Matthew 6:7-15

Amigos, el Evangelio de hoy nos ofrece el rezo del Padre Nuestro. Allí pedimos que la voluntad de Dios se haga “así la tierra como en el Cielo”, pero la cosmología bíblica ve en estos dos reinos campos de fuerzas que se interpenetran. El Cielo, ruedo de Dios y los ángeles, entra en contacto y llama a la tierra habitada por humanos, animales, plantas y planetas.

La Salvación, por lo tanto, es cuestión de reunir al Cielo y la tierra, para que Dios reine profundamente aquí abajo como lo hace en lo alto. La gran oración de Jesús, que está constantemente en boca de todos los cristianos, tiene una inspiración distintivamente judía: “Venga a nosotros Tu reino, hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo”.

Esta, definitivamente, no es una oración que busca escapar de la tierra, sino que la tierra y el Cielo se unan. El Padre Nuestro eleva a un nivel nuevo, lo que el profeta Isaías había anticipado: “El conocimiento del Señor llenará la tierra como las aguas cubren el mar”.

Los primeros cristianos vieron la resurrección de Jesús como el comienzo de un proceso por el cual la tierra y el Cielo se reconciliaban. Se dieron cuenta que Cristo resucitado era quien traería la justicia del Cielo a este mundo. 

«Al final estas riquezas no dan la seguridad para siempre. Más aún, echan por los suelos tu dignidad». Y esto también vale «en familia»: tantas familias se separan … «Incluso en la raíz de las guerras existe esta ambición que destruye, corrompe», observó el Papa. En efecto, «en este mundo, en este momento, hay muchas guerras por la avidez de poder, de riquezas». Pero «se puede pensar en la guerra en nuestro corazón: “Evitad toda clase de codicia”, dice el Señor». Porque «la codicia va adelante, va adelante, va adelante: es un escalón, abre la puerta, después viene la vanidad —creerse importante, creerse potente— y, al final, el orgullo». Y «de ahí todos los vicios, todos: son escalones, pero el primero es la codicia, el deseo de amontar riquezas».(…) «es difícil, es como jugar con el fuego», añadió el Pontífice. Por este motivo «muchos tranquilizan su propia conciencia con la limosna y dan lo que les sobra». Pero «este no es el administrador: el administrador toma lo que sobra y da a los demás, como servicio, todo». En efecto, «administrar la riqueza es despojarse continuamente del propio interés y no pensar que estas riquezas nos darán la salvación». Por lo tanto, «amontar está bien, incluso tesoros, pero los que tienen valor —por decirlo así— en la «bolsa del cielo»: ¡allí, amontonar allí!». (Santa Marta, 19 junio 2015)

 Matthew 6:19-23

Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús les dice a sus discípulos que no acumulen tesoros en la tierra, sino en el Cielo, “donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen las paredes y roben”. 

San Agustín dijo una vez que, dado que toda criatura está hecha ex nihilo, lleva consigo la herencia del no ser. Hay una especie de penumbra o sombra de la nada que acecha cada cosa finita. 

Esta es una manera filosófica bastante elevada de expresar lo que todos conocemos en nuestros propios huesos: no importa cuán buena, hermosa, verdadera o emocionante sea una cosa o estado de cosas aquí abajo, estará destinada a pasar al no ser. Pensemos en un hermoso fuego artificial que se abre como una flor gigante y luego, en un abrir y cerrar de ojos, desaparece para siempre. Todo está poseído por el no ser; todo, finalmente, es ese fuego artificial. 

Pero esto no es para deprimirnos, sino que está destinado a redirigir nuestra atención precisamente a los tesoros del Cielo, a la eternidad de Dios. Una vez que vemos todo a la luz de Dios, podemos aprender a amar las cosas de este mundo sin aferrarnos a ellas y sin esperar demasiado de ellas. ¡Piense en cuántas desilusiones y angustias podrían evitarse si tan solo supiéramos esta verdad!

Todo de cara a la eternidad

Santo Evangelio según san Mateo 6, 19-23. Viernes XI del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Quiero conocerte más y mejor, Señor. Permíteme ver tu rostro. Gracias por haberme creado, redimido y amado de manera tan particular. Te adoro y te doy gracias por todo lo que has hecho por mí y por tus dones. Dame aquello que más necesito y que Tú bien conoces. Quiero estar contigo y acompañarte este rato.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 6, 19-23

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen, donde los ladrones perforan las paredes y se los roban. Más bien acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen, ni hay ladrones que perforen las paredes y se los roben; porque donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón. Tus ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están enfermos, todo tu cuerpo tendrá oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más que oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!”.
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Mi destino es la eternidad. Esto es lo que más importa. Hoy, Señor, me recuerdas que los tesoros del cielo son más importantes y están mejor asegurados que los de la tierra. Con frecuencia olvido esta realidad fundamental de mi vida cristiana. Vivo sumergido en el hoy, aquí y ahora sin levantar la mirada a mis inversiones del cielo.

Qué poco duran los tesoros materiales de este mundo, los del cielo perduran en la eternidad. Los de esta tierra son más difíciles de obtener que los de la otra. Los de este mundo implican cajas de seguridad, cuentas bancarias, claves secretas, guardias confiables; los de tu Reino se acumulan sin temor a perderlos, pasan desapercibidos por los ladrones, no se corrompen y Tú mismo, Dios, los custodias. Los de este mundo se devalúan, los del otro no conocen crisis económicas.

Ayúdame a llenar las arcas del cielo con los tesoros de las monedas de la caridad, con los cheques de las obras de misericordia, con las esmeraldas del sacrificio, los rubíes de la oración, las perlas de la paciencia, los dólares de la vida de gracia.

Es necesario desapegar mi corazón de los tesoros finitos de este mundo e irlo apegando poco a poco a los del cielo. Esto no quiere decir descuidar mi vida y desinteresarme de mis necesidades y de las de los demás, sino que todo lo que haga, lo haga siempre de cara a esa eternidad en la que podré gastar, gastar sin que jamás disminuya el crédito y sin adquirir deuda alguna.

«Acumular es precisamente una cualidad del hombre, hacer las cosas y dominar el mundo es también una misión. Esta es la lucha de cada día: cómo gestionar bien las riquezas de la tierra, para que estén orientadas al Cielo y se conviertan en riquezas del Cielo. Dios hace al hombre administrador de esas riquezas por el bien común y por el bien de todos, no para el bien propio. Y no es fácil convertirse en un administrador honesto, porque siempre está la tentación de la codicia, del hacerse importante. El mundo te enseña esto y nos lleva por ese camino en vez de pensar en los otros, pensar que eso que yo tengo está al servicio de los otros y que nada de lo que tengo lo llevaré conmigo. Pero si yo uso lo que el Señor me ha dado para el bien común, como administrador, esto me santifica, me hará santo».
(Homilía de S.S. Francisco del 19 de julio de 2015, en Santa Marta).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Ofreceré un sacrificio al Señor por mis familiares difuntos.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

José Cafasso, Santo

Presbítero, 23 de junio

Martirologio Romano: En Turín, en el Piamonte, Italia, san José Cafasso, presbítero, que se dedicó a la formación espiritual y cultural de los futuros clérigos, y a reconciliar con Dios a los presos encarcelados y a los condenados a muerte. ( 1860)

Fecha de beatificación: 3 de mayo de 1925 por el Papa Pío XI
Fecha de canonización: 22 de junio de 1947 por el Papa Pío XII

Breve Biografía

Este humilde sacerdote fue quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de sacerdotes del siglo XIX.

Nació en 1811 en el mismo pueblo donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia). Una hermana suya fue la mamá del Beato José Alamano, fundador de la comunidad de los Padres de la Consolata.

Desde niño sobresalió por su gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.

En el año 1827, siendo Caffaso seminarista se encontró por primera vez con Juan Bosco. Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco era de una vereda y absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer encuentro con el que iba a ser después su Benefactor, su defensor y el que mejor lo comprendiera cuando los demás lo despreciaran: «Yo era un niño de doce años y una víspera de grandes fiestas en mi pueblo, vi junto a la puerta del templo a un joven seminarista que por su amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le pregunté: ´¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco de nuestras fiestas?´. Él con una agradable sonrisa me respondió: ´Mira, amiguito: para los que nos dedicamos al servicio de Dios, las mejores fiestas son las que se celebran en el templo´. Yo, animado por su bondadoso modo de responder le añadí: ´Sí, pero también en nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos felices´. Él añadió: ´Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo hace es el participar muy devotamente de las celebraciones religiosas del templo´. Luego me preguntó qué estudios había hecho y si ya había recibido la sagrada comunión, y si me confesaba con frecuencia. Enseguida abrieron el templo, y él antes de despedirse me dijo: ´No se te olvide que para el que quiere seguir el sacerdocio nada hay más agradable ni que más le atraiga, que aquello que sirve para darle gloria a Dios y para salvar las almas´. Y de manera muy amable se despidió de mí. Yo me quedé admirado de la bondad de este joven seminarista. Averigüé cómo se llamaba y me dijeron: ´Es José Cafasso, un muchacho tan piadoso, que ya desde muy pequeño en el pueblo lo llamaban -el santito».

Cafasso que era un excelente estudiante tuvo que pedir dispensa para que lo ordenaran de sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una vez a ejercer su sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la capital, Turín, a perfeccionarse en sus estudios. Allá había un instituto llamado El Convictorio para los que querían hacer estudios de postgrado, y allí se matriculó. Y con tan buen resultado, que al terminar sus tres años de estudio fue nombrado profesor de ese mismo instituto, y al morir el rector fue aclamado para reemplazarlo, y estuvo de magnífico rector por doce años hasta su muerte.

San José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo varios santos. Se propuso como modelos para imitar a San Francisco de Sales y a San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al contestar que su comportamiento se asemejaba grandemente al de estos dos simpáticos santos.

En aquel entonces habían llegado a Italia unas tendencias muy negativas que prohibían recibir sacramentos si la persona no era muy santa (Jansenismo) y que insistían más en la justicia de Dios que en su misericordia (rigorismo).

El Padre Cafasso, en cambio, formaba a sus sacerdotes en las doctrinas de San Alfonso que insiste mucho en la misericordia de Dios, y en las enseñanzas de San Francisco de Sales, el santo más comprensivo con los pecadores. Y además a sus alumnos sacerdotes los llevaba a visitar cárceles y barrios supremamente pobres, para despertar en ellos una gran sensibilidad hacia los pobres y desdichados.

Cuando el niño campesino Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo para costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media beca, y obtuvo que los superiores del seminario le dieran otra media beca con tal de que hiciera de sacristán, de remendón y de peluquero. Luego cuando Bosco llegó al sacerdocio, Cafasso se lo llevó a Turín y allá le costeó los tres años de postgrado en el Convictorio. El fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar los horrores que sufren los que en su juventud no tuvieron quién los educara bien. Y cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos abandonados en la calle, y todos lo criticaban y lo expulsaban por esto, el que siempre lo comprendió y ayudó fue este superior. Y al ver la pobreza tan terrible con la que empezaba la comunidad salesiana, el Padre Cafasso obtenía ayudas de los ricos y se las llevaba al buen Don Bosco. Por eso la Comunidad Salesiana ha considerado siempre a este santo como su amigo y protector.

En Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de terribles criminales, abandonados por todos. Y allá se fue Don Cafasso a hacer apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad se fue ganando los presos uno por uno y los hacía confesarse y empezar una vida santa. Les llevaba ropa, comida, útiles de aseo y muchas otras ayudas, y su llegada a la cárcel cada semana era una verdadera fiesta para ellos.

San José Cafasso acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque habían sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin confesarse y arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para que asistiera a los condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la sentencia a muerte, lo primero que pedía era: «Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me lleven a ahorcar» (Un día se llevó a su discípulo Juan Bosco, pero éste al ver la horca cayó desmayado. No era capaz de soportar un espectáculo tan tremendo. Y a Cafasso le tocaba soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y convertía pecadores).

La primera cualidad que las gentes notaban en este santo era «el don de consejo». Una cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber aconsejar lo que más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho llegaban continuamente obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros, militares, y toda clase de personas necesitadas de un buen consejo. Y volvían a su casa con el alma en paz y llena de buenas ideas para santificarse. Otra gran cualidad que lo hizo muy popular fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y pequeño de estatura, pero en el rostro siempre una sonrisa amable. Su voz sonora, y encantadora. De su conversación irradiaba una alegría contagiosa (que San Juan Bosco admiraba e imitaba grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad inmutable del Padre José. La gente decía: «Es pequeño de cuerpo, pero gigante de espíritu». A sus sacerdotes les repetía: «Nuestro Señor quiere que lo imitemos en su mansedumbre».

Desde pequeñito fue devotísimo de la Sma. Virgen y a sus alumnos sacerdotes los entusiasmaba grandemente por esta devoción. Cuando hablaba de la Madre de Dios se notaba en él un entusiasmo extraordinario. Los sábados y en las fiestas de la Virgen no negaba favores a quienes se los pedían. En honor de la Madre Santísima era más generoso que nunca estos días. Por eso los que necesitaban de él alguna limosna especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un sábado o en una fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que en honor de la Madre de Jesús, les concedería su petición.

Un día en un sermón exclamó: «qué bello morir un día sábado, día de la Virgen, para ser llevados por Ella al cielo». Y así le sucedió: murió el sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años.
Su oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco.

El Papa Pío XII canonizó a José Cafasso en 1947, y nosotros le suplicamos a tan bondadoso protector que logremos imitarlo en su simpática santidad.

Antes de morir escribió esta estrofa: «No será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús, y te recibe la Virgen María». Y seguramente así le sucedió en realidad.

Encontrarse con Cristo Resucitado desde el corazón de María

¿Qué sentía María en esos momentos? ¿qué pensaba? ¿qué recuerdos le venían a la memoria? ¿qué le decía a Jesús? ¿cuál era su experiencia interior?

Los seres humanos tenemos capacidad de sintonizar con los sentimientos de otra persona, penetrarlos y hasta cierto punto apropiarlos. Podemos ponernos en el lugar del otro, comprender sus emociones y sentimientos y sentir juntamente con él.

Es posible conectar con el otro y participar de su experiencia interior. Esto abre un mundo maravilloso en la vida de oración. Con la ayuda de la gracia, es un modo de hacer oración contemplativa.

Ciertamente la empatía tiene sus límites, pues la experiencia personal será siempre personal; las vivencias de cada uno serán siempre propias y únicas.

¿En qué consiste esta «oración por empatía»?

Por ejemplo, en este tiempo litúrgico, consiste en centrar nuestra atención en la Virgen María y tratar de sintonizar con los sentimientos de María durante la pasión, muerte y resurrección de Jesús. He empleado esta modalidad de oración durante el triduo pascual y lo sigo aplicando ahora en la pascua. Me está ayudando mucho.

Tratar de meterse al corazón de la Madre de Jesús y Madre nuestra mientras en silencio y soledad acompaña a su Hijo en cada momento de su pasión y en su resurrección. Algunas preguntas que ayudan: ¿qué sentía María en esos momentos? ¿qué pensaba? ¿qué recuerdos le venían a la memoria? ¿qué le decía a Jesús? ¿qué escuchaba? ¿cuáles eran sus actitudes? ¿cuál era su experiencia interior?

Detenerse en cada paso, sin prisa. Un día se puede tomar una escena, otro día otra. O permanecer durante varios días en la que más ayude a cada uno. Este modo de orar supone un fuerte cultivo de la capacidad de escucha.

Se trata de contemplar y sentir profundo

No hacen falta muchos pensamientos, se trata de contemplar y sentir profundo, identificándose con la oración de María: durante la última cena, durante la oración en el huerto, cuando fue apresado, cuando estaba en la cárcel, cuando fue condenado a muerte, cuando subía el Calvario con la cruz a cuestas, cuando fue crucificado, durante su agonía, cuando expiró, cuando resucitó, cuando encontró a María en el huerto, cuando se apareció a los suyos…

Gozar con Cristo Resucitado desde el corazón de María

Desde el Sábado Santo me ha ayudado mucho gozar con Cristo Resucitado desde el corazón de su Madre.

En la resurrección de Jesús confluyen

  1. El amor del Padre que lleno de conmoción vio morir a su Hijo diciendo: «Todo está cumplido» (Jn 19,30), «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,45). Con la Resurrección, el Padre respondió a la súplica de Jesús en el huerto: ¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mi este cáliz (Mc 14,36).
  2. El poder del Espíritu de amorque hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5)
  3. La pasión de amor de Cristo por el hombre que quiere permanecer siempre a su lado: «Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los tiempos.» (Mt 28,20)

Y María participa en la Resurrección de Cristo con su dolor y su esperanza

Con la muerte de Jesús parecía fracasar la esperanza de cuantos confiaron en Él. Aquella fe nunca dejó de faltar completamente, sobre todo en el corazón de la Virgen María, la Madre de Jesús, la llama quedó encendida con viveza también en la oscuridad de la noche.(Benedicto XVI, 8 de abril de 2012) y a través de la experiencia transformante de la Pascua de su Hijo, se convierte en Madre de la Iglesia, o sea, de cada uno de los creyentes y de toda la comunidad.(Benedicto XVI, Regina Coeli, 9 de abril 2012)

¡Qué fácil es gozar con Cristo Resucitado desde el corazón de su Madre mientras le contempla vivo y glorioso!

Oración
Madre:
Mientras el sábado santo se libraba el combate entre la Luz y las tinieblas,
el Espíritu Consolador invadía tu corazón, aliviando tu dolor,
el Padre terminaba su obra maestra: Cristo Resucitado,
y tú en silenciosa espera…

¡Cuánto aprendo de tu silencio sonoro!
Gracias, Madre, por permitirme entrar en el jardín de tu alma y acompañarte en tu dolor.
No me cabe la menor duda de que fuiste tú la primera a quien buscó Jesús resucitado.

¿Qué pasó en tu corazón cuando al tercer día brilló el Sol Naciente con toda su gloria?
¿Cómo celebraron juntos aquél momento? Me imagino lo que sentiste.

Déjame ver con tu mirada el rostro de tu Hijo Resucitado,
alegrarme y regocijarme en Él como tú lo hiciste.

A ti te constituyó en Madre de la Iglesia,
que a mí me conceda resucitar con Él;
que me haga un hombre nuevo,
que piense en las cosas de arriba,
y las busque por encima de todo
Amen

Nardo del 23 de Junio

¡Oh Sagrado Corazón, abundancia de Amor!

Meditación: ¡Oh Señor!. Quién pudiera conocerte verdaderamente a Vos, Señor que te hiciste Hombre y pescador, para enseñarnos a trabajar en el Amor. ¡Oh Señor!, que a todos buscas. Tú, el Rey, te sentabas en una barca y desde el lago de Galilea enseñabas Tu Palabra. Tú, que a los leprosos curabas y sanabas las almas. Tu mirada era sólo Amor y ofrenda del dolor que causaba el hedor de las almas putrefactas. Tú, Señor, que conoces todos nuestros pecados pero a pesar de eso nos sigues amando. Tú, que por nosotros te sigues dando, para que volvamos a Tu lado. Tú, Señor, que por gran Misterio nos quieres dar un corazón nuevo para nacer a Vos y vivir en unión con Nuestro Creador. Señor, que nos regalas la esperanza de habitar algún día en eterna alabanza en la Morada Santa, permite a este siervo Tuyo tirar las redes para llevar a mis hermanos hacia Tus Benditas Manos.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla:Pidamos al Señor, en humilde oración, que podamos ayudar a la conversión de nuestros hermanos.

Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.

Oración al hombre más grande nacido de mujer

Reza a san Juan Bautista para que te ayude a prepararte para acoger en tu corazón a Jesús y sus palabras de vida eterna

Jesús definió a Juan Bautista como el más grande entre los nacidos de mujer. Este santo preparó los corazones de su pueblo para acoger al Hijo de Dios. Lo hizo predicando la penitencia y la conversión. Juan era el primo de Jesús y lo bautizó en el río Jordán. Podemos recurrir a él con esta oración:

«Oh, glorioso san Juan Bautista,
que entre los nacidos de mujer fuiste el profeta más grande:

Aunque fuiste santificado desde el seno materno,
tú quisiste retirarte al desierto
para dedicarte a la oración y a la penitencia.

Obtén para nosotros del Señor
el desapego de cualquier ideal terreno
para practicar con recogimiento el diálogo con Dios
y la penitencia de las pasiones.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Oh, el más celoso apóstol de Jesús
que sin ofrecer milagros físicos
preparaste a la multitud
para acoger al Mesías
y escuchar sus palabras de vida eterna.

Obtén para nosotros la docilidad a las inspiraciones del Señor
para que con el testimonio de nuestra vida
podamos conducir a las almas a Dios,
sobre todo a aquellas que necesitan más misericordia.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Oh, mártir invencible,
que por fidelidad a la ley de Dios y a la salvación de las almas
te opusiste al ejemplo de vidas disolutas
a costa de tu libertad y tu vida.

Obtén para nosotros de Dios una voluntad fuerte y generosa
para que venciendo cualquier temor humano
observemos la ley de Dios,
profesemos abiertamente la fe
y sigamos las enseñanzas del Divino Maestro y de su santa Iglesia.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén«.