Lorenzo de Brindisi, Santo

Doctor de la Iglesia, 21 de Julio

Sacerdote capuchino – Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: San Lorenzo de Brindisi, presbítero y doctor de la Iglesia, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, predicador incansable por varias naciones de Europa, que de caracter sencillo y humilde, cumplió fielmente todas las misiones que se le encomendaron, como la defensa de la Iglesia ante los turcos que intentaban dominar Europa, la reconciliación de príncipes enfrentados y el gobierno de su Orden religiosa. Murió en Lisboa, en Portugal, el veintidós de julio de 1619.

Etimológicamente: Lorenzo = laurel, de la lengua latina.

Fecha de beatificación: 1 de junio de 1783 por S.S. Pío VI

Fecha de canonización: 8 de diciembre de 1881 por S.S. León XIII.

Iconografía: con hábito, un libro, la hostia alusiva a su veneración a la Eucaristía y la imagen de María Santísima, por la especial devoción que le manifestó.

Breve Biografía

Cesar de Rossi nació en Brindis, ciudad del reino de Nápoles, en 1559. Pertenecía a una familia veneciana de cierto renombre. A los seis años ya asombraba a todos por la facilidad de aprender de memoria páginas enteras, que declamaba en público.

Primero se educó en el convento de los franciscanos de su ciudad natal y, después, bajo la dirección de un tío suyo en el colegio de San Marcos de Venecia. Hizo rápidos progresos, tanto desde el punto de vista intelectual como espiritual y a los dieciséis años ingresó en el convento de los capuchinos de Verona. Cuando pidió ser admitido, el superior le advirtió que le iba a ser muy difícil soportar aquella vida tan dura y tan austera. El joven le preguntó: «Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?.» «Sí, lo habrá», respondió el superior. «Pues eso me basta. Al mirar a Cristo Crucificado tendré fuerzas para sufrir por amor a El, cualquier padecimiento». Con el hábito religioso recibió el nombre de Lorenzo.

Durante sus estudios de filosofía y teología en la Universidad de Padua, se distinguió por su extraordinario dominio de lenguas: aprendió el griego, el hebreo, el alemán, el bohemio, el francés, el español y llegó a conocer muy a fondo el texto de la Biblia.

Por su gran don de prédica, siendo diácono, le fue encomendado el predicar los 40 días de Cuaresma en la Catedral de Venecia por dos años consecutivos. La gente vibraba de emoción al oír sus sermones, y muchas eran las conversiones.

Después de su ordenación sacerdotal, predicó con gran fruto en Padua, Verona, Vicenza y otras ciudades del norte de Italia. En 1596, pasó a Roma a ejercer el cargo de definidor de su orden, y el Papa Clemente VIII le pidió que trabajase especialmente por la conversión de los judíos. Tuvo en ello gran éxito, ya que a su erudición y santidad de vida unía un profundo conocimiento del hebreo.

Un sacerdote le preguntó: «Frai Lorenzo, ¿a qué se debe su facilidad para predicar? ¿A su formidable memoria?» Y él respondió: «En buena parte se debe a mi buena memoria. En otra buena parte a que dedico muchas horas a prepararme. Pero la causa principal es que encomiendo mucho a Dios mis predicaciones, y cuando empiezo a predicar se me olvida todo el plan que tenía y empiezo a hablar como si estuviera leyendo en un libro misterioso venido del cielo».

Dormía sobre tablas. Se levantaba por la noche a rezar salmos. Ayunaba con frecuencia comiendo casi siempre pan y verduras. Huía de recibir honores, y se esforzaba por mantenerse siempre alegre y de buen humor con todos.

Cuando Lorenzo era vicario general, el emperador Rodolfo II le envió en misión diplomática a conseguir la ayuda de los príncipes alemanes contra los turcos, cuya amenaza se cernía sobre toda Hungría. El santo tuvo éxito en su misión y fue nombrado capellán general del ejército que se había formado gracias a sus esfuerzos. En algunas ocasiones, San Lorenzo fue prácticamente general en jefe del ejército; por ejemplo, antes de la batalla de Szekes-Fehervar, en 1601, los generales le consultaron, el santo les aconsejó que atacasen, arengó personalmente a las tropas y partió al frente de las fuerzas de ataque, sin más armas que un crucifijo. La aplastante derrota que sufrieron los turcos fue atribuida por todos a San Lorenzo. Se cuenta que, al volver de la campaña, se detuvo en el convento de Gorizia, donde el Señor se le apareció en el coro y le dio la comunión por su propia mano.

Los príncipes y gobernantes, por muy irreligiosos que sean, suelen apreciar los servicios de los hombres verdaderamente santos. Los principales señores de Nápoles acudían a San Lorenzo para presentarle sus quejas por la tiranía del virrey español, duque de Osuna y le pedían que fuese a la corte del rey Felipe para evitar que el pueblo se levantase en armas. El santo no era aún muy viejo, pero estaba enfermo y achacoso. Cuando llegó a Madrid, supo que el rey no estaba en la ciudad, sino en Lisboa. Así pues, prosiguió su camino a Portugal, en pleno calor del estío. Usó de toda su elocuencia y su poder de persuasión y logró que el monarca prometiese relevar del cargo de virrey al duque de Osuna.

San Lorenzo regresó entonces a su convento y ahí falleció el día de su cumpleaños, 22 de julio de 1619. Cumplía 60 años. Fue sepultado en el cementerio de las Clarisas Pobres de Villafranca.

Lo canonizó León XIII en 1881. Juan XXIII lo declaró Doctor de la Iglesia en 1959, con el título de Doctor Evangélico, por lo elevado de su inspiración evangélica.

La autoridad en la familia

Analizaremos como ha de ser la autoridad de los padres en la familia.

autoridadPara analizar el tema de la autoridad en la familia es necesario que recordemos juntos algunas ideas:
1) Recordemos que toda persona es imagen y semejanza de Dios, poseedora de una dignidad inmensa y que hay que respetar desde su concepción hasta su muerte natural.

2) La finalidad de la persona es llegar a ser mejor cada día y llegar a Dios.

3) El matrimonio existe para que los esposos se ayuden mutuamente y para que eduquen a sus hijos, con la ayuda de Dios.

4) Los hijos han de desarrollar sus capacidades de pensar, amar y decidir, así como educar sus sentimientos.

5) Amar es buscar el bien de la persona que amamos porque es quien es.

La autoridad

autoridadComo habrán podido ver, la autoridad en la familia ha de ser un instrumento que empleemos para ayudar a los hijos a que sean mejores personas, para que se eduquen pensando, amando y decidiendo cada día mejor, para que los padres se ayuden mutuamente en la educación de sus hijos. Todo esto, dentro del verdadero amor que busca el bien de la persona que amamos. En este caso, los hijos.

La autoridad en la familia ha de ser un servicio generoso, amoroso y eficaz que los padres regalen a sus hijos. Por medio de la autoridad, los padres irán ayudando, poco a poco, a que los hijos sean mejores, a que se acerquen a Dios, a que logren la formación y vivencia de virtudes. No es para que los padres dominen, manden y exijan a los niños los caprichos que, como padres, puedan tener.

Quien realmente quiera tener autoridad con sus hijos y en la familia en general, se ha de convertir en el servidor de ellos. Querrá ayudarles a ser mejores por medio de su actuación como autoridad.

¿Por qué regañas a tu hijo? ¿Por qué estás muy cansado y no quieres que te moleste? ¿Porque se equivocó— en la forma que le dijiste que barriera el patio? ¿Por qué? Esta es la pregunta que, como padres, nos hemos de hacer siempre que mandemos algo a nuestros hijos. ¿Por qué lo hago? ¿Busco su bien? ¿Deseo que sea mejor persona?
Recuerda que los hijos son el fruto del amor, de la entrega total y mutua de los cónyuges. Ese fruto se transforma en una nueva vida, en una persona imagen y semejanza de Dios, ¡En tu hijo!.

autoridadPor tanto, la autoridad en la familia ha de ir inspirada por el cariño que tengas por tus hijos, por el verdadero amor que busca el bien de ellos, por el respeto a sus personas, por el dominio personal de tus enojos, flojera y egoísmo. Estará revestida de generosidad, pues debes esforzarte para vencer tus comodidades con tal de ayudar a que tu hijo sea mejor. Será, también, una autoridad adecuada según las necesidades de cada uno de los miembros de la familia. No podrás exigir lo mismo a un niño que a una niña; a quien es flojo o mas inquieto, a quien es inteligente o a quien lo es menos.

Será un servicio entusiasta, incansable, con las ganas de colaborar en la mejora real del niño.

¿Cuántos papás creen que la autoridad en la familia es únicamente para mandar, para que cumplan lo que ellos quieren? Se les olvida que Jesucristo se identifica con cada uno de ellos: «Lo que hicieras a cada uno de estos, los mas pequeños, a mí me lo hiciste». Son palabras de Jesucristo. Entonces, ¿Por qué no servir a Dios en cada uno de nuestros hijos? ¿Por qué no atenderle y amarle en ellos?
Quien realmente sea la autoridad de la casa, ha de ser el servidor de todos.

¿Qué se necesita para ser buena autoridad en la familia?

autoridad1. Necesitas apoyar siempre la autoridad del otro cónyuge. «Si tu madre lo dijo, esfuérzate por obedecerla. Ella te quiere mucho». Y no decir al niño: «No le hagas caso. Ella no sabe nada» No caigas en esa postura. Cuida que el prestigio de tu cónyuge siempre esta apoyado por ti.

2. No tengas miedo de mandar, de ejercer la autoridad. Quien sirve a los demás, vive la felicidad en esta tierra. Pues se asemeja a Jesucristo, que no vino a ser servido, sino a servir. Quien manda, sirve, y se asemeja más a Nuestro Señor.

3. Esfuérzate por dar buen ejemplo a tus hijos. Quien se esfuerza por ser ejemplo, tendrá el derecho de mandar. «Guarda tus zapatos en el ropero, Juanito». Él irá a hacerlo. Pero, tú ¿guardas tus zapatos en el tuyo?

4. Cada vez que ejerzas tu autoridad, des una orden o una indicación, dialoga con tus hijos. Explícales por que han de hacerlo. «Mira, Juanito. Hay que dejar los zapatos en el ropero para que nadie se vaya a tropezar con ellos en la noche. También, para que te acostumbres a guardar todo en su lugar, para que mañana los encuentres rápido y no pierdas el tiempo en buscarlos»

autoridad5. Comprende a cada uno de tus hijos. Para mandar a Juanito se necesita exigirle mucho, pues es muy distraído. En cambio, a Manuelito basta que se lo digas una vez. Sin embargo, con Juanito haz de tener muchísima paciencia. Con Manuelito menos. Cada quien necesita un servicio educativo diferente.

6. Mantén siempre la calma, la serenidad, el dominio personal. Nunca ejerzas tu autoridad en la familia si estás de mal humor, enojado o con un coraje. Eso te hará que no pienses bien. Lo mas probable es que puedas ofender a alguno de tus hijos. ¡Detente! ¡Serénate! ¡Respira hondo! ¡Tranquilízate! Cuando lo hayas hecho, entonces ahora sí, da la orden que se necesite.

7. Sé muy perseverante, no te rindas, continúa día a día. La autoridad hay que ejercerla siempre, sin desfallecer. El día que no lo hagas, se perderá todo lo que hayas logrado. «Paquito es muy enojon. Todos los días, unas seis o siete veces, le tengo que estar ayudando para que domine esos enojos. Pero ya me cansé. Llevo cinco meses haciéndolo. Lo voy a dejar en paz». Si así lo haces, Paquito empezara nuevamente a ser muy enojon y lo que hayas logrado, se perderá.

8. Confía mucho en Dios Nuestro Señor. Pídele su ayuda para que siempre seas autoridad en la familia con espíritu de servicio. Recuerda, Cristo vino a servir y no a ser servido.

Contempla a Jesucristo sirviendo como esclavo a los apóstoles al lavarles los pies en San Juan 13, 1-19. El dice: «Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habeis de lavaros vosotros los pies unos a otros».

Tras la pandemia, necesitamos nuevos ojos para mirar la realidad

Así lo dice S.S. Francisco en la entrevista realizada por Monseñor Dario Viganò.

– En su magisterio se refiere a menudo al cine: a veces le oímos mencionar tal o cual película. ¿De dónde viene esta particular relación con el cine?

Mi cultura cinematográfica se la debo sobre todo a mis padres. Cuando era niño, iba a menudo al cine local, donde proyectaban tres películas seguidas. Es uno de los mejores recuerdos de mi infancia: mis padres me enseñaron a disfrutar del arte en sus distintas formas. Los sábados, por ejemplo, mi madre, mis hermanos y yo escuchábamos las óperas que se emitían en Radio del Estado (ahora Radio Nacional). Nos hacía sentarnos junto al aparato y, antes de que empezara la emisión, nos contaba el argumento de la ópera. Cuando estaba a punto de comenzar algún aria importante, nos advertía: «Estén atentos, es una canción muy bonita». Era algo maravilloso. Luego estaban las películas en el cine, para las que mis padres aplicaban el mismo método: como hacían con las óperas, nos las explicaban para que nos orientáramos.

– Y fue en este contexto donde nació su relación con el neorrealismo italiano…

Sí, entre las películas que mis padres querían que conociéramos estaban las del neorrealismo. Entre los diez y los doce años, creo que vi todas las películas con Anna Magnani y Aldo Fabrizi, incluida «Roma ciudad abierta», de Roberto Rossellini, que me gustó mucho. Para nosotros, los niños de Argentina, esas películas fueron muy importantes, porque nos hicieron comprender profundamente la gran tragedia de la guerra mundial. En Buenos Aires, conocimos la guerra sobre todo a través de los muchos migrantes que llegaron: italianos, polacos, alemanes… Sus historias nos abrieron los ojos a un drama que no conocíamos directamente, pero también fue gracias al cine que adquirimos una profunda conciencia de sus efectos.

– Usted ha definido a menudo el cine neorrealista como una «catequesis de la humanidad» o una «escuela de humanismo». Son expresiones muy finas con las que atribuye un valor universal a esta cinematografía. ¿Dónde está la relevancia de estas películas?

Monseñor Dario ViganòLas películas del neorrealismo formaron nuestros corazones y aún pueden hacerlo. Diría más aún: esas películas nos enseñaron a mirar la realidad con otros ojos. Aprecio mucho que este libro recoja este aspecto fundamental: el valor universal de ese cine y su relevancia como herramienta importante para ayudarnos a renovar nuestra visión del mundo. ¡Qué necesidad tenemos hoy de aprender a mirar!

La difícil situación que vivimos, profundamente marcada por la pandemia, genera preocupación, miedo, desánimo: por eso necesitamos ojos capaces de atravesar la oscuridad de la noche, de levantar la mirada más allá del muro para otear el horizonte. Hoy es tan importante una catequesis de la mirada, una pedagogía para nuestros ojos que a menudo son incapaces de contemplar en medio de la oscuridad la «gran luz» (Is 9,1) que Jesús viene a traer. Una mística de nuestro tiempo, Simone Weil, escribe: «La compasión y la gratitud descienden de Dios, y cuando se dan a través de una mirada, Dios está presente en el punto en que las miradas se encuentran». Por ello, la reflexión sobre la mirada se abre a la trascendencia. Qué maravilloso sería redescubrir a través del cine la importancia de la educación en la mirada pura. Justo como ha hecho el neorrealismo.

– Además de proporcionar una pedagogía de la mirada, el cine, en general, también tiene un gran valor social…

El cine fue y es un gran instrumento de agregación. Especialmente en la Italia de la posguerra, contribuyó de manera excepcional a la reconstrucción del tejido social con tantos momentos de agregación. Cuántas plazas, cuántos cines, cuántos oratorios, animados por personas que, al ver una película, trasladaron esperanzas y expectativas. Y a partir de ahí recomenzaban, con un suspiro de alivio, en las ansiedades y dificultades de la vida cotidiana.

También fue un momento educativo y formativo, para reconectar relaciones consumidas por las tragedias vividas. Incluso hoy, mirando más allá de las dificultades del momento, el cine puede mantener esta capacidad de agregación o, mejor aún, de construcción de comunidad. Sin comunión, la agregación carece de alma.

– Pero, ¿cómo puede este cine enseñarnos a mirar?

I bambini ci guardanoEl cine neorrealista es una mirada que provoca la conciencia. I bambini ci guardano (Los niños nos miran) es una película de 1943 de Vittorio De Sica que me gusta citar a menudo porque es muy hermosa y rica en significado. En muchas películas, la mirada neorrealista ha sido la mirada de los niños sobre el mundo: una mirada pura, capaz de captarlo todo, una mirada clara a través de la cual podemos identificar inmediata y claramente el bien y el mal. Recuerdo las palabras de mi hermano Jerónimo, arzobispo ortodoxo de Atenas y de toda Grecia, a propósito de una de las realidades más duras de nuestro tiempo: «Quien ve los ojos de los niños que encontramos en los campos de refugiados es capaz de reconocer inmediatamente, en su totalidad, la ‘quiebra’ de la humanidad» (Discurso en el campo de refugiados de Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016).

En muchas ocasiones y en muchos países diferentes, mis ojos se han encontrado con los de niños, pobres y ricos, sanos y enfermos, alegres y sufrientes. Ser mirado a través de los ojos de los niños es una experiencia que todos conocemos, que nos llega a lo más profundo del corazón y nos obliga a hacer un examen de conciencia. El cine neorrealista ha universalizado esta mirada de los niños: su mirada, que es mucho más que un simple punto de vista, nos interroga aún más hoy, cuando la pandemia parece multiplicar las bancarrotas de la humanidad.

– El neorrealismo también puede verse como un gran proceso de construcción de una memoria colectiva, que de otro modo habría quedado enterrada en los escombros de la guerra. ¿Qué valor tiene para usted el cine en la dinámica entre historia y memoria? ¿Y qué importancia tiene conservar esta «memoria a través de las imágenes»?

El festín de BabetteEs una cuestión decisiva para el futuro. En mi experiencia como pastor, he recurrido varias veces a la «memoria en imágenes»: en Amoris laetitia, me refiero a la película El festín de Babette [en el nº 129, ed], de Gabriel Axel (1987), para explicar la importancia de la «alegría que produce el deleite de los demás»; en Fratelli tutti hay tres referencias [en el nº 48-203-281, ed] a la película Papa Francisco – Un hombre de palabra, de Wim Wenders (2018). El cine enseña a crear y conservar la memoria, a través de una mirada capaz de traducir y descifrar el mensaje. Pienso también en la densidad de la memoria que las imágenes de la «Statio Orbis» del 27 de marzo de 2020 han sedimentado en el corazón de muchas personas.

En este sentido, también para la Iglesia, la dinámica historia-memoria encuentra un importante punto de referencia en el cine. Veamos el neorrealismo: el arte del cine consiguió iluminar la trama de los hechos para revelar su significado profundo. Esta es otra razón por la que es importante volver a esas películas no con nostalgia, sino con un compromiso con el futuro.

– Hacer más por parte de la Iglesia significa, en primer lugar, no dispersar el patrimonio de fuentes audiovisuales, o tal vez poder prever algo que se sitúe al lado de las grandes instituciones vaticanas del Archivo y la Biblioteca Apostólica…

Pienso en una institución que funcione como un Archivo Central para la conservación permanente, ordenada según criterios científicos, de los fondos audiovisuales históricos de los organismos de la Santa Sede y de la Iglesia universal. Podríamos llamarla Medioteca, junto al Archivo y la Biblioteca, para la recogida y custodia del patrimonio de fuentes históricas audiovisuales de alto nivel religioso, artístico y humano.

El globero

Un niño. Un globero y la magia del encuentro…

EL GLOBERO

– La sirenaaa…
– El sol…
– El soldado…
– El globero…

Rojo, blanco, azul. Figuras redondas, lisas o llenas de colores que asemejan caras de payasos coronadas con un gorro de papel. Todas ellas unidos con un cordel a la mano morena de un sujeto chaparro y bigotón que se abre paso entre la gente con un pito en la boca, llamando a los niños para comprar globos. Era la kermesse anual de la parroquia y nunca nos imaginamos el final que tendría.

El frijol se deposita con cuidado en la cartulina y ante el azoro estático de los ojos de Miguel, la cartulina, ¡su cartulina! está llena.

– ¡Lotería, lotería…! Aquí, aquí. Tome señor y revise que tengo todo en orden.

globosCon el rompecabezas y los dulces de premio en sendas bolsas de celofán se descuelga de la silla. Aún le queda mucho dinero por gastar. No en vano estuvo ahorrando desde las vacaciones y ahora es el momento de disfrutar. Él hubiera querido guardar algo para los lonches del recreo, y llegó a dudar. Pero la abuela le ayudó a decidirse, rompiendo de un buen mazazo el cochinito de barro negro. Las monedas quedaron regadas por todo el cuarto. Incluso distinguió algunos billetes que él no estaba tan seguro de haberlos depositado. Lo contó todo, haciendo montones de uno, cinco y diez pesos. Le dio dos pesos y un beso a la abuela y salió corriendo.

Era domingo, el penúltimo domingo de octubre. Lo anhelaba tanto… La noche anterior se la pasó casi en vela, iluminado por la luna que era llena. Arrodillado en su cama no pudo concentrarse en las oraciones. Las repetía una y otra vez, pero entre una frase y otra se le cruzaban los patos del Arca de Noé, el toro mecánico, los fantasmas y esperpentos de la Casa de los sustos, las limonadas, los garapiñados, los muéganos y los últimos elotes de la temporada, bañados de crema y espolvoreados de queso. Le vino incluso un fuerte dolor de cabeza que él lo atribuyó a la emoción.

No podía concentrarse. Fue a su closet y escogió la ropa que se pondría al día siguiente. Hizo una, dos, tres, hasta cinco combinaciones. Todas le parecían buenas, pero siempre pensaba para sus adentros cual sería la mejor, la que a ella más podría gustarle. Al día siguiente sería rico, tendría mucho dinero y bien podría darse el lujo de invitarla a tomar una nieve, a pasear juntos en el túnel del amor, a invitarle una hamburguesa y hasta a probar suerte en la tómbola grande, la que costaba diez pesos el numerito. Todo lo tenía a su alcance, para eso había ahorrado y para eso había soñado durante muchos meses. Por ello no era fácil conciliar el sueño. Muchas emociones y esa punzada en la base del cerebro que no lo dejaba en paz.

rueda de la fortunaLa luna, sus nervios y el dolor de cabeza lo invitaban a dar una paseo en la terraza. Las bugambilias, los laureles de la India y el huele de noche estaban quietos y fríos. Hacía días que ya había caído el cordonazo de San Francisco y se sentía en el ambiente. Un cúmulo de ruidos se estacionaba en esos momentos, siendo la quietud y el silencio la que ganaba terreno. A lo lejos podía ver cómo se alzaba la carpa que habían alquilado para cobijar a la gente que se daría cita mañana. Ya su cabeza estaba llena de los gritos del martillo, de la rueda de la fortuna, de la música de la disco. Comenzaba a hacer su plan del día: levantarse, ir a misa con sus papás, ayudarlos a poner el puesto para después ir a casa de la abuela y romper el cochino que con tanto esmero había engordado los meses anteriores. Y luego… Le llegaban ideas y deseos tan rápidos y contradictorios que la cabeza le daba vuelta y aceleraban los latidos de su corazón. Primero unos algodones, no, no, es demasiado dulce. No, primero me subo a los coches chocones para probarlos y ver que tan buenos están. No, eso es de mala suerte. Lo mejor es comprar primero un pollito de los que le gustan a ella para que cuando la vea se lo dé como regalo. Pero, ¿y si ya tengo hambre para ese entonces? Uyy, ya sé, entonces me compro primero una paleta.

– Miguel, ¿qué haces ahí despierto en la terraza? Vete ya a dormir, si no vas a coger un resfriado y no te vas a poder levantar mañana.

Yo enfermo, ¿mañana? Ni hablar.

– Ya voy mamá.

Y en menos que canta un gallo, frente a la sorpresa de su mamá Miguel se metió, cerró con fuerzas la puerta de la terraza y se escurrió en la cama, entre las cobijas, hasta que el sueño fue adueñándose de su ser.

Flans y Timbiriche lo seguían por todas partes. Aquello era un tumulto. Nunca antes había visto tanta gente en la Kermesse. ¿Sería la hora? ¿Sería lo feliz que estaba por haber ganado su primera lotería? Tarde se la hacía para encontrarse con sus papás, con los amigos, con ella para presumir y compartir. Las gomitas serían para su mamá. Los chocolates rellenos de cereza para su papá. Y el dulce de pepita bañado de piloncillo para ella. También los garapiñados y las cocadas serían para sus cuates. Había tantos dulces que sería muy difícil no compartirlos. Pero cuanta gente. Costaba mucho abrirse paso entre todos ellos. Se veía que cada año la Kermesse de la parroquia iba cobrando importancia. Hasta se veía gente desconocida, muy desconocida. No reconocía a nadie y las caras se mezclaban unas con otras. La cabeza le dolía cada vez más y la sentía muy pesada. Comenzó a ver que la gente caminaba chueco, que el piso empezaba a ladearse y creyó que era un efecto más de la casa de los sustos.

kermesseEn un abrir y cerrar de ojos sintió que se quedaba ciego, pero de pronto vio algo a lo lejos. Sí, era él. No lo podía creer. Primero distinguió el clásico chiflido de su pito en la boca, invitando a los niños a comprar globos. No creyó que hubiera un globero en la Kermesse, pues el padre Charlie siempre se había opuesto a los globos. Ya se sabe… ideas fijas de algunos. Pero Miguel pensó que el padre Charlie se había decidido a hacer el cambio cuando aquella figura morena, chaparra y gorda avanzaba hacia él. ¿O era él quien iba hacia el globero?. Tanto era su dolor de cabeza que había perdido la noción del tiempo y la distancia. Los dos se abrieron paso entre la gente. Parecía como si se conocieran desde hacía mucho tiempo.

– ¡Eres tú…! ¡Eres tú, el que me hizo ganar la lotería! Mira lo que tengo, mira lo que me hiciste ganar: un rompecabezas y unos dulces. Gracias. Ah, mira, quiero regalarte como a mi abuela, dos pesos y además…
– Miguel… Miguel.

Esa voz. ¿Qué tenía esa voz? ¿Dónde la había oído antes? Había mucho ruido, le dolía enormemente la cabeza y se sentía muy cansado. Pero la voz le ayudaba a sentirse mejor.

– Miguel, ¿es que no me reconoces? ¿Te sientes bien? ¿No estás cansado?
– ¿Qué dices? Claro que te reconozco. Eres el globero de la lotería, el que me hizo ganar los premios, mis primeros premios. Gracias a ti me ahorré mucho dinero, porque iba a comprar dulces y un rompecabezas. Así es que ya los tengo. Voy rápido a buscar a mis papás para darles la sorpresa. Mira, aquí tienes estos dos pesos…
– Miguel…
-Otra vez la voz. ¡Ay! ¡Cómo me duele la cabeza! Ya me quiero ir con mis papás para que me den una aspirina o algo así. Señor, ya déjeme ir. Pero… cada vez que me habla me siento bien. No, no. Me siento mal. Ya me quiero ir con mis papás…
– Miguel, Miguel… Espérate un poco. Ven conmigo.
– ¿Adónde? No señor. Mire: le estoy muy agradecido por haberme hecho ganar. Ya le dije que le regalo estos dos pesos. Pero déjeme ir con mis papás. Me duele mucho la cabeza y me siento muy mal…

Dos gruesas lágrimas comenzaron a asomarse por los ojos de Miguel, rodando hasta la mejilla y la barba. Estaba asustado de que la gente no lo reconocieran al pasar. El tío Eduardo con su tía Leonor y sus dos primos no hicieron aprecio de sus señas. Quizás es que habían pasado muy lejos y ni tiempo le dio de gritarles adiós. Los amigos de la cuadra jugaban allá a lo lejos con una pelota y él los llamaba con señas, pero le parecía que estaban muy metidos en el juego. El padre Charlie iba y venía atendiendo muchos detalles y casi seguro que no lo vio, ni a él, ni al globero. La gente parecía que no estuviera allí. Ya debería ser la hora de la comida y él no tenía hambre. Le seguía doliendo la cabeza y ya quería irse con sus papás.

– Miguel, ven conmigo…
– ¿Adónde? Ya le dije que me duele la cabeza. Déjeme ir con mis papás, quiero irme con mis papás. Por favor…
– Coge mi mano y acompáñame.

Sin saber cómo, Miguel tomó la mano del globero. Aún le dolía mucho la cabeza pero se sentía ya más tranquilo. Fueron recorriendo cada uno de los puestos y no podía creer que nadie le compraba un globo a aquel señor, por más que chiflara y chiflara con el pito que llevaba en la boca. Los puestos de comida estaban llenos de gente. El olor del pollo con mole de a diez pesos el plato se le metía hasta el estómago, provocándole retortijones. El cóctel de camarones, las enchiladas suizas, el spaghetti boloñesa, las hamburguesas y los hot-dogs con las papas fritas pasaban ante sus ojos y ante su boca. Para el postre había pasteles, donas, nieve, paletas heladas. ¿Qué más podía querer? Ahora se sentía más tranquilo y el dolor de cabeza estaba cediendo. Se sintió con más confianza y apretó fuerte la mano del globero. Lo vio de reojo y se dio cuenta que miraba a la gente tratando de llamar la atención para vender un globo. Sintió lástima por él. ¿Qué comería? ¿Tendría hambre? ¿Cuántos hijos tenía?

– Señor, señor…
– Dime Miguel… te escucho.
– ¿Cuántos hijos tiene?
– Muchos Miguel… muchos.
– ¡Ah! Y ¿no tiene hambre? Si quiere podemos ir a los puestos de hot-dogs. Yo le invito unos con papas… y le podemos echar de la salsa que usted quiere. ¿Le gusta la salsa de chile?
– Sí, me gusta mucho.
– Bueno. Mire: ahí hay un puesto. Déjeme y voy por dos órdenes de papas fritas con muchos chiles jalapeños.
– No Miguel… ya nos tenemos que ir.
– ¿Adónde?
– ¿No quieres venir conmigo?
– Depende… Mire: antes me dolía la cabeza y ahora, estando con usted, ya no me duele. Por eso me gusta estar con usted. Pero dígame, ¿a dónde vamos? Déjeme ir a avisar a mis papás y rápido me regreso.
– No Miguel. Tus papás ya saben que estás conmigo.
– ¡Ah! ¿Usted les avisó? Bueno, pues vamos…
– Bien. Cógete fuerte de mi mano.
– ¿Qué? ¿Adónde vamos?
– No tengas miedo, Miguel. Cógete fuerte…

El globero dejó de chiflar. La gente siguió su camino. Comía, jugaba a los aros o pescaba en las peceras de plástico con peces multicolores. A esas horas comenzaban los telegramas de amor y los matrimonios en donde las arras de plástico se intercambiaban y al final el beso era de ley. Los policías estaban atentos para que todo el que no se hubiera casado, lo hiciera o fuera a la cárcel. Y la multa por salir era muy cara… Las guerras de huevos rellenos de harina y de confeti habían dejado su lugar, por falta de material bélico, a los globos de agua. El café comenzaba a pasearse por las mesas y los jóvenes ya estaban en la discoteca. Muy pronto las caras de todos fueron apareciendo lejanas. Los ruidos cada vez se escuchaban con menor intensidad. Los colores fueron cobrando más intensidad y bailaban delante de los ojos de Miguel. Ya no tenía dolor de cabeza. Volteó y vio que el globero le sonreía. Estaba sujeto de la mano y pronto sintió un leve tirón hacia arriba. Y para su admiración comenzó a subir. Primero fue la sensación de un leve viento que se colaba en sus calcetines. Después se dio cuenta que los zapatos comenzaban a quedarle flojos y tuvo que hacer varios esfuerzos para que no se le cayeran. Por último el sol le pareció que estaba casi a su altura y tuvo que entornar los ojos para no deslumbrarse. Los globos se balanceaban en el aire y el viento los llevaba suavemente de aquí para allá. No habían llegado muy alto, aunque comenzaba a sentirse frío, pero se sentía feliz, plenamente feliz.

Ahora podía ver muy bien su pueblo: el campanario de la iglesia, su escuela, la casa de la abuela y su casa propia con los caballos galopando sin jinete. Los reconoció uno a uno y parecía que al recordar su nombre, lo escuchaban, pues cada uno echaba una gran carrera en el llano verde. Se rió con ellos. Más allá estaba la laguna, lugar delicioso en el verano a donde podía ir a nadar en compañía de su padre. Y aquel verano le había dado la sorpresa de recorrer sin parar toda la presa, desde la cortina hasta el varadero de lanchas. Ahí lo estaba esperando su padre que lo venía cuidando. Le dio un abrazo y sintió cuan fuerte era su papá. Papá, cuando sea grande voy a ser más fuerte que tú. Claro, le había dicho besándolo en la frente, “serás el hombre y el jinete más fuerte de este pueblo.

Casi debajo de él estaba el granero del pueblo. Tuvo que ladear un poco la cabeza para verlo bien. Ahí estaba: con su tejado de lozas cóncavas, albergaba la cosecha de trigo de aquel año. No hacía más de dos semanas que yendo con su padre la vio a ella. Ya la había visto en otras ocasiones, pero la última vez parecía que hubiera sido la primera. Fue una sensación muy distinta, una sensación que lo hizo ruborizarse.

-Y ahora, a ti que te pasa, ¿por qué te has puesto rojo de repente?.
– No sé papá. Será el calor de la mañana…
Será el calor, será el calor…

A lo lejos contempló a todo el pueblo reunido en la Kermesse. Detuvo la vista en sus padres y los vio asustados, nerviosos, dejando el puesto. Los vio correr para ir a ver a un niño desvanecido que apretaba contra su pecho un rompecabezas y tenía en la mano unos dulces en bolsas de celofán.

¿Una lista de precios?

¿Los sacramentos se pagan? El Papa Francisco responde con una clara reflexión

Papa FranciscoEl Papa Francisco respondió a la pregunta sobre si los sacramentos se pagan, durante una misa que presidió en la capilla de la Casa Santa Marta y explicó que los fieles tienen el deber de mantener a la Iglesia pero no “con una lista de precios”.

Reflexionando en el pasaje del Evangelio de San Juan en el que Jesús expulsa a los mercaderes del templo, el Santo Padre dijo que en la mente de esos vendedores “está el ídolo del dinero y los ídolos siempre son de oro. Y los ídolos esclavizan”.

“Esto nos llama la atención y nos hace pensar en cómo tratamos nuestros templos, nuestras iglesias. Si realmente son casa de Dios, casa de oración, de encuentro con el Señor, si los sacerdotes favorecen eso, o si se parecen a los mercados”, dijo el Papa.×

“A veces he visto –no aquí en Roma sino en otra parte– he visto una lista de precios. ‘Pero, ¿Cómo, los sacramentos se pagan?’. ‘No, es una ofrenda’. Pero si quieren dar una ofrenda –que la deben dar– que la pongan en la cesta de las ofrendas, escondido, que nadie vea cuánto dan. También hoy hay este peligro. ‘Pero debemos mantener la Iglesia’. Sí, sí, es cierto. Que la mantengan los fieles, pero en la cesta de las ofrendas, no con una lista de precios”, señaló el Santo Padre según informa Vatican News.

Papa FranciscoEl Santo Padre también hizo una advertencia sobre el peligro de la mundanidad en las celebraciones de los sacramentos o en las iglesias.

“Pensemos en algunas celebraciones de cualquier sacramento tal vez, o conmemoraciones donde tú vas y ves: no sabes si es un lugar de culto la casa de Dios o un salón social. Algunas celebraciones se aproximan a la mundanidad”, destacó el Pontífice.

“Es cierto que las celebraciones deben ser bellas pero no mundanas, porque la mundanidad depende del dios dinero. Es una idolatría. Esto nos hace pensar, y también a nosotros: cómo es nuestro celo por nuestras iglesias, el respeto que tenemos allí cuando entramos”.

El Papa también reflexionó sobre la primera lectura de San Pablo a los corintios, precisando que el corazón de cada uno es “un templo: el templo de Dios”. Así cada uno debe preguntarse en el corazón “si es mundano e idólatra”.

“No pregunto cuál es tu pecado o mi pecado. Pregunto si dentro de ti hay un ídolo, si está el señor dinero. Porque cuando está el pecado, está el Señor Dios misericordioso que perdona si vas con Él. Pero si está el otro señor –el dios dinero– tú eres un idólatra, es decir un corrupto: no ya un pecador, sino un corrupto».

«El núcleo de la corrupción es justamente una idolatría: es haber vendido el alma al dios dinero, al dios poder. Así se es un idólatra”, concluyó el Pontífice

Vida de perros

El fruto de una mentalidad, de una actitud ante el ser humano

perroMe gustó un artículo sin firma publicado en la revista ALFA Y OMEGA. Habla de la dignidad del hombre y del deber que tenemos de defenderla en una sociedad en la que parece que el ser humano cuenta –para algunos- menos que un perro de raza o de capricho. Me acuerdo ahora que, en una publicación mía de hace años, un personaje de la narración, al ver la miseria en que vivía y lo mimados que estaban tantos animalitos que paseaban por aquel jardín donde él pasaba sus tristes y largas horas en soledad, dijo en un arranque de ilusión, o más bien de desilusión, – ¡Ojalá yo fuera perro!

Yo soy un amante de los animales pero, sin duda ninguna, muy por encima de ellos está el hombre, con una dignidad que ningún ser de la naturaleza le puede arrebatar. Esta afirmación puede parecer indiscutible, pero se ve claro que muchos no la comparten. Cerca de donde yo vivo hay un parque zoológico. Los animales no parecen disfrutar de buenas instalaciones para su bienestar. Son muchas las voces de protesta ante las autoridades por no ofrecer a esas criaturas un hábitat más digno. Cerca de ese parque viven muchas familias en unas condiciones muy precarias, y no oigo voces que reivindiquen viviendas más justas, a no ser los mismos interesados que de vez en cuando protestan. En la capital de mi provincia, en una plaza muy céntrica, hay un ficus centenario. El Ayuntamiento le presta más atención, exigida por la ciudadanía, que a los pobres que viven en chabolas.

ficusNo hace mucho se desprendió una rama. Los ecologistas protestaron, y no precisamente por el peligro que habían corrido las personas que tomaban el fresco bajo su gigantesco tronco con mil brazos plagados de hojas. Aquella plaza es importante por el ficus, y no por los niños que juegan todas las tardes al salir del colegio.

En el artículo mencionado se recogen las siguientes palabras de Juan Pablo II: La disponibilidad de anticonceptivos y abortivos, las nuevas amenazas a la vida en las legislaciones de algunos países, la difusión de las técnicas de fecundación “in vitro”, la consiguiente producción de embriones para combatir la esterilidad, pero también para ser destinados a la investigación, los proyectos de clonación parcial o total: todo eso ha cambiado radicalmente la situación.

Todo ello es fruto de una mentalidad, de una actitud ante el ser humano. Se ha dimitido de la razón y de la dignidad humanas. Ya todo parece normal. Se permite todo, porque el hombre, su dignidad, ya no es sagrada para muchos. ¿Qué importa que mueran más o menos? La vida que empieza es sometida a un acoso terrible cuando no interesa que se desarrolle. Todo son métodos para disfrutar del cuerpo sin consecuencias molestas. Es una nueva ola hitleriana para desechar, destruir, todo lo que me molesta, todo lo que no me conviene, lo que no se amolda a mi plan sobre la vida, sobre mi vida.

No pretendo ser alarmista o negativo. Es una realidad palpable a diario, y que está creando un clima antihumano, donde una vida no vale nada. Importa más, para muchos, un ideal político, unos intereses económicos, una pasiones desatadas, un afán de venganza, o unas fantasías diabólicas, que la vida de mis seres queridos, de mis amigos, de mis compañeros, o del tendero de la esquina. Cuesta poco disparar, o esgrimir un arma, o atentar contra la vida de quien sea si eso me produce “placer”, me “divierte”, o satisface mi afán de venganza. Hay que SOLIDARIZARSE CON EL DERECHO QUE TENEMOS TODOS A QUE SEA RESPETADA NUESTRA DIGNIDAD. Nunca entenderé los atentados brutales, o sofisticados, contra un ser vivo, y menos aún contra un ser humano.

Hay que defender la dignidad. Nos cuenta el artículo mencionado la actitud solidaria de los polacos cuando el gobierno del país, en donde los alimentos básicos alcanzaban unos precios astronómicos, bajó el vodka para que todos pudieran beber. Y entonces un gritó corrió por Polonia: ¡No bebas, defiende tu dignidad!. Hay que llenar el ambiente de este grito urgente: Defiende tu dignidad. No aparques en cualquier lado tu dignidad de hombre. Tú vales mucho más que lo que se dice y se ofrece en cualquier esquina.

Papa Francisco: La Iglesia crece en el silencio, sin espectáculo

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Durante la misa en Santa Marta comentando la parábola del sembrador, recuerda que la Iglesia se manifiesta «en la Eucaristía y en la buenas obras»

La Iglesia crece «en la sencillez, en el silencio, en la alabanza, en el sacrificio eucarístico, en la comunidad fraterna, donde todos se aman y no se despellejan». Así dijo Francisco durante la misa celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta. Al comentar la parábola del sembrador el Papa reafirma que el Reino de Dios «no es espectacular» y crece en el silencio.

La Iglesia, por lo tanto, se manifiesta «en la Eucaristía y en las buenas obras», aunque aparentemente no «hacen noticia».

Sin espectáculo

La esposa de Cristo tiene un temperamento silencioso, genera frutos «sin alboroto», sin «sonar la trompeta como los fariseos».

«El Señor nos ha explicado cómo crece la Iglesia con la parábola del sembrador. El sembrador siembra y la semilla crece de día, de noche… -Dios hace crecer- y luego se ven los frutos. Pero es importante esto: primero, la Iglesia crece en silencio, de forma oculta; es el estilo eclesial. Y ¿cómo se manifiesta en la Iglesia? Por los frutos de las buenas obras, para que la gente vea y glorifique al Padre que está en el cielo – dice Jesús – y en la celebración – la alabanza y el sacrificio del Señor – es decir en la Eucaristía. Ahí se manifiesta la Iglesia; en la Eucaristía y en las buenas obras».

La tentación de la seducción

«La Iglesia crece por el testimonio, por la oración, por la atracción del Espíritu que está dentro -insiste el papa Bergoglio, en la homilía- no por los eventos«.

Claro que estos también «ayudan», pero «el crecimiento propio de la Iglesia, ese que da fruto, es en el silencio, en lo secreto con las buenas obras y la celebración de la Pascua del Señor, la alabanza de Dios».

El Señor nos ayuda a no caer en la tentación de la seducción. «Nosotros quisiéramos que la Iglesia se viera más; ¿qué podemos hacer para que se vea?». Y a menudo se cae en una Iglesia de eventos que no es capaz de crecer en silencio con las buenas obras, en lo secreto.

El espíritu del mundo no tolera el martirio

En un mundo en donde demasiado a menudo se cede a la tentación de la espectacularidad, de la frivolidad, de la apariencia, el papa Francisco recuerda que el mismo Jesús fue tentado por la seducción del espectáculo.

«Pero ¿por qué tanto tiempo para hacer la redención? Haz un gran milagro. Lánzate desde el templo y todos lo verán, verán y creerán en ti». Pero Él eligió «la vía de la predicación, de la oración, de las buenas obras», «de la cruz» y «del sufrimiento».

La Cruz y el sufrimiento. La Iglesia crece también con la sangre de los mártires, hombres y mujeres que dan la vida. Hoy hay muchos. Curioso: no son noticia. El mundo lo esconde. El espíritu del mundo no tolera el martirio, lo esconde.

Algunos granos dieron el ciento por uno

Meditación al Evangelio 21 de julio de 2021 (audio)

sembradorNuestro mundo necesita sembradores de Palabra, sembradores de esperanza, sembradores de paz. Pero ¿Tiene sentido sembrar la palabra cuando una parte muy importante no tendrá oportunidad de dar fruto?

La parábola del sembrador tiene muchos aspectos interesantísimos que enseñarnos. En primer lugar, es la forma tan didáctica de enseñar de Jesús. No habla desde las nubes, sino en la realidad que vive y sufre su pueblo. Seguramente hoy nos predicaría Jesús de acuerdo a las circunstancias y a los condicionamientos de cada uno de nosotros.

Pero lo más importante es este optimismo, terquedad dirían algunos, para seguir sembrando esperanza y amor. Ningún campesino que se precie de ciertos conocimientos se sentiría orgulloso de sembrar al estilo que presenta Jesús: es absurdo sembrar en los caminos, entre piedras, entre espinas y que solamente una cuarta parte de la semilla caiga en terreno fértil

Pero es más absurdo hacer distinciones, a priori, sobre quién es tierra fértil y a quién consideramos tierra que no tiene oportunidad de recibir la semilla. Sí, los que van de camino con desilusión y con prisas necesitan la semilla de la esperanza. Es cierto que tienen más dificultad para aceptarla, pero Jesús está dispuesto a hacerse caminante para que puedan recobrar las ilusiones.

sembradorEs cierto que hay quienes tienen el corazón de piedra y se endurecen ante cualquier propuesta, pero también es cierto que Jesús dijo a todos esos que tienen el corazón lleno de penas que se acerquen a él que es manso y humilde de corazón para que puedan llevar sus cargas.

De verdad es difícil acercarse a quien se torna esquivo y agresivo, pero Jesús tiene palabras de vida eterna y puede curar todas las heridas. Jesús no es un sembrador conformista, sino que lanza su Palabra a todos los corazones y lo hace con ilusión y encuentra frutos donde menos se espera.

También siembra en la tierra fértil, lo hace con el mismo cariño que en todas las tierras. Allí encuentra muy diferentes respuestas y sus granos dan diferentes cantidades de frutos. Hoy recibimos con apertura de corazón la simiente esperanzadora que siembra en nosotros Jesús. ¿Daremos algún fruto?

Dios es quien permite cumplir la misión

felizMe ha pedido que siembre paz con mi alegría y no guerra, que una con amor dejando a un lado el odio que divide. Es lo que hizo Jesús y eso mismo es lo que me pide:

«Derribando con su carne el muro que los separaba: el odio».

El odio mata y divide, separa lo unido y construye muros en lugar de puentes. Y quiere que yo busque esa unidad de la que tanto me habla. Que una en su Espíritu que es el único que une.

Porque Él es mi pastor: «Él es nuestra paz». Y sólo en su Espíritu podré ser fiel a la misión que me confía. Aunque supere mis fuerzas y esté muy por encima de mis capacidades.

Lo que cuenta es su amor que rompe las barreras y construye puentes que nadie pueda bloquear.

La belleza, la devoción y la virtud inherentes a la vida consagrada se encuentran entre las formas más poderosas de testimonio en una cultura que con demasiada frecuencia es desgarrada por la división y el odio. Cualquiera que haya encontrado una persona consagrada a Cristo puede dar fe de ello.

Así que de acuerdo con los deseos de san Juan Pablo II, mantengamos a los que se dedican a esta vida en oración, para que cumplan Su voluntad y sean los faros de luz en un mundo lleno de tinieblas.