Bernardino Realino, Santo
Sacerdote, 2 de julio
Sacerdote Jesuita
Martirologio Romano: En Lecce, en la región de Apulia, san Bernardino Realino, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, ilustre por su caridad y su benignidad, el cual, despreciando los honores del mundo, se entregó al cuidado pastoral de los presos y de los enfermos, así como al ministerio de la palabra y de la penitencia. († 1616).
Fecha de beatificación: 12 de enero de 1896 por el Papa León XIII
Fecha de canonización: 22 de junio de 1947 por el Papa Pío XII
Breve Biografía
Con San Bernardino Realino ocurrió un hecho insólito: Sin esperar a que traspasase el umbral de la muerte fue nombrado patrono celestial de la ciudad de Lecce, donde murió.
Ocurrió a comienzos de 1616. Por toda la ciudad corrió el rumor de que el padre Bernardino Realino, que había sido su apóstol durante cuarenta y dos años, estaba a punto de muerte. Era por entonces alcalde de la ciudad Segismundo Rapana, hombre previsor y decidido. Informado de la gravedad del «Santo Bernardino», se presenta con una comisión del Ayuntamiento en el colegio de los jesuitas. Los guardias le abren paso entre el gentío que se ha formado en la portería del colegio. Llegado a la presencia del moribundo, saca de su casaca un documento que llevaba preparado y lo lee delante de todos:
«Grande es nuestro dolor, oh padre muy amado, al ver que nos dejáis, pues nuestro más ardiente deseo sería que os quedarais para siempre entre nosotros. No queriendo, sin embargo, oponernos a la voluntad de Dios, que os convida con el cielo, deseamos, por lo menos, encomendaros a nosotros mismos y a toda esta ciudad, tan amada por vos, y que tanto os ha amado y reverenciado. Así lo haréis, oh padre, por vuestra inagotable caridad, la cual nos permite esperar que queráis ser nuestro protector y patrono en el paraíso, pues por tal os elegimos desde ahora para siempre, seguros de que nos aceptaréis por fieles siervos e hijos, ya que con vuestra ausencia nos dejáis sumergidos en el más profundo dolor».
El anciano padre, acabado como estaba por la enfermedad, hizo un supremo esfuerzo y pudo, al fin, pronunciar un «Sí, señores» que llenó al alcalde y a toda la ciudad de inmenso júbilo.
Había nacido San Bernardino Realino en Carpi, ducado de Módena, el 1 de diciembre de 1530. Su familia pertenecía a la nobleza provinciana. Su padre, don Francisco Realino, fue caballerizo mayor de varias cortes italianas. Por este motivo estaba casi siempre ausente de su casa. La educación del pequeño Bernardino estuvo confiada a su madre, Isabel Bellantini.
Dicen que Bernardino era un niño hermoso, de finos modales, todo suavidad en el trato, siempre afable y risueño con todos. A su buena madre le profesó durante toda su vida un cariño y una veneración extraordinarios. Durante sus estudios un compañero le preguntó: «Si te dieran a escoger entre verte privado de tu padre o de tu madre. ¿qué preferirlas?» Bernardino contestó como un rayo: «De mi madre jamás.» Dios, sin embargo, le pidió pronto el sacrificio más grande.
Su madre se fue al cielo cuando él todavía era muy joven. Su recuerdo le arrancaba con frecuencia lágrimas de los ojos. Ella se lo había merecido por sus constantes desvelos y principalmente por haberle inculcado una tierna devoción a la Virgen María.
En Carpi comenzó el niño Bernardino sus estudios de literatura clásica bajo la dirección de maestros competentes. «En el aprovechamiento —escribe el mismo Santo—, si no aventajó a sus discípulos, tampoco se dejó superar por ninguno de ellos.» De Carpi pasó a Módena y luego a Bolonia, una de las más célebres universidades de su tiempo, donde cursó la filosofía.
Fue un estudiante jovial y amigo de sus amigos. Más tarde se lamentará de «haber perdido muchísimo tiempo con algunos de sus compañeros, con los cuales trataba demasiado familiarmente».
Fue, pues, muchacho normal. Hizo poesías. Llevó un diario íntimo como todos, y se enamoró como cualquier bachiller del siglo XX. Hasta tuvo sus pendencias, escapándosele alguna cuchillada que otra…
«Habiéndome introducido por senda tan resbaladiza —escribe el Santo refiriéndose a aquellos días—, vino el ángel del Señor a amonestarme de mis errores, y, retrayéndome de las puertas del infierno, me colocó otra vez en la ruta del cielo».
¿Quién fue este «ángel del cielo»?
Un día vio en una iglesia a una joven y quedó prendado de ella. La amó con un amor maravilloso, «hasta tal punto -son sus palabras- de cifrar toda mi dicha en cumplir sus menores deseos. No obedecerla me parecía un delito, porque cuanto yo tenía y cuanto era reconocía debérselo a ella». Esta joven se llamaba Clorinda. Bellísima, había dominado por sí misma, sin ayuda de nadie, el vasto campo de la literatura y la filosofía. Era profundamente piadosa. Frecuentaba la misa y la comunión. Precisamente la vista de su angelical postura en la iglesia fue lo que prendió en el corazón de Bernardino aquella llama de amor puro y bello que elevó su espíritu a lo alto, como lo demuestran las cartas y poesías que se cruzaron entre los dos y que todavía se conservan. Clorinda y Bernardino tuvieron una confianza cada día creciente, pero siempre delicada y noble.
Bernardino tenía proyectado graduarse en Medicina. Pero a Clorinda no le gustaba, y él se sometió dócilmente a los deseos de ella. Había que cambiar de carrera y comenzar la de Derecho.
-Grande y ardua empresa quieres que acometa- le dijo Bernardino.
-Nada hay arduo para el que ama- fue la respuesta de Clorinda.
Dicho y hecho. Bernardino se sumergió materialmente en los libros de leyes, que le acompañaban hasta en las comidas, y tan absorto andaba con Graciano y Justiniano, que a veces trastornaba extrañamente el orden de los platos, Por fin, el 3 de junio de 1546, a los veinticinco años, se doctoró en ambos Derechos, canónico y civil, coronando así gloriosamente el curso de sus estudios.
A los seis meses de terminar la carrera fue nombrado podestá, o sea alcalde, de Felizzano. Del gobierno de esta pequeña ciudad pasó al cargo de abogado fiscal de Alessandría, en el Piamonte. Después se le nombró alcalde de Cassine, De Cassine pasó a Castel Leone de pretor a las órdenes del marqués de Pescara.
En todos estos cargos se mostró siempre recto y sumamente hábil en los negocios. He aquí el testimonio —un poco altisonante, a la manera de la época— de la ciudad de Felizzano al terminar en ella su mandato el doctor Realino:
«Deseamos poner en conocimiento de todos que este integérrimo gobernador jamás se desvió un ápice de la justicia, ni se dejó cegar por el odio, ni por codicia de riquezas. No es menos de admirar su prudencia en componer enemistades y discordias; así es que tanta paz y sosiego asentó entre nosotros, que creíamos había inaugurado una nueva era la tranquilidad y bonanza. Siempre tomó la defensa de los débiles contra la prepotencia de los poderosos; y tan imparcial se mostró en la administración de la justicia que nadie, por humilde que fuese su condición, desconfió jamás de alcanzar de él sus derechos».
El marqués de Pescara quedó tan satisfecho de las actuaciones de Realino que, cuando tomó el cargo de gobernador de Nápoles en nombre de España, se lo llevó consigo como oidor y lugarteniente general.
En Nápoles le esperaba a Bernardino la Providencia de Dios.
La felicidad de este mundo es poca y pasa pronto. Clorinda se cruzó en la vida de Bernardino rápida y bella como una flor. Ella, que le había animado tanto en los estudios, murió apenas daba los primeros pasos en el ejercicio de su carrera. La muerte de Clorinda abrió en el alma de Bernardino una herida profunda que difícilmente podría curarse. Fue una lección de la vanidad de las cosas de este mundo.
El recuerdo de aquella joven querida le alentaba ahora desde el cielo, presentándosele de tiempo en tiempo radiante de luz y de gloria y exhortándole a seguir adelante en sus santos propósitos.
Un día paseaba el oidor por las calles de Nápoles cuando tropezó con dos jóvenes religiosos cuya modestia y santa alegría le impresionó vivamente. Les siguió un buen trecho y preguntó quiénes eran. Le dijeron que «jesuitas», de una Orden nueva recientemente aprobada por la Iglesia.
Era la primera noticia que tenía Bernardino de la Compañía de Jesús. El domingo siguiente fue oír misa a la iglesia de los padres.
Entró en el momento en que subía al púlpito el padre Juan Bautista Carminata, uno de los oradores mejores de aquel tiempo. El sermón cayó en tierra abonada. Bernardino volvió a casa, se encerró en su habitación y no quiso recibir a nadie durante varios días. Hizo los ejercicios espirituales, y a los pocos días la resolución estaba tomada. Dejaría su carrera y se abrazaría con la cruz de Cristo.
Su madre había muerto, Clorinda había muerto. Su anciano padre no tardaría mucho en volar al cielo. No quería servir a los que estaban sujetos a la muerte. Pero, ¿cuándo pondría por obra su propósito? ¿Dónde? ¿No sería mejor esperar un poco?
Un día del mes de septiembre de 1564, mientras Bernardino rezaba el rosario pidiendo a María luz en aquella perplejidad, se vio rodeado de un vivísimo resplandor que se rasgó de pronto dejando ver a la Reina del Cielo con el Niño Jesús en los brazos. María, dirigiendo a Bernardino una mirada de celestial ternura, le mandó entrar cuanto antes en la Compañía de Jesús.
Contaba Bernardino, al entrar en el Noviciado, treinta y cuatro años de edad. Era lo que hoy decimos una vocación tardía. Por eso una de sus mayores dificultades fue encontrarse de la noche a la mañana rodeado de muchachos, risueños sí y bondadosos, pero que estaban muy lejos de poseer su cultura y su experiencia de la vida y los negocios. Con ellos tenía que convivir, y el exlugarteniente del virrey de Nápoles tenía que participar en sus conversaciones y en sus juegos, y vivir como ellos pendiente de la campanilla del Noviciado, siempre importuna y molesta a la naturaleza humana. Pero a todo hizo frente Bernardino con audacia y a los tres años de su ingreso en la Compañía se ordenó de sacerdote. Todavía continuó estudiando la teología y al mismo tiempo desempeñó el delicado cargo de maestro de novicios.
En Nápoles permaneció tres años ocupado en los ministerios sacerdotales como director de la Congregación, recogiendo a los pillos del puerto, visitando las cárceles y adoctrinando a los esclavos turcos de las galeras españolas. Pero en los planes de Dios era otra la ciudad donde iba a desarrollar su apostolado sacerdotal.
Lecce era y es una población de agradable aspecto. Capital de provincia, a 12 kilómetros del mar Adriático, es el centro de una comarca rica en viñedos y olivares. Sus habitantes son gentes sencillas que se enorgullecen de las antiguas glorias de la ciudad, cargada de recuerdos históricos.
El ir nuestro Santo a Lecce fue sin misterio alguno. Desde hacia tiempo la ciudad deseaba un colegio de Jesuitas, y los superiores decidieron enviar al padre Realino con otro padre y un hermano para dar comienzo a la fundación y una satisfacción a los buenos habitantes de la ciudad, que oportuna e inoportunamente no desperdiciaban ocasión de pedir y suspirar por el colegio de la Compañía.
Los tres jesuitas, con sus ropas negras y sus miradas recogidas, entraron en la ciudad el 13 de diciembre de 1574. Por lo visto la buena fama del padre Bernardino Realino le había precedido, porque el recibimiento que le hicieron más parecía un triunfo que otra cosa. Un buen grupo de eclesiásticos y de caballeros salió a recibirles a gran distancia de la ciudad. Se organizó una lucidísima comitiva, que recorrió con los tres jesuitas las principales calles de Lecce hasta conducirlos a su domicilio provisional.
El padre Realino era el superior de la nueva casa profesa. En cuanto llegó puso manos a la obra de la construcción de la iglesia de Jesús y a los dos años la tenía terminada. Otros seis años, y se inauguraba el colegio, del cual era nombrado primer rector el mismo Santo.
Desde el primer día de su estancia en Lecce el padre Realino comenzó sus ministerios sacerdotales con toda clase de personas, como lo había hecho en Nápoles. Confesó materialmente a toda la ciudad, dirigió la Congregación Mariana, socorrió a los pobres y enfermos. Para éstos guardaba una tinaja de excelente vino que la fama decía que nunca se agotaba. Después de los pobres de bienes materiales, comenzaron a desfilar por su confesonario los prelados y caballeros, tratando con él los asuntos de conciencia. «Lo que fue San Felipe Neri en la Ciudad Eterna —dice León XIII en el breve de beatificación de 1895— esto mismo fue para Lecce el Beato Bernardino Realino. Desde la más alta nobleza hasta los últimos harapientos, encarcelados y esclavos turcos, no había quien no le conociese como universal apóstol y bienhechor de la ciudad.» El Papa, el emperador Rodolfo II y el rey de Francia Enrique IV le escribieron cartas encomendándose en sus oraciones. Tal era la fama de el «Santo de Lecce».
Los superiores de la Compañía pensaron en varias ocasiones que el celo del padre Realino podría tal vez dar mejores frutos en otras partes y decidieron trasladarle del colegio y ciudad de Lecce. Tales noticias ocasionaron verdaderos tumultos populares. En repetidas ocasiones los magistrados de la ciudad declararon que cerrarían las puertas e impedirían por la fuerza la salida del padre Bernardino. Pero no fue necesario, porque también el cielo entraba en la conjura a favor de los habitantes de Lecce. Apenas se daba al padre la orden de partir, empeoraba el tiempo de tal forma que hacía temerario cualquier viaje. Otras veces, una altísima fiebre misteriosa se apoderaba de él y le postraba en cama hasta tanto se revocaba la orden. De aquí el dicho de los médicos de Lecce: «Para el padre Realino, orden de salir es orden de enfermar».
Pasaron muchos años y la santidad de Bernardino se acrisoló. Recibió grandes favores del cielo. Una noche de Navidad estaba en el confesonario y una penitente notó que el padre temblaba de pies a cabeza a causa del intenso frío. Terminada la confesión la buena señora fue al que entonces era padre rector a rogarle que mandara retirarse al padre Bernardino a su habitación y calentarse un poco. Obedeció el Santo la orden del padre rector. Fue a su cuarto y mientras un hermano le traía fuego se puso a meditar sobre el misterio de la Navidad. De repente una luz vivísima llenó de resplandor su habitación y la figura dulcísima de la Virgen María se dibujó ante él. Como la otra vez, llevaba al Niño Jesús en sus brazos. «¿Por qué tiemblas, Bernardino?», le preguntó la Señora. «Estoy tiritando de frío», le respondió el buen anciano. Entonces la buena Madre, con una ternura indescriptible, alarga sus brazos y le entrega el Niño Jesús. Sin duda fueron unos momentos de cielo los que pasó San Bernardino Realino. Lo cierto es que, al entrar poco después el hermano con el brasero, le oyó repetir como fuera de sí: «Un ratito más, Señora; un ratito más.» En todo aquel invierno no volvió a sentir frío el padre Bernardino.
Llegó el año 1616. La vida del padre Realino se extinguía. «Me voy al cielo», dijo, y con la jaculatoria «Oh Virgen mía Santísima» lo cumplió el día 2 de julio. Tenía ochenta y dos años, de los cuales la mitad, cuarenta y dos, los había pasado en Lecce, dándonos ejemplo de sencillez y de constancia en un trabajo casi siempre igual.
Muerto el padre, el ansia de obtener reliquias hizo que el pueblo desgarrara sus vestidos y se los llevara en pedazos, lo cual hizo imposible la celebración de la misa y el rezo del oficio de difuntos. Y, así, los funerales de este hombre tan popular y tan querido de todos tuvieron que celebrarse a puerta cerrada y en presencia de contadísimas personas.
Fue canonizado por el Papa Pío XII en el año 1947.
Cristo toca lo más profundo de mi ser
Santo Evangelio según san Mateo 9, 9-13. Viernes XIII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ¿qué hay en tu mirada? Al ver tus ojos y darme cuenta que detrás de ellos hay un corazón que me ama profundamente, ¿cómo me voy a quedar indiferente? Busco ese amor. Te busco a ti. Y hoy te he encontrado en mi camino. Háblame, Jesús, dime lo que quieras. Tu palabra es espíritu de vida. Dame de esa agua. Sacia mi corazón con la luz de tu palabra.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 9, 9-13
En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a su mesa de recaudador de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.
Después, cuando estaba a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos. Viendo esto, los fariseos preguntaron a los discípulos: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?” Jesús los oyó y les dijo: “No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
San Mateo escuchó la voz del Señor. No era una voz cualquiera, era una palabra que tocaba lo más profundo de su ser. En ese momento Mateo recordó toda su vida. ¿De qué le había servido todo el dinero que tenía en su mesa? De nada. Había buscado por todas partes algo que saciara su sed.
Y un día rutinario un hombre se le pone delante. Un hombre, llamado Jesús, lo mira. Lo ama. Un hombre que condena el pecado pero nunca al pecador. Un hombre que había ido en busca de la oveja que se la había perdido.
Hoy vengo a ti, Jesús. O mejor, Tú me has salido al encuentro. Me has mirado. Has tocado lo profundo de mi ser, aquello que pocos conocen y me has amado. Has dado tu vida por mí y hoy me llamas a trabajar a tu lado.
Estaba descalzo. No tenía ni una moneda en mis bolsillos. Mi estómago vacío. Mi alma en pecado. No merecía llamarme hijo tuyo. Ni siquiera podía mirarte a los ojos sin darme cuenta de mi miseria y de tu gran amor. No me reprochas nada. No me dices ni una palabra negativa. No me dejas hablar. Tu corazón está lleno de gozo y vienes a mi casa. Hoy veo mi vida pasada. Pienso en los momentos difíciles y en los momentos de alegría. Y veo una hermosa historia de amor. Me doy cuenta de que Tú no sólo me llamas sino que siempre has estado a mi lado
«Jesús lo miró. Qué fuerza de amor tuvo la mirada de Jesús para movilizar a Mateo como lo hizo; qué fuerza han de haber tenido esos ojos para levantarlo. Sabemos que Mateo era un publicano, es decir, recaudaba impuestos de los judíos para dárselos a los romanos. Los publicanos eran mal vistos, incluso considerados pecadores, y por eso vivían apartados y despreciados de los demás. Con ellos no se podía comer, ni hablar, ni orar. Eran traidores para el pueblo: le sacaban a su gente para dárselo a otros. Los publicanos pertenecían a esta categoría social. Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida».
(Homilía de S.S. Francisco, 21 de septiembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, Jesús, te ofrezco ser misericordioso así como Tú lo eres conmigo. No voy a pensar mal de nadie. Si me viene un comentario negativo de alguien me dominaré; no lo diré y buscaré decir cosas positivas de él.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Mateo, de publicano a santo
El cobrador de impuestos, no calcula las consecuencias, no regatea. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo
Mateo, el publicano, tuvo la gran suerte de encontrarse con Cristo y así su vida experimentó un gran cambio hasta convertirse en el gran apóstol y evangelista que conocemos. Experimentó sin duda la angustia y la tristeza del pecado desde su condición de publicano, pero después fue valiente y decidido a la hora de abandonar aquella vida para ponerse de rodillas ante la verdad de Dios que quería su corazón plenamente. Así se operó la conversión: de publicano a santo.
Al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme» (Mt 9, 9). La misión de Cristo fue siempre la de salvar al hombre de la esclavitud del mal. Parece que siempre está comprometido en esta lucha.
Cristo siempre pasa, y siempre se encuentra con alguien: con Zaqueo, con la Samaritana, con la pecadora pública. Al pasar se encuentra con Mateo, un publicano, un ser señalado por los judíos que se creían buenos, un hombre de mala reputación, un pecador. Cristo se dirige a él y le ofrece otro camino: cambiar la mesa de los impuestos por una vida de entrega generosa y desinteresada a los demás, cambiar la vida de pecado por una vida de amistad con Dios, cambiar en definitiva el corazón. Una auténtica conversión. Él acepta esta invitación, porque la mirada de aquel hombre le había hecho comprender su pobreza interior, la pobreza que siempre conlleva el pecado.
«Él se levantó y le siguió» (Mt 9,9). Admira la prontitud con que Mateo abandona su vida de pecado para abrazar el amor de Dios. No hace consideraciones, no calcula las consecuencias, no regatea a Cristo. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo. Realiza dos gestos, sintetizados en dos palabras: «Se levantó», como si se dijera que abandona aquella mesa, símbolo de su vida pasada y de su pecado; y es que para salir del pecado siempre hay que abandonar algo propio, personal. Y «le siguió», es decir, abrazó una nueva vida, una vida junto a Dios, una vida centrada en otros valores, una vida nueva en Cristo. No fue sin duda fácil para Mateo esta decisión, pero bien valía la pena probar otro camino distinto de aquel que se había convertido para él en tantos momentos de dolor, de angustia y de remordimiento.
«No he venido a llamar a justos sino a pecadores» (Mt 9,13). Jesús aceptó la invitación de Mateo a comer en su casa, casa que se llenó enseguida de publicanos y pecadores. Los fariseos preguntaron a los discípulos por qué comía su Maestro con publicanos y pecadores. Pero fue Jesús el que les respondió: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio» (Mt 9, 10-13).
Es maravilloso el comprender cómo el Corazón de Dios busca la oveja perdida y cómo se llena de alegría verdadera y profunda cuando la encuentra. Por eso se enfrenta con estas palabras tan consoladoras a aquellos fariseos que se extrañaban de que el Maestro se sentara a la mesa con los pecadores. No sabían aquellos hombres que Cristo había venido a salvar precisamente a aquellos que ellos despreciaban y, más aún, ignoraban los fariseos que tal vez era más fácil sacar del abismo del mal a personas que se aceptaban pecadoras que a ellos mismos que se consideraban justos.
El Papa pide rezar en julio por la construcción del diálogo y la amistad social
Video del Papa para el mes de julio 2021
Ha sido publicado El Video del Papa para el mes de julio con la intención de oración que Francisco confía a toda la Iglesia Católica a través de la Red Mundial de Oración del Papa. En este mes de julio, el Santo Padre hace un llamado a convertirnos en “arquitectos del diálogo” y en “arquitectos de la amistad” para solucionar los conflictos y las causas de divisiones que existen en la sociedad y entre las personas.
«Solo a través del diálogo es posible huir de las polarizaciones constantes y de la enemistad social que destruye tantas relaciones», afirma el Pontífice.
En este contexto, Francisco pide rezar para construir el bien común con hombres y mujeres que se tienden la mano el uno al otro, y en especial, siempre del lado de los más pobres y vulnerables.
Dialogar en un mundo polarizado
Aunque en general se puede decir que, a nivel mundial, el número de muertes en guerras viene disminuyendo desde 1946, los conflictos y la violencia a nivel de sociedad siguen más vigentes que nunca. Y aunque a veces no se manifieste de formas físicas, se puede observar una polarización creciente que llega a contaminar muchas relaciones. Ya lo advertía el Papa en el 2016: “Vemos, por ejemplo, cómo rápidamente el que está a nuestro lado ya no sólo posee el estado de desconocido o inmigrante o refugiado, sino que se convierte en una amenaza; posee el estado de enemigo”. Desde entonces el Pontífice veía con preocupación cómo la polarización y la enemistad era también un “virus” que invadía nuestras formas de pensar, de sentir y de actuar.
En el mundo de hoy, destaca Francisco, “una parte de la política, la sociedad y los medios se empeñan en crear enemigos para derrotarlos en un juego de poder”. Por eso, hace falta “construir la amistad social tan necesaria para la buena convivencia”, una amistad que nos puede servir como puente para seguir creando una cultura del encuentro, que nos acerca, sobre todo, hacia los que están en las periferias, lo más pobres y vulnerables.
Dialogar para construir el bien común
En su última encíclica, Fratelli tutti (2020), el Papa dedicó el capítulo sexto al “Diálogo y amistad social”: “El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos” (FT 203). En su intención de julio refuerza esta idea reivindicando el diálogo como la gran oportunidad “para mirar la realidad de una manera nueva, para vivir con pasión los desafíos de la construcción del bien común”.
Tender al diálogo significa romper con la lógica de la polarización para dar lugar al respeto, sin querer destruir al otro. En las diferencias puede haber riqueza, pero si no hay diálogo podemos dejar que se transformen en hostilidad, amenaza y violencia. “Venimos de tierras lejanas, tenemos diferentes costumbres, color de piel, idiomas y condición social; pensamos distinto e incluso celebramos la fe con ritos diversos. Y nada de esto nos hace enemigos, al contrario, es una de nuestras mayores riquezas”, dijo también Francisco hace unos años. Hombres y mujeres arquitectos de diálogo y de amistad. En este contexto, el padre Frédéric Fornos,SJ, Director Internacional de la Red Mundial de Oración del Papa, observó que esta intención pone de relieve el énfasis del Santo Padre en que “podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad” (FT8): “El diálogo, el auténtico diálogo que no cae en monólogos paralelos, tiene que ser nuestra primera opción para solucionar los conflictos sociales, económicos y políticos. Todos los estudios académicos internacionales enseñan que la polarización ha crecido mucho en los últimos años, hasta en las democracias más firmes. Por eso, ser arquitectos de amistad y de reconciliación – lo que Francisco nos pide – es aún más urgente en el mundo de hoy, donde – como recordó Benedicto XVI en su carta encíclica Caritas in veritate – la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos. Esto no depende de nuestras únicas fuerzas por eso es necesario rezar por esta intención. Pedimos a Jesucristo ayudarnos en este camino, Él es el camino para la verdadera amistad social”.
¿Por qué le preguntó Jesús a Pedro «¿me amas?» tres veces?
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En griego, a diferencia de en español, hay al menos cinco palabras diferentes para “amar”
El capítulo 21 del Evangelio de Juan nos presenta una escena que se ha interpretado comúnmente como la contraparte de los tres actos de negación de Pedro.
Curiosamente, mientras que los cuatro Evangelios incluyen las negaciones de Pedro, solamente el Evangelio de Juan incluye esta escena en la que Jesús pregunta a Pedro “¿me amas?” tres veces.
Aunque algunos biblistas entienden estas tres preguntas, hechas por Jesús en su tercera aparición tras la Resurrección, como un momento redentor en el que Jesús aborda las tres negaciones de Pedro y lo confirma como líder de la Iglesia naciente por entonces, otras sutilezas de este diálogo pueden valorarse mejor si nos remontamos al griego original.
Una pregunta y una petición
En el texto, encontramos que Jesús comparte desayuno con los discípulos poco después de su Resurrección. El Evangelio dice así:
Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”.
Una vez más, el hecho de que Jesús replique a la respuesta de Pedro ─“Sí, Señor, tú sabes que te quiero” ─ con un mandato ─bien “apacienta mis corderos” o bien “apacienta mis ovejas”─ tiene al menos dos significados que funcionan en paralelo, uno como consecuencia del otro.
Jesús confía en Pedro
Por un lado, es una clara ejemplificación del Gran Mandamiento: si Pedro ama de verdad a su Señor ─Kyrie es la palabra que usa Pedro, según el texto griego original─ entonces seguro que cuidará de quienes le pertenecen a él.
Por otro lado, se trata de un momento concreto de perdón divino: a pesar de sus tres negaciones, Jesús confirma a Pedro tres veces en su papel como líder de la Iglesia pero, curiosamente, nunca dice abiertamente que le perdona.
En vez de eso, muestra simplemente a Pedro que la relación nunca se rompió. Al menos, no desde la perspectiva de Jesús.
Este gesto indica que el amor de Dios es más grande que nuestro propio pecado personal, no importa lo grave que sea.
En griego, a diferencia de en español, hay al menos cinco palabras diferentes para “amar”
¿No bastaban dos veces?
Pero ¿no sabemos por otros pasajes del Evangelio que confirmar algo dos veces es más que suficiente?
¿No es así como se ha interpretado comúnmente el clásico pasaje de Mateo: “Cuando ustedes digan ‘sí’, que sea sí, y cuando digan ‘no’, que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno”?
Claro está, este “cuando ustedes digan ‘sí’, que sea sí” indica también que el “sí” que se pronuncie debe coincidir con el “sí” del corazón, para evitar la hipocresía.
Pero también se interpreta como que sugiere que basta una confirmación solemne de un “sí” o un “no” dados, lo cual haría que subsiguientes juramentos, promesas y compromisos fueran innecesarios (y, por lo tanto, deberíamos evitar el jurar en nombre de Dios, como si con ello buscáramos más confirmación aún).
¿Por qué, entonces, pregunta Jesús a Pedro tres veces en vez de solo dos? ¿Se trata solamente de revisar las negaciones de Pedro?
Tipos de amor
El texto griego quizás nos ofrezca una perspectiva interesante al respecto.
En griego, a diferencia de en español, hay al menos cinco palabras diferentes para “amar”.
El amor que uno siente por los amigos es philía. El amor que se siente por un familiar es storge. El amor que uno siente por una pareja con la que se está comprometida es eros.
Un cuarto tipo de amor,philautia, es el que uno siente por uno mismo. Y un quinto tipo de amor, agape–al menos en su uso grecocristiano– se refiere a un tipo de amor trascendental, una forma de amor más elevada habitualmente concebida como el amor de Dios por los hombres y de los hombres por Dios.
¿A qué tipo de amor se refieren Jesús y Pedro en nuestro fragmento?
El amor que Jesús pide a Pedro
Las primeras dos veces, Jesús pregunta “Simon Ioannou, agapas me?”. La traducción, como puede verse, es delicada. Jesús, ciertamente, pregunta a “Simón, hijo de Juan” si le ama trascendentalmente, incondicionalmente, divinamente, usando el verbo agapeinen referenciaal amor divino y trascendental.
Sin embargo, Pedro responde: “Nai, Kyrie; su oidas oti philo se” (“Sí, Señor, tú sabes que te quiero”) empleando el verbo philein, que implica amar de una forma más amistosa y “limitada”. Sin embargo, la tercera vez, Jesús cambia de agape a philein: “Simon Ioannou, phileis me?”, con lo que parece presionar un poco más a Pedro, casi como si Jesús estuviera preguntando a su discípulo algo parecido a: “¿De verdad, Pedro? ¿Me amas como amas a cualquier otro de tus amigos?”. De hecho, Juan nos cuenta que cuando Pedro se percata de que Jesús no solamente le pregunta una tercera vez, sino que, además, emplea otro verbo, como yendo del amor trascendental a otro más “simple”, Pedro “se entristeció (…) y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero’”, pero sigue empleando el mismo verbo, philein. De modo que, ¿podemos extraer algunas conclusiones de los diferentes usos de estos verbos en referencia a distintos tipo de amor?
Jesús parece estar intentando hacer que Pedro recuerde no solo su negación, sino, además, el mismo momento en que se conocieron en el mar de Galilea
Una invitación a recordar
Hay una propuesta: Jesús parece estar intentando hacer que Pedro recuerde no solo su negación, sino, además, el mismo momento en que se conocieron en el mar de Galilea, cuando Jesús le dijo “Navega mar adentro, y echen las redes”.
Cambiar de philia a agape es, en efecto, emocionalmente equivalente a cambiar de la “orilla” a aguas más profundas y la condición de posibilidad de ser capaz no solo de cuidar del rebaño, sino, como Jesús dijo a Pedro tras la primera pesca milagrosa, de ser un auténtico pescador de hombres.
María, otro ejemplo más de una mujer lesbiana que ha dejado atrás esta forma de vida gracias a la fe
Para María, la atracción por personas del mismo sexo es la forma de luchar por su santidad a través de una vida casta.
María creció en una familia católica practicante en España. Siempre vivió su fe únicamente para contentar a su familia, y pronto abandonó la Iglesia. Comenzó así un camino que le llevó a la homosexualidad, las drogas y a estar cerca de perder la vida en varias ocasiones. La muerte de sus padres, su decisión de alcanzar el cielo y «una chica puesta por el Señor» llevaron a María de vuelta a la fe y la felicidad.
Este es un ejemplo más de una tendencia cada vez más visible de lesbianas y homosexuales que quieren dejar atrás la vida gay. Muchos de ellos, como destacamos en este artículo, acaban lográndolo a través de la fe, la castidad e incluso ayudados por personas situadas en el punto de mira del lobby LGTBI.
Abandonó la fe y cayó «en un pozo sin fondo»
Ha contado su testimonio en la página de Courage Internacional, un apostolado de fe, amistad y castidad para quienes experimentan atracción sexual por personas de su mismo sexo pero quieren vivir según la enseñanza de la Iglesia. Desde temprano y pese a tener una familia católica, «vivía mi fe más por obligación que por devoción y dejé de practicarla. Esa decisión fue dejándome vacía por dentro y en mi vida fue desencadenándose un camino de decisiones equivocadas que me llevaron a un pozo sin fondo del que no podía ni sabía salir«.
Además siempre fue tímida y le costó relacionarse. “Me encerré en las relaciones por internet, y conocí a una chica de la que me hice muy amiga”, cuenta. “Me dijo que sentía atracción hacia personas del mismo sexo”.
Aquella revelación despertó en María la misma atracción. “Al principio me costó entender esto en mi vida. Yo me consideraba una mujer cristiana, aunque no practicante, pero al final terminé por aceptarlo y comencé una relación con esta mujer”.
Tras abandonar la fe, María cayó en un pozo sin salida de drogas, sexo y alcohol que casi le hacen perder la vida.
Arriesgó su vida con alcohol y drogas para sentirse aceptada
Siempre mantuvo en secreto su atracción, y bromeaba sobre las relaciones con chicos como si le importasen. “Todo lo he hecho como medida de proyección por miedo a sentirme juzgada, insultada o rechazada por mi familia o esas personas cercanas que me pudiesen importar”.
No tardo en vivir “libremente” su atracción. “A una de las parejas que tuve le gustaban mucho las fiestas. Para sentirme aceptada por sus amigos me dejé arrastrar y acabé metiéndome en el mundo del alcohol y las drogas”.
“Toda esta situación me llevó a tocar fondo, poniendo mi vida en juego hasta pender de un finísimo hilo que me separaba de este mundo y del otro. Tantos años perdidos en malas compañías y malos hábitos me dejaron bastante vacía sin saber muy bien hacia dónde ir”.
De novias a hermanas en la fe al descubrir a Dios
“Después de un tiempo, comencé otra relación con una mujer que a diferencia de las otras era católica practicante”, relata.
Con el paso de los años, se muestra convencida de que fue el Señor quien puso a esta persona en su camino. “Comenzó a llevarme de nuevo a misa, rezábamos el rosario, y poco a poco nos acercábamos más a Dios. El Señor nos fue transformando y juntas fuimos dejando atrás aquella vida, caminando no como pareja sino como hermanas”.
“Por extraño que pueda ser, el Señor se sirve de algo que puede parecer malo para sacar algo bueno”, explica.
Gracias a la oración, María y su novia fueron transformadas, dejaron las relaciones y viven como hermanas en la fe.
Quería llegar al cielo, pero no podía sola
María perdió a sus padres y fue consciente de que «esta vida no acaba aquí, y de que después nos espera el cielo. Yo quería llegar a ese cielo. Creyéndome totalmente autosuficiente para lograr cualquier cosa por mí misma, tomé la decisión de renunciar a las relaciones con personas de mí mismo sexo, vivir mi fe de un modo coherente y alcanzar mi meta final que es el cielo”.
Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que no podía alcanzar su objetivo sin la oración. “Con el tiempo el Señor me demostró que no soy autosuficiente y que sola no puedo lograr nada. Como personas humanas que somos tenemos debilidades que nos hacen volver a caer si no depositamos nuestra fuerza y confianza en Dios”.
“Entonces le pedí que no me dejara caer de nuevo y que me ayudara. En ese momento, apareció Courage”.
Como caído del cielo: vivir la sexualidad desde la fe
Desde hace 40 años, Courage Internacional se dirige a todos los sacerdotes –con una variante dirigida a laicos, Encourage– que sufren atracción por personas del mismo sexo y desean vivir la sexualidad de acuerdo con la moral católica.
En 1978, el arzobispo de Nueva York Terence Cooke comenzó a albergar la idea de dar salida a este apostolado y dos años después, se celebró la primera reunión que daría lugar a Courage Internacional. En aquel encuentro, los fundadores establecieron las cinco metas que buscaría su apostolado en el crecimiento de los fieles y del clero que buscase su ayuda: castidad, oración, hermandad, apoyo y buen ejemplo y testimonio. Actualmente es dirigido por el sacerdote Philip Bochanski.
Desde entonces, Courage no ha hecho más que extenderse por todo el mundo y ya cuentan en todo el mundo con 31 capítulos de laicos y 43 de religiosos distribuidos en México, Brasil, España, Estados Unidos y Centroamérica, entre otros lugares.
El presidente de Courage, Philip Bochanski, detalla la historia y misión de su organización.
Courage se reunía «en la iglesia de al lado»
De este modo, María afirma que “el Señor, cuando habla, te habla alto y fuerte y no deja respuestas a medias. Se me ocurrió escribir un mail y a través de la respuesta el Señor me dijo: `Courage es lo que he buscado para ti. Ahora anda y ve´”.
“En aquel mail me decían que existía un capítulo en España y por si fuera poco, no solo estaba en mi ciudad sino que se reunían en la Iglesia donde acudía normalmente”.
Aquella noticia reforzó su determinación. “Cuantas vueltas me hizo dar el Señor en mi vida durante muchísimos años, dejándome libertad de equivocarme una y otra vez para ir preparando mi corazón a la entrega total a Él y que ahora solo me llevan a decir un ‘SÍ’ en mayúsculas. Quiero luchar por mi santidad a través de una vida casta”, afirma también la joven.
Una familia que la escuchó y acogió. Sobre esta ayuda, asegura que “en Courage he encontrado una familia donde me siento escuchada, acogida, sin sentirme en ningún momento juzgada, ni condenada. Courage ha ido dando respuesta a tantas preguntas que me he hecho durante casi veinte años de mi vida, pensando cual era el sentido de aquel camino erróneo que durante tanto tiempo seguí”.
“Ahora sé que todo ha tenido un sentido y que el Señor me ha puesto aquí para que pueda ser instrumento para ayudar a mis hermanos, luchando por llevar con alegría esta cruz, que es el camino de mi libertad y de mi santidad. Ahora, que después de los años soy consciente de todo esto, solo puedo dar gracias a Dios porque Él me sacó sin permitir que me pasara nada malo y para que hoy pueda dar testimonio de ello”.