Con amor eterno te amé

En este pasaje, oímos a Dios decir con toda rotundidad, dirigiéndose al pueblo: “con amor eterno te amé”. Así es el amor de Dios ya en el Antiguo Testamento y en relación con su pueblo. Aunque como fruto de que los hombres ejerzan su libertad, y que vayan en contra de Él mismo, se encuentren en situaciones de debilidad e incluso de destierro. Pero Dios nunca olvida a su pueblo y el amor eterno que le profesa. En esta lectura de Jeremías, el Señor toma la iniciativa de salvar a su pueblo del destierro: “proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel”. Lo cual es motivo de hacer fiesta y de profunda alegría: “todavía te adornarás y saldrás con panderos a bailar en corros”.

Ese amor eterno de Dios a toda la humanidad se ha hecho más patente con la venida de su Hijo Jesús a nuestra tierra. “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito”. Bien nos demostró Jesús lo mucho que nos quería regalándonos su luz, su amor, su persona, su cuerpo, su sangre y quedándose para siempre con nosotros.

“No os dejaré huérfanos… estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo”. Ciertamente el amor de Dios es eterno. Mujer qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. Sospecho que a la gran mayoría de nosotros la primera vez que nos encontramos con el principio del pasaje evangélico de hoy nos pareció un tanto extraño. Nos chocó la actitud de Jesús, de ese Jesús que siempre le hemos visto atender a los que acuden y confían en él, que se mostrase reticente ante la petición de la mujer cananea de que cure a su hija poseída “por un demonio muy malo”, aduciendo que no era de Israel. Pero al fin, vemos al Jesús de siempre, que no se resiste ante quien tiene fe en él. “Mujer qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”.El mismo Jesús nos invita a “pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca halla y a quien llama se le abre”. Ha venido hasta nosotros para no reservarse nada de él, sino para que “tengamos vida y vida en abundancia”. Y también nos pide que extendamos su persona y su mensaje a todo el mundo “Id por el mundo entero y predicad el evangelio”.

Con estas palabras esta madre demuestra haber intuido que la bondad del Dios Altísimo, presente en Jesús, está abierta a toda necesidad de sus criaturas. Esta sabiduría plena de confianza toca el corazón de Jesús y le arrebata palabras de admiración: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas» (v. 28). ¿Cuál es la fe grande? La fe grande es aquella que lleva la propia historia, marcada también por las heridas, a los pies del Señor pidiéndole que la sane, que le dé sentido.

(Ángelus, 6 de agosto de 2020)

Asprenato, Santo

Obispo, 3 de agosto

Martirologio Romano: En Nápoles, de la Campania, san Asprenato, primer obispo de la ciudad (s. II/III).

Breve Biografía

Muchos napolitanos, por la gran devoción para el patrón principal de la ciudad san Genaro y de su espectacular milagro anual de la licuefacción de la sangre, ha olvidado o hasta ignoran que el primer obispo de la naciente comunidad cristiana de Nápoles fue san Asprenato, mientras san Genaro fue obispo de Benevento y mártir en Pozzuoli en las proximidades de Nápoles.

De san Asprenato se sabe que vivió entre finales del siglo I y principios del siglo II, época en que los más recientes estudios arqueológicos, fijan los principios de la Iglesia napolitana, y como confirmación de esto, se sabe que el nombre Asprenato fue muy popular en el período de la república y en los primeros tiempos del imperio romano, luego cayó en desuso.
Varios antiguos documentos comprendidos en el famoso Calendario Marmóreo de Nápoles, certifican su existencia durante los mandatos de los emperadores Trajano y a Adriano y fijan en veintitrés años la duración de su episcopado.

De su vida no se sabe nada cierto, pero una antiquísima leyenda repetida con modificaciones en textos posteriores, cuenta que san Pedro, fundada la Iglesia de Antioquía, se encaminó hacia Roma con algunos discípulos, pasó por Nápoles, aquí encontró una viejecita enferma (identificada luego como santa Cándida La Anciana), quien prometió adherirse a la nueva fe si se curaba.

Pedro hace una oración pidiendo la sanación, a lo que los discípulos de Antioquía contestaron con ¡Amén!, Cándida se sanó, y encomienda cure también a un amigo suyo llamado Asprenato enfermo desde hace tiempo y que si lo curara también ciertamente se convirtiría.

En este instante Pedro también intercede y logra que sea curado, y luego de catequizarlo, lo bautiza. El cristianismo vivía una rápida difusión en Nápoles, y cuando Pedro decidió retomar el viaje hacia Roma, consagró a Asprenato como obispo.

Él hizo construir el oratorio de Santa María del Principio sobre que surgirá la basílica de santa Restituta y fundó la iglesia de san Pedro en Aram donde todavía hoy se conserva el altar sobre el que el apóstol celebró el Sacrificio.

El santo obispo murió rico en méritos, y varios milagros fueron conseguidos por su intercesión; su cuerpo fue llevado al oratorio de santa María del Principio, algunos estudios más recientes dicen que las reliquias están en las catacumbas de san Genaro, en cuyos alas superiores están las imágenes, no bien conservadas, de los primeros 14 obispos napolitanos.
Después de san Genaro es el segundo de los 47 santos protectores de Nápoles, cuyos bustos de plata son custodiados en la capilla del tesoro de san Genaro en la Catedral (el Duomo), aquí también está conservado el bastón con el que san Pedro lo curó.

En la ciudad, en épocas diferentes, fueron elegidas dos iglesias en su honor y una capilla le es dedicada en la antiquísima basílica de santa Restituta.

Es invocado para calmar la jaqueca, su fiesta litúrgica es recordada en el Martirologio Romano y en el Calendario Marmóreo al 3 de agosto.

Y si Jesús no contesta…

Santo Evangelio según san Mateo 15, 21-28. Miércoles XVIII del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«Señor, hijo de David, ten compasión de mí». Mira, Señor, este corazón que tanto has amado. Mira, Señor, este corazón, marcado por la tristeza, el sufrimiento y la miseria. Mira, Señor, este corazón que tiene tanta sed de ti. «Señor, hijo de David, ten compasión de mí». Mira, Señor, todo lo que ya has hecho en mi vida. Mira, Señor, tanto bien que ya has hecho brotar en mí. Mira, Señor, y haz que mi alma sea cada día más como Tú quieres que sea. «Señor, hijo de David, ten compasión de mí». Mira, Señor, mis propósitos y planes para este día. Mira, Señor, cuánto necesito tu gracia para cumplirlos. Mira, Señor, cuánto te necesito a ti para dar gloria a Dios Padre. ¡Haz mi corazón semejante al tuyo!

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 15, 21-28
En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros”. Él les contestó: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.

Ella se acercó entonces a Jesús y postrada ante él, le dijo: “¡Señor, ayúdame!” Él le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Pero ella replicó: “Es cierto, Señor, pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Esta mujer cananea recorrió una larga distancia sin una sola respuesta de Jesús. Gritaba y gritaba, pero parecía que el Señor no tenía oídos para ella. ¿Por qué el buen Pastor no atiende a una oveja perdida? ¿Por qué la Luz del mundo deja un alma a oscuras? Hasta los apóstoles, cansados ya de escucharla, le dicen a Cristo que al menos la atienda para que los deje en paz…

Parecía que no pasaba nada entre tanta petición. Sin embargo, la insistencia de esta mujer fue dando algunos frutos de un valor incalculable: el crecimiento interior, la humildad y la fe.

Imaginemos que Jesús hubiera respondido inmediatamente. Ni siquiera hubiera hecho falta alzar la voz, y mucho menos insistir a gritos… Pero la mujer se hubiera perdido el gran tesoro de «acercarse a Jesús» y postrarse ante Él. Y es que cuando oramos con insistencia nos estamos acercando a Jesús. Decía san Agustín que orar es acercarse a Dios. La distancia entre Dios y nosotros se recorre con el corazón, que crece en el deseo ardiente de recibir a su Señor.

Así, creciendo interiormente en la esperanza y en el deseo de Dios, tendremos suficiente espacio para acoger las gracias que Cristo desea darnos. Entonces sabremos lo valioso que es el don de Dios. La mujer cananea ni siquiera se nos presenta con un nombre. No es parte del pueblo elegido y no entra en la misión de Cristo. En cuanto ella reconoce su pequeñez, el buen Pastor la toma sobre sus hombros. Sólo los humildes tocan el corazón de Cristo. Sólo los pobres, como María, son grandes delante de Dios. Sólo si tenemos las manos vacías podemos estar disponibles para que Él nos colme de bienes…

El tercer fruto es el más bello y maduro. «Mujer, ¡qué grande es tu fe!» Cristo mismo se admira de esta fe y entonces queda “vencido” de compasión y ternura. No puede negarle el milagro a ella, que está tan segura de obtenerlo. Cristo no puede negarle su amor y su gracia a quien se abraza con tanta fuerza a su Corazón.
Insistamos en nuestra oración. No nos cansemos de gritar al Señor por nuestros hijos e hijas, por nuestras necesidades espirituales y materiales.

Él no responderá de modo automático, pero seguro que ya está trabajando dentro de nosotros para que se den los frutos.

«Seguir a Jesús no es fácil pero es bonito y siempre se arriesga pero se encuentra una cosa importante: tus pecados son perdonados. Porque detrás de esa gracia que nosotros pedimos —la salud o la solución de un problema o lo que sea— está la necesidad de ser sanados en el alma, de ser perdonados. En realidad todos sabemos que somos pecadores y por eso seguimos a Jesús para encontrarlo. ¿Yo arriesgo o sigo a Jesús según las reglas de la compañía de seguros? ¡Hasta aquí, no hacer el ridículo, no hacer esto, no hacer aquello! Pero así no se sigue a Jesús. Es más, haciendo así, se permanece sentados como los escribas en el Evangelio que juzgaban. Seguir a Jesús, porque necesitamos algo, y arriesgando también en persona, significa seguir a Jesús con fe: esta es la fe. En resumen, debemos confiar en Jesús, fiarse de Jesús: precisamente con esta fe en su persona».

(Cf Homilía de S.S. Francisco, 13 de enero de 2017, en santa Marta).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré tres momentos concretos para rezar por mi familia; por ejemplo, un avemaría a media mañana, al final del trabajo y antes de dormir.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

El problema de quien no cree

¿Cuál es el verdadero problema de quien carece de fe?

“Si el ser humano sólo confía en lo que ven sus ojos, en realidad está ciego porque limita su horizonte de manera que se le escapa precisamente lo esencial.

Porque tampoco tiene en cuenta su inteligencia. Las cosas realmente importantes no las ve con los ojos de los sentidos, y en esa medida aún no se apercibe bien de que es capaz de ver más allá de lo directamente perceptible.”

Joseph Ratzinger, Dios y el mundo, p. 16

Tener fe o no tener fe, esa es la cuestión
Hay personas con fe y personas sin fe. Personas que la tienen y viven como si no la tuvieran; y personas que no la tienen y quisieran tenerla.

Personas que nacen en el seno de una familia cristiana y son casi genéticamente cristianas.

Personas a las que nunca nadie habló de Dios, no lo conocen y por falta de experiencia “divina” carecen de sensibilidad para las cosas espirituales. La fe no les dice nada, porque no pueden imaginar lo que es tenerla.

Personas que perdieron la fe que alguna vez tuvieron; se les quedó por el camino y no les interesa mucho por dónde. No les dice nada porque se aburrieron de lo que creían.

Personas ansiosas por encontrar un sentido a la rutina de sus vidas.

En estas breves páginas, quisiera explicar al creyente (que más allá de crisis coyunturales nunca ha experimentado lo que es vivir sin fe) el problema de quien carece de fe. Porque, digámoslo de entrada, aunque no sea conciente, quien no tiene fe tiene un problema muy serio.

¿Cuál es el problema de quien carece de fe?

Para comenzar, se pierde de conocer mucho de la realidad. Y, en concreto, lo más elevado.
Puede alcanzar sólo una visión muy superficial de la vida humana: lo que se ve, se oye, se come, engorda, enferma, etc. Pero el hombre es bastante más que una máquina que procesa comida, trabaja y se reproduce. Quien pierde el espíritu humano (lo más valioso del hombre) pierde mucho (y la relación con Dios es la expresión más alta del espíritu humano).

Pierde, además, la trascendencia y su vida queda así encerrada en la “cárcel” de la inmanencia de este mundo. Podrá disfrutar muchas cosas, divertirse, etc., pero su vida -considerada globalmente- se ha convertido en un camino hacia el cáncer y la tumba. Es duro, pero no cabe esperar otra cosa.

Pierde el sentido más profundo del amor, que sin espíritu queda reducido a mero placer.
Se le escapa el sentido más profundo de la vida (para qué vivo, dónde voy…). No sabe de dónde viene ni adónde va.

No es capaz de alcanzar lo único que, en definitiva, realmente importa. No tiene una sola respuesta para los problemas cruciales de la existencia humana. Como reconocía un premio Nobel español, agnóstico, lleno de tristeza hacia el final de su vida: “no tengo una sola respuesta para las cosas que realmente me interesan. Soy un sabio muy especial. Un sabio que no sabe nada de lo que le importa”.

Quien dice que sólo creerá lo que toque y vea (“si no lo veo no lo creo”), en realidad no sabe lo que está diciendo. La realidad más profunda de las cosas no está a nivel superficial y, por tanto, está fuera del alcance de los sentidos. No se ve con los ojos, no se pesa en una balanza, ni siquiera se alcanza con un microscopio. Se “ve” con la inteligencia, pero más allá de donde llegan los sentidos. Y, la verdad más grande -cómo es la vida íntima de Dios-, supera incluso esta capacidad intelectual de “ver”: sólo se accede a ella por la fe.

De modo brillante y resumido se lo explica el zorro al Principito cuando le dice: “no se puede ver sino con el corazón. Lo esencial está oculto a los ojos” (Antoine de Saint-Exupery, El Principito, XXI).

El hombre sin fe nunca llega a entender algunas de las cosas más importantes de su vida

Como por ejemplo:

  • La felicidad y las ansias de infinito
  • Las realidades espirituales
  • El sentido de la vida (para qué estamos acá)
  • Los anhelos más profundos de la persona
  • El fracaso
  • El dolor
  • La muerte (tanto en general, como la propia y la de los seres queridos)
  • Y sobretodo lo que viene después.

Quien se cierra en su no-creeencia tiene cerrado el acceso a Dios, a la redención, a la salvación.
Cerrado a la trascendencia, está cerrado a su desarrollo más pleno, y sobre todo a la felicidad perfecta.

En el ser humano hay unas ansias de infinito que no es posible reprimir: nada de este mundo lo satisface plenamente, porque las cosas de aquí le “quedan chicas”. Esas ansias de infinito serán saciadas después de esta vida. Por eso quien está cerrado a la trascendencia, está frustrado existencialmente, pues le resulta imposible concebir como posible la satisfacción de la tendencia más radical de su ser: su tendencia a la plenitud.

Sólo quien sabe quién es puede vivir con plenitud

En la Misa inaugural de su Pontificado Benedicto XVI recordó que “únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo” (Benedicto XVI, Homilía del 24.4.05).

El hombre sin fe, se pierde lo mejor de la vida (que no necesariamente es lo más divertido): Dios y la vida eterna quedan fuera del horizonte de su vida y de su alcance.

Algunos, con buen corazón, pueden ocuparse de cosas muy nobles, como la ciencia o el arte; también contribuir al bien temporal de los demás. Todo esto es muy bueno. Pero, les falta algo, en realidad mucho: la apertura al infinito y la perfección, que da sentido y valor a lo que hacen. Para ellos, este bien, en cierta manera, se convierte en un camino hacia Dios.

Otros -quizá coherentemente con su visión materialista de vida (quien no cree en la trascendencia queda “encerrado” en la materia)- viven en la frivolidad (“comamos y bebamos que mañana moriremos”) pueden distraerse (dis-traerse: alejar la atención de lo importante), entretenerse (entre-tener: pasar ligeramente un rato entre dos cosas), divertirse (ocuparse jugando de cosas livianas), vivir en y para la pavada.

La sociedad actual (tecnológica) les ofrece todo tipo de medios para conseguirlo… y pueden distraerse, entretenerse y divertirse con bastante éxito… y de a ratos olvidarse de quienes son, pero no se realizan: pierden la vida.

Pueden pasar su existencia distraídos, entretenidos y divertidos (con la atención fuera de lo que lo conduciría a una vida realizada).

Incluso morir sin darse cuenta. Pero al final, se desvelará el misterio y se verá cómo han frustado su existencia llenándola de nada.

¿Es cómodo ser creyente?

Hay quienes repiten una frase gastada: “es duro ser no creyente”.

Como si la postura de los creyentes fuera más cómoda. Como si los no creyentes fueran más honrados al no creer al precio de su inseguridad (cosa realmente dolorosa).

Esta expresión tiene dos partes.

Ser creyente es mucho más seguro y, al mismo tiempo, exigente.

Es cierto que sin fe se carece de la seguridad del creyente. Y esto no puede no ser duro. Pero también puede resultar muy cómodo. No se puede conocer el interior de las personas. Hay quienes para estar cómodos “pagan” el precio de vivir en la oscuridad. No se comprometen con la verdad, no la buscan. Viven tranquilos en su ignorancia para no exponerse a tener que hacer aquellas cosas que les exijiría la fe si la encontraran… y por eso prefieren no buscarla.

No están condenados a no creer. Quienes son honestos consigo mismo no nunca abandonan la búsqueda de la verdad.

La curiosa pretensión del agnóstico Resulta realmente curioso el planteo del agnóstico: afirmar la imposibilidad de conocer lo que él no conoce…

¿No sería más razonable afirmar simplemente que él todavía no pudo conocer lo que no conoce? Hace una extrapolación que no es válida: pasar de un dato particular (su no-conocimiento personal de Dios) a la afirmación general de la imposibilidad del mismo. Pero que él no conozca no demuestra en lo más mínimo que sea imposible conocer.
La fe es el tesoro escondido en un campo.

No haberlo encontrado todavía no alcanza para negar su existencia. Sólo prueba que debo seguir buscando. En cambio, parece bastante irrefutable el hecho de que muchas personas cuerdas (no están locas) han vendido todo lo que tenían para comprar ese campo…

La fe y las apuestas

Quien no cree arriesga demasiado.

La fe no es cuestión de probabilidades, tampoco de cálculos de intereses y conveniencias, pero hace ya mucho tiempo, una mente matemática como la de Pascal planteó las siguientes alternativas:

  • Si creo en Dios y Dios existe, lo he ganado todo.
  • Si creo en Dios y Dios no existe, no pierdo nada.
  • Si no creo en Dios y Dios existe, lo pierdo todo.
  • Si no creo en Dios y Dios no existe, no gano nada.

Pero no es cuestión de apuestas. La fe no es una apuesta, aunque por cálculo de probabilidades tenga más chances de ganar.

No cree el que quiere sino el que puede La fe es un don que Dios no niega a nadie. Es un misterio de la gracia y la libertad humana.

Impresiona ver a Jesús dar gracias al Padre celestial porque se ha mostrado a los humildes y ha ocultado a los que se tienen a sí mismos por sabios y prudentes (cfr. Mt 11,25). Dios se esconde y se muestra. Sólo los humildes son capaces de ver.

La verdad no se impone: cada uno debe recorrer el camino que conduce a ella. Un camino muy personal. Buscar la verdad y ponerse en condiciones de poder encontrar a Dios.

No se trata de conseguir entender a Dios, sino de encontrarlo. Y cuando se lo encuentra, entonces, se entiende y sobretodo se lo ama.

Ser capaz de escuchar a Dios y ser capaz de hablar a Dios
¿Cómo se llega a encontrar a Dios, a escucharlo y hablarle?
“¿Hay que aprender a hablar con Dios?”

Uno puede ser -o volverse- sordo para las cosas de Dios. “El órgano de Dios, explica el Card. Ratzinger, puede atrofiarse hasta el punto de que las palabras de la fe se tornen completamente carentes de sentido”.

“Y quien no tiene oído tampoco puede hablar, porque sordera y mudez van unidas”. Entonces habrá que aprender -hacerse capaz- a comunicarse con Dios. “Poco a poco se aprende a leer la escritura cifrada de Dios, a hablar su lenguaje y a enteder a Dios, aunque nunca del todo. Poco a poco uno mismo podrá rezar y hablar con Dios, al principio de manera infantil -en cierto modo siempres seremos niños-, pero después cada vez mejor, con sus propias palabras” (Joseph Ratzinger, Dios y el mundo, p. 16).

¿Cómo?

No hay fórmulas mágicas, hay recorridos. En primer lugar, con la apertura a la trascendencia: quien descartara de entrada la posibilidad de lo sobrenatural, cerraría la puerta a la verdad. Estaría rechazando apriorísticamente la existencia de algo que no es irracional. Y con esta actitud obviamente, difícilmente encontrará aquello cuya existencia rechaza voluntariamente. Pero no es que la verdad se le oculte, sencillamente la niega.

Después con todo lo que favorece la actividad del espíritu: arte, poesía, música, etc. Las expresiones del espíritu humano.

  • Con el realismo filosófico.
  • Con la lectura de vidas ejemplares (los santos), y en particular con el recorrido de los grandes conversos de la historia.
  • Con la lectura de la Sagrada Escritura: Dios habla en ella.
  • Con la oración. Incluso aunque parezca que no sirve para nada: Dios escucha aunque yo no sea consciente de su presencia.

Un secreto

Georges Chevrot nos explica que “Dios se hace amar antes que hacerse comprender” (El pozo de Sicar, Ed. Rialp, p. 291). En efecto, a Dios lo conocemos más a través del amor que de la inteligencia. Juan entendió más a Jesús no porque fuera más inteligente sino porque amó más y, por tanto, tuvo más intimidad con El. Quien no lo entiende, debería comenzar a tratar de amarlo y lo acabará entendiendo. El camino inverso no es de éxito seguro: con facilidad se enreda por la soberbia, y para encontrar la fe, la humildad es requisito fundamental.

Y a quien lo entiende –aquel a quien el cristianismo le “cierra” perfectamente– todavía le queda camino por recorrer, para llegar a amarlo con todo el corazón.

Buscarlo, intentar dirigirse a El, incluso antes de creer en El. La fe es un acto de conocimiento, pero también supone el ejercicio de la voluntad: hay que querer creer. Es difícil que alguien queriendo no creer llegue a creer. Dios no fuerza nuestra libertad. Son muy raros los encuentros inesperados como los de San Pablo o André Frossard (en su libro “Dios existe, yo me lo encontré” cuenta su historia personal).

Pero la fe, es sobretodo un encuentro. No se alcanza por razonamientos intelectuales, sino que la inteligencia se rinde cuando se encuentra delante de Dios. En concreto, un encuentro personal con Cristo (de quien los cristianos afirmamos que vive y por eso es “encontrable”).

Un riesgo frecuente

No pocas personas caen en la tentación de crearse una fe a su medida, según su propio gusto. Pero esto sería un auto-engaño notable.

La verdad tiene que venir de afuera. En el caso de Dios, sólo puede provenir de El. Por mi cuenta puedo llegar a conocer algunas cosas de Dios, pero lo más importante es lo que El revela, que es inaccesible a nuestra inteligencia.

La grandeza de la fe

Permite ir más allá de las apariencias, más allá de este mundo. Descubrir las realidades más profundas, el verdadero sentido de las cosas, el sentido de la vida. Y penetrando en el misterio, encontrarse con Dios.

Los cristianos deberíamos tener una sano complejo de superioridad… que en realidad no es un complejo propiamente dicho. Es simplemente el gozo de vivir una realidad superior. Saberse llamados a algo muy grande, a la vida eterna.

La fe da respuesta a los interrogantes más importantes de la persona. Los más vitales, acuciantes, agudos. Los que el hombre no puede dejar de plantearse. Los que modelarán su vida según la respuesta que les dé.

Quien carece de fe no los resuelve, sencillamente necesita negarse a planteárselos porque sabe que no puede encontrar respuesta para ellos.

Las cuestiones de fe requieren fe. Esto es obvio. Para creer hay que tenerla. Quien no la tiene no puede “ver”.

Pero también es cierto que muchas cosas no “cierran” sin fe (la existencia del mal, la vida después de la muerte, el sentido del dolor, y un largo etc.) y las cosas de la fe “cierran” (no son fábulas descolgadas): llegan a explicar el mundo de un modo totalmente coherente.

La fe no es demostrable, pero creer es razonable. Mucho más razonable que no creer.

Familia que cena unida… también permanece unida

Las cenas son el evento de la rutina familiar que más dividendos produce

Por: Fernando de Navascués | Fuente: www.somosrc.mx

Las costumbres van cambiando. Los hábitos de las familias van transformándose y no necesariamente para bien. Según unos estudios de la universidad de Harvard, apenas el 50 por ciento de las familias americanas cenan en familia o dedican tiempo a la semana a convivir en torno a la mesa y de forma distendida. Además, muchas de estas reuniones están “intervenidas” por el uso de los celulares, las tablets, o cualquier otro elemento que aísla de alguna forma a alguno de los miembros. Esto sucede cuando hay niños pequeños, y lamentablemente también cuando los hijos son mayores, pues estos cenan conforme llegan a casa y solos.

The Family Dinner Project (fdp o, en español, Proyecto Cenas en Familia) es una iniciativa promovida por el Proyecto Zero desarrollado por la Universidad de Harvard con la intención de crear momentos en familia como esta cena diaria, de forma que las ayude a fortalecerse y a crecer tanto en lo físico, como lo personal.

Beneficios físicos y psíquicos

Anne Fishel es una de las promotoras de la iniciativa y asegura en su libro Home for Dinner: Mixing Food, Fun, and Conversation for a Happier Family and Healthier Kids (En casa para la cena: combina comida, ocio y conversación para que tu familia sea más feliz y tus hijos estén más sanos) que las cenas son el evento de la rutina familiar “que más dividendos produce”. Es más: “Aquellas que cenan juntas padecen menos estrés y sus miembros se sienten mucho más unidos”. Otra de sus virtudes es que “al llegar a la adolescencia, los hijos de estas familias son menos propensos a padecer desórdenes alimenticios o depresión, así como a abusar de ciertas sustancias o a ejercer de forma precoz su sexualidad”.

Por una parte, la cena puede convertirse en un espacio de entretenimiento cotidiano y, a la vez, garantiza una alimentación más saludable: “Está comprobado que, durante las cenas en familia, los niños comen menos grasa, azúcar y sal, y que aprenden a comer más verduras y vegetales, por lo que disminuye la probabilidad de que sufran obesidad. Además, se ha demostrado que cuando estos niños comienzan a hacerse cargo de su alimentación, mantienen estos hábitos saludables”.

Beneficios intelectuales

Pero no es solo el campo alimenticio, también hace referencia Fishel a lo intelectual: “La conversación que tiene lugar alrededor de la mesa incrementa de un modo significativo el vocabulario de los niños, incluso más que leerles cuentos antes de dormir, y, además, mejora su rendimiento escolar”. Por supuesto, es un momento para que los padres ayuden a encauzar a sus hijos con criterios y valores, pues las conversaciones se prestan a ello.

¿Cómo proceder?

No existe una receta única para este plan. Lo ideal es la constancia, y por tanto la cena diaria es el plan ideal. Ahora bien, a veces los miembros de la familia viajan, hay épocas de exámenes, horarios incompatibles… lo que dificulta el “plan A”. Una segunda opción puede ser reunirse en el desayuno, en la merienda, e, incluso mejor, durante los fines de semana. Lo importante es dedicar ese tiempo sagrado a la familia y no dejar que nada lo perturbe.

Hay que conseguir que sea deseado y establecer esta “cita familiar”, en un horario y un espacio previamente concertados. Y, para ello, el mejor ritual comienza con la preparación de la comida, la puesta de la mesa y la recogida, todos juntos y todos cooperando.

Tecnología… ¡fuera!

Los aparatos electrónicos son una gran distracción. Además provocan el aislamiento. Y una cena preparada para estar en familia, no puede ser compatible con el aislamiento de uno de los miembros. La televisión puede ayudar a veces si sirve para establecer un diálogo, pero los celulares y las tablets son, por sí mismas, enemigas del plan. Hay 24 horas al día para atender el celular, menos la hora de la cena.

Malo si son los hijos los que lo usan, peor si son los padres los que se distraen con ellos. Así que la profesora Fishel propone que sean los adultos los primeros en modificar su comportamiento, y que “fijen parámetros claros: ‘vamos a dejar los móviles en una cesta’ o ‘solo vamos a usar el móvil para compartir entre nosotros (una foto graciosa, un e-mail…), pero no para comunicarnos con alguien que no esté con nosotros en la mesa”.

Todos cooperan

Cada uno en la familia tiene un papel único. Y los hijos, por pequeños que sean, tienen algo que decir y que hacer. Puede ser desde la elaboración de los menús, hasta poner la mesa. Puede ser acompañando a sus padres a la compra de los alimentos, o cuando son mayores aprender a cocinar. Todo rinde, porque el comensal pequeño de hoy será el cocinero de mañana… El hijo de hoy es el padre de mañana.

Lo que has aprendido en tu familia de pequeño, lo pondrás por obra mañana: “A la mayoría de los niños les gusta ayudar y debemos animarlos a hacerlo”.

San Eufronio de Autun, un obispo que amaba y defendía a la Iglesia

Obispo del norte de la actual Francia, en el siglo V. Luchó contra los peligros del momento: el pelagianismo y el arrianismo

Los datos que conocemos de san Eufronio lo sitúan en la segunda mitad del siglo V. Fue obispo de Autun, una ciudad de la Galia Lugdunense en tiempos del Imperio Romano, que hoy coincidiría con el norte de la actual Francia y tenía como capital la ciudad de Lyon.

San Eufronio quiso dotar a la Iglesia de templos dignos, en un momento de expansión de la fe al mismo tiempo que las herejías parecían hacer peligrar la fe de muchos cristianos.

Edificó una basílica en honor de san Simforiano sobre la tumba de este, quien había muerto mártir.

Simforiano era un joven de Autun que vivió en el siglo II. Era hijo del senador Fausto y de Augusta, un matrimonio santo, que formó una de las primeras familias cristianas de la zona en la época del emperador Marco Aurelio. Simforiano fue decapitado ante su madre por no renunciar a su fe. Santa Augusta, pese al dolor por verle sufrir, le animó a ser fuerte en la fe en sus últimos momentos.

San Eufronio también se encargó de enriquecer con mármol el sepulcro de san Martín de Tours, puesto que su fama de santidad había crecido enormemente.  

Sabemos que era amigo de otro santo, san Lupo de Troyes. Trabajó intensamente para combatir la herejía del arrianismo (que negaba que Cristo tuviera naturaleza divina y solo aceptaba su naturaleza humana).

También tuvo que enfrentarse al pelagianismo, que niega el pecado original y considera que la gracia no es necesaria para la salvación.

San Eufronio falleció en el año 475.

Oración

Dios Todopoderoso y Eterno, que pusiste al obispo san Eufronio al frente de tu pueblo, para que con su ejemplo y su palabra lo ayudara a crecer en santidad, protege por su intercesión, a los pastores de la Iglesia y al rebaño que le has confiado, para que siempre caminen por las sendas de la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.