Los cristianos de Oriente, queridos hermanos y hermanas, siguiendo una tradición muy antigua, tienen la costumbre de felicitarse la Pascua, este tiempo que estamos celebrando, diciéndose: Cristo ha resucitado y respondiendo: Realmente ha resucitado. El tiempo pascual está totalmente centrado en la resurrección de Jesucristo, ese acontecimiento que confirmó el valor absoluto de su persona, de su vida y el sentido de su muerte.
Antes de Jesucristo, en la fe de Israel estaba la percepción de que más allá de la muerte se entraba en una comunión con Dios y se iba a reunir con los seres que nos habían precedido, pero esta percepción, no exenta de dudas tal y como nos muestran los evangelios en las polémicas con los saduceos, que no creían en la resurrección, esta percepción, digo, se convierte en certeza y en el fundamento de la fe cristiana, que nace de la afirmación que Jesucristo ha resucitado. Los apóstoles y los discípulos no llegaron aquí fruto de una reflexión interna o de la necesidad de superar un fracaso que exigía una sublimación en un futuro que diera una salida válida a todo lo vivido con Jesús. No. Llegaron porque el Señor resucitó, se hizo presente en sus vidas después de muerte y entendieron que aquel hecho era lo que cambiaba todo, porque daba una respuesta a la pregunta eterna: ¿Y después qué? Contestando con sencillez: luego está la vida eterna, porque Dios no deja en medio de la muerte a los difuntos.
Jesucristo, el Hijo de Dios, habiendo querido compartir nuestra condición humana hasta la muerte, se levanta (éste es el sentido literal del verbo resucitar en griego), para continuar presente, con una forma ciertamente que no es la misma que la de antes de la muerte en cruz, pero que se nos explica como presencia real, histórica y viva entre nosotros. De este modo Dios no se traiciona a sí mismo. Hay una imagen que me gusta mucho, es de un teólogo castellano que murió bastante joven, que dice que Dios fija una cuerda en el momento de la Creación que es el hilo de la historia y la mantiene tensada hasta el final. Alguna vez la cuerda afloja pero siempre se recupera y estira todo hacia el desempeño definitivo. Todos estamos en esa cuerda mientras vivimos. Jesucristo, como hombre, también fue en la cuerda pero como Dios, también la estiraba y nosotros esperamos que después de muertos por la resurrección ayudaremos a estirar esta cuerda ya mantenerla tensada con Dios Padre, en Jesucristo, con ‘Espíritu Santo, y todos los santos y santas de Dios.
La resurrección de Jesucristo provocó una llamada universal a su seguimiento, una llamada a ser una Iglesia que se identifica como la de los cristianos, los de Él, los de Cristo. A esta Iglesia nos incorporamos por el bautismo. Por esta razón en la teología más cercana a la de la resurrección del Señor, que es la del apóstol San Pablo, tantas veces el bautismo aparece como nuestro vínculo con Jesús. Nos hace participar de su vida porque él también se bautizó y para que participemos de su vida, asumimos todas las consecuencias que esta participación tiene: que resumidas quieren decir: seguir su Evangelio hasta compartir su misma muerte. Pero también el vínculo que establecemos es el que nos permite tener la esperanza de que un día resucitaremos con él. Lo hemos leído en la carta a los Romanos, Por el bautismo hemos muerto y hemos sido sepultados con él, porque, así como Cristo, por la acción poderosa del Padre, resucitó de entre los muertos, nosotros también emprendemos una nueva vida. (Romanos 6:4).
JUAN 6, 44-51
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús dice: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”. Se refiere al pan como algo vivo. El pan es algo bueno, pero no está vivo. Por otro lado, cuando lo asimilamos y nuestros cuerpos lo convierten en grasa, músculo o hueso, entonces cobra vida.
Pero esto es todo lo contrario al Pan Vivo de Cristo. Este último lo asimilamos y cobramos vida de una manera que no éramos antes. Y es por ello que Jesús dice que es Pan bajado del Cielo.
¿Qué es el Cielo? San Pablo nos dice: “El ojo no ha visto y el oído no ha oído lo que Dios ha preparado para aquellos que lo aman”. Este comentario contundente de Pablo nos da una pista: “aquellos que lo aman”. Sea lo que fuere, el Cielo es el reino de Dios y, por lo tanto, es un reino de amor.
¿Qué es la Eucaristía, este alimento celestial, sino una participación en el amor entre el Padre y el Hijo? En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo se hace presente, y el sacrificio de Cristo es la expresión más plena del amor del Padre y del Hijo.
«¿Y cómo voy a entenderlo si nadie me guía?»
Con frecuencia aparecen en el nuevo testamento preguntas y respuestas que revelan la indigencia del ser humano. Su necesidad de ayuda para avanzar y no hacerlo solo. No solo porque no quiera hacerlo en soledad, sino porque no puede. Recordemos a Jesús, preguntando al paralítico de Betesda: ¿quieres ser curado? La respuesta que recibe no es un si, sino una exposición de su impotencia y soledad. ”No tengo quien me ayude…” Recorrer el camino solo supone no llegar a tiempo.
El pasaje de los Hechos de los Apóstoles que escuchamos hoy, nos sitúa en la misma posición de Jesús. El discípulo actuando como el Maestro. Jesús se coloca siempre al lado de cada ser humano, para dialogar con él. Siempre al lado de la gente, de sus situaciones, recorriendo junto a ellos su historia personal e iluminándola con su vida. Felipe se sitúa junto al eunuco y como Jesús con los que caminan a Emaús, escucha y pregunta. “¿Entiendes lo que lees?”. Un velado lamento encierra la respuesta: “¿Y cómo voy a entenderlo si nadie me guía?” Este hombre había subido a Jerusalén para adorar. Quienes tenían que prestarle ayuda no lo han hecho, no se han detenido con él para explicarle y regresa solo, leyendo sin entender nada y así hubiera seguido de no colocarse a su lado Felipe.
Esta experiencia la viven muchos en nuestros días. Están solos. Solos y señalados. ¿Quién se acerca a ellos? Hay muchos como el ministro de Candaces. También como el paralítico de Betesda. Jesús les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y lo hizo poniéndose a su lado. El quiere que como discípulos hagamos lo que él hizo. Tenemos que estar al lado del otro para hacer lo que él ha hecho con nosotros. No se trata de inventar sino de comunicar y compartir.
«Como cordero fue llevado al matadero,
como oveja muda ante el esquilador,
así no abre su boca.
En su humillación no se le hizo justicia.
¿Quién podrá contar su descendencia?
Pues su vida ha sido arrancada de la tierra».
A partir de este texto, que venía leyendo sin enteder, lo guía hasta el conocimiento de Jesús, del que habla esta profecía. Y sucede lo mismo que a los de Emaús: quedan tan llenos de gozo mientras van de camino que al partir el pan lo reconocen y anuncian su resurrección. Este hombre ha encontrado la guía y pide el bautismo. Tomar pie de la historia personal de cada uno para llevarle la Palabra y ponerlo en manos de Jesús que no ha venido a condenar sino a sanar y salvar lo que estaba perdido.
“Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mi…”
Estando como estamos, celebrando por cincuenta días el domingo de Pascua, se nos proclama el capítulo sexto del evangelio de san Juan. Y en este contexto se comprende mejor lo que dice a propósito del signo que ha realizado. El Misterio pascual que se actualiza en cada Eucaristía, nos introduce en la obra salvífica llevada a cabo por Jesús, que nos ha amado hasta el extremo, entregando su vida para que la tengamos en abundancia. Generosidad en el amor significado en el “mejor vino”. Generosidad en el pan multiplicado, que sacia y sobra para alcanzar a otros. Porque el amor de Dios es así, abundante, generoso, sin límite ni concidiones previas. Tanto amó Dios al mundo que le entrega a su propio Hijo.
Le dice al gentío: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado…” Y a todos atrae Dios porque lo que desea es que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Y como esa es la finalidad de la encarnación, todos serán ganados por el amor que en Jesús se ha revelado.
Lo que toca es ser dicípulo de Dios. Y lo que corresponde al discipulado es “escuchar y aprender”. Porque el discípulo al convivir con el maestro, aprende a escuchar y escuchando como es debido, aprenderá adecuadamente lo que se le está comunicando. La verdad de la escucha y el aprendizaje se evidencian en la adhesión a Jesucristo. Por eso dice:
“Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí” Es lo que se aprende del Maestro que dice de sí mismo: Yo no hago sino lo que veo hacer a mi Padre.” Y en otro lugar: Yo no digo sino lo que escucho a mi Padre.
Yo soy el pan de la vida
Puesto que él se ofrece para la vida del mundo, el signo realizado que relata la generosa abundancia, apunta a él mismo, que revela cuánto amó Dios al mundo al entregarlo para que el mundo se salve por él.
Es necesario comprender que los signos del pasado de Israel, encuentran su plena realidad en Jesús mismo. Por eso dice: “Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.” El és el último signo ofrecido por el Padre. Todos los demás apuntaban a él, y en él todo está cumplido. Por eso al gentío que le sigue, le ofrece alimentarse de su misma vida, mediante su cuerpo entregado y su sangre derramada. Es su amor sin límites el que sostiene al que le recibe y lo convierte, en comunión con él y con todos, en signo sacramental de un amor más grande.
Termina el pasaje con la extaordinaria afirmación: “Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo.”
Es esta carne concreta, asumida en la encarnación, en la que se puede palpar todo el amor de Dios, que entregándose permite al ser humano llegar a experimentar, vitalmente, hasta qué punto está siendo amado en Jesucristo.
Pensemos qué resonancia tiene en nuestra vida lo que él dice:
“Todo el que cree tiene vida eterna.”Si tú tienes el corazón cerrado, la fe no entra. Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús. Somos nosotros quienes abrimos nuestro corazón o lo cerramos.
En cambio la fe, que es como una semilla en lo profundo del corazón, florece cuando nos dejamos “atraer” por el Padre hacia Jesús, y “vamos a Él” con ánimo abierto, con corazón abierto, sin prejuicios; entonces reconocemos en su rostro el rostro de Dios y en sus palabras la palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre. Y ahí nosotros recibimos el don, el regalo de la fe. (Ángelus 9 de agosto de 2015)
Hilario de Arlés, Santo
Obispo, 5 de mayo
Martirologio Romano: En Arlés, en la región de Provenza (Francia), san Hilarío, obispo, que, después de llevar vida eremítica en Lérins, fue promovido, muy a su pesar, al episcopado, en donde trabajando con sus propias manos, vistiendo una sola túnica tanto en verano como en invierno y viajando a pie, manifestó a todos su amor por la pobreza. Entregado a la oración, los ayunos y las vigilias, y perseverando en una predicación continua, mostró la misericordia de Dios a los pecadores, acogió a los huérfanos y no dudó en destinar para la redención de los cautivos todos los objetos de plata que se conservaban en la basílica de la ciudad. († 449)
Breve Biografía
Obispo, nacido por el año 401; fallecido el 5 de Mayo del 449.
El lugar preciso de su nacimiento es desconocido. Todo lo que se ha dicho es que perteneció a una notable familia de la parte Norte de Galia, de la cual probablemente descendió San Honorato, su predecesor de la Sede de Arles.
Culto y rico, Hilario había calculado todo para asegurar su éxito en el mundo, pero abandonó honores y riquezas ante las urgentes demandas de Honorato, acompañándolo a la ermita de Lerins, que este ultimo había fundado y dedicándose él mismo bajo la santa obediencia a practicar la austeridad y el estudio de la Sagrada Escritura.
Mientras tanto Honorato, quién había llegado a Arzobispo de Arles, estaba a punto de morir. Hilario corrió a su lado y lo asistió en sus últimos momentos. Estaba Hilario por partir de regreso a Lerins cuando fue retenido por la fuerza y proclamado arzobispo en lugar de Honorato.
Obligado a ceder a esta coacción, emprendió resueltamente las tareas de su pesado cargo, y asitió a varios concilios que tuvieron lugar en Riez, Orange, Vaison y Arles.
Seguidamente empezó entre él y el Papa San Leo la famosa riña que constituye una de las etapas más curiosas de la historia de la Iglesia de Gallicia. En una reunion de obispos que presidió en el año 444 y en la que estuvieron presentes San Euterio de Lyon y St German de Auxerre, destituyó por incapacidad a un tal Cheldonius.
Este ultimo se apresuró a ir a Roma, tuvo éxito en la intercesión de su causa ante el Papa y como resultado fue reinstalado en su sede. Hilario entonces solicitó al Papa San Leo que justificara su acción sobre el asunto, pero no fue bien recibido por el soberano pontífice y fue obligado a regresar precipitadamente a Galia.
Después de esto envió a algunos sacerdotes a Roma a explicar su conducta pero sin ningún buen resultado. Además algunas personas que estaban hostiles por dicho asunto llevaron varias acusaciones contra él a la Corte de Roma, por lo cual el Papa excomulgó a Hilario, transfiriendo las prerrogativas de su sede a Frejus y motivó la proclamación del Emperador Valentiniano III con el famoso decreto que liberaba a la Iglesia de Viena de toda dependencia de Arles.
Sin embargo hay razones para creer que una vez terminada la tormenta, fue restaurada la paz rápidamente entre Hilario y Leo. Estamos lejos de la época en que ocurrió esta memorable riña y los documentos que pueden arrojar una luz sobre ella son muy pocos para permitirnos emitir un juicio definitivo sobre esta causa y sus consecuencias.
Evidentemente existe el hecho que los respectivos derechos de la Corte de Roma y de la ciudad no estaban suficientemente clarificados en ese tiempo y que el derecho de apelación al papa, entre otros, no estaban explícitamente reconocidos. Existe un número de escritos que se atribuyen a San Hilario, pero están lejos de ser auténticos. Pere Quesnel los coleccionó todos en un apéndice al trabajo en el que ha publicado los escritos de San Leo.
Creer en Dios es creer en el amor
Santo Evangelio según san Juan 6, 44-51. Jueves III de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, creo pero aumenta mi fe.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 44-51
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas:
Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquél que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre.
Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron.
Este es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Qué significa creer? ¿Qué significa creer en Dios? ¿Qué implica decir «yo creo en Dios»?
Jesús se presenta como el pan de vida, es decir, como el pan que sacia en plenitud el hambre de amor, de felicidad, de eternidad.
Se presenta como luz que ilumina el sendero de la vida. Se presenta como la vida verdadera; como una promesa que tiene su cumplimiento en el presente.
Jesús se presenta como un Dios que está vivo. Él sabe que somos hombres y, como hombres que somos, quiere saciar nuestra necesidad. Sabe que necesitamos un Dios concreto, un Dios que podamos ver y tocar pues comprende que no somos sólo espíritu y, por ello, no solamente se da, sino que se entrega en totalidad hoy en la Eucaristía.
Es verdad que sigue velado por el misterio y necesitamos fe pero, Él continúa estando…, ahí, callado, sencillo. Es Dios que hoy sigue repitiendo: «El que crea en mí, ése tendrá vida eterna».
Por tanto, creer en Dios significa creer en alguien que está vivo, aquí presente, que no simplemente conoce mis necesidades más profundas y más particulares, sino que también quiere dar a ellas una respuesta.
Creer en Dios significa creer que sí existe alguien en quien puedo encontrar lo que mi corazón necesita. Creer en Dios es creer en el amor.
«La fe que profesamos en la resurrección nos lleva a ser hombres de esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y no de la muerte, porque nos consuela la promesa de la vida eterna enraizada en la unión con Cristo resucitado. Esta esperanza, que la Palabra de Dios reaviva en nosotros, nos ayuda a tener una actitud de confianza frente a la muerte: en efecto, Jesús nos ha mostrado que esta no es la última palabra, sino que el amor misericordioso del Padre nos transfigura y nos hace vivir en comunión eterna con Él. Una característica fundamental del cristiano es el sentido de la espera palpitante del encuentro final con Dios». (Homilía de S.S. Francisco, 3 de noviembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré a lo largo de mi día hacer una visita a la Eucaristía.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
¿Por qué se resistían a reconocer a Jesús como el pan vivo bajado del cielo?
En este artículo presentaré una propuesta de esquema de todo el discurso del pan de vida que pronunció Nuestro Señor Jesucristo en la sinagoga de Cafarnaúm
El capítulo sexto del Evangelio de san Juan forma una gran unidad que desarrolla el tema del liderazgo de Nuestro Señor Jesucristo, como nuevo Moisés. Este capítulo consta de un importante discurso en la sinagoga de Cafarnaúm, que abarca del versículo 22 al 71.
El discurso consta de una introducción narrativa de los versículos 22 al 25. En ella sabemos que es entre Jesús y aquellos que, el día anterior, habían comido de los cinco panes y los dos pescados.
• La primera parte del discurso abarca del versículo 26 al 34; en esta primera parte, Jesús trata de que las personas se enfoquen en interpretar la multiplicación de los panes como una señal milagrosa, y entonces trabajen por el pan que baja del cielo, que da vida eterna.
• La segunda parte va del versículo 35 al 56, Jesús declara abiertamente que quien no come su carne y bebe su sangre, no tendrá vida eterna, esto provoca una reacción adversa, en primer lugar porque las personas se rehúsan a evolucionar en su relación con Jesús. Ellos murmuran diciendo que conocen su origen, y por ello no aceptarán su origen trascendente.
• La tercera parte del discurso que va del versículo 59 al 66, y nos presenta la primera conclusión que pone puntos claros: Jesús dice que sus palabras son espíritu y vida, la carne no sirve para nada. Sus oyentes se escandalizan y lo abandonan.
• La última parte del discurso abarca los versículos 67 al 71, y es la segunda conclusión donde Jesús confronta a los doce: “¿Ustedes también se van?”. Entonces Pedro declara su fe en el maestro, aunque el evangelista nos aclara que habría un traidor entre ellos.
En la segunda parte del discurso, El texto inicia con la frase “la gente murmuraba…”, esto nos hace referencia al camino del pueblo por el desierto, en el Éxodo, puesto que ante la gran cantidad de peligros y dificultades que debió afrontar, nos dice el autor sagrado que el pueblo “murmuraba contra Dios y contra Moisés” por haberlos sacado de Egipto.Entonces, el hecho de que las personas se resistieran a reconocer a Jesús como el pan vivo bajado del cielo, es tomado como una forma de murmuración contra el nuevo Moisés. Jesús declara la meta de este nuevo éxodo: “quien crea en mí tendrá vida eterna” y esto se alcanzará en la medida que cada persona decida establecer una relación íntima de participación con Cristo, asumirlo como “el pan de vida”.
Pascua: 50 días para cantar ¡Aleluya!
El grito que invita una y otra vez a alabar y dar gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
En la noche, una llama vacilante. El sacerdote y la gente enciendieron sus velas. La luz se expandió. Las tinieblas retroceden. La procesión avanzó hacia el altar. La iglesia se llenó de resplandor. La Iglesia celebra la Pascua.
La Vigilia Pascual tiene un encanto mágico. Nos presenta el evento más importante de la historia humana: Cristo ha resucitado y vive para siempre.
El mundo, aparentemente, sigue su marcha, monótona o entusiasta, entre alegrías y penas. Pero quien se deja tocar por la gran Noticia sabe que la muerte ha sido vencida, que el pecado no es la última palabra de la historia, que el perdón ha cancelado la condena.
Sabemos, por los Evangelios, que Cristo se apareció a sus seguidores durante 40 días y luego ascendió a los cielos. Pasados 10 días, los primeros discípulos recibieron el Espíritu Santo.
La Iglesia celebra este acontecimiento con 50 días de fiesta, de canto, de esperanza. Es el tiempo del «aleluya», del grito que invita una y otra vez a alabar y dar gracias al Señor, «porque es eterna su misericordia».
El Papa Benedicto XVI lo explicaba con estas palabras: «El tercer gran símbolo de la Vigilia Pascual es de naturaleza singular, y concierne al hombre mismo. Es el cantar el canto nuevo, el aleluya. Cuando un hombre experimenta una gran alegría, no puede guardársela para sí mismo. Tiene que expresarla, transmitirla. Pero, ¿qué sucede cuando el hombre se ve alcanzado por la luz de la resurrección y, de este modo, entra en contacto con la Vida misma, con la Verdad y con el Amor? Simplemente, que no basta hablar de ello. Hablar no es suficiente. Tiene que cantar» (Vigilia Pascual, 11 de abril de 2009).
Tenemos ante nosotros 50 días de aleluya. Es la Pascua, el paso, la victoria del Señor. De corazón, desde la esperanza que ilumina toda la vida humana, ¡felices pascuas!
Flor del 5 de mayo: Madre de la Divina Gracia
Fiesta de Nuestra Señora de la Gracia
Meditación: “Mujer, ahí tienes a tu hijo, después dijo al discípulo, he ahí a tu Madre” (Juan 19,26-27). Madre no sólo adoptiva sino que nos da la Vida, nos da a Cristo, más exactamente nos da la gracia santificante, la vida sobrenatural, algo físico y real que consiste en la unión con Cristo.
Oración: ¡Oh Madre de la Divina Gracia, que nos llevas a la Vida!. Muéstranos como Manantial de Gracia el camino hacia la verdadera Patria. Tu, llena de Gracia, sed la Salvación de nuestras pobres almas. Amén.
Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
San Ángel de Sicilia, un gran predicador carmelita
Viajó a Roma para pedir la aprobación de la Orden y la regla carmelita y murió mártir en Italia
San Ángel nació en Jerusalén en el año de 1185. Tras la muerte de sus padres, judíos conversos, él y su hermano ingresan entre los carmelitas y hacen su profesión en el monasterio del Monte Carmelo.
En 1218, es enviado a Roma para obtener del papa Honorio III la aprobación de la nueva Orden del Carmelo y la Regla. El mismo papa se la concedió el 30 de enero de 1226. Después de predicar en San Juan de Letrán, Ángel fue enviado a Sicilia a predicar. En la isla había arraigado la herejía cátara, que condenaba todo lo terreno. En Licata (Agrigento) san Ángel convenció a una mujer de que se alejara del escudero Berengario porque era cátaro y llevaba una vida desordenada. Este, en venganza, lo hirió de muerte con la espada.
Los cristianos lo cuidaron en una casa pero san Ángel murió cuatro días más tarde, el 5 de mayo de 1226.
Oración
Dios, fuerza de los fieles y corona de los mártires
por cuya gracia san Ángel, carmelita, superó los tormentos del martirio;
por su intercesión, concédenos propicio que,
imitándole fielmente, seamos hasta la muerte testigos de su presencia y bondad.
Amén.