- St. John Neumann
- John 1:43-51
En el Evangelio de hoy, Natanael reconoce a Jesús como Hijo de Dios y Rey de Israel. Al igual que Natanael, una vez que tomamos la decisión por Jesús, una vez que llegamos a la determinación que Él es el Bien Supremo, todos los demás aspirantes a esa supremacía deben desaparecer. Como he dicho muchas veces antes, cada uno de nosotros tiene algo o varios grupos de valores que consideramos los más importantes. Hay un centro de gravedad alrededor del cual gira todo lo demás.
Tal vez sea el dinero y las cosas materiales. Tal vez sea el poder y la posición en la sociedad. Tal vez sea la estima de los demás. Tal vez sea el país o un partido político o una identidad étnica. Tal vez sea tu familia, tus hijos, tu esposa, tu esposo.
Nada de esto es una falsedad; y ninguna de estas cosas son malas. Sin embargo, cuando uno coloca cualquiera de ellas en el centro de gravedad absoluto, las cosas salen mal. Cuando haces de cualquiera de ellas tu bien supremo o final, tu vida espiritual se vuelve loca. Cuando te apegas a cualquiera de ellos con absoluta tenacidad, te derrumbarás.
El signo concreto de que realmente hemos encontrado a Jesús es la alegría que sentimos al comunicarlo también a los demás. Y esto no es «hacer proselitismo», esto es hacer un don. Yo te doy aquello que me da alegría a mí. Leyendo el Evangelio vemos que esta ha sido la experiencia de los primeros discípulos: después del primer encuentro con Jesús, Andrés fue a decírselo enseguida a su hermano Pedro (cf. Jn 1, 40-42), y la misma cosa hizo Felipe con Natanael (cf. Jn 1, 45-46). Encontrar a Jesús equivale a encontrarse con su amor. Este amor nos transforma y nos hace capaces de transmitir a los demás la fuerza que nos dona. De alguna manera, podríamos decir que desde el día del Bautismo nos es dado a cada uno de nosotros un nuevo nombre además del que ya nos dan mamá y papá, y este nombre es Cristóforo». ¡Todos somos «Cristóforos»! ¿Qué significa esto? «Portadores de Cristo». (Audiencia jubilar, 30 de enero de 2016)
Eduardo III el Confesor, Santo
Laico, 5 de enero
Rey
Martirologio Romano: En Londres, en Inglaterra, san Eduardo, apodado el Confesor, que, siendo rey de los ingleses, fue muy amado por su eximia caridad, y trabajó incansablemente por mantener la paz en sus estados y la comunión con la Sede Romana (†1066).
Etimología: Eduardo = Aquel que es un guardián glorioso
Breve Biografía
Eduardo, nieto de San Eduardo llamado el Mártir, nació en 1004 en Islip, cerca de Oxford. Su padre era el rey Etelredo II, llamado el Desaconsejado. Siendo todavía niño, tuvo que emprender el camino del destierro y vivió del 1014 al 1041 en Normandía con unos familiares de su madre.
Se dice que hizo el voto de ir en peregrinación a Roma si la Divina Providencia lo llevaba de nuevo a su patria. Cuando esto sucedió, Eduardo quería cumplir fielmente el voto, pero el Papa lo dispensó. El dinero que iba a gastar en el viaje lo dio a los pobres y otra parte del mismo lo dedicó a la restauración del monasterio al oeste de Londres (west minster, hoy Westminster).
A pesar de los fracasos políticos de su gobierno, Eduardo rey de Inglaterra del 1043 al 1066, dejó un vivísimo recuerdo en su pueblo. Las razones de esta veneración, que continuó con los siglos, hay que buscarlas no sólo en algunas medidas sabias administrativas, como la abolición de un pesado impuesto militar que agobiaba a toda la nación, sino sobre todo en su temperamento suave y generoso (jamás un desacato o una palabra de reproche o un gesto de ira ni siquiera con los súbditos más humildes) y en su vida privada.
Un año después de su coronación se había casado con la cultísima Edith Godwin, hija de su más terrible adversario del barón Godwin de Wessex.
Había sido una hábil jugada política de su suegro, pues tenía la esperanza de que Eduardo, a quien ya llamaban “el Confesor”, le confiaría la administración del gobierno para dedicarse con más libertad a sus oraciones y a la meditación. El plan, demasiado sutil, sólo tuvo éxito en parte, porque hacia 1051 el barón fue desterrado y la reina fue encerrada en un convento. Pero sólo fue un paréntesis, porque el acuerdo entre Eduardo y la reina era muy profundo, hasta el punto que, según los biógrafos, los dos habían hecho de común acuerdo voto de virginidad.
La solemne inauguración del famoso coro del Monasterio de Westminster, que él mismo había financiado, tuvo lugar el 28 de diciembre de 1065. Pero el rey ya estaba gravemente enfermo.
Murió el 5 de enero de 1066 y fue enterrado en la Iglesia de la abadía recientemente restaurada. Pronto hubo muchas peregrinaciones a su tumba. En el reconocimiento de 1102 encontraron su cuerpo incorrupto y el 17 de febrero de l161 el Papa Alejandro III lo incluyó en la lista de los santos. El día de su fiesta coincide con la fecha en que Santo Tomás Bechet trasladó solemnemente sus reliquias al coro de la misma Iglesia.
Hoy, a la distancia de casi diez siglos, aún Inglaterra llama a su Corona «de San Eduardo».
No lo tuvo fácil ¿verdad? Recuerdo ahora ese maravilloso refrán castellano que dice: «Todos los días son buenos para alabar a Dios».
Bartolomé Apóstol, el que «estaba debajo de la higuera»
Bartolomé, también llamado Natanael, fue uno de los apóstoles de Jesús y aparece en los Evangelios sinópticos.
Bartolomé es uno de los 12 Apóstoles (Mt 10,3). El apóstol Felipe lo llevó a Jesús. Bartolomé es la misma persona que Natanael, mencionado en el Evangelio de San Juan, donde nos dice que era de Caná (Jn 21,2). Los Hechos de los Apóstoles mencionan también su presencia en Pentecostés (1,13).
«Felipe encontró a Natanael y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, y también los profetas, a Jesús de Nazaret, el hijo de José. Y Natanael le dijo: ¿Puede algo bueno salir de Nazaret? Felipe le dijo: Ven, y ve. Jesús vio venir a Natanael y dijo de él: He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño. Natanael le dijo: ¿Cómo es que me conoces? Jesús le respondió: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Natanael repuso: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Respondió Jesús diciendo: ¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás. Y añadió: En verdad, en verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre». (Jn 1,45-51).
Su encuentro personal con Jesús en el Evangelio de Juan
Lo que sabemos con certeza sobre la vida de Bartolomé nos viene de los textos de los Evangelios, especialmente del Evangelio de Juan, donde se relata en detalle cómo su encuentro personal con Jesús lo condujo a la profesión de fe en el Mesías anhelado.
Natanael o Bartolomé era un pescador de Caná que conocía bien Nazaret, que se halla a sólo 8 km, pero no se confiaba mucho de sus habitantes: por eso se mostró escéptico cuando su amigo Felipe le habló de Jesús nazareno y preguntó con mucha ironía si por caso del pobre pueblo de Nazaret hubiera podido salir algo bueno. Felipe no intentó convencerlo con palabras, sino que lo invitó a tener su propio encuentro personal con Jesús. Bartolomé accedió y fue a buscar a Jesús, pero, cuando lo encontró, fue Jesús quien lo sorprendió al decirle que antes de que Felipe lo hubiera llamado, había sido Jesús quien ya sabía que Bartolomé era «un israelita sincero y sin doblez».
También Jesús le reveló que lo había conocido ya desde que «estaba debajo de la higuera» y a este punto, Bartolomé, un hombre concreto y apegado a la tradición que meditaba diariamente las Escrituras, hizo una verdadera confesión de fe en Jesús como el Mesías esperado por Israel: «¡Tú eres el Hijo de Dios y el Rey de Israel!”.
Bartolomé en los Hechos de los Apóstoles
Después de la muerte y resurrección de Jesús, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice qué los discípulos se reunieron en oración junto con María y otras mujeres. Entre ellos también estaba Bartolomé: «Entonces los apóstoles regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que está cerca de Jerusalén, un trecho corto, precisamente lo que la ley permitía caminar en sábado. Cuando llegaron a la ciudad, subieron al piso alto de la casa donde estaban alojados. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago hijo de Alfeo, Simón el Celote, y Judas, el hijo de Santiago. Todos ellos se reunían para orar asiduamente con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos». (cf. Hch 1,12-14).
Apóstol en la India
Los eventos ulteriores ya no resultan reportados por fuentes históricas seguras, pero las tradiciones populares dicen que Bartolomé se fue a predicar la Palabra de Dios en varias regiones orientales, desde Mesopotamia hasta la India, donde Dios acompañaba su predicación con milagros y curaciones prodigiosas.Según la tradición, después de la ascensión del Señor, predicó el Evangelio en la India, donde recibió la corona del martirio. San Bartolomé, ruega por nosotros.
El misionero que promovió el sistema escolar católico de EE.UU
Aleteia
Al obispo redentorista san Juan Nepomuceno Neumann le debe mucho el sistema de escuelas parroquiales del país norteamericano
Juan Nepomuceno Neumann nació en 1811 en Prachatitz. Entonces formaba parte del Imperio Austro-Húngaro y actualmente pertenece a Chequia.
Estudió Teología por recomendación de su madre y así descubrió su vocación como sacerdote y misionero.
Mientras esperaba la ordenación sacerdotal, viajó como misionero a Estados Unidos.
En 1836 sería ordenado en la catedral de san Patricio en Nueva York. Ingresó en la congregación de los Redentoristas. Destacó por su trabajo de atención a los más necesitados.
Fue nombrado obispo de Filadelfia. Ante los rumores de su nombramiento episcopal en 1852, declaró:
“Qué bien se está en la Congregación y qué bien se vive en América. Aquí se puede amar mucho a Dios, trabajar y sufrir mucho por Él y lo hacemos silenciosamente, sin que el mundo se dé cuenta”.
Creó un sistema de escuelas parroquiales. En 1960, fue reconocido por el Senado estadounidense como hombre insigne, pionero y promotor del sistema escolar católico de Estados Unidos.
Oración de la misa
Renovados con el Cuerpo y Sangre de tu amado Hijo, te pedimos, Señor, que por los méritos de tu obispo Juan, después de haber seguido en la tierra al Sumo Pastor, lleguemos al banquete eterno. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.