Génesis 2:7-9; 3:1-7a / Romanos 5:12-19 / Mateo 4:1-11

Queridos hermanos y hermanas en la fe:

Si nos dijeran que mañana debemos iniciar un largo viaje, en la otra punta del mundo, seguramente nos pasaríamos todo el fin de semana haciendo las maletas. Lo más probable es que intentáramos llenarlas al máximo: alguna muda más por si llueve, un calzado de repuesto por si hace falta, el jersey grueso por si hace frío, el bañador por si hay piscina y así un largo etcétera. Al final de todo, deberíamos pesar la maleta para evitar que a la hora de embarcar en el aeropuerto tuviéramos que pagar un recargo por sobrepeso. Nuestro empeño habría sido, seguramente, el de llenar la maleta con tantas cosas como pudiéramos.

Ahora imaginémonos que nos dicen que también mañana iniciamos un viaje, pero esta vez a realizar una travesía a pie por el desierto (que por cierto, dicen que es una experiencia única). A la hora de realizar la maleta también nos preocuparíamos. Pero ahora no para poner el máximo de cosas posible, sino al revés: deberíamos intentar poner poquísimas cosas, sólo las imprescindibles. El objetivo es ahora que la mochila sea lo más ligera posible para hacer más fácil las caminatas. En la maleta, pues, sólo tendremos que poner lo más importante, sin lo cual no podemos sobrevivir.

Esto es lo que nos intenta decir Jesús hoy en el evangelio que nos ha sido proclamado hace un momento. El Señor se retiró al desierto donde ayunó durante cuarenta días, símbolo aquí de los cuarenta días de la Cuaresma que acabamos de iniciar. Allí el tentador intentó derribarle en sus trampas. Pero Jesús superó todas las pruebas, no tomando el camino fácil sino indicándonos qué es lo importante en la vida del cristiano, cuáles son los cimientos de la existencia de un seguidor de Jesucristo.

 En cada una de las tres tentaciones, Jesús responde con un texto extraído del Antiguo Testamento. En la primera tentación dice: «El hombre no vive sólo de pan; vive de toda palabra que sale de la boca de Dios». En la segunda: «No tientes al Señor, tu Dios». Y finalmente, en la tercera: «Adora al Señor, tu Dios, da culto a él solo». Si nos fijamos, el común denominador de todas estas expresiones utilizadas por Jesús es que ponen a Dios en el centro de su vida.

Para intentar entenderlo, debemos intentar captar cuál es la estrategia del tentador. Podríamos ilustrarlo con una película. Es una película americana del año 1997 que aquí se tradujo por Pactar con el diablo. El argumento es una especie de historia de la salvación a la inversa. En ese caso es el diablo que se encarna en un rico y brillante abogado de Manhattan. Los abogados siempre han tenido una inmerecida mala fama. En un discurso memorable, el diablo, interpretado por Al Pacino, critica a Dios porque no interviene en el mundo, porque no salva a la humanidad de las desgracias y penurias por las que debe pasar. Porque es un Dios lejano que nos ha dejado solos.

En cambio, él dice: «Yo tengo los pies en el mundo desde que empezó. Siempre me he preocupado de lo que el hombre quería. Soy un devoto del hombre. Soy un humanista, quizá el último humanista. Ahora ha llegado mi momento». Se muestra aquí cuál es su estrategia. Es la misma que en el fragmento evangélico que hemos oído hoy. El diablo intenta sacar a Dios de la vida del hombre. Intenta que el centro ya no sea Dios sino el propio hombre. Es lo que ocurre también en la escena del libro del Génesis de la primera lectura. Es como si la serpiente dijera: «No haga caso de de Dios y de lo que él le dice».

Con todo lo que hemos dicho, podemos ya entender qué es lo más importante de nuestra vida, lo que Jesús en el desierto nos indica con su resiliencia: que fundamentamos nuestra vida en Dios, que no caigamos en la tentación de apartar -lo o eliminarlo. Ahora podríamos preguntarnos: ¿por qué? Porque sin Dios nosotros no seríamos nosotros mismos, porque sin Dios nunca podríamos llegar a la auténtica libertad, a la auténtica plenitud, a la auténtica humanidad. Y lo más importante de todo, porque sin Dios nunca podríamos llegar al auténtico amor.

Es que nuestro Dios es el Dios-Amor, como nos dice la primera carta de san Juan. Y es por eso que el mandamiento nuevo que Jesús deja antes de su pasión es: «amaos unos a otros tal y como yo os he amado». Hemos llegado, pues, a la calle: el mensaje que nos deja Jesús en el desierto es el de poner el amor en el centro de nuestra vida, de no olvidarnos nunca de Dios porque Dios es Amor.

Hermanos y hermanas, todos nosotros, un día, deberemos emprender el último viaje hacia el precioso jardín del Edén. A lo largo de nuestra vida, algunos han ido llenando las maletas sin cesar. Pero al final se darán cuenta de que no podrán llevarse nada de lo que le han puesto. Otros, en cambio, se han pasado la vida vaciando las maletas para quedarse sólo con lo necesario e imprescindible. Y al final, han entendido que lo único que podremos llevarnos es el amor.

Esta palabra no termina nunca de conmocionarnos, porque nos revela hasta qué punto llega el amor de Dios: hasta el punto de identificarse con nosotros, pero no cuando estamos bien, cuando estamos sanos y felices, no, sino cuando estamos necesitados. Y de este modo escondido Él se deja encontrar, nos tiende la mano como mendigo. Así Jesús revela el criterio decisivo de su juicio, es decir, el amor concreto por el prójimo en dificultad. Y así se revela el poder del amor, la majestad de Dios: solidario con quien sufre para suscitar por todas partes comportamientos y obras de misericordia. (Ángelus, 26 noviembre 2017)

Matthew 25:31-46

El Evangelio de hoy nos habla de Cristo Rey y el juicio final. A los que tenga a Su derecha les dirá: “Les aseguro que . . . lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Luego dijo a los de Su izquierda: “Les aseguro que . . . lo que no hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo”.

La Madre Teresa dedicaba una gran parte del día a la oración, la meditación, la Misa, la Adoración Eucarística y el rosario; pero el resto del tiempo, como bien sabemos, lo pasó trabajando duro entre los más pobres de los pobres, realizando obras de misericordia espirituales y corporales.

El padre Paul Murray, escritor espiritual dominicano irlandés y alguna vez asesor de la Madre Teresa, relata la siguiente historia. Un día estaba en profunda conversación con la Madre, buscando el origen de su espiritualidad y misión. Al final de su larga charla, ella le pidió que extendiera la mano sobre la mesa y, tocándole los dedos uno por uno mientras hablaba, dijo: “Tú lo hiciste por mí”.

Gabriel de la Dolorosa, Santo

Religioso Pasionista, 27 de febrer

Acólito

Martirologio Romano: En Isola, del Abruzo, en Italia, san Gabriel de la Dolorosa (Francisco) Possenti, acólito, que, renunciando a la vanidad del mundo, todavía adolescente ingresó en la Congregación de la Pasión y en breve tiempo consumó su vida († 1862).

Fecha de canonización: 13 de mayo de 1920 por el Papa Benedicto XV.

Breve Biografía

El 1 de marzo de 1838 nació en el pueblecito de Asís (Italia) un niño llamado Francisco que, como el famoso fundador de los franciscanos, llegó a ser santo. Era el undécimo de trece hermanos y quedó huérfano de madre a los cuatro años.

Francisco (que tomó mas tarde como nombre religioso Gabriel de la Dolorosa) tenía un «temperamento suave, jovial, insinuante, decidido y generoso, poseía también un corazón sensible y lleno de afectividad… Era de palabra fácil apropiada, inteligente, amena y llena de una gracia que sorprendía…».

De estatura más bien alta (medía 1,70 metros), tenía «buena voz, era ágil y bien formado».

Con su familia se trasladó a Spoleto donde, como el otro Francisco, era un líder de los jóvenes. Allí fue a la escuela de los hermanos de las Escuelas Cristianas, y al liceo clásico con los jesuitas. Le agradaba mucho el canto, y consiguió premios en poesía latina y en las veladas teatrales. Era un joven dinámico, con una gran pasión por su fe cristiana. En su habitación había colocado una escultura de la Piedad para su veneración íntima .

Cuando iba al teatro Meliso con su padre, muchas veces salía a escondidas para ir a rezar bajo el pórtico de la catedral, que estaba muy cerca; después regresaba antes de que concluyera la función para salir con los demás espectadores. Algunas veces usaba cilicio y se sabe que en una ocasión rechazó las proposiciones deshonestas de un libertino, amenazándole con una navaja.

Interviene la Virgen María
El 22 de agosto de 1856 estaba asistiendo a la procesión de la «Santa Icone», una imagen mariana venerada en Spoleto, cuando la Virgen María le habló al corazón para invitarle con apremio: «Tú no estás llamado a seguir en el mundo. ¿Qué haces, pues, en él? Entra en la vida religiosa» (Fuentes, p. 208). El 10 de septiembre de 1856 entró en el noviciado pasionista de Morrovalle (Macerata) y tomó el nombre religioso de Gabriel. Tenía solo 18 años. Su entrega fue con todo su corazón y en la vida religiosa encontró su felicidad: «La alegría y el gozo que disfruto dentro de estas paredes son indecibles» (Escritos, p. 185). Sus mayores amores eran Jesús Crucificado, la Eucaristía y la Virgen María.

Muerte
En el convento de Isola, cuando los primeros rayos del sol entraban por la ventana de su celda en la mañana del 27 de febrero de 1862, Gabriel, sumido en éxtasis de amor y rodeado por los religiosos que lloraban junto a su lecho, abandonó la tierra y fue al cielo, invitado por la Virgen María.
Treinta años más tarde, El 17 de octubre de 1892, se iniciaron lo trámites para inscribirlo entre los santos ya que la devoción de los fieles y los milagros que realizaba eran muchos.
Fue canonizado por Benedicto XV en 1920.

Declarado copatrón de la juventud católica Italiana, 1926. Es el Patrón principal de Abruzo en 1959.
Santa Gemma al leer la vida de San Gabriel de la Dolorosa quedó profundamente vinculada espiritualmente con él y este se le apareció en muchas ocasiones para guiarla y consolarla.

La verdadera novedad

Santo Evangelio según san Mateo 25, 31-46. Lunes I de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa…» (Ap 3, 20). A veces pienso que cuando voy a orar soy yo quien toco a tu puerta Señor, porque Tú mismo nos has dicho; “tocad y se os abrirá”; pero hoy quiero detenerme en la realidad de que Tú también tocas a mi puerta, quiero abrirte mi mente, mi corazón y mi alma en esta oración, dejarte pasar y escuchar lo que hoy quieres compartir conmigo en esta oración.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 25, 31-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme’. Entonces los justos le contestarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?’. Y el rey les dirá: ‘Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’. Y entonces dirá a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis’. Entonces también éstos contestarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’. Y él replicará: ‘Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo’. Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna».
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Qué momento tan potente debió ser para tus discípulos escucharte decir estas palabras.
A mí me impresiona que te presentes como Rey en un trono de gloria, rodeado de ángeles, a juzgar a las naciones, pero quizá a tus discípulos no fue la parte que más les impresionó. En sus corazones formados por la ley y los profetas latía fuertemente la descripción del Mesías: “vi venir sobre las nubes a un ser parecido a un ser humano (…) y le dieron poder, honor y reino” (Dn 7, 13-14), nada nuevo con esto que Tu les dices.

Nada nuevo tampoco con la misión de ayudar al forastero, vestir al desnudo, visitar al encarcelado… Tantas veces habrían escuchado en la sinagoga a Isaías proclamar el ayuno agradable al Señor: “romper las cadenas injustas, dejar libres a los maltratados, acoger en tu hogar a los sintecho y no abandonar a tus semejantes…” (Is.53).

Pero todo nuevo, cuando les dices que lo que han hecho al prójimo, lo hacen contigo mismo. Todo nuevo cuando les enseñas a ver a Dios, a verte a ti, identificado con el pobre, el necesitado, el marginado y el preso. Todo nuevo, porque ahora Dios, se hace hombre y en el hombre vive Dios.

Enséñame a detenerme ante los demás y no sólo mirar sus necesidades, sino también mirarte a ti en cada uno de ellos y entonces amar, compadecerme y aliviar su necesidad maravillándome de la dignidad que toda persona posee, porque en ella también estás Tu.

Qué alegría sentiré, el día de mi muerte, escuchar tu voz y decirte: “Sí Señor, sí te vi, sí te reconocí. En mi familiar, en un amigo, en mi vecina, en la persona que ayudé, en quien escuché, en aquel que pude aliviar su dolor. Sí, Señor, en todos ellos, durante mi vida, también te amé, te serví y te reconocí”.

«Al final de nuestra vida seremos juzgados sobre el amor, es decir, sobre nuestro empeño concreto de amar y servir a Jesús en nuestros hermanos más pequeños y necesitados. Aquel mendigo, aquel necesitado que tiende la mano es Jesús; aquel enfermo al que debo visitar es Jesús; aquel preso es Jesús; aquel hambriento es Jesús. Pensemos en esto. Jesús vendrá al final de los tiempos para juzgar a todas las naciones, pero viene a nosotros cada día, de tantos modos y nos pide acogerlo. Que la Virgen María nos ayude a encontrarlo y recibirlo en su Palabra y en la Eucaristía, y al mismo tiempo en los hermanos y en las hermanas que sufren el hambre, la enfermedad, la opresión, la injusticia. Puedan nuestros corazones acogerlo en el hoy de nuestra vida, para que seamos por Él acogidos en la eternidad de su Reino de luz y de paz».

(S.S. Francisco, Ángelus del 26 de noviembre de 2017).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pensar en una persona que me sea particularmente difícil amar y servir y pedirle a Jesús que me enseñe cómo ve Él a esta persona, y cómo está presente Él en esa persona, pedirle la gracia de que cambie mi mirada sobre esa persona y pueda vivir este amor cristiano reconociendo a Jesús.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La oportunidad de hacer el bien al prójimo es a diario

Las obras de misericordia corporales y espirituales son acciones concretas con las que podemos hacer palpable la acción de Dios

Las obras de misericordia que la Iglesia Católica contempla para realizar con más empeño en este Año Jubilar, no son inventos del Papa Francisco. Un cristiano medianamente formado sabe que su origen es bíblico, por eso, para despejar cualquier duda, basta consultar en el Evangelio de San Mateo capítulo 25 versículos del 34 al 40.

Es por eso que el Papa Francisco ha insistido en que este Año Jubilar de la Misericordia hagamos presente a Cristo en los hermanos necesitados. Las obras de misericordia corporales y espirituales son acciones concretas con las que podemos hacer palpable la acción de Dios y “ganar puntos” para alcanzar el cielo, porque no basta con creer, hay que  trabajar para que la gracia de Dios llegue a nuestras vidas y nos transforme, porque “no todo el que dice ‘Señor, Señor’, entrará al Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial”. (Mt 7,21)

Brevemente comentaré las siete obras de misericordia espirituales, que se llevan a cabo con la ayuda del Espíritu Santo y son:

Enseñar al que no sabe: se refiere no solamente a quien no tiene conocimiento en ciencias y materias humanas, sino también compartir las enseñanzas que Cristo el Señor ha dejado para alcanzar la salvación. Es muy importante esmerarnos en alcanzar el conocimiento de la doctrina cristiana para fortalecer nuestra fe y avivar el amor a Dios y sus creaturas, por eso hay que compartir con los hermanos nuestro saber y experiencias cristianas.

Dar buen consejo al que lo necesita: para esto, hay que invocar constantemente al Espíritu Santo, quien inspira adecuadamente lo que se debe decir, pues es muy fácil hacer recomendaciones insanas o desviadas de la moral, por ello se debe tener una conciencia recta y bien formada, pues no todo lo que se aconseja es lo que Cristo quisiera para nosotros. No podemos creer que es correcto aconsejar a una mujer someterse a un aborto o a alguien a que infrinja la ley, sólo porque “todo mundo lo hace”, es por esto, una de las obras más difíciles de realizar sin la ayuda y gracia de Dios.

Corregir al que se equivoca: en este caso, creo que a todos nos gusta hacer ver las fallas en los demás, sin embargo, cuando alguien señala nuestros errores, la historia cambia. Corregir y aceptar correcciones es una manera eficaz de practicar la humildad.

Perdonar al que nos ofende: aquí sentimos que el estómago da un vuelco, pues cuando se trata de olvidar las ofensas el orgullo y la soberbia se hacen presentes. Porque no sólo hay que pedir la gracia divina para dejar atrás lo malo que se cometa contra nosotros, también hay que rogar a Dios fortaleza y valentía para solicitar el perdón a quienes ofendemos. Basta recordar el Padre nuestro: “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Esa es la medida.

Consolar al triste: quien ha sufrido una pérdida, ya sea por la muerte de un familiar, un despido laboral, la destrucción de sus bienes o todo lo que pueda causar sufrimiento a nuestros hermanos, requiere de nuestra solidaridad y disposición para que el que llora pronto alcance consuelo. Ojo: no resignación, porque el que se resigna deja de luchar y pierde toda esperanza; el consuelo conlleva la certeza de que el mal es pasajero y traerá consigo algo bueno, porque Dios no nos abandona cuando ocurre la desgracia, que es inevitable porque es parte de la vida; Él nos sostiene y envía ayudas constantes para que entendamos que las sacudidas son necesarias para nuestro crecimiento y purificación y quizá, para ayudar a nuestro prójimo. Porque, como dice la escritura: “Los caminos de Dios son inescrutables”. 

Sufrir con paciencia los defectos del prójimo: ¡ay!, qué difícil nos resulta la convivencia con personas duras y antipáticas, por eso es una obra de misericordia que más reditúa para el bien de quien lo realiza. Basta recordar a la gran Santa Teresita del Niño Jesús, que soportaba estoicamente los desaires y groserías de una de las religiosas mayores con quienes vivía y a quien cuidaba con tanto cariño como si no le molestara lo que le hacía. Esta obra se debe aplicar con todos, especialmente con nuestra familia, pues son muy comunes los roces entre los que convivimos a diario.

Rogar a Dios por los vivos y los difuntos: Pedir por la gente que amamos es sencillo, sin embargo no siempre lo hacemos. Hay que orar unos por otros, incluyendo a los que nos caen mal y a los que se nos han adelantado en el camino.

Mucho hay por hacer, tenemos todo el año para practicar y hacer que estas obras se vuelvan parte permanente de nuestras vidas. ¿Qué esperamos para comenzar?

San Gabriel de la Dolorosa, un chico popular que encontró la plenitud

Prometió a Dios que entraría en la vida religiosa y las dos veces se olvidó rápidamente de ello… hasta que la Virgen le recordó que cumpliera

San Gabriel de la Virgen de los Dolores no fue siempre un santo. De hecho, durante muchos años fue precisamente lo contrario.

Nació en 1838 como Francesco Possenti, y fue bautizado en la misma pila que san Francisco de Asís.

Durante su juventud, Possenti tenía mucho en común con el «trovador» de Asís y era un joven popular en las fiestas.

«El bailarín»

Mientras asistió a la escuela jesuita de Spoleto, se entregó a cualquier tipo de entretenimiento que encontrara. Más tarde, Possenti escribió en una carta:

«Te lo aseguro, que, si hubiese permanecido en el mundo, no habría conseguido la salvación de mi alma. Dime: ¿Alguien ha podido permitirse más diversiones que yo?».

Possenti disfrutaba en especial del baile, por lo que le apodaron «el bailarín». Sus amigos también le llamaban il damerino (el galán de las damas), por su popularidad entre las mujeres.

Milagros y promesas

Sin embargo, Dios nunca dejó de perseguir a Possenti. Dos veces cayó Possenti enfermo y dos fue milagrosamente curado.

En ambas ocasiones prometió a Dios que entraría en la vida religiosa y las dos veces se olvidó rápidamente de ello.

Entonces, un día, durante una procesión observó un estandarte de Nuestra Señora María Auxilio de los Cristianos.

Sintió que Nuestra Señora le miraba directamente a él y escuchó una voz: «Cumple tu promesa».

Galería fotográfica

Este momento atravesó el corazón de Possenti, que decidió mantener su palabra y entrar en una orden religiosa.

Sencillo joven pasionista

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Accedió a la Orden pasionista el 21 de septiembre de 1856, donde recibió el nombre de Gabriel de la Virgen de los Dolores.

Gabriel se entregó de lleno en una vida de santidad e hizo lo que hiciera falta para acercarse a Dios.

Sin embargo, no recibió la gracia de ningún don espiritual o experiencias extraordinarias.

Simplemente vivió plenamente la vida de un pasionista y se esforzó por alcanzar la perfección. Gabriel es famoso por su frase:

«Nuestra perfección no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer bien lo ordinario».

Su vida religiosa duró poco, ya que murió de tuberculosis seis años más tarde, en 1862. Tenía 24 años y su comunidad lo apreciaba mucho por su santidad.

Gabriel terminó por ser beatificado en 1908 y canonizado en 1920. Es conocido como un santo patrón especial de los jóvenes.