John 4:43-54
Amigos, nuestro Evangelio de hoy es acerca de la sanación del hijo de un funcionario real. El funcionario le pide a Jesús que cure a su hijo que estaba a punto de morir. Jesús le dice, “Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen”. Pero el funcionario real insiste. Y Jesús le dice que su hijo vivirá. El hombre creyó en Jesús, y su hijo se recuperó.
El teólogo Paul Tillich dice que “fe” es la palabra más incomprendida del vocabulario religioso. Y esto es una tragedia, porque la fe es central y el sine qua non del ser cristiano. ¿Y qué es la fe? El comienzo del capítulo 11 de la Carta a los hebreos tiene la definición correcta: “La fe es como aferrarse a lo que se espera, es la plena certeza de las realidades que no se ven”.
La fe es como lanzarse adelante hacia aquellas cosas que, en el mejor de los casos, apenas se vislumbran. Pero fíjense, por favor, que no se trata de algo incierto y escurridizo. Sino que lleva confianza y plena certeza. Pensemos en las grandes figuras de nuestra fe, desde Abraham hasta Juan Pablo II: no son para nada personas vacilantes, indefinidas o cuestionadoras. Al igual que el funcionario real, se expresan con claridad, tienen un objetivo y seguridad.
Benjamin, Santo
Diacono y Mártir, 31 de marzo
Fuente: P. Felipe Santos / ACI Prensa
Martirologio Romano: En el lugar de Argol, en Persia, san Benjamín, diácono, que al predicar insistentemente la palabra de Dios, consumó su martirio con cañas agudas entre sus uñas, en tiempo del rey Vararane V († c. 420).
Etimológicamente: Benjamín = Aquel que es el último nacido o Hijo de dicha, es de origen hebreo.
Breve Biografía
El rey Yezdigerd, hijo de Sapor II puso fin a la cruel persecución de los cristianos que había sido llevado al cabo en Persia durante el reinado de su padre. Sin embargo, el obispo Abdas con un celo mal entendido incendio el Pireo o templo del fuego, principal objeto del culto de los persas.
El rey amenazó con destruir todas las iglesias de los cristianos, a menos que el obispo reconstruyera el templo, pero éste se rehusó a hacerlo; el rey lo mandó a matar e inició una persecución general que duró 40 años.
Uno de los primeros mártires fue Benjamín, diácono. Después de que fuera golpeado, estuvo encarcelado durante un año.
Benjamín era un joven de un gran celo apostólico en bien de los demás. Hablaba con fluida elocuencia.
Incluso había logrado muchas conversiones entre los sacerdotes de Zaratustra. Los meses que pasó en la cárcel le sirvieron para pensar, orar, meditar y escribir.
En estas circunstancias llegó a la ciudad un embajador del emperador bizantino y lo puso en libertad. Y le dijo el rey Yezdigerd: «Te digo que tú no has tenido culpa alguna en el incendio del templo y no tienes que lamentarte de nada».
¿No me harán nada los magos?, preguntó el rey al embajador. No, tranquilo. No convertirá a nadie, añadió el embajador.
Sin embargo, desde que lo pusieron en libertad, Benjamín comenzó con mayor brío e ímpetu su trabajo apostólico y convirtió a muchos magos haciéndoles ver que algún día brillará en sus ojos y en su alma la luz verdadera.
De no ser así –decía – yo mismo sufriré el castigo que el Señor reserva a los seguidores que no sacan a relucir los talentos que él les ha dado.
Esta vez no quiso intervenir el embajador. Pero poco después, el rey lo encarceló de nuevo y mandó que le dieran castigos hasta la muerte,siendo luego decapitado
Murió alrededor del año 420.
¡Felicidades a quienes lleven este nombre!
La bondad de Dios
Santo Evangelio según San Juan 4, 43-54. Lunes IV de Cuaresma.
Por: Jorge Alberto Leaños García, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, vengo a encontrarme contigo al inicio del día, para escuchar lo que quieres de mí. Enséñame a creerte y a seguirte para experimentar tu Palabra que salva.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 4, 43-54
En aquel tiempo, Jesús salió de Samaria y se fue a Galilea. Jesús mismo había declarado que a ningún profeta se le honra en su propia patria. Cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que él había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían estado allí.
Volvió entonces a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Al oír que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que fuera a curar a su hijo, que se estaba muriendo. Jesús le dijo: «Si no ven ustedes señales y prodigios, no creen». Pero el funcionario del rey insistió: «Señor, ven antes de que mi muchachito muera». Jesús le contestó: «Vete, tu hijo ya está a sano». Aquel hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Cuando iba llegando, sus criados le salieron al encuentro para decirle que su hijo ya estaba sano. Él les pregunto a qué hora había empezado la mejoría. Le contestaron: «Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre». El padre reconoció que a esa misma hora Jesús le había dicho: ‘Tu hijo ya está sano’, y creyó con todos los de su casa. Éste fue el segundo signo que hizo Jesús al volver de Judea a Galilea.
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuando nos acercamos a Dios infinitamente bondadoso y generoso, ¿qué es lo que buscamos? La historia del funcionario real puede parecer un espejo que refleja cada una de nuestras vidas cuando nos hemos acercado a Jesús buscando tan sólo lo que nos puede dar. Nos podremos haber dirigido a Él pidiendo un milagro con una actitud tal vez egoísta, con una fe que pudo haberse fundado sobre intereses pasajeros.
Hay una gran dificultad para todas aquellas personas que han recibido abundantes cosas de parte de este Dios compasivo y misericordioso. Se trata del peligro de confiar en los milagros que se nos donan y, de este modo, olvidarnos del autor de los milagros.
Los dones personales, los sorprendentes milagros, toda la creación, los podemos ver como la seguridad sobre la cual fundamos nuestra vida católica.
Detengámonos un momento y examinemos nuestra actitud hacia las cosas de Dios y hacia Dios. Regresemos a lo que nos narra el evangelio y descubriremos que, al final de todo, el funcionario y los suyos creyeron. En un inicio puedo haber tenido una fe convencional pero después de la gracia de Dios esta confianza maduró.
Al final, la fe es creer en Dios por lo que es y no por lo que recibimos de Él. Es un trabajo de toda la vida… Es difícil.., es complicado… pero busquemos a Dios y todo lo demás se nos dará por añadidura.
«Antes del alba del día siguiente, Él sale sin que le vean por la puerta de la ciudad y se retira a un lugar apartado a rezar. Jesús reza. De esta manera quita su persona y su misión de una visión triunfalista, que malinterpreta el sentido de los milagros y de su poder carismático. Los milagros, de hecho, son «signos», que invitan a la respuesta de la fe; signos que siempre están acompañados de palabras, que las iluminan; y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la conversión por la fuerza divina de la gracia de Cristo».
(Homilía de S.S. Francisco, 4 de febrero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy examinaré mi actitud hacia las cosas de Dios; qué tanto creo en Dios y le pediré perdón por las veces que lo he buscado sólo para solucionarme mis problemas.
Despedida
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La pregunta que hay que hacerse para ser feliz en pareja
Mathilde De Robien – publicado el 29/03/25
Monseñor Carlos Encina, sacerdote de la Penitenciaría Apostólica. Describe la «solicitud caritativa» como el secreto de la felicidad conyugal
San Ignacio de Loyola solía decir: «El amor debe estar más en las obras que en las palabras». Esta es una invitación a realizar gestos concretos para expresar nuestro amor, lo cual puede ir desde pequeños gestos cotidianos hasta el sacrificio de la propia vida. «No hay amor más grande que dar la vida por los que uno ama» (Jn 15,13).
Sin ir tan lejos, hay una forma muy sencilla de demostrar tu amor en la vida cotidiana que resulta ser el secreto de un matrimonio feliz. Así lo demuestra Mons. Carlos Encina Commentz, Oficial del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica, en su reciente libro 60 consejos para un matrimonio feliz. «Hay un ‘secreto’ muy sencillo para la felicidad», dice. «[Es] olvidarse de uno mismo y vivir solo para Dios y los demás».
¿Qué puedo hacer hoy para que mi cónyuge sea feliz?

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Una invitación a amar desinteresada y gratuitamente, y a buscar el bien del otro antes que el propio. «Si buscamos la felicidad para nosotros mismos, no la encontraremos, pero cuando dejamos de buscarla para nosotros, es cuando la encontramos. De hecho, el verdadero amor consiste en buscar el bien del otro», subraya Mons. Carlos Encina Commentz.
A esta actitud, o más bien a esta bienaventuranza deberíamos decir, ya que conduce a la felicidad, la llama «solicitud caritativa». Se trata de «poseer un verdadero espíritu de servicio, buscando siempre ayudar a los demás incluso antes de que lo pidan».
El Evangelio se hace eco de este espíritu de varias maneras. En primer lugar, en la actitud de Jesús: «El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45). Pero también en la exhortación de Pablo en su carta a los Gálatas: «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, para que cumpláis la ley de Cristo» (Ga 6,2).
Buscar el bien del otro
Pero el prelado de la Iglesia católica va más allá, invitándonos no a preguntar, sino a anticipar las necesidades de la otra persona. En la pregunta «¿Qué puedo hacer hoy para que mi mujer/marido sea feliz?», la felicidad no depende de la respuesta de la otra persona, sino de mí mismo y de mi capacidad de discernir y querer lo que es bueno para la otra persona.
Esto implica una mayor responsabilidad y presupone conocer bien a la otra persona. Además, la pregunta planteada por Mons. Carlos Encina Commentz no es una pregunta cerrada, sino abierta, lo que sugiere que siempre hay un modo de hacer feliz al otro. Por último, es una pregunta que invita a la acción – «¿qué puedo hacer?»-, como nos invitaba a hacer san Ignacio.
Sin embargo, conviene dejar claro, para evitar situaciones de abuso, que nadie puede arrogarse el derecho de decidir lo que es bueno para el otro e imponerlo. La preocupación, por caritativa que sea, se detiene en la libertad de la otra persona. La otra persona tiene derecho a rechazarla.
También hay que subrayar que nadie es enteramente responsable de la felicidad de su cónyuge. Cada persona sigue siendo libre y, por tanto, libre de cerrarse al amor que se le ofrece. La felicidad conyugal sólo puede alcanzarse si ambos cónyuges están animados por el mismo deseo de amar y de dejarse amar.