St. Paul
St. Peter

REFERENCIAS BÍBLICAS

Matthew 16:13-19

En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que las puertas del infierno (“el inframundo”) no prevalecerán contra Su Iglesia. Más aún, dice que esta Iglesia, basada en la confesión de Pedro, formará un ejército tan poderoso que ni siquiera la ciudad más fortificada del reino oscuro podrá resistirlo.

Es fascinante para mí la frecuencia con la que interpretamos este dicho de Jesús exactamente en la dirección opuesta, como si la Iglesia tuviera la seguridad garantizada contra los ataques del infierno. De hecho, Jesús sugiere una imagen mucho más combativa: Su Iglesia sitiará con éxito al reino del mal, derribando su puerta y rompiendo sus muros.

Y observen también cómo Jesús usa el tiempo futuro: “edificaré mi Iglesia”. Por lo tanto, no puede estar hablando simplemente a Pedro a modo personal sino a todos aquellos que participarán de su carisma a lo largo de los siglos.

La integridad de esta ekklesia estará garantizada a lo largo de los siglos, no a través de la opinión popular (tan instructiva como sea) ni a través del ministerio de una élite institucional o teológica (tan necesaria como pueda ser) sino a través del conocimiento carismático del Papa sobre quién es Jesús.

Santísimo Sacramento. Fue precisamente en Su presencia Eucarística que se desarrollaron estas conversaciones con Nuestro Señor, llevándome cada vez más a la luz de Su Rostro y al fuego de Su Corazón.

Soy consciente de lo extenso de algunos de los párrafos. Esto no refleja los patrones de discurso de Nuestro Señor, porque Él no se comunica en forma literaria. Las palabras llegan rápidamente, pero vienen como realidades que impresionan sucesivamente. No sé más cómo explicarlo. Mi propia devoción es esencialmente litúrgica. Sin embargo, desde el diagnóstico de mi grave enfermedad, he experimentado una fuerte atracción por la adoración al Santísimo Sacramento para reparación por los sacerdotes y en particular, hacia el misterio del Rostro de Nuestro Señor oculto bajo los velos sacramentales. Esto es algo que ya está Presente en la tradición, especialmente en el Adoro te de Santo Tomás.

Los textos han dado frutos en mi propia vida y en la vida de los demás, especialmente de los sacerdotes con quienes me he animado a compartirlos por recomendación de mi director espiritual. A pesar de mi reticencia y deseo de anonimato con respecto a esto. En relación con este diario, Nuestro Señor me ha dicho repetidamente que Sus palabras están destinadas a la bendición, la instrucción y el consuelo de muchos cristianos de hoy, sobre todo, de Sus amados sacerdotes.

Con un corazón agradecido y expectante, con mucho gusto entrego este diario a las manos de todos los lectores que Nuestro Señor y Nuestra Señora ya han elegido, con mi oración de que fructifique abundantemente y con mi bendición sacerdotal.

Matthew 8:1-4

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús sana a un leproso. En nuestra enfermedad, debilidad, vergüenza, pecado, y rareza, muchos de nosotros nos sentimos como este leproso. Sentimos que no somos dignos y que debemos mantener cierta distancia.

El leproso viene a Jesús, y eso muestra al mundo su coraje, determinación y quizás también la desesperación de este hombre. Era un extraño, una figura despreciada, pero se acercó a Jesús.

Una vez en presencia del Señor, el leproso “fue a postrarse ante Él” —lo adoró. El hombre que sufre se da cuenta de quién es Jesús, que no es un profeta entre muchos sino la Encarnación del Dios de Israel, el único ante quien la adoración es la actitud apropiada. Cualquiera que sea el problema, tenemos que acudir a Jesús en actitud de adoración. Él es el Señor y nosotros no. Este es un paso clave para ordenar nuestras vidas: la correcta alabanza.

Luego viene una hermosa frase, esencial en cualquier oración de petición: “Señor, si quieres, puedes purificarme”. El leproso no es exigente, está reconociendo el señorío de Jesús, Su soberanía. “Hágase Tu voluntad” es siempre la actitud correcta en cualquier oración.

Abraham es, por lo tanto, el hombre de la Palabra. Cuando Dios habla, el hombre se convierte en el receptor de esa Palabra y su vida en el lugar donde pide encarnarse. Esta es una gran novedad en el camino religioso del hombre: la vida del creyente comienza a concebirse como una vocación, es decir, como llamada, como un lugar donde se cumple una promesa; y él se mueve en el mundo no tanto bajo el peso de un enigma, sino con la fuerza de esa promesa, que un día se cumplirá. Y Abraham creyó en la promesa de Dios. Creyó y salió. sin saber adónde iba —así dice la Carta a los Hebreos. Pero se fió. ¡No tengamos miedo de discutir con Dios! Voy a decir algo que parecerá una herejía. Tantas veces he escuchado gente que me dice: “Sabe, me ha pasado esto y me he enfadado con Dios”. — “¿Tú has tenido el valor de enfadarte con Dios?”— “Sí, me he enfadado”. — “Pero esa es una forma de oración”. Porque solamente un hijo es capaz de enfadarse con su papá y luego reencontrarlo. (…) ¡No tengamos miedo de discutir con Dios! Voy a decir algo que parecerá una herejía. Tantas veces he escuchado gente que me dice: “Sabe, me ha pasado esto y me he enfadado con Dios”. — “¿Tú has tenido el valor de enfadarte con Dios?”— “Sí, me he enfadado”. — “Pero esa es una forma de oración”. Porque solamente un hijo es capaz de enfadarse con su papá y luego reencontrarlo.  Con Dios aprendamos a hablar como un hijo con su papá. (Audiencia General, 3 junio 2020)

Primeros Mártires de la Santa Iglesia Romana, Santos

Memoria Litúrgica, 30 de Junio

Primeros Mártires Iglesia en Roma

Martirologio Romano: Santos Protomártires de la santa Iglesia Romana, que, acusados de haber incendiado la Urbe, por orden del emperador Nerón unos fueron asesinados después de crueles tormentos, otros, cubiertos con pieles de fieras, entregados a perros rabiosos, y los demás, tras clavarlos en cruces, quemados para que, al caer el día, alumbrasen la oscuridad. Eran todos discípulos de los Apóstoles y fueron las primicias del martirio que la iglesia de Roma presentó al Señor († c. 64).

Breve Reseña

La celebración de hoy, introducida por el nuevo calendario romano universal, se refiere a los protomártires de la Iglesia de Roma, víctimas de la persecución de Nerón después del incendio de Roma, que tuvo lugar el 19 de julio del año 64.

¿Por qué Nerón persiguió a los cristianos? Nos lo dice Cornelio Tácito en el libro XV de los Annales: “Como corrían voces que el incendio de Roma había sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas excepcionales, a los que, odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba cristianos”.

En tiempos de Nerón, en Roma, junto a la comunidad hebrea, vivía la pequeña y pacífica de los cristianos. De ellos, poco conocidos, circulaban voces calumniosas. Sobre ellos descargó Nerón, condenándolos a terribles suplicios, las acusaciones que se le habían hecho a él. Por lo demás, las ideas que profesaban los cristianos eran un abierto desafío a los dioses paganos celosos y vengativos… “Los paganos—recordará más tarde Tertuliano— atribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!”.

Nerón tuvo la responsabilidad de haber iniciado la absurda hostilidad del pueblo romano, más bien tolerante en materia religiosa, respecto de los cristianos: la ferocidad con la que castigó a los presuntos incendiarios no se justifica ni siquiera por el supremo interés del imperio.

Episodios horrendos como el de las antorchas humanas, rociadas con brea y dejadas ardiendo en los jardines de la colina Oppio, o como aquel de mujeres y niños vestidos con pieles de animales y dejados a merced de las bestias feroces en el circo, fueron tales que suscitaron un sentido de compasión y de horror en el mismo pueblo romano. “Entonces —sigue diciendo Tácito—se manifestó un sentimiento de piedad, aún tratándose de gente merecedora de los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad de un individuo”, Nerón. La persecución no terminó en aquel fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año 67.

Entre los mártires más ilustres se encuentran el príncipe de los apóstoles, crucificado en el circo neroniano, en donde hoy está la Basílica de San Pedro, y el apóstol de los gentiles, san Pablo, decapitado en las “Acque Galvie” y enterrado en la vía Ostiense. Después de la fiesta de los dos apóstoles, el nuevo calendario quiere celebrar la memoria de los numerosos mártires que no pudieron tener un lugar especial en la liturgia.

Si quieres

Santo Evangelio según san Mateo 8, 1-4. Viernes XII del Tiempo Ordinario

Por: Cristian Gutiérrez, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Quiero, Señor, estar contigo estos minutos. Enséñame a orar. Mira lo mucho que necesito de ti. Ayúdame a creer, a esperar y amar hoy un poco más. Gracias por todos los dones espirituales y materiales que me concedes. Gracias por tu inmenso amor. Gracias por tu presencia y tu acción en mi vida. Dame la gracia de serte siempre fiel y de ser un apóstol infatigable de tu Reino.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 8, 1-4

En aquel tiempo, cuando Jesús bajó de la montaña, lo iba siguiendo una gran multitud. De pronto se le acercó un leproso, se postró ante él y le dijo: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciéndole: “Sí quiero, queda curado”. Inmediatamente quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: “No le vayas a contar esto a nadie. Pero ve ahora a presentarte al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés para probar tu curación”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¡Qué hermosa petición la que este leproso te hace postrado a tus pies! «Señor, si quieres, puedes curarme». Tras esta petición se descubre la fe maravillosa de un enfermo que ha aceptado su enfermedad y que no la vive como un castigo sino como un don, un medio para acercarse a Ti. Es la fe manifestada en la disponibilidad del «si quieres». Esto me puede enseñar en mi vida a estar siempre abierto a la Voluntad de Dios. Eres Tú quien mejor sabes lo que me conviene en cada momento. Por ello, antes de cada petición podría decirte: «Señor, si quieres, concédeme…» «Si quieres, ayúdame…» «Si quieres, dame…».

Es la fe del que se abandona en tus manos esperando de Ti lo que necesita. Este leproso no pide la curación, pide la Voluntad de Dios.

Y como no hay nada que te conmueva más que la fe, tu respuesta es inmediata: «quiero, queda limpio». El «quiero» me demuestra que no eres la lámpara de Aladino que satisface todos mis deseos, no eres la máquina dispensadora de bebidas que sólo cuando lo necesito acudo a ella para que me dé lo que pido. El «quiero» manifiesta tu libertad divina que siempre actúa conforme a mi bien.

Concédeme, Señor, un poco más de fe para saber abandonarme en tus manos con confianza; para saber pedirte con humildad; para buscar ante todo tu Voluntad sobre mí; para aceptar con agrado lo que dispongas en cada momento de mi vida.

«Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Es precisamente lo que le sucedió al leproso: “Si quieres, puedes hacerlo”. Los derrotados descritos en la primera carta, en cambio, rezaban a Dios, llevaban el arca, pero no tenían la fe, la habían olvidado. Cuando se pide con fe, Jesús mismo ha dicho que se mueven las montañas. “Lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré. Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá”. Todo es posible, pero sólo con la fe. Y esta es nuestra victoria».

(Homilía de S.S. Francisco, 14 de enero de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré aceptar y solucionar alguna molestia o dificultad que se me presente, con la confianza de que Dios no me abandona y me ayudará a superarla.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Todo parece indicar que Jesús no sólo quiso sanar a aquel enfermo, sino hacerlo sentir bien en todos los sentidos

Cuenta el evangelio que una vez se acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si quieres, puedes curarme” (Mateo 1, 40).

¡Un momento! Pero, ¿por qué se acerca este hombre a Jesús? ¿Es que no sabe que, dada su enfermedad, debe mantenerse a distancia? ¿Cómo se le ocurre andar circulando entre sus congéneres como si tal cosa? La ley de Moisés era terminante a este respecto: “Cuando alguno tenga en su carne una o varias manchas escamosas o una mancha blanca y brillante, síntomas de la lepra, será llevado al sacerdote Aarón o ante cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un leproso, y el sacerdote lo declarará impuro. El que haya sido declarado enfermo de lepra, traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: ‘¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!’. Mientras le dure la lepra seguirá impuro y vivirá solo, fuera del campamento” (Levítico 13, 1-2. 44-46).

La orden era terminante: debía permanecer solo y fuera del campamento, lejos de todos para no contaminarlos. ¿Cómo es, entonces, que este atrevido se acerca a Jesús? Y Jesús, por su parte, no retrocede, espantado, ni se hace a un lado, diciéndole: “Oye, tú, amigo, ¿es que no conoces las cláusulas de la ley? ¿Cómo es que andas circulando por nuestras calles así como así? ¡Anda, vete ya!”. En realidad, no sucede nada de esto, sino, más bien, esto otro: “Jesús, sintiendo compasión, extendió la mano y lo toco, diciéndole: ‘Quiero, queda limpio’. En seguida se le quitó la lepra y quedó limpio” (Marcos 1, 41-43).

¿Cómo es que Jesús se ha animado a tocar a este hombre? ¿No le dio miedo? ¡Nadie antes que él había tocado a un leproso en Israel! Pero Jesús toca al leproso, es decir, lo hace sentir vivo otra vez. El Señor pudo haberlo curado simplemente diciendo sencillamente lo que dijo, pero además extiende su mano sobre él y lo hace sentirse querido, aceptado.

¡El sentido del tacto! Lo que a menudo no podemos decir con las palabras, lo decimos tocando. Un amigo mío acaba de perder a su madre y llora junto al féretro. ¿Qué le debo decir en semejante circunstancia? ¿Que me duele aquella muerte a mí también? ¡Pero él bien sabe que no se trata del mismo dolor! Entonces opto por no decirle nada -¿para qué, si las palabras sirven aquí de muy poco?- y poso mi brazo sobre su cuello. Con este simple gesto he dicho más de lo que podría decirle con un discurso lacrimoso e hipócrita. El tacto es el sentido del afecto, y los que se quieren se tocan.

Así pues, todo parece indicar que Jesús no sólo quiso sanar a aquel enfermo, sino hacerlo sentir bien en todos los sentidos que pueda tener esta expresión. Pero afirmar que nadie había hecho nada semejante en Israel, ¿no es cargar las tintas, como suele decirse? ¡De ninguna manera! En el Antiguo Testamento se cuanta la curación de un leproso por obra del profeta Eliseo, pero aquí las cosas sucedieron de muy distinta manera. Veamos cómo.

“Naamán, general del ejército del rey sirio, era un hombre que gozaba de la estima y del favor de su señor…, pero era leproso. En una incursión, una banda de sirios llevó a Israel a una muchacha que quedó como sirvienta de la mujer de Naamán, y dijo a su señora: ‘Ojalá mi señor fuera a ver al profeta de Samaria; él lo libraría de su enfermedad’. Naamán fue a informar a su señor: ‘La mujer israelita ha dicho esto y esto otro’. El rey sirio le dijo: ‘Ven, que te doy una carta para el rey de Israel’. Naamán se puso en camino, llevando tres quintales de plata, seis mil monedas de oro y diez trajes. Presentó al rey de Israel la carta, que decía así: ‘Cuando recibas esta carta, verás que te envío a mi ministro Naamán para que lo libres de su enfermedad’. Cuando el rey de Israel leyó la carta, se rasgó las vestiduras, exclamando: ‘¿Es que soy yo un dios capaz de dar muerte o vida para que me encargue éste de librar a un hombre de su enfermedad?’.

“El profeta Eliseo se enteró de que el rey de Israel se había rasgado las vestiduras, y le envió este recado: ‘¿Por qué te has rasgado las vestiduras? Que venga a mí y verá que hay un profeta en Israel’.

“Naamán llegó con sus caballos y su carroza y se detuvo ante la puerta de Eliseo. Eliseo mandó uno a decirle: ‘Ve a lavarte siete veces en el Jordán y tu carne quedará limpia’ ” (2 Reyes 5, 1-10).

Véase que Eliseo no sale al encuentro del leproso, sino que se limita a mandarle decir lo que tiene que hacer para curarse. Y éste, claro está, percibe su falta de amabilidad y se queja, molesto, con estas palabras: “Yo me imaginaba que saldría en persona a verme y que, puesto en pie, invocaría al Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma y me libraría de mi enfermedad” (2 Reyes 5, 11). ¿Eso es lo que pensaba Naamán? ¡Cómo se equivocaba! Para decirlo ya, era un iluso. ¡Por nada del mundo hubiera Eliseo posado la mano sobre la parte enferma de aquel extranjero! Y no porque fuera malo o desatento, sino porque se lo prohibía la ley. Y, por lo demás, ¿Naamán venía a curarse o a que le hicieran cuchi-cuchi? Si quería curarse, ya sabía lo que tenía que hacer. “Entonces Naamán bajó al Jordán y se bañó siete veces, como le había ordenado el profeta, y su carne quedó limpia como la de un niño” (2 Reyes 5, 14).

Recapitulemos: en ambos casos, los leprosos son curados, pero no se compara la delicadeza de Jesús con la prudencia de Eliseo. Jesús fue amable, cercano, cálido. La diferencia entre Eliseo y Jesús, por decirlo así, es la misma que hay entre un médico acertado pero hosco, y otro igualmente acertado pero amable. No, para Jesús no era suficiente con curar al enfermo; era necesario, también, extender la mano hacia él y tocarlo con afecto. ¿Qué es lo que Cristo vino a traer a este pobre mundo? Él mismo lo dijo: vino a traer fuego, es decir, el calor, el sencillo calor humano sin el cual incluso la salud del cuerpo está de más: el calor que devuelve el gusto de vivir.

Regresar al camino

El agradecimiento implica regresar al buen camino de la vida.

“Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias”.

Dice el refrán que “es de bien nacidos el ser agradecidos”. Sin embargo, el episodio de los diez leprosos que encontramos en el Evangelio, nos muestra y nos revela que la gratitud es, más bien, una virtud rara, una virtud exótica, algo parecido a esas flores curiosas que brotan en medio de la nieve o en los lugares más insospechados de la tierra.

Nos cuesta ser agradecidos. Pero ¿por qué? ¿Cuál puede ser la razón de esa dificultad? Tal vez porque en el fondo “dar las gracias” implica regresar un camino; algo que no siempre estamos dispuestos a hacer: “Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó…”

Esos hombres, los diez, estaban desahuciados, eran unos muertos en vida, comidos por la enfermedad y por la soledad, señalados por la sociedad, proscritos, relegados, rotos por dentro y por fuera. Esos hombres pasaron en un instante a recuperar, de golpe, toda su dignidad, toda su salud, todo su cuerpo. Debió ser algo impresionante, inesperado, impactante. El único detalle en contra es que Jesús lo hizo gratis.

A Jesús no le debían mil millones de dólares, ni una comisión, ni siquiera un regalo de agradecimiento. Lo único que les ataba a la persona que les había curado era su capacidad de agradecer; pero eso implicaba regresar por el mismo camino, tal vez perder un poco de tiempo, y reconocer el favor. Algo que sólo uno estuvo dispuesto a hacer.

“Regresar el camino” y dar las gracias no siempre y no todos estamos dispuestos a hacerlo. Somos mucho más agradecidos con el doctor, con el psicólogo o con el nutriólogo, que nos recibe en su consulta, reloj en mano, y nos receta un medicamento, una dieta o una terapia, que con el confesor que desde el confesionario nos absuelve, sin dinero de por medio, y nos limpia de la lepra del pecado. Somos más agradecidos con el funcionario o con el político que nos hace algún favor, a cambio de una significativa comisión, que con nuestros papás, que con esfuerzo y con sacrificio han gastado y han dado su vida para sacar adelante la nuestra.

¿Y con Dios? con Dios, más que agradecidos somos exigentes y muchas veces injustos. Le exigimos curaciones, le exigimos milagros, le exigimos que tengamos suerte, le exigimos que encontremos un buen trabajo, le exigimos que nos vaya siempre bien en la vida, le exigimos que no nos pase nada ni a nosotros ni a los nuestros, le exigimos que no nos falte el dinero, que nuestros hijos tengan éxito en la vida…. Exigimos, exigimos, exigimos y si no nos cumple renegamos, nos alejamos o dudamos de él haciéndolo culpable de todo lo que nos pasa.

Parece mentira, y es triste, que no nos hayamos dado cuenta de que Dios ya hizo el gran milagro, de que él ya cumplió con su parte. Él nos ha dado lo más importante: la existencia y su amor; su vida y su muerte; su cuerpo y su sangre; la resurrección y la vida eterna. A nosotros es a quienes nos corresponde, ahora, recorrer el camino. El problema es si estamos dispuestos a regresar, de vez en cuando, ese camino, para corresponder con nuestra capacidad de agradecer.

Diez leprosos fueron curados de su enfermedad. Los diez se beneficiaron del milagro, pero sólo uno regresó el camino para dar las gracias. Ese leproso, además del milagro de su curación corporal, escuchó palabras no menos misteriosas e impresionantes, que sin duda marcaron el resto de su existencia: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.

Cada domingo tenemos la oportunidad de “regresar el camino” para dar gracias a Dios. La palabra “Eucaristía”, significa “acción de gracias”. Sólo por ese motivo ya sería algo grande ir a Misa. Sorprende y entristece ver la facilidad con que dejamos de hacerlo, a veces por flojera, otras veces porque la prisa de la vida, que también se hace presente los fines de semana, nos hace ver ese “dar gracias” como una pérdida de tiempo. Con toda razón, el Papa Juan Pablo II advertía al inicio del tercer milenio a todos los creyentes que “la Eucaristía dominical, congregando semanalmente a los cristianos como familia de Dios en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de vida, es también el antídoto más natural contra la dispersión”. No hacerlo, no es sólo signo de ingratitud, sino también signo de despiste existencial. Ser agradecidos no cuesta dinero, es gratis; tal vez eso es lo malo, porque todo lo gratuito corre el riesgo de no ser valorado. Es cierto que no cuesta dinero en esta vida, pero tendrá su peso cuando en la otra oigamos: “¿No fueron diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve?”

Nardo del 30 de Junio

¡Oh Sagrado Corazón, Camino, Verdad y Vida!

Meditación: Sabes, Señor, me parece verte en una colina de la hermosa Galilea. Vestido de blanco estás, el manto no llevas, Tus discípulos están descansando y el cielo se está pintando de un rojo tornasolado. Se levanta un rico olor a tierra mojada, y sobre la colina en que pones Tu mirada un trigal se alza, parece como que el campo se ha vestido de dorado para alabar al Dios de lo alto. En la otra colina, sencillas flores multicolores esparcidas la tapizan, y sonríen al nuevo día. Más allá hay un campo ralo en el que no crece ningún sembrado. Señor, me parece que me quieres decir que el mundo así está. A pesar de que toda la tierra fue regada con la Santísima Sangre de Mi Señor, en muchos lugares la semilla no germinó pues no se trabajó con fe y amor. Fue entonces que la planta murió y la tierra en desierto se convirtió. La otra colina en la que germinan flores sencillas son las que han luchado en un campo no tan trabajado, pero donde los talentos a Dios se han presentado y El los ha premiado. El trigal del cual se saca el Pan son todos aquellos a quienes el Señor eligió para ser Sus testigos, y que se vistieron de dorado, abrazándose con nardos pues junto a El su vida han entregado.
Señor, que en la Santa Llaga de Tu Corazón nos abrazas a todos con el Fuego del Amor, escóndenos allí hoy, para evitar que caigamos en el mal. Purifícanos cual metal, para que alcancemos la Verdadera Vida en la Tierra Prometida.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla: Llenemos el altar que hemos preparado de flores físicas y espirituales, y cantemos en alabanza al Corazón del Amor, que es Jesús, Nuestro Redentor.

Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.

Santos protomártires de Roma: víctimas de Nerón

Son los primeros testimonios que dieron su vida por la fe en Cristo en la ciudad de Roma, el emperador los condenó injustamente

Ocurrió la noche del 18 al 19 de julio del año 64 en Roma, que era entonces la capital del Imperio. El emperador Nerón, en uno más de sus arrebatos, incendió la ciudad y acusó a los cristianos de haber sido los autores del suceso.

Este hecho se conoce gracias al historiador romano Tácito en sus Annales y al papa Clemente, que cita el hecho en su Carta a los Corintios.

Se produjo una persecución rápida y sanguinaria. Por orden imperial, se condenó a muerte a todos los cristianos.

Todos fueron asesinados con crueles tormentos. Unos fueron clavados en cruces, se les embadurnó de grasa, se prendió fuego a sus cuerpos y alumbraron durante toda la noche a modo de antorchas humanas distribuidas por las calles de la ciudad y en banquetes nocturnos.

Otros cristianos fueron cubiertos con pieles de fieras y entregados a perros rabiosos que los atacaron hasta darles muerte y devorarlos.

Santos protomártires: los primeros en Roma

Estos cristianos dieron el primer (proto- en griego) testimonio de la fe que habían aprendido de los apóstoles. Por eso son los santos protomártires de la Iglesia de Roma.

Aunque desconocemos sus nombres, siguen siendo modelo para toda la Iglesia a través de los siglos. Se les llama también «discípulos de los Apóstoles».

La fiesta de los santos Protomártires de la Iglesia de Roma se celebra el 30 de junio, después de la fiesta de los santos Pedro y Pablotambién mártires en tiempos de Nerón.

Oración

Señor, Dios nuestro,
que santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la sangre abundante de los mártires, concédenos que su valentía en el combate nos infunda el espíritu de fortaleza
y la santa alegría de la victoria.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.