Matthew 15:29-37

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús multiplica panes y peces. No hay una mejor ejemplificación en las Escrituras de lo que he llamado el círculo de la gracia. Dios ofrece, como gracia pura, el don del existir, pero si intentamos aferrarnos a ese don y hacerlo nuestro, lo perdemos.

Un mandamiento constante en la Biblia es este: lo que has recibido como un don, entrégalo como regalo, y recuperarás el don original multiplicado y enriquecido. Uno se da cuenta de esta verdad cuando entra voluntariamente en el círculo de la gracia, entregando lo que está recibiendo.

La gente hambrienta que se congrega alrededor de Jesús en esta escena es el símbolo de la raza humana hambrienta que, desde los tiempos de Adán y Eva, busca algo que la satisfaga. Hemos intentado llenar esa hambre con riqueza, placer, poder, honor, con el deseo de querer dominar — pero nada de esto funciona, precisamente porque todos hemos sido creados para Dios y Dios es sólo amor.

La compasión, la ternura que Jesús ha mostrado respecto a la multitud no es sentimentalismo, sino la manifestación concreta del amor que se hace cargo de las necesidades de las personas. Y nosotros estamos llamados a acercarnos a la celebración eucarística con estas mismas actitudes de Jesús: en primer lugar, compasión de las necesidades de los otros. Esta palabra que se repite en el Evangelio cuando Jesús ve un problema, una enfermedad o esta gente sin comida. “Tuvo compasión”. Compasión no es un sentimiento puramente material; la verdadera compasión es padecer con, tomar sobre nosotros los dolores de los otros. Quizá nos hará bien hoy preguntarnos: ¿yo tengo compasión? Cuando leo las noticias de las guerras, del hambre, de las pandemias, tantas cosas, ¿tengo compasión de esa gente? ¿Yo tengo compasión de la gente que está cerca de mí? ¿Soy capaz de padecer con ellos, o miro a otro lado o digo “que se las arreglen”? No olvidar esta palabra “compasión”, que es confianza en el amor providente del Padre y significa valiente compartir. (Ángelus, 2 agosto 2020)

Nicolás de Mira, Santo

Memoria litúrgica, 6 de diciembre

Obispo

Martirologio Romano: San Nicolás, obispo de Mira, en Licia (Turquía), famoso por su santidad y por su intercesión ante el trono de la divina gracia. ( s.IV)

También conocido como: San Nicolás de Bari

Breve Biografía

De San Nicolás, obispo de Mira (Licia) en el siglo IV, tenemos muchas noticias, pero es difícil distinguir las pocas auténticas del gran número de leyendas tejidas alrededor de este popularísimo santo, cuya imagen presentan todos los años los comerciantes vestido de «Papá Noel» (Nikolaus en Alemania y Santa Claus en los países anglosajones), un rubicundo anciano de barba larga y blanca, y con un costal lleno de regalos a la espalda.

Su culto se difundió en Europa cuando sus presuntas reliquias fueron llevadas de Mira por 62 soldados bareses y colocadas con grande honor en la catedral de Bari, para evitar que fueran profanadas por los turcos. Era el 9 de mayo de 1087. Las reliquias habían sido precedidas por la fama de gran taumaturgo y por coloridas leyendas. En la Leyenda áurea se lee: «Nicolás nació de ricas y santas personas. Cuando lo bañaron el primer día, se paró solito en la tina…». Era un niño de excelente salud y ya inclinado a la ascética, pues, como añade la Leyenda, el miércoles y el viernes rechazaba la leche materna.

Ya más grandecito «rehusaba las diversiones y las vanidades y frecuentaba la iglesia».

Elevado a la dignidad episcopal por sobrenatural inspiración de los obispos reunidos en concilio, el santo pastor se dedicó a su grey, distinguiéndose sobre todo por su gran caridad. «Un vecino suyo, encontrándose en grandísima pobreza, ordenó exponer al pecado a sus tres hijas vírgenes para sacar de ese vil mercado el sustento para él y para sus hijas…”. Para evitar ese despiadado lenocinio, San Nicolás, pasando en la noche por frente de la casa de ese pobre, tres veces echó una bolsa de monedas de oro, y las tres hijas con la dote consiguieron un buen marido. Su patrocinio sobre muchachos y muchachas parece que se debe a otro hecho legendario: el obispo habría inclusive resucitado a tres niños, asesinados por un carnicero para hacer salchichas.

Se narra también que, invocado por algunos marineros durante una furiosa tempestad en el mar, él se les apareció y la tempestad cesó inmediatamente. En efecto, parece que con los marineros tenían cuenta abierta: durante una carestía había obtenido de una nave llena de trigo una buena porción para sus fieles; después, cuando los dueños controlaron el contenido de la nave, encontraron que todo el trigo estaba completo. Tras su muerte se convirtió en el primer santo, no mártir, en gozar de una especial devoción en el Oriente y Occidente. Multitud de relatos milagrosos aparecieron sobre él, desfigurando, a veces, su inminente carácter práctico y sencillo.