• Matthew 9:35-10, 1. 5 A. 6-8
Hoy Jesús nos enseña a rezar para tener trabajadores para la cosecha, por discípulos que realicen la obra de la evangelización.
Necesitamos organizar nuestras vidas en torno a la evangelización. Todo lo que hacemos debería estar relacionado de algún modo a ello. Esto no quiere decir que todos debamos convertirnos en evangelizadores profesionales. Recuerden, pueden evangelizar con la calidad moral de sus vidas. Evangelizar significa que nada en nuestras vidas debe ser más importante que anunciar la victoria de Jesús.
Deberíamos pensar en los demás no como objetos para ser utilizados, o como personas molestas que obstaculizan mis proyectos, sino como aquellos a los que he sido llamado a servir. En vez de decir, ¿Por qué esta persona molesta está en mi camino?. deberíamos preguntar, ¿Qué oportunidad para evangelizar se me ha ofrecido?. ¿Ha puesto Dios a esta persona en tu vida precisamente para ese propósito?
«Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 10,7). Es el mismo anuncio con el que Jesús inició su predicación: el reino de Dios, es decir su señorío de amor, se ha hecho cercano, viene en medio de nosotros. Y esta no es una noticia entre las otras, sino la realidad fundamental de la vida: la cercanía de Dios, la cercanía de Jesús. De hecho, si el Dios de los cielos está cerca, nosotros no estamos solos en la tierra y en las dificultades tampoco perdemos la fe. Esto es lo primero que hay que decir a la gente: Dios no es distante, sino que es Padre. (…) Anunciar que Dios está cerca. ¿Pero cómo hacerlo? En el Evangelio Jesús aconseja no decir muchas palabras, sino realizar muchos gestos de amor y de esperanza en el nombre del Señor; no decir muchas palabras, sino realizar gestos: «Curad enfermos – dice – resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis: dadlo gratis» (Mt 10,8). Este es el corazón del anuncio: el testimonio gratuito, el servicio. (Ángelus, 18 junio 2023).
Juan Diego Cuauhtlatoatzin, Santo
Memoria Litúrgica, 9 de Diciembre
Por: P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez |
Vidente de la Virgen de Guadalupe
Martirologio Romano: San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y de fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, lugar donde se le había aparecido la Madre de Dios. († 1548)
Fecha de canonización: 31 de julio de 2002 por el Papa Juan Pablo II.
Breve Biografía
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila), un indio humilde, de la etnia indígena de los chichimecas, nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que en ese tiempo pertenecía al reino de Texcoco. Juan Diego fue bautizado por los primeros franciscanos, aproximadamente en 1524. En 1531, Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad; edificó a los demás con su testimonio y su palabra; de hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
Juan Diego fue un hombre virtuoso, las semillas de estas virtudes habían sido inculcadas, cuidadas y protegidas por su ancestral cultura y educación, pero recibieron plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran privilegio de encontrarse con la Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe, siendo encomendado a portar a la cabeza de la Iglesia y al mundo entero el mensaje de unidad, de paz y de amor para todos los hombres; fue precisamente este encuentro y esta maravillosa misión lo que dio plenitud a cada una de las hermosas virtudes que estaban en el corazón de este humilde hombre y fueron convertidas en modelo de virtudes cristianas; Juan Diego fue un hombre humilde y sencillo, obediente y paciente, cimentado en la fe, de firme esperanza y de gran caridad.
Poco después de haber vivido el importante momento de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de su Madre, transmitía lo que había visto y oído, y oraba con gran devoción; aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran distantes de la Ermita. Él quería estar cerca del Santuario para atenderlo todos los días, especialmente barriéndolo, que para los indígenas era un verdadero honor; como recordaba fray Gerónimo de Mendieta: “A los templos y a todas las cosas consagradas a Dios tienen mucha reverencia, y se precian los viejos, por muy principales que sean, de barrer las iglesias, guardando la costumbre de sus pasados en tiempos de su gentilidad, que en barrer los templos mostraban su devoción (aun los mismos señores).”
Juan Diego se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara estar en cualquier parte que fuera, junto a las paredes de la Ermita para poder así servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo, que estimaba mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera una casita junto a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”.
Juan Diego manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente caridad cuando su tío estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego manifestó su fe al estar con el corazón alegre, ante las palabras que le dirigió Santa María de Guadalupe, quien le aseguró que su tío estaba completamente sano; fue un indio de una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus casas y tierras para ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a todos lo hombres y mujeres. Juan Diego tenía “sus ratos de oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que le aman y conforme a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud y mortificación.” También se nos refiriere en el Nican motecpana: “A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del cielo.”
Toda persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de conocer de viva voz los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la manera en que había ocurrido este encuentro maravilloso y el privilegio de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe; como lo indicó el indio Martín de San Luis cuando rindió su testimonio en 1666: “Todo lo cual lo contó el dicho Diego de Torres Bullón a este testigo con mucha distinción y claridad, que se lo había dicho y contado el mismo Indio Juan Diego, porque lo comunicaba.” Juan Diego se constituyó en un verdadero misionero.
Cuando Juan Diego se casó con María Lucía, quien había muerto dos años antes de las Apariciones, habían escuchado un sermón a fray Toribio de Benavente en donde se exaltaba la castidad, que era agradable a Dios y a la Virgen Santísima, por lo que los dos decidieron vivirla; se nos refiere: “Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que se llamaba María Lucía. Ambos vivían castamente.” Como también lo testificó el P. Luis Becerra Tanco: “el indio Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros ministros evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a las vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo estos dos casados”. Aunque esto no obsta de que Juan Diego haya tenido descendencia, sea antes del bautismo, sea por la línea de algún otro familiar; ya que, por fuentes históricas sabemos que Juan Diego efectivamente tuvo descendencia; sobre esto, uno de los principales documentos se conserva en el Archivo del Convento de Corpus Christi en la Ciudad de México, en el cual se declara: “Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres caciques [indios nobles] Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la región di Xochiatlan […] y tenida por descendiente del dichoso Juan Diego.” Lo importante también es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la santidad y de la perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su propia familia, ya que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego se había entregado muy bien al servicio de la Virgen María de Guadalupe y de Dios, quiso seguirlo, aunque Juan Diego le convino que era preferible que se quedara en su casa; y ahora tenemos también este ejemplo de Sor Gertrudis del Señor San José, descendiente de Juan Diego, quien ingresó a un monasterio, a consagrar su vida al servicio de Dios, buscando esa perfección de vida, buscando la Santidad.
Es un hecho que Juan Diego siempre edificó a los demás con su testimonio y su palabra; constantemente se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
El indio Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando dio su testimonio en las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan Diego era un verdadero intercesor de su pueblo, decía: “que la dicha Santa Imagen le dijo al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde se le había de hacer la dicha Ermita que fue donde se le apareció, que la ha visto hecha y la vio empezar este testigo, como lleva dicho donde son muchos los hombres y mujeres que van a verla y visitarla como este testigo ha ido una y muchas veces a pedirle remedio, y del dicho indio Juan para que como su pueblo, interceda por él.” El anciano indio Gabriel Xuárez también señaló detalles importantes sobre la personalidad de Juan Diego y la gran confianza que le tenía el pueblo para que intercediera en sus necesidades: “el dicho Juan Diego, –decía Gabriel Xuárez– respecto de ser natural de él y del barrio de Tlayacac, era un Indio buen cristiano, temeroso de Dios, y de su conciencia, y que siempre le vieron vivir quieta y honestamente, sin dar nota, ni escándalo de su persona, que siempre le veían ocupado en ministerios del servicio de Dios Nuestro Señor, acudiendo muy puntualmente a la doctrina y divinos oficios, ejercitándose en ello muy ordinariamente porque a todos los Indios de aquel tiempo oía este testigo, decirles era varón santo, y que le llamaban el peregrino, porque siempre lo veían andar solo y solo se iba a la doctrina de la iglesia de Tlatelulco, y después que se le apareció al dicho Juan Diego la Virgen de Guadalupe, y dejó su pueblo, casas y tierras, dejándolas a su tío suyo, porque ya su mujer era muerta; se fue a vivir a una casa Juan Diego que se le hizo pegada a la dicha Ermita, y allá iban muy de ordinario los naturales de este dicho pueblo a verlo a dicho paraje y a pedirle intercediese con la Virgen Santísima les diese buenos temporales en sus milpas, porque en dicho tiempo todos lo tenían por Varón Santo.”
La india doña Juana de la Concepción que también dio su testimonio en estas Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era un hombre santo, pues había visto a la Virgen: “todos los Indios e Indias –declaraba– de este dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita, teniéndole siempre por un santo varón, y esta testigo no sólo lo oía decir a los dichos sus padres, sino a otras muchas personas”.
Mientras que el indio Pablo Xuárez recordaba lo que había escuchado sobre el humilde indio mensajero de Nuestra Señora de Guadalupe, decía que para el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y santo que era un verdadero modelo a seguir, declaraba el testigo que Juan Diego era “amigo de que todos viviesen bien, porque como lleva referido decía la dicha su abuela que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y nietos fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen, por cuya causa le tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo.”
El indio don Martín de San Luis incluso declaró que la gente del pueblo: “le veía hacer al dicho Juan Diego grandes penitencias y que en aquel tiempo le decían varón santísimo.”
Como decíamos, Juan Diego murió en 1548, un poco después de su tío Juan Bernardino, el cual falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron enterrados en el Santuario que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican motecpana: “Después de diez y seis años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió en el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que murió el señor obispo. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de que fuese a conseguir y gozar en el cielo, cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los setenta y cuatro años.” En el Nican motecpana se exaltó su santidad ejemplar: “¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!”
Consulta también: Juan Diego, el fenómeno guadalupano
Ante el llamado: una respuesta
Santo Evangelio según San Mateo 9,35-10,1.6-8.
Sábado I de Adviento. Por: Jesús Salazar Brenes, LC |
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a descubrir qué pides de mí y dame un corazón generoso para ser dócil a tu voluntad.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 9,35-10,1.6-8
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos». Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias. Les dijo: «Vayan en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Si Jesús recorriera nuestras ciudades, pueblos o lugares de habitación, tal como lo hizo en Galilea, ¿qué vería? El Evangelio nos muestra que vio rostros cansados, gente arrutinada y acostumbrada a que su vida fuese igual siempre, vio gente que quizá había escuchado de Dios, pero no se había dado la oportunidad de conocer a Dios.
Jesús hoy quiere mirarnos con compasión y ternura, él desea hacernos las personas más felices, desea ser nuestro pastor.
No obstante, Jesús toma una solución muy concreta; pide a la gente que ore para que haya más obreros en la mies, llama a cada uno de esos hombres y mujeres por su nombre y los envía como sus misioneros.
Es probable que pensemos que pedir obreros para la mies es orar por las vocaciones, y aunque sí debemos pedírselo al Señor, no sólo las personas consagradas reciben un llamado de Dios para ser misioneros. Hoy mismo nosotros podemos ser la persona que Dios tiene en mente para que su alegría llegue a tanta gente arrutinada «como ovejas sin pastor». Esas ovejas son la gente que vemos todos los días… ¿Qué le vamos a responder al Señor que nos llama? El Señor nos ha dado bendiciones a manos llenas… ¡Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis!
«Añado una palabra que no quisiera que fuese retórica, por favor: ¡ánimo! No significa paciencia, resígnense. No, no, no significa esto. Sino al contrario, significa: osen, sean valientes, ¡vayan adelante! ¡Sean creativos! ¡Sean artesanos todos los días, artesanos del futuro! Con la fuerza de aquella esperanza que nos da el Señor que jamás defrauda, pero que también necesita de nuestro trabajo. Por esto rezo y los acompaño con todo mi corazón. El Señor los bendiga a todos y que la Virgen los proteja». (Homilía de S.S. Francisco, 21 de junio de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy intentaré ser misionero con mi ejemplo de vida y oraré por las vocaciones.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
San Juan Diego: un ejemplo histórico del laico indígena al servicio de la Iglesia
San Juan Diego, su mundo y su tiempo, un texto llamado a ser un referente en los estudios sobre San Juan Diego en particular y sobre la historia del siglo XVI en la Nueva España, raíz e identidad del México mestizo
Carlos Villa Roiz, ha ejercido el periodismo, principalmente en televisión. Durante más de 40 años, cubriendo distintas fuentes, entre ellas la religiosa. Es autor de 14 libros con temas históricos y religiosos. Ha realizado cobertura internacional en varios eventos; fue subdirector de información en la Arquidiócesis de México.
Ahora ha publicado San Juan Diego, su mundo y su tiempo, un texto llamado a ser un referente en los estudios sobre San Juan Diego en particular y sobre la historia del siglo XVI en la Nueva España, raíz e identidad del México mestizo. Y lo hace analizando, de manera exhaustiva, el contexto sobre el cual se desarrolló el acontecimiento guadalupano.
¿Qué aportes integras en tu libro que te parezcan novedosos en el corpus de estudios sanjuandieguinos?
Es posible conocer algunos detalles de la vida de San Juan Diego si se estudia el período en el que él existió, y que abarca de 1474 a 1548. Él formó parte de las comunidades indígenas de habla náhuatl, y que, por aquellos años, debieron presenciar eclipses, fuertes sismos, épocas de sequía, plagas, inundaciones y guerras locales porque, el Señorío de Texcoco, al que pertenecía, formaba parte de la Triple Alianza con Tenochtitlán y Tacuba, de modo que, aunque se desconocen los detalles de su vida, estos datos históricos ayudan a entender mejor su perfil humano, y las causas por las que fue uno de los primeros conversos en Nueva España.
El Nican Mopohua y el Nican Motecpana son las fuentes primarias de su vida y de las apariciones en el Tepeyac, pero hay libros complementarios que, si bien, no lo mencionan, hablan de su mundo y de su tiempo. Algunas de estas fuentes son los Anales de Cuauhtitlan; Historia de las Indias de Nueva España de Fray Diego Durán; las Relaciones de Chalco Amecameca de Chimalpaín, la Crónica Mexicayólotl de Tezozomoc, que mencionan año por año, los acontecimientos que iban ocurriendo y son todas estas fuentes serias y confiables.
Hay otros autores que también aportan datos relevantes sobre el mundo indígena de aquellos años: Sahagún, Motolinia, Mendieta, Torquemada, Bernal Díaz, Oviedo, Bartolomé de las Casas, etcétera. Todos ellos aportan información de interés que permite saber los acontecimientos de los que pudo ser testigo San Juan Diego.
¿Qué sabemos con precisión de su vida?
San Juan Diego nació durante el gobierno de Axayácatl; le tocó vivir el auge y el ocaso de la casa real de Tenochtitlan y de Texcoco. Conoció el reinado de dos monarcas españoles: Carlos V y Felipe II; 6 tlatoanis de México, 7 de Texcoco, 2 de Tlatelolco, 5 gobernadores de indígenas, 2 Audiencias de Nueva España, un Virrey, 5 pontífices en Roma, un arzobispo en México y dos obispados más.
Vio llegar a 3 órdenes religiosas, la fundación de 4 colegios, la biblioteca de la Catedral de México y las conventuales, el inicio de la imprenta, de la Casa de Moneda y el abandono del cacao y de las mantas como mercancías de cambio, el inicio de la inquisición episcopal, el descubrimiento de Filipinas; el surgimiento e implantación de varias leyes; 5 ciudades surgieron en mismo año de las apariciones: Puebla, Querétaro, San Juan del Río, Culiacán y Mazatlán, y, para 1534, ya había 5 “Doctrinas” de indios en la Ciudad de México.
También vio surgir a 4 hospitales y sobrevivió a 3 epidemias, una de las cuales, mató a su tío (Juan) Bernardino, pero el evento más importante de su vida fueron las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
También hubo de presenciar o conocer los sacrificios humanos que practicaban los nahuas…
Si bien la idolatría y los sacrificios humanos daban a los indígenas un perfil bárbaro y salvaje, se debe tomar en cuenta que los primeros mártires de la Iglesia fueron torturados y ejecutados de manera similar a las prácticas rituales de los indígenas de Mesoamérica: los flechaban, los asaban vivos, y no hay gran diferencia entre morir en la piedra gladiatoria de Tenochtitlan o los combates que se llevaban a cabo en Roma, como un simple espectáculo para alegrar a una sociedad en decadencia.
Es cierto, y también lo es que sus contemporáneos no estaban exentos de haber desarrollado lo que ahora llamamos una civilización…
En México, se realizaron obras sorprendentes como las calzadas de varios kil ómetros sobre el lago de Texcoco, con hasta 11 metros de profundidad, y un dique que contenía las aguas. Los indígenas tenían escuelas, libros, hacían mediciones astronómicas, conocían de matemáticas, y medicina, y de todo esto pudo haber tenido conocimiento Juan Diego. esta investigación ayuda a comprender mejor, no tan solo su perfil humano, sino el de todos los indígenas de aquellos años.
¿Qué relevancia tiene situar a San Juan Diego en un contexto histórico mucho más amplio?
Juan Diego vivió el abandono de lo prehispánico: sus dioses, el calendario que marcaba su vida ritual y civil, la cultura apegada a la tarea de alimentar dioses inexistentes con sacrificios humanos, sus expresiones artísticas, y sin duda, esto fue un trauma que los llevó a tal orfandad tal que la Virgen de Guadalupe vino a llenar ese vacío y fue aceptada con facilidad como una madre amorosa, quien quería mostrar a su hijo, un Dios que no exigía sangre humana, sino que, por el contrario, dio la suya por la humanidad.
A través de mi libro, voy analizando las grandes contradicciones teológicas entre el mundo prehispánico y el cristiano, de la cuales, solo menciono una: la dualidad en la que creían los indígenas, pues era obvio que había sol y luna, hombre y mujer, bien y mal, y los frailes hablaban de una Trinidad. Por otra parte, entre los indígenas había semillas del verbo, incipientes sacramentos y costumbres buenas que ayudaron a la asimilación de los sacramentos y costumbres cristianas, como es el caso del bautismo y el matrimonio, aunque estos fueron reorientados a una nueva forma de ser humano.
¿Qué papel jugó San Juan Diego en la evangelización de la Nueva España?
San Juan Diego dio testimonio de las apariciones del Tepeyac, y por fortuna, su relato fue retomado por Antonio Valeriano, autor del Nican Mopohua. Pero fue Dios y la Virgen quienes hicieron la mayor tarea al volver más sensibles a los indígenas a las prédicas de los frailes, que aun siendo muy pocos y divididos inicialmente en 4 conventos de la Provincia del Santo Evangelio, hicieron maravillas.
Una década después de la conquista, ellos ya habían aprendido el náhuatl y otras lenguas; la comunicación personalizada era más directa y, sobre todo, predicaban con el buen ejemplo, a diferencia de los encomenderos.
Juan Diego daba testimonio de la aparición y del mensaje maternal de la Virgen, y si bien, ella solo era conocida por el relato oral, pues solo se podía conocer a la guadalupana en el Tepeyac, poco a poco se fue difundiendo la devoción a María de Guadalupe. El Mapa de Upsala muestra que había dos veredas que conducían al Tepeyac, una zona apartada en la segunda mitad del siglo XVI, donde los indígenas se ganaban la vida con la agricultura, comerciando la sal y tejiendo fibras en petates y cestos.
Finalmente, ¿qué le dice Juan Diego al mundo católico del Siglo XXI?
San Juan Diego es uno de los 7 indígenas de América que han sido elevados a los altares, y que son ejemplo de santidad, principalmente entre las más de 60 etnias que aún existen en México. Pero también es ejemplo de vida como laico al servicio de la Iglesia, de la Virgen y su Hijo Jesucristo, por quien se vive.
San Juan Diego, su mundo y su tiempo, es una publicación de Fiat Corazón de María, y se puede adquirir mediante el contacto www.fiatcorazondemaria.com