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Pedro Damián, Santo

Memoria Litúrgica, 21 de febrero

Por: n/a | Fuente: EWTN

Cardenal y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano:Memoria de san Pedro Damián, cardenal obispo de Ostia y doctor de la Iglesia. Habiendo entrado en el eremo de Fonte Avellana, promovió denodadamente la vida religiosa y en los tiempos difíciles de la reforma de la Iglesia trabajó para que los monjes se dedicasen a la santidad de la contemplación, los clérigos a la integridad de vida y para que el pueblo mantuviese la comunión con la Sede Apostólica. Falleció el día veintidós de febrero en Favencia, de la Romagna (1072).

Fecha de canonización: En el año 1828 por el Papa León XII.

Breve Biografía

San Pedro Damián fue un hombre austero y rígido que Dios envió a la Iglesia Católica en un tiempo en el que la relajación de costumbres era muy grande y se necesitaban predicadores que tuvieran el valor de corregir los vicios con sus palabras y con sus buenos ejemplos. Nació en Ravena (Italia) el año 1007.

Quedó huérfano muy pequeñito y un hermano suyo lo humilló terriblemente y lo dedicó a cuidar cerdos y lo trataba como al más vil de los esclavos. Pero de pronto un sacerdote, el Padre Damián, se compadeció de él y se lo llevó a la ciudad y le costeó los estudios. En honor a su protector, en adelante nuestro santo se llamó siempre Pedro Damián.

El antiguo cuidador de cerdos resultó tener una inteligencia privilegiada y obtuvo las mejores calificaciones en los estudios y a los 25 años ya era profesor de universidad. Pero no se sentía satisfecho de vivir en un ambiente tan mundano y corrompido, y dispuso hacerse religioso.

 

Estaba meditando cómo entrarse a un convento, cuando recibió la visita de dos monjes benedictinos, de la comunidad fundada por el austero San Romualdo, y al oírles narrar lo seriamente que en su convento se vivía la vida religiosa, se fue con ellos. Y pronto resultó ser el más exacto cumplidor de los severísimos reglamentos de su convento.

Pedro, para lograr dominar sus pasiones sensuales, se colocó debajo de su camisa correas con espinas (cilicio, se llama esa penitencia) y se daba azotes, y se dedicó a ayunar a pan y agua. Pero sucedió que su cuerpo, que no estaba acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a debilitarse y le llegó el insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le afectó una debilidad general que no le dejaba hacer nada. Entonces comprendió que las penitencias no deben ser tan exageradas, y que la mejor penitencia es tener paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen, y que una muy buena penitencia es dedicarse a cumplir exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo empeño.

 

Esta experiencia personal le fue de gran utilidad después al dirigir espiritualmente a otros, pues a muchos les fue enseñando que en vez de hacer enfermar al cuerpo con penitencias exageradas, lo que hay que hacer es hacerlo trabajar fuertemente en favor del reino de Dios y de la salvación de las almas.

En sus años de monje, Pedro Damián aprovechó aquel ambiente de silencio y soledad para dedicarse a estudiar muy profundamente la Sagrada Biblia y los escritos de los santos antiguos. Esto le servirá después enormemente para redactar sus propios libros y sus cartas que se hicieron famosas por la gran sabiduría con la que fueron compuestas

En los ratos en que no estaba rezando o estudiando, se dedicaba a labores de carpintería, y con los pequeños muebles que construía ayudaba a la economía del convento.

 

Al morir el superior del convento, los monjes nombraron como su abad a Pedro Damián. Este se oponía porque se creía indigno pero entre todos lo lograron convencer de que debía aceptar. Era el más humilde de todos, y pedía perdón en público por cualquier falta que cometía. Y su superiorato produjo tan buenos resultados que de su convento se formaron otros cinco conventos, y dos de sus dirigidos fueron declarados santos por el Sumo Pontífice (Santo Domingo Loricato y San Juan de Lodi. Este último escribió la vida de San Pedro Damián).

Muchísimas personas pedían la dirección espiritual de San Pedro Damián. A cuatro Sumos Pontífices les dirigió cartas muy serias recomendándoles que hicieran todo lo posible para que la relajación y las malas costumbres no se apoderaran de la Iglesia y de los sacerdotes. Criticaba fuertemente a los que son muy amigos de pasear mucho, pues decía que el que mucho pasea, muy difícilmente llega a la santidad.

A un obispo que en vez de dedicarse a enseñar catecismo y a preparar sermones pasaba las tardes jugando ajedrez, le puso como penitencia rezar tres veces todos los salmos de la Biblia (que son 150), lavarles los pies a doce pobres y regalarles a cada uno una moneda de oro. La penitencia era fuerte, pero el obispo se dio cuenta de que sí se la merecía, y la cumplió y se enmendó.

Los dos peores vicios de la Iglesia en aquellos años mil, eran la impureza y la simonía. Muchos sacerdotes eran descuidados en cumplir su celibato, o sea ese juramento solemne que han hecho de esforzarse por ser puros, y además la simonía era muy frecuente en todas partes. Y contra estos dos defectos se propuso luchar Pedro Damián.

Varios Sumos Pontífices, sabiendo la gran sabiduría y la admirable santidad del Padre Pedro Damián, le confiaron misiones delicadísimas. El Papa Esteban IX lo nombró Cardenal y Obispo de Ostia (que es el puerto de Roma). El humilde sacerdote no quería aceptar estos cargos, pero el Papa lo amenazó con graves castigos si no lo aceptaba. Y allí, con esos oficios, obró con admirable prudencia. Porque al que es obediente consigue victorias.

Resultó que el joven emperador Enrique IV quería divorciarse, y su arzobispo, por temor, se lo iba a permitir. Entonces el Papa envió a Pedro Damián a Alemania, el cual reunió a todos los obispos alemanes, y valientemente, delante de ellos le pidió al emperador que no fuera a dar ese mal ejemplo tan dañoso a todos sus súbditos, y Enrique desistió de su idea de divorciarse.

Sus sermones eran escuchados con mucha emoción y sabiduría, y sus libros eran leídos con gran provecho espiritual. Así, por ejemplo, uno que se llama «Libro Gomorriano», en contra de las costumbres de su tiempo. (Gomorriano, en recuerdo de Gomorra, una de las cinco ciudades que Dios destruyó con una lluvia de fuego porque allí se cometían muchos pecados de impureza). A los Pontífices y a muchos personajes les dirigió frecuentes cartas pidiéndoles que trataran de acabar con la Simonía, o sea con aquel vicio que consiste en llegar a los altos puestos de la Iglesia comprando el cargo con dinero (y no mereciéndolo con el buen comportamiento).

Este vicio tomó el nombre de Simón el Mago, un tipo que le propuso a San Pedro apóstol que le vendiera el poder de hacer milagros. En aquel siglo del año mil era muy frecuente que un hombre nada santo llegara a ser sacerdote y hasta obispo, porque compraba su nombramiento dando mucho dinero a los que lo elegían para ese cargo. Y esto traía terribles males a la Iglesia Católica porque llegaban a altos puestos unos hombres totalmente indignos que no iban a hacer nada bien sino mucho mal. Afortunadamente, el Papa que fue nombrado al año siguiente de la muerte de San Pedro Damián, y que era su gran amigo, el Papa Gregorio VII, se propuso luchar fuertemente contra ese vicio y tratar de acabarlo.

La gente decía: el Padre Damián es fuerte en el hablar, pero es santo en el obrar, y eso hace que le hagamos caso con gusto a sus llamadas de atención.

 

Lo que más le agradaba era retirarse a la soledad a rezar y a meditar. Y sentía una santa envidia por los religiosos que tienen todo su tiempo para dedicarse a la oración y a la meditación. Otra labor que le agradaba muchísimo era el ayudar a los pobres. Todo el dinero que le llegaba lo repartía entre la gente más necesitada. Era mortificadísimo en comer y dormir, pero sumamente generosos en repartir limosnas y ayudas a cuantos más podía.

El Sumo Pontífice lo envió a Ravena a tratar de lograr que esa ciudad hiciera las paces con el Papa. Lo consiguió, y al volver de su importante misión, al llegar al convento sintió una gran fiebre y murió santamente.

Era el 21 de febrero del año 1072. Inmediatamente la gente empezó a considerarlo como un gran santo y a conseguir favores de Dios por su intercesión.

El Papa León XII lo canonizó (1823) y, por los elocuentes sermones que compuso y por los libros tan sabios que escribió, lo declaró Doctor de la Iglesia (1828) .

San Pedro Damián: consíguenos de Dios la gracia de que nuestros sacerdotes y obispos sean verdaderamente santos y sepan cumplir fielmente su celibato.

 

 

Lo que Dios puede y quiere hacer con lo que yo le ofrezco

Santo Evangelio según san Marcos 9, 14-29. Lunes VII del Tiempo Ordinario

 

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, no vengo porque tengo que estar aquí. No vengo porque se siente bien estar aquí… Vengo por el simple hecho que te amo y quiero estar contigo.

Evangelio del día (para orientar tu meditación) Del santo Evangelio según san Marcos 9, 14-29

 

En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte y llegó al sitio donde estaban sus discípulos, vio que mucha gente los rodeaba y que algunos escribas discutían con ellos. Cuando la gente vio a Jesús, se impresionó mucho y corrió a saludarlo.

Él les preguntó: “¿De qué están discutiendo?”. De entre la gente, uno le contestó: “Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu que no lo deja hablar; cada vez que se apodera de él, lo tira al suelo y el muchacho echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. Les he pedido a tus discípulos que lo expulsen, pero no han podido”.

Jesús les contestó: “¡Gente incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al muchacho”. Y se lo trajeron. En cuanto el espíritu vio a Jesús, se puso a retorcer al muchacho; lo derribó por tierra y lo revolcó, haciéndolo echar espumarajos. Jesús le preguntó al padre: “¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?”. Contestó el padre: “Desde pequeño. Y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él. Por eso, si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos”.

Jesús le replicó: “¿Qué quiere decir eso de ‘si puedes’? Todo es posible para el que tiene fe”. Entonces el padre del muchacho exclamó entre lágrimas: “Creo, Señor; pero dame Tú la fe que me falta”. Jesús, al ver que la gente acudía corriendo, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: “Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Sal de él y no vuelvas a entrar en él”. Entre gritos y convulsiones violentas salió el espíritu. El muchacho se quedó como muerto, de modo que la mayoría decía que estaba muerto. Pero Jesús lo tomó de la mano, lo levantó y el muchacho se puso de pie.

Al entrar en una casa con sus discípulos, éstos le preguntaron a Jesús en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”. Él les respondió: “Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración y de ayuno”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

 

Si hay algo que me perturba muchas veces es darme cuenta del gran deseo que tengo de amar a Dios y ver que en la realidad, en lo concreto, mi amor es muy pobre.

Me propongo, me esfuerzo, llego a la cima de la montaña y de la nada… vuelvo a caer. Me vuelvo a levantar y la historia se repite… Aquello que creía se fortalecía se hace más débil, más vulnerable, más pobre. Me sigo levantando, pero estoy cansado. Mis deseos de amar no corresponden a la realidad. ¿Qué pasa Señor? Creo, pero muchas veces dudo… Ayúdame.

Toma, Señor, estos deseos de amor. Toma, Señor, este pobre amor. Toma, Señor, estas dudas y transfórmalas en actos de amor. Es lo que te ofrezco… De verdad creo, pero necesito tanto de ti.

 

Ayúdame a no enfocar la mirada en mi capacidad de creer y de amar. Dirige esta mirada, no a lo que yo puedo hacer, sino a lo que Tú puedes y quieres hacer con lo poco que te puedo ofrecer.

Dirige a ti mi mirada, Señor. No dejes que olvide que el amor no consiste en que yo te haya amado, sino en que Tú me amaste primero (1Jn 4, 10).

…En tu mirada quiero descansar.

«¡Hoy es tiempo de misión y es tiempo de valor! valor para reforzar los pasos titubeantes, de retomar el gusto de gastarse por el Evangelio, de retomar la confianza en la fuerza que la misión trae consigo. Es tiempo de valor, aunque tener valor no significa tener garantía de éxito. Se nos ha pedido valor para luchar, no necesariamente para vencer; para anunciar, no necesariamente para convertir. Se nos pide valor para ser alternativos al mundo, pero sin volvernos polémicos o agresivos jamás. Se nos pide valor para abrirnos a todos, pero sin disminuir lo absoluto y único de Cristo, único salvador de todos. Se nos pide valor para resistir a la incredulidad sin volvernos arrogantes». (Homilía de S.S. Francisco, 23 de octubre de 2016).

 

 

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscaré un momento de mi día para visitar a Jesús en el sagrario para contemplarlo, agradecerle, adorarlo.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Rodeados por las dudas

No nos gustan las dudas, porque provocan falta de claridad.

 

 

Dudamos de tantas cosas: de la calidad de este móvil, de la noticia sobre el futuro contrato de un deportista, de la credibilidad del pronóstico sobre el tiempo para mañana, de la fuerza o debilidad de la moneda del propio país.

Dudamos de personas: de la honradez de este político, de la sinceridad de este “amigo”, de la fuerza de voluntad de un familiar a la hora de cumplir su última promesa, de la competencia del médico que asegura que todo saldrá bien con esa operación.

Vivimos rodeados por las dudas. Dudas de poca importancia, si el tema no nos afecta seriamente. Dudas que nos inquietan: no tenemos claridad sobre la fecha del último día para entregar la declaración de impuestos.

 

De algunas dudas podemos salir con más o menos facilidad. Basta con llamar por teléfono, con consultar páginas “oficiales” de internet, con abrir un libro bien hecho.

Otras dudas se prolongan por más tiempo. ¿Era sincero el jefe de trabajo cuando afirmó que este año no habría despidos en la empresa?

No nos gustan las dudas, porque provocan falta de claridad. Sin claridad, la voluntad no sabe qué opción sea mejor. Sin decisiones, existe el peligro de la parálisis. Y si hay parálisis, el tiempo no perdona: perdimos uno o varios días porque no tomamos a tiempo una resolución importante.

Tampoco nos gustan porque a veces las dudas nos arrastran a tomar decisiones equivocadas. Si no estaba claro qué candidato iba a mejorar el país, votar simplemente según simpatías o intuiciones puede llevarnos a un desengaño amargo.

Por eso, en medio de las confusiones y dudas de la vida, ante noticias hoy confirmadas y mañana desmentidas, anhelamos luz, pistas certeras, ayudas y palabras que descarten lo erróneo, que superen lo oscuro y que nos acerquen hacia la verdad.

No solo queremos ayudas, sino que también deseamos dar una mano a otros. Podremos hacerlo en la medida en que caminemos con prudencia y evitemos opciones precipitadas. Sobre todo, si aprendemos a buscar, seriamente, cómo y con quién avanzar, aunque se trate solo de unos centímetros, fuera del asedio de las dudas y más cerca del horizonte de la verdad.

 

 

Rezar por quien nos ha tratado mal para tranformar el mal en bien

Ángelus del Papa Francisco, 20 de febrero de 2022.

 

 

“Poner la otra mejilla no es el repliegue del perdedor, sino la acción de quien tiene una fuerza interior más grande”. En la alocución previa a la oración mariana del Ángelus, el Papa Francisco reflexionó, como cada domingo, sobre el Evangelio del día, que hoy muestra al Señor Jesús dar “algunas indicaciones fundamentales de vida” a sus discípulos.

El discípulo está llamado a no ceder al instinto y al odio

El Señor, explicó Francisco, se refiere “a las situaciones más difíciles, las que constituyen para nosotros el banco de pruebas, las que nos ponen frente a quien es nuestro enemigo y hostil, a quien busca siempre hacernos mal”. En estos casos, tal como enseña Jesús, el discípulo está llamado “a no ceder al instinto y al odio, sino a ir más allá, mucho más allá”.

 

Jesús dice: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien» (Lc 6,27). Y aún más concreto: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra» (v. 29). El Señor parece pedir lo imposible. Y además ¿por qué amar a los enemigos? Si no se reacciona a los prepotentes, todo abuso tiene vía libre, y esto no es justo. ¿Pero es realmente así? ¿Realmente el Señor nos pide cosas imposibles e injustas?

Poner la otra mejilla no significa sufrir en silencio

El Santo Padre pidió considerar, en primer lugar, el “sentido de injusticia” que advertimos en el “poner la otra mejilla”, y a pensar en la pasión de Jesús que, en su injusto proceso delante del sumo sacerdote, a un cierto punto recibe una bofetada por parte de uno de los guardias.

¿Y Él cómo se comporta? Dice al guardia: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).

Pide cuentas del mal recibido. Poner la otra mejilla no significa sufrir en silencio, ceder a la injusticia. Jesús con su pregunta denuncia lo que es injusto. Pero lo hace sin ira ni violencia, es más, con gentileza.

Una fuerza interior más grande

El Maestro, “no quiere desencadenar una discusión, sino calmar el rencor”, explicó Francisco, que precisó: quiere “apagar juntos el odio y la injusticia, tratando de recuperar al hermano culpable”. Esto es poner la otra mejilla: la mansedumbre de Jesús es una respuesta más fuerte que el golpe que recibió. Poner la otra mejilla no es el repliegue del perdedor, sino la acción de quien tiene una fuerza interior más grande, que vence el mal con el bien, que abre una brecha en el corazón del enemigo, desenmascarando lo absurdo de su odio. No lo dicta el cálculo, sino el amor.

Cuando el Señor pide algo, quiere darlo

 

El amor “gratuito e inmerecido” que recibimos de Jesús “genera en el corazón un modo de hacer semejante al suyo, que rechaza toda venganza”, enseñó el Papa, que planteó a continuación la siguiente objeción: “¿es posible que una persona llegue a amar a los propios enemigos?” Si dependiera solo de nosotros, sería imposible. Pero recordemos que, cuando el Señor pide algo, quiere darlo. Cuando me dice que ame a los enemigos, quiere darme la capacidad de hacerlo.

Pedirle a Dios la fuerza de amar

Recordando la oración de San Agustín al Señor «da lo que mandas y manda lo que quieras» (Confesiones, X, 29.40), el Obispo de Roma planteó un interrogante: “¿Qué pedirle? ¿Qué está Dios feliz de darnos?” Y respondió:

La fuerza de amar, que no es una cosa, sino que es el Espíritu Santo.

Esto porque “con el Espíritu de Jesús podemos responder al mal con el bien, podemos amar a quien nos hace mal”.

Así hacen los cristianos. ¡Qué triste es cuando personas y pueblos orgullosos de ser cristianos ven a los otros como enemigos y piensan en hacer guerra!

Rezar por quien nos ha tratado mal

 

 

Antes de dirigir su oración a la Madre de Dios, el Santo Padre pidió pensar en una persona “que nos ha hecho mal”, y a preguntarnos si tratamos de vivir las invitaciones de Jesús. Quizá “hay rencor” dentro de nosotros, dijo. Entonces, “a este rencor”, indicó, “acerquemos la imagen de Jesús, manso, durante su proceso”, y luego “pidamos al Espíritu Santo que actúe en nuestro corazón”. Finalmente “recemos por esa persona”:

Rezar por quien nos ha tratado mal (cfr Lc 6,28) es lo primero para transformar el mal en bien.

“Que la Virgen María nos ayude a ser constructores de paz hacia todos, sobre todo hacia quien es hostil con nosotros y no nos gusta”, concluyó.

 

 

¿Qué diferencia hay entre un sacerdote diocesano y un religioso?

Son un modo de vivir diverso del único sacerdocio confiado por el Señor Jesús a su Iglesia

 

 

En la última cena (Mt 26; Mc 14; Lc 22), el Señor Jesús instituyó el Sacramento de la Eucaristía y el Sacramento del Orden, este último con el objetivo de seguir celebrando el primero y así, perpetuar la presencia del mismo Señor en las especies eucarísticas. Sin embargo, hay sacerdotes “diocesanos” y sacerdotes “religiosos”. ¿Cuál es la diferencia?

El ministerio sacerdotal confiado a los apóstoles fue, posteriormente, comunicado por ellos a otros que los sucederían en la misión, a los cuales llamaron Epíscopos (obispos) (1 Tim 3,1ss; 2 Tim 1,6). Este ministerio, además de la potestad de celebrar los sacramentos, conlleva el oficio pastoral. Con el tiempo, los mismos apóstoles van asociando a su ministerio a otros a los que llaman presbíteros (Hch 14,23), sin olvidar la presencia casi inmediata de los diáconos (Hch 6,1-7). Así, cada comunidad cristiana, situada en un territorio determinado, estaba pastoreada por un obispo con un grupo de presbíteros y diáconos, situación que continúa hasta hoy. El oficio del presbítero (sacerdote) ha sido siempre el de colaborar con su obispo en el ministerio pastoral de la Iglesia.

 

 

Por otra parte, desde los primeros siglos de la Iglesia, se empezó a gestar un movimiento de personas que de manera individual se alejaban de la vida común para dedicarse únicamente al Señor, especialmente yéndose al desierto, conocidos como eremitas y anacoretas. Con el tiempo, se empiezan a reunir en grupos para compartir este estilo de vida. Esto es el germen de los que más a delante se llamará vida religiosa. Esta consiste en vivir la consagración al Señor, como sacerdote o como hermano, en una comunidad con un carisma específico, esto es, la intención con la cual fue fundada: atender a los jóvenes, a los niños sin hogar, a las prostitutas, a los enfermos, a los privados de libertad, a los inmigrantes, entre otros.

Esto nos lleva, entonces, a hablar del modo de vivir diverso del único sacerdocio confiado por el Señor Jesús a su Iglesia, esto es, sacerdote diocesano y sacerdote religioso. Es el mismo sacerdocio vivido de modo diverso, en cuanto a su comunidad específica.

 

 

El sacerdote diocesano tiene un modo de vida que brota de lo que los apóstoles fundaron en las primeras comunidades: un obispo y un grupo de sacerdotes con él pastoreando un territorio determinado llamado Diócesis (de ahí su nombre, diocesanos). El carisma particular está inspirado en Cristo Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas (Jn 10). Propiamente, atienden las parroquias y otras dependencias de la diócesis. Están bajo la autoridad exclusiva de su obispo, por medio de las promesas hechas el día de su ordenación: castidad, pobreza y obediencia.

 

 

El sacerdote religioso tiene las mismas facultades de un sacerdote diocesano, es decir, la capacidad de celebrar los sacramentos, pero lo que lo distingue es su modo de vivir. Ya no es entorno a un obispo en una diócesis determinada, sino en una comunidad especifica de religiosos, con un carisma propio, inspirado por el fundador de tal comunidad, bajo la autoridad de un hermano superior de la misma comunidad. Toda la comunidad bajo la autoridad y cuidado del obispo de la diócesis en la que reside. Cada uno profesa, antes de su ordenación sacerdotal, los votos de pobreza, castidad y obediencia. Así tenemos a los Redentoristas, Vicentinos, Carmelitas, Siervos de Jesús, Salesianos, Somascos, Jesuitas y muchos más.

 

 

En síntesis, es el mismo sacerdocio, sólo que el diocesano lo ejerce bajo la autoridad de un Obispo en un territorio específico llamado Diócesis, mientras que el religioso lo ejercer bajo la autoridad de un Superior, siguiendo el carisma de su fundador y viviendo en una comunidad.

 

 

Número de hijos y salud del planeta

Entre los seres vivos, también cada ser humano influye, en ocasiones seriamente, en el equilibrio del ambiente que nos permite existir.

 

 

Cada ser vivo influye, con mayor o menor medida, en el planeta Tierra. Entre los seres vivos, también cada ser humano influye, en ocasiones seriamente, en el equilibrio del ambiente que nos permite existir.

En este contexto surge en algunos la pregunta sobre el número de hijos que genere cada pareja. ¿Tener más hijos provocaría un mayor daño al ambiente? ¿Tener menos hijos llevaría a mejorar las condiciones externas y a respetar la ecología? No resulta fácil ofrecer respuestas exhaustivas por la cantidad de aspectos que habría que tener en cuenta. Estas líneas se fijan en cuatro que merecen una reflexión seria y equilibrada.

Lo primero que hace falta recordar es lo siguiente: no todos los seres humanos influyen de igual modo en el ambiente.

Ello explica que una familia con 6 hijos puede tener un impacto sobre el planeta mucho menor que un soltero sin hijos, según los estilos de vida que adopten la familia y la persona que vive sola, respectivamente.

 

Porque si esa familia numerosa, por elección o por necesidad, vive con pocos aparatos, con un escaso uso de electricidad, con una dieta bastante reducida, sin un coche, sin sistemas de calefacción o de refrigeración, será mucho más “ecológica” que el individuo que vive sin hijos pero que usa continuamente un yet particular…

Este primer aspecto pone de relieve que el punto central no está en el número de hijos, sino en los estilos de vida que cada uno puede escoger. Desde luego, una familia con muchos hijos y que adopta un nivel de vida lleno de aparatos y de viajes generará consecuencias ecológicas de enorme importancia. Pero no sería correcto considerar a tal familia como irresponsable por tener tantos hijos, sino por la manera consumística en la que vive…

 

Tener esto en cuenta no significa ignorar la importancia de los números. El influjo que tienen en un territorio 100 personas que usan razonablemente de los recursos de nuestro mundo será siempre menor que lo que generen 1000 personas con un tenor de vida semejante al de las 100 personas en ese mismo territorio. Lo que se intenta evidenciar es la complejidad del tema y la importancia de las opciones y comportamientos que adopten cada individuo y cada familia, para no fijarnos solo en los números.

El segundo aspecto se refiere a lo difícil que resulta evaluar el impacto que tiene la especie humana en una perspectiva que tenga en cuenta todo el globo terráqueo. Son tantas las variables y tantos los aspectos a considerar, que establecer cuál sería el número total de habitantes que “soporte” la Tierra resulta prácticamente imposible.

 

 

Lo que sí resultaría más asequible es estudiar el tema en territorios reducidos. Ciertamente, existe el comercio y muchos alimentos pasan de un continente a otro. Además, durante siglos cientos y miles de personas, en situaciones de comida o de agua en una zona concreta, han optado por desplazarse a otros territorios. Pero es obvio que si en un determinado momento las familias constatan que tener hijos es condenarlos al hambre y agravar la situación de todo un poblado o una región, tendrán esto en cuenta a la hora de abrirse o no a la llegada de un nuevo hijo.

Hay un tercer aspecto que tiene su importancia. Cada ser humano tiene unas características que lo hacen único. Si no está afectado por graves enfermedades que le impidan una vida normal, pensará de modo inteligente y tomará decisiones libres.

De esta manera, cada hijo entra en el mundo con unas posibilidades casi ilimitadas, lo que permitirá que el quinto hijo de un matrimonio llegue un día a descubrir un nuevo sistema de producir agua dulce desde el agua del mar. También permitirá, por desgracia, que otro hijo construya fábricas que contaminen el ambiente, o provoque guerras en las que se usen armas químicas…

Por eso, a la hora de pensar en cuántos hijos “debería” tener una pareja no basta con sopesar en qué influirá este posible nuevo hijo en el ambiente, sino en las maneras concretas en las que vivirá, maneras que permitirán mejorar las cosas (si vive ecológicamente) o empeorarlas (si actúa esclavizado por el consumismo y las ambiciones egoístas).

Un último aspecto a considerar va más allá de lo simplemente terrestre. Un hijo empieza a existir en la Tierra, pero está llamado a una vida eterna. Es a la luz de esa vida eterna que cada existencia tiene un valor incalculable. Sea rico o pobre, sano o enfermo, de una raza o de otra, su existencia está en relación directa con Dios.

Por eso, optar por no tener hijos por miedo a que provoquen un posible y no muy claro daño el ambiente es caer en un reduccionismo que no ve que cada vida vale por sí misma, aunque camine por una ciudad llena de smog o no consiga los alimentos necesarios para lograr una dieta equilibrada.

Tener en cuenta estos aspectos ayuda a reconocer la complejidad de las dimensiones que están en juego. En cambio, pensar que con menos hijos mejorará la salud del planeta resulta simplista y, en ocasiones, implica una alianza con mentalidades antinatalistas denunciadas por el Papa Francisco en la encíclica “Laudato si’“.

En concreto, y así terminamos estas líneas, son de especial interés las siguientes reflexiones de la encíclica apenas citada:

“En lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad. No faltan presiones internacionales a los países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a ciertas políticas de «salud reproductiva». Pero, «si bien es cierto que la desigual distribución de la población y de los recursos disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario». Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni siquiera contener los residuos de semejante consumo. Además, sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre». De cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al desequilibrio en la distribución de la población sobre el territorio, tanto en el nivel nacional como en el global, porque el aumento del consumo llevaría a situaciones regionales complejas, por las combinaciones de problemas ligados a la contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento de residuos, a la pérdida de recursos, a la calidad de vida” (Papa Francisco, Laudato si’, n. 50).

• Que una persona nunca podrá cambiar. Y mientras esas realidades no sean destructivas para nosotros o para los hijos estamos invitados a, por amor, acogerlas con aceptación y respeto. Esto te hará más tolerante y traerá paz a tu relación.

 

 

Pedro Damián, un santo que combatió la corrupción en los curas

 

San Pedro Damián entregó su vida por la pureza de la Iglesia

Un religioso benedictino y Doctor de la Iglesia que también fue ermitaño y fundó monasterios

San Pedro Damián nació en Rávena en el año 1007 en una familia numerosa y pobre.

Ingresó en un monasterio y pronto lo eligieron abad. No redactó una Regla, pero sí dejó claros los ejes de la vida monástica: absoluto silencio, trabajo manual, mezcla de vida solitaria en celdas separadas y actos en comunidad, oración y lectura espiritual.

Fundó el monasterio de Nuestra Señora de Sitria y otros cuatro centros ermitaños.

Pero la vida de Pedro Damián estuvo lejos del apartamiento del mundo y del silencio. Varios papas vieron en él al instrumento de Dios para corregir una Iglesia en crisis a mitad del siglo XI.

Su lucha contra la corrupción en los sacerdotes

Escribió “Liber Gomorrhianus” (Libro de Gomorra) para corregir los vicios del clero.

En él se condenan explícitamente los actos homosexuales, la fornicación de los sacerdotes y los abusos de los obispos con sus súbditos.

El papa Esteban IX lo quiso nombrar cardenal-obispo de Ostia (decano del colegio de cardenales) en 1057 y el santo tuvo que aceptar porque lo amenazó con la excomunión.

El pontífice muere enseguida y su sucesor, el papa Nicolás II, en 1059, lo envía a Milán, donde la corrupción en la Iglesia era terrible ya que se negociaba con descaro con las cosas espirituales y los clérigos se entregaban a los placeres sexuales. Con su vida santa, Pedro Damián logró poner fin a esta situación.

Santo patrón

San Pedro Damián es patrono de los enamorados y de los matrimonios.

Oración de san Pedro Damián a la Virgen María

Santa Virgen, Madre de Dios, socorred a los que imploran vuestro auxilio. Volved vuestros ojos hacia nosotros.

¿Acaso por haber sido unida a la Divinidad ya no os acordaríais de los hombres? ¡Ah!, no por cierto.

Vos sabéis en qué peligros nos habéis dejado, y el estado miserable de vuestros siervos; no es propio de vuestra gran misericordia el olvidarse de una tan grande miseria como la nuestra.

Emplead en nuestro favor vuestro valimiento, porque el que es Omnipotente os ha dado la omnipotencia en el Cielo y en la tierra.

Nada os es imposible, pues podéis infundir aliento a los más desesperados para esperar la salvación.

Cuanto más poderosa sois, tanto más misericordiosa debéis ser.

Ayudadnos también con vuestro amor. Yo sé, Señora mía, que sois sumamente benigna y que nos amáis con un afecto al que ningún otro aventaja.

¡Cuántas veces habéis aplacado la cólera de nuestro Juez en el instante en que iba a castigarnos! Todos los tesoros de la misericordia de Dios se hallan en vuestras manos.

¡Ah!, no ceséis jamás de colmarnos de beneficios.

Vos solo buscáis la ocasión de salvar a todos los miserables, y de derramar sobre ellos vuestra misericordia, porque vuestra gloria es mayor cuando por vuestra intercesión los penitentes son perdonados, y los que lo han sido entran en el Cielo.

Ayudadnos, pues, a fin de que podamos veros en el Paraíso, ya que la mayor gloria a que podemos aspirar consiste en veros, después de Dios, en amaros y en estar bajo vuestra protección.

¡Ah!, oídnos, Señora, ya que vuestro Hijo quiere honraros concediéndoos todo cuanto le pidáis.