Ant. The good Shepherd gave his life for his sheep. Hallelujah.

Canticle of the Blessed Virgin Mary
Lk 1, 46-55

My soul proclaims the greatness of the Lord,
my spirit rejoices in God my savior;
because he has seen the humiliation of his slave.

Ant. El buen Pastor dio la vida por sus ovejas. Aleluya.
Cántico de la Santísima Virgen María
Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

John 14:7-14

Amigos en el Evangelio de hoy Jesús dice: “Yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi Nombre, Yo lo haré”.

Cuando oramos en el nombre de Jesús, confiamos en Su intimidad con el Padre, confiamos que el Padre escuchará a Su Hijo que suplica en nuestro nombre. En la carta a los hebreos, leemos que Jesús, igual a nosotros en todas las cosas menos en el pecado, es un compañero que sufre con nosotros y ha entrado como abogado nuestro en la corte celestial. Arriesgando una comparación cruda, es como si Jesús fuera nuestro hombre en el gobierno, un representante nuestro en un lugar de poder.

Eso sí, esta analogía se rompe en la medida en que el Padre no debe ser interpretado como un poder ejecutivo renuente y distraído, molesto por las pequeñas apelaciones de sus electores, intervenidas por un persistente lobbista. Para el autor de la carta a los hebreos, Jesús se ha convertido en nuestro abogado, precisamente porque el Padre quiso que Él asumiera ese rol por nosotros; por lo tanto el Padre se deleita al escuchar nuestro llamado a través de Su Hijo.

Todos nosotros tenemos experiencia de esto: hemos rezado, rezado, por la enfermedad de este amigo, de este papá, de esta mamá y después se han ido, Dios no nos ha escuchado. De hecho, cuando rezamos podemos caer en el riesgo de no ser nosotros quienes servimos a Dios, sino pretender que sea Él quien nos sirva a nosotros. He aquí, pues, una oración que siempre reclama, que quiere dirigir los sucesos según nuestro diseño, que no admite otros proyectos si no nuestros deseos. Cuántas veces hemos pedido una gracia, un milagro, digámoslo así, y no ha sucedido nada. Después, con el tiempo, las cosas se han arreglado, pero según el modo de Dios, el modo divino, no según lo que nosotros queríamos en ese momento. El tiempo de Dios no es nuestro tiempo. ¡Señor, dame la fe! ¡Que mi fe crezca! Pedir esta gracia, de tener fe. Jesús, en el Evangelio, dice que la fe mueve montañas. Pero, tener la fe en serio. Jesús, delante de la fe de sus pobres, de sus hombres, cae vencido, siente una ternura especial, delante de esa fe. Y escucha. (Audiencia General, 26 mayo 2021)

Domingo Savio, Santo

Memoria litúrgica, 6 de mayo

Laico

Martirologio Romano: Memoria litúrgica de santo Domingo Savio, que, dulce y jovial desde la infancia, todavía adolescente consumó con paso ligero el camino de la perfección cristiana.

Etimología: Domingo = Aquel que es consagrado al señor, es de origen latino.

Fecha de canonización: 12 de junio de 1954 bajo el pontificado de Pío XII

PATRONO de:

. Niños y Adolescentes
. Niños Cantores
. Estudiantes
. Monaguillos
. Mamás Embarazadas

Breve Biografía

Nace en Riva de Chieri, Italia, en la humilde casita de los esposos Carlos y Brígida, el 2 de abril de 1842. Al año siguiente toda su familia se traslada a las colinas de Murialdo. Es un niño del pueblo, nacido en una familia profundamente cristiana y joven, pobre y repetidamente probada.

El 8 de abril de 1849 hace su Primera Comunión. Muy temprano, vestido de fiesta, Domingo se dirige a la Iglesia parroquial de Castelnuovo. Es el primero en entrar al templo y el último en salir. Aquel día fue siempre memorable para él. Arrodillado al pie del altar, con las manos juntas y con la mente y el corazón transportados al cielo, pronuncia los propósitos que venía preparando desde hacía tiempo: «Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849, a los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:

1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.
Estos recuerdos fueron la norma de todos sus actos hasta el fin de su vida.

El 2 de octubre de 1854 conoce a Don Bosco. Este santo sacerdote lo guiará por el camino de la santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y amigo.

Lo lleva a estudiar a Turín. Tiene en ese momento12 años y medio. Allí pasa su adolescencia, viviendo como pupilo con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco recoge en su Oratorio.

El 1 de marzo de 1857 su delicada salud se agrava. El médico aconseja que vaya a su casa y allí se reponga. Al despedirse de Don Bosco y de sus compañeros les dice: “Nos veremos en el paraíso”. Intuía que muy pronto iba a morir.

Efectivamente, el 9 de marzo, postrado en la cama, en un momento se incorpora y le dice a su papá que lo asiste: “Papá, ya es hora”, y va repitiendo las oraciones de los moribundos que entre sollozos lee el papá. Luego parece adormecerse. Pasados algunos minutos entreabre los ojos y con voz clara y sonriente exclama: “Adiós, querido papá, adiós. ¡Oh, qué hermosas cosas veo!”, y expira con las manos juntas sobre el pecho, tan dulcemente que su padre cree que se adormece de nuevo. Tenía 14 años y 11 meses.

A los dos años de su muerte Don Bosco escribe un librito narrando la vida de este su querido alumno. De los hechos allí narrados son testigos todos sus compañeros; pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo Savio, cosa que sí conoce Don Bosco, ya que lo atendía en el sacramento de la Confesión y en la dirección espiritual.

¡Adolescente santo, de sólo 15 años de edad! El primero que a tan corta edad, sin ser mártir, fue declarado santo por el Papa Pío XII el 12 de junio de 1954. En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con admiración se descubren en él los maravillosos caminos de la gracia, y una adhesión permanente y sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía con rara intensidad”. Su antecesor el Papa Pío XI dijo de él: “Pequeño, mejor aún, gran gigante del espíritu”.

¿Qué hizo de extraordinario este niño y adolescente para que la Iglesia lo eleve al honor de los altares y lo proponga como modelo de vida cristiana?

Veamos los rasgos de su santidad

Perfil de su niñez:
Una vida en la presencia de Dios, a quien sentía vivo y presente en todo momento. Algunos ejemplos: Se levanta de la mesa y no quiere comer porque un invitado se sienta y empieza a comer sin rezar antes. Los domingos es el primero en llegar a la iglesia, y si la encuentra cerrada se arrodilla junto a la puerta para rezar, haya buen tiempo o esté nevando; y luego su mayor alegría es poder hacer de monaguillo en la santa misa; y su compostura durante la oración es objeto de admiración de los que lo ven: manos juntas, ojos fijos en el sagrario, absorto en la presencia de Jesús. Al recorrer solo y a pie, entre matorrales, los 18 kilómetros para ir diariamente a la escuela, un tío le pregunta: ¿No tienes miedo de ir solo? La respuesta de Domingo, de 10 años, no se hace esperar: “Yo no estoy solo; me acompaña el Ángel de la Guarda”.

El amor personal a Cristo y a su Madre: Esta vida en la presencia de Dios es puesta en evidencia desde su temprana Primera Comunión, con aquel propósito que es la clave de otros tres: “Mis amigos serán Jesús y María”. Los otros tres los hizo como medios para mantener y acrecentar dicha amistad, y son el leit-motiv en sus momentos más importantes. Las lágrimas que vierte tienen su fuente en este precoz concepto del pecado: así por ejemplo pide perdón a su mamá en vísperas de su Primera Comunión; pide perdón cuando cree haber herido su amistad con Cristo por haber cedido ante la invitación de algunos compañeros a darse un baño en un arroyo, motivo por el que lloró repetidamente, y no cedió nunca más a otras invitaciones, como cuando lo invitaban a “hacerse la rabona” y no concurrir a la escuela. Por eso decide elegir a amigos que no le impidan mantener su amistad con Jesús y con la Virgen María.

El cumplimiento heroico del humilde deber cotidiano: A sus padres no les daba sino “satisfacciones”. Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo. Domingo era un chico de recia voluntad, sostenida por la gracia de la amistad con Jesús y María. Don Bosco escribe: “Domingo no se ha hecho notorio en los primeros tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su perfecta docilidad y de una exacta observancia de las reglas de la casa…y una exactitud en el cumplimiento de sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”.

A este respecto, cierta vez sus compañeros pupilos notaron que Domingo faltaba en el almuerzo; lo buscaron en vano; le dijeron a Don Bosco, y él fue a la iglesia donde por la mañana había participado en la Misa y había comulgado, y allí lo encontró junto al altar, inmóvil, con los ojos fijos en el Sagrario desde hacía 7 horas; lo llamó por su nombre y nada, tuvo que tocarlo en el hombro para que se diera cuenta; y al enterarse de que ya estaban almorzando pidió humildemente perdón a Don Bosco por la trasgresión a las reglas de la casa.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes: rechaza aprobarlos y seguirlos en sus comportamientos reprensibles; pero por otro lado irradia simpatía y “es la delicia de ellos”, a tal punto que acepta en lugar de quienes lo han acusado falsamente, un humillante castigo. Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Perfil de su adolescencia:

La edad de la adolescencia: se caracteriza por la inestabilidad, que Domingo supo domarla a fuerza de dominio de sí mismo y de docilidad a las directivas de Don Bosco, y más que nada con su habitual recogimiento en Dios. Y las otras características propias de esta edad también las puso al servicio de su santidad de adolescente: afirmación de sí mismo, llamado a grandes horizontes, fervor de sentimiento. Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero hacerme santo!”), en su viva ternura demostrada para con la Virgen María, como también con sus amigos más íntimos, en su voluntad de acción, de dominio, de construcción de alguna “obra” (funda la Compañía de La Inmaculada: grupo de compañeros buenos que se comprometen a ayudarse mutuamente y a ayudar a Don Bosco en la educación de los chicos del Oratorio, que los había artesanos rústicos y jóvenes burgueses y aristocráticos, chicos que se peleaban a pedradas, que faltaban a clase, que tenían costumbres de blasfemar, que con placer se entretenían con revistas pornográficas, que no se hacían problemas de tomar a golpes de puño y puntapiés a los otros, que se enfurecían por nada). En medio de éstos es como Domingo ha vivido y ha construido su santidad: con cuatro viajes diarios por las calles de Turín para ir a la escuela; con un Reglamento y un horario de Internado cristiano. En resumen, se halla inmerso en nuestro mundo moderno (aunque no hay todavía bicicletas y televisores), metido en todo aquello que aún hoy es la sustancia de la vida de un estudiante de 15 años.

Aparecen turbaciones y arranques bruscos, como el endurecimiento para consigo que sigue al descubrimiento de que la santidad es posible, las dudas de conciencia que lo llevan a querer confesarse cada tres o cuatro días, el ansia de penitencias extraordinarias (“¡para unirme –dice- a los sufrimientos de Jesús en la cruz!”).

También aparece lo trágico de algunas circunstancias: el desgarrón hiriente de sus truncadas amistades, la alarma por su endeble salud, la dolorosa partida del Oratorio… Todo esto hace de Domingo un verdadero y simpático adolescente. Un santo “joven estudiante”.

La presencia de un guía: La adolescencia es una etapa de conquista de la personalidad, a la vez que de gran necesidad de guía y formación individual. Domingo tuvo la suerte de encontrar un guía espiritual en Don Bosco y de saber aprovecharlo. Y así se encuentran la generosidad de un adolescente con la luz de un verdadero sacerdote amigo del alma. Cuando llegó al Oratorio leyó el cartel puesto sobre la puerta del cuarto de Don Bosco: “¡Denme almas, y llévense lo demás!”; y con espontaneidad le dijo: “Don Bosco, aquí se trata de un negocio, la salvación de las almas. Pues bien, yo seré la tela y usted será el sastre. Haga de mí un hermoso traje para el Señor”. A esta docilidad en dejarse guiar, atribuye Don Bosco la orientación de Domingo hacia su santidad de estudiante. En este contexto aparece la función decisiva de la Confesión frecuente. Así va descubriendo el misterio de la redención: Jesús es comprendido como el Salvador; María como La Inmaculada y La Dolorosa. Su alma y la de sus compañeros deben ser salvadas…a través del misterio de la cruz.

Su devoción a la Virgen María: La estadía con Don Bosco coincide con el acontecimiento mundial de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Como santo “adolescente”, Domingo es el fruto de aquel 8 de diciembre de 1854. En ese día hace una confesión general, y delante del altar de la Inmaculada se consagra personalmente a Ella. De aquí en adelante ve a María con su rostro de “Inmaculada”, y su propósito de la Primera Comunión adquiere una nueva dimensión: “el pecado al que preferirá la muerte es ahora, de manera más precisa, la impureza”. Los esfuerzos heroicos de adolescente para conservar intacta su pureza, especialmente con el control de los ojos, se deben a su gran devoción hacia La Inmaculada vivida con espíritu caballeresco y con ardiente ternura. Había días que terminaba con dolor de cabeza, por el esfuerzo de controlar la curiosidad y no mirar cosas que perturbaban su alma limpia y ponían en peligro su amistad con Jesús y María, exponiéndolo a dejarse llevar por pensamientos y deseos impuros (tan comunes en esa edad).

También contempla a la Virgen con su rostro de “Dolorosa”: todos los miércoles hace la comunión en su honor y por la conversión de los pecadores; cada viernes se hace acompañar por algunos compañeros para rezar en la capilla la Corona de los Siete Dolores; más de una vez es visto en extática oración ante el altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Esta doble devoción es la inspiradora de su apostolado, especialmente en la Compañía de la Inmaculada, que exige de sus miembros una verdadera consagración de sí mismos a María.

Algunos años después de su muerte se aparece a Don Bosco en uno de sus famosos sueños. Éste le pregunta: “Domingo, ¿qué es lo que más te consoló en el momento de tu muerte?”. Y la respuesta de Domingo: “La asistencia de la poderosa y amable Madre del Salvador”.

Su amor a Jesús. La misa y la comunión cotidiana (cuyos efectos se prolongan a través de frecuentes visitas a la capilla que está junto al patio de juegos), enseñan a Domingo a considerarlo como Salvador de su alma y de la de sus compañeros. Su odio por el pecado crece a medida que comprende el precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús, por ejemplo cuando es calumniado, cuando se cubre con una sola frazada en pleno invierno o pone piedritas entre las sábanas (al enterarse Don Bosco le prohíbe esta penitencia), cuando transforma sus sabañones en llagas, cuando se le suministran medicinas amargas… Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente: quiere impedir o reparar el pecado porque arruina el fruto de la sangre de Cristo, y quiere hacer el bien a sus compañeros para asegurar el fruto de esta sangre divina.

Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros, interponiéndose entre ellos con un crucifijo en la mano y pidiendo que arrojen la primera piedra contra él; el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo… (su preocupación era atender de modo particular a los compañeros díscolos, a los recién llegados al Oratorio y a los solitarios, a los compañeros de clase con dificultades y a los enfermos).

Obsesión por la santidad en la alegría: A partir de una predicación de Don Bosco sobre la santidad se desata en su alma una verdadera efervescencia. Realiza un gran descubrimiento: ¡Dios le quiere santo! Y da su explicación: “Yo quiero entregarme todo al Señor. Yo debo y quiero pertenecer todo al Señor”. Por un momento Domingo piensa imitar a los santos en sus prácticas de penitencia y en unas prolongadas y extraordinarias prácticas de piedad. Pero aquí interviene su guía espiritual Don Bosco: “Domingo, lo que Dios quiere de ti, como adolescente, es que cumplas siempre bien tus deberes de estudiante, trates de hacer el bien a tus compañeros y estés siempre alegre”. Y cosa maravillosa: este nuevo impulso de querer ser santo y de que es posible lograrlo, le proporciona una profunda alegría, y de tal modo la suscita que la alegría viene a definir esta santidad tan salesiana y juvenil: “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres, haciendo bien las cosas que tenemos que hacer, porque Jesús lo quiere”.

¿Por qué este adolescente es Patrono de las mamás embarazadas?

Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un día le pide a Don Bosco que le deje ir a ver a su mamá porque está enferma. Don Bosco no sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho, ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia de Domingo se lo permite. Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre a ver a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja sobre la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho de ella un escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y se presenta a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que su madre está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La mamá conservó este escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las mismas hermanas de Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo. Los médicos, enterados, lo recomendaban a sus pacientes. Fueron muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.

Se lo puede adquirir en las librerías y/o santerías salesianas, con la imagen del Patrono Domingo Savio, junto con la oración y la historia detallada de este milagro.

El 9 de marzo se recuerda el nacimiento al cielo de Santo Domingo Savio, siendo el 6 de mayo la fecha fijada para la celebración litúrgica de su fiesta.

Además de la Vida de Domingo Savio escrita por Don Bosco, hay abundante bibliografía y estudios sobre este adolescente santo. Hay libritos escritos para niños, para adolescentes, para educadores, para todos. Los que no lo conocen se van a sorprender de su santidad extraordinaria viviendo lo ordinario de su vida de estudiante cristiano.

ORACIÓN DE LA MADRE EN LA ESPERA DE UN HIJO

Señor Jesús, por intercesión de Santo Domingo Savio te ruego
con amor por esta dulce esperanza que llevo en mi seno.

Me has concedido el inmenso don de esta pequeña vida que alienta
en la mía; te doy humildemente gracias por haberme escogido como
instrumento de tu amor. En esta dulce espera, ayúdame a vivir en continuo
abandono a tu divina voluntad.

Concédeme un corazón de madre, puro, fuerte y generoso.

Te ofrezco las preocupaciones del porvenir:
las ansias, los temores, los deseos en favor de la criatura que no conozco aún.
Haz que nazca sana en el cuerpo,
aparta de ella todo mal físico y todo peligro para el alma.

Tú, María, que gozaste las inefables alegrías de una maternidad santa,
dame un corazón capaz de transmitir una fe viva y ardiente.

Santifica mi espera,
bendice mi gozosa esperanza,
haz que el fruto de mi seno sea fecundo en virtud y santidad,
como le concediste al adolescente Santo Domingo Savio.
Amén.

ORACIÓN A SANTO DOMINGO SAVIO

Santo Domingo Savio,
que en la escuela de Don Bosco
aprendiste a recorrer los caminos de la santidad juvenil:
enséñanos a imitar tu amor a Jesús y a María,
y tu ansia de llevar a tus compañeros a ser sus amigos;
alcánzanos del Señor que,
practicando tu lema
“Antes morir que pecar”,
podamos conseguir nuestra salvación eterna.
Amén.

Soy hijo en el Hijo

Santo Evangelio según san Juan 14, 7-14. Sábado IV de Pascua

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey Nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, por intercesión de nuestra Señora de Fátima, dame la gracia no sólo de conocerte más… sino de experimentar tu amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 14, 7-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”. Le dijo Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le replicó: “Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ve al Padre.

¿Entonces por qué dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre; y cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Yo haré cualquier cosa que me pidan en mi nombre”.
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Llevo tanto tiempo con ustedes y ¿aún no me conoces? – dice Jesús a uno de sus apóstoles. Tanto tiempo transcurrido sin percatarse. Tanto tiempo sucedido sin escuchar delicadamente su mensaje.

¿A qué has venido Señor? ¿Por qué me has dedicado todo tu tiempo?

Desde la encarnación desviaste mi mirada hacia el cielo; mostrándome sin decir nada algo divino, algo bueno, algo eterno… querías mostrarme el amor.

Cada huella que dejaste en este mundo lleva consigo este deseo de mostrar… de llevarme al Padre. Quieres que descubramos que somos hijos; hijos de un Padre que nos ama; hijos en todo el sentido de la palabra.

Es un misterio… es un don que Tú quieres regalarme; quieres que experimente el amor tan íntimo que hay entre el Padre y el Hijo, haciéndome hijo en el Hijo.

Sólo de pensarlo: soy hijo de Dios… me hace preguntarme tantas cosas… ¿A quién voy a temer? ¿Quién me separará de este amor? Me hace sentir seguro, tranquilo, en paz pues, un Padre ama, no por lo que se haga o se tenga, simplemente ama por el simple hecho de amar…

Tan sólo pensarlo… tan sólo creerlo…soy hijo de Dios. Gracias, mi Señor, por este don.

«Jesús, el Hijo eterno, hecho hijo en el tiempo, nos ayude a encontrar el camino de una nueva irradiación de este experiencia humana así de simple y así de grande que es ser hijos. En el multiplicarse de las generaciones hay un misterio de enriquecimiento de la vida de todos, que viene del mismo Dios. Debemos redescubrirlo, desafiando al prejuicio; y vivirlo, en la fe, en perfecta alegría».

(Catequesis SS Francisco, 11 de febrero de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración. Disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En un momento del día rezar tranquila y detenidamente, sin prisas, un rosario, o al menos un misterio, pidiendo a María su intercesión para que Dios me conceda la gracia de saberme su hijo.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Te preocupa tu adolescente? Acude a este joven santo

Santo Domingo Savio condujo a sus problemáticos compañeros de clase de vuelta a Dios

Puede resultar difícil ser padres, en especial cuando un joven adolescente se desvía del camino de la verdad para ir de cabeza por caminos que con demasiada frecuencia demuestran ser no solo improductivos, sino dañinos.

La experiencia puede ser dolorosa, tanto para adolescentes como para padres, y aun así parece una parte inevitable de la vida.

Aunque hay muchos factores diferentes que contribuyen al comportamiento rebelde de un joven, tanto padres como profesores siempre pueden recurrir a los santos en momentos de necesidad.

Uno de los múltiples intercesores poderosos en la presencia de Dios es santo Domingo Savio.

Un chico brillante

Domingo era un chico brillante que conoció a san Juan Bosco cuando tenía 12 años y que asistió a su escuela.

Como cualquier muchacho corriente, era un amante de la diversión, así que a veces se metía en problemas por reír demasiado en la clase. Le encantaba jugar, pero también dedicaba largas horas a la oración.

Un día, Domingo se topó con dos muchachos discutiendo y a punto de iniciar una peligrosa pelea. Se disponían a tirarse piedras entre sí, cuando Domingo intervino.

Domingo imploró: «Tenéis que parar. ¡Esto no está bien!».

Uno de los chicos gritó: «No puedes pararnos».

«No hasta que le abra la cabeza…», añadió el otro.

«No voy a parar la pelea», respondió Domingo con un grito, «pero os voy a pedir que aceptéis una condición (…) Antes de empezar a pelear, debéis mirar este crucifijo y tirar la primera piedra contra mí».

Sorprendido, el muchacho empezó a temblar. «¡No!», protestó. «¡Nunca! No tengo ningún problema contigo, Domingo».

«Ninguno de vosotros está dispuesto a dañarme porque soy vuestro amigo, y aun así queréis cometer este pecado por un estúpido comentario hecho en el colegio. Cristo, que era inocente, murió por nosotros en vez de buscar venganza contra quienes le odiaban».

Domingo permaneció ante ellos, en silencio, con el crucifijo en la mano. Los otros dos chicos dejaron caer las piedras, avergonzados ante la valentía de Domingo.

Domingo fue un ejemplo de luz para sus compañeros de clase y ayudó a muchos de ellos a redirigir sus vidas y regresar a Dios.

Murió a los 15 años a causa de una enfermedad grave, sin identificar, y más tarde fue canonizado por hacer gala de una fe tan heroica a tan temprana edad.

Domingo es conocido como el santo patrón de los «delincuentes juveniles» y es un gran intercesor para todos los jóvenes, sobre todo aquellos que han sucumbido a malas influencias o se han descarriado.

Aquí una breve oración a santo Domingo Savio para invocar su intercesión en un momento de necesidad.

Oración

Querido santo Domingo Savio,
te pedimos que detengas tu mirada en todos los jóvenes
y les inspires a amar a Dios como tú hiciste.
Reza por que todos compartamos tu aversión al pecado
y logremos una vida de santidad.
Jesús siempre habló de Su amor a los niños
y sabemos que tus peticiones serán bien recibidas.
Te pedimos humildemente
que lleves nuestras súplicas ante el Señor.

[Menciona tus intenciones aquí…]

Santo Domingo Savio,
reza por nosotros.