Jesús, hoy, nos vuelve a dirigir esta pregunta:
«¿Tú quién dices que soy?»
El Señor quiere que sus discípulos de ayer y de hoy establezcan con Él una relación personal, y así lo acojan en el centro de sus vidas. Por este motivo los exhorta a ponerse con toda la verdad ante sí mismos y les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 29). Jesús, hoy, nos vuelve a dirigir esta pregunta tan directa y confidencial a cada uno de nosotros: «¿Tú quién dices que soy? ¿Vosotros quién decís que soy? ¿Quién soy yo para ti?». Cada uno de nosotros está llamado a responder, en su corazón, dejándose iluminar por la luz que el Padre nos da para conocer a su Hijo Jesús. Y puede sucedernos a nosotros lo mismo que le sucedió a Pedro, y afirmar con entusiasmo: «Tú eres el Cristo». Cuando Jesús les dice claramente aquello que dice a los discípulos, es decir, que su misión se cumple no en el amplio camino del triunfo, sino en el arduo sendero del Siervo sufriente, humillado, rechazado y crucificado, entonces puede sucedernos también a nosotros como a Pedro, y protestar y rebelarnos porque eso contrasta con nuestras expectativas, con las expectativas mundanas. En esos momentos, también nosotros nos merecemos el reproche de Jesús: «¡Quítate de mí vista, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (v. 33). (Angelus, 16 septiembre 2018)
En el Evangelio de hoy Jesús le pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”.
Ninguna otra figura religiosa o fundador de algún movimiento haría tal pregunta. Esta es una pregunta extraña y primordial en la fe cristiana. Tiene que ver con quién es Él. Y así, la Iglesia, durante los primeros siglos, luchó intelectualmente con esta precisa pregunta.
El primer grupo que “responde” es el público en general, que ofrece una variedad de opiniones, y todas son incorrectas. Y si hiciéramos una encuesta pública hoy seguramente escucharíamos que es un “maestro, profeta, gurú, loco . . .”
Entonces la pregunta devastadora: “¿Pero quién dices tú que Yo soy?”. Tú, que eres el más cercano a mí, seguramente tienes una comprensión más clara que el común de las personas. Pero los discípulos no hablan. ¿Tienen miedo? Quizás. ¿Son ignorantes? Probablemente.
Finalmente, Simón Pedro habla: “Tú eres el Mesías”. En la versión de Mateo de la misma, Pedro dice: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”. Esta es la fe mística que se encuentra en el corazón del cristianismo. Mantener la fe Petrina es ser cristiano; negarla es no ser cristiano.
Juliana, (o Ileana) Mártir, Santa
Virgen y Mártir, 16 de febrero
Martirologio Romano: En la Campania, santa Juliana, virgen y mártir (s. inc.).
Breve Biografía
Cuando llegó la paz de Constantino, la matrona Sofronia tomó las reliquias del cuerpo de la mártir Juliana con la intención de llevarlas consigo a Roma. Por una tempestad, tuvo que desembarcar en Puzoli donde le edificó un templo que luego destruyeron los lombardos. Las reliquias se vieron peligrar y prudentemente se trasladaron a Nápoles donde reposan y se veneran con gran devoción.
En Nicomedia tuvieron lugar los hechos, de mil maneras narrados y con toda clase de matices comentados, en torno a esta santa que hizo un proyecto de su vida contrapuesto al deseado por su padre. Los narraré escuetamente adelantando ya que fue por la persecución de Maximiano.
Juliana es hija de una conocida familia ilustre pero con un padre pagano metido en el ejercicio del Derecho – que cuando llega el momento llega a convertirse en perseguidor de los cristianos – y una madre agnóstica.
Ella, por la situación del entorno familiar nada favorable para la vivencia cristiana, se ha hecho bautizar en secreto. Además se le ha ocurrido entregarse enteramente a Cristo y no entra el casamiento en sus planes de futuro. Este es el marco.
La dificultad del caso comienza cuando Eluzo, que es un senador joven, quiere casarse con Juliana. La cosa se pone aún más interesante porque, conociendo que Eluzo bebe los vientos por su hija, ya ha concertado el padre el matrimonio entre el senador y la joven, comprometiendo su honorabilidad.
La supuesta novia lo recibe amablemente y con cortesía haciendo gala de su esmerada educación. Pero, al llegar el momento culminante de los detalles matrimoniales, salta sobre el tapete una condición al aspirante con la intención de desligarse del compromiso. No lo aceptará -le dice- mientras no sea juez y prefecto de la ciudad. Claro que eso era como pedir la luna; pero se vio pillada en sus palabras ya que en poco tiempo, gracias a influencias, dinero y valía personal, Eluzo se ha convertido en juez y prefecto de Nicomedia; además, continúa insistiendo en sus pretensiones matrimoniales con Juliana. La doncella mantiene la dignidad dándole toda clase de felicitaciones y parabienes, al tiempo que le asegura no poder aceptar el matrimonio hasta que se dé otra condición imprescindible para cubrir la sima que los separa: debe hacerse cristiano.
Ante tamaño disparate es el propio Eluzo quien pondrá al padre al corriente de lo que está pasando y de la «novedad» que se presenta. «Si eso es verdad, seremos juez y fiscal para mi hija». Juliana sólo sabe contestar a su padre furioso que ansía ser la primera dama de la ciudad, pero que sin ser cristiano, todo lo demás lo estima en nada.
«Por Apolo y Diana! Más quiero verte muerta que cristiana».
Convertida al cristianismo, se destacó por su entusiasmo y ardor en la difusión de la fe, por lo que fue encarcelada, torturada y finalmente decapitada el año 305. Su cuerpo fue trasladado a Cumas, en Italia, y posteriormente su reliquias llegaron a España, donde en su honor los condes de Castilla levantaron el célebre monasterio de Santillana (Santa Ileana), uno de los mejores monumentos de la Edad Media española
En la conversación tratará a su padre con respeto y amor de hija, pero… «mi Salvador es Jesucristo en quien tengo puesta toda mi confianza». Vienen los tormentos esperados cuando las razones no son escuchadas. Estaño derretido y fuego; además, cárcel para darle tiempo a pensar y llevarla a un cambio de actitud. Finalmente, con 18 años, se le corta la cabeza el 16 de febrero del 308.
Alguna vez hay padres «se pasan» al forzar a sus hijos cuando tienen que elegir estado. Esto tiene más complicaciones si razones profundas, como la fe práctica, dificulta la comprensión de los motivos que distancian. ¿No pensaría el padre de Juliana que sin matrimonio y cristiana su hija sería desgraciada?
Quizá con viva fe cristiana llegara a vislumbrar que Jesucristo llena más que el dinero, el poder, la dignidad y la fama.
Uno de los hechos más característicos de las «Actas», es la discusión que tuvo la santa con el demonio, el cual, disfrazado como un ángel de luz, trataba de persuadirla para que accediese a los deseos de su padre y de su pretendiente. Por ello, el arte medieval representaba comúnmente a Santa Juliana con una cadena o una cuerda disponiéndose a atar a un demonio alado.
Una antigua pregunta
Santo Evangelio según san Marcos 8, 27-33.
Jueves VI del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, gracias por este instante. Todo quiero ponerlo en tus manos para dedicarte estos minutos. Como respuesta a tu gracia; para mostrarte que te quiero y en gratitud por todos los dones que voy a recibir hoy.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 8, 27-33
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le contestaron: «Algunos dicen que eres Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Entonces él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro le respondió: «Tú eres el Mesías». Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitará al tercer día. Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: «¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, según los hombres!».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Si alguna vez he llegado a dudar de que el Evangelio es siempre nuevo, es éste un pasaje que me vuelve a sacudir. ¿Acaso no me ocurre que ante la pregunta que nos haces, me encuentro sorprendido una vez más? Alguna vez la habré respondido, quizá incluso varias veces -o por ventura sería ésta la primera vez.
La vida cristiana es tan hermosa cuando se contempla como un siempre nuevo caminar hacia el cielo. Donde no importa qué tan sumido me haya encontrado en mi miseria, o qué tanto me haya olvidado de ti; qué tanto haya sufrido o qué tanto desesperado; qué tanto carcajeado o qué tanto suspirado; cuáles metas alcanzado, cuáles perdido. Porque me encuentre donde me encuentre, siempre vienes nuevamente a interpelarme, porque siempre sigo siendo libre de aceptar tu amor.
Hoy vienes Tú hacia mí, una vez más, te me acercas, me llamas por mi nombre, me dices: ‘Oye, ¿me conoces?… ¿Quién soy para ti?… Y qué nueva me parece la pregunta. Tan nueva que responderla para ti y para mí. Luego me preguntas, ‘¿quién dice el mundo que soy yo?’ Porque si el mundo supiera quién soy… podrían quizá abrirse a mí, abrirse a la experiencia de mi amor.
Es bueno que me sienta sorprendido. Ayúdame a sentirme sorprendido y a remover toda rutina frente a ti, pues quizá pienso que ya te he comprendido; cuando en realidad poco te he experimentado. Y tan poco tal vez, que menos pienso en aquellos que en el mundo quizá nunca lo han hecho.
«Jesús mira a los apóstoles y pregunta una vez más: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Esta es la pregunta más importante, con la que Jesús se dirige directamente a aquellos que lo han seguido, para verificar su fe. Pedro, en nombre de todos, exclama con naturalidad: “Tú eres el Mesías”. Jesús queda impresionado con la fe de Pedro, reconoce que ésta es fruto de una gracia, de una gracia especial de Dios Padre». (Homilía de S.S. Francisco, 13 de septiembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Participar en una hora eucarística pidiendo esa fe fuerte que sabe reconocer siempre a su Dios y Señor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El ayuno, necesario para creer
Tiene que convertirse, para nuestra generación, en algo imprescindible para descubrir lo imprescindible.
Muchos bautizados no comprenden el valor del ayuno, no saben para qué ayunar y por qué ayunar. Algunos, porque ni siquiera conocen qué enseña el Evangelio y la Iglesia sobre el tema. Otros, porque han dejado la propia fe en el armario del pasado. Otros, simplemente, porque ven el ayuno como algo que va contra los propios gustos, contra la «realización personal».
Mientras no se produzca un despertar religioso en muchos corazones, el ayuno seguirá en el olvido. O será vivido, entre quienes desean «cumplir» y obedecer lo que pide la Iglesia, con rutina, con fastidio, como una norma del pasado que se soporta con la esperanza de que pronto termine la Cuaresma y llegue la Pascua.
La fe profunda y el sentido religioso permiten descubrir el porqué del ayuno. Pero si no hay fe, si la religión es una dimensión raquítica, ¿qué hacer?
Lo que hay que hacer es, precisamente, ayunar para abrirnos al mundo de la fe. Porque sólo cuando aprendemos a romper con la esclavitud de la avaricia, del placer, de la gula, del vivir esclavos de la curiosidad malsana y de los caprichos, empezamos a dejar espacio libre a la acción de Dios en las almas.
En otras palabras: la tibieza con la que se ve el ayuno se destruye cuando acogemos el mismo ayuno como camino para romper esa tibieza y para abrirnos al mundo de la fe, de la esperanza, del amor.
El ayuno no sirve sólo para fortalecer al creyente (algo muy importante); sirve, sobre todo, para iniciar el camino de la fe. No sirve sólo para alimentar la esperanza; sirve, especialmente, para alejarnos de seguridades falsas y para confiar en el único Omnipotente. No sirve sólo para que repartamos nuestros bienes y nuestro tiempo con quien lo necesita; sirve, de un modo concreto y profundo, para romper con los engaños de la ambición y del egoísmo, para abrir los ojos ante tantas personas que necesitan amor, compañía, solidaridad, ayudas concretas y urgentes en su cuerpo y en su espíritu.
Como explicaba el Papa Benedicto XVI, la privación del «alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios» (Mensaje para la Cuaresma 2009).
El ayuno tiene que convertirse, para nuestra generación, en algo imprescindible para descubrir lo imprescindible. De este modo, podremos vivir según un Evangelio que cura, que salva, que levanta y que cambia el corazón y la vida.
San Elías y los mártires de Cesarea
Eran egipcios y murieron en Palestina por orden del prefecto romano. Fueron degollados y uno de ellos quemado a fuego lento
En Cesarea de Palestina, Elías, Jeremías, Isaías, Samuel y Daniel fueron unos cristianos egipcios que, por haber servido a los confesores condenados a las minas fueron detenidos y encarcelados a comienzos del siglo IV.
El prefecto romano ordenó que se les aplicaran duros tormentos y finalmente los degollaron.
Después fueron martirizados Pámfilo y Valente, sacerdote y diácono de Jerusalén respectivamente, así como Pablo, que llevaba dos años en la cárcel.
También Porfirio, el anciano Teodulo y Julián, que había llegado como peregrino y fue denunciado por besar con devoción los cuerpos de los mártires. Este último fue quemado a fuego lento. Era el año 309.
Palabras de Jesús
«Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena».
Mt 10, 27-28