Saint Ignatius of Loyola

REFERENCIAS BÍBLICAS

Matthew 13:44-46

Amigos, hoy Jesús nos ofrece dos parábolas sobre el Reino de los Cielos. Pongamos el foco en la primera: “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo que un hombre encuentra y vuelve a esconder”. 

Algunas veces el amor de Dios se encuentra de ese modo. Hay un dicho que sugiere que: “La vida es lo que sucede mientras estamos ocupados haciendo otros planes”. En algunos momentos, en el curso de nuestra vida cotidiana, sucede algo que nos convoca clara y sorprendentemente a una cercanía con Dios. Nos damos cuenta, en un instante, de lo que se trata. No estábamos buscando particularmente, pero lo encontramos. 

A eso nos lleva Jesús hoy. Mientras caminamos por los campos de la vida, estemos abiertos a la atracción de la gracia aun cuando menos lo esperamos. Y cuando ese momento llegue, abandonemos todo lo que nos retenga.

Estas similitudes destacan dos características respecto a la posesión del Reino de Dios: la búsqueda y el sacrificio. Es verdad que el Reino de Dios es ofrecido a todos —es un don, es un regalo, es una gracia— pero no está puesto a disposición en un plato de plata, requiere dinamismo: se trata de buscar, caminar, trabajar. La actitud de la búsqueda es la condición esencial para encontrar; es necesario que el corazón queme desde el deseo de alcanzar el bien precioso, es decir el Reino de Dios que se hace presente en la persona de Jesús. Es Él el tesoro escondido, es Él la perla de gran valor. Él es el descubrimiento fundamental, que puede dar un giro decisivo a nuestra vida, llenándola de significado. Frente al descubrimiento inesperado, tanto el campesino como el mercader se dan cuenta de que tienen delante una ocasión única que no pueden dejar escapar, por lo tanto venden todo lo que poseen. La valoración del valor inestimable del tesoro, lleva a una decisión que implica también sacrificio, desapegos y renuncias. Cuando el tesoro y la perla son descubiertos, es decir cuando hemos encontrado al Señor, es necesario no dejar estéril este descubrimiento, sino sacrificar por ello cualquier otra cosa. No se trata de despreciar el resto, sino de subordinarlo a Jesús, poniéndole a Él en el primer lugar. La gracia en el primer lugar. (Ángelus, 30 de julio de 2017)

Ignacio de Loyola, Santo

Memoria Litúrgica, 31 de julio

Por: Cristina Fernández | Fuente: Catholic.net

Fundador de la Compañía de Jesús (Jesuitas)

Martirologio Romano: Memoria de san Ignacio de Loyola, presbítero, quien, nacido en el País Vasco, en España, pasó la primera parte de su vida en la corte como paje del contador mayor hasta que, herido gravemente, se convirtió. Completó los estudios teológicos en París y conquistó sus primeros compañeros, con los que más tarde fundaría en Roma la Compañía de Jesús, ciudad en la que ejerció un fructuoso ministerio escribiendo varias obras y formando a sus discípulos, todo para mayor gloria de Dios ( 1556).

Fecha de beatificación: 27 de julio de 1609 por el Papa Pablo V
Fecha de canonización: 12 de marzo de 1622 por el Papa Gregorio XV

Breve Biografía

San Ignacio de Loyola supo transmitir a los demás su entusiasmo y amor por defender la causa de Cristo.

Un poco de historia

Nació y fue bautizado como Iñigo en 1491, en el Castillo de Loyola, España. De padres nobles, era el más chico de ocho hijos. Quedó huérfano y fue educado en la Corte de la nobleza española, donde le instruyeron en los buenos modales y en la fortaleza de espíritu.

Quiso ser militar. Sin embargo, a los 31 años en una batalla, cayó herido de ambas piernas por una bala de cañón. Fue trasladado a Loyola para su curación y soportó valientemente las operaciones y el dolor. Estuvo a punto de morir y terminó perdiendo una pierna, por lo que quedó cojo para el resto de su vida.

Durante su recuperación, quiso leer novelas de caballería, que le gustaban mucho. Pero en el castillo, los únicos dos libros que habían eran: Vida de Cristo y Vidas de los Santos. Sin mucho interés, comenzó a leer y le gustaron tanto que pasaba días enteros leyéndolos sin parar. Se encendió en deseos de imitar las hazañas de los Santos y de estar al servicio de Cristo. Pensaba: “Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, también yo puedo hacer lo que ellos hicieron”.

Una noche, Ignacio tuvo una visión que lo consoló mucho: la Madre de Dios, rodeada de luz, llevando en los brazos a su Hijo, Jesús.

Iñigo pasó por una etapa de dudas acerca de su vocación. Con el tiempo se dio cuenta que los pensamientos que procedían de Dios lo dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad. En cambio, los pensamientos del mundo le daban cierto deleite, pero lo dejaban vacío. Decidió seguir el ejemplo de los santos y empezó a hacer penitencia por sus pecados para entregarse a Dios.
A los 32 años, salió de Loyola con el propósito de ir peregrinando hasta Jerusalén. Se detuvo en el Santuario de Montserrat, en España. Ahí decidió llevar vida de oración y de penitencia después de hacer una confesión general. Vivió durante casi un año retirado en una cueva de los alrededores, orando.

Tuvo un período de aridez y empezó a escribir sus primeras experiencias espirituales. Éstas le sirvieron para su famoso libro sobre “Ejercicios Espirituales”. Finalmente, salió de esta sequedad espiritual y pasó al profundo goce espiritual, siendo un gran místico.
Logró llegar a Tierra Santa a los 33 años y a su regreso a España, comenzó a estudiar. Se dio cuenta que, para ayudar a las almas, eran necesarios los estudios.

Convirtió a muchos pecadores. Fue encarcelado dos veces por predicar, pero en ambas ocasiones recuperó su libertad. Él consideraba la prisión y el sufrimiento como pruebas que Dios le mandaba para purificarse y santificarse.

A los 38 años se trasladó a Francia, donde siguió estudiando siete años más. Pedía limosna a los comerciantes españoles para poder mantener sus estudios, así como a sus amigos. Ahí animó a muchos de sus compañeros universitarios a practicar con mayor fervor la vida cristiana. En esta época, 1534, se unieron a Ignacio 6 estudiantes de teología. Motivados por lo que decía San Ignacio, hicieron con él voto de castidad, pobreza y vida apostólica, en una sencilla ceremonia.

San Ignacio mantuvo la fe de sus seguidores a través de conversaciones personales y con el cumplimiento de unas sencillas reglas de vida. Poco después, tuvo que interrumpir sus estudios por motivos de salud y regresó a España, pero sin hospedarse en el Castillo de Loyola.

Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros que se encontraban en Venecia y se trasladaron a Roma para ofrecer sus servicios al Papa. Decidieron llamar a su asociación la Compañía de Jesús, porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Paulo III convirtió a dos de ellos profesores de la Universidad. A Ignacio, le pidió predicar los Ejercicios Espirituales y catequizar al pueblo. Los demás compañeros trabajaban con ellos.

El Papa Pablo III les dio la aprobación y les permitió ordenarse sacerdotes. Fueron ordenados en Venecia por el obispo de Arbe el 24 de junio. Ignacio celebrará la primera misa en la noche de Navidad del año 1538. En ese tiempo se dedican a predicar y al trabajo caritativo en Italia.

Ignacio de Loyola, de acuerdo con sus compañeros, resolvió formar una congregación religiosa que fue aprobada por el Papa en 1540. Añadieron a los votos de castidad y pobreza, el de la obediencia, con el que se comprometían a obedecer a un superior general, quien a su vez, estaría sujeto al Papa.

La Compañía de Jesús tuvo un papel muy importante en contrarrestar los efectos de la Reforma religiosa encabezada por el protestante Martín Lutero y con su esfuerzo y predicación, volvió a ganar muchas almas para la única y verdadera Iglesia de Cristo.

Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, dirigiendo la congregación y dedicado a la educación de la juventud y del clero, fundando colegios y universidades de muy alta calidad académica.

Para San Ignacio, toda su felicidad consistía en trabajar por Dios y sufrir por su causa. El espíritu “militar” de Ignacio y de la Compañía de Jesús se refleja en su voto de obediencia al Papa, máximo jefe de los jesuítas.

Su libro de “Ejercicios Espirituales” se sigue utilizando en la actualidad por diferentes agrupaciones religiosas.

San Ignacio murió repentinamente, el 31 de julio de 1556. Fue beatificado el 27 de julio de 1609 por Pablo V, y canonizado en 1622 por Gregorio XV.

¿Qué nos enseña su vida?

  • A ser fuertes ante los problemas de la vida.
  • A saber desprendernos de las riquezas.
  • A amar a Dios sobre todas las cosas.
  • A saber transmitir a los demás el entusiasmo por seguir a Cristo.
  • A vivir la virtud de la caridad ya que él siempre se preocupaba por los demás.
  • A perseverar en nuestro amor a Dios.
  • A ser siempre fieles y obedientes al Papa, representante de Cristo en la Tierra.

Oración

Virgen María,
ayúdanos a demostrar en nuestra vida de católicos convencidos,
una profunda obediencia a la Iglesia y al Papa,
tal como San Ignacio nos lo enseñó con su vida de servicio a los demás.
Amén.

Para profundizar más en la vida de San Ignacio de Loyola consulta: Corazones.org

Un tesoro escondido

Santo Evangelio según san Mateo 13, 44-46. Miércoles XVII del Tiempo Ordinario.

Por: Un tesoro escondido | Fuente: Catholic.net

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Dulce Huésped del alma, Espíritu Santo, ven a visitar mi corazón para que me ayudes a encontrar los verdaderos tesoros por los cuales vale la pena dejarlo todo. Hazme digno depositario de tus dones e ilumina mi mente y entendimiento para escuchar tus palabras en este momento de oración en el que vengo humildemente a pedirte tu ayuda. Santifica mi vida para ayudar a otros a encontrarte.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 13, 44-46

El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Qué tesoro es tan valioso para vender todo lo que se tiene? ¿Qué merece desprenderse de cuanto se posee para conseguir otro bien? ¿Qué hallazgo puede producir inmensa alegría? No cabe la menor duda que lo que encontró el hombre tiene un valor inestimable, inmedible, y lo más grande en valor, es el Reino de Dios, y por él se puede renunciar a todo, y ésta sería la mejor decisión tomada.

Quien encuentra un tesoro como éste, el Reino de los Cielos, debe dejarlo todo por él, y renunciar con alegría a lo que tiene terrenalmente, pues es indudable que no podemos comparar los bienes terrestres con la posesión de Dios, «Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero» (Mt 6-24).

Jesús también nos agrega la parábola del comerciante de perlas. Ambas parábolas nos muestran que merece mucho la pena hacer un gran esfuerzo por conseguir algo muy valioso, como el Evangelio, como el amor de Cristo, como el Reino de Dios, con fe, veremos que la valoración de la posesión de Dios, que es el tesoro del que nos habla Jesús, no puede tener ninguna comparación.

Pero para poseer a Dios, debemos despojarnos de todo lo que aprisiona nuestro corazón. Es decir de nuestros afectos, o inclinaciones, pasiones e instintos, de todo cuanto nos impida la posesión de Dios. Si vaciamos el corazón de nosotros mismos, éste podrá ser ocupado por Dios.

Un muy buen negocio nos propone Jesús, el mejor de los trueques, un intercambio o entrega de cosas de poco precio, por otras valiosísimas, es así, como nos pone el ejemplo de un negociante, para indicarnos que es un hombre que conoce el valor de las cosas, y se desprende de todo por una perla fina.

Es así, como nos invita, pero también nos condiciona, que para la adquisición del Reino de los Cielos, tenemos que renunciar con alegría a todo, porque la renuncia a lo material tiene el mejor de los premios, como es la posesión de Dios. La verdadera riqueza es Dios.

.«El tesoro y la perla valen más que los otros bienes, y por tanto, el campesino y el comerciante, cuando lo encuentran, renuncian a todo lo demás para poder conseguirlo. No necesitan hacer razonamientos, pensar, reflexionar: se dan cuenta en seguida del valor incomparable de lo que han encontrado, y están dispuestos a perder todo para tenerlo. Así es el Reino de Dios: quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es lo que buscaba, que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y es realmente así: quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, se queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús. Este es el gran tesoro».

(Homilía de S.S. Francisco, 27 de julio de 2014).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré cinco minutos de oración para agradecer a Dios todas las personas, experiencias y cosas que me ha dado y permitido en mi vida y le pediré que lo descubra a Él como mi único Tesoro.

Despedida
Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

San Ignacio de Loyola, un loco de amor por Jesucristo

Un infatigable peregrino; un buscador incansable de la voluntad de Dios.

Fuente: Vatican News

Es verdad, se ha escrito mucho sobre la vida y obra de San Ignacio de Loyola, más nunca suficientemente. Cada uno de nosotros los jesuitas podríamos, con todo derecho, decir quién es Ignacio para cada uno. También todas las personas, hombres y mujeres, que hoy se nutren de la espiritualidad ignaciana podrían compartir quién es Ignacio y qué ha significado en su vida.

Podríamos empezar por identificarlo como aquel caballero y gentilhombre, el cortesano, el aguerrido, el herido de Pamplona, el buscador, el místico, el contemplativo, el enamorado, el compañero, el maestro de la sospecha y del discernimiento, el hombre de los Ejercicios Espirituales… hasta el fundador y Padre de la Compañía de Jesús. Y es que la biografía de San Ignacio de Loyola es tan amplia y diversa que podemos encontrar en él a un santo bien humano en cuya vida cualquiera de nosotros puede verse reflejado y sentirse identificado. Por ejemplo, personalmente, recuerdo que antes de entrar a la Compañía a mí me conmovió mucho la elocuente honestidad con la que define gran parte de su vida en su Autobiografía “Hasta los veintiséis años fue un hombre dado a las vanidades del mundo”. Esa sola frase me hizo sentirme atraído por su historia y su persona hasta llevarme a tocar las puertas de la Orden. No obstante, en la medida en que le he conocido más profundamente, me ha seducido mucho más su faceta de peregrino, tal y como él se define a sí mismo en sus escritos espirituales. Un infatigable peregrino; un buscador incansable de la voluntad de Dios que, seducido completamente por su “Criador y Señor”, era muy sensible a los movimientos del buen Espíritu en su interior. Así nos lo cuenta Jerónimo Nadal, uno de los primeros jesuitas:

El maestro Ignacio encaminó su corazón hacia donde lo conducía el Espíritu y la vocación divina; con singular humildad seguía al Espíritu, no se le adelantaba; y así era conducido con suavidad a donde no sabía. Aquel peregrino era un loco de amor por Jesucristo. Desde que Dios entró en su corazón comenzó a recorrer los caminos de Europa buscando el mejor modo de amar y servir. La pasión de su vida fue buscar y encontrar a Dios en todas las cosas.

Ese cojo peregrino de Loyola que, gracias a su dolorosa herida sufrida en Pamplona, pudo hacer un alto en su vida para encontrarse cara a cara consigo mismo y preguntarse con toda franqueza qué es lo que realmente quería para su vida y abrirse así a la gracia del Señor. Ese peregrino nos enseña que el seguimiento del Señor Jesús es un camino de suavidad que implica un hondo conocimiento de uno mismo y conocer internamente el corazón de Cristo para dejarse conducir “sabiamente ignorante” hacia los horizontes más insospechados de nuestros propios deseos y anhelos. San Ignacio no es un místico que vaya por el camino de las nadas; al contrario, Ignacio es un místico del todo. No le tiene miedo a la fuerza de su imaginación para recrear las escenas del Evangelio en sus propias contemplaciones. La espiritualidad que nos ha heredado es una espiritualidad sensual que, por medio de la aplicación de los sentidos, nos enseña que podemos rastrear la presencia de Dios en todas las cosas creadas sobre la faz de la tierra porque no hay ninguna división entre lo sacro y lo profano, todo y todos somos motivo de encuentro con Dios, por eso nos invita constantemente a: “encontrar a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Él”. Sin división y sin confusión.

Un peregrino metido hasta las entrañas en los “negocios” prácticos de este mundo, pero con un corazón grande y una amplia mirada para contemplar con asombro la belleza cautivadora de la creación, al punto de amar apasionadamente a este mundo y a esta vida nuestra. Así nos lo cuenta Diego Laínez, otro de los primeros jesuitas:

Ignacio se subía a la azotea por la noche, de donde se descubría el cielo libremente; allí se ponía en pie, y sin moverse estaba un rato con los ojos fijos en el cielo; luego, hincado de rodillas, hacía una adoración a Dios; después se sentaba en un banquillo, y allí se estaba con la cabeza descubierta, derramando lágrimas hilo a hilo, con tanta suavidad y silencio, que no se le sentía ni sollozo, ni gemido, ni ruido, ni movimiento alguno del cuerpo.

Un peregrino que nos enseña que para ser contemplativos no hay que fugarnos del mundo, sino habitar en él, porque es posible ser verdaderamente contemplativos en la acción. Asimismo, nos comparte que, aunque la soledad y el silencio son indispensables para el encuentro con Dios, también en la comunidad, especialmente en las necesidades de nuestros hermanos y hermanas, podemos contemplar una presencia claramente divina. En medio del ruido y del caos de las ciudades podemos escuchar la voz silenciosa del Señor que nos invita constantemente a “en todo amar y servir”, no como una frase piadosa o un atractivo eslogan de un gran colegio o universidad jesuita, sino como un horizonte real de posibilidades abiertas y concreciones de realización infinitas.

Debo aceptar que, como buen jesuita, cuando hablo de San Ignacio me suelo desbordar porque es nuestro padre y maestro. Sin embargo, quisiera cerrar este texto diciendo que lo que más me cautiva de Ignacio es que es un peregrino delicadamente sensible y con los pies bien puestos sobre esta bendita tierra nuestra. Cuando contemplo sus alpargatas con las que caminó y recorrió tantos y tantos caminos, no puedo más que inclinarme reverente; y con mi corazón conmovido, parece que escucho su tierna voz recordándome al oído aquello de que “el amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras” [EE,230]. Por eso, termino este escrito utilizando sus propias palabras, esas que solemos repetir constantemente a modo de oración preparatoria cada vez que hacemos Ejercicios Espirituales: Concédenos Señor “que todas nuestras intenciones, acciones y operaciones estén puramente ordenadas al servicio y alabanza de vuestra divina voluntad”.

Oración para pedir por la curación interior

fizkes-Shutterstock

Muchas de nuestras enfermedades del alma pasan desapercibidas porque nos imbuimos en el activismo, oremos para que el Señor nos dé la salud espiritual

Cuando nos sintamos mal debido a las heridas del alma, acudamos a Dios en oración para que nos sane y nos permita continuar por el camino de la salvación, sin rencores ni obstáculos espirituales.

Oremos

Padre de bondad, Padre de Amor, te bendigo, te alabo y te doy gracias porque por amor nos diste a Jesús. Gracias Padre porque a la luz de tu Espíritu, comprendemos que Él es la luz de tu Espíritu, comprendemos que Él es la Luz, la verdad y el buen pastor, que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

Hoy, Padre, me quiero presentar delante de ti, como tu hijo (a). Tú me conoces por mi nombre. Pon tu ojos de Padre amoroso en mi vida. Tú conoces mi corazón y conoces las heridas de mi historia.

Tú conoces todo lo que he querido hacer y no he hecho. Conoces también lo que hice o me hicieron, lastimándome. Tú conoces mi limitaciones, errores y mi pecado. Conoces los traumas y complejos de mi vida

Hoy, Padre, te pido que, por el amor que le tienes a tu Hijo Jesucristo, derrames tu Santo Espíritu sobre mí, para que el olor de tu amor sanador penetre en lo más íntimo de mi corazón.

Tú que sanas los corazones destrozados y vendas las heridas, sáname aquí y ahora de mi alma, mi mente, mi memoria y todo mi interior. Entra en mí, Señor Jesús, como entraste en aquella casa donde estaban tus discípulos llenos de miedo.

Tú te apareciste en medio de ellos y les dijiste: «Paz a ustedes». Entra en mi corazón y dame tu paz. Lléname de amor. Sabemos que el amor echa fuera el temor. Pasa por mi vida y sana mi corazón.

Te lo estoy pidiendo con María, mi Madre, que estaba en las bodas de Caná cuando no había vino y Tú respondiste a su deseo, transformando el agua en vino.

© Compassion International

Cambia mi corazón y dame un corazón generoso, un corazón afable, un corazón bondadoso; dame un corazón nuevo. Haz brotar en mí los frutos de tu presencia. Dame el fruto de tu Espíritu que es amor, paz, alegría.

Haz que venga sobre mí el Espíritu del bienestar, para que pueda saborear y buscar a Dios cada día, viviendo sin complejos ni traumas junto a los demás, junto a mi familia, junto a mis hermanos.

Te doy gracias, Padre, por lo que estás haciendo hoy en mi vida. Te doy gracias de todo corazón porque Tú me sanas, porque Tú me liberas, porque Tú rompes las cadenas, Tú me das la libertad. Gracias, Señor Jesús, porque soy templo de tu Espíritu y este templo no se puede destruir porque es la casa de Dios.

Te doy Gracias, Espíritu Santo por la fe. Gracias por el amor que has puesto en mi corazón. iQué grande eres, Señor Dios Trino y Uno! Bendito y alabado seas.

Amén.

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