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LA SUPERIORA DE LAS MISIONERAS DE PAX VOBIS FELICITAN A USTED Y FAMILIA CON LOS MEJORES DESEOS DE AMOR Y DE PAZ, PARA QUE EL DULCE NIÑO JESUS NACIDO DEL SI DE LA VIRGEN Y EN GOZO DE SAN JOSE, LES LLENE SUS CORAZONES DE LA ALEGRIA DEL CIELO Y LES PERMITA ENTREGAR LO MEJOR DE USTEDES PARA LLENAR DE PURO AMOR A TODOS SUS SERES QUERIDOS. CON ESTOS DESEOS DE PAZ Y AMOR, LES DESEAMOS UNAS FELICES FIESTAS DE NAVIDAD Y PROSPERO AÑO NUEVO, CON LA BENDICION Y SALUD.

CON AMOR SISTER CECILIA BLEST Y MISIONERAS.

 

 

 

La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

Solemnidad Litúrgica, 25 de diciembre

Manifestación del Verbo de Dios a los hombres

Con la solemnidad de la Navidad, la Iglesia celebra la manifestación del Verbo de Dios a los hombres. En efecto, éste es el sentido espiritual más importante y sugerido por la misma liturgia, que en las tres misas celebradas por todo sacerdote ofrece a nuestra meditación “el nacimiento eterno del Verbo en el seno de los esplendores del Padre (primera misa); la aparición temporal en la humildad de la carne (segunda misa); el regreso final en el último juicio (tercera misa) (Liber Sacramentorum).

Un antiguo documento del año 354 llamado el Cronógrafo confirma la existencia en Roma de esta fiesta el 25 de diciembre, que corresponde a la celebración pagana del solsticio de invierno «Natalis solis invicti», esto es, el nacimiento del nuevo sol que, después de la noche más large del año, readquiría nuevo vigor.

Al celebrar en este día el nacimiento de quien es el verdadero Sol, la luz del mundo, que surge de la noche del paganismo, se quiso dar un significado totalmente nuevo a una tradición pagana muy sentída por el pueblo, porque coincidía con las ferias de Saturno, durante las cuales los esclavos recibían dones de sus patrones y se los invitaba a sentarse a su mesa, como libres ciudadanos. Sin embargo, con la tradición cristiana, los regalos de Navidad hacen referencia a los dones de los pastores y de los reyes magos al Niño Jesús.

En oriente se celebraba la fiesta del nacimiento de Cristo el 6 de enero, con el nombre de Epifanía, que quiere decir «manifestación», después la Iglesia oriental acogió la fecha del 25 de diciembre, práctica ya en uso en Antioquía hacia el 376, en tiempo de San Juan Crisóstomo, y en el 380 en Constantinopla. En occidente se introdujo la fiesta de la Epifanía, última del ciclo navideño, para conmemorar la revelación de la divinidad de Cristo al mundo pagano.

Los textos de la liturgia navideña, formulados en una época de reacción contra la herejía trinitaria de Arrio, subrayan con profundidad espiritual y al mismo tiempo con rigor teológico la divinidad y realeza del Niño nacido en el pesebre de Belén, para invitarnos a la adoración del insondable misterio de Dios revestido de carne humana, hijo de la purísima Virgen María.

 

 

Cristo, nuestro hermano menor

Santo Evangelio según Juan 1, 1-18. Natividad del Señor

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, haz que reconozca tu grandeza en este nuevo año que vamos a iniciar. Que pueda sentirte más cercano cada día; ayúdame a contemplar el misterio de tu vida, especialmente tus primeros años.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según Juan 1, 1-18

En el principio ya existía aquel que es la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Ya en el principio él estaba con Dios. Todas las cosas vinieron a la existencia por él y sin él nada empezó de cuanto existe. Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron.

Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz.

Aquel que es la Palabra era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba; el mundo había sido hecho por él y, sin embargo, el mundo no lo conoció.

Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron, les concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales no nacieron de la sangre, ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre, sino que nacieron de Dios.

Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, gloria que le corresponde como Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan el bautista dio testimonio de él, clamando: «A éste me refería cuando dije: ‘El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo».

De su plenitud hemos recibido todos, gracia sobre gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cristo es la palabra de Dios que, desde siempre, es Dios y comunica la existencia a todas las cosas del mundo porque Él es el canal por el cual Dios Padre puede transmitir la vida. Así es como debemos reconocer que Dios es la base y principio de todas las cosas que conocemos en el mundo, especialmente en los hombres que son imagen y semejanza de Dios desde que nacen hasta que mueren.

Juan era una persona que tuvo una experiencia única de Dios y por esto se convirtió en testigo de Cristo que es la luz. Nadie quiere vivir en tinieblas, escondido, sin poder contemplar las cosas como son; por eso nos hace mucho bien dejarnos iluminar por Cristo y, con Él, ver cómo está nuestra vida al finalizar este año, porque este tiempo es especial para examinar cómo va nuestra vida. También nos ayuda a ver las cosas desde su perspectiva de Hijo amado del Padre. Todos tienen la oportunidad de ser iluminados por Cristo porque Él es un amigo que nunca falla, siempre fiel; pero es nuestra decisión el aceptar o no la luz porque Él no se impone en nuestra vida, sino que nos deja escoger. Y, ¿qué ganamos aceptando la luz de Cristo en nuestras vidas? Ser hijos de Dios que se saben amados por el Padre y pueden poner toda su confianza en Él, sentirse hermanos de todos los hombres, verse pequeños delante de Dios que nos guía en nuestro peregrinar, etc. Y el gran misterio de la encarnación, lo podemos tocar porque Cristo vino al mundo para mostrarnos su rostro que es el rostro de Dios y hombre.

«Cada año, la liturgia nos invita a contemplar a Dios en el candor de un niño excluido, que venía a los suyos, pero fue rechazado. Según san Ignacio, una ancila, una persona, una joven que sirve, asiste a la Sagrada Familia. Junto a ella, Ignacio nos apremia a introducirnos también nosotros, “haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase”. Esto no es poesía ni publicidad, esto Ignacio lo sentía. Y lo vivía. Esta contemplación activa de Dios, de Dios excluido, nos ayuda a descubrir la belleza de toda persona marginada. Ningún servicio sustituye a “valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe”». (Homilía de S.S. Francisco, 7 de noviembre de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Contemplar un nacimiento tomando en cuenta la grandeza y la pequeñez de Dios.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. ¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros. En nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Navidad: la gracia de encontrar lo esencial

Una mirada sobre Cristo, nuestra única Esperanza.

La sobriedad de una Navidad en tiempo de crisis nos ha obligado a considerar lo que realmente es esencial. Con contundentes palabras San Agustín condensaba el Misterio: Cristo de ti para sí tenía la carne, de sí para ti la salvación (San Agustín, In Ps 60,3). Asumiendo tantas estrecheces y limitaciones el Verbo de Dios nació para redimirnos, para morir (cfr. San Gregorio de Nissa, Or. Cat., 32; PG 45,80). En los mosaicos bizantinos el Niño Dios está recostado en un ataúd, no en un pesebre. También en esta inspiración artística encontramos el valor del sufrimiento y de la muerte, asumido desde el nacimiento en la carne del Hijo de Dios. Por ello, podemos aprender tanto del misterio que este año se vive de un modo particular.

Nuestra sociedad occidental consumista y materialista necesitaba quizás una sacudida para dejar de lado lo superfluo, para detenerse en ese “nacimiento pascual” entre la vida y la muerte, entre Belén y Calvario, todo aunado en la carne de un Niño frágil y eternamente Poderoso. Digo “nacimiento pascual”, con un toque amargo y salvífico de Pasión. Pascua es pasar a lo que no pasa y lo que no pasa es eterno. Lo que es eterno es esencial. Cristo al nacer nos invita a mirarle a Él, el que no pasa. ¡Sólo Cristo es esencial!

Si con su muerte pasa de este mundo efímero al Padre es para que, pasando- “padeciendo”- vayamos a lo que no pasa, es decir, a la eternidad, a lo que es esencial. Y, para llevar esto a cabo, nace hoy en nuestra vida agitada por un pequeño virus que nos molesta y trastoca nuestra vida. Si Cristo no nace en nuestro corazón, entonces, ¿Dónde podrá estar? ¿Dónde, si no allí? (cfr. San Ambrosio, In Lucam, 11,38). Es en esta clave que la pandemia dará su fruto como conversión del corazón a lo esencial: la tierna carne de Cristo. Donde Navidad y Pascua no son dos misterios separados, sino intrínsecamente unidos.

El sufrimiento y la incertidumbre del Covid-19 han obligado al hombre distraído y autosuficiente a mirar el Belén con una actitud más humilde, más humana. Ha centrado nuevamente el sentido verdadero del amor humano- que según Bergson- ha plagiado el amor divino. Contemplando a Dios en el pesebre nos damos cuenta de que el día de Belén es más importante que el del Calvario. Así lo intuía Góngora cuando afirmaba que existe una distancia más grande de Dios a hombre que de hombre a muerto: Belén y Calvario. Si Dios se ha hecho hombre, ahora ser hombre es la cosa más grande que se puede ser.

La dicha de pertenecer a la familia humana en estos momentos difíciles de la historia es sólo si estamos insertados en Cristo. De este modo hasta el llanto de una comunidad humana afectada por un ínfimo virus podrá ser participación al llanto de un Dios que asumió tantas estrecheces. Insertar nuestra prueba y nuestro dolor en Cristo Niño es la invitación a escuchar “el llanto del hombre en Dios, y en el hombre la alegría, lo cual del uno y del otro tan ajeno ser solía” (San Juan de la Cruz, Romance del Nacimiento).

Siendo así la emergencia sanitaria mundial, obligándonos a vivir una Navidad sobria nos ha interpelado a volver la mirada del corazón con humildad y amor a lo que es esencial, a lo que no pasa: a Cristo. Sólo en la humildad de Belén la dramática situación actual, más allá de la percepción de un mundo que gime en dolores de parto (cfr. Rm 8,22), podrá ser oportunidad de gracia y podremos padecer y compadecernos de esta misteriosa realidad virgiliana donde constatamos las lágrimas de las cosas y de la historia humana (cfr. Virgilio, Eneida, 1, 462). Cristo con su Encarnación ha asumido no sólo la alegría de ser uno de nosotros, sino también esta dimensión dolorosa de ser hombre, de ser vulnerable, de tomar sobre sí el llanto del hombre y del mundo, de morir.

¡Nació para morir y resucitar! De Cristo sonriente en el pesebre no se dice lo que se dice de todos los hombres cuando nacen: “quizás sea rico, quizás pobre; quizás sea bello, quizás feo; quizás vivirá mucho tiempo, quizás no… lo cierto es que de ningún hombre se dice que quizás morirá o quizás no morirá” (San Agustín, Sermo Guelf. 12,3). ¡No! El Verbo de Dios no será rico, será pobre (cfr. 2 Cor 8,9). Será hermoso porque atraerá multitudes, pero al fin de la vida no tendrá apariencia alguna para que lo contemplen, inmerso en su Pasión (cfr. Isa 53,2). Morirá por haber asumido nuestra condición humana, excepto el pecado.

Dicho esto, la mirada humilde volcada a lo esencial descubre que el que nace para morir es la única respuesta al deseo de eternidad de todos los hombres. Su nacimiento entraña Vida Eterna, porque la lágrima del hombre y del mundo en este 2020 descansa en la tierna carne de Cristo, semilla de Resurrección. ¡Sólo la mirada humilde lo puede intuir! Es más, ¡sólo el corazón del hombre humilde lo puede creer!

De lo contrario, vivir la Navidad en medio de una crisis mundial será muy difícil y reconocer que Cristo es la única respuesta a toda esta situación podrá ser algo imposible. Sin la mirada humilde del que cree el hombre actual seguirá pidiendo razones, formulando preguntas, manifestando su escepticismo, acercándose al pesebre con categorías humanas insuficientes como lo hizo aquel pensador pagano de la antigüedad que ponía en tela de juicio la Encarnación del Verbo de Dios: “¿Hijo de Dios un hombre que ha vivido hace pocos años? ¿Logos eterno “de ayer o de anteayer”? ¿Un hombre nacido en un albergue de Judea, de una pobre hilandera?” (Orígenes, Contra Celso, I, 26,28; VI, 10).

A estas alturas nos preguntamos: ¿contemplando el Belén habrá alguna figura que nos cautive con su ejemplo de mirada volcada a lo esencial? Sí. El Papa Francisco providencialmente ha propuesto una poco antes de la Navidad: San José. Todo lo que hemos reflexionado hasta aquí indudablemente se puede intuir y creer con la mirada humilde y esencial de San José. Bien lo expresa el Papa Francisco: “Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia. Si no nos reconciliamos con nuestra historia, ni siquiera podremos dar el paso siguiente, porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las consiguientes decepciones. (…) La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge. Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una historia más grande, un significado más profundo. (…) La venida de Jesús en medio de nosotros es un regalo del Padre, para que cada uno pueda reconciliarse con la carne de su propia historia, aunque no la comprenda del todo” (Papa Francisco, Carta Apostólica Patris corde, 4. Padre en la acogida). Sólo nos reconciliaremos con la realidad de una Navidad sobria y esencial de la mano de San José, el que supo dejar todas las distracciones y fijar los ojos en aquel Niño indefenso y sonriente que tanta paz traía.

Cristo asumió nuestra carne para darnos la salvación, la verdadera Vida que no pasa. San Agustín tenía razón y ya lo podemos entender mejor desde la mirada orante y humilde de San José, el hombre que se fija en lo esencial. Y aunque todo parezca perdido o la prueba se vuelva dura en estos tiempos, que San José nos conceda la gracia de perseverar silenciosamente, con la fe y las obras, para que Cristo nazca en el corazón de todos los hombres también en esta Navidad externamente peculiar. Por último, es cierto que la actualidad parece un cuento muy simpático de Antonio García Barbeito, titulado “El día que Jesús no quería nacer”. Un cuento que llena de esperanza. Un ángel va anunciando a todos los personajes del Belén que Jesús no quería nacer y al mismo tiempo cada uno permanece en su sitio con fe, esperando que llegue su Esperanza. Hasta que al final las virtudes teologales dialogan con el Ángel y la Esperanza del cuento- que es también la de nuestra mirada a lo esencial-, dice: “¿Quién soy yo? Yo soy la Esperanza. La virtud que no se cansa de esperar. No temo a la lontananza. Yo sé que todo se alcanza, que todo habrá de llegar. Por eso vengo al Portal sin dolerme la tardanza que esperar en esperanza es gozar lo que aún no está. Pero dile tú que sueño su pequeño despertar. Dile que estoy esperando, celebrando su venida a la Vida… Mas si no quiere nacer, porque esté cumpliendo fiel del cielo alguna ordenanza, coméntale mi añoranza y dile que esperaré hasta que lo quiera Él. ¡Por algo soy Esperanza!” (Antonio García Barbeito, Pregón de la Navidad, El día que Jesús no quería nacer).

Que con la mirada humilde al Niño Jesús amemos lo que es esencial y esperemos en Esperanza. Esta Navidad sea la escuela donde aprendamos que el hombre que sufre y gime se encuentra en una silenciosa gestación de la que el Hijo de Dios quiso ser participe para que en Él fuéramos engendrados para aquel mundo que no envejece (cfr. Nicolás Cabasilas, Vita in Cristo, I, 1-2 a). Sólo en Cristo el mundo podrá reconciliarse consigo mismo y con su historia. Cuando esto suceda nos asombraremos de que el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros.

¡Feliz Navidad y un Año Nuevo lleno de bendiciones!

 

 

«Todos, jóvenes y mayores, necesitamos soñar»

Un extracto de la conversación del padre jesuita Antonio Spadaro con el Papa Francisco.

Un relato coral sobre la vejez como un tesoro que hay que redescubrir, contada desde un punto de vista nuevo y original: los ojos de la generación más joven. Se trata de la serie documental de cuatro episodios «Historias de una generación con el Papa Francisco» que Netflix pone a disposición del público a partir del día de Navidad en los cinco continentes.

Historias de amor, de sueños, de lucha y de trabajo, unidas por el hilo conductor de la relación intrageneracional, acompañadas de las reflexiones y recuerdos de Francisco que enriquecen las historias de los demás.

Todo surge de una conversación entre el Papa y el padre jesuita Antonio Spadaro, director de La Civiltà Cattolica y asesor editorial de la serie escrita por Simona Ercolani y producida por «Stand By Me». En el extracto que el autor publica hoy en las páginas de Il Fatto quotidiano, se comparte el pensamiento y organismo similar a la sensación de dos polos que se atraen»; reinterpreta el baile del tango de forma personal y poética, como «dirigir y ser dirigido, tener la responsabilidad de cuidar al otro»; y luego explica el concepto de «paternidad», que no es tanto generar hijos como transmitir la propia existencia al hijo. «En la vida», dice el Pontífice en la conversación con el padre Spadaro, «lo que te hace ser padre es tu compromiso con la existencia, los límites, la grandeza, el desarrollo de esa persona a la que has dado la vida y a la que has visto crecer».

La vida es aséptica sin sueños

Pero el tema central son los sueños y el vínculo entre jóvenes y mayores también a través de ellos. Quien no sueña es una persona aséptica y su vida carece de poesía, dice Francisco, calificándose a sí mismo de soñador. «Yo también escribía poemas, pero luego los rompía porque no me gustaban. Así era como daba voz a mis sueños». «Todos necesitamos soñar. Consciente o inconscientemente».

Sueño y profecía

¿Y las personas mayores? También ellos deben soñar -dice Francisco- y así llevarnos «hacia horizontes» inimaginables. Y son los jóvenes los que tienen un papel fundamental en esto: el Papa en su conversación con el padre Spadaro destaca la importancia de la cercanía entre generaciones.

«Los sueños de una persona mayor son la riqueza de la vida que te ofrecen y te dan. Es la riqueza de toda esa vida que te ofrecen como experiencia de vida. El sueño de los jóvenes es la profecía, es decir, la capacidad de avanzar. Por eso es importante reunir a los jóvenes y a los mayores. El anciano que da sus sueños y el joven que los recibe y puede transmitirlos, con vistas al futuro».

Dignidad y creatividad en el trabajo

Y luego está la lucha: porque para realizar los sueños, a veces, dice el Papa, «es necesario luchar» y la lucha es una realidad:

«No me gusta, pero no puede haber vida sin lucha. No me gusta, pero no puede haber vida sin lucha. Es algo que está dentro de nosotros» y nunca se es demasiado viejo para luchar por lo que se tiene dentro «si se tiene el corazón y el alma abiertos». Así que no hay vida sin lucha, como no hay dignidad sin trabajo. Incluso el trabajo es un logro que -y el Papa lo explica cuando cuenta su experiencia de trabajo de verano en una fábrica de calcetines- es una fuente de dignidad. Y de la dignidad surge la creatividad.

«La creatividad es poesía. Pensemos que el poeta es alguien que sueña con los ojos abiertos. Un creador es un poeta. Cuando creas algo, eres un poeta. Estás haciendo poesía. No hay dignidad sin creatividad. La dignidad nos lleva a crear. Uno no se automatiza en su trabajo. La automatización es peligrosa. Por eso, un buen trabajador es siempre creativo. Se transforma en un regalo para los demás».

 

 

Oración para Navidad del Papa Francisco

Una oración del Papa Francisco para celebrar el Nacimiento del Niño Jesús.

Un hijo se nos ha dado.
Eres tú, Jesús, el Hijo que me hace hijo.
Me amas como soy, no como yo me sueño
Al abrazarte, Niño del pesebre,
abrazo de nuevo mi vida.
Acogiéndote, Pan de vida,
también yo quiero entregar mi vida.
Tú que me salvas,
enseñame a servir.
Tú que no me dejas solo,
ayúdame a consolar a tus hermanos,
porque desde esta noche
todos son mis hermanos.
Amén.

 

 

El buey y el asno, junto al pesebre

Los rostros del buey y el asno nos miran esta Navidad y nos hacen una pregunta: ¿Comprendes tú la voz del Señor? ¿Volverás a casa llenos de alegría?

Por: Joseph Ratzinger

Benedicto XVI, cuando aún no era Papa, escribió varios textos dedicados a la Navidad en el libro Imágenes de la esperanza.

En la cueva de Greccio (Es una pequeña localidad situada en el valle de Rieti, en Umbría, no muy lejos de Roma ) se encontraban aquella Nochebuena, conforme a la indicación de san Francisco de Asis, el buey y el asno: «Quisiera evocar con todo realismo el recuerdo del niño, tal y como nació en Belén, y todas las penalidades que tuvo que soportar en su niñez. Quisiera ver con mis ojos corporales cómo yació en un pesebre y durmió sobre el heno, entre un buey y un asno».

Desde entonces, el buey y el asno forman parte de toda representación del pesebre. Pero, ¿de dónde proceden en realidad? Como es sabido, los relatos navideños del Nuevo Testamento no cuentan nada de ellos. Si tratamos de aclarar esta pregunta, tropezamos con uno hechos importantes para los usos y tradiciones navideños, y también, incluso, para la piedad navideña y pascual de la Iglesia en la liturgia y las costumbres populares.

El buey y el asno no son simplemente productos de la fantasía piadosa. Gracias a la fe de la Iglesia en la unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento, se han convertido en acompañantes del acontecimiento navideño. De hecho, en Isaías 1,3 se dice: Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne.

Los Padres de la Iglesia vieron en estas palabras una profecía referida al nuevo pueblo de Dios, la Iglesia constituida a partir de judíos y gentiles. Ante Dios, todos los hombres, judíos y gentiles, eran como bueyes y asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les ha abierto los ojos, para que ahora reconozcan la voz de su Dueño, la voz de su Amo.

En las representaciones navideñas medievales, sorprende continuamente cómo a ambos animales se les dan rostros casi humanos; cómo, de forma consciente y reverente, se ponen de pie y se inclinan ante el misterio del Niño. Esto era lógico, pues ambos animales eran considerados la cifra profética tras la que se esconde el misterio de la Iglesia –nuestro misterio, el de que, ante el Eterno, somos bueyes y asnos–, bueyes y asnos a los que en la Nochebuena se les abren los ojos, para que en el pesebre reconozcan a su Señor.

Pero, ¿lo reconocemos realmente? Cuando ponemos en el pesebre el buey y el asno, debe venirnos a la mente la palabra entera de Isaías, que no sólo es buena nueva –promesa de conocimiento venidero–, sino también juicio sobre la presente ceguedad. El buey y el asno conocen, pero «Israel no conoce, mi pueblo no discierne».

¿Quién es hoy el buey y el asno, quién es mi pueblo que no discierne? ¿En qué se conoce al buey y al asno, en qué a mi pueblo? ¿Por qué, de hecho, sucede que la irracionalidad conoce y la razón está ciega?

Para encontrar una respuesta, debemos regresar una vez más, con los Padres de la Iglesia, a la primera Navidad.

¿Quién no conoció? ¿Por qué fue así?

Quien no conoció fue Herodes: no sólo no entendió nada cuando le hablaron del Niño, sino que sólo quedó cegado todavía más profundamente por su ambición de poder y la manía persecutoria que le acompañaba.

Quien no conoció fue, «con él, toda Jerusalén». Quienes no conocieron fueron los hombres elegantemente vestidos, la gente refinada. Quienes no conocieron fueron los señores instruidos, los expertos bíblicos, los especialistas de la exégesis escriturística, que desde luego conocían perfectamente el pasaje bíblico correcto, pero, pese a todo, no comprendieron nada.

Quienes conocieron fueron –comparados a estas personas de renombre– bueyes y asnos: los pastores, los magos, María y José. ¿Podía ser de otro modo? En el portal, donde está el Niño Jesús, no se encuentran a gusto las gentes refinadas, sino el buey y el asno.

Ahora bien, ¿qué hay de nosotros? ¿Estamos tan alejados del portal porque somos demasiado refinados y demasiado listos? ¿No nos enredamos también en eruditas exégesis bíblicas, en pruebas de la inautenticidad o autenticidad del lugar histórico, hasta el punto de que estamos ciegos para el Niño como tal y no nos enteramos de nada de Él? ¿No estamos también demasiado en Jerusalén, en el palacio, encastillados en nosotros mismos, en nuestra arbitrariedad, en nuestro miedo a la persecución, como para poder oír por la noche la voz del ángel, e ir a adorar?

De esta manera, los rostros del buey y el asno nos miran esta noche y nos hacen una pregunta: Mi pueblo no entiende, ¿comprendes tú la voz del Señor? Cuando ponemos las familiares figuras en el nacimiento, debiéramos pedir a Dios que dé a nuestro corazón la sencillez que en el Niño descubre al Señor –como una vez San Francisco en Greccio–. Entonces podría sucedernos también –de forma muy semejante a san Lucas cuando habla sobre los pastores de la primera Nochebuena–: todos volvieron a casa llenos de alegría.

 

 

Navidad: El día en que Dios se hizo bebé

Un acontecimiento histórico rodeado de una gran humildad

 

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La Navidad conmemora el nacimiento de Jesús en Belén en la provincia del entonces emperador César Augusto en torno al año 1.

¿Cómo fue ese acontecimiento? Lo explican los Evangelios.

Cuando se acercaba el día de su nacimiento, su madre María tuvo que salir de Nazaret para acompañar a su esposo José a cumplir un edicto que obligaba a todos a empadronarse en su ciudad de origen.

Así que el parto les pilló fuera de casa, y no tenían recursos para pagar una posada ni les acogió nadie. Sólo una persona les cedió un establo de animales.

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Por eso la noche en que nació, Jesús fue colocado en un pesebre, como siglos antes lo habían anunciado los profetas.

Asombroso: Profecías del Antiguo Testamento cumplidas en Jesús

Acontecimiento escondido

El Evangelio de Lucas relata que un ángel avisó de este escondido acontecimiento a unos pastores que cuidaban su rebaño en un lugar cercano. Ellos acudieron a verlo y reconocieron su divinidad.

El misterio de Dios hecho hombre ocurrió discretamente en la noche, entre paja, animales y personas sencillas.
Más tarde llegaron unos magos de Oriente buscando al rey de los judíos, guiados por su estrella, reconocieron la divinidad de Jesús y llenos de alegría de rodillas lo adoraron.

Más de dos mil años después, los cristianos celebran durante varios días en todo el mundo que Dios se hace hombre (naciendo como un bebé pobre) para salvar a la humanidad. Es la fiesta de la luz iluminando la oscuridad, que precede a la resurrección.

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El niño Jesús manifiesta la esencia de Dios -el amor- y su manera de hacer las cosas: respetar la libertad y hacerse pequeño para ser acogido y amado.

 

 

El que es la Palabra se hizo hombre

Éste es, hermanos y hermanas, el anuncio que nos hace el evangelio de esta mañana radiante, ayudándonos a penetrar más y más el sentido del nacimiento del hijo de María que hemos contemplado esta noche.

El que es la Palabra se hizo hombre. Plantó entre nosotros su tabernáculo, por ser uno de nosotros. Por eso es en la Navidad que toman toda su fuerza las palabras de Isaías que escuchábamos en la primera lectura: qué gozo de oír […] los pasos del mensajero que anuncia la paz y trae la buena nueva. Que anuncia la paz y trae el Evangelio.

Es el anuncio definitivo; es la Palabra por excelencia que Dios nos comunica. En varias ocasiones y de muchas formas, Dios antiguamente había hablado a los padres por boca de los profetas; pero ahora, en estos días, […] nos ha hablado a nosotros en la persona del Hijo, decía la segunda lectura.

La Palabra todopoderosa y eterna, creadora, que estaba cerca del Padre y por la que todo ha venido a la existencia, ahora nos ha sido enviada, hecha hombre para comunicarnos la Vida que existe en ella. Sí: ¡Qué gozo de sentir la presencia de aquel que es la Palabra y trae la buena nueva, el Evangelio!

El mensajero anunciado por el profeta, el hijo de María, nos es presentado hoy en el evangelio como aquel que es la Palabra eterna. Fijémonos qué implica esta afirmación del evangelio: Palabra significa comunicación personal, revelación de la intimidad, hacer transparente el pensamiento y el corazón, invitación al diálogo. El Dios inalcanzable debido a su grandeza, por tanto, en Jesucristo nos revela su intimidad, nos hace transparente su pensamiento y su corazón, desde el momento en que Jesús es la expresión más auténtica de la gloria de Dios y la huella de su mismo ser, según nos decía, también, la segunda lectura. Todo porque Dios quiere darse a conocer como fornal de luz y amor para establecer un diálogo con la humanidad, con cada persona concreta. Si Dios, en Jesucristo, se da del todo en el diálogo personal, nosotros no podemos rehusar de escucharle, de hablarle de corazón a corazón, de darle una respuesta generosa viendo su generosidad. Quien tiene la gloria de Hijo único del Padre se ha hecho compañero nuestro de ruta; ha asumido nuestra pobreza radical por llevarnos a la comunión con Dios, para que podamos establecer con él un diálogo cordial, de amigo a amigo.

El niño del belén habla de manera elocuente, pues, también con su silencio, al igual que lo hará en la cruz. En el silencio es también la Palabra que nos habla de humildad, de compartir nuestra experiencia humana, con la debilidad y el llanto que le es inherente. Por eso es muy instructivo leer el prólogo del evangelio de san Juan, que nos acaba de ser proclamado, pensando en la escena tan humana y tan pobre del nacimiento de Belén tal y como nos era narrada por san Lucas en el evangelio de la noche.

Y ya antes de hacerse hombre, quien es la Palabra y la Luz del mundo había establecido una relación profunda con la humanidad. El evangelista nos ha dicho que por él todo ha venido a la existencia y nada de lo que ha venido a existir ha venido sin él. En él, pues, hemos sido creados; él es el secreto de nuestra vida y nuestro destino, él nos mantiene en la existencia, él nos proyecta hacia nuestro futuro. En él nos reencontramos a nosotros mismos en plenitud, él es la raíz y la explicación última de quienes somos. No sólo de nosotros, los cristianos. Sino de toda persona creada. Esta realidad está en sintonía con el hecho de que él es la Luz verdadera, la que […] ilumina a todos los hombres. Lo que nos abre unas nuevas perspectivas en nuestro diálogo con las religiones y con los que no creen, pero se quieren fieles a su conciencia. También ellos participan, de alguna forma, de la Luz que desde los orígenes del mundo ha iluminado e ilumina el corazón humano. “Antes de encarnarse en Jesús, quien es la Palabra se ofrecía ya a la humanidad como luz, como sentido de la vida; se le ofrecía indicando cómo cada persona es llamada a amar, a darse, a superarse a sí misma, a despegar hacia el misterio de Dios” (cfr. Carlo M. Martini, Il caso serio della fede, pp. 42.44).

Esto explica, por otra parte, porque el cristiano no puede permanecer indiferente ante ningún ser humano ni ante ninguna situación de injusticia o sufrimiento. Debemos hacer todo lo que esté nuestro alcance a favor de nuestros hermanos de humanidad. Se ha visto en la forma en que la Iglesia, en sus miembros, se ha hecho presente para ayudar, para consolar y para curar en la pandemia que nos afecta; en la forma en que la Iglesia, en sus miembros, contribuye a paliar las nuevas situaciones de pobreza que se han creado y que cada día van creciendo. Cada uno debe ver cómo puede ayudar a los demás de cerca o de lejos.

¡Qué gozo tener entre nosotros el que es la Palabra! ¡Qué gozo conocerlo por la fe tal y como él se nos manifiesta «hoy» que ha plantado entre nosotros su tabernáculo! La liturgia, en sus textos, subraya fuertemente esta expresión: «hoy». Porque la celebración de la Navidad, como la de Pascua, no es un simple recuerdo, sino una irrupción de Dios en nuestra historia, en nuestro «hoy». Hoy se renueva la comunicación del don concedido a la humanidad en el nacimiento de Jesús. Hoy es, pues, día de memorial; día de recuerdo y de don de la gracia. Una gracia que se concreta en nuestra adopción como hijos de Dios y en la llamada a toda la humanidad para que participe. Cuando el tiempo llegó a su plenitud, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, […] para que obtuviéramos la condición de hijos (cf. Ga 4, 4-5; Yo 1, 12), enseña san Pablo en el unísono con el evangelio de san Juan.

La Navidad nos sumerge más y más en nuestra filiación divina, en nuestra incorporación a Jesucristo. Y, por tanto, nos adentra en la comunión con el Padre por obra del Espíritu. La intimidad con quien es la Palabra nos hace crecer, nos va transformando íntimamente. Acogemos hoy este Don, entramos en diálogo de fe, de revelación y de amor con el que es la Palabra hecha hombre. Y estallamos en cantos y en gritos de alegría, en adoración y en acción de gracias ahora que él se hará presente en los Santos Dones eucarísticos.

 

 

Urbi et Orbi, el Papa: No nos acostumbremos a las tragedias

El Mensaje del Papa para la Navidad 2021 es una revista por los conflictos, las guerras y una oración por las víctimas en la pandemia

En su mensaje de Navidad, antes de la bendición impartida desde la logia central de la Basílica, El papa Francisco recordó las tierras y los pueblos sacudidos por la guerra y la violencia, como las mujeres maltratadas, los niños que sufren hambre, los ancianos abandonados, los refugiados y los que sufren la pandemia.

Asimismo, ha impartido la indulgencia plenaria concedida a los presentes y a los fieles conectados a través de los medios de comunicación.

“El Verbo se hizo carne para dialogar con nosotros. Dios no quiere tener un monólogo, sino un diálogo. Porque Dios mismo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es diálogo, eterna e infinita comunión de amor y de vida”, expresó.

Un camino que hay que recorrer también y sobre todo «en este tiempo de pandemia”. Un momento histórico en el que “se pone a prueba nuestra capacidad de relaciones sociales, se refuerza la tendencia a cerrarse, a valerse por uno mismo, a renunciar a salir, a encontrarse, a colaborar.”

El pontífice invita observar la situación en “ámbito internacional”, donde “existe el riesgo de no querer dialogar, el riesgo de que la complejidad de la crisis induzca a elegir atajos, en vez de los caminos más lentos del diálogo; pero son estos, en realidad, los únicos que conducen a la solución de los conflictos y a beneficios compartidos y duraderos”.

En efecto, mientras el anuncio del nacimiento del Salvador, fuente de la verdadera paz, resuena a nuestro alrededor y en el mundo entero, vemos todavía muchos conflictos, crisis y contradicciones. Parece que no terminan nunca y casi pasan desapercibidos. Nos hemos habituado de tal manera que inmensas tragedias ya se pasan por alto; corremos el riesgo de no escuchar los gritos de dolor y desesperación de muchos de nuestros hermanos y hermanas.

Siria, Irak y Yemen

El Obispo de Roma invita a reflexionar sobre la grave situación del pueblo de Siria, y las historias detrás de los casi 6 millones de desplazados del conflicto, y también de Irak que visitó en marzo pasado.

La súplica del Papa es “por los niños” que sufren en las guerras. “Escuchemos el grito de los niños que se alza desde Yemen, donde una enorme tragedia, olvidada por todos, se está perpetrando en silencio desde hace años, provocando muertos cada día”.

Pensemos en el pueblo sirio, que desde hace más de un decenio vive una guerra que ha provocado muchas víctimas y un número incalculable de refugiados. Miremos a Irak, que después de un largo conflicto todavía tiene dificultad para levantarse.

Tierra Santa

El Papa pidió no olvidar “las continuas tensiones entre israelíes y palestinos que se prolongan sin solución, con consecuencias sociales y políticas cada vez mayores”.

“No nos olvidemos de Belén, el lugar en el que Jesús vio la luz, que vive tiempos difíciles, también a causa de las dificultades económicas provocadas por la pandemia, que impide a los peregrinos llegar a Tierra Santa, con efectos negativos en la vida de la población”.

Entretanto, dirigió su pensamiento hacia el Líbano,”que sufre una crisis sin precedentes con condiciones económicas y sociales muy preocupantes”, donde el 70% de la población vive la pobreza.

Paz y diálogo

En su mensaje de Navidad, el Sucesor de Pedro exhortó a la humanidad a abrirse al diálogo. El Papa remarcó el difícil camino de la paz en Oriente Medio y el mundo.

A el pequeño Jesús en el pesebre “pidámosle la fuerza de abrirnos al diálogo. En este día de fiesta le imploramos que suscite en nuestros corazones anhelos de reconciliación y de fraternidad. A Él dirijamos nuestra súplica”.

Rememoró la difícil situación de Afganistán, donde más de 3 millones de niños no tienen que comer y hasta las madres de familias numerosas venden a sus hijos en el mercado porque no tienen pan:

“Sostén a todos los que están comprometidos en la asistencia humanitaria a las poblaciones que se ven forzadas a huir de su patria; consuela al pueblo afgano, que desde hace más de cuarenta años es duramente probado por conflictos que obligan a muchos a dejar el país”.

Myanmar

El Papa auspició una solución para la martirizada Myanmar y otras naciones en conflicto como Ucrania: “Rey de las naciones, ayuda a las autoridades políticas a pacificar las sociedades devastadas por tensiones y conflictos”.

“Sostén al pueblo de Myanmar, donde la intolerancia y la violencia también golpean frecuentemente a la comunidad cristiana y los lugares de culto, y opacan el rostro pacífico de sus gentes”.

África.

Francisco ha abierto su corazón por la situación de África y los diversos países que sufren carestías, hambre y conflictos.

Príncipe de la Paz, asiste a Etiopía para que vuelva a encontrar el camino de la reconciliación y la paz a través de un debate sincero, que ponga las exigencias de la población en primer lugar. Escucha el grito de los pueblos de la región del Sáhel, que padecen la violencia del terrorismo internacional. Dirige tu mirada a los pueblos de los países del Norte de África que sufren a causa de las divisiones, el desempleo y la desigualdad económica, y alivia los sufrimientos de muchos hermanos y hermanas que sufren por los conflictos internos de Sudán y Sudán del Sur

América

Por otro lado, el Papa recordó el continente americano para que “prevalezcan los valores de la solidaridad, la reconciliación y la pacífica convivencia, a través del diálogo, el respeto recíproco y el reconocimiento de los derechos y los valores culturales de todos los seres humanos”.

Las mujeres víctimas de violencia

El Papa rezó por las personas que sufren la violencia, en especial recordó a las mujeres y los niños.

“Hijo de Dios, conforta a las víctimas de la violencia contra las mujeres que se difunde en este tiempo de pandemia. Ofrece esperanza a los niños y a los adolescentes víctimas de intimidación y de abusos. Da consuelo y afecto a los ancianos, sobre todo a los que se encuentran más solos. Concede serenidad y unidad a las familias, lugar primordial para la educación y base del tejido social.

 

 

 

 

Madre Verónica y la Navidad: «Dios quiso necesitar la ternura humana para que nos dejáramos cuidar»

Madre Verónica medita sobre el misterio de la Navidad y reflexiona sobre la ternura que desarma al hombre

En la Navidad celebramos el nacimiento de Cristo, un momento que cambió el rumbo de la historia y abrió el camino hacia el cielo. Pero una vez que han pasado más de 2.000 años, ¿esta fiesta se celebra como un recuerdo lejano o realmente se busca que Jesús vuelva a nacer en cada uno?

Para profundizar en el misterio de la Navidad, más actual que nunca, la Madre Verónica Berzosa, ha compartido una profunda meditación con las hermanas de Iesu Communio centrada en cómo “la ternura te desarma”.

“En la Navidad el verbo se hizo carne, no es sólo un anuncio, una palabra, sino que la palabra se hace carne. ¿Qué ocurrió? Aquellos pastores que estaban al raso no podían imaginar lo que estaban llamados a ver en la noche cuando en el silencio de la noche una luz les invadió, una luz de gloria, una luz los llenó de ternura, la misericordia entrañable de Dios envolvió a todos en su interior”, comenzó la fundadora de este instituto religioso repleto de jóvenes religiosas.

La señal enviada a los pastores

El ángel les habló de una señal a los pastores, que era el encontrar a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Madre Verónica se centra en este aspecto pues considera que “es una señal que no envía a otra realidad, es una señal que es realidad, un niño. Este niño es la realidad hacia la que tienen que ir. La realidad es visible, no viene sólo a señalar; es el Rey, la realidad, el amor, el esposo”.

Pero, ¿qué significa encontrar a Dios en un niño?, se pregunta la religiosa burgalesa. Es “luz de ternura”, explica. La Virgen dio a luz un hijo y lo envolvió en pañales… con ternura. “Todo lo que se pide a María cuando Dios desciende a su seno y lo toma ahora en sus brazos es ternura”, señala.

En este sentido, de la misma manera que los pañales envuelven al niño, la luz de Dios –recalca Madre Verónica- “envuelve ahora nuestra vida”. De este modo, “la ternura del Padre es que nosotros podamos envolver en ternura a Dios”, pero a la vez “esta ternura del Padre es que nos ha dado la carne de Jesucristo, de nuestro esposo, para poderlo amar y servir en esta vida”.

Dirigiéndose a las hermanas de Iesu Communio recordaba que “desde el momento en el que el hijo de Dios es abandonado a los cuidados de una madre humana Dios Padre cuida a la Virgen misma. Desde el momento en el que el Hijo te pide ‘envuélveme’, en tu fragilidad Dios Padre cuida de ti”.

¿Por qué?, pregunta Madre Verónica, y respondiendo ella misma aclara que al “envolver tú a ese niño, al abrazarlo, al estrecharlo contra el pecho y cuidarlo estás tocando la carne de Dios, de la gloria que se traspasa a nuestra fragilidad de criaturas”.

Dirigiéndose a sus hermanas agrega: “Cuando tú, mujer, envuelves a Cristo, Cristo cubre tu desnudez” pues si “una mujer abraza al Niño Dios, el Niño Dios llena de cielo a esta mujer”.

Cómo Dios cuida al hombre

Esta meditación sobre la Navidad llevó a la fundadora de Iesu Communio a asegurar que “el cuidado que María prodiga a Jesús es el cuidado que Dios padre prodiga a María. Cuando Dios se pone a merced de nuestras manos nos está cuidando Él. Dios ha querido necesitar la ternura humana para que nos dejáramos cuidar”.

Una cosa está muy clara para Verónica Berzosa: “allí donde veamos que Dios nos necesita, allí donde veamos que Él nos reclama, allí encontraremos la prueba de que Él nos cuida”.

Llevando este anuncio a la vida concreta de las hermanas, y por ende de cada oyente de esta meditación, Madre Verónica recuerda que “quien busca el cielo fuera de sí esperando todo para ella no se deja cuidar. En la entrega de una mujer poniendo su cuerpo, su ser, sus brazos, su ternura a disposición de ese niño, Dios ha podido cuidar de ella”.

La religiosa se muestra impresionada con “esta desnudez del mendigo” con la que fue llevado a la Cruz, que dejó que su cuerpo fuera primero cubierto con pañales y luego con el sudario. “Es como Él ha podido cubrir nuestra desnudez, tomarla sobre sí”. Por eso mismo, el hombre necesita que la carne de Jesucristo volviera «a hacer que nuestra carne tomara el calor de Dios, la misericordia, la salvación, la redención de Dios”.

Precisamente, este gran misterio es que el camino del Cielo recorre este descenso, esta kenosis, que comienza con un niño indefenso al que se envuelve en pañales.

“Nosotras no queremos que se nos cubra porque no queremos que se vean nuestros errores, nuestra desnudez. Nosotras queremos presentarnos perfectas e irreprochables, como ganadores ante Dios y ante los hombres. No hemos entendido el camino de la paz: ‘paz a los hombres que se dejan amar en el modo que Dios ama’”, añade la superiora de Iesu Communio.

En su meditación también habla de San José. “Obedece, no discute y los toma consigo (a la madre y al niño) rompiendo incluso todos sus planes humanos. Obedece a la voz del ángel, se levanta y se pone a servir. José se hace padre, esposo en designio de Dios, porque ya nunca más dijo ‘yo para Dios’ sino ‘Dios con nosotros’”.

Una llamada a la comunión.

La Madre Verónica señala un hecho llamativo. María recibió una visita del ángel, José también, “y así se hace comunión”. Por ello, la religiosa recalcó que “la llamada es personal, pero esta llamada es a la comunión con aquellos a los que Dios te confía”.

De este modo, la fundadora de este instituto confirma que “la Navidad no es algo del pasado, abstracto. Como aquel tiempo confió a su hijo a los brazos de María hoy te confía a ti a su hijo, en cada una de las hermanas que te confía y de la humanidad entera”.

Por ello, dijo al resto de monjas que la escuchaban: “mi hermana no es alguien con la que tenga que llevarme lo mejor posible. Tu hermana es el niño que Dios te da, una carne concreta, es el niño en el que Dios se te da…”.

“El amor vence, nosotras éramos oscuridad, todas y cada una, estábamos desorientadas, estábamos perdidas, agonizábamos pero nos visitó la carne de Jesucristo que solo nos pidió: “tómame”. Toma a esta hermana, tómala, es tu niño, estoy ahí… y toma a todos los hijos dispersos, nuestra gran misión, que están ahora en los infiernos más perdidos… que no saben nada, ni quiénes son, ni donde van, y que no quieren ni abrirse a amar, porque creen que amar es sufrir”, agregó la Madre.