Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús elogia al siervo fiel que sirvió a su maestro en el teo- drama. Estamos llamados a servir a nuestro Maestro de la misma manera. El teo-drama está escrito y dirigido por Dios. En ese gran escenario del universo creado, y de acuerdo con el prototipo que es Cristo, estamos invitados a “actuar” para encontrar y desempeñar nuestro papel en el teatro de Dios.
El problema es que la gran mayoría de nosotros creemos que somos los directores, escritores y, sobre todo, estrellas de nuestros propios “ego-dramas”, y donde hay otras personas que actúan como actores de reparto o villanos, en relación a los cuales nosotros brillamos de modo más radiante.
Por supuesto que nuestros dramas son poco interesantes, incluso si tenemos un papel principal. La clave es encontrar el rol que Dios ha diseñado para nosotros, incluso si es pequeño. A veces, en novelas largas, un personaje que parece menor surge luego como eje alrededor del cual gira toda la narrativa.
Cuando sacamos al ego del centro y vivimos una relación emocionante e impredecible con Dios, nos damos cuenta muy claramente que nuestras vidas no son acerca de nosotros. Y ese descubrimiento es liberador.
Ars Moriendi
Es una gran ironía que los seres humanos vivan como si la muerte le ocurriera a otro. Por supuesto, sabemos que somos mortales; pero de alguna manera, vivimos como si fuéramos a vivir en esta tierra para siempre.
La conciencia de nuestra mortalidad o la falta de ella influye en nuestro modo de vida. Como dijo Samuel Johnson, la perspectiva de la muerte concentra maravillosamente la mente de un ser humano.
En épocas anteriores, muchos monjes solían cavar sus propias tumbas y sentarse en ellas a meditar.
Incluso en estos días, algunas órdenes contemplativas continúan la práctica de que cada monje prepare su propia tumba. Esto les da perspectiva.
Quien es consciente de la muerte y de la realidad de dar cuenta de su vida al Creador se mantendrá despierto y estará alerta en todo lo que haga. Esa persona no será encontrada en falta cuando llegue su hora de encontrarse con el Señor de la Vida.
Luis IX, Santo
Memoria Litúrgica, 25 de agosto
Por: Francisco Martín Hernández | Fuente: Franciscanos.org
Rey de Francia
Martirologio Romano:
San Luis IX, rey de Francia, que, tanto en tiempo de paz como durante la guerra para defensa de los cristianos, se distinguió por su fe activa, su justicia en el gobierno, el amor a los pobres y la paciencia en las situaciones adversas.
Tuvo once hijos en su matrimonio, a los que educó de una manera inmejorable y piadosa, y gastó sus bienes, fuerzas y su misma vida en la adoración de la Cruz, la Corona y el sepulcro del Señor, hasta que, contagiado de peste, murió en el campamento de Túnez, en la costa de África del Norte (1270).
Etimología: Luis = guerrero ilustre. Viene de la lengua alemana.
Fecha de canonización: El Papa Bonifacio VIII lo canonizo en el año 1297
Breve Biografía
San Luis, rey de Francia, es, ante todo, una Santo cuya figura angélica impresionaba a todos con sólo su presencia. Vive en una época de grandes heroísmos cristianos, que él supo aprovechar en medio de los esplendores de la corte para ser un dechado perfecto de todas las virtudes. Nace en Poissy el 25 de abril de 1214, y a los doce años, a la muerte de su padre, Luis VIII, es coronado rey de los franceses bajo la regencia de su madre, la española Doña Blanca de Castilla. Ejemplo raro de dos hermanas, Doña Blanca y Doña Berenguela, que supieron dar sus hijos, más que para reyes de la tierra, para santos y fieles discípulos del Señor. Las madres, las dos princesas hijas del rey Alfonso VIII de Castilla, y los hijos, los santos reyes San Luis y San Fernando.
En medio de las dificultades de la regencia supo Doña Blanca infundir en el tierno infante los ideales de una vida pura e inmaculada. No olvida el inculcarle los deberes propios del oficio que había de desempeñar más tarde, pero ante todo va haciendo crecer en su alma un anhelo constante de servicio divino, de una sensible piedad cristiana y de un profundo desprecio a todo aquello que pudiera suponer en él el menor atisbo de pecado. «Hijo -le venía diciendo constantemente-, prefiero verte muerto que en desgracia de Dios por el pecado mortal».
Es fácil entender la vida que llevaría aquel santo joven ante los ejemplos de una tan buena y tan delicada madre. Tanto más si consideramos la época difícil en que a ambos les tocaba vivir, en medio de una nobleza y de unas cortes que venían a convertirse no pocas veces en hervideros de los más desenfrenados, rebosantes de turbulencias y de tropelías. Contra éstas tuvo que luchar denodadamente Doña Blanca, y, cuando el reino había alcanzado ya un poco de tranquilidad, hace que declaren mayor de edad a su hijo, el futuro Luis IX, el 5 de abril de 1234. Ya rey, no se separa San Luis de la sabia mirada de su madre, a la que tiene siempre a su lado para tomar las decisiones más importantes. En este mismo año, y por su consejo, se une en matrimonio con la virtuosa Margarita, hija de Ramón Berenguer, conde de Provenza.
Ella sería la compañera de su reinado y le ayudaría también a ir subiendo poco a poco los peldaños de la santidad.
En lo humano, el reinado de San Luis se tiene como uno de los más ejemplares y completos de la historia. Su obra favorita, las Cruzadas, son una muestra de su ideal de caballero cristiano, llevado hasta las últimas consecuencias del sacrificio y de la abnegación. Por otra parte, tanto en la política interior como en la exterior San Luis ajustó su conducta a las normas más estrictas de la moral cristiana. Tenía la noción de que el gobierno es más un deber que un derecho; de aquí que todas sus actividades obedecieran solamente a esta idea: el hacer el bien buscando en todo la felicidad de sus súbditos.
Desde el principio de su reinado San Luis lucha para que haya paz entre todos, pueblos y nobleza. Todos los días administra justicia personalmente, atendiendo las quejas de los oprimidos y desamparados. Desde 1247 comisiones especiales fueron encargadas de recorrer el país con objeto de enterarse de las más pequeñas diferencias. Como resultado de tales informaciones fueron las grandes ordenanzas de 1254, que establecieron un compendio de obligaciones para todos los súbditos del reino.
El reflejo de estas ideas, tanto en Francia como en los países vecinos, dio a San Luis fama de bueno y justiciero, y a él recurrían a veces en demanda de ayuda y de consejo. Con sus nobles se muestra decidido para arrancar de una vez la perturbación que sembraban por los pueblos y ciudades. En 1240 estalló la última rebelión feudal a cuenta de Hugo de Lusignan y de Raimundo de Tolosa, a los que se sumó el rey Enrique III de Inglaterra. San Luis combate contra ellos y derrota a los ingleses en Saintes (22 de julio de 1242). Cuando llegó la hora de dictar condiciones de paz el vencedor desplegó su caridad y misericordia. Hugo de Lusignan y Raimundo de Tolosa fueron perdonados, dejándoles en sus privilegios y posesiones.
Si esto hizo con los suyos, aún extremó más su generosidad con los ingleses: el tratado de París de 1259 entregó a Enrique III nuevos feudos de Cahors y Périgueux, a fin de que en adelante el agradecimiento garantizara mejor la paz entre los dos Estados.
Padre de su pueblo y sembrador de paz y de justicia, serán los títulos que más han de brillar en la corona humana de San Luis, rey. Exquisito en su trato, éste lo extiende, sobre todo, en sus relaciones con el Papa y con la Iglesia. Cuando por Europa arreciaba la lucha entre el emperador Federico II y el Papa por causa de las investiduras y regalías, San Luis asume el papel de mediador, defendiendo en las situaciones más difíciles a la Iglesia. En su reino apoya siempre sus intereses, aunque a veces ha de intervenir contra los abusos a que se entregaban algunos clérigos, coordinando de este modo los derechos que como rey tenía sobre su pueblo con los deberes de fiel cristiano, devoto de la Silla de San Pedro y de la Jerarquía. Para hacer más eficaz el progreso de la religión en sus Estados se dedica a proteger las iglesias y los sacerdotes. Lucha denodadamente contra los blasfemos y perjuros, y hace por que desaparezca la herejía entre los fieles, para lo que implanta la Inquisición romana, favoreciéndola con sus leyes y decisiones.
Personalmente da un gran ejemplo de piedad y devoción ante su pueblo en las fiestas y ceremonias religiosas. En este sentido fueron muy celebradas las grandes solemnidades que llevó a cabo, en ocasión de recibir en su palacio la corona de espinas, que con su propio dinero había desempeñado del poder de los venecianos, que de este modo la habían conseguido del empobrecido emperador del Imperio griego, Balduino II. En 1238 la hace llevar con toda pompa a París y construye para ella, en su propio palacio, una esplendorosa capilla, que de entonces tomó el nombre de Capilla Santa, a la que fue adornando después con una serie de valiosas reliquias entre las que sobresalen una buena porción del santo madero de la cruz y el hierro de la lanza con que fue atravesado el costado del Señor.
A todo ello añadía nuestro Santo una vida admirable de penitencia y de sacrificios.
Tenía una predilección especial para los pobres y desamparados, a quienes sentaba muchas veces a su mesa, les daba él mismo la comida y les lavaba con frecuencia los pies, a semejanza del Maestro. Por su cuenta recorre los hospitales y reparte limosnas, se viste de cilicio y castiga su cuerpo con duros cilicios y disciplinas. Se pasa grandes ratos en la oración, y en este espíritu, como antes hiciera con él su madre, Doña Blanca, va educando también a sus hijos, cumpliendo de modo admirable sus deberes de padre, de rey y de cristiano.
Sólo le quedaba a San Luis testimoniar de un modo público y solemne el gran amor que tenía para con nuestro Señor, y esto le impulsa a alistarse en una de aquellas Cruzadas, llenas de fe y de heroísmo, donde los cristianos de entonces iban a luchar por su Dios contra sus enemigos, con ocasión de rescatar los Santos Lugares de Jerusalén. A San Luis le cabe la gloria de haber dirigido las dos últimas Cruzadas en unos años en que ya había decaído mucho el sentido noble de estas empresas, y que él vigoriza de nuevo dándoles el sello primitivo de la cruz y del sacrificio.
En un tiempo en que estaban muy apurados los cristianos del Oriente el papa Inocencio IV tuvo la suerte de ver en Francia al mejor de los reyes, en quien podía confiar para organizar en su socorro una nueva empresa. San Luis, que tenía pena de no amar bastante a Cristo crucificado y de no sufrir bastante por Él, se muestra cuando le llega la hora, como un magnífico soldado de su causa. Desde este momento va a vivir siempre con la vista clavada en el Santo Sepulcro, y morirá murmurando: «Jerusalén».
En cuanto a los anteriores esfuerzos para rescatar los Santos Lugares, había fracasado, o poco menos, la Cruzada de Teobaldo IV, conde de Champagne y rey de Navarra, emprendida en 1239-1240. Tampoco la de Ricardo de Cornuailles, en 1240-1241, había obtenido otra cosa que la liberación de algunos centenares de prisioneros.
Ante la invasión de los mogoles, unos 10.000 kharezmitas vinieron a ponerse al servicio del sultán de Egipto y en septiembre de 1244 arrebataron la ciudad de Jerusalén a los cristianos. Conmovido el papa Inocencio IV, exhortó a los reyes y pueblos en el concilio de Lyón a tomar la cruz, pero sólo el monarca francés escuchó la voz del Vicario de Cristo.
Luis IX, lleno de fe, se entrevista con el Papa en Cluny (noviembre de 1245) y, mientras Inocencio IV envía embajadas de paz a los tártaros mogoles, el rey apresta una buena flota contra los turcos. El 12 de junio de 1248 sale de París para embarcarse en Marsella. Le siguen sus tres hermanos, Carlos de Anjou, Alfonso de Poitiers y Roberto de Artois, con el duque de Bretaña, el conde de Flandes y otros caballeros, obispos, etc. Su ejército lo componen 40.000 hombres y 2.800 caballos.
El 17 de septiembre los hallamos en Chipre, sitio de concentración de los cruzados. Allí pasan el invierno, pero pronto les atacan la peste y demás enfermedades. El 15 de mayo de 1249, con refuerzos traídos por el duque de Borgoña y por el conde de Salisbury, se dirigen hacia Egipto. «Con el escudo al cuello -dice un cronista- y el yelmo a la cabeza, la lanza en el puño y el agua hasta el sobaco», San Luis, saltando de la nave, arremetió contra los sarracenos. Pronto era dueño de Damieta (7 de junio de 1249). El sultán propone la paz, pero el santo rey no se la concede, aconsejado de sus hermanos. En Damieta espera el ejército durante seis meses, mientras se les van uniendo nuevos refuerzos, y al fin, en vez de atacar a Alejandría, se decide a internarse más al interior para avanzar contra El Cairo. La vanguardia, mandada por el conde Roberto de Artois, se adelanta temerariamente por las calles de un pueblecillo llamado Mansurah, siendo aniquilada casi totalmente, muriendo allí mismo el hermano de San Luis (8 de febrero de 1250). El rey tuvo que reaccionar fuertemente y al fin logra vencer en duros encuentros a los infieles. Pero éstos se habían apoderado de los caminos y de los canales en el delta del Nilo, y cuando el ejército, atacado del escorbuto, del hambre y de las continuas incursiones del enemigo, decidió, por fin, retirarse otra vez a Damieta, se vio sorprendido por los sarracenos, que degollaron a muchísimos cristianos, cogiendo preso al mismo rey, a su hermano Carlos de Anjou, a Alfonso de Poitiers y a los principales caballeros (6 de abril).
Era la ocasión para mostrar el gran temple de alma de San Luis. En medio de su desgracia aparece ante todos con una serenidad admirable y una suprema resignación. Hasta sus mismos enemigos le admiran y no pueden menos de tratarle con deferencia. Obtenida poco después la libertad, que con harta pena para el Santo llevaba consigo la renuncia de Damieta, San Luis desembarca en San Juan de Acre con el resto de su ejército. Cuatro años se quedó en Palestina fortificando las últimas plazas cristianas y peregrinando con profunda piedad y devoción a los Santos Lugares de Nazaret, Monte Tabor y Caná. Sólo en 1254, cuando supo la muerte de su madre, Doña Blanca, se decidió a volver a Francia.
A su vuelta es recibido con amor y devoción por su pueblo. Sigue administrando justicia por sí mismo, hace desaparecer los combates judiciarios, persigue el duelo y favorece cada vez más a la Iglesia.
Sigue teniendo un interés especial por los religiosos, especialmente por los franciscanos y dominicos. Conversa con San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, visita los monasterios y no pocas veces hace en ellos oración, como un monje más de la casa.
Sin embargo, la idea de Jerusalén seguía permaneciendo viva en el corazón y en el ideal del Santo. Si no llegaba un nuevo refuerzo de Europa, pocas esperanzas les iban quedando ya a los cristianos de Oriente. Los mamelucos les molestaban amenazando con arrojarles de sus últimos reductos. Por si fuera poco, en 1261 había caído a su vez el Imperio Latino, que años antes fundaran los occidentales en Constantinopla. En Palestina dominaba entonces el feroz Bibars (la Pantera), mahometano fanático, que se propuso acabar del todo con los cristianos. El papa Clemente IV instaba por una nueva Cruzada. Y de nuevo San Luis, ayudado esta vez por su hermano, el rey de Sicilia, Carlos de Anjou, el rey Teobaldo II de Navarra, por su otro hermano Roberto de Artois, sus tres hijos y gran compañía de nobles y prelados, se decide a luchar contra los infieles.
En esta ocasión, en vez de dirigirse directamente al Oriente, las naves hacen proa hacia Túnez, enfrente de las costas francesas. Tal vez obedeciera esto a ciertas noticias que habían llegado a oídos del Santo de parte de algunos misioneros de aquellas tierras. En un convento de dominicos de Túnez parece que éstos mantenían buenas relaciones con el sultán, el cual hizo saber a San Luis que estaba dispuesto a recibir la fe cristiana. El Santo llegó a confiarse de estas promesas, esperando encontrar con ello una ayuda valiosa para el avance que proyectaba hacer hacia Egipto y Palestina.
Pero todo iba a quedar en un lamentable engaño que iba a ser fatal para el ejército del rey. El 4 de julio de 1270 zarpó la flota de Aguas Muertas y el 17 se apoderaba San Luis de la antigua Cartago y de su castillo. Sólo entonces empezaron los ataques violentos de los sarracenos.
El mayor enemigo fue la peste, ocasionada por el calor, la putrefacción del agua y de los alimentos. Pronto empiezan a sucumbir los soldados y los nobles. El 3 de agosto muere el segundo hijo del rey, Juan Tristán, cuatro días más tarde el legado pontificio y el 25 del mismo mes la muerte arrebataba al mismo San Luis, que, como siempre, se había empeñado en cuidar por sí mismo a los apestados y moribundos. Tenía entonces cincuenta y seis años de edad y cuarenta de reinado.
Pocas horas más tarde arribaban las naves de Carlos de Anjou, que asumió la dirección de la empresa. El cuerpo del santo rey fue trasladado primeramente a Sicilia y después a Francia, para ser enterrado en el panteón de San Dionisio, de París. Desde este momento iba a servir de grande veneración y piedad para todo su pueblo. Unos años más tarde, el 11 de agosto de 1297, era solemnemente canonizado por Su Santidad el papa Bonifacio VIII en la iglesia de San Francisco de Orvieto (Italia).
Fiel y prudente
Santo Evangelio según san Mateo 24, 42-51. Jueves XXI del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 24, 42-51
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Velen y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre.
Fíjense en un servidor fiel y prudente, a quien su amo nombró encargado de toda la servidumbre para que le proporcionara oportunamente el alimento. Dichoso ese servidor, si al regresar su amo, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que le encargará la administración de todos sus bienes.
Pero si el servidor es un malvado, y pensando que su amo tardará, se pone a golpear a sus compañeros, a comer y a emborracharse, vendrá su amo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará severamente y lo hará correr la misma suerte de los hipócritas. Entonces todo será llanto y desesperación».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cada uno de nosotros ha recibido un encargo muy especial. Dios nos ha llenado de dones: interiores y exteriores, espirituales y materiales, personales y compartidos. Todas estas bendiciones vienen de su mano y sabemos que al final de nuestra vida tendremos que rendir cuentas del bien que hemos podido hacer con ellas. Por eso Cristo nos invita hoy a ser prudentes en la administración.
El siervo fiel y prudente se encuentra cumpliendo su deber en todo momento. No importa si lo están vigilando o se encuentra solo, él sabe que está a cargo y se hace responsable. Es prudente porque en cualquier circunstancia se pregunta: «¿Qué quiere mi Señor que haga con esta riqueza?» Nosotros también podemos aprender esta prudencia; que todas nuestras decisiones durante el día estén ordenadas según un criterio central: ¿Qué quiere Dios de mí ahora? Este momento que tengo a disposición, estos bienes que poseo, ¿para qué es mejor usarlos? ¿En dónde hay que invertir este «dinero»?
Más en detalle, ¿qué significa cumplir el deber y administrar con prudencia? En la parábola Cristo nos muestra el ejemplo negativo: un hombre que sólo piensa en sí mismo, que come y bebe y maltrata a los demás. De ahí podemos imaginar qué es lo que Dios quiere. Tenemos dones y riquezas interiores para el bien de los demás. Así como Jesús, que vino al mundo para servir, más que para ser servido. Somos prudentes, verdaderamente prudentes, en nuestras decisiones, si «administramos» siempre en beneficio de los demás. Más que pensar en lo que a mí me gusta, tener como criterio el bien de mi familia, dar gusto a quien se encuentre a mi lado, llevar a Dios y ayudar en lo que pueda a todo el que me necesite. ¡Ésta es la administración que Cristo premiará!
Como hijos de Dios, el Padre nos ha encargado alguna porción de su casa y de su familia. Agradezcamos la confianza que pone en nosotros. Pidámosle su ayuda para saber usar bien los dones que nos ha dado. Decidamos hoy vivir para servir.
«Estamos llamados a ensanchar los horizontes de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender a no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el Señor viene a la hora que no nos imaginamos. Viene para presentarnos una dimensión más hermosa y más grande. Que Nuestra Señora, nos ayude a no considerarnos propietarios de nuestra vida, a no oponer resistencia cuando el Señor viene para cambiarla, sino a estar preparados para dejarnos visitar por Él, huésped esperado y grato, aunque desarme nuestros planes». (Cf Homilía de S.S. Francisco, 27 de noviembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré compartir con otros algo que me agrada a mí.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Me siento preparado para morir en este momento?
La vida, de la que tanto se habla, es uno de los dones que más se pisotean. ¿Qué es para ti?
Nos vamos a fijar ahora en los efectos que produce la muerte. Recordemos serenamente, fríamente lo que hace con nosotros la muerte.
En primer lugar, la muerte te separa de todo, es un adiós a los honores, a la familia, a los amigos, amigas, a las riquezas, es un adiós a todo. Por eso, si un día tengo que separarme a la fuerza de todo, es absurdo apegarme desordenadamente a tantas cosas. Cuanto más apegado estés, más doloroso será el desgarrón. El ideal es vivir tan desprendido que, cuando llegue la muerte, tenga poco que hacer.
Pero lo más importante es que la muerte determina lo que será mi eternidad. Como el fotógrafo fija un momento concreto en una placa, así la muerte fija las posiciones del alma, y del lado que cayeres, izquierdo o derecho, así permanecerás toda la eternidad. Ya no se podrá cambiar nada.
Aunque hubiera una sola posibilidad entre cien de morir mal, habría que tener mucho cuidado.
Tratándose del asunto más importante de mi existencia, no puedo andar con probabilidades, sino con certezas. La máximas seguridades son pocas. Ninguno de nosotros está confirmado en gracia, ninguno de nosotros puede afirmar que no se perderá eternamente, ningún santo estuvo seguro de ello durante su vida. Mi situación a la hora de morir quedará eternamente fija, no podrá ya cambiar: me salvé, no me salvé. Será para siempre.
La muerte, en tercer lugar, cierra el tiempo de hacer méritos. Después que el árbitro toca para finalizar el encuentro de fútbol, no valen las jugadas ni los goles, se ganó o se perdió. Lo que señala el marcador es lo que queda. Si a la hora de mi muerte he ganado pocos méritos, con esos pocos méritos me quedaré para la eternidad. Quedará solo el lamentarse por no haber aprovechado mejor la vida, la única vida que tenía.
Tú te preparas para un examen, te arreglas para una fiesta. Para el momento del cual depende toda tu eternidad…¿te preparas? ¿Estás preparado en este momento? ¿Estás preparado siempre, o, al menos, casi siempre? ¿Podría morirme tranquilamente este día? Si no, ¿por qué? ¿Me siento preparado para dar ese paso? es decir, ¿he llenado mí vida hasta este momento?
Conviene no dejar pasar un solo día sin llenarlo de algo grande y bueno, de méritos, porque, de la misma manera que se me han ido de la mano tantos días vacíos o casi vacíos, se me irán en lo sucesivo, si es que no pongo un remedio eficaz.
Pero, “hay tiempo todavía, no hay por qué preocuparse ahora”. Eso parecería lógico, el no preocuparse, si se supiera el día y la hora. Pero no lo sabes. ¿Quién te asegura que no anda lejos.?
“Ya me prepararé cuando llegue la hora…” Creo que esto es absurdo, porque hay muertes fulminantes, imprevistas, como la de los accidentes, las repentinas, etc. Hay muchas muertes en que el interesado ni se da cuenta. Y, aunque me quedase mucha vida por delante, y conociese el día de mí muerte, sería imperdonable y estúpido vivir de cualquier manera, porque sería echar a perder esa vida. ¿Qué caso tiene echar a perder toda la vida, menos los últimos días o momentos? ¿La vida es para eso?
Tenemos una eternidad para descansar y una vida bien breve para trabajar y hacer méritos. Anticipar las vacaciones no es bueno, porque salimos perdiendo. Si la muerte cierra el tiempo de merecer, entonces, mientras tenemos tiempo por delante, habrá que aprovecharlo y no dejarlo ir de las manos. ¡Qué poco apreciamos la vida!. Nos damos cuenta verdaderamente de lo que vale la vida en una enfermedad.
Dicen muchos que el tiempo es dinero. Que se queden con el dinero. Que es placer. Que aprovechen. Para otros el tiempo es Reino de Dios, es cielo, es eternidad feliz… ¿Qué escoges tú? ¿Qué es para ti la vida y el tiempo?
La vida, de la que tanto se habla, es uno de los dones que más se pisotean. Al ver cómo viven muchos hombres, uno debe creer que odian la vida y prefieren la muerte.
Esa plenitud de vida que nos espera cuando el Señor nos llame
Catequesis del Papa Francisco, 24 de agosto de 2022.
“Lo mejor de la vida está por verse” y hay que esperar “esa plenitud de vida que nos espera a todos, cuando el Señor nos llame”. Estas son las palabras esperanzadoras que el Papa Francisco dirigió esta mañana a los participantes en la Audiencia General de este miércoles 24 de agosto. En la última catequesis dedicada a la vejez el Pontífice, inspirado en la reciente celebración de la Asunción de la Virgen María al cielo, reflexionó sobre la relación de este misterio con la resurrección del Hijo, que abre el camino de la generación a la vida a todos nosotros, anticipa nuestro destino de resurrección.
“En el acto divino de la reunificación de María con Cristo resucitado no transciende simplemente la normal corrupción corporal de la muerte humana, sino que se anticipa la asunción corporal de la vida de Dios. Se anticipa el destino de la resurrección que nos concierne: porque, según la fe cristiana, el Resucitado es el primogénito de muchos hermanos y hermanas”.
El nacimiento en el cielo
Francisco recordó que Jesús resucitado fue el primero que resucitó y que “luego iremos nosotros” porque nuestro destino es resucitar. Como lo dice Jesús a Nicodemo – explicó el Papa – es como volver a nacer: “Si el primero ha sido un nacimiento sobre la tierra, el segundo es el nacimiento en el cielo”. Un nacimiento, añade el Pontífice, en el que “somos siempre nosotros, los que hemos caminado sobre la tierra”, como Jesús Resucitado que no perdió su humanidad, su vivencia ni su corporeidad.
“¡Jesús resucitado con su cuerpo vive en la intimidad trinitaria de Dios! Y en ella no pierde la memoria, no abandona su propia historia, no disuelve las relaciones en las que vivió en la tierra” (…) Y Él vendrá, no sólo vendrá al final por todos, vendrá cada vez por cada uno de nosotros. Él vendrá a buscarnos para llevarnos a Él. En este sentido la muerte es un poco el escalón para el encuentro con Jesús que me espera para llevarme a Él”.
Un sitio para todos
El Papa indicó que “el Resucitado vive en el mundo de Dios, donde hay sitio para todos, donde se forma una nueva tierra y se va construyendo la ciudad celestial, hogar definitivo del hombre”. Un Reino de Dios, señaló el Santo Padre, que el mismo Jesús describe como un banquete de bodas, como una fiesta con los amigos, como un trabajo bien hecho o una buena cosecha. De allí su invitación, especialmente, a los ancianos, sus “coetáneos”, a ponerse en sintonía con ese destino.
Luz para los demás
“En nuestra vejez, queridas y queridos coetáneos, la importancia de tantos ‘detalles’ de los que se constituye la vida – una caricia, una sonrisa, un gesto, un trabajo apreciado, una sorpresa inesperada, una alegría acogedora, un vínculo fiel – se hace más intensa. Lo esencial de la vida, al que en las cercanías de nuestra despedida nos damos más importancia, nos parece definitivamente claro”, aseguró el Pontífice. Por ello su invitación a transmitir esa sabiduría a los niños, a los jóvenes, a los adultos y a toda la comunidad a ser “luz para los demás”
“Toda nuestra vida aparece como una semilla que deberá ser enterrada para que nazca su flor y su fruto. Nacerá, junto con todo el mundo. No sin dolores, no sin dolor, pero nacerá y la vida del cuerpo resucitado será cien y mil veces más viva que la que probamos en esta tierra”.
Lo mejor de la vida está por verse
Francisco insistió al final de su catequesis que la espera de esa otra vida, debe ser palpitante, estremecedora, no una espera “anestesiada” o “aburrida” y, aunque “pasar por esa puerta da un poco de miedo, siempre está la mano de Dios que te hace avanzar.
“Sí, queridos hermanos y hermanas, sobre todo vosotros, los ancianos, lo mejor de la vida está por verse. Esperemos, esperemos esa plenitud de vida que nos espera a todos, cuando el Señor nos llame”.
Oración al Señor de la Misericordia
Oh Señor mi dulce amigo…
Oh Señor mi dulce amigo
cuatro cosas hoy te pido
con mucha necesidad.
Paciencia para sufrir
Fuerza para trabajar
Valor para resistir
las penas que han de venir
y me han de mortificar.
Temperamento sereno
para poder resolver
las cosas con santa calma.
Y así tener en el alma
perfecta tranquilidad.
Esto tengo que pedirte
oh mi Jesús adorado
en este día consagrado
para adorarte y servirte
por siempre.
San José de Calasanz, fundador de la primera escuela pública cristiana
Experimentó la Cruz: fue calumniado, apresado y destituido de su cargo de general de la Orden de los Escolapios
José Calasanz y Gastón nació el año 1557 en Peralta de la Sal (Huesca, España). Era el séptimo y último hijo de una familia de infanzones, es decir, de la baja nobleza aragonesa. Su padre era herrero y fue alcalde del pueblo.
La familia consideraba que los estudios eran muy importantes, así que José siempre contó con el apoyo de sus padres para recibir formación académica de calidad.
Después de los estudios primarios, se trasladó a Estadilla y más tarde -en 1571- a la Universidad de Lleida, que por entonces tenía prestigio entre las universidades de la antigua Corona de Aragón.
Allí José Calasanz estudió Filosofía y Derecho. Después estudió Teología en las universidades de Valencia, Alcalá de Henares y de nuevo en Lleida, donde obtuvo el título de doctor.
Párroco en tierra de bandoleros
En 1583 fue ordenado sacerdote. Fue párroco en La Seu d’Urgell, un pueblo fronterizo con Andorra y Francia, que en aquellos tiempos vivía en la inseguridad a causa de los ataques de los bandoleros, que robaban y asesinaban tanto en los caminos como en los pueblos. Además, había ataques de gascones y hugonotes.
A esto se sumaba la falta de obispo en La Seu, que además debía ser copríncipe andorrano. La sede vacante daba pie a problemas de orden interno en la Iglesia y en la vida social.
El cargo de secretario del Capítulo catedralicio otorgaba a Calasanz grandes responsabilidades de gobierno que quedaron reflejadas en diez cartas escritas al Virrey de Cataluña. En ellas se lamenta de la problemática del momento.
Fue también visitador de Tremp, un pueblo donde había un convento de dominicos que enseñaban a leer y a escribir.
Una entidad benéfica que repartía alimentos
Mientras, en el pueblo de Claverol organizó una entidad que repartía alimentos a los pobres. La fundación benéfica se hizo estable y trabajó en esta labor hasta 1883.
Según fuentes históricas, José era alto y fuerte, inteligente y aguerrido, como se demostró en esta etapa de su vida y mucho más a continuación.
En Roma vio su misión pedagógica y eclesial
En 1592 se trasladó a Roma pensando hacer una carrera eclesiástica que le permitiera recibir un título, regresar a España y vivir con cierta comodidad. Pero los planes de Dios no eran estos.
Su entrega habría de ser total, y Roma sería su lugar de residencia hasta su fallecimiento.
En la Ciudad Eterna ve la situación miserable en que viven muchos niños, en la calle, hambrientos y sin ningún tipo de expectativas. San José de Calasanz oyó que el Señor le dijo: “José, entrégate a los pobres. Enseña a estos niños y cuida de ellos”.
La primera Escuela Pía
En el Trastevere, donde esta realidad se hace más patente, funda en 1597 la que será la primera escuela pública y gratuita de Europa, la primera Escuela Pía. La sitúa en la iglesia de Santa Dorotea del Trastevere.
En 1600 lleva la Escuela Pía a Roma y ya no cesan de llegar niños de todas partes.
En 1610, el santo escribe el «Documentum Princeps», que será el texto fundamental de su obra pedagógica. Con él va un reglamento para maestros y alumnos. Su lema es “Piedad y Letras”. Los religiosos de su orden (la Orden de los Clérigos Regulares pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías) deben hacer cuatro votos: pobreza, castidad, obediencia y dedicarse a la educación de la juventud.
En 1612 traslada la escuela a san Pantaleón, que será la casa madre de las Escuelas Pías.
Ataques contra san José de Calasanz
Pero a San José de Calasanz le esperaba la cruz y el sufrimiento, además por parte de personas católicas y cercanas. En su propia Orden algunos intrigan y quieren expulsarlo. Hacen falsas acusaciones y ese mismo año 1612 la Inquisición llega a detenerlo, a encarcelarlo por un breve espacio de tiempo y a interrogarlo.
En 1613 el fundador de la Orden de los Padres Escolapios es destituido de su cargo de General de la Orden y le sustituye uno de sus detractores.
Desde aquel momento, la Orden fue perdiendo prestigio y llegó a estar en peligro de desaparición. San José de Calasanz murió sin haber visto su resurgimiento, cuando tenía 91 años, en 1648.
Fue enterrado en San Pantaleón.
Sin embargo, su fama de santidad creció y la orden renació.
El papa Alejandro VII rehabilitó las escuelas Pías en 1656.
En 1748 fue beatificado y diecinueve años más tarde canonizado.
Su fiesta se celebra el 25 de agosto.
Patronazgo
San José de Calasanz es patrono de las escuelas populares cristianas de todo el mundo.
Oración
Señor, Dios nuestro,
que has enriquecido a san José de Calasanz
con la caridad y la paciencia,
para que pudiera entregarse sin descanso
a la formación humana y cristiana de los niños,
concédenos, te rogamos, imitar en su servicio a la verdad
al que veneramos hoy como maestro de sabiduría.
Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.