JUAN 6, 60-69
El Evangelio de hoy nos dice que muchos discípulos dejaron al Señor después haber escuchado que no tendrían vida a menos que comieran Su carne y bebieran Su sangre.
¿Por qué es que el don de la Eucaristía ha sido, desde el principio, fuente de disputas? ¿Por qué es que desde el tiempo de Jesús hasta nuestros días hemos estado en medio de contiendas por ello? ¿No debería ser la base de nuestra unidad y alegría más profunda? En realidad, sí. Pero no podemos pasar por alto el hecho de que siempre ha causado divisiones, tal como Jesús mismo causó división en la gente: «El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama».
Cuando escucharon a Jesús exponer esta enseñanza en todo su poder, muchos de ellos lo abandonaron. De hecho, tantos se fueron que Jesús les preguntó a los discípulos: «¿También ustedes quieren irse?» Uno tiene la sensación de que toda la Iglesia, todo el proyecto cristiano, estaba en juego.
Qué maravilloso lo que Pedro responde, tal como lo hizo en los Evangelios sinópticos a otra de las preguntas de Jesús: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna». Esa es la gran respuesta católica, el punto de articulación, y punto cardinal.
ACTIVIDAD EVANGELIZADORA DE PEDRO
Como estamos en tiempo Pascual, la liturgia nos recuerda, cómo la fuerza del Resucitado impulsó a sus discípulos a comunicar su presencia. Lo hacían como lo hizo Jesús cuando estaba con ellos, curando, liberando, acercándose a las personas y llevándoles esperanza e ilusión a sus vidas, y decían que no lo hacían ellos sino en nombre y con la fuerza del Espíritu que Jesús les había comunicado. En nombre de Jesús. En la lectura de hoy es Pedro, al que buscan y se acerca y con su actuación muchos descubren la buena noticia traída por Jesús: Dios quiere siempre el bien de las personas y ama a todos.
¿CÓMO LE PAGARÉ AL SEÑOR TODO EL BIEN QUE ME HA HECHO?
Este interrogante del salmo es una invitación a vivir la vida dándonos cuenta de lo que hemos recibido y recibimos cada día, por parte de Dios. Cada día debemos prestar atención a todos los dones que Dios nos está concediendo, para vivir en actitud de agradecimiento. El agradecimiento debe convertirse en una actitud de alabanza. Este modo de hablar es duro. ¿Quién puede hacerle caso?
Jesús no es insensible a la actitud de sus discípulos ante sus palabras. Más que duras, pues no eran insultantes, les resultaban novedosas e incomprensibles, de ahí la crítica y lo que murmuraban. La reacción de Jesús resulta de lo más interesante. No se defiende, sólo que reúne a los más cercanos. San Pedro, como siempre, es el que responde ante la pregunta provocadora de Jesús. ¿A quién vamos a ir? ¿Quién mejor que tú puede orientarnos en la vida? Tus palabras nos animan, pues son Espíritu que nos impulsa, y son vida que dan sentido a nuestra existencia.
Hoy, como entonces, nos resulta difícil de entender la Palabra de Jesús. Nos cuesta comprenderla cuando la escuchamos. Nos cuesta cumplirla, por eso muchas veces la olvidamos y no la escuchamos. Algunas son muy claras y sencillas. Otras son comprometidas, pero todas resultan una buena manera de dar sentido a nuestra vida, si las escuchamos con interés y sabiendo que nos las dirige, porque nos quiere y quiere nuestro bien.
Vivimos tiempos de mucha comunicación. Una comunicación que solemos oír, pero la mayoría de las veces no la escuchamos. Con la Palabra de Dios nos suele ocurrir lo mismo, la oímos pero no la cuchamos. Las Palabras de Jesús, tenemos que escucharlas, pues con ellas vamos descubriendo a qué y a quién dio importancia Jesús en su vida. Debemos recobrar una actitud de escucha serena y tranquila de la Palabra de Dios. Ella orienta nuestra existencia, enseñándonos a vivir con una confianza grande en Dios como Padre-Madre que busca introducir en nuestro mundo un proyecto humanizador, para dar pasos hacía una humanidad más justa, digna y fraterna para todos. Como reto de la Resurrección y con la fuerza del Espíritu, debemos recuperar a Jesús como el maestro espiritual y humano que puede dar sentido a nuestra existencia. Sus palabras son Espíritu y Vida. Si queremos vivir con esperanza, con amor, con ilusión y con sentido no busquemos mejor maestro para nuestra vida. No lo hay.
Ante el prodigioso gesto de Jesús que alimenta a miles de personas con cinco panes y dos peces, todos lo aclaman y quieren llevarlo en triunfo, hacerlo rey. Pero cuando Él mismo explica que ese gesto es signo de su sacrificio, es decir, del don de su vida, de su carne y de su sangre, y que quien quiera seguirlo debe asimilarlo a Él, debe asimilar su humanidad entregada por Dios y por los demás, entonces no gusta, este Jesús nos pone en crisis. Preocupémonos si no nos pone en crisis, ¡porque quizás hayamos aguado su mensaje! Y pidamos la gracia de dejarnos provocar y convertir por sus «palabras de vida eterna». (Ángelus 22 de agosto de 2021)
Rosa Venerini, Santa
Virgen y Fundadora, 7 de mayo
FUNDADORA DE LAS PÍAS MAESTRAS VENERINI
Martirologio Romano: EN ROMA, SANTA ROSA VENERINI, VIRGEN, QUE NACIÓ EN VITERBO Y FUNDÓ LAS MAESTRAS PÍAS, CON LAS CUALES ABRIÓ EN ITALIA LAS PRIMERAS ESCUELAS PARA LA EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS († 1728).
Etimológicamente: ROSA = AQUELLA QUE ES BELLA Y DULCE COMO UNA ROSA, ES DE ORIGEN LATINO.
Fecha de beatificación: 4 de mayo de 1952, durante el pontificado de Pío XII
Fecha de canonización: 15 de octubre de 2006, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI
Breve Biografía
Rosa VENERINI nació en Viterbo en el día 9 de febrero de 1656.
Su padre, Goffredo, originario de Castelleone di Suasa (Ancona), después de haber conseguido el título en medicina en Roma, se trasladó para Viterbo y ejerció brillantemente la profesión de médico en el Hospital Grande.
De su matrimonio con Marzia Zampichetti, miembro de una antigua familia viterbense, nacieron cuatro hijos: Domingo, María Magdalena, Rosa y Horacio.
Rosa, por naturaleza, era dotada de inteligencia y de sensibilidad humana fuera del común. La educación recibida en la familia le permitió desarrollar los numerosos talentos de mente y de corazón y de formarse bajo principios cristianos sólidos.
A la edad de siete años, según su primer biógrafo, Padre Jerónimo Andreucci S.I., hizo voto de consagrar a Dios su vida. Durante la primera fase de su juventud, vivió el conflicto entre las seducciones del mundo y la promesa hecha a Dios. Superó tal conflicto con oraciones y muchos sacrificios.
A los 20 años, Rosa se interrogaba sobre su porvenir. En aquel tiempo la mujer podía escoger apenas entre las dos orientaciones de vida: el casamiento o el convento. Rosa estimaba las dos opciones, pero se sentía atraída para realizar otro proyecto para el bien de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo. Tendrá que pasar mucho tiempo dedicado a los sacrificios y a la búsqueda, para ser impulsada interiormente por intuiciones proféticas, que le llevarán a una solución innovadora.
En otoño del 1676, de acuerdo con su padre, Rosa entró en el Monasterio Dominico de Santa Catalina en Viterbo con la perspectiva de realizar su voto. Junto a su tía Ana Cecilia aprendió a escuchar Dios en el silencio y en la meditación. Se quedó en el Monasterio pocos meses porque la muerte prematura de su padre la obligó a regresar para acompañar en el sufrimiento a su madre.
En los años siguientes Rosa vivió acontecimientos trágicos en su familia: el hermano Domingo falleció con apenas 27 años de edad, enseguida, muere también su madre quien no aguantó el dolor. Su hermana María Magdalena contrajo matrimonio.
Permanecían en casa solamente Horacio y Rosa que a esta altura tenía 24 años. Impulsada por el deseo de hacer algo grande para Dios, en mayo de 1684 la Santa comenzó reunir en su casa a las niñas y mujeres de la vecindad para rezar el Rosario. El modo de orar de las jóvenes y de sus madres, y sobre todo las charlas que precedían y seguían a la oración, abrieron la mente y el corazón de Rosa frente a la triste realidad: la mujer pobre era esclava de la pobreza cultural, moral y espiritual.
Entendió, entonces, que el Señor la llamaba a una misión más alta que, gradualmente, la llenaba de la urgencia de dedicarse a la instrucción y formación cristiana de las jóvenes, no con encuentros periódicos, sino con una Escuela entendida en el sentido total de la palabra.
En el día 30 de agosto del 1685, con la aprobación del Obispo de Viterbo, Cardenal Urbano Sacchetti y la colaboración de dos compañeras, Gerolama Coluzzelli y Porzia Bacci, Rosa dejó la casa paterna para dar inicio a su primera escuela, proyectada según un designio original que había madurado en la oración y en la búsqueda de la Voluntad de Dios. El primero objetivo de la Fundadora era lo de ofrecer a las niñas de la población pobre una formación cristiana completa y de prepararlas para la vida civil. Sin grandes pretensiones, Rosa había abierto la primera «Escuela Pública femenina en Italia». El origen era humilde, pero de grandeza profética: la promoción humana y la elevación espiritual de la mujer eran una realidad que no tardaría en recibir el reconocimiento de las autoridades religiosas y civiles.
El crecimiento de la Obra.
En el comienzo no fue fácil: Las tres primeras Maestras tuvieron que afrontar las resistencias del Clero que sentía como exclusividad suya enseñar el catecismo; pero la resistencia más fuerte venía de los intelectuales que se sentían escandalizados al ver la osadía de una mujer, de la alta burguesía viterbense, que tomaba con seriedad y amor la educación de las niñas de la baja clase social. Rosa enfrentó todo por amor a Dios, y con firmeza que era la caracterizaba, prosiguió el camino que había iniciado, teniendo ahora más que nunca, la certeza de estar dentro de un verdadero Proyecto de Dios.
Los resultados le dieron razón: ¡los propios Párrocos constataron el bien qué estas Escuelas Pías surtieron entre las niñas y sus madres!. La valía de aquella iniciativa fue reconocida y la fama sobrepasó los confines de la Diócesis. El Cardenal Marcos Antonio Barbarigo, Obispo de Montefiascone, comprendió la genialidad del proyecto viterbense e invitó a la Santa a su diócesis. La Fundadora, siempre lista, contestó a la invitación: de 1692 a 1694 Rosa abrió una decena de escuelas en Montefiascone y en las Ciudades situadas alrededor del lago de Bolsena. El Cardenal suministraba los medios materiales y Rosa concienciaba las familias, preparaba las maestras y organizaba la Escuela. Cuando tuvo que tornar a Viterbo, para cuidar de la estabilidad de su primera obra, Rosa confió las Escuelas y las Maestras a la dirección de una joven, Lucia Filippini, cuyas calidades, de mente, de corazón y de espíritu, ya había percibido antes.
Después de las Escuelas de Viterbo y Montefiascone, fueron abiertas otras en la región de Lazio. Rosa llegó a Roma en el año 1706, pero la primera experiencia romana fue para ella un fracaso total. Esto le marcó hondamente y la forzó a esperar un período largo de seis años antes de reconquistar la confianza de las autoridades. En el día 8 de diciembre del 1713, con ayuda del Abad Degli Atti, gran amigo de la familia Venerini, Rosa pudo abrir su Escuela en el centro de Roma, a los pies del Capitolio. El 24 de octubre de 1716 recibió a visita del Papa Clemente XI, que acompañado por ocho Cardenales, quiso asistir a las clases. Maravillado y lleno de complacencia, al fin de la mañana, se dirigió a la fundadora con estas palabras: «¡Señora Rosa, usted hace lo que nosotros no podemos hacer!. Le agradecemos mucho porque, estas escuelas, ¡santificarán Roma!». Desde aquel momento, Gobernadores y Cardenales pidieron las escuelas para sus territorios. El trabajo de la Fundadora se volvió intenso, lleno de peregrinaciones y de cansancio para la formación de nuevas comunidades. Fue, también, motivo de mucha alegría y de sacrificios. Donde surgía una escuela, luego se notaba un radical cambio positivo, de la juventud.
Rosa Venerini murió santamente en la casa de San Marcos en Roma, en la noche del 7 de mayo de 1728. Había abierto más de 40 Escuelas. Su cuerpo fue sepultado en la Iglesia de Jesús (Roma) que ella tanto amaba. En el año 1952, por ocasión de la Beatificación, sus restos mortales fueron trasladados en la Capilla de la Casa General, en Roma.
La Espiritualidad
Durante toda su vida, Rosa siempre se movió adentro del océano de la Voluntad de Dios. Decía: «me siento tan apegada a la Voluntad de Dios, que no me importa ni la muerte ni la vida, quiero lo que Él quiere, quiero servirle lo cuanto Él quiere ser servido por mí y nada más! ».
Después de un primera contacto con los Padres Dominicos del Santuario «Madonna della Quercia» en los alrededores de Viterbo, siguió la dirección espiritual del P. Ignacio Martinelli, y acogió fielmente la espiritualidad austera y equilibrada de San Ignacio de Loyola creada para la dirección de los Jesuitas.
Las crisis de la adolescentes, las perplejidades de la juventud, la busca de nuevos caminos, la fundación de las Escuelas y de las Comunidades, las relaciones con la Iglesia y con el mundo, todo era orientado al Querer Divino. La oración era el aire que respiraba durante toda su jornada.
Rosa no imponía a sí misma ni a sus hijas largas oraciones pero recomendaba qué la vida de las Maestras, en el ejercicio del ministerio educativo, ¡fuese un continuado hablar con Dios, de Dios, para Dios!. La íntima comunión con el Señor era mantenida por la oración mental que la Santa consideraba «alimento esencial del alma». En la meditación, Rosa escuchaba al Maestro que enseñaba caminando por las carreteras de Palestina, pero, de manera particular, desde lo alto de la Cruz.
Con lo mirada fija en Jesús Crucificado, Rosa sentía cada vez más fuerte dentro de sí la pasión para la salvación de las criaturas humanas. Por eso, vivía cada día la Eucaristía de manera mística: en su imaginación, la Santa veía el mundo como un gran círculo; se colocaba en el centro y contemplaba Jesús, Víctima inmaculada, que en todo rincón de la tierra se ofrecía al Padre a través del Sacrificio Eucarístico. Llamaba a este modo de elevarse a Dios «el Círculo Máximo». Con oración incesante, participaba espiritualmente de todas las Santas Misas que eran celebradas en toda parte del mundo: unía los dolores, el cansancio, las alegrías de su vida a los sufrimientos de Jesucristo, preocupándose que la Preciosa Sangre de Jesús no fuese derramado en vano.
El Carisma
Podemos sintetizar el carisma de Rosa Venerini en pocas palabras. Vivió consumada por dos grandes pasiones: la pasión por Dios y la pasión por la salvación de las criaturas humanas. Cuando comprendió que las niñas y las mujeres de su tiempo tenían necesidad de ser educadas e instruidas sobre las verdades de la Fe y de la Moral, no escatimó tiempo, trabajo, luchas, dificultades de todo tipo al fin de contestar al llamado de Dios.
Era consciente de que el anuncio de la Buena Nueva sólo podía ser acogido, si antes, las personas fuesen liberadas de las tiniebla de la ignorancia y del error. Además, había intuido que la formación profesional podía conseguir para la mujer una promoción humana y un reconocimiento en la sociedad. Este proyecto requería una Comunidad Educadora, sin pretensiones. Rosa, con gran anticipación histórica, ofreció a la Iglesia el estilo de la Comunidad Religiosa Apostólica.
Rosa no ejerció su misión educativa sólo en la escuela, sino usó todas las oportunidades que tuvo para anunciar el Amor de Dios: confortaba y curaba a los enfermos, reanimaba a los desesperanzados, consolaba a los afligidos, invitaba a los pecadores a la vida nueva, exhortaba a la fidelidad a las personas consagradas, auxiliaba a los pobres, combatía toda forma de esclavitud moral. Educar para salvar se volvió el lema que impulsa a las Pías Maestras Venerini a continuar la Obra del Señor de acuerdo a los deseos de su Fundadora y a irradiar por el mundo el Carisma de la Santa Madre: liberar a la criatura humana de la ignorancia y del mal para que el Proyecto de Dios, que cada persona posee, se vuelva visible.
Es ésta a magnifica herencia que Rosa Venerini dejó a sus hijas; doquiera que estén: en Italia, como en los otros Países, las Pías Maestras buscan vivir y transmitir el deseo apostólico de la Madre, privilegiando a los más pobres. La Congregación, después de haber dado su contribución en favor de los italianos emigrados a los E.U.A., desde 1909, y en Suiza de 1971 al año 1985, expandió su actividad apostólica en otros Países: en India, en Brasil, en los Camerún, en Romania, en Chile, en Venezuela, en la Albania y en Nigeria.
Palabras de vida eterna
Santo Evangelio según san Juan 6, 60-69. Sábado III de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Concédeme, Señor, la gracia de experimentar la fuerza y el significado que tiene tu palabra para mi vida y, junto a san Pedro, poder decir lleno de paz y esperanzan: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna».
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 60-69
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús dijeron al oír sus palabras: «Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?».
Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”. (En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar). Después añadió: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.
Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La dinamicidad de la vida muchas veces inquieta nuestro interior. Cada día nos encontramos ante circunstancias de gran variedad, algunas son positivas, pero otras, también, son negativas que tocan nuestra vida personal, familiar o profesional. Experimentamos diversidad de sentimientos y emociones ante estas circunstancias que afectan o perturban nuestra integridad y mueven lo más profundo de nuestro ser, causando inestabilidad o estabilidad.
Esto fue lo que sucedió a los discípulos que escuchaban a Jesús. Las palabras del Señor nos eran suaves, sino duras. Sus palabras resonaban fuertemente en el interior de cada discípulo y, en algunos, producían inquietud, en otros, asombro o aflicción. Pero, por otra parte, también causaban atracción, conmovían, animaban. ¿Qué impresión causan en mí las palabras del Señor? ¿Qué fuerza y qué significado tienen para mi vida? Vemos que para Pedro y los apóstoles tenían una fuerza única, un significado esencial y profundo. Eran la respuesta a sus interrogantes e inquietudes más profundas de su vida. En ellas descubrieron el amor del Padre, la Verdad y el Camino de sus vidas, más aún, descubrieron la Vida. Las palabras del Señor dieron sentido y transcendieron sus vidas. Iluminaron su realidad, su vida concreta, dando un horizonte lleno de esperanza.
Descubramos la fuerza y riqueza que tienen las palabras del Señor para nuestra vida. Dejemos que sus palabras toquen nuestro corazón, nuestra vida. Que sus palabras sean el sostén, pero, sobre todo, el amor inagotable de nuestro Señor.
«En los próximos días, al rezar con las Escrituras, volveréis a experimentar su eficacia: no queda sin efecto, sin cumplir aquello por lo que Dios nos la ha dado. Os deseo que recibáis siempre la Biblia en su preciosa unicidad: como palabra que, imbuida del Espíritu Santo, dador de vida, nos comunica a Jesús que es vida y así hace fecunda nuestra vida. Ningún otro libro tiene el mismo poder. Mediante su palabra, conocemos al Espíritu que la inspiró; de hecho, solo en el Espíritu Santo puede ser verdaderamente recibida, vivida y anunciada, porque el Espíritu enseña todo y recuerda cuanto Jesús dijo». (Homilía de S.S. Francisco, 31 de octubre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En un rato de oración ante el Santísimo analizaré que impresión causan en mí las palabras del Señor y le pediré que me ayude a que den sentido a mi vida.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Discurso del Pan de vida
En la sinagoga de Cafarnaúm. Petición de una prueba.El pan de la vida. Reacción de los discípulos.
En la sinagoga de Cafarnaúm se va a producir un discurso y unos hechos de capital importancia. Jesús ha predicado con profundidad y abundancia. Ha llegado a muchas gentes de las más variadas procedencias. Ha realizado multitud de milagros con un claro contenido simbólico, especialmente los de la multiplicación de panes y peces. El mensaje estaba lo suficientemente claro para tener fe en Él. Pero los hechos muestran, que salvo un pequeño grupo que cree sin condiciones, se da una gran variedad de respuestas. La mayoría del pueblo quiere hacerle rey, lo que significa que le quieren; pero no le comprenden. Quieren un reinado material, con contenido religioso. Les mueven sus intereses inmediatos. Ocurre como en la primera tentación del desierto. Jesús ya ha vencido esta tentación, pero ellos no; quieren un mesianismo deficiente.
Por otra parte, están los que se oponen a Jesús y a su mensaje. Es una oposición cerrada, agravada porque tienen más cultura teológica, pero no tienen fe. Buscarán todos los razonamientos posibles para rechazarle; no quieren saber nada de Él y su enseñanza de un amor total a Dios y a los demás. Viendo no ven, porque no quieren ver, son guías ciegos.
En la sinagoga de Cafarnaúm
En este contexto, después de la vuelta por Tiro y Sidón y la Decápolis vuelve a Cafarnaúm. Acude a la sinagoga, y allí van todos: los que creen en Él hasta el punto de entregarse y seguirle, los que creen con imperfecciones, los que no creen. Todos ponen atención en este discurso que tiene una gran importancia en la vida de Jesús. El momento es solemne, la expectación máxima.
Jesús comienza con un reproche sobre la rectitud de intención de los que le quieren escuchar: «En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los milagros, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó Dios Padre con su sello»(Jn). Los que le escuchan aceptan la suave reprensión con mansedumbre por lo que preguntan cómo rectificar: «¿Qué haremos para realizar las obras de Dios?» parece que las cosas van por buen camino, y hay entendimiento entre Jesús y los que le escuchan. Jesús les respondió: «ésta es la obra de Dios, que creáis en quien Él ha enviado». Una vez más es la fe lo que se les pide. Una fe que vaya más allá de repetir unos conocimientos teóricos, más o menos alejados de la vida. Una fe que sea, al mismo tiempo, amor y entrega; fe en el que sabe más y todo lo hace por amor.
Petición de una prueba
Pero no todos le oyen con tan buenas disposiciones. Se puede ver que en la sinagoga están todos: los que le quieren y los que le rechazan. Y, una vez fariseos, saduceos y escribas insisten en exigir el signo del cielo, la prueba evidente del mesianismo que esperan, por lo que «le dijeron: ¿Pues qué milagro haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del Cielo». El maná caído del cielo al pedirlo Moisés en el desierto era considerado el mayor milagro del cielo en aquellos tiempos cruciales en la vida del Pueblo de Dios. Manifiesta el poder de Dios, que calmó el hambre del cuerpo y del alma. Jesús entra ya en el tema del signo del cielo y «les respondió: En verdad, en verdad os digo que no os dio Moisés el pan del Cielo, sino que mi Padre os da el verdadero pan del Cielo. Pues el pan de Dios es el que ha bajado del Cielo y da la vida al mundo» El pan del cielo es la doctrina de Dios y Él mismo, sólo con esto superarán todas las hambres del espíritu. Los demás, los de buenas disposiciones, dejan oír su voz y le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Están dispuestos a rectificar sus motivaciones egoístas y materialistas y, después, vivir una vida religiosa y espiritual, según Jesús enseña. Las cosas transcurren por buenos cauces.
El pan de la vida
Jesús lo ve y abre su alma diciéndoles: «Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed»(Jn). Él mismo es el pan de vida que puede saciar todas las hambres de felicidad, eternidad, verdad, amor, y es el agua viva, como ya dijo a la samaritana. Más no se puede pedir. Pero deben tener fe en Él para poder acceder al alimento nuevo. Es posible deducir que algunos reaccionaron mal ante estas palabras, que tampoco están dispuestos a doblegarse. Ellos creen en Dios y han conseguido que Dios se pliegue a sus deseos humanos a base de interpretaciones eruditas, pero desamoradas. Son los dueños de Dios, lo usan a su capricho y no pueden entender un amor y una entrega tan totales. No pueden creer en Jesús, que es un hombre como ellos, y, además, no es de ninguna de las escuelas del momento. Jesús lo ve, y vuelve a insistir en la falta de fe de algunos. «Pero os lo he dicho: me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que viene a mí no lo echaré fuera, porque he bajado del Cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquel que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que El me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Esta es, pues, la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día»(Jn). Y vuelve el gran tema de la paternidad de Dios origen de una filiación de Jesús, superior a la de los demás hombres, filiación que permite alcanzar la vida eterna y la resurrección a los que crean.
Las murmuraciones
Es lógico que, si había saduceos, reaccionasen mal ante la palabra resurrección. Pero otros también se molestan. Los fieles no saben qué decir y callan. «Los judíos, entonces, murmuraban de Él porque había dicho: Yo soy el pan que ha bajado del Cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, de quien conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo ahora dice: He bajado del Cielo? Respondió Jesús y les dijo: No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Todo el que ha escuchado al que viene del Padre, y ha aprendido, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino que aquel que procede de Dios, ése ha visto al Padre.
En verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna». El discurso, o mejor la conversación a varias bandas, se va centrando en lo central: quién es Jesús.
«Yo soy el pan de vida». Dice Jesús con fuerza y solemnidad. «Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del Cielo, para que si alguien come de él no muera. Yo soy el pan vivo que he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo»(Jn). Palabras sorprendentes, pues el alimento de vida es la misma vida. ¿Qué quieren decir exactamente pan de vida y pan vivo?
¿Material o espiritual?
«Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» ¿Se trata de algo espiritual o de algo material, que parece imposible e inaceptable? Jesús aclara en el sentido real la afirmación, e insiste en que deben comerlo, masticarlo, beberlo: «En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquél que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del Cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente» (Jn).
Se aclaran las cosas
Ahora las cosas están más claras. Se trata de una entrega de Él mismo como alimento. Evidentemente no puede tratarse de una acción caníbal, pero sí de algo real. Ya les había demostrado su poder sobre el pan y sobre su cuerpo. Ahora les anuncia que también a través del pan se va a producir un milagro mayor que el del maná en el desierto. Se trata de una verdadera comunión con Dios a través de la humanidad de Jesús. El que tenga fe podrá, de un modo que expondrá más tarde, entrar en comunión de alma y de cuerpo con Dios. Y las hambres del alma estarán saciadas. La gran aspiración de la comunión con Dios llega más lejos que la del puro espíritu y alcanza el mismo cuerpo.
Jesús se convierte en el pan que dará vida eterna y resurrección. «Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Cafarnaún»(Jn).
Reacción de los discípulos
«Entonces, oyéndole muchos de sus discípulos, dijeron: Dura es esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?» Ya no se trata de los que se oponen al Señor, sino de discípulos. Surge entre los discípulos un fruto amargo de crítica y falta de fe. No pueden entender que un hacer milagroso y divino va a entrar, como gran novedad, en la historia de los hombres. ¿Si no entienden esto, como entenderán el misterio de la Encarnación, por la cual aquel hombre que tienen delante es Dios y hombre verdadero? Realmente es un problema de fe en la Omnipotencia de Dios. No pueden entender un amor de Dios que se da hasta la locura para estar unido a los hombres, de un modo espiritual y de un modo físico, de modo que tengan su misma vida en ellos por siempre. «Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? Pues, ¿si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes?»(Jn). Que es lo mismo que decirles: ¿Qué pasaría si vierais al mismo Dios en eterna comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Esta es la finalidad de la fe: aceptar que ese Jesús es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Para creer deben aceptar el testimonio del Padre, que les habla desde dentro por la gracia, y desde fuera por los milagros, y una doctrina que es, a la vez, antigua y nueva. «El espíritu es el que da vida, la carne de nada sirve: las palabras que os he hablado son espíritu y son vida.» De esto se trata: de vivir según el espíritu, de ser verdaderamente espirituales y entonces se entienden las cosas del amor de Dios. Si se vive inmerso en las cosas de la tierra se entiende poco o nada.
Jesús mira alrededor. Estudia los rostros asombrados, y dice la triste verdad: «sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entregar». Judas ya ha cedido a la tentación diabólica de la falta de fe. Ya no cree en lo más íntimo de su corazón. Y con él otros. «Y decía Jesús: por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no le fuera dado por el Padre. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con Él»(Jn). Es un momento duro. Muchos le abandonan. Es una desbandada. Pero, ¿Es que hubiera sido mejor ceder y no manifestar que Dios es Amor hasta el punto de entregarse en Cristo a los hombres como Pan eucarístico?
Los apóstoles callan. Es lo más triste que ha ocurrido hasta entonces: «Entonces Jesús dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos?» Jesús no les fuerza. Si quieren seguirle, deben creer hasta el final. No se trata sólo de unas cuantas reglas morales más o menos exigentes. Se trata de seguir un amor total, una vida nueva. Una fe entera y recia, confiada sólo en la persona del Maestro, del que saben –lo han experimentado ya- que es el único Camino, Verdad y Vida- «Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios». Pedro confiesa su desconcierto pero, a la vez, reafirma su fe en que Jesús sabe y puede más. Él sólo sabe que unido a Cristo ha experimentado lo que nunca había vivido; sabe su veracidad, su palabra auténtica. Sabe que es el Mesías. Sabe que es el amor lo que siempre mueve al Señor. Sabe que él es un pobre hombre, los pecados de los hombres y prefiere las palabras de “vida eterna” de Jesús. Aunque toma la representación de todos, no sin audacia, diciendo nosotros, cuando debía hablar de sí mismo Y Jesús, que sabe lo que hay en el interior del hombre, de cada hombre responde: “¿No os he elegido yo a los doce? Sin embargo, uno de vosotros es un diablo. Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, pues éste, aun siendo uno de los doce, era el que le iba a entregar»(Jn).
El momento de la manifestación del amor llevado a comunión queda empañado por la declaración de que uno de ellos es un diablo. Las emociones han sido fuertes aquel día; en que la fe y el amor con el dolor se unen de un modo nuevo.
Ante la barbarie de la guerra promover el anhelo de unidad
«Divisiones entre los cristianos, por costumbre o resignación, es tolerar la contaminación de los corazones, siendo así terreno fértil para el conflicto»
Francisco dijo a los participantes en la Plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos que ignorar las “divisiones entre los cristianos, por costumbre o resignación, es tolerar la contaminación de los corazones, siendo así terreno fértil para el conflicto”
En su discurso a los participantes en la Plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el Pontífice les dijo que en el siglo pasado, “la conciencia de que el escándalo de la división de los cristianos tuvo un peso histórico en la generación del mal que ha envenenado el mundo con el dolor y la injusticia, conmovió a las comunidades creyentes, bajo la guía del Espíritu Santo, a desear la unidad por la que el Señor oró y dio su vida”.
Y este anhelo de unidad, les dijo, es el que hoy debe ser alimentado de nuevo, sobre todo “ante la barbarie de la guerra”:
“El anuncio del Evangelio de la paz, el Evangelio que desarma los corazones incluso ante los ejércitos, sólo será más creíble si lo proclaman cristianos finalmente reconciliados en Jesús, Príncipe de la Paz; cristianos animados por su mensaje de amor y fraternidad universales, que trasciende los confines de su propia comunidad y nación”.
1700 ANIVERSARIO DEL CONCILIO DE NICEA
Es a partir de esta unidad, que el Dicasterio busca cómo celebrar de forma ecuménica el 1700 aniversario del primer Concilio de Nicea, que tendrá lugar en 2025. Sobre este Concilio, el Santo Padre recordó que, no obstante, los turbulentos acontecimientos de su preparación y, sobre todo, del largo periodo de recepción posterior, el primer concilio ecuménico fue un acontecimiento de reconciliación para la Iglesia, que de forma sinodal reafirmó su unidad en torno a la profesión de su fe.El Papa sugirió que el Concilio de Nicea ilumine el “camino ecuménico de hoy” para conducir a nuevos pasos concretos hacia el objetivo de restaurar plenamente la unidad de los cristianos. Sobre todo porque el 1700 aniversario del Primer Concilio de Nicea coincide con el Año Jubilar.
La sinodalidad desde el Concilio de Nicea
El Papa Francisco, recordó que el primer Concilio Ecuménico fue un acto sinodal, ya que manifestó a nivel de la Iglesia universal la sinodalidad como forma de vida y de organización de la comunidad cristiana, al respecto el Santo Padre subrayó la invitación que, junto con la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, este Dicasterio ha dirigido a las Conferencias Episcopales, pidiéndoles que busquen el modo de escuchar, durante el actual proceso sinodal de la Iglesia católica, también las voces de los hermanos y hermanas de otras Confesiones sobre las cuestiones que desafían la fe y la diaconía en el mundo de hoy:
Si realmente queremos escuchar la voz del Espíritu, no podemos dejar de oír lo que ha dicho y dice a todos los que han nacido de nuevo «del agua y del Espíritu» (Jn 3,5)”.
UNA PLENARIA APLAZADA VARIAS VECES POR LA PANDEMIA
El Pontífice recordó además la dificultad que ha tenido el dicasterio en realizar su Sesión Plenaria desde que comenzó la pandemia, sobre todo para poder realizarse en forma presencial. La pandemia, señaló, con su trágico impacto en la vida social de todo el mundo, también ha condicionado fuertemente las actividades ecuménicas, impidiendo la realización de los contactos habituales y de nuevos proyectos en los últimos dos años. Pero al mismo tiempo, afirmó Francisco, la crisis sanitaria fue también una oportunidad para fortalecer y renovar las relaciones entre los cristianos.
LA AUTOSUFICIENCIA Y AUTORREFERENCIALIDAD: OBSTÁCULOS PARA EL ECUMENISMO
El Papa dijo a los participantes en la plenaria que un primer resultado ecuménico importante de la pandemia ha sido una renovada conciencia de pertenecer a la única familia cristiana, una conciencia enraizada en la experiencia de compartir la misma fragilidad y de poder confiar sólo en la ayuda de Dios, y añadió:
Paradójicamente, la pandemia, que nos ha obligado a mantener las distancias entre nosotros, nos ha hecho darnos cuenta de lo cerca que estamos realmente los unos de los otros y de lo responsables que somos unos de otros. Es esencial que sigamos cultivando esta conciencia, y que tomemos iniciativas que hagan explícito este sentimiento de hermandad y lo incrementen. De hecho, es fácil olvidar esta profunda verdad. Cuando esto ocurre con las comunidades cristianas, nos exponemos seriamente al riesgo de la presunción de autosuficiencia y autorreferencialidad, que son graves obstáculos para el ecumenismo».
La guerra en tiempos de pandemia
El Papa Francisco, por último, afirmó con pesar, que antes que terminara la emergencia sanitaria, el mundo entero se enfrentó a un nuevo y trágico desafío, la guerra en curso en Ucrania. Además, señaló, que desde que llegó el final de la Segunda Guerra Mundial, no han faltado las guerras regionales, hasta el punto de que a menudo, el Papa ha hablado de una tercera guerra mundial a trozos, dispersa por todas partes:Sin embargo, esta guerra, tan cruel y sin sentido como cualquier otra, tiene una dimensión mayor y amenaza al mundo entero, y no puede dejar de cuestionar la conciencia de cada cristiano y de cada Iglesia. Debemos preguntarnos: ¿qué han hecho y qué pueden hacer las Iglesias para contribuir al «desarrollo de una comunidad mundial, capaz de lograr la fraternidad a partir de pueblos y naciones que viven en amistad social» (Enc. Fratelli tutti, 154)?».
¿Te cuesta creer en la Resurrección?
La alegría de saber que Jesús está vivo, la esperanza que llena el corazón, no se pueden contener.
Por: SS Francisco | Fuente: Catholic.net
Reflexionesmos hoy en unas palabras de SS Francisco en su primera Catequesis durante el Año de la Fe:
Los primeros testigos de la Resurrección fueron mujeres. Al amanecer, van al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús, y encontraron al primer signo: el sepulcro vacío (cf. Mc. 16,1). Esto es seguido por un encuentro con un mensajero de Dios que anuncia: Jesús de Nazaret, el crucificado, no está aquí, ha resucitado (cf. vv 5-6.). Las mujeres se sienten impulsadas por el amor y saben cómo acoger este anuncio con fe: creen, y de inmediato lo transmiten; no lo retienen para sí mismas, sino que lo transmiten. La alegría de saber que Jesús está vivo, la esperanza que llena su corazón, no se pueden contener.
Esto también debería suceder en nuestras vidas: ¡Sintamos la alegría de ser cristianos! ¡Creemos en un Resucitado que ha vencido el mal y la muerte! ¡Tengamos el valor de «salir» para llevar esta alegría y esta luz a todos los lugares de nuestra vida! La resurrección de Cristo es nuestra mayor certeza; ¡es el tesoro más preciado!
¿Cómo no compartir con otros este tesoro, esta certeza? No es solo para nosotros, es para transmitirlo, para dárselo a los demás, compartirlo con los demás. Es nuestro propio testimonio.
En las profesiones de fe del Nuevo Testamento, como testigos de la Resurrección se recuerda solo a los hombres, a los Apóstoles, pero no a las mujeres. Esto se debe a que, de acuerdo con la ley judía de la época, las mujeres y los niños no podían dar un testimonio fiable, creíble.
En los evangelios, sin embargo, las mujeres tienen un papel primordial, fundamental. Aquí podemos ver un elemento a favor de la historicidad de la resurrección: si se tratara de un hecho inventado, en el contexto de aquel tiempo, no hubiera estado ligado al testimonio de las mujeres.
Los evangelistas sin embargo, narran simplemente lo que sucedió: las mujeres son las primeras testigos.
Esto nos dice que Dios no escoge según los criterios humanos: los primeros testigos del nacimiento de Jesús son los pastores, gente sencilla y humilde; los primeros testigos de la resurrección son las mujeres. Y esto es hermoso. ¡Y esto es un poco la misión de las madres, de las mujeres! Dar testimonio a sus hijos, a sus nietos, que Jesús está vivo, que es la vida, que resucitó.
¡Mamás y mujeres, adelante con este testimonio! Para Dios cuenta el corazón, el cuánto estamos abiertos a Él, si acaso somos como niños que se confían.
Pero esto también nos hace reflexionar sobre cómo las mujeres, en la Iglesia y en el camino de la fe, han tenido y tienen también hoy un rol especial en la apertura de las puertas al Señor, en el seguirlo y en el comunicar su Rostro, porque la mirada de la fe tiene siempre la necesidad de la mirada simple y profunda del amor.
A los Apóstoles y a los discípulos les resulta más difícil creer. A las mujeres no. Pedro corre a la tumba, pero se detiene ante la tumba vacía; Tomás debe tocar con sus manos las heridas del cuerpo de Jesús. También en nuestro camino de fe es importante saber y sentir que Dios nos ama, no tener miedo de amarlo: la fe se confiesa con la boca y con el corazón, con la palabra y con el amor.
Después de las apariciones a las mujeres, les siguen otras: Jesús se hace presente de un modo nuevo: es el Crucificado, pero su cuerpo es glorioso; no ha vuelto a la vida terrenal, sino que lo hace en una condición nueva.
Al principio no lo reconocen, y solo a través de sus palabras y sus gestos sus ojos se abren: el encuentro con Cristo resucitado transforma, da nuevo vigor a la fe, un fundamento inquebrantable. Incluso para nosotros, hay muchos indicios de que el Señor resucitado se da a conocer: la Sagrada Escritura, la Eucaristía y los demás sacramentos, la caridad, los gestos de amor que llevan un rayo del Resucitado.
Dejémonos iluminar por la Resurrección de Cristo, dejémonos transformar por su fuerza, para que también a través de nosotros en el mundo, los signos de la muerte den paso a los signos de la vida.
(…)Jóvenes, a ustedes les digo:
1. Lleven esta certeza: el Señor está vivo y camina con nosotros en la vida. ¡Esta es su misión!
2. Lleven adelante esta esperanza: este ancla que está en los cielos; mantengan fuerte la cuerda, manténganse anclados y lleven la esperanza.
3. Ustedes, testigos de Jesús, den testimonio de que Jesús está vivo y esto nos dará esperanza, dará esperanza a este mundo un poco envejecido por las guerras, por el mal, por el pecado.
La historia de María
Para nuestra Madre el tiempo ya no pasa, porque ha alcanzado la plenitud de la edad, esa juventud eterna y plena que se consigue en el Cielo.
En la Natividad de Nuestra Señora
– ¡Es una niña!¡es una niña!, se oye al fondo de la casa de Nazaret. Y el eco salta por la callejuelas estrechas, hasta la plaza. -¡Mirad, mirad qué ojos, son los de su padre…! – Y la barbilla, de su madre… Alborozado desorden en los comentarios. La Niña encantaba nada más verla. Le pondrían por nombre María, y llegaría a ser -a la sazón nadie lo sospechaba- Madre de Dios y Madre nuestra.
En la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora, celebramos aquel acontecimiento maravilloso, de trascendental sencillez para la Humanidad.
Al levantarnos e invocarla -como todos los días-, cada uno le habrá dicho palabras distintas, pero todas expresivas del profundo cariño que, en este día, adquiere una carga de amor más intenso. Nuestro corazón se ha alzado en acción de gracias a Dios por haberla creado como es: Llena de gracia. El mundo se hallaba en tinieblas. La sombra del pecado lo oscurecía todo. Pero aquel día en que nació la Inmaculada, despuntaba la Aurora anunciando el gran Día, la gran Luz que había de nacer de Ella, para disipar toda tiniebla y alumbrar a los hombres el camino que conduce al infinito Amor eterno.
Una eterna juventud
¿Cuántos años cumple hoy la Virgen? Mil novecientos… y muchos. No le importa -al contrario- que sus hijos le recordemos que cumple tantos. Para nuestra Madre el tiempo ya no pasa, porque ha alcanzado la plenitud de la edad, esa juventud eterna y plena que se consigue en el Cielo, donde se participa de la juventud de Dios, quien, al decir de San Agustín, «es más joven que todos»1, porque es inmutable y eterno, ¡no puede envejecer! ¡No tiene barbas blancas, por más que la imaginación acuda a ellas para representar la eternidad!. Si Dios hubiera comenzado a existir, ahora sería como el primer instante de su existencia. Pero, no. Dios no tiene comienzo ni término, «es» eternamente, pero no «eternamente viejo», sino «eternamente joven», porque es eternamente Vida en plenitud. Él es la Vida. Como María es la criatura que goza de una unión con Dios más íntima, es claro que también es la más joven de todas las criaturas, la más llena de vida humana y divina. Juventud y madurez se confunden en Ella, y también en nosotros cuando andamos hacia Dios que nos rejuvenece cada día por dentro y, con su gracia, nos inunda de alegría 2. Las limitaciones y deterioros biológicos han de verse con los ojos de la Fe, como medios para la humildad que nos dispone al gran salto a la vida plena en la eternidad de Dios.
Desde su adolescencia –y quizá antes-, la Virgen gozó de una madurez interior maravillosa. Lo observamos en cuanto aparece en los relatos evangélicos, «ponderando» todas las cosas en su corazón, a la luz de su agudo entendimiento iluminado por la Fe. Ahora posee la madurez de muchos siglos de Cielo -casi veinte-, con una sabiduría divina y una sabiduría materna que le permite contemplarnos con un mirar profundo, amoroso, recio, tierno, que alcanza los entresijos de nuestro corazón, nos conoce y comprende a las mil maravillas, mucho más que cualquier otra criatura. Ella es -después de Dios- la que más sabe de la vida nuestra, de nuestras fatigas y de nuestras alegrías. Por eso la sabemos siempre cerca, muy cerca, muy apretada a nuestro lado, confortándonos con su sonrisa indesmayable, disculpándonos cuando nos portamos de un modo indigno de hijos suyos. Sus ojos misericordiosos nos animan -qué bien lo sabe- a ser más responsables, a estar más atentos al querer de Dios.
Comprende también ahora que no hallemos palabras adecuadas para expresarle nuestro cariño y no seamos capaces de hacer cosas espectaculares en su fiesta de Cumpleaños. Le bastan nuestros deseos grandes, nuestros corazones vueltos hacia el suyo, nuestra mirada en la suya y nuestros propósitos -firmes y concretos- de tratarla más asiduamente y quererla así cada día con mayor intensidad.
Nunca se sabe…
Todos los padres se equivocan cuando les parece que el hijo que les nace o ven crecer a su lado es la criatura más graciosa del universo. Pero Joaquín y Ana no se equivocaban al pensarlo y decirlo. La casa, humilde; los pañales, humildes, como humilde fue -en el amplio y recio sentido de la palabra- la vida entera de María. Pero ahora la Iglesia nos invita a ontemplarla «vestida de sol, la luna a sus pies, y en su cabeza corona de doce estrellas» 3. Todas las generaciones la llaman bienaventurada…
No podían sospechar Joaquín y Ana, lo que había de ser aquel fruto tan sabroso de su amor. ¡Nunca se sabe!. ¿Quién puede decir lo que será una criatura recién nacida? Nunca se sabe. Sólo Dios lo sabe.
Un asunto grave
Quizá por eso, porque nunca se sabe, nunca se sospecha que algo grande, más grande que el universo sucede cuando una persona –niño o niña- llega a la existencia. El nihilista no lo sabe, el egoísta tampoco. Los que eliminan por cualquier razón vidas humanas, ni lo sueñan. Cometen crímenes como quien se bebe un vaso de agua o de whisky. ¿Y los tristes? Se les hunde el ánimo (el alma) porque hay sufrimientos en la tierra. No saben que la vida en este mundo es pasajera: «Una mala noche en una mala posada», decía Teresa de Jesús. Sólo se fijan en «la parte mala» sin pensar o sin saber que hay eternidad, que hay resurrección de la carne, en aquellos «cielos nuevos y nueva tierra» de que habla la Escritura, donde Dios mismo «enjugará toda lágrima de nuestros ojos, y ya no habrá muerte ni llanto, ni gritos de fatiga, porque el mundo viejo ya habrá pasado» 4.
Cuando Dios crea el alma humana se compromete a acabar la obra buena que comenzó. Sólo nos pide el concurso de nuestra libertad, porque no quiere esclavos, sino hijos. «Quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él» 5. Los que ahora padecen hambre –o cualquier otra cosa-, serán hartos 6. «Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros»7. Una persona que crea en todo eso sabe que vale la pena pasar aunque sea cien años de sufrimientos, hambre, frío, calor, enfermedad, por llegar un día a gozar de la inefable contemplación de la Esencia divina.
Por eso, y por muchas otras razones, siempre –siempre, siempre, siempre- el nacimiento de un ser humano es una gran fiesta. Jesús enseña que, por encima de cualquier otra razón debemos alegrarnos siempre, si somos fieles, de que nuestros nombres «estén escritos en los Cielos», es decir, en el corazón de Dios, en el manantial de la vida.
Posible eficacia de nuestro paso por la tierra
Los padres de la Niña recién nacida no podían sospechar que, desde la eternidad, Dios la había escogido como Madre suya y Corredentora. Hubieran quedado atónitos si les hubiera sido dado contemplar la eficacia de aquel corazoncito que comenzaba a latir por cuenta propia entre sus brazos. Dios, por primera vez desde el pecado de origen, sonreía abiertamente ante un ser humano absolutamente puro. Era el preludio de un nuevo zarpar de la humanidad hacia Dios.
Tampoco nosotros podemos sospechar la eficacia inconmensurable de nuestro paso por la tierra, si somos fieles a nuestra vocación cristiana: si luchamos por alcanzar la santidad en el lugar y situación en que Dios nos ha puesto. Si cada uno en su sitio, nos esforzamos por vivir con el corazón y la mente en Dios Uno y Trino. Veremos una nueva primavera para la humanidad. Ese mundo nuestro que se nos presenta tan ajado y achacoso, lleno de violencias de toda guisa, rejuvenecerá. La clave está en acercarlo a Aquel que es «el único Joven» (el único esencial y eternamente Joven), por medio de la más joven de las criaturas, María: «Un secreto. Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. Dios quiere un puñado de hombres suyos en cada actividad humana. Después pax Christi in regno Christi- la paz de Cristo en el reino de Cristo» 8. No hay que darle más vueltas.
Santidad, pues, unión con Dios, juventud de espíritu, espíritu abierto al futuro; futuro tan amplio como todo el tiempo, tan amplio como la eternidad sin tiempo. ¡Cuánto puede hacerse en un breve espacio vivido cara a la eternidad!. Porque «eres, entre los tuyos -alma de apóstol-, la piedra caída en el lago. Produce, con tu ejemplo y tu palabra, un primer círculo…, y éste, otro…, y otro, y otro… Cada vez más ancho. ¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?» 9.
¿Qué puedo hacer yo para tener la eficacia de esa piedra? De momento algo importante: acercarme más a María, tratarla y aprender. La Virgen nos alumbra el misterio de nuestra vida personal -quizá oscura, corriente, y sin duda oculta a la superficial curiosidad de las gentes- que puede tener una eficacia colosal si la vivimos su modo, con un fiat permanente en el corazón. Poco importa lo que somos delante de las gentes: lo relevante es lo que somos ante de Dios.
Rosa Mística
Si, con la gracia de Dios que recibimos abundantemente en los Sacramentos, en la oración y en el trabajo hecho cara a Dios, nos vamos asemejando a Cristo, pasaremos por el mundo de un modo parecido al de la Virgen, a quien llamamos Rosa Mística. Tal vez porque la rosa nos parece la más noble entre las flores, ya que goza de una prestancia singular; reclama nuestra mirada ávida de sencilla belleza y desprende un gratísimo aroma. Pero la rosa que admiramos no es la silvestre. Nadie siente especial interés al mirar o al coger una rosa silvestre. Se ha requerido un arte laborioso y refinado para obtener la rosa blanca o roja, o polícroma, que embellece los jardines. Ésta sigue vinculada a las otras rosas inferiores y poco observadas, pero destaca por su encanto. La Virgen ha nacido del seno de la humanidad; su origen no es otro que el nuestro; su sangre es nuestra sangre; nos resulta en extremo familiar. Pero su dignidad nos supera infinitamente. Se diría que durante una eternidad y luego durante siglos, el Creador ha ido preparándolo todo, cultivando una rama determinada de la humanidad, para que de la raíz de Jesé naciera este brote, esta Rosa delicada, sencillísima, noble y humilde.
El buen aroma de Cristo
Es una Rosa que exhala, ya desde su nacimiento, el buen aroma de Cristo, del que habla san Pablo; el delicioso perfume que vendrá después y que habrá de inundar hasta el más recóndito lugar del universo. Es el aroma que, sin saberlo, está pidiendo a gritos el mundo enrarecido, contaminado de intenciones sórdidas que quieren inundarlo todo con su pestilente olor. No es exageración. Basta pensar en los millares de crímenes legalizados que se cometen cada día. ¿Qué significa esto sino que detrás de esa «civilización» o cultura de la muerte, se agazapa -con máscara de humanitarismo- una perversión moral tan honda que quienes la integran ya no son capaces de discernir lo hediondo del aire puro, parecen no conocer otra cosa que el vaho de la putrefacción. Y esto ¿no es grave, muy grave? Han perdido el punto de referencia y de contraste. No se dan cuenta de que el aire que respiran y difunden es letal, ante todo para ellos mismos.
Pero tenemos el Evangelio para salvar al mundo si, pegados a Cristo, con María, nos impregnamos de su aroma. No debe importarnos -al contrario- que nuestra vida contraste con la de los paganos o paganizados. Es cuestión de vida o muerte. El futuro temporal y eterno de la humanidad está, de hecho, en buena medida, en nuestras manos. Como estuvo -todo lo remotamente que se quiera- en el amor de los padres de la Virgen. Como estuvo en los labios de nuestra Madre antes de decir su fiat; como estuvo en las manos de aquel puñado de doce hombres que siguieron tan de cerca a Jesucristo.
La mujer podrá entender mejor lo siguiente: el Señor te ha tenido en su mente desde la eternidad. Ha pensado en ti como en una rosa semejante a su Madre; como una rosa plantada en su jardín, nacida no al azar como las flores silvestres, sino por voluntad expresa y amorosa de Dios, por una secreta esperanza divina. Todos los padres guardan una secreta y gran esperanza cuando les nace un hijo. Dios no es menos. El Señor espera de ti que en medio de la muchedumbre, siendo enteramente igual a los demás, despidas un aroma purificador: el aroma de Cristo. Para que cuando alguien pase por tu lado o se cruce en tu camino, se encuentre respirando aire limpio y generoso, y sepa lo que es bueno, y se sienta confortado y ya no quiera aspirar otro aire, y abandone los ambientes sórdidos y se convierta él en difusor de aire puro y vivificante. Hay que ir infundiendo bocanadas de ese aire puro que oxigene el ambiente, que lo vaya purificando y que, por lo menos, el contraste pueda ser advertido.
¡Qué grande es el poder de una rosa!
¡Qué grande puede ser la eficacia de tu paso por la tierra!
Para eso has de hundir tus raíces en Cristo; tienes que vivir de Cristo, como el Apóstol; como las rosas viven de las sustancias que obtienen de la tierra buena. La Confesión sacramental, ¡cómo purifica! Y la Eucaristía, cómo nos arraiga –nos encarna- en Cristo. Ahí sí que podemos impregnarnos de su aroma. Y luego, ¿quién podrá enseñarnos mejor a vivir de Cristo, por Cristo y con Cristo, que María, Rosa Mística, que tal día como hoy nació para nosotros? Dios la quiso como Madre suya. También para dárnosla como Madre nuestra. «He ahí a tu madre», nos dijo desde la Cruz. «Y desde aquel momento el discípulo [Juan, todos nosotros] la recibió en su casa» 10. Palabras que ahora encienden luz intensa y poderosa en nuestra mente, y nos permite entender que si nos llamamos discípulos de Jesús, hemos de acoger en nuestra casa, en nuestro corazón, a Santa María. Ella purificará y pulirá nuestro corazón como joya de muchos quilates, y conseguirá meter a Jesús en nuestros pensamientos, en nuestros afectos y quereres, en nuestras palabras y en nuestras obras. «Con Ella se aprende la lección que más importa: que nada vale la pena, si no estamos junto al Señor; que de nada sirven todas las maravillas de la tierra, todas las ambiciones colmadas, si en nuestro pecho no arde la llama de amor vivo, la luz de la santa esperanza que es un anticipo del amor interminable en nuestra definitiva Patria» 11.
El valor de una vida
La Virgen nos enseña el valor inmenso de una sola vida humana. Porque es siempre Virgen y siempre Madre. Madre del Verbo de Dios, Asiento de la Sabiduría divina. Y por ser la más madre de todas las madres, sabe que un hijo, entre trillones, permanece siempre único y vale tanto como todos los demás juntos. Como solía decir André Frossard, «Dios sólo sabe contar hasta uno». Y esa sabiduría divina la posee como nadie la Madre de Dios, porque en cada hijo ve el Rostro de su Unigénito y Primogénito y tiene siempre presente su parto singular, más que en Belén, en el Calvario.
¡Lo que vale una persona humana! ¡Lo que vale traer al mundo una persona más o una persona menos! ¡Lo que vale cuidarla hasta el último aliento de su vida en la tierra! ¡Muchísimo!. Dios hubiera creado el universo por una sola. Dios se hubiera hecho hombre por una sola. El Hijo de Dios hecho hombre ha derramado por cada una –por tanto, «por cada una, sola»- toda su Sangre, Sangre que procede entera de María Santísima. Ella bien lo sabe.
¡Felicidades, Madre de Dios!¡Felicidades, Madre Nuestra! En esta época de pensamiento débil y, en consecuencia, de voluntades débiles y de vínculos débiles, de vidas leves, descafeinadas, que no sacian, que no valen la pena; ayúdanos a vivir un pensamiento profundo, una voluntad fuerte, unos vínculos inquebrantables, una vida intensa, plena, eterna!: tu vida, la de Cristo en el Espíritu hacia el Padre.
Notas:
1. SAN AGUSTÍN, De Genesi, VIII, 26, 48.
2. Salmo 42.
3. Apc 12, 1.
4. Apc 21, 4.
5. 2 Cor 4, 14.
6. Cfr. Le 6, 21.
7. Rom 8, 18.
8. Camino, n. 301.
9. Ibídem, n. 831.
10. lo 19, 27.
11. J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Madre de Dios, Madre nuestra, Ed. Palabra, Cuadernos Mundo Cristiano, n. 170.
SAN AGUSTÍN ROSCELLI, EL POBRE CURA
SIEMPRE DISPUESTO A DONARSE EN LA OBEDIENCIA, EN LA HUMILDAD, EN EL SILENCIO
AGUSTÍN ROSCELLI FUE UN SACERDOTE ITALIANO FUNDADOR DE LA CONGREGACIÓN DE LAS HIJAS DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN.
Nació en Bargone di Casarza Ligure el 27 de julio de 1818, de familia muy pobre. Lo bautizaron el mismo día porque se temía por su vida.
A pesar de sus escasos recursos pudo estudiar para ser sacerdote y lo enviaron a Génova. Muchos jóvenes llegaban a la ciudad en busca de suerte, gracias al desarrollo industrial del que gozaba en aquel momento Génova.
Entre ellos había muchas jovencitas que buscando un mejor estilo de vida eran explotadas o seducidas y luego abandonadas con un niño al cual criar completamente solas. Don Agustín pasaba todas las mañanas en su confesionario, escuchando y consolando, siempre disponible.
UN SERVICIO EFICAZ A LAS JÓVENES
Guiado por el Espíritu Santo y su sentido práctico, logró abrir junto a varias catequistas un pequeño taller de corte y costura, para ayudar a estas jóvenes no solo con trabajo, sino también espiritualmente. La iniciativa fue tan exitosa que pronto encontró varios benefactores. Las oraciones y meditaciones de Agustín hicieron madurar, en las catequistas, el deseo de consagrarse al Señor y, con el visto bueno del papa Pío IX, el 15 de octubre de 1876 nació el Instituto de las Hermanas de la Inmaculada Concepción en Génova. Padre Agustín falleció en Génova el 7 de mayo de 1902 como un “pobre cura” como él mismo eligió que le recordaran después de su muerte. Fue pobre porque fue humilde. Vivió siempre una caridad admirablemente evangélica y generosamente apostólica. Fue canonizado por san Juan Pablo II el 10 de junio de 2001.
PATRONAZGO
Congregación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción (Inmaculatinas)
ORACIÓN
Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles
elegiste a san Agustín Roscelli para que manifestara
a sus hermanos el camino que conduce a Ti, concédenos
que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro Maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu Reino eterno.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén