Sabiduría 6:12-16 / 1 Tesalonicenses 4:13-18 / Mateo 25:1-23

Querido P. Abat Manel; querida comunidad de monjes benedictinos; monaguillos que embellecen el culto con sus melodías que hacen que nuestra oración brote espontánea al Señor; curas y fieles de las parroquias del arciprestazgo de la Terra Alta de la diócesis de Tortosa que este fin de semana estamos aquí en romería; peregrinos y fieles que llenamos este templo, también quienes siguen esta celebración a través de los medios de comunicación social; hermanas y hermanos todos en el Señor: Hoy y los próximos dos domingos, últimos del año litúrgico, proclamamos el capítulo 25 del evangelio según San Mateo, en el que Jesús, con diversas parábolas y comparaciones nos habla de su segunda llegada: como un ladrón, como el dueño de la casa o un rey que se ha ido lejos y devuelve… La comparación que utiliza hoy es hermosa: debemos esperarla como el esposo que llega a la fiesta de su boda. Es, por tanto, una espera gozosa, porque anhelamos celebrar para siempre la fiesta de su amor sin límites, su amor hasta el extremo. Hemos escuchado que diez chicas «salieron con antorchas a recibir al esposo». Nuestra vida es una llamada constante a “salir”: salir del seno materno, salir de la casa donde nacimos, salir de la infancia a la juventud y de la juventud a la edad adulta, y así hasta que saldremos definitivamente de este mundo. Lo pienso y lo medito hoy, emocionado, a los pies de la VIRGEN, a la querida diócesis tortosina, saliendo de un servicio apostólico a otro, «sirviendo al Señor con alegría» (salmo 99,2), siempre en ruta , como en una romería constante, siempre peregrinos, “caminando juntos”, paso a paso, hasta lo que será el paso final, cuando vivamos el traspaso de este mundo hacia la casa del Padre.

El Evangelio nos recuerda que el sentido de este constante salir que es la vida es ir hacia el encuentro del esposo: “El esposo está aquí. Salid a recibirlo.” El encuentro con Jesucristo da sentido y orientación a nuestras vidas. Él es lo mejor que nos ha pasado en nuestras vidas. Así pues, si nuestra vida consiste en ser peregrinos que caminemos juntos, viviendo la fe comunitariamente, en Iglesia “en salida”, hacia el encuentro con el esposo, entonces nuestra vida, personal y eclesial, es el tiempo que recibimos por crecer en el amor, invitados todos a atisbar cada día la presencia del Señor, su paso por nuestras vidas, el esposo que llega. Y para crecer en ese amor al Señor que llega, para mantener viva la fe, para vivir la esperanza de entrar con el esposo en la fiesta, para que no nos encontremos con la puerta cerrada, debemos estar a punto con una buena reserva de aceite. El aceite de una antorcha existe para su consumo. Sólo ilumina quemándose. Así deberían ser nuestras vidas: difundir esperanza y luz gastándonos en el servicio. El secreto de la vida de tantos santos y santas ha sido que han vivido para servir, como a Jesús, amando hasta el extremo. Sin embargo, no es fácil servir, no es fácil desvivirnos y amar generosamente, puesto que todo servicio implica oblación de uno mismo, implica entrega, implica hacer el éxodo del propio ego autosuficiente y orgulloso, implica una conversión constante.

Por otra parte, según el evangelio proclamado hoy, las cinco chicas desatendidas «no se llevaron aceite por las antorchas». En cambio, cada una de las cinco chicas prudentes «se proveyó de una botella». Esto nos sugiere que el aceite debe prepararse con tiempo. La imprudencia de aquellas chicas que quedan fuera de las nupcias radica en la falta de previsión, en la falta de preparación. El amor es ciertamente espontáneo, pero también necesita ser alimentado. Que nunca tengamos la tentación de conformarnos con una vida sin amor, que es como una antorcha apagada. Si no invertimos en amor, la llama de la vida se apaga. Correspongamos con gozo al amor del Señor, diciéndole sí, cada día, en cada momento, cada paso, y salimos a recibirlo encontrándolo en los hermanos y hermanas donde Él está realmente presente, especialmente en los pobres y desvalidos. Ciertamente, la parábola de hoy apunta a la venida definitiva del Señor al final de la historia o al final de nuestra historia en este mundo. Pero en muchos otros momentos de nuestras vidas podemos sentir la presencia del Esposo y también debemos estar listos para recibirlo. Que sepamos recibirlo en los reclamos de los hermanos necesitados de ayuda, de acogida, de escucha, de cariño. Como nos dirá Jesús dentro de dos domingos: «Todo lo que hacían a estos hermanos, me lo hacían a mí.»

A honrar con su presencia durante toda la jornada que duró la fiesta. Y en la oración que devotamente celebramos aquella mañana, nos dirigimos a la Virgen con una bonita oración. A la luz del Evangelio proclamado hoy, a los pies de nuestra amada volvemos a hacer nuestra la oración mencionada. A Santa María, que dijo sí al Señor, a ella, que nos enseña a vivir con amor, siempre en ruta, caminando juntos, con las antorchas encendidas, le decimos: “¿Qué cantaremos contigo en este misterio tan grande de tu donación a Dios en Jesucristo? (…) ¡Que Dios nos espera! Ésta es nuestra alegría. Al ir al otro mundo, no vamos al vacío. Nos espera la bondad del Padre, el amor de Jesucristo, la comunión del Espíritu Santo. Nos espera también vuestra bondad de Madre, como aurora y esplendor de la Iglesia de los peregrinos que anhela un día conseguir lo que Dios ha preparado para todos los que le aman.” Amén

Lucas 17:1-6

Amigos, en el Evangelio de hoy escuchamos a Jesús hablar sobre la fe. La fe es poderosa, porque es un vínculo con la realidad de Dios, el poder que creó y sostiene el cosmos. A veces, el poder de la fe se manifiesta de maneras espectaculares e inmediatamente obvias. Por ejemplo, existe una larga tradición de curación por la fe que se remonta al propio Jesús y a través de muchos de los santos. También está el poder de la oración. Cuando algunas personas piden con espíritu de confianza, creyendo realmente que lo que piden sucederá, sucede.

Pero la mayoría de las veces, el poder de la fe se manifiesta en el coraje para enfrentar el trauma, la enfermedad e incluso el terror a la muerte. Es la confianza de que estamos siendo guiados y cuidados, incluso cuando esa guía y ese cuidado no son evidentes de inmediato.

El problema, pues, es «la incoherencia», y «los cristianos que no son coherentes, dan escándalo». «Si te encuentras ante un ateo que te dice que no cree en Dios, puedes leerle toda una biblioteca donde se dice que Dios existe, y aunque se pruebe que Dios existe, él no tendrá fe». Pero, «si delante de este ateo das testimonio de coherencia y de vida cristiana, algo comenzará a trabajar en su corazón». Y «será precisamente tu testimonio el que le creará la inquietud sobre la cual trabajará el Espíritu Santo». «todos nosotros, toda la Iglesia», debemos pedir al Señor «la gracia de ser coherentes», reconociéndonos pecadores, débiles, incoherentes, pero siempre dispuestos a pedir perdón a Dios. Se trata de «ir adelante en la vida con coherencia cristiana», dando testimonio de que creemos en Jesucristo y sabiendo que somos pecadores. Pero con «la valentía de pedir perdón cuando nos equivocamos» y «teniendo mucho miedo de escandalizar». Y que «el Señor nos conceda esta gracia a todos nosotros». (Homilía Santa Marta, 27 febrero 2014)

Leandro de Sevilla, Santo

Memoria litúrgica, 13 de noviembre

Por: Redacción | Fuente: Archidiócesis de Madrid

Obispo

Martirologio Romano: En Sevilla, en Hispania, san Leandro, obispo, hermano de los santos Isidoro, Fulgencio y Florentina, que con su predicación y diligencia convirtió, contando con la ayuda de su rey Recaredo, a los visigodos de la herejía arriana a la fe católica (c. 600).

Breve Biografía

¿Qué secreto poseía aquella familia de Cartagena que supo poner en los altares a sus tres hijos? Porque no hay duda de la influencia de los padres en la vida de sus hijos tanto para bien como para mal. Eso no quiere decir que los hijos que han nacido en buena y cristiana familia tengan una póliza de seguro que les garantice la fidelidad a los principios que mamaron ni tampoco que quienes conocieron a unos padres mediocres estén condenados irreparablemente a la desgracia moral. No. Pero, hechas las salvedades y sabiendo que el uso de la libertad es privado y personal, no cabe duda -es testigo la historia- de la impronta que deja en los retoños el estilo de quienes los engendraron y educaron. En este caso, Leandro tuvo otros dos hermanos que están como él en los altares, Isidoro que le sucedió en el arzobispado de Sevilla, y santa Florentina.

Su nacimiento fue en torno al 535.

La familia emigra a Sevilla y, cuando tiene la edad, Leandro entra el un monasterio. Es nombrado metropolitano de Sevilla. Funda una escuela de artes y ciencia que la concibe como instrumento para difundir la doctrina ortodoxa en medio de una España que está inficcionada de arrianismo, particularmente en la corte visigoda. Dos hijos del rey arriano Leovigildo están formándose en su escuela, Hermenegildo y Recaredo.

Leovigildo asienta en Toledo la capital del reino visigodo. Su hijo Hermenegildo será su igual en la Bética y residirá en Sevilla; por su ciencia, bondad y celo Hermenegildo se convierte a la fe nicena con el ejemplo y apoyo de su esposa Igunda. Pero en Toledo hay reales aires de grandeza; el rey piensa que el principio de unidad y estabilidad está en la religión arriana; se enciende la persecución contra la fe católica con fuego y espada, incluidos los territorios de la Bética, en la que su propio hijo Hermenegildo morirá mártir.

Leandro ha sido obligado a abandonar su Iglesia y su patria. Aprovecha el destierro para pedir ayuda al emperador de Bizancio. En Constantinopla se encuentra con Gregorio, que ha sido enviado por el papa Pelagio -lo sucederá luego en la Sede romana- con quien traba una gran amistad; le anima a poner por escrito los libros Morales -comentario al libro de Job- que influirán de un modo decisivo en la ascética de todo el Medievo.

Vuelve a Sevilla su Arzobispo al disminuir la tensión del rey Leovigildo y lo verá morir. Leandro, en el 589, convoca el III Concilio de Toledo donde Recaredo, que ha sucedido a su padre en el trono, abjura de los errores arrianos y hace profesión de fe católica lográndose la unidad del reino visigodo y la paz. Sobreviene como esperada consecuencia una renovación en la vida religiosa, un resurgir de las letras y una fresca ganancia en el terreno de las artes.

La conversión paulatina a la fe católica de los arrianos visigodos del reino es sincera y la deseada unidad ha encontrado el vínculo de cohesión en la unidad de la fe. Lo que intuyó el rey Leovigildo, pero con signo contrario; en esta ocasión, triunfó la verdad.

Ahora y hasta su muerte en el año 600, el sabio y santo Arzobispo deja de ser un hombre influyente en la política del reino. Le ocupa el alma el ansia de hacer el bien. Mucha oración, atención a las obligaciones pastorales, estudio de la Sagrada Escritura, penitencia por los pecados de su vida, y la carta que escribe a su hermana Florentina que llega a servir de pauta para la vida monástica femenina hasta el punto de ser llamada «la regla de San Alejandro» le llenaron su tiempo.

Sevilla tiene motivos para mostrar orgullo con un santo así ¿verdad? Hay quien afirma que los santos pertenecen a todos y posiblemente no les falte razón, pero ¿no podrán pertenecer a algunos un poco más?

El escándalo

Santo Evangelio según San Lucas 17, 1-6. Lunes XXXII del Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Un santo solía decir que todas las cosas que hagamos las comencemos y terminemos con un ave maría. Dios te salve María… Señor, estoy en tu presencia, abre los ojos de mi corazón para que pueda verte, abre los oídos de mi corazón para que pueda escucharte y abre el corazón de mi corazón para que pueda amarte.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 1-6

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No es posible evitar que existan ocasiones de pecado, pero ¡ay de aquel que las provoca! Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino sujeta al cuello, que ser ocasión de pecado para la gente sencilla. Tengan, pues, cuidado. Si tu hermano te ofende, trata de corregirlo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si te ofende siete veces al día, y siete veces viene a ti para decirte que se arrepiente, perdónalo». Los apóstoles dijeron entonces al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor les contestó: «Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Es imposible que no vengan los escándalos (Lc, 1) pero…¿ puedo ser yo un escándalo para los demás? El escándalo literalmente significa: «piedra con que se tropieza». Podemos ser escándalo para los demás con nuestro mal ejemplo, nuestro obrar errado, con nuestras mentiras, trampas, etc. Seguramente no saldremos en primera plana, o en la portada de la alguna revista, pero cada vez que damos un escándalo dejamos mal parada a la Iglesia de la que somos miembros legítimos por medio del bautismo.

Cristo nos invita en este evangelio a reflexionar en lo grande e importante que es el testimonio de una vida cristiana. Es una utopía pensar que los escándalos no salen de sus casas, al contrario, los encuentras en cada esquina. Por eso, en este Evangelio, Jesús nos da el repelente contra el mosquito del mal ejemplo.

Nos dice: Anden con cuidado. (Lc, 3) Es decir, cada vez que vayamos a una fiesta, con unos amigos, al trabajo o a la escuela, debemos estar conscientes de que somos discípulos de Cristo. Por eso no podemos comportarnos de cualquier manera. A donde vayamos andemos con cuidado y combatamos el mal ejemplo con el bueno: con el perdón, con la caridad, con la alegría, etc.
Jesús dice: Más le valdría que le ajustaran al cuello una piedra de molino y que le arrojaran al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. (Lc,2) ¿Por qué cada vez que sentimos en nuestro interior «comezón» de hacer algo malo no nos abrazamos a la piedra que es Cristo y nos arrojamos al mar de la oración? Es verdad que muchas veces las tentaciones parecen más grandes que nosotros, pero sólo en la oración y con la ayuda de Dios podremos vencer. Decía Teodoreto, obispo de Ciro: La oración, a pesar de ser una, lo puede todo.

Pidámosle a María que nos ayude a ser piedras de encuentro entre Dios y los hombres.

«¿Pero qué es el escándalo? El escándalo es decir una cosa y hacer otra; es la doble vida. Yo soy muy católico, yo voy siempre a misa, pertenezco a esta asociación y a otra; pero mi vida no es cristiana, no pago lo justo a mis trabajadores, exploto a la gente, soy sucio en los negocios, blanqueo dinero. Esta es una doble vida. Lamentablemente, muchos católicos son así, y estos escandalizan. Cuántas veces hemos escuchado, en el barrio y en otras partes: «pero para ser católico como ese, mejor ser ateo». Es ese el escándalo que destruye».

(Homilía de S.S. Francisco, 23 de febrero de 2017, en santa Marta).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Haré una visita al Santísimo, o una comunión espiritual donde le diga al Señor: «Señor, auméntame la fe». Soy cristiano, soy Iglesia, que nunca sea ocasión de escándalo.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

7 consejos ante la muerte de un ser querido

Dos verdades absolutamente ciertas de la vida: nuestra existencia y lo inevitable de nuestra muerte.

“Ven, siervo bueno y fiel; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21)

1. La muerte es un momento de dolor donde sólo la fe puede iluminar de esperanza ese momento de tristeza. La muerte duele porque es un parto al cielo. Cuando muera un ser querido piensa si existía un “derecho” para retenerlo aquí y si era más tuyo que de Dios. Mira si no es egoísmo querer privarle de lo que ahora tiene: la felicidad eterna. ¿Estás seguro de que más tarde se iba a salvar…?

2. ¿Qué es la muerte? La muerte no tiene la última palabra: la vida no termina, se transforma. Los hombres que contemplan el sepulcro de Jesucristo viven en la esperanza de la Resurrección. La muerte nos revela lo que el hombre es: “polvo, ceniza, nada”. Quien muere deja una luz y alcanza otra. La muerte es el paso a la eternidad. La muerte es fin e inicio. Morir en gracia de Dios significa conquistar la cumbre, la meta, el abrazo eterno del Padre. San Francisco cantó: “Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor! Ningún viviente escapa de su persecución; ¡ay, si en pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!”.

3. ¿Es mejor vivir o morir? “Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger… Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor…” (Flp 1, 21-23). La felicidad del hombre consiste en amar y ser amado. Cuando un alma parte a la casa del Padre ahí es amada por Dios y ama a Dios. Un día el hombre dejará de sonreír, de caminar y de cantar… pero nunca dejará de amar. En vez de recibir la muerte con lágrimas, deberíamos recibirla con una sonrisa porque nos conduce al encuentro, cara a cara, con nuestro Creador.

4. ¿Qué podemos aprender de la muerte? En la entrada de un cementerio español está escrito: “Hoy a mí, mañana a ti”. Lo capital para el hombre no es morir antes o después, sino bien o mal. San Agustín confesó: “Como es la vida, así es la muerte”. Ten presente que “Cuando un padre muere es como si no muriese, pues deja tras de sí –algunas veces- un hijo semejante a él”. (Si. 30, 4).

5. ¿Hay que temer la muerte? No, pero cuando se tiene miedo, por algo será… Opta por una muerte que te lleve al cielo. Que no te pase como aquel epitafio que decía: “Aquí yace un hombre que murió sin leer el libro que lo iba a salvar: la Biblia”. O aquel otro que decía: “He aquí un ateo que no tiene a dónde ir”. Hay que vivir de tal manera que si volviéramos a nacer elegiríamos seguir el mismo camino. Santa Teresa no temía la muerte, al contrario, ella decía: “Muero porque no muero”. Para desear la eternidad es necesario imaginar el abrazo del Padre.

6. ¿Por qué existe la muerte? Porque el hombre quiere ver a Dios y para verlo es necesario morir. El hombre surgido del polvo debe retornar al polvo y el alma surgida de Dios debe volver a Dios. Las dos verdades absolutamente ciertas de la vida son nuestra existencia y lo inevitable de nuestra muerte. Todos los hombres mueren, pero no todos viven. San Ambrosio predicó: “Es verdad que la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como un remedio (…). En efecto, la vida del hombre, condenada por culpa del pecado a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era necesario dar un fin a estos males, de modo que la muerte restituyera lo que la vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia (…) No debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación”.

7. ¿Por qué no sabemos el día que vamos a morir? Si supiéramos el día de nuestra muerte no viviríamos cada día con la misma intensidad. Nadie sabe ni cómo ni cuándo morirá. Nadie por más que se esfuerce puede añadir una hora al tiempo de su vida. La muerte es lo más cierto, pero el día es lo más incierto. No olvides que no es necesario ser viejo para morir. No vale la pena indagar el cómo, el cuándo ni el dónde moriré; pero sí vale estar preparado.

8. ¿Qué actitud debemos tomar ante la muerte de un ser amado? No rechazar a Dios porque nos lo ha quitado, sino agradecerle porque nos lo ha dado. “¿Conviene llorar a un muerto? Sí, pero no lamentarse cuando muere en aras de Dios”, como dijo un amigo. Dios es misericordioso y “la misericordia se siente superior al juicio” (St 2, 13) Porque “nuestra maldad es una gota que cae en el océano de la misericordia de Dios”. “Jesucristo crucificado está como un tapón entre la muerte y el infierno”. Dios es comprensivo porque sabe todo y saberlo todo es perdonarlo todo. Jesús nos enseñó: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”. Mientras que el apóstol Santiago escribió: “Habrá un juicio sin misericordia para el que no tenga misericordia hacia los demás” (St 2, 13) Recuerda: para obtener misericordia para uno mismo, es necesario tener misericordia hacia los demás. “Al final de la vida sólo queda lo que hayamos hecho por Dios y los demás”.