La herida que duele de verdad
Santo Evangelio según san Mateo 13, 54-58. Viernes XVII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Hoy vienes a mi encuentro, Señor.
Te lo pido: entra y haz de mí lo que quieras. Enséñame aquello que quieres que aprenda; actúa el milagro de cambiar mi corazón, y hazlo semejante al tuyo. Así sea.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 13, 54-58
En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban: «¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Qué no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?». Y se negaban a creer en él.
Entonces, Jesús les dijo: «Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa». Y no hizo muchos milagros allí, por la incredulidad de ellos.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy el Evangelio tiene un tono triste. Jesús visita una ciudad, pero ellos se niegan a creer en Él. Construyeron un muro a su amor, y ni siquiera los milagros fueron posibles. Cristo se habrá retirado de ahí decepcionado. Su rostro debió estar marcado por el pesar de no ser acogido; Él, que vino a salvar al mundo entero, que vino como luz para todo hombre, se halla limitado por la libertad humana.
No le dolía a Cristo sólo el hecho de ser rechazado: Él sabía que su mensaje no sería acogido por todos. No le dolía a Cristo sólo la falta de fe, pues vino también para ayudarnos a creer. Si algo le dolía de verdad a Cristo en lo profundo de su Corazón, era esto: aquellos que lo negaban eran los de “su tierra”. Sus parientes, amigos, todas las personas que habían convivido de cerca con Él durante treinta años… Ellos, su patria y su casa, no quisieron recibir a su propio profeta y Señor…
«Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa.» Sólo lo pueden herir aquellos que tienen su Corazón en las manos, aquellos que ya no son simples desconocidos o siervos. ¡Los amigos, cuando hieren, hieren hasta el fondo! Cristo lo expresó muchas veces en las apariciones a Margarita María de Alacoque y a Sor Faustina Kowalska. Lo que más le duele es ser despreciado por la indiferencia o el pecado de sus amigos más cercanos. Aquellos que debían amarlo más intensamente, ¡tú y yo y todos los que nos consideramos sus amigos!
Si el tono es triste, también llama a un consuelo. Al menos hoy, al menos tú, ese amigo o amiga de Cristo, le podrá ofrecer algo de amor… A Cristo eso le basta.
«Dejarse atraer y enviar por el movimiento del corazón del Padre es mantenerse en esa sana tensión de avergonzada dignidad. Dejarse atraer por el centro de su corazón, como sangre que se ha ensuciado yendo a dar vida a los miembros más lejanos, para que el Señor nos purifique y nos lave los pies; dejarse enviar llenos del oxígeno del Espíritu para llevar vida a todos los miembros, especialmente a los más alejados, frágiles y heridos».
(Meditación de S.S. Francisco, 2 de junio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré consolar a Cristo tratando con amabilidad a alguien que me resulte incómodo o desagradable.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿En qué consiste propiamente el amor a la Patria?
Los deberes hacia la Patria no deben confundirse con los que tenemos hacia la forma de gobierno que la rige
Pregunta:
Querido Padre:
Lamentablemente, la situación actual del país me tiene por demás acongojado; tal vez sea demasiado pesimista, pero no veo muchas salidas «honrosas» a la actual crisis en la dirigencia política, y en el horizonte no me parece que se vislumbren buenas perspectivas. Ante estas tristezas me confundo y ya no sé si con tanta crítica quiero a mi Patria o estoy resentido con ella. Aunque le parezca ridículo, esto me deja perplejo. ¿Estoy obrando o pensando mal? ¿Estoy faltando al amor a la Patria? ¿Peco contra ella si la critico tanto? ¿Debo colaborar con todo lo que postula el gobierno, aunque a veces me parece que eso hunde mi país? ¿O lo hundo yo cuando me pongo en contra?
¿Me podría enviar un par de líneas para aclararme o al menos para levantarme el ánimo? Desde ya le estoy muy agradecido.
Respuesta:
Estimado amigo:
Condición esencial para poder amar algo, es conocerlo. A la Patria mal se la puede amar si no se la conoce; y se amará recortadamente si se tiene una idea recortada de ella. Como ha señalado Guillermo Furlong 1, para muchas personas, niños y adultos, la Patria es un territorio, es un país, es una ciudad natal, es el paisaje donde nacieron o donde pasaron gran parte de su vida. Todo eso es algo de la patria, pero no es toda la Patria. Si patriotismo fuera el apego al suelo donde nacimos y crecimos, las plantas superarían al hombre en patriotismo. La patria se compone de nuestro suelo, nuestro paisaje, del recuerdo de nuestros próceres y de nuestras tradiciones; pero también es algo más.
Ese algo más es al mismo tiempo tradición y unidad. O sea, un doble vínculo simultáneo: con la tradición histórica de las generaciones que nos han precedido y las que vendrán, y un vínculo con todos los hombres del país, nuestros contemporáneos.
Y es todavía un poco más: es la conciencia de que este grupo de personas que, sea por nacimiento o por inmigración o por otras causas, están relacionadas entre sí (pasadas, presentes y futuras) tenemos, según los planes de Dios, una misión, un destino, una empresa colectiva en este mundo y en la historia. Aunque más no sea la empresa de «salvarnos» unos a otros, de educarnos en la fe, de trasmitirnos y hacer perdurar los valores que hemos recibido, de no dejar que nos los roben ni que los perviertan y de preparar el futuro a los futuros hijos de Dios.
De esto surgen los deberes que tenemos hacia la Patria, que no deben confundirse con los que tenemos hacia la forma de gobierno que rige, en alguna circunstancia histórica, el país.
-
Los deberes para con la Patria
Cuatro son las principales virtudes cristianas que se relacionan más o menos de cerca con la patria:
La piedad que nos inspira la veneración a la patria en cuanto principio secundario de nuestro ser, educación y gobierno; por eso se dice que la patria es nuestra madre.
La justicia legal que nos hace considerar su bien como un bien común a todos los ciudadanos, que todos tenemos obligación de fomentar.
La caridad, que nos obliga a amar a nuestros semejantes, empezando (para ser ordenada) a los que estamos ligados por vínculos de sangre, familia, y nacimiento.
La gratitud, por los inmensos bienes que ella nos ha proporcionado y continuamente nos presta.
Todas estas virtudes pueden abreviarse bajo el término «patriotismo», que no es otra cosa que «el amor y la piedad hacia la patria en cuanto tierra de nuestros mayores o antepasados».
El patriotismo se manifiesta principalmente de cuatro modos:
El amor de predilección sobre las demás naciones; perfectamente conciliable con el respeto a todas ellas y la caridad universal, que nos impone el amor al mundo entero.
El respeto y honor hacia su historia, sus tradiciones, sus instituciones, su idioma, sus símbolos (en particular su bandera).
El servicio: como expresión efectiva de nuestro amor y veneración. El servicio de la patria consiste principalmente en el fiel cumplimiento de sus leyes legítimas, especialmente aquellas que son necesarias el crecimiento y engrandecimiento (tributos e impuestos legítimos); y también en el desempeño desinteresado y leal de los cargos públicos que exige el bien común; en el servicio militar, y otras cosas por el estilo, etc.
Finalmente se manifiesta en la defensa contra sus perseguidores y enemigos interiores o exteriores: en tiempos de paz, con la palabra o con la pluma, en tiempo de guerra defendiéndola con las armas y si es necesario dando la vida por ella.
De modo particular, en nuestra patria tenemos el honor (y los deberes graves que se derivan de él) de respetar su origen católico. Lo demostró con lujo de detalles uno de nuestros historiadores más importantes, el Fray Cayetano Bruno (junto a muchos otros), entre otros lugares en los dos tomos de su gran obra titulada sugestivamente: «Argentina nació católica». No debemos ignorar nuestro origen y nuestro destino. Nuestra identidad está ligada a nuestra fe, como lo dejaron bien claro los hombres que hicieron la llamada «revolución de Mayo». En la proclama inicial de la Junta de mayo, fechada en Buenos Aires el 26 de mayo de 1810, y que lleva las firmas de todos los miembros de la Junta, incluida la del Secretario Mariano Moreno (el menos piadoso de todos) dice: «Fijad [en el sentido de «asegurad»], pues, vuestra confianza y aseguraos de nuestras intenciones. [A saber:] un deseo eficaz, un celo activo y una contracción viva y asidua a proveer por todos los medios posibles la conservación de nuestra Religión Santa» 2. Por eso, no respeta a la Patria quien traiciona las intenciones de quienes la fundaron; y estas intenciones, aunque hayan tenido defectos, fueron católicas.
Lamentablemente nuestra verdadera historia no es la que muchas veces nos han contado. Ya Juan Bautista Alberdi acusó a los liberales argentinos de haber desfigurado la historia. Y lo confiesan ellos mismos, como Mitre cuando le escribe a Vicente López: «usted y yo hemos tenido… la misma repulsión por aquellas [figuras históricas] a quienes hemos enterrado históricamente». Y Sarmiento le escribía al general Paz al ofrecerle su libro «Facundo»: «Lo he escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritu. Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio [propósito] a veces, para ayudar a destruir un gobierno y preparar el camino a otro nuevo» 3. A confesión de parte, relevo de pruebas. Se podrá tergiversar la historia de muchas maneras y se la puede enseñar de manera falsa a nuestros niños y jóvenes, pero los documentos son los documentos.
Al verdadero patriotismo se oponen dos vicios:
Por exceso, el llamado chauvinismo, o patrioterismo, o como lo llamaba el Padre Fray Francisco de Paula Catañeda en torno a los años de 1810: «patriomismo», porque no es patriotismo sino una especie de egoísmo disfrazado de patriotismo. Este vicio, no importa el nombre que se le dé, consiste en ensalzar desordenadamente a la propia patria como si fuera el bien supremo, incluso por encima de la fe, y desprecia los demás países injustamente e incluso con injurias de hecho. Algunas de sus manifestaciones son la xenofobia, la discriminación racial, la idolatrización de los símbolos o elementos patrios.
Por defecto tenemos el internacionalismo de los hombres sin patria que desconocen la suya con el falso argumento de ser ciudadanos del mundo. Su forma más radical y peligrosa, por sus derivaciones filosóficas y sociales, ha sido el «internacionalismo comunista», inspirado en la doctrina de Marx.
-
Deberes para con la forma de gobierno.
Aunque estén muy relacionados, no deben confundirse la patria y la forma de gobierno por la cual aquélla se rige en algún momento de su historia. Por eso los deberes u obligaciones son diversos para con una y con otra. Hay formas de gobierno buenas (monarquía, aristocracia, democracia) y malas (tiranía, oligarquía o plutocracia, demagogia y anarquía); los hombres son libres para opinar (si tienen razones fundadas y mientras no sea solo fruto de sus pasiones) cuál es la mejor para su país, al menos en el momento histórico en que viven. No debemos olvidar que todas las formas de gobierno son accidentales y es muy difícil a veces acertar cuál es la mejor para gobernar un grupo determinado de personas. Por eso decía el Papa Pío XI: «…La Iglesia católica…, con tal de que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana, no encuentra dificultades en avenirse con las distintas instituciones civiles, sean monárquicas o republicanas, aristocráticas o democráticas» 4.
De todos modos, es importante que sepamos cuáles son nuestras obligaciones morales y sus límites. Lo podemos resumir en tres afirmaciones:
1º Debemos respeto al régimen establecido de hecho.
La Sagrada Escritura enseña al respecto que el poder civil y secular es legítimo, pues dice Jesús: Dad al César lo que es del César (Mt 22,16-21); también que toda autoridad viene de Dios, como el mismo Jesucristo dice a Pilato: No tendrías autoridad si no te hubiese sido dada de lo alto (Jn 19,11; cf. Rom 13,1-7; Prov 8,15); que tenemos la obligación de rezar por las autoridades, como dice San Pablo: recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad (1Tim 2,1-2); y debemos obediencia a la autoridad, como enseña San Pablo a Tito: Exhórtales que vivan sumisos a los magistrados y a las autoridades, que les obedezcan y estén prontos para toda obra buena (Tito 3,1).
Y tengamos en cuenta que tanto Nuestro Señor como San Pablo están hablando de autoridades que dejaban mucho que desear: el corrupto Poncio Pilatos y los tiranos emperadores de Roma.
Por eso, en líneas generales hay que decir que es deber de todo ciudadano respetar el régimen establecido de hecho, cualquiera que sea su origen.
Y es el Papa León XIII el que dice «cualquiera que sea su origen», es decir, aunque haya nacido ilegítimamente, si así lo exige el bien común: «El criterio supremo del bien común y de la tranquilidad pública impone la aceptación de estos gobiernos, constituidos de hecho, en lugar de los gobiernos anteriores, que de hecho ya no existen… Es necesario una subordinación sincera a los gobiernos constituidos en nombre de este derecho soberano, indiscutible, inalienable, que se llama la razón del bien social» 5. Este respeto no se basa -evidentemente- en la legitimidad de su origen sino en razón del bien común social actual.
Tengamos en cuenta que «respetar» no significa «colaborar activamente» con un régimen que no reúna las condiciones debidas que el bien de la patria exige. Significa únicamente que no se le debe obstaculizar el ejercicio del poder en lo que reclama el bien común.
2º Pero esto sin perjuicio de preferir alguna otra forma de gobierno más conveniente para la patria y hasta procurar su implantación por medios honestos.
Las formas de gobierno, hemos dicho, son accidentales, y la Iglesia concede libertad a sus fieles en materia estrictamente política, con tal que lo que prefieran no atente contra la moral católica ni natural. Por eso, se puede «respetar» y al mismo tiempo preferir otro régimen más conveniente para la Patria, e incluso procurar una forma mejor por medios y procedimientos honestos, si se estima que la implantación de un nuevo régimen es conveniente al bien común de la patria y si la misma es posible y realizable.
3º Pero no se puede obedecer a las leyes intrínsecamente injustas
Las leyes humanas pueden ser injustas por varios motivos.
Cuando su injusticia sólo afecta a nuestros bienes materiales (como tantas veces ocurre), se las puede tolerar, pues es mejor (incluso para el que tiene que sufrir injusticia) una injusticia particular y no los dramas que acarrea la anarquía social. Pero cuando una ley atenta contra la ley de Dios (ya sea la ley revelada o la ley natural), nunca es lícito obedecer. Aquí se cumple lo que enseña San Pedro: es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (cf. Act 5,29). Por eso el mismo León XIII dijo: «si las leyes de los Estados están en abierta oposición con el derecho divino, si se ofende con ellas a la Iglesia, o contradicen a los deberes religiosos, o violan la autoridad de Jesucristo en el Pontífice supremo, entonces la resistencia es un deber, y la obediencia un crimen» 6. Juan Pablo II, a su vez ha escrito: «Es precisamente de la obediencia a Dios –dice el Papa– de donde nacen la fuerza y el valor para resistir a las leyes injustas de los hombres. Es la fuerza y el valor de quien está dispuesto incluso a ir a prisión o a morir a espada, en la certeza de que aquí se requiere la paciencia y la fe de los santos (Ap 13,10)» 7.
Y el Catecismo de la Iglesia Católica, nos enseña (n. 2242): «El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22,21). Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5,29): “Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica” (GS 74,5)».
-
En conclusión
Con los principios anteriores, creo que puede guiarse para el discernimiento, al menos en las cuestiones más generales.
Usted me pide también una palabra de aliento. Creo que puede resumirse en dos verdades. La primera se basa en los orígenes cristianos de nuestros pueblos, al que ya aludí más arriba. Origen implica misión, y misión quiere decir «vocación divina». Señala Santo Tomás que, cuando Dios destina a una persona a una misión, le da todas las gracias que ella necesita para realizarla. Consecuentemente, las gracias para cumplir nuestra misión histórica, no han de faltarnos, mientras nos dispongamos para recibirlas con fidelidad.
La segunda verdad, es que, para resucitar un pueblo postrado no hacen falta muchas personas; este tipo de «cosas grandes» es, como la historia lo demuestra, tarea de pocos. Aunque las masas apostaten, huyan cobardemente, o se paralicen ante la catástrofe, basta un par de Atanasios, Franciscos, Ignacios, Leones, o, llegado el caso, un Julio César. Le transcribo una de las más lúcidas expresiones de este pensamiento, que es, precisamente, la de un grande de nuestra patria, Carlos Sacheri: «Lo que interesa no es el número sino la calidad. El combate de la historia es un eterno combate entre dos ínfimas minorías que se pelean a muerte, frente a la imbécil contemplación de las infinitas mayorías (…). Las instituciones viven de muy pocas personas. Ése es el error del socialismo, que no ve la importancia del individuo y siempre va a la cosa estructural, institucional. Todas las instituciones tienen hombres de carne y hueso; y pocos hombres de carne y hueso bastan para animarlas. Eso es muy importante, porque nos alienta, nos debe dar una esperanza real. Para una obra de restauración no hace falta mucha gente, no es necesario que la juventud argentina grite: ¡Viva Cristo Rey!, ojalá llegue el día en que suceda. Pero eso se va a dar el día que haya minorías, mínimas, con pocos recursos,pero con una gran decisión de combate, con una gran esperanza de lucha y con una gran doctrina. Si no tenemos formación, ¿qué vamos a ser? Vamos a ser liberales»9 .
Fórmese, pues, y forme a los que sean su entorno. Y confíe.
- Miguel A. Fuentes, IVE
_______________________
1 Cf. G. Furlong, Lo que es la Patria, en: La revolución de mayo, Buenos Aires 1960, 9-13.
2 El texto facsimiliar puede verse en la Biblioteca de Mayo, XVIII, junto a la p.16.138. Cf. C. Bruno, La Iglesia en Argentina, Buenos Aires 1993, 373.
3 Cf. A. Rottjer, La masonería en la Argentina y en el mundo, Buenos Aires 1972, 296-297.
4 Pío XI, Enc. Dilectissima nobis (1937), n. 3.
5 León XIII, Carta a los cardenales franceses, 3 de mayo de 1892.
6 León XIII, enc. Sapientiae christianae, 10 de enero de 1890, nn. 9-11.
7 Juan Pablo II, Evangelium vitae, 73.
8 Cf. Suma Teológica, III, 27,5 ad 1.
9 Citado por H. Hernández, “Sacheri. Predicar y morir por la Argentina”, Bs. As. 2007, 45-46.
Dignidad de la Persona
Fundamentos de los derechos del hombre y principios rectores del bien común
La importancia de la dignidad humana
Tal vez no haya otro concepto de mayor importancia para el futuro cultural y moral de Europa que el concepto de la dignidad de la persona humana. Siendo la persona el centro y el punto de referencia de la sociedad, la bondad o la maldad de una cultura se mide precisamente por su actitud hacia la persona.
Es consabida la importancia que la doctrina social de la Iglesia da a la persona humana y a su dignidad como fuente de los derechos del hombre. Entre todos los temas tratados por el Concilio Vaticano II, la dignidad de la persona humana ocupó un puesto de singular relieve.
Ya en el 1964, en medio del debate sobre el instrumentum laboris que llegaría a ser la Constitución Pastoral Gaudium et spes, el entonces Mons. Arzobispo Karol Wojtyla pronunció un discurso en la Radio Vaticana donde afirmó: “A el Concilio y la Iglesia consideran la llamada acerca de la dignidad de la persona humana como la voz más importante de nuestra era”. Treinta años más tarde el Papa Juan Pablo II calificó la Gaudium et spes el último y más extenso de los documentos promulgados por el Concilio “la carta magna de la dignidad humana”.
Desde el tiempo del Concilio hasta el presente la centralidad de la dignidad del hombre en el pensamiento social de la Iglesia ciertamente no ha disminuido. Más bien se ha hecho aun más patente en los escritos y pronunciamientos del Magisterio y ha quedado plasmada en el Catecismo de la Iglesia Católica como punto de referencia para la ética social y el principio rector del bien común.
Pero la dignidad de la persona no sólo forma el eje de la doctrina social de la Iglesia, sino que también sirve como punto de convergencia entre corrientes de pensamiento muy variadas y así se ofrece como fundamento de la sociedad civil. El concepto de la dignidad de la persona está presente en el preámbulo de las constituciones de varias naciones europeas como presupuesto antropológico del derecho, y también en los diversos decretos acerca de los derechos del hombre, notablemente en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948.
Peligros de una dignidad mal entendida
No obstante, precisamente por su ubiquidad y proliferación, este concepto vital corre el riesgo de desvirtuarse y de convertirse en instrumento de manipulación para intereses particulares. ¿De qué dignidad hablamos? ¿Qué entendemos por dignidad de la persona humana?
Sólo por dar unos ejemplos, hoy en día los propulsores de la eutanasia hablan de una muerte digna como remedio para unos estados de vida que según ellos no son conformes a la dignidad de la persona. Asimismo, entre los que defienden los así llamados derechos de los animales se habla cada vez más de una supuesta dignidad de los primates, o de los mamíferos, o de todos los seres vivientes.
De hecho, está cada vez más en boga la práctica Darwinista de hablar de la diferencia entre los hombres y los animales como una diferencia solamente de grado y no de esencia. Al mismo tiempo, el concepto de la dignidad de la persona se utiliza para defender la práctica del aborto, o negando la personalidad a los no nacidos, o defendiendo el aborto como remedio contra una vida indigna para los bebés no queridos.
Finalmente, la dignidad de la persona a menudo se reduce a la libertad entendida como autonomía absoluta, lo cual imposibilita una recta comprensión de los derechos humanos y quita la posibilidad de distinguir entre verdaderos derechos y meras preferencias personales.
Frente a estas distorsiones y por su importancia para el discurso civil es preciso definir bien qué entendemos por dignidad humana. En los minutos que nos quedan, quisiera tocar brevemente tres puntos. En primer lugar, ofreceré unas consideraciones sobre la dignidad de la persona como puente entre la antropología y la ética.
En segundo lugar, presentaré la dignidad como característica propia y distintiva de la persona humana, que la distingue de todos los demás seres terrestres y la asemeja a Dios. Por último, hablaré de la universalidad de esta dignidad entre todos los miembros de la especie humana, sin distinciones de raza, edad, madurez, sexo, creencia religiosa o clase social.
La dignidad como puente entre la antropología y la ética
Fue el filósofo escocés David Hume quien dijo hace dos siglos y medio que no se puede derivar un imperativo de una afirmación indicativa. Esta proposición es verdadera con tal que la afirmación indicativa no contenga ya un sentido imperativo. Es precisamente lo que sucede en el caso de la dignidad.
La palabra latina «dignitas», de la raíz «dignus», no sólo significa una grandeza y excelencia por las que el portador de esta cualidad se distingue y destaca entre los demás, sino también denota merecimiento de un cierto tipo de trato. Así la dignidad se puede definir como una excelencia que merece respeto o estima.
Se dice que una persona de alto rango o que ocupa un puesto elevado posea una dignidad, una especial excelencia que exige de los demás una respuesta particular. También hablamos de una dignidad propia del ser humano como tal, por lo que debe ser tratado siempre como hombre. Al abrazar tanto la cualidad de excelencia como el merecimiento, la dignidad forma un tipo de concepto puente que une la antropología y la ética. Al saber que el hombre es así, sabemos también que debería ser tratado de una manera particular. De aquí también resulta clara la relación entre la dignidad humana y los derechos del hombre. Si por su estatuto humano, el hombre merece un trato especial, los detalles de este trato se especifican en los derechos humanos. Se le debe al hombre un acceso a los auténticos bienes que favorecen su realización integral como persona.
La dignidad como rasgo característico del ser humano
Ahora bien, de qué se deriva esta excelencia propia del hombre con respecto a las demás criaturas? La respuesta que nos ofrece la teología es clara: el hombre es la única criatura hecha a imagen y semejanza de Dios. Como Dios, el hombre es inteligente, posee una naturaleza espiritual, es libre y capaz de amar.
No sólo, sino que también todo hombre es llamado a la filiación divina por la gracia, es decir, a participar de la misma vida divina. Por esto la Gaudium et spes puede afirmar que el hombre es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma y que no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás
Pero esta excelencia por la que el hombre se destaca entre las demás criaturas, aunque se apoya en bases teológicas, también está al alcance de la razón humana. La inteligencia y libertad del hombre le distinguen de los demás seres, y lo elevan a un rango superior. Por esto, la dignidad de la persona no es fruto de cualidades accidentales, sino de la misma naturaleza del hombre como animal racional, capaz de pensar y de amar.
Aunque el concepto de dignidad humana como característica propia del ser humano se ha desarrollado mucho en el último siglo, especialmente gracias al Personalismo, no constituye una innovación en el pensamiento cristiano. Ya en el siglo XIII el gran teólogo franciscano, san Buenaventura, presentaba la dignidad como rasgo distintivo de la persona.
Y santo Tomás de Aquino, en la Summa Theologiae, definía la persona como una hipóstasis distinta por su dignidad y afirmaba que cada individuo de naturaleza racional se llama persona, en virtud de su alta dignidad. Esta dignidad proviene de la realidad metafísica de la persona como subsistencia en una naturaleza racional o, como escribe Juan Pablo II: es la metafísica que hace posible fundamentar el concepto de dignidad personal en virtud de la naturaleza espiritual de la persona
Esto nos lleva a una afirmación categórica, sin pedir disculpas: el ser humano es fundamentalmente diferente de los demás seres. Existe una diferencia no sólo de grado, sino de esencia. Entre el hombre y los animales se da un salto cualitativo que cambia todos los esquemas éticos. Así que, aunque se pueda hablar de una ética ambiental o un comportamiento ético hacia los animales, los seres no-personales no poseen una relevancia moral por sí mismos, sino sólo en relación con Dios y con los demás hombres.
Es, por tanto, impropio hablar de una dignidad de los animales o de la tierra, pues la dignidad es característica distintiva de la persona. En realidad, el esfuerzo por equiparar los animales con el hombre no resulta de la exaltación de los animales, sino más bien de la reducción del hombre a la pura materia, negando su naturaleza espiritual.
La dignidad poseída en igual medida por todos los miembros de la familia humana
Estas consideraciones nos llevan al último punto de nuestras reflexiones. Dado que la dignidad de la persona depende no de sus capacidades particulares, sino de su naturaleza, es común a todos los miembros de la familia humana. Así como todos los hombre participan igualmente de la humanidad, todos poseen una igual dignidad que es característica de la humanidad.
Sin embargo, aunque parece obvio, y es doctrina de la Iglesia católica que todos los hombres poseen una igual dignidad, este principio es frecuentemente violado. Los Nazis excluían a los judíos y otros indeseables del estado de las personas que posean una dignidad propia. Durante más de un siglo los norteamericanos y otros pueblos negaban la dignidad personal a los hombres de raza negra, y los sometían a la esclavitud como seres inferiores.
Hoy en día nuestra civilización niega la dignidad personal a los no nacidos, a veces permitiendo el aborto hasta durante los nueve meses de gestación.
Las diferencias entre los hombres son evidentes. Algunos poseen una inteligencia superior, otros son mejores atletas, otros gozan de una particular sensibilidad artística. Si la dignidad del hombre dependiera de cualquiera de estos factores, no se podría hablar de una dignidad común de las personas, sino que existiría una vasta gama de dignidades particulares, y así también los derechos de los hombres variarían de persona en persona.
No obstante, como hemos visto, la dignidad no es fruto de las cualidades particulares, sino de la naturaleza racional y espiritual del hombre. Ni la enfermedad, ni el color de la piel, ni la inmadurez física o emocional, ni el desarrollo de las propias capacidades, ni las creencias religiosas, ni la clase social puede cambiar la dignidad esencial de todo ser humano y los derechos que son consecuencia de esta dignidad.
Conclusión: un reto
Aquí terminan las disquisiciones teológicas y filosóficas y aquí empieza el compromiso real y el trabajo eficaz. El gran reto para los legisladores y juristas es cómo van a plasmar dentro de una constitución europea o dentro de su preámbulo el contenido de la dignidad de la persona, para defender el concepto de posibles manipulaciones y distorsiones.
¿Cómo van a asegurar que se reconozca para todos los miembros de la familia humana los derechos que derivan de esta común dignidad? Hemos visto que una misma palabra se puede interpretar de diversas maneras, y se puede utilizar para avanzar intereses particulares.
Es de vital importancia que el concepto de la dignidad de la persona humana, como característica distintiva de todo ser humano, mantenga su integridad. Así la civilización europea podrá avanzar de acuerdo con la auténtica justicia, y podrá llegar a ser un verdadero faro de luz para el mundo entero.
Pedro Crisólogo, Santo
Memoria Litúrgica, 30 de julio
Obispo de Rávena y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: San Pedro, “Crisólogo” de sobrenombre, obispo de Ravena y doctor de la Iglesia, que, habiendo recibido el nombre del santo apóstol, desempeñó su oficio tan perfectamente que consiguió capturar a multitudes en la red de su celestial doctrina, saciándolas con la dulzura de su palabra. Su tránsito tuvo lugar el día treinta y uno de este mes en Imola, en la región de la Emilia Romagna (c. 450).
Breve Biografía
San Pedro, quien fue uno de los oradores más famosos de la Iglesia Católica, nació en Imola, Italia y fue formado por el Obispo de esa ciudad Cornelio, por el cual conservó siempre una gran veneración. El Obispo Cornelio convenció a San Pedro de que en el dominio de las propias pasiones y en el rechazar los malos deseos reside la verdadera grandeza, y que este es un medio seguro para conseguir las bendiciones de Dios.
San Pedro gozó de la amistad del emperador Valentiniano y de la madre de éste, Plácida, y por recomendación de los dos, fue nombrado Arzobispo de Ravena. También gozó de la amistad del Papa San León Magno.
Cuando empezó a ser arzobispo de Ravena, había en esta ciudad un gran número de paganos. Y trabajó con tanto entusiasmo por convertirlos, que cuando él murió ya eran poquísimos los paganos o no creyentes en este lugar.
A la gente le agradaba mucho sus sermones, y por eso le pusieron el sobrenombre de crisólogo, que quiere decir, el que habla muy bien. Su modo de hablar era conciso, sencillo y práctico. La gente se admiraba de que en predicaciones bastante breves, era capaz de resumir las verdades más importantes de la fe. Se conservan de él, 176 sermones, muy bien preparados y cuidadosamente redactados. Por su gran sabiduría al predicar y escribir, fue nombrado Doctor de la Iglesia, por el Papa Benedicto XIII.
Recomendaba mucho la comunión frecuente y exhortaba a sus oyentes a convertir la Sagrada Eucaristía en su alimento de todas las semanas.
Amistad: Lanzarse por una amistad verdadera
La amistad verdadera nos lleva a querer lo mejor para el amigo.
Una de las escenas más hermosas de toda la Biblia se encuentra al final del Evangelio de san Juan. Es de mañana y el sol está apenas saliendo. Pedro y los otros cinco apóstoles están cansados de haber pasado toda la noche intentando pescar sin haber obtenido nada como fruto de sus esfuerzos. De repente escuchan un grito que viene de la orilla: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Nos es familiar lo que pasará después: la pesca milagrosa. Pero el momento más cautivador lo vemos en la reacción de Pedro, cuando se lanza de la barca. Juan dice solo tres palabras, “¡Es el Señor!”, y le bastan a Pedro para tirarse al agua. Si tuviésemos una foto de aquel momento, de Pedro en pleno vuelo, nos diría mil palabras; palabras sobre todo de la amistad que le motivó a lanzarse; de la amistad que comparten Jesucristo y Pedro. Pero, ¿qué es la verdadera amistad, cómo se forma y qué importancia tiene para mí?
De entre todas las virtudes humanas que hay, pocas nos atraen tanto como la amistad. Aristóteles distingue tres tipos de amistad en la “Ética Nicomaquea.” La primera se trata de la amistad de utilidad: es bueno para mí tener esta relación, me es útil y puedo sacarle provecho. Esto es lo que esperaríamos de las relaciones entre empresarios; nos asociamos porque nos ayuda para ganar dinero o una mejor posición social. El segundo tipo tiene como base el placer: me gusta estar con el otro porque es divertido y me hace sentir bien. El tercero se trata de la verdadera amistad. Esta amistad encuentra su razón de ser en la virtud y bondad del otro. Como amigos compartimos el deseo de vivir una vida virtuosa, los altos ideales.
Sin embargo, me atrevo decir que a Aristóteles le falta algo… Es verdad que las amistades uno y dos no son verdaderas. Una amistad no es una inversión prudencial: no es que invierto mi tiempo con una persona porque preveo beneficios futuros, ni tengo un amigo solo porque me hace sentir feliz. Esto sería usarlo, tratarlo como medio de la propia felicidad y, a fin de cuentas, sería buscarse uno mismo. C.S. Lewis lo expresa así:
“La amistad no es una recompensa por nuestra capacidad de elegir y por nuestro buen gusto de encontrarnos unos a otros, es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás, que no son mayores que las bellezas de miles de otros hombres; por medio de la amistad Dios nos abre los ojos ante ellas. Como todas las bellezas, éstas proceden de él, y luego en una buena amistad, las acrecienta por medio de la amistad misma, de modo que éste es su instrumento tanto para crear una amistad como para hacer que se manifieste.”
No le echo la culpa a Aristóteles pues nunca escuchó aquellas palabras reveladoras de Jesucristo: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 12-13). Así, Jesucristo nos revela un aspecto más profundo: la donación de sí, termómetro fiel de la verdadera amistad. Probablemente no se nos presentará en esta vida la oportunidad de dar la propia por un amigo, pero la vida cotidiana sí nos presenta mil oportunidades para darnos a los demás en las cosas pequeñas y momentos difíciles. Aunque sepamos valorar al amigo, sus cualidades y talentos, la verdadera amistad nos llevará a valorar también sus luchas y aceptar sus deficiencias. Por eso, la amistad verdadera es realista y leal. Ser amigo en los momentos difíciles quiere decir olvidarse y donarse. Esta amistad la expresó perfectamente J.R. Tolkien cuando nos escribe sobre la amistad incondicional entre Sam y Frodo:
“Sam lo miraba. Las primeras luces del día se filtraban apenas a través de las sombras, bajo los árboles, pero Sam veía claramente el rostro de su amigo, y también las manos en reposo, apoyadas en el suelo a ambos lados del cuerpo. De pronto le volvió la mente la imagen de Frodo, acostado y dormido en la casa de Elrond, después de la terrible herida. En ese entonces, mientras lo velaba, Sam había observado que por momentos una luz muy tenue perecía iluminarlo interiormente; ahora la luz brillaba, más clara y más poderosa. El semblante de Frodo era apacible, las huellas de miedo y la inquietud se habían desvanecido; y sin embargo recordaba el rostro de un anciano, un rostro viejo y hermoso, como si el cincel de los años revelase ahora toda una red de finísimas arrugas que antes estuvieran ocultas, aunque sin alterar la fisonomía. Sam Gamyi, claro está, no expresaba de esa manera sus pensamientos. Sacudió la cabeza, como si descubriera que las palabras eran inútiles y luego murmuró: ‘Lo quiero mucho. Él es así, y a veces, por alguna razón, la luz se transparenta. Pero se transparente o no, yo lo quiero”.
Quizá sólo es en los momentos difíciles que la verdadera amistad se forja y se aprecia por lo que es: “Un amigo fiel es un escudo poderoso, el que lo encuentra halla un tesoro. Un amigo fiel no se paga con nada, no hay precio para él” (Sirácide 6, 14). Y es así, al final, hallamos lo que motivó a Pedro a lanzarse al mar con el sólo hablar de Cristo. Qué hombre de avanzada edad hace esto con sólo escuchar a otro si no es porque le ama, si no es porque es su amigo.
¡Vence el mal con el bien!
La Virgen del Silencio, custodia del buen descanso (sin celular..)
Aleteia | Fra Emiliano Antenucci
La Iglesia católica celebra por primera vez la fiesta de la Virgen del Silencio. Entrevista exclusiva al padre Emiliano Antenucci, rector del santuario mariano, que ha recibido la aprobación del Vaticano para la misa votiva
La primera fiesta de la Virgen del Silencio se celebrará el domingo 1 de agosto en Avezzano, en la provincia de L’Aquila, Italia, en el santuario homónimo. El anuncio fue hecho por el padre Emiliano Antenucci, quien deseaba fuertemente este lugar con el apoyo del Papa Francisco.
Cuando vio por primera vez la imagen de esta Virgen con el dedo sobre la boca, el fraile capuchino quedó impactado y decidió organizar retiros espirituales centrados en el silencio.
Con el tiempo, consiguió reunirse con el Papa y mostrarle la imagen: a papa Bergoglio le gustó tanto que hizo colocar una copia junto al ascensor que toma cada mañana para llegar a la tercera logia del Palacio Apostólico.
Posteriormente, el Papa dio su apoyo al nacimiento de un verdadero santuario dedicado a la Virgen del Silenzio, que ahora se encuentra en la iglesia de San Francesco en Avezzano.
La Virgen del Silencio: contemplación y compasión
Aprovechando la ocasión conversamos con fray Antenucci sobre los beneficios de cultivar el silencio, la oración y la contemplación durante el descanso. Precisamente, el Papa Francisco nos invita a captar estos aspectos importantes de la vida (Ángelus, 18.07.2021).
“Guardémonos, hermanos y hermanas, del eficientismo, paremos la carrera frenética que dicta nuestras agendas”. Necesitamos de una «ecología del corazón» -dice el Papa-, que consiste en «descanso, contemplación y compasión… ¡Aprovechemos el tiempo estivo para ello!».
public domain
¿Cómo puede la imagen de la Virgen del Silencio, tan querida por el Papa Francisco, ayudarnos a aprender «a hacer una pausa, a apagar el móvil, a contemplar la naturaleza, a regenerarnos en diálogo con Dios»?
Es imprescindible detenerse, como nos muestra la mano de la Virgen. Si nos detenemos, descubrimos, mejor, redescubrimos lo que nos rodea y lo que es esencial en nuestras vidas.
De vez en cuando ponemos el «off line» con el mundo y el «on line con Dios» para escuchar el silencio dentro de nosotros y dejar que Dios hable.
Estamos bombardeados por el ruido dentro y fuera de nosotros, necesitamos redescubrir los sonidos de la naturaleza y el sonido del Silencio para aumentar la calidad de la vida humana y espiritual.
Los frutos del silencio
– ¿Cuáles son los beneficios de cultivar el silencio, la oración y la contemplación durante el descanso?
Hay beneficios psicofísicos y espirituales. El silencio alivia el estrés, pero también nos abre, como nos ha recordado el Papa, a «una ecología del corazón y, yo añadiría, de la mente». Limpiar nuestra casa interior de todo lo que nos aleja de nosotros mismos, de Dios y de los demás es fundamental. El silencio es higiene de la mente y limpieza del corazón.
El Papa Francisco señala que «la compasión nace de la contemplación». ¿Qué consejo puede dar a los lectores, personas sumergidas en el mundo del trabajo, la familia y la sociedad en general; también tomando como punto de partida su propia experiencia monástica y vocacional franciscana, para tener una vida más contemplativa en la vida cotidiana?
La tarjeta de visita de la Madre Teresa de Calcuta que entregó a los grandes de la tierra es un programa de vida para todos. Estas son las palabras de la Madre Teresa: «El fruto del silencio es la oración / El fruto de la oración es la fe / El fruto de la fe es el amor / El fruto del amor es el servicio / El fruto del servicio es la paz».
Es un camino sencillo para todos que lleva del silencio a la paz. Entonces creo que durante el día cada uno debe encontrar un cuarto de hora, mejor media hora de silencio, para hacer un balance de su vida y dialogar intensamente con Dios.
Sin la actitud rapaz de quien quiere poseer y consumir todo…
– ¿Por qué es importante que aprendamos a descansar de verdad, haciéndonos capaces de una verdadera compasión; sin realizar nuestras actividades con una actitud que el Papa llama «rapaz de los que quieren poseer y consumir todo»?
El descanso nos abre a la dimensión de la reflexión, la creatividad y el sueño. Las pausas en nuestra vida son fundamentales, como en la música, empezamos a tocar mejor y con más determinación.
– ¿Cómo se prepara la primera fiesta de la Virgen del Silencio?
En la oración y en las pequeñas cosas que hay que hacer en la preparación. En la vida hay que hacer muchas cosas pequeñas, precisamente de las pequeñas cosas nacen las grandes. Somos pequeños, pero la Virgen es grande.
Virgen del Silencio: La misa y la liturgia
La primera misa de la fiesta de Nuestra Señora del Silencio se celebrará este domingo 1 de agosto, y será presidida por Monseñor Pietro Santoro, obispo de Avezzano.
Incluso el maestro de ceremonias del Papa Francisco, monseñor Guido Marini participó, el domingo 24 de julio, en los actos relacionados con la primera fiesta, para una catequesis.
El Vaticano también ha aprobado la normativa para las misas votivas en el Santuario del Silencio.
Una liturgia que en diferentes momentos evoca el don del silencio y la imagen de esta Virgen, que nos aleja de los chismes y de la cháchara.
La aprobación del formulario fue concedida por el Cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en una carta fechada 1 de noviembre de 2020.