianos

La Indulgencia Plenaria, precisa la nota, se concede también el mismo día a los fieles «que dedicaran un tiempo adecuado a visitar, de forma presencial o virtual, a través de los medios de comunicación, a los hermanos ancianos en situación de necesidad o dificultad (como los enfermos, los abandonados, los discapacitados)».09:19

Además, se concederá la misma Indulgencia Plenaria a los ancianos enfermos y a todos aquellos que, «imposibilitados de salir de su casa por un motivo grave, se unan espiritualmente a las sagradas celebraciones de la Jornada Mundial, ofreciendo a Dios Misericordioso sus oraciones, dolores y sufrimientos de la propia vida, especialmente mientras se difunden por los medios de comunicación las palabras del Pontífice y las diversas celebraciones».

La nota finaliza con una petición a los sacerdotes «para que se pongan a disposición con un espíritu dispuesto y generoso para la celebración del Sacramento de la Penitencia».

Hoy se celebra la Visitación de la Virgen

Cada 31 de mayo la Iglesia celebrará la Fiesta de la Visitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel y de esta forma concluirá el mes mariano

Según narran los evangelios, el ángel Gabriel le dijo a María que así como ella iba a ser la Madre de Jesús, su prima Isabel también estaba encinta de Juan el Bautista, y la Virgen fue en ayuda de su pariente durante tres meses.

Fiesta Litúrgica

Luego que María Santísima oyó del ángel Gabriel que su prima Isabel también esperaba un hijo, sintióse iluminada por el Espíritu Santo y comprendió que debería ir a visitar a aquella familia y ayudarles y llevarles las gracias y bendiciones del Hijo de Dios que se había encarnado en Ella. San Ambrosio anota que fue María la que se adelantó a saludar a Isabel puesto que es la Virgen María la que siempre se adelanta a dar demostraciones de cariño a quienes ama.

Por medio de la visita de María llevó Jesús a aquel hogar muchos favores y gracias: el Espíritu Santo a Isabel, la alegría a Juan, el don de Profecía, etc, los cuales constituyen los primeros favores que nosotros conocemos que haya hecho en la tierra el Hijo de Dios encarnado. San Bernardo señala aquí que desde entonces María quedó constituida como un «Canal inmenso» por medio del cual la bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones.

Además, nuestra Madre María recibió el mensaje más importante que Dios ha enviado a la tierra: el de la Encarnación del Redentor en el mundo, y en seguida se fue a prestar servicios humildes a su prima Isabel. No fue como reina y señora sino como sierva humilde y fraterna, siempre dispuesta a atender a todos que la necesitan.

Este fue el primero de los numerosos viajes de María a ayudar a los demás. Hasta el final de la vida en el mundo, Ella estará siempre viajando para prestar auxilios a quienes lo estén necesitando. También fue la primera marcha misionera de María, ya que ella fue a llevar a Jesús a que bendijera a otros, obra de amor que sigue realizando a cada día y cada hora. Finalmente, Jesús empleó a su Madre para santificar a Juan Bautista y ahora ella sigue siendo el medio por el cual Jesús nos santifica a cada uno de nosotros que somos también hijos de su Santa Madre.

El Don de la Ciencia

Los dones del Espíritu Santo y la oración. Nos permite descubrir a Dios detrás de las obras humanas

«En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, … »» (Lc 10, 21)

Frutos del don de ciencia

Jesús nos manifiesta el don de ciencia cuando ora en el gozo del Espíritu Santo al ver volver a los setenta y dos discípulos su misión. Este don contribuye mucho a la oración, pues nos descubre la relación entre las cosas creadas y Dios.
Por la acción iluminadora del Espíritu Santo, perfecciona nuestra fe y concurre directamente a la contemplación, dándonos un conocimiento inmediato de la relación de las creaturas a Dios. Así nuestra mente descubre en la belleza e inmensidad de la creación, la presencia de la belleza, bondad y omnipotencia de Dios y se siente impulsado a traducir
este descubrimiento en alabanza, cantos, oración, acción de gracias, y exclamar: «Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra..».

Este don también nos permite descubrir a Dios detrás de las obras humanas: «Es la sensación
que experimentamos cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que es fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: ante todo esto el Espíritu nos conduce a alabar al Señor desde lo profundo de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.» (Papa Francisco, 21 de mayo de 2014).

Lugares donde se manifiesta el don de ciencia

Los salmos, que por definición son oraciones inspiradas, son un constante manifestación de la acción de los dones del Espíritu Santo en los autores, y en especial del don de ciencia. También vemos esta ciencia espiritual en las parábolas de Jesucristo, al encontrar un sentido escondido en todas las realidades creadas: el agua, el pan, el vino, una piedra, los campos de labranza, el cielo, el sol, la vida, la higuera, la semilla, la tempestad. Allí se nos descubre el sentido último de las cosas materiales y de la misma vida humana: su relación ontológica con Dios, su Creador, su Padre y Redentor.

Otro efecto de este don en el alma, esencial para la oración y para abrirse a la gracia de la contemplación, es la conciencia de lo efímero de las criaturas. El hombre, iluminado por el don de ciencia, descubre al mismo tiempo la infinita distancia que separa a las cosas del Creador, su intrínseca limitación, la insidia que pueden constituir, cuando, al pecar, hace de ellas mal uso. Es un descubrimiento que le empuja a volverse con mayor ímpetu y confianza a Aquel que es el único que puede apagar plenamente la sed de infinito que le acosa. (Cfr. Juan Pablo II, 23 de abril de 1989). El libro de la Sabiduría comentaba a propósito de los ateos: «Tal vez como viven entre sus obras, se esfuerzan por conocerlas, y se dejan seducir por lo que ven. ¡Tan bellas se presentan a los ojos!» (Sab 13, 7). El creyente, a su modo, puede quedar tan cogido por las huellas de Dios, que en su oración ya no pasa más allá de ellas para quedarse sólo en el Creador. Esto constituye una advertencia para quien desea progresar en la oración contemplativa.

Cuando el alma, por ejemplo, se siente llena de paz delante un paisaje majestuoso, alabando al Creador, esa experiencia tan valiosa corre el peligro de detenerse en la belleza misma de la criatura. El don de ciencia viene en nuestra ayuda, para que el orante al final contempla no a las criaturas, sino a su Origen y Señor.

La Visitación de María a santa Isabel, una fiesta de alegría

Una celebración que inspiró san Buenaventura y que ayudaría a superar el cisma de Occidente

Cuando María estaba embarazada de Jesús, visitó a su prima mayor Isabel, quien también esperaba un bebé, Juan Bautista.

La Virgen vivía en Nazaret, al norte de Israel; Isabel residía en las montañas de Judá, según la tradición en una localidad llamada Ain Karin.

Para llegar hasta la casa de su prima, María tuvo que recorrer una distancia de entre 100 y 150 kilómetros.

Myronovych

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En respuesta al ángel

¿Qué llevó a María a caminar tanto? Después del anuncio del ángel Gabriel, la Virgen María «marchó deprisa» -explica Lucas en su Evangelio- a casa de Isabel con el propósito de cuidar de su prima, a la que llamaban «estéril».

María atendió el mensaje del ángel que dijo:

“Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez”.

Lucas 1,36

Isabel, al recibirla, la reconoció como «la madre de mi Señor» y su bebé «saltó en su seno».
La Virgen elevó una bellísima oración que hoy usan cristianos de todo el mundo para alabar a Dios:

martes 31 mayo

El canto de María que une a las iglesias de todo el mundo

«Magnificat anima mea Dominum», cuando la Madre de Jesús alaba a Dios

Magnificat anima mea Dominum, et exsultavit spiritus meus in Deo salvatore meo, quia respexit humilitatem ancillae suae.

Desde la Edad Media, el Magnificat del Evangelio de Lucas fue introducido en la tradición litúrgica de la Iglesia católica y todavía hoy forma parte de la Liturgia de las Horas, como cántico de las vísperas; los otros dos cánticos presentes en el Evangelio de Lucas son el Benedictus que se canta en las lodes matutinas y el Nunc Dimittis que se recita en las completas.

¿Qué es la Liturgia de las Horas?
La Iglesia ortodoxa también usa el Magnificat en la celebración cotidiana de la mañana, entre la octava y la novena oda del canon.

El Magnificat está también en el Libro de la Oración Común de la Comunión Anglicana. 

Con música

Es uno de los pasajes de música sacra que ha sido más musicalizado, a partir del canto gregoriano para llegar a Claudio Monteverdi, Francesco Durante, Nicola Fago, Antonio Vivaldi, Johann Sebastian Bach, Nicola Porpora y Franz Liszt, pertenecientes al repertorio más clásico.

El Magnificat fue musicalizado también en clave moderna de numerosos artistas, entre los cuales, monseñor Marco Frisina, con la versión latina, cantada por la célebre cantante italiana Mina, y una versión italiana, interpretada por el Coro de la Diócesis de Roma.

Además, los compositores vivos Arvo Pärt y John Rutter escribieron un Magnificat respectivamente en 1989 y 1990.

Agradecimiento y alegría

Magnificat es la primera palabra del cántico de agradecimiento y de alegría que pronuncia María al responder al saludo de su prima Isabel, en el momento de su encuentro.

En las palabras de María no hay rastro de venganza, no hay enemigos que destruir, sino un mundo renovado donde también a los ricos liberados de sus riquezas vacías se les devuelve la dignidad de pobres.