.

 

 

Referencias Bíblicas
• John 21:20-25
• Obispo Robert Barron

Amigos, en el Evangelio de hoy Pedro pregunta sobre el destino del discípulo amado y Jesús le dice: “Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué importa? Tú sígueme”. Aquí, al final del Evangelio de Juan, tenemos la oportunidad de tomar en serio este mandato. ¿Qué implica seguir a Jesús?



La verdadera conversión —la metanoia de la que habla Jesús— es mucho más que una reforma moral, aunque también la incluya. Tiene que ver con un cambio completo de conciencia, una forma completamente nueva de ver la vida. Jesús ofreció una enseñanza que debe haber sido desgarradora para quienes lo escucharon en el primer siglo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”.



 

 

Sus oyentes sabían lo que significaba la cruz: era una muerte en total agonía, desnudez y humillación. No pensaban en la cruz en términos religiosos, como nosotros. La conocían con todo su terrible poder. A menos que crucifiques tu ego, no puedes ser mi seguidor, dice Jesús. Este camino —un camino terrible— debe ser el fundamento de la vida espiritual.

 

 

León XIV, un mes de pontificado en nombre de la paz

 

 

El pasado 8 de mayo, a las 18:07 horas, la fumata blanca de la chimenea de la Capilla Sixtina anunciaba al mundo la elección del 267° Papa en la historia. Una hora después, en su primer discurso, el Pontífice hacía un llamado a la “paz del Cristo Resucitado”. A treinta días de distancia, el tema de la reconciliación aparece entre las prioridades del magisterio de Robert Francis Prevost para una Iglesia que sea “faro” en las noches del mundo

Isabella Piro – Ciudad del Vaticano

“La paz del Cristo Resucitado, desarmada y desarmante, humilde y perseverante”

León XIV ha invocado la paz desde los primeros instantes de su pontificado, cuando se asomó por primera vez desde la Logia central de la Basílica Vaticana. Eran las 19:23 horas del 8 de mayo cuando su llamamiento a la reconciliación y al diálogo resonó en la Plaza de San Pedro y, desde allí, en todo el mundo.

 

 

“¡Nunca más la guerra!”

En los treinta días siguientes, esa misma invocación fue reiterada una y otra vez, porque en casi todos los discursos públicos el Papa Prevost no dejó de repetirla. Con firmeza, el domingo 11 de mayo se dirigió a los poderosos del mundo para subrayar, en su primer Regina Caeli, “¡Nunca más la guerra!”.
Y con igual firmeza pidió que, en los territorios heridos por conflictos y violencias, principalmente Ucrania y la Franja de Gaza, la paz sea “justa y duradera”.

Desarmar las palabras para desarmar la Tierra

La reconciliación invocada “con el corazón en la mano” por León XIV es aquella que tiene “dignidad” y que se basa en el encuentro, el diálogo y la negociación; aquella que deja atrás las disputas, erradicando toda voluntad de conquista; aquella que construye puentes dando la palabra a todos, incluso a los pobres, jóvenes y marginados. Es la paz que se alcanza con un alto el fuego no solo de las armas, sino también de las palabras: “Desarmemos las palabras para desarmar la Tierra – dijo el Pontífice – exhortando a decir no a la “guerra de las palabras y las imágenes”, para crear “espacios de diálogo y confrontación” mediante una comunicación “no muscular, sino capaz de escuchar”.

 

 

La unidad de los cristianos, promesa de paz verdadera y duradera

Este objetivo – recuerda el Papa – no solo concierne a los católicos, sino que representa un compromiso común tanto interreligioso como ecuménico, una responsabilidad libre de condicionamientos políticos e ideológicos. En un mundo azotado por la guerra, la unidad de los cristianos tiene un papel vital porque permite avanzar en la promesa de una paz verdadera y duradera, sanar las heridas del pasado y “construir un nuevo futuro a través del valor de amar”.

La no violencia como método y estilo

Lo que León XIV hace, en esencia, es exhortar a la “no violencia como método y como estilo” que caracterice cada decisión, cada relación y cada acción. Sólo así – explica – se construye un “nosotros” capaz de traducirse a nivel institucional y solo así se puede estar “presente en la historia como levadura de unidad, comunión y fraternidad”.

“En el único Cristo somos uno”

Junto al fuerte tema de la paz, desde el primer mes del pontificado de Robert Francis Prevost, primer Papa agustiniano en la historia, surge también una imagen clara de la Iglesia que propone: la Iglesia de la unidad, ante todo, como se deduce del lema pontificio “In Illo unum – En el único Cristo somos uno”: Una cita de la Exposición sobre el Salmo 127 de San Agustín, para explicar que “aunque nosotros los cristianos somos muchos, en el único Cristo somos uno”.

 

 

La Iglesia debe ser levadura de concordia y faro del mundo

Una Iglesia fundada en el amor de Dios, “signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”, es la que anhela León XIV; una Iglesia “misionera, que abra los brazos al mundo, que anuncie la Palabra, que se deje inquietar por la historia y que se convierta en levadura de concordia para la humanidad”.

Además, una Iglesia que sea “cada vez más ciudad puesta sobre el monte, arca de salvación que navega a través de las olas de la historia, faro que ilumina las noches del mundo”, iluminada a su vez por la belleza de sus tres dimensiones: el compromiso de conversión, el entusiasmo de la misión y el calor de la misericordia.

Superar los límites para compartir la belleza del Evangelio

Una Iglesia conscientemente unida y que se perciba como “miembro del Cuerpo de Cristo” – subraya el obispo de Roma – es aquella que se abre naturalmente a la universalidad de su misión evangelizadora, superando los límites de parroquias, diócesis y naciones para “compartir con cada lugar y pueblo la sublimidad del conocimiento de Jesucristo”. Porque amor y unidad son las dos dimensiones de la misión confiada a Pedro por Jesús.

 

 

La familia es signo de paz y de futuro

La unidad de la Iglesia-familia de Dios también es la unidad de las familias-Iglesia doméstica: León XIV lo reafirma, haciendo referencia a esa “unión universal” que es “signo de paz” y de “futuro para los pueblos”. Porque el mundo actual necesita de la alianza conyugal para “conocer y acoger el amor de Dios y superar, con su fuerza que unifica y reconcilia, las fuerzas que desintegran las relaciones y las sociedades”.

La gracia sacramental del matrimonio debe ser testimoniada, exhorta el Papa, porque la vida cristiana es “la maravillosa experiencia del encuentro con Jesús”, no “un conjunto de preceptos a respetar” ni “una religión moralista, pesada, poco atractiva y, en ciertos aspectos, irrealizable en la concreción cotidiana”.

 

 

La compasión, cuestión de humanidad

Por último, pero no menos importante, está el tema de la compasión: desde el 8 de mayo hasta hoy, León XIV ha destacado que “antes que una cuestión religiosa, la compasión es una cuestión de humanidad” y ha recordado que “antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos”. Por ello, “la compasión se expresa a través de gestos concretos”, acercándose al prójimo. Si se quiere ayudar a alguien, dijo el Papa, “no se puede pensar en mantenerse a distancia; hay que involucrarse, ensuciarse, quizás contaminarse… porque el otro no es un paquete para entregar, sino alguien por quien cuidarse”. La compasión se aprende del corazón de Jesús, explicó León XIV, y también con ella se construye la paz.

 

 

Roberto de Newminster, Santo

Abad, 7 de junio

Por: Redacción
Fuente: Enciclopedia Católica
ACI Prensa

Martirologio Romano: En Newminster, en el territorio de Northumberland, Inglaterra, san Roberto, abad de la Orden Cisterciense, el cual, amante de la pobreza y de la vida de oración, junto con doce monjes instauró este cenobio, que a su vez fue origen de otras tres comunidades de monjes. († 1157)

Breve Biografía

Nació en el distrito de Craven (Yorkshire), probablemente en el pueblo de Gargrave; murió el 7 de junio de 1159.



Estudió en la Universidad de París, donde se dice que compuso un comentario a los Salmos; se hizo cura de Gargrave y luego benedictino en Whitby, desde donde se unió, con el permiso del abad, a los fundadores del monasterio cisterciense de Fountains.



Alrededor de 1138, encabezó la primer colonia mandada desde Fountains y estableció la abadía de Newminster, cerca del castillo de Ralph de Merlay, en Morpeth (Northumberland). En el tiempo que fue abad, se mandaron tres colonias de monjes y se fundaron monasterios: Pipewell (1143), Roche (1147) y Sawley (1148).



La vida de Capgrave nos dice que sus propios monjes lo acusaron de mala conducta y que viajó al extranjero (1147-48) para defenderse ante san Bernardo; mas se duda de la veracidad de esta historia, que pudo haber surgido de un deseo de asociar personalmente al santo inglés con el máximo de los cistercienses.

Su tumba en la iglesia de Newminster se convirtió en objeto de peregrinaje.

Fuente: «Vidas de los santos», Alban Butler


Gargrave, localidad del distrito de Craven, en Yorkshire, fue el lugar de nacimiento de san Roberto. Tras de haber recibido las órdenes sacerdotales, fue rector en Gargrave durante un tiempo y después tomó el hábito de los benedictinos en Whitby. Algo más tarde, obtuvo el permiso de su abad para unirse a otros monjes de la abadía de Saint Mary, en York, quienes se habían agrupado, autorizados por el arzobispo Thurston, y en los terrenos que le habían sido cedidos, con el propósito de dar nueva vida a la estricta regla benedictina. Ahí, en la mitad del invierno, en condiciones de extrema pobreza, sobre el desnudo suelo del valle de Skeldale, fundaron los monjes un monasterio que, más tarde, llegaría a ser famoso como Fountains Abbey (Abadía de las Fuentes), nombre que se le dio en relación con unos manantiales que había en las proximidades. Por su expreso deseo, los monjes estaban afiliados a la reforma del Cister, y Fountains se convirtió, con el tiempo, en una de las casas más fervientes de la orden. El espíritu de la santa alegría imperaba sobre una vida de ejercicios de devoción, alternados con los duros trabajos manuales. En un sitio prominente entre los monjes se hallaba san Roberto, en razón de su santidad, su austeridad y la dulzura inmutable de su carácter. «En sus modales era extremadamente modesto -dice la Crónica de Fountains-, lleno de gentileza cuando estaba en compañía, misericordioso en los juicios y ejemplar en la santidad y sabiduría de sus conversaciones».



Ralph de Merly, el señor de la región de Morpeth, visitó la abadía en 1138, cinco años después de su fundación, y quedó tan hondamente impresionado por la virtud de los hermanos, que decidió construir un monasterio para el Cister en sus propiedades. Para habitar en la nueva casa, conocida con el nombre de abadía de Newminster, lord Morpeth sacó de Fountains a doce monjes y, para gobernarlos, se nombró abad a san Roberto. El santo conservó el puesto hasta su muerte. A fuerza de trabajo constante, logró que la abadía floreciese de manera tan extraordinaria, que, para 1143, pudo fundar una segunda casa en Pipewell, en Northamptonshire y, más tarde, otras dos en Sawley y en Roche.


Como hombre entregado a la meditación y a la plegaria que era, escribió un comentario sobre los Salmos que, desgraciadamente, no ha sobrevivido. Se le habían otorgado dones sobrenaturales y tenía poder sobre los malos espíritus. Hay una anécdota que ilustra el espíritu de mortificación de que estaba dotado. Se sometía a ayunos tan rigurosos durante la Cuaresma, que, en una ocasión, al llegar la Pascua, ya había perdido enteramente el apetito. «¡Ay, padre mío! ¿Por qué no queréis comer?», le preguntó entristecido el hermano encargado del refectorio. «Creo que me comería un panecillo de avena con mantequilla», repuso el abad. En cuanto le trajeron lo que había pedido, no se atrevió a locarlo, por considerar que, si lo hacía, era como ceder a la gula y, a fin de cuentas, ordenó que se diera el panecillo a los pobres. En la puerta del convento recibió el pan un joven y hermoso peregrino, quien inmediatamente desapareció, con todo y el plato. Cuando el hermano tornero trataba de dar explicaciones plausibles sobre la desaparición del recipiente, el mismo plato quedó de pronto sobre la mesa, frente al abad. Todo el mundo afirmó que el hermoso peregrino que se comió el panecillo era un ángel.

Afirman las crónicas que, en su juventud, san Roberto estudió en París, y registran un segundo viaje suyo al continente, cuando fue blanco de algunas críticas por parte de sus monjes, en relación con ciertos informes falsos sobre mala administración de su abadía, y decidió ir a visitar a san Bernardo para ponerle en claro las cosas. Pero éste, que evidentemente conocía a fondo a san Roberto, resolvió que no había necesidad de desmentir las necias acusaciones ni de defenderse contra los cargos. La mencionada visita debe haber tenido lugar en 1147 o 1148, puesto que por entonces y antes de regresar a Inglaterra, se entrevistó san Roberto con el Papa Eugenio III. El abad de Newminster visitaba a menudo al ermitaño san Godrico, por quien sentía particular afecto. La noche en que san Roberto murió, san Godrico vio ascender su alma al cielo como una bola de fuego. La fecha era el 7 de junio de 1159. La fiesta de san Roberto se conmemora en la diócesis de Hexham.

 

 

Amarte por ser Tú

San Juan 21, 20-25. VII Sábado de Pascua

 

Por: H. Iván Yoed González, L.C.
Fuente: www.missionkits.org

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Dios te salve, María. Tú eres llena de gracia. El Señor está contigo. Eres bendita. Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, madre mía y madre de Dios. Ruega por mí. Ruega por mis hermanos y mis hermanas. Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

 

Del santo Evangelio según san Juan 21, 20-25

En aquel tiempo, Jesús dijo a Pedro: «Sígueme». Pedro, volviendo la cara, vio que iba detrás de ellos el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a traicionar?». Al verlo, Pedro le dijo a Jesús: «Señor, ¿qué va a pasar con éste?». Jesús le respondió: «Si yo quiero que éste permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú, sígueme».

Por eso comenzó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no habría de morir. Pero Jesús no dijo que no moriría, sino: ‘Si Yo quiero que permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?’.
Este es el discípulo que atestigua estas cosas y las ha puesto por escrito, y estamos ciertos de que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús y creo que, si se relataran una por una, no cabrían en todo el mundo los libros que se escribieran.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Me gusta compararme con los demás. No sé, experimento como un tipo de oscura satisfacción en la certeza de saber que soy mejor en algo, no importa lo que sea. De verdad, tantas veces alimento la falsa convicción de que mi valor proviene de lo que pueda yo añadir a mi persona. Adornos, adornos, adornos: los hay en material y en espiritual. Llámense riquezas o virtudes.

Pero ¿no los he perdido tantas veces? Un día creo haber alcanzado una virtud, otro día la pierdo. Un día alcanzo un logro, otro día me frustro. En ocasiones he estado convencido de que no sirvo para nada, o que me he equivocado de camino. Y pienso, «si tan sólo tuviera las oportunidades que ya dejé detrás de mí» De verdad que no existe nada más triste que el permanecer en un error por la tristeza de haberlo cometido. ¡Y, sin embargo, para Dios las cosas son tan distintas!…

No son mis virtudes, ni mis talentos, ni mis logros, ni siquiera mi nombre «bonito» o «feo», ni mi apariencia «agradable» o no. No son mi modo de hablar, ni mi modo de vestir, ni mis ocupaciones, ni siquiera mis más profundos pensamientos. Nada, nada de eso es por lo que Dios me quiere. Desde luego que, con cada una de esas cosas, con cada instante, a decir verdad, puedo agradar a Dios. Pero no  por eso  Dios me quiere.

No ha preocuparme mi entrega, mi virtud, mi santidad, mi avance, mi retroceso, nada ha de preocuparme de cara a los demás. No he de compararme preguntándote: «Señor, ¿qué va a pasar con éste?». No. Amarte incondicionalmente, ése es mi deseo. Mis inclinaciones y mi competitividad, quizá nadie me las quitará. Quizá nadie logrará quitarme aquella vanidad que a veces me parece ser la única motivación de mi vida. Pero sí que quiero que mi corazón, aun contra la corriente de mí mismo, se dirija sólo a Ti. Porque quiero amarte como Tú me amas. Ésa es la gracia que hoy te pido.

Tú me amas por ser yo. Yo te amo por ser Tú.

 

 

«Sin embargo, ser sanado allí convirtió a Pedro en un Pastor misericordioso, en una piedra sólida sobre la cual siempre se puede edificar, porque es piedra débil que ha sido sanada, no piedra que en su contundencia lleva a tropezar al más débil. Pedro es el discípulo a quien más corrige el Señor en el Evangelio. El más «apaleado». Lo corrige constantemente, hasta aquel último: «A ti qué te importa, tú sígueme a mí». La tradición dice que se le aparece de nuevo cuando Pedro está huyendo de Roma. El signo de Pedro crucificado cabeza abajo, es quizás el más elocuente de este receptáculo de una cabeza dura que, para ser misericordiada, se pone hacia abajo incluso al estar dando el testimonio supremo de amor a su Señor.»
(Meditación de S.S. Francisco,  2 de junio de 2016).

Diálogo con Cristo

 

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En la noche de hoy me tomaré unos minutos para mirar mi día y ver si mi corazón buscó, sobre todo, agradar a Dios con lo que hice.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

5 oraciones para preparar tu corazón para Pentecostés

Invita al Espíritu Santo a habitar en tu corazón al prepararte con estas oraciones para celebrar Pentecostés y la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles

 

 

Antes de ascender al cielo, Jesús ordenó a sus apóstoles que «esperasen la promesa del Padre» en Jerusalén: la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés.

«Y estando con ellos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo: ‘Habéis oído de mí, que Juan bautizó con agua, pero antes de muchos días seréis bautizados con el Espíritu Santo'»
-Hch 1,4-5

A menudo nos imaginamos a los apóstoles y a la Virgen María orando fervorosamente en espera esperanzada en el Cenáculo durante este período de tiempo entre la Ascensión y Pentecostés.
Era un tiempo de profunda comunidad y oración silenciosa, en el que los apóstoles abrían activamente sus corazones para que el Espíritu Santo pudiera habitar en ellos.
Nosotros también podemos imitar su ejemplo y unirnos a ellos en el Cenáculo, esperando la venida del Abogado. Podemos preparar nuestros corazones para la venida del Espíritu Santo y encender dentro de nosotros un fuego que Dios pueda hacer arder.

5 Oraciones antes de Pentecostés

El Misal Romano nos ofrece hermosas oraciones que recita el sacerdote al comienzo de cada Misa diaria anterior a la fiesta de Pentecostés.

Podemos utilizar estas oraciones en nuestras oraciones privadas y meditarlas, pidiendo al Espíritu Santo que entre en nuestras vidas.

Que el poder del Espíritu Santo
venga a nosotros, te lo pedimos, Señor,
para que podamos tener fielmente presente tu voluntad
y expresarla con una vida devota.

Concédenos, te rogamos, Dios todopoderoso y misericordioso,
que el Espíritu Santo, acercándose a
y habitando benignamente en nosotros,
haga de nosotros un templo perfecto de su gloria.

Concede bondadosamente a tu Iglesia, oh Dios misericordioso,
que, reunida por el Espíritu Santo,
te sea devota de todo corazón
y unida en la pureza de intención.

Que tu espíritu, oh Señor, te rogamos,
nos impregne poderosamente de dones espirituales,
para que nos dé una mente agradable a ti
y nos conforme bondadosamente a tu voluntad.

Oh Dios, que por la glorificación de tu Cristo y la luz del Espíritu Santo
nos has abierto las puertas de la eternidad, concédenos, te rogamos,
que, participando de tan gran don,
nuestra devoción se haga más profunda
y nuestra fe se fortalezca.

 

Te puede interesar :Una forma de identificar la acción del Espíritu Santo

Te puede interesar :Más de 10 millones de peregrinos en Roma por el Jubileo

Te puede interesar :Cuatro papas que han alentado a la juventud a no tener miedo