Jesús podría haber evitado la muerte de su amigo Lázaro, pero quiso hacer suyo nuestro dolor por la muerte de nuestros seres queridos y, sobre todo, quiso mostrar el dominio de Dios sobre la muerte. En este pasaje del Evangelio vemos que la fe del hombre y la omnipotencia de Dios, el amor de Dios, se buscan y, finalmente, se encuentran. Es como un doble camino: la fe del hombre y la omnipotencia del amor de Dios se buscan y finalmente se encuentran. Lo vemos en el grito de Marta y María y todos nosotros con ellas: “¡Si hubieras estado aquí!…”. Y la respuesta de Dios no es un discurso, no, la respuesta de Dios al problema de la muerte es Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida… ¡Tened fe! En medio del llanto seguid teniendo fe, aunque la muerte parezca haber vencido. ¡Quitad la piedra de vuestro corazón! Que la Palabra de Dios devuelva la vida allí donde hay muerte”. (Ángelus, 29 marzo 2020)
• John 11:19-27
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”.
Jesús vino como guerrero a batallar contra un enemigo final que es la muerte.
Es fácil domesticar a Jesús presentándolo como un amable maestro moral. Pero no es así como lo presentan los Evangelios.
Él es un guerrero cósmico que viene a luchar contra aquellas fuerzas que nos impiden estar completamente vivos.
A lo largo de los Evangelios Jesús confronta los efectos de la muerte y de una cultura obsesionada con la muerte:
violencia, odio, egoísmo, exclusión, religiones falsas, comunidades falsas.
Pero al enemigo final que debe enfrentar es la muerte misma.
Al igual que Frodo cuando va a Mordor, tiene que ir al territorio de la muerte, acercarse y enfrentarse con ella.
Al llegar a la tumba de Lázaro, Jesús siente las emociones más profundas y comienza a llorar.
Es Dios entrando en la oscuridad, confusión y agonía de la muerte de los pecadores. No está despreocupadamente por encima de nuestra situación, sino que la enfrenta y siente en su nivel más profundo.
Marta de Betania, Santa
Memoria Litúrgica, 29 de julio
Hemana de Lázaro y María
Martirologio Romano: Memoria de santa Marta, que recibió en su casa de Betania, cerca de Jerusalén, a Jesús, el Señor, y muerto su hermano Lázaro, proclamó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que has venido al mundo» (s. I).
Etimológicamente: Marta = ama de casa, señorial, atractiva. Viene de la lengua hebrea.
Breve Biografía
Marta es hermana de María y de Lázaro y vivía en Betania, pequeña población distante unos cuatro kilómetros de Jerusalén, en las cercanías del Monte de los Olivos.
Jesús Nuestro Señor vivía en Galilea pero cuando visitaba Jerusalén acostumbraba hospedarse en la casa de estos tres discípulos en Betania, que, tal vez, habían cambiado también su morada de Galilea por la de Judea. Marta se esforzó en servirle lo mejor que pudo y, más tarde, con sus oraciones impetró la resurrección de su hermano.
San Juan nos dice que «Jesús amaba a Marta y a su hermana María y Lázaro» (Jn 11:5).
Lucas añade: «Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» -Lucas 10:38-40
No podemos estar seguros de la motivación de Marta al hacer su petición al Señor pero todo parece indicar que se quejaba contra su hermana. Nuestro Señor aprecia el servicio de Marta, pero al mismo tiempo sabía que era imperfecto. Muchas veces nuestro servicio, aunque sea con buena intención, esta mezclado con el afán de sobresalir, la compulsión por ser protagonistas, la competencia para sentirnos que somos los mejores. Es entonces que salen las comparaciones. ¿Por que la otra no hace nada y soy la que trabajo?
El Señor corrige a Marta, penetra en su corazón afanado y dividido y establece prioridades:
«Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.» -Lucas 10: 41-42
Esa única cosa de la que hay necesidad es de poner todo el corazón en amar a Dios, atender a Jesús que nos habla, que quiere levantarnos de nuestra miseria.
Toda vida activa debe surgir de la contemplación. La vida activa sin contemplación lleva al alma a dispersarse perder de vista el fin. La vida contemplativa se concentra en Dios y se une a El por la adoración y el amor. La vida contemplativa es una especie de noviciado del cielo, pues la contemplación es la ocupación de los bienaventurados del paraíso. Por ello, Cristo alabó la elección de María y afirmó: «sólo una cosa es necesaria». Eso significa que la salvación eterna debe ser nuestra única preocupación.
Si contemplamos como van las cosas en cualquier Iglesias podremos ver muchas actividades, programas, ideas… Es relativamente fácil hacer cosas por Jesús, pero cuanto nos cuesta estar en silencio ante su Presencia. En seguida pensamos en cosas que hacer. No comprendemos que lo primero y mas importante es atenderlo a El directamente por medio de la oración.
Jesús encontró más digna de alabanza la actitud contemplativa de María. Cuanto quisiera El Señor que todos, como María, nos sentáramos ante el para escucharle. Ella se consagraba a la única cosa realmente importante, que es la atención del alma en Dios. También el Padre nos pide que, ante todo, escuchemos a Su Hijo (Mt 17-5).
Entonces, ¿no es necesario trabajar? Claro que sí lo es. Pero para que el trabajo de fruto debe hacerse después de haber orado. El servicio de Marta es necesario, pero debe estar subordinado al tiempo del Señor. Hay que saber el momento de dejar las cosas, por importantes que parezcan, y sentarse a escuchar al Señor. Esto requiere aceptar que somos criaturas limitadas. No podemos hacerlo todo. No podemos siquiera hacer nada bien sin el Señor
San Agustín escribe: «Marta, tú no has escogido el mal; pero María ha escogido mejor que tú». San Basilio y San Gregorio Magno consideran a la hermana María modelo evangélico de las almas contemplativas y su santidad no está en duda, sin embargo, es curioso que, de los tres hermanos, solo Marta aparece en el santoral universal.
La resurrección de Lázaro
El capítulo 11 de San Juan narra el gran milagro de la resurrección de Lázaro. En aquella ocasión vuelve a hablarse de Marta. Lázaro se agravó de muerte mientras Jesús estaba lejos. Las dos hermanas le enviaron un empleado con este sencillo mensaje: «Señor aquel que tú amas, está enfermo». En un mensaje de confianza en que Jesús va actuar a su favor.
Pero Jesús, que estaba al otro lado del Jordán, continuó su trabajo sin moverse de donde estaba. A los apóstoles les dice: «Esta enfermedad será para gloria de Dios». Y luego les añade: «Lázaro nuestro amigo ha muerto. Y me alegro de que esto haya sucedido sin que yo hubiera estado allí, porque ahora vais a creer».
A los cuatro días de muerto Lázaro, dispuso Jesús dirigirse hacia Betania, la casa estaba llena de amigos y conocidos que habían llegado a dar el pésame a las dos hermanas. Tan pronto Marta supo que Jesús venía, salió a su encuentro y le dijo: «Oh Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano; pero aún ahora yo sé que cuánto pidas a Dios te lo concederá»
Jesús le dice: «Tu hermano resucitará».
Marta le contesta: «Ya sé que resucitará el último día en la resurrección de los muertos».
Jesús añadió: «Yo soy la resurrección y la vida. Todo el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá. ¿Crees esto?»
Marta respondió: «Sí Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús dijo: «¿Dónde lo han colocado?». Y viendo llorar a Marta y a sus acompañantes, Jesús también empezó a llorar. Y las gentes comentaban: «Mirad cómo lo amaba».
Y fue al sepulcro que era una cueva con una piedra en la entrada. Dijo Jesús: «Quiten la piedra». Le responde Marta: «Señor ya huele mal porque hace cuatro días que está enterrado». Le dice Jesús: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Quitaron la piedra y Jesús dijo en voz alta: «Lázaro ven afuera». Y el muerto salió, llevando el sudario y las vendas de sus manos.
El Banquete
Marta aparece también en un banquete en el que participa también Lázaro, poco después de su resurrección: también esta vez aparece Marta como la mujer ocupada en el servicio, pero puede ser que para entonces ya lo sabía someter al Señor con mas amor, sin quejarse ni compararse.
De los años siguientes de la santa no tenemos ningún dato históricamente seguro, aunque según la leyenda de la Provenza, Marta fue con su hermana a Francia y evangelizó Tarascón donde según cuenta la leyenda Santa Marta derroto a la Tarasca, un dragón que amenazaba a la ciudad. Ahí se dice que encontraron, en 1187, sus pretendidas reliquias, que todavía se veneran en su santuario.
Los primeros en dedicar una celebración litúrgica a santa Marta fueron los franciscanos en 1262, el 29 de julio, es decir, ocho días después de la fiesta de santa María Magdalena, identificada por algunos como su hermana María.
S. Marta es la patrona de los hoteleros, porque sabía atender muy bien.
ORACIÓN DE LAS MADRES DE FAMILIA A SANTA MARTA
Oh Santa Marta dichosa, que tantas veces tuviste el honor y la alegría de hospedar a Jesús en el seno de tu familia, de prestarle personalmente tus servicios domésticos, y que juntamente con tus santos hermanos Lázaro y María Magdalena, gozaste de su divina conversación y doctrina, ruega por mí y por mi familia, para que en ella se conserve la paz y el mutuo amor, para que todos sus miembros vivan en la observancia de la Ley de Dios, y para que sólo Dios, y no el mundo ni el pecado, reine en nuestro hogar. Libra a mi familia de toda desgracia espiritual y temporal, ayúdame en el cuidado de mis hijos y subordinados, y concédeme la dicha de verlos unidos bajo la mirada paternal de Dios en la tierra, para volver a verles reunidos en las moradas del cielo. Amén.
Confiar en el poder del Señor
Santo Evangelio según san Juan 11, 19-27.
Santa Marta
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios) Dios todopoderoso, dame la gracia de tener un fe sólida como la de tu sierva Marta. No dejes que mi corazón se endurezca ante las dificultades, sino que sepa esperar el momento en el que Tú vendrás a aliviarlo. Amén. Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 11, 19-27
En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano Lázaro. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo a Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?”. Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Si hubieras estado aquí…».
Marta reconoce el poder del Señor, sabe que su hermano no hubiera muerto si Él hubiese estado allí: ella sabe, con plena certeza, que Jesús no hubiera dejado que esto sucediera, sin embargo, Él no estaba allí en ese momento.
¿Cuántas veces es ésta nuestra situación? Los problemas y las dificultades nos tienen por el cuello, tratamos de solucionarlo todo con nuestras propias fuerzas, para luego caer en cuenta que hemos fallado. Sólo en estos momentos, cuando todo parece perdido o sin remedio, es cuando nos percatamos que todo hubiese sido diferente «si Él hubiera estado allí». Nuestro problema, muchas veces, a diferencia de Marta, no es que el Señor no venga, sino que nosotros no le dejamos venir; creemos que todo lo podemos solucionar por nosotros mismos, y sólo cuando vemos que no es así, es cuando deseamos que Él hubiese estado allí.
«Pero aun ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá»
Marta no pierde la esperanza, aun después de la tragedia. Ella sabe que, aunque fue imposible prever la muerte de su hermano, una vez el Señor llegue Él le concederá lo que ella le pida.
Esta actitud de fe y confianza debería ser también nuestra actitud ante los problemas y dificultades de la vida. Tal vez tendremos que sufrir un poco, pero tenemos la certeza de que, tarde o temprano, el Señor vendrá en nuestra ayuda. Para Dios nunca es demasiado tarde, sólo tenemos que esperar pacientemente en la fe y pedirle que actúe.
«Jesús nos pone en esta “cresta” de la fe. A Marta que llora por la desaparición del hermano Lázaro opone la luz de un dogma: “Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”. Es lo que Jesús repite a cada uno de nosotros, cada vez que la muerte viene a romper el tejido de la vida y de los afectos. Toda nuestra existencia se juega aquí, entre el lado de la fe y el precipicio del miedo. Dice Jesús: “Yo no soy la muerte, yo soy la resurrección y la vida, ¿tú crees esto? ¿tú crees esto?”. Nosotros, que estamos aquí hoy en la plaza, ¿creemos esto? Somos todos pequeños e indefensos delante del misterio de la muerte. Pero ¡qué gracia si en ese momento custodiamos en el corazón la llama de la fe! Jesús nos tomará de la mano, como tomó a la hija de Jairo, y repetirá una vez más: “Talitá kum”, “muchacha, levántate”. Lo dirá a nosotros, a cada uno de nosotros: “¡Levántate, resucita!” Yo os invito, ahora, a cerrar los ojos y a pensar en ese momento: de nuestra muerte. Cada uno de nosotros que piense en la propia muerte, y se imagine ese momento que tendrá lugar, cuando Jesús nos tomará de la mano y nos dirá: “Ven, ven conmigo, levántate”. Allí terminará la esperanza y será la realidad, la realidad de la vida. Pensad bien: Jesús mismo vendrá donde cada uno de nosotros y nos tomará de la mano, con su ternura, su mansedumbre, su amor. Y cada uno repita en su corazón la palabra de Jesús: “¡Levántate, ven, levántate, ven, levántate, resucita!”».
(Audiencia de S.S. Francisco, 18 de octubre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, en un rato de oración, le pediré al Señor que me conceda más humildad para estar consciente que sin Él nada puedo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La hospitalidad de Santa Marta
La fe es una cuestión personal, aunque no reducida a lo particular de cada uno
Marta, la mujer que recibe en su casa a Jesús
«Entró Jesús en una aldea y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa”. La Liturgia escoge esta frase del evangelio según San Lucas como antífona de entrada de la Misa del día de Santa Marta. Marta aparece como la mujer que recibe en su casa a Jesús. El Señor acepta su hospitalidad y se alberga en aquella aldea, llamada Betania.
Si nosotros profundizamos en esta hospitalidad, vemos que tiene dos niveles. En un primer nivel, Marta recibe a Jesús en su casa. La vemos en la escena de Betania “atareada en muchos quehaceres”, seguramente para que todo estuviese bien dispuesto; para que el Señor se encontrase a gusto entre ellos y no le faltase de nada.
También nosotros debemos estar atentos a este primer nivel de hospitalidad. El Señor viene a nuestros pueblos y acepta hospedarse en nuestras casas. El templo, la iglesia, es la casa de los cristianos, donde el Señor acepta morar. En los Sagrarios de nuestras iglesias está Jesucristo realmente presente: “Una presencia —como explicó muy claramente el Papa Pablo VI— que se llama «real» no por exclusión, como si las otras formas de presencia no fueran reales, sino por antonomasia, porque por medio de ella Cristo se hace sustancialmente presente en la realidad de su cuerpo y de su sangre. Por esto la fe nos pide que, ante la Eucaristía, seamos conscientes de que estamos ante Cristo mismo” (MND, 16).
¡Cómo tenemos que afanarnos para que todo esté bien dispuesto para acoger esta presencia de Cristo! Nuestras iglesias deben estar limpias, ordenadas, bien arregladas, porque en ellas está el Señor. Los cálices, los copones, el Sagrario, los lienzos del altar han de estar preparados con el mismo amor y la misma diligencia con que Marta preparó su casa de Betania para hospedar a Jesús.
También los gestos y las actitudes externas han de acompañar esta disposición material de las cosas del templo. El Papa Juan Pablo II nos ha pedido a todos en este año eucarístico “fomentar, tanto en la celebración de la Misa como en el culto eucarístico fuera de ella, la conciencia viva de la presencia real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, los movimientos y todo el modo de comportarse” (MND, 18). En lo externo se revela lo interno: en el modo de hacer la genuflexión ante el Sagrario, en nuestro silencio en la iglesia, en el saber arrodillarse para adorar a Cristo presente en el santísimo Sacramento del altar.
El acto de fe
Pero hay un segundo nivel de hospitalidad, que no anula el primero, sino que lo lleva a plenitud. Este segundo nivel aparece ejemplificado, en un primer momento, por María, la hermana de Marta, pero después también por la misma Marta.
Sabemos que Jesús hace un suave reproche a Marta: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada” (Lc 10, 41-42). ¿Cuál es “la parte buena”, la parte elegida por María? Es la escucha de la Palabra del Señor. Es decir, acoger a Jesucristo no es solamente preocuparse porque todo en la iglesia esté en buen estado, sino también sentarse a sus pies para escuchar su Palabra, para escucharle a Él, que es la Palabra encarnada, el Logos de Dios, el Hijo de Dios hecho hombre.
Cada domingo, en cada celebración de la Eucaristía tenemos la ocasión propicia de acoger al Señor de esta forma: escuchando su Palabra; una Palabra de Verdad, de Vida, de Salvación.
Pero no sólo María escuchó la palabra del Señor, la Palabra que engendra la fe, sino también Marta. Es Marta la que proclama la fe durante el diálogo con Jesús, cuando se queja ante el Señor por la muerte de su hermano Lázaro: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11, 27). Aquí, en el acto de fe, en el reconocimiento confiado de Jesús como Salvador e Hijo de Dios, llega a su máxima expresión la hospitalidad, la acogida de Jesucristo. Creer en el Señor es recibirlo en la propia casa y en la propia vida, convirtiéndolo a Él en el centro y el norte de la propia existencia.
Venid a la Eucaristía
En las oraciones de la Misa del día de Santa Marta pedimos al Señor “ser recibidos, como premio en su casa del cielo”. La Eucaristía, a la vez que nos da la fuerza para servir a Cristo en nuestros hermanos, hace realidad esta recepción nuestra en la casa del cielo, donde Cristo, el Señor, es nuestro anfitrión. La Santa Misa es prenda de la gloria futura, preludio del Cielo; es el Cielo en la Tierra. ¿Queréis saber cómo es el Cielo? Venid a la Eucaristía. Venid a gozar de esta presencia del Señor que es sacrificio agradable al Padre y banquete de comunión de los hombres con Dios: «¡Oh Sagrado Banquete (o sacrum convivium), en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!».
Jesús y sus amigos
Lázaro, Marta y María, los amigos de Betania
Tres hermanos que tienen una gran amistad con Jesús. Su casa será en aquellos meses un lugar de hospitalidad y reposo.
Betania
Cerca de Jerusalén -a tres kilómetros- está Betania. Allí viven Lázaro, Marta y María. Tres hermanos que tienen una gran amistad con Jesús. Su casa será en aquellos meses un lugar de hospitalidad y reposo para los días que le esperan.
En el trayecto a Jerusalén Jesús pasa por Betania. La actividad de los días anteriores había sido intensa. El camino que lleva de Jericó a Betania es empinado, requiere una ascensión continua y transcurre por terreno desértico. Jesús y los suyos debieron llegar cansados. Allí fue recibido por Lázaro, Marta y María.
La amistad
Hay amistad con Jesús en aquella casa. Quizá tenga que ver con la conversión de María unos meses antes. Lo cierto es que todos actúan con naturalidad. No se percibe ni el envaramiento previsible en las visitas de algún personaje importante, ni la curiosidad o el recelo ante el desconocido, menos aún la frialdad ante la presencia de alguien que se considera inoportuno. Marta y María actúan y se mueven con sencillez; no se dice nada de Lázaro en esta ocasión, pero es normal pensar que estaba allí.
Los tres hermanos son diferentes
No es infrecuente que los hermanos se parezcan y al mismo tiempo sean muy distintos. Marta es activa, diligente, hacendosa, está en todo; es una buena ama de casa, con ella se puede encontrar una casa que es ese hogar donde todo está en su sitio. María es más apasionada: todo corazón, sensible, en su vida no caben medias tintas, sino entrega sin condiciones. Sabe querer. Los temperamentos de las dos hermanas son ocasión para que Jesús deje una joya preciosa de sus enseñanzas, casi como de pasada. Sus palabras parecen dichas al vuelo.
El desarrollo de los acontecimientos
Los hechos transcurrieron así: «una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María que, sentada también a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta estaba afanada en los múltiples quehaceres de la casa y poniéndose delante dijo: Señor, ¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude. Pero el Señor le respondió: Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada».
La importancia de la oración
Jesús aprovechó la sencillez y la confianza de Marta para dejar sentado el orden de lo necesario y lo superfluo. Primero la oración y, unida a ella, el trabajo, lo demás puede esperar. Jesús revela como la oración es el núcleo y la raíz de toda actividad para que de ésta resulte algo vivo y sano.
La queja de Marta
Es fácil comprender la actitud de Marta. Es una mujer responsable. Está en los detalles, se ocupa en algo necesario que alguien tiene que hacer: dar de comer y beber a mucha gente, procurar que descansen. No cuesta verla subir y bajar, mandar y ordenar. Es en medio de esa actividad cuando una inquietud empieza a dibujarse en su interior. Primero sería una mirada furtiva a su hermana. Poco a poco iría juzgándola con severidad creciente. Decididamente no comprende a María; tenía razones, pero le faltaba darse cuenta de que la inactividad de María es sólo aparente. Por otra parte se le está ocultando que su actividad es un servicio que permite a los demás gozar de las palabras del Maestro, también su hermana. Hasta que llega un momento en que no puede más, se planta delante del Señor, le interrumpe ante un público verdaderamente absorto en sus palabras, y se queja. La sencillez de la queja de Marta es encantadora, confiada, aunque revele falta de caridad; y con toda espontaneidad le dice al Maestro: “¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude”. Su queja va contra María, pero también afecta al mismo Jesús, que no se da cuenta de que ella era una mártir y su hermana una comodona. Es la explosión de algo que ha ido incubándose poco a poco, y estalla de repente. Está realmente enfadada; ha perdido la calma y en ella se ha introducido el espíritu crítico falta a la caridad y la humildad. Sus buenos deseos de servir se han visto enturbiados por el enfado creciente, agresor de la paz de su alma.
La respuesta de Jesús
El tono de la respuesta de Jesús se puede deducir del modo con que empieza a hablarle: Marta, Marta, ¡cuánto cariño hay en la repetición de este nombre!. Es como decirle: «Mujer, calma», «claro que te comprendo, pero te has puesto nerviosa». Es una contestación que revela amor y buen humor; le recuerda su carácter, y hace que reflexione un poco. No la riñe, sino que le hace reflexionar. Primero sobre sí misma: tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas.
Luego, Jesús le aclara la conducta de María y el camino que debe seguir para no perder los estribos con sus quejas. Y le dice: «En verdad una sola cosa es necesaria». Cosas importantes hay muchas en la vida, y Marta estaba haciendo una de ellas: procurar servir alimento y descanso. Pero conviene tener bien dispuesto el orden de los valores. Lo necesario siempre será lo más importante, y sólo amar a Dios sobre todas las cosas lo es; al lado de lo necesario todo lo que llamamos importante pasa a un segundo lugar. ¿Quiere decir esto que está mal la actividad de Marta? No. Quiere decir que debe trabajar de una manera distinta, con una paz, respaldada por la oración. Y en caso de dudar sobre qué es más urgente, elegir primero la oración.
Lo mejor no es lo contrario de lo malo
María ha escogido la mejor parte. Cuando Jesús dice que la oración es lo mejor, conviene recordar que lo mejor no es lo contrario de lo malo, sino de algo menos bueno. La bondad de las diversas actividades dependerá del amor a Dios que sean capaces de acoger. «No le será quitada la mejor parte». La oración es así hacer actos de amor. No se pierde ninguno. Todo acto de amor a Dios permanece en el seno del Amante, que es Dios.
Marta, Lázaro y María: Tres hermanos predilectos de Jesús
La Iglesia celebra a los tres santos de Betania. En el evangelio, dos quejas de santa Marta a Jesús dieron pie a dos lecciones cruciales
El Martirologio Romano celebra hoy a los santos Marta, María y Lázaro, tres hermanos de quienes sabemos que eran amigos de Jesús hasta el punto de que el Señor frecuentaba su compañía y su casa.
Marta y María fueron anfitrionas de Jesús y aquella estancia sirvió para que el Señor nos dejara una lección sobre la importancia de la oración y sobre el equilibrio entre vida activa y vida contemplativa:
«Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.
Marta, que muy estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada».
Lucas 10, 38-42
De nuevo es santa Marta quien manifiesta la plena confianza en Jesucristo como Dios y Hombre: es ella quien, en el capítulo 11 de Juan, lo hace llamar -junto con su hermana María- para que sepa que su hermano Lázaro está enfermo. Al acudir Jesús, ella se lamenta abiertamente:
“Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto».
Juan 11, 21
Resurrección de Lázaro
Cristo ha propiciado esta situación para obrar el milagro de la resurrección de Lázaro, como se narra a continuación. Pero antes también ha actuado en el alma de Marta, que pronuncia un acto de fe:
“Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo»”.
Juan 11, 25-27
La fiesta de los santos Marta, Lázaro y María de Betania se celebra el 29 de julio.
Patronazgo
Santa Marta es patrona de cocineras y cocineros, sirvientes, amas de casa, hoteleros, casas de huéspedes, lavanderas, Hermanas de la Caridad y el hogar.
Oración del 29 de cada mes a santa Marta
Oh, Santa Marta milagrosa,
me acojo a tu amparo y protección entregándome a ti,
para que me ayudes en mi sufrimiento,
y en prueba de mi afecto y agradecimiento,
te ofrezco propagar tu devoción.
Consuélame en mis penas y dolores,
te lo suplico por la inmensa alegría de tu corazón
al hospedar en tu casa de Betania al Salvador del mundo;
intercede por mí y por toda mi familia
para que conservemos siempre en nuestros corazones
a nuestro Dios viviendo en su gracia y
detestando toda ofensa contra Él;
para que sean remediadas nuestras necesidades y
en especial esta que ahora me hace sufrir (hágase la petición).
Te suplico que me ayudes a vencer las dificultades
con la fortaleza con que venciste, por el poder de la Cruz,
al dragón que tienes rendido a tus pies.
Así sea.
Amén.
Rezar tres veces el Padrenuestro. Avemaría y Gloria.