Asprenato, Santo
Obispo, 3 de agosto
Martirologio Romano: En Nápoles, de la Campania, san Asprenato, primer obispo de la ciudad (s. II/III).
Breve Biografía
Muchos napolitanos, por la gran devoción para el patrón principal de la ciudad san Genaro y de su espectacular milagro anual de la licuefacción de la sangre, ha olvidado o hasta ignoran que el primer obispo de la naciente comunidad cristiana de Nápoles fue san Asprenato, mientras san Genaro fue obispo de Benevento y mártir en Pozzuoli en las proximidades de Nápoles.
De san Asprenato se sabe que vivió entre finales del siglo I y principios del siglo II, época en que los más recientes estudios arqueológicos, fijan los principios de la Iglesia napolitana, y como confirmación de esto, se sabe que el nombre Asprenato fue muy popular en el período de la república y en los primeros tiempos del imperio romano, luego cayó en desuso.
Varios antiguos documentos comprendidos en el famoso Calendario Marmóreo de Nápoles, certifican su existencia durante los mandatos de los emperadores Trajano y a Adriano y fijan en veintitrés años la duración de su episcopado.
De su vida no se sabe nada cierto, pero una antiquísima leyenda repetida con modificaciones en textos posteriores, cuenta que san Pedro, fundada la Iglesia de Antioquía, se encaminó hacia Roma con algunos discípulos, pasó por Nápoles, aquí encontró una viejecita enferma (identificada luego como santa Cándida La Anciana), quien prometió adherirse a la nueva fe si se curaba.
Pedro hace una oración pidiendo la sanación, a lo que los discípulos de Antioquía contestaron con ¡Amén!, Cándida se sanó, y encomienda cure también a un amigo suyo llamado Asprenato enfermo desde hace tiempo y que si lo curara también ciertamente se convirtiría.
En este instante Pedro también intercede y logra que sea curado, y luego de catequizarlo, lo bautiza. El cristianismo vivía una rápida difusión en Nápoles, y cuando Pedro decidió retomar el viaje hacia Roma, consagro a Asprenato como obispo.
Él hizo construir el oratorio de Santa María del Principio sobre que surgirá la basílica de santa Restituta y fundó la iglesia de san Pedro en Aram donde todavía hoy se conserva el altar sobre el que el apóstol celebró el Sacrificio.
El santo obispo murió rico en méritos, y varios milagros fueron conseguidos por su intercesión; su cuerpo fue llevado al oratorio de santa María del Principio, algunos estudios más recientes dicen que las reliquias están en las catacumbas de san Genaro, en cuyos alas superiores están las imágenes, no bien conservadas, de los primeros 14 obispos napolitanos.
Después de san Genaro es el segundo de los 47 santos protectores de Nápoles, cuyos bustos de plata son custodiados en la capilla del tesoro de san Genaro en la Catedral (el Duomo), aquí también esta conservado el bastón con el que san Pedro lo curó.
En la ciudad, en épocas diferentes, fueron elegidas dos iglesias en su honor y una capilla le es dedicada en la antiquísima basílica de santa Restituta.
Es invocado para calmar la jaqueca, su fiesta litúrgica es recordada en el Martirologio Romano y en el Calendario Marmóreo al 3 de agosto.
Tener una fe firme
Santo Evangelio según san Mateo 14, 22-36. Martes XVIII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Nos ponemos en tu presencia Espíritu Santo, ilumínanos con tu luz, abre nuestros corazones para ser dóciles a tus inspiraciones.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 14, 22-36
En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes. Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.
Entre tanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: “¡Es un fantasma!” Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.
Entonces le dijo Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Jesús le contestó: “Ven”. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!” Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.
Terminada la travesía, llegaron a Genesaret. Apenas lo reconocieron los habitantes de aquel lugar, pregonaron la noticia por toda la región y le trajeron a todos los enfermos. Le pedían que los dejara tocar siquiera el borde de su manto; y cuantos lo tocaron, quedaron curados.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La vida que Cristo nos invita a vivir siempre estará marcada por un vaivén de momentos de claridad y momentos de sombras. Habrá días en que nos deleitaremos viendo las multiplicaciones de los panes y tantos milagros del maestro, pero otros en los que el actuar de Dios nos parecerá misterioso y desconcertante, porque los caminos de Dios no son los caminos de los hombres.
Por ello, Jesús nos ha querido dejar una gran lección en este pasaje a todos los hombres de poca fe de todos los tiempos, cuando dice: «Tranquilícense y no teman. Soy yo». Jesús quiere que nuestra fe sea firme a pesar de la luz o la oscuridad que se vaya presentando en nuestra vida. Nuestra fe debe ser tan fuerte que debemos saber que los momentos de prueba u oscuridad pasarán, y es una oportunidad para crecer en nuestra santificación y confianza en Dios.
El Papa Francisco ha repetido la importancia de hacer memoria. Es común que nosotros, hombres de poca fe, nos dejemos inquietar por rachas de la vida, o dar demasiada importancia a cosas que no lo son. Cuando recordamos la obra de Dios en nuestra vida y vemos el todo, se desvanecerán tantos fantasmas que rondan nuestra barca. Hacer memoria es ver las cosas desde una óptica desde la que nos ve Dios, es ver el actuar de su providencia que jamás nos ha dejado, ni nos dejará.
«La corrupción, la soberbia, el exhibicionismo de los dirigentes aumenta el descreimiento colectivo, la sensación de desamparo y retroalimenta el mecanismo del miedo que sostiene este sistema inicuo. Quisiera, para finalizar, pedirles que sigan enfrentando el miedo con una vida de servicio, solidaridad y humildad en favor de los pueblos y en especial de los que más sufren. Se van a equivocar muchas veces, todos nos equivocamos, pero si perseveramos en este camino, más temprano que tarde, vamos a ver los frutos. E insisto, contra el terror, el mejor antídoto es el amor. El amor todo lo cura». (Homilía de S.S. Francisco, 5 de noviembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Ir a una capilla y pedirle al Señor la gracia de jamás dudar y de ser un hombre de mucha fe.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Entre fantasmas malos y fantasmas buenos
Hay fantasmas (sueños, imágenes) que ayudan y otros que destruyen…
Los fantasmas no existen. Pero a veces les damos tanta importancia, les hacemos tanto caso, que un fantasma puede tener más “cuerpo” y más “realidad” que las cosas verdaderas y concretas que forman parte de nuestra vida.
Entre los fantasmas que nos rodean y agobian se encuentra un grupo muy complejo, que tiene su origen en uno mismo o en quienes están a nuestro lado. Se trata de ideas y aspiraciones nunca realizadas pero muy deseadas, de imágenes que surgen de los sueños que tenemos de nosotros mismos, o de lo que otros esperan de nuestra vida.
En cada ser humano conviven diversas maneras de valorar la propia vida, que no siempre coinciden con la realidad. A veces vemos nuestro pasado de un modo distorsionado. Otras veces son los demás quienes no llegan a captar nuestra verdadera historia.
Algo parecido ocurre con el presente, con lo que somos y hacemos ahora. Una cosa es nuestra realidad concreta, nuestro modo de ser, nuestras acciones de cada día, nuestra vida familiar y profesional. Otra lo que yo desearía ser y lo que pienso ser, o lo que otros esperan y desean de mí, lo que juzgan de mi vida.
Surgen así una serie de “fantasmas” irreales que nos acompañan, que van a nuestro lado. A veces esos fantasmas nos agobian, porque uno sueña volar más alto de lo que realmente puede, o porque otros esperan de uno mucho más de lo que puede realizar.
No hay que ver siempre a esos fantasmas como algo negativo, pues en ocasiones se trata de “fantasmas buenos”, que estimulan a una sana autosuperación porque nos sacan de nuestra pereza y nos lanzan a buscar metas elevadas y asequibles.
Conviene profundizar en este fenómeno, pues con tantos fantasmas que giran a nuestro alrededor podemos caer en frustraciones y amarguras profundas, en desalientos, o simplemente en una actitud que nos impide apreciar la realidad en todas sus riquezas y en todos sus límites.
Cada ser humano tiene cualidades e imperfecciones que forman parte de su condición personal. A la vez, estamos abiertos a muchas opciones, desde una libertad y una razón que analiza los hechos, que proyecta las decisiones, que se apoya en las experiencias y conocimientos del pasado.
Con esos límites y esas riquezas, estamos radicados en una situación concreta: un cuerpo, una edad, una familia, un hogar, unos títulos, un trabajo (o, por desgracia, el desempleo), unos amigos, un tiempo para el descanso.
Esa situación concreta está acompañada, como vimos, por diversos “fantasmas”. Muchos, no sé si la mayoría, se sienten descontentos de lo que viven y de lo que hacen. Sus “fantasmas”, sus sueños y aspiraciones, les colocan en coordenadas diferentes de las que ahora tienen. Desearían realizar otro trabajo, tener otro esposo o esposa, incluso definirse con otras características físicas y psicológicas. Esos fantasmas generan una profunda insatisfacción interior y explican, por ejemplo, la existencia de páginas en internet como las de “second life” o parecidas.
Hay quien trabaja como técnico y sueña ser pintor. Hay quien da clases y desea íntimamente ayudar en el mundo de la arquitectura. Hay quien ordena papeles en una oficina y sería el hombre más feliz del mundo si trabajase como guarda forestal.
Otras veces los fantasmas son, aparentemente, más “realistas”. Acepto mi situación y mi trabajo, mi oficina o mi fábrica, pero sueño llegar a ser el mejor, el más ordenado, el más eficaz, el más amable, el más realizador.
Al ver la realidad, al constatar lo poco que hago, al reconocer los continuos choques con los compañeros y los familiares, surge un descontento profundo que amarga mi existencia y me hace sentir un pobre hombre, incapaz de acometer nada interesante en la vida.
Junto a los fantasmas que uno mismo crea a su alrededor pululan, como ya dijimos, fantasmas que proceden de los demás, lo cual ocurre de dos maneras distintas. La primera, en lo que uno imagina que los demás esperan de él. Este fantasma es, en buena parte, derivación del fantasma interior: veo que los otros desean de mí cosas que, en el fondo, yo también desearía. O pienso que los otros esperan y piden de mí mucho más de lo que realísticamente yo podría ejecutar.
La segunda manera es objetiva: el fantasma externo es real, no un simple resultado de lo que uno piensa que los demás piensan y piden de uno. La esposa exige concretamente al esposo (o el esposo exige a la esposa) más orden en casa, más limpieza en la ropa, más atención a los detalles, más cariño, más bondad, más alegría, más rendimiento, un mejor sueldo…
Ante tantos “fantasmas” que nos rodean y acompañan, vale la pena hacer un trabajo de discernimiento que ayude a distinguir entre los sueños irrealizables y lo que son aspiraciones sanas que llevan a mejoras concretas.
Los sueños irrealizables son eso: irrealizables. Soñar una y otra vez con lo que no está a nuestro alcance genera frustraciones y cansancios, y lleva al corazón a un descontento profundo ante la realidad concreta en la que se desarrolla la propia vida.
Por eso vale la pena alejar de nosotros fantasmas que no sirven para nada y que pueden llegar a hundir a las personas en una amargura absurda al envidiar lo que no tienen y apartarse de las exigencias concretas de la situación que tienen realmente en sus manos.
Lo que yo sueño de mí mismo, lo que los demás piden desmedidamente, no puede ser nunca el parámetro para valorar mi vida ni para orientar mis decisiones.
Pero tenemos a nuestro lado esos fantasmas buenos, esas aspiraciones legítimas y sanas, que vienen tanto de uno mismo como de los demás. Si los acogemos, si los analizamos serenamente, si nos confrontamos con ellos de un modo realístico, seremos capaces de iniciar caminos de superación personal y de avanzar así hacia metas concretas y asequibles.
Así, el fantasma del perfeccionismo nos ayudará a poner más atención en lo que hacemos y a mejorar nuestro rendimiento. El fantasma del hombre o de la mujer cariñosos endulzará un poco nuestro carácter y nos alejarán de los reproches continuos con los que martirizamos a quienes viven a nuestro lado. El fantasma de la jovialidad y del triunfo nos orientará a pensamientos positivos y a trazar metas concretas y asequibles, que tanto gratifican el corazón y lo llenan de esa sana alegría de viene de la conquista de un objetivo concreto.
Sobre todo, el fantasma del sano realismo nos llevará a asumir la propia historia, con sus luces y con sus sombras, para desde la misma ver qué me pide el presente, cuáles son las posibilidades que tengo abiertas ante mí, y cuáles son las puertas cerradas que nunca podremos abatir.
Vale la pena colocarnos ante nosotros mismos con ese fantasma bueno del realismo y ver, como enseñaba el gran psicólogo Viktor Frankl, qué me pide ahora la vida (qué me piden mi corazón, el corazón de tantas personas amigas, y el corazón del mismo Dios), en su horizonte concreto y desde la apertura de mi inteligencia y de mi voluntad hacia el bien, la verdad y la belleza.
El Papa reanuda las audiencias generales en el Aula Pablo VI
El Papa Francisco reanuda este 4 de agosto, su cita de los miércoles.
Las audiencias generales del Papa Francisco en el Aula Pablo VI se reanudarán el miércoles 4 de agosto. Como es habitual, los encuentros del Papa los miércoles se suspenden en julio para permitir un periodo de descanso. Este año, la pausa coincidió también con la convalecencia del Papa Francisco, que el 4 de julio se sometió a una operación de colon en el Hospital Gemelli. Exactamente un mes después de la operación, por lo tanto, con la excepción del Ángelus dominical, uno de los cuales se celebró desde un balcón del hospital romano, Francisco retomó sus actividades habituales a las 9.15 horas en la gran sala vaticana.
Ciclo de catequesis sobre la Carta a los Gálatas
Durante la última audiencia general del 30 de junio, celebrada en el patio de San Dámaso, el Papa continuó el ciclo de catequesis -iniciado la semana anterior- dedicado a la Carta a los Gálatas. En particular, el Pontífice se detuvo en el «plan de salvación» preparado por el Señor para todo hombre: su gracia, dijo, «cambia los corazones, cambia las vidas, nos hace ver caminos nuevos».
El Papa pide rezar en julio por la construcción del diálogo y la amistad social.
9 cosas que me hubiera gustado saber antes de casarme
Enumero las 9 verdades sobre la vida conyugal
El 7 de noviembre, solemnidad de María Medianera de todas las Gracias, cumpliremos con mi esposa 19 años de casados. 19 bellísimos años que no cambiaría por ninguna otra etapa de mi vida. Hoy puedo decir que han sido años de paz y armonía conyugal, pero no una paz de cementerio, sino una paz de familia, es decir, una paz conquistada a fuerza de lucha, por paradójico que pueda sonar. No fue fácil, porque justamente esta armonía conyugal, que es parte de la santificación del matrimonio, es uno de los frutos del sacramento.
Y es que el matrimonio es un sacramento “raro”. En todos los demás los elementos constituyentes son claros y distintos. En éste, los contrayentes son al mismo tiempo materia, ministros y beneficiarios, y el consentimiento libre es la forma. Por más que el catecismo lo explique de todos los modos posibles, el matrimonio es una de esas cosas que hay que vivirlas para poder entenderlas bien.
Particularmente me hubiera gustado que alguien me explicara todo esto con mayor profundidad cuando me casé. Por eso a continuación enumero las 9 verdades sobre la vida conyugal que quisiera haber comprendido mejor antes de casarme
1. No existe un plan B. El matrimonio es para toda la vida.
En el curso prematrimonial esto parece quedar siempre claro. Desde toda la vida había tenido buenos ejemplos: mis padres se amaron y se respetaron en salud y enfermedad, en prosperidad y en adversidad. Siendo el menor de doce hermanos, me consideraba “inmune” al espíritu de la época: “a mí no me va a pasar” sostenía, porque amaba a esa mujercita que se había metido en mi vida como nunca había amado a nadie. No solo hay que saber la verdad, también hay que comprenderla y amarla. Y por solo saber, y faltarme la comprensión y el amor a la Verdad, me encontré en medio de una crisis conyugal preguntándome “si no me habría equivocado al casarme”. Inevitablemente eso lleva a pensar “si no habría una compañera más adecuada”, y de allí a despreciar a la bellísima persona que Dios puso a mi lado para mi santificación hay un solo paso. El matrimonio es para toda la vida, y lo que lo hace una aventura maravillosa es precisamente ese mandato de uno con una para toda la vida. Cuando esto está claro, las crisis conyugales se convierten siempre en oportunidades para crecer juntos.
2. El matrimonio no se trata de mi felicidad.
Esta es una verdad clave y no la aprendemos hasta mucho después de habernos casado. Especialmente los hombres. Muchas parejas al preguntarles en forma individual para qué se casaron contestan casi unánimemente: “me casé para ser feliz”. Pero el matrimonio no es una caja mágica de la que podemos extraer felicidad: no habría divorcios si fuera algo así. El matrimonio se trata precisamente de buscar, con todas mis fuerzas, la felicidad de mi cónyuge. Mi felicidad tiene que basarse en ver feliz a las personas amadas: esposa e hijos. Una vez que se comprende esto y que esto se convierte en el eje de la relación, el matrimonio florece y podemos comenzar a ver los frutos del sacramento.
3. La comunicación es más efectiva que el silencio, siempre.
Tal vez habría que reformular esta verdad: el silencio es comunicación. El silencio generalmente comunica hostilidad, desinterés y mala predisposición, y eso mata a la relación casi indefectiblemente. El problema es que hay aquí un desfase en el modo en el que manejamos la comunicación hombres y mujeres cuando estamos estresados. Cuando una mujer está estresada necesita desesperadamente hablar; pero cuando un hombre está estresado, lo que menos necesita en la vida es hablar del estrés que lo aqueja. Y esta sencilla diferencia hace que muchísimas veces nuestras esposas perciban nuestro silencio como hostilidad, o que nosotros percibamos la necesidad de hablar femenina como una amenaza. Enseñanza: si mi esposa está estresada yo la escucho sin corregirla y sin querer resolver sus conflictos. El solo hecho de poder hablar y contarme sus problemas le ayuda a resolverlos. Y si yo estoy estresado, ella me deja que me tranquilice y, luego yo mismo la busco para poder comunicarnos.
4. Servir me beneficia.
Otra gran maravillosa verdad: el matrimonio es una comunidad de servicio. Si yo sirvo a mi esposa y mi esposa me sirve a mí, todos salimos beneficiados. Los hombres no comprendemos muchas veces esto porque vemos que nuestra mujer sirve casi instintivamente y nosotros… bueno, nos queda bastante cómoda esa situación. Y aquí fallamos en la comunicación, porque nuestras queridas esposas muchas veces creen que si ellas siguen dando en la relación, nosotros nos daremos cuenta y querremos dar al mismo tiempo. Generalmente no funciona así. Dos cosas me ayudaron a comprender esta verdad: la primera que mi esposa me lo dijo, no usó el mejor tono para decírmelo, pero me lo dijo, y hasta ese momento yo no me había percatado de todo lo que hacía ella y de todo lo que yo no hacía. La segunda fue el nacimiento de nuestros hijos. En el momento en el que comencé a servirla porque ella estaba con el postoperatorio de la cesárea me di cuenta de que hay una gran verdad en el dicho de Nuestro Señor: “Hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hch 20, 35). Pero es una verdad que tenemos que recordar a diario y ofrecernos a nuestra esposa en una actitud servicial.
5. El conflicto no es señal de que seamos una pareja disfuncional.
Y diría que la contraria es válida: la falta absoluta de conflicto es señal de que “nos rendimos”. Un matrimonio que discute es un matrimonio que tiene dos personas con igual dignidad vivas, y por lo tanto, muchas veces con diferencias de criterio y opinión. Como dije al principio: la vida es lucha y la paz completa existe probablemente solo en el cementerio. Un matrimonio totalmente carente de conflictos está en proceso de muerte. Esto no quiere decir que tengamos que buscar el conflicto para que nuestro matrimonio “reviva”. Solamente tenemos que ser conscientes de que somos humanos falibles y por lo tanto en algún momento va a surgir el conflicto. Y cuando el conflicto surge, podremos tomarlo como oportunidad para aprender más, y para ser más caritativos como pareja.
6. Para un matrimonio fructífero se necesita de tres: Dios, tú y yo.
¿Dije ya que el matrimonio era un sacramento? ¡Y los sacramentos son signos eficaces de la gracia! Este se debe renovar todos los días, pero no solo ante nuestro cónyuge. Se debe renovar la promesa ante Dios para que su gracia actúe. Y ¿cómo renovamos la promesa? Haciendo cada una de estas cosas que hemos estado viendo: reconociendo que es para siempre, poniendo primero a nuestro cónyuge, poniéndonos en lugar del otro para comunicarnos, sirviéndonos mutuamente y teniendo presente que todo conflicto es una oportunidad de Dios para nuestra santificación personal. Todo eso es posible sólo si Dios es un invitado frecuente en nuestro matrimonio. Rezando juntos y con los hijos, participando de la Santa Misa y acogiéndonos al perdón de Dios cuando las cosas no fueron conforme a su Plan para nuestra vida.
7. Los hijos son un regalo y una encomienda de Dios.
¡Vaya si lo sabremos! Nuestra primera hija murió al día siguiente de nacer. “El Señor me la dio, el Señor me la quitó, bendito sea el nombre del Señor” (Jb 1,21). Pero una cosa es decirlo y otra cosa es pasarlo. Nuestra misión en la vida es que nuestros hijos sean santos, ni más ni menos. Esa es nuestra misión como padres y con nuestra primera hija, cumplimos. Luego llegaron los consuelos de Tomás, Matías y Francisco que deberán hacer el “camino largo”. Nuestro único asidero a la cordura luego del fallecimiento de Cecilia fue saber que ella ya era santa y feliz, infinitamente más feliz que lo que nosotros hubiésemos podido hacerla en cualquier circunstancia. ¿Y qué pasa con los matrimonios que no reciben ese regalo? ¡Pueden recibir la encomienda!… ya sea para santificar a los hijos de otros, mediante la adopción, o siendo un matrimonio lleno de fruto ayudando en su parroquia o movimiento eclesial.
8. Un buen matrimonio es la unión de dos buenos perdonadores.
Aquel que no perdona en el matrimonio es como aquel que toma veneno y espera que el otro se muera. ¿Verdad que no tiene mucho sentido? Para pedir perdón tenemos que ser muy humildes, y para perdonar tenemos que ser misericordiosos. “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Y esto es profundamente cierto en el matrimonio. “Perdónanos, como nosotros perdonamos”. ¡No podemos pedir perdón a Dios si no estamos dispuestos a perdonar a nuestro cónyuge! Cuando nos perdonamos y expresamos ese perdón mediante la reconciliación también estamos enseñando a nuestros hijos a ser humildes y misericordiosos.
9. El matrimonio ofrece la posibilidad de máxima realización personal.
No se dice mucho esto. Pero la realidad es que el matrimonio es ¡sensacional! “Dios nos crea a Imagen y semejanza suya, varón y mujer nos crea” (Gn 1,27). Y es lógico que en nuestra naturaleza busquemos nuestro complemento. “Tú me completas” es un piropo muy frecuente, porque es una verdad intuida. En el matrimonio podemos encontrar esa sensación de plenitud personal de que todo lo nuestro está en plena armonía. Tertuliano lo resumía así: ¿Cómo podré expresar la felicidad de aquel matrimonio que ha sido contraído ante la Iglesia, reforzado por la oblación eucarística, sellado por la bendición, anunciado por los ángeles y ratificado por el Padre? (Ad Uxorem, 9). Todo esto enmarcado en una gran verdad: para ser plenos hay que entregarse, y para entregarse hay que poseerse, hay que ser dueño de uno mismo, y eso no es una cosa que se compre en los mercados, exige una madurez y un equilibrio que cuesta mucho tiempo y oración conseguir.
Siete hábitos diarios para las personas que deseen ser Santas
La santificación es un trabajo de toda la vida y requiere nuestro determinado esfuerzo para cooperar con la gracia santificante de Dios que viene por medio de los Sacramentos.
Nadie nace santo. Se consigue la santidad con mucho esfuerzo, pero también con la ayuda y la gracia de Dios. Todos, sin exclusión, están llamados a reproducir en sí mismos la vida y el ejemplo de Jesucristo, caminar detrás de sus huellas.
Estás leyendo esto porque estás interesado en tomar tu vida espiritual más seriamente de ahora en adelante. Aceptar de corazón uno de los puntos clave del Concilio Vaticano II: la importancia de la doctrina de la llamada universal a la santidad. También conoces que Jesús es el único camino a la santidad «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.»
El secreto de la santidad es la oración constante la cual puede ser definida como el continuo contacto con la Santísima Trinidad: «reza siempre y sin desfallecer» (Lc. 18:1). Hay varios caminos para llegar a conocer a Jesús. Nosotros vamos a hablar brevemente sobre algunos de ellos en este artículo. Si quieres llegar a conocer, amar y servir a Jesús de la misma forma que aprendes a amar y enamorarte de otras personas: tu esposa, miembros de tu familia y amigos íntimos, por ejemplo, pasando un tiempo considerable con él en forma regular y, en este caso básicamente todos los días. El retorno, si lo haces, es la única verdadera felicidad en esta vida y la visión de Dios en la próxima. No hay sustituto a esto.×
La santificación es un trabajo de toda la vida y requiere nuestro determinado esfuerzo para cooperar con la gracia santificante de Dios que viene por medio de los Sacramentos.
Los siete hábitos diarios que propongo consisten en el ofrecimiento de la mañana, la lectura espiritual (Nuevo Testamento y un libro espiritual sugerido por tu director espiritual), el Santo Rosario, la Santa Misa y Comunión, al menos quince minutos de oración mental, la recitación del Ángelus al mediodía y un breve examen de conciencia por la noche. Estos son los principales medios para alcanzar la santidad. Si eres una persona que quiere llevar a Cristo a otros a través de la amistad, estos son instrumentos con los cuales almacenarás la energía espiritual que te permitirá hacerlo. La acción apostólica sin los sacramentos, volverá ineficaz una sólida y profunda vida interior. Puedes estar seguro que los santos incorporaron por uno u otro camino todos estos hábitos en su rutina diaria. Tu objetivo es ser como ellos, contemplativos en el medio del mundo.
3 puntos importantes para prepararnos a cumplir los hábitos: Quiero remarcar varios puntos antes de examinar los hábitos
1. Recuerda que el crecimiento en estos hábitos diarios son como una dieta o un programa de ejercicio físico, es un trabajo de proceso gradual. No esperes incorporar los siete o aún dos o tres de ellos en tu agenda diaria inmediatamente. No puedes correr una carrera de cinco kilómetros si antes no te has entrenado. Tampoco puedes tocar a Liszt a la tercera clase de piano. Esta prisa te invita al fracaso, y Dios quiera que tengas éxito tanto en tu ritmo como en el Suyo. Debes trabajar cercanamente con tu director espiritual y gradualmente incorporar los hábitos a tu vida en el período de tiempo que corresponda a tu particular situación. Puede ser el caso que por las circunstancias de tu vida se requiera la modificación de los siete hábitos.
2. Al mismo tiempo tu debes hacer el firme propósito, con la ayuda del Espíritu Santo y tus especiales intercesores, para hacer de ellos la prioridad de tu vida – más importante que comer, dormir, trabajar y descansar-. Quiero aclararte que estos hábitos no se pueden adquirir a las corridas. Ese no es el modo como nosotros queremos tratar a los que amamos. Ellos deben hacerse cuando estemos más atentos durante el día en un lugar en silencio y sin distracciones; donde sea fácil ponerse en presencia de Dios y estar con Él. Después de todo, ¿no es más importante nuestra vida eterna que nuestra vida temporal? Todo esto redundará al momento de nuestro juicio como una cuenta de amor a Dios en nuestro corazón.
3. Quiero dejar en claro que vivir los hábitos no es pérdida de tiempo. No estás perdiendo el tiempo, en realidad lo ganas. Nunca conocerás una persona que viva todos ellos diariamente que sea menos productiva como trabajador o peor esposo o que tenga menos tiempo para sus amigos o no pueda cultivar su vida intelectual. Todo lo contrario, Dios siempre recompensa a los que lo ponen a El primero. Nuestro Señor multiplicará asombrosamente tu tiempo como multiplicó los panes y los peces y dio de comer a la multitud hasta saciarse. Puedes estar seguro de que el papa Juan Pablo II, la Madre Teresa o San Maximiliano Kolbe rezaban mucho más que la hora y media que se sugiere en estos hábitos repartidos a lo largo del día.
LOS 7 HÁBITOS PARA QUIENES QUIEREN SER SANTOS
Primer Hábito: Ofrecimiento del día por la mañana
El primer hábito es el ofrecimiento del día por la mañana; cuando te arrodillas y, utilizando tus propias palabras o una fórmula, ofreces todo tu día a la gloria de Dios. Lo que no es simple es lo que sucederá antes del ofrecimiento. «Véncete cada día desde el primer momento, levantándote en punto, a la hora fija, sin conceder ni un minuto a la pereza.»
Si con la ayuda de Dios te vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada.
¡Desmoraliza tanto sentirse vencido en la primera escaramuza! (San Josemaría- Camino, 191)
En mi experiencia pastoral, quien puede vivir el «minuto heroico» en la mañana y a la noche va a la cama en el tiempo previsto, tiene la energía física y espiritual a lo largo del día para parar lo que este haciendo para cumplir los otros hábitos.
Segundo Hábito: Quince minutos de oración en silencio
El segundo hábito es por lo menos quince minutos de oración en silencio. Puedes agregar otros quince minutos extras en otro momento del día. Después de todo, ¿Quién no desea pasar más tiempo con tan excelente compañía? La oración es una conversación uno a uno, directa con Jesucristo, preferentemente frente al Santísimo Sacramento en el Sagrario. Esta es tu hora de la verdad o tu momento superior. Si lo deseas puedes abrirte y hablar acerca de lo que está en tu mente y en tu corazón. Al mismo tiempo adquirirás el hábito de escuchar cuidadosamente y meditar como otra María (Lc. 10.38-42) para ver qué es lo que Jesús te está pidiendo y qué te quiere dar. Es aquí que nosotros comprendemos su dicho «Sin Mí, nada pueden hacer.»
Tercer Hábito: Quince minutos de lectura espiritual
El tercer hábito son quince minutos de lectura espiritual que usualmente consistirá en unos pocos minutos de sistemática lectura del Nuevo Testamento, para identificarnos con la Palabra y acciones de nuestro Salvador. El resto del tiempo en un libro clásico de espiritualidad católica recomendado por tu director espiritual. En cierto sentido, es el más práctico de nuestros hábitos porque a través de los años leeremos varias veces la vida de Cristo y adquiriremos la sabiduría de los santos y de la Iglesia junto con la lectura de docenas de libros, los cuales enriquecerán nuestro intelecto. También podremos poner las ideas allí expresadas en acción.
Cuarto Hábito: Participar en la Santa Misa y Recibir la Santa Comunión en estado de gracia
El cuarto hábito es participar en la Santa Misa y recibir la Santa Comunión en estado de gracia. Este es el hábito más importante de todos los siete (cfr. Jn. 6, 22-65). Ella debe estar muy en el centro de nuestra vida interior y consecuentemente de nuestro día. Este es el acto más íntimo, posible del hombre. Encontramos a Cristo vivo, participamos en la renovación de Su sacrificio por nosotros y nos unimos a su cuerpo y alma resucitado. Como el papa Juan Pablo II dijo en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America «La Eucaristía es el centro viviente y eterno centro alrededor del cual la comunidad entera de la Iglesia se congrega» (n°35).
Quinto Hábito: Rezar cada día al mediodía el Angelus o Regina Coeli
El quinto hábito es rezar cada día al mediodía el Angelus o Regina Coeli, invocando a Nuestra Santísima Madre de acuerdo al tiempo litúrgico. Esta es una costumbre católica que se remonta a muchos siglos. Este es un hermoso modo de honrar a Nuestra Señora por un momento. Como niños recordamos a Nuestra Madre durante el día y meditamos sobre la Encarnación y Resurrección de Nuestro Señor, el cual da sentido a toda nuestra existencia.
Sexto Hábito: El rezo del Santo Rosario cada día
El sexto hábito también es Mariano. El rezo del Santo Rosario cada día y la meditación de los misterios, los cuales versan sobre la vida de Nuestro Señor y Nuestra Señora. Es un hábito que, una vez adquirido es difícil abandonar. Junto con la repetición de las palabras de amor a María y el ofrecimiento de cada decena por nuestras intenciones, nosotros tomamos un atajo hacia Jesús el cual pasa a través del corazón de María. El no puede rechazar nada de Ella.
Séptimo Hábito: Breve examen de conciencia por la noche antes de ir a la cama
El séptimo hábito es un breve examen de conciencia por la noche antes de ir a la cama. Te sientas, pides luces al Espíritu Santo y por varios minutos revisas tu día en presencia de Dios preguntándote si te has comportado como un hijo de Dios en el hogar, en el trabajo, con tus amigos. También miras una particular área, la cual tu tienes identificada con ayuda de tu director espiritual, quien conoce tus necesidades para mejorar y llegar a la santidad. También puedes hacer una rápida mirada para ver si has sido fiel en los hábitos diarios que hemos discutidos en este artículo. Luego haces un acto de gratitud por todo lo bueno que has hecho y recibido, y un acto de contricción por aquellos aspectos en los que voluntariamente has fallado.
Si una persona honestamente mirase su día, no importa cuán ocupado esté, (y nunca me pareció encontrarme con gente que no esté muy ocupada a no ser que esté permanentemente retirada), puede frecuentemente encontrar que usualmente mal gasta un poco de tiempo cada día. Piensa, ¿qué necesidad hay de una taza de café extra cuando puedes usar ese tiempo para visitar el Santísimo Sacramento, quince minutos antes de comenzar el trabajo? O la media hora o mucho más, gastada mirando programas de televisión o videos. También es común, gastar tiempo durmiendo en el tren o escuchando la radio en el auto cuando puede ser usado para rezar el Rosario. Como también, ¿el diario no lo puedes leer en diez minutos en lugar de veinte dejando espacio para la lectura espiritual?
¿Y esa comida no podría hacerse en media hora dejando espacio para la Misa? No olvides que esta media hora es tiempo mal gastado cuando al final del día podrías haberla usado para una buena lectura espiritual, examinar tu conciencia e ir a la cama a tiempo para recuperar energías para las batallas del día siguiente. La lista continúa. Puedes hacer la tuya.
Sé honesto contigo y con Dios. Estos hábitos, vividos bien, nos capacitan para obedecer la segunda parte del gran mandamiento amar a los otros como a nosotros mismos. Estamos en la tierra como estuvo el Señor «para servir y no para ser servido.» Esto sólo puede ser alcanzado junto a nuestra gradual transformación en otro Cristo a través de la oración y los sacramentos. Viviendo estos siete hábitos llegaremos a ser personas santas y apostólicas, gracias a Dios. Ten por seguro que, cuando caigamos en algo grande o pequeño, siempre tendremos un Padre que nos ama y espera en el Sacramento de la Penitencia y la devota ayuda de nuestro consejero espiritual para que volvamos a nuestro curso correcto.
El Papa: No temas, ¡Dios es padre!
El secreto que lo cambia todo: el Espíritu Santo, explica Francisco en una homilía en la Casa Santa Marta
Sólo el Espíritu Santo hace el corazón dócil a Dios y a la libertad. Lo afirmó el papa Francisco durante la homilía de la misa de la mañana del 9 de enero de 2015, celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta del Vaticano. Los dolores de la vida, dijo el Papa, pueden cerrar a una persona, mientras que el amor la hace libre.
Una sesión de yoga no podrá enseñar a un corazón a “sentir” la paternidad de Dios, ni un curso de espiritualidad zen lo hará más libre de amar. Este poder lo tiene sólo el Espíritu Santo.
Por qué el miedo
El papa Francisco tomó el episodio del día del Evangelio de Marcos –el que sigue a la multiplicación de los panes y en el que los discípulos se asustan al ver a Jesús caminar hacia ellos por encima del agua– que termina con una consideración sobre el por qué del temor: los apóstoles no habían entendido el milagro de los panes porque “su corazón estaba endurecido”.
El corazón puede volverse de piedra por muchos motivos, observó el Papa, por ejemplo, a causa de “experiencias dolorosas”.
Les sucede a los discípulos de Emaús, temerosos de ilusionarse “una vez más”. Le sucede a Tomás que rechaza creer en la Resurrección de Jesús.
Y “otro motivo que endurece el corazón– indicó Francisco – es cerrarse en sí mismo”.
“Hacer un mundo propio. En uno mismo, en la comunidad o en la parroquia, pero siempre cerrado en sí mismo. Y la cerrazón puede girar en torno a muchas cosas: pensemos en el orgullo, en la suficiencia, pensar que yo soy mejor que los demás, también la vanidad, ¿no?».
«Están el hombre y la mujer-espejo, que se cierran en sí mismos para mirarse a si mismos continuamente, ¿no? Estos narcisistas religiosos, ¿no? Pero tienen el corazón duro, porque están cerrados, no están abiertos. E intentan defenderse con estos muros que se construyen alrededor”. Hay también quien se atrinchera tras la ley, agarrándose a la “letra” de lo que establecen los mandamientos. Según el papa Francisco, lo que endurece el corazón es un problema de “inseguridad”.
La ley, seguridad sin libertad
Y quien busca solidez en lo que dicta la ley está tan seguro –dijo el Papa con una punta de ironía– como “un hombre o una mujer en la celda de una cárcel detrás de los barrotes: es una seguridad sin libertad”.
Es decir, lo opuesto de lo que “vino a traernos Jesús”, la libertad. “El corazón, cuando se endurece, no es libre y si no es libre es porque no ama: así terminaba el apóstol Juan en la primera lectura, prosiguió.
«El amor perfecto expulsa el temor: en el amor no hay temor, porque el temor supone un castigo y quien teme no es perfecto en el amor, no es libre, siempre teme que suceda algo doloroso, triste, que me haga ir mal en la vida o arriesgar la salvación eterna…», añadió, «muchas imaginaciones, porque no ama. Quien no ama no es libre. Y su corazón estaba endurecido, porque aún no habían aprendido a amar”.
El Espíritu Santo lo cambia todo
Entonces, “¿quién nos enseña a amar? ¿Quién nos libra de esta dureza?”, se preguntó Francisco. “Sólo el Espíritu Santo”.
“Tú puedes hacer mil cursos de catequesis, mil cursos de espiritualidad, mil cursos de yoga, zen y todo eso. Pero todo esto no será nunca capaz de darte la libertad de hijo», dijo el Papa.
«Sólo el Espíritu Santo es el que mueve tu corazón para decir ‘Padre’. Sólo el Espíritu Santo es capaz de expulsar, de romper esta dureza del corazón y de hacer un corazón… ¿blando?… No lo sé, no me gusta la palabra … dócil, dócil al Señor, dócil a la libertad del amor”.