Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En el Evangelio según San Juan (7, 1-2. 10. 25-30), nos encontramos con un pasaje que nos invita a reflexionar sobre la constante búsqueda de comprensión y fe en medio de la incertidumbre y la adversidad.
Nos sumergimos en un contexto de tensiones y conflictos, donde Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, se enfrenta a la incredulidad y al rechazo de muchos. Él camina entre la multitud, pero su presencia provoca divisiones y debates. En medio de este escenario, surge la voz del pueblo, que se pregunta quién es realmente este hombre que despierta tal controversia.
En este pasaje, vemos cómo Jesús responde a las dudas y preguntas con claridad y sabiduría. Él nos invita a discernir y entender sus enseñanzas, a buscar la verdad y a reconocer su divinidad. Jesús se presenta como el enviado del Padre, aquel que revela el camino hacia la vida eterna.
En nuestras vidas, también nos enfrentamos a situaciones de confusión y conflicto. Nos encontramos con desafíos que ponen a prueba nuestra fe y nuestra relación con Dios. En esos momentos, es crucial recordar las palabras de Jesús: «Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mateo 11:28). Él es nuestro refugio en medio de la tormenta, nuestra luz en la oscuridad. Como comunidad de creyentes, estamos llamados a seguir el ejemplo de Jesús, a perseverar en nuestra búsqueda de la verdad y a confiar en su amor misericordioso. Que este pasaje del Evangelio nos inspire a renovar nuestra fe y a acoger con humildad la voluntad de Dios en nuestras vidas.
Que el Espíritu Santo nos guíe en nuestro camino de discipulado, fortaleciéndonos en la fe y conduciéndonos hacia la plenitud de la vida en Cristo. Que así sea. Amén.
John 7:25-30
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús proclama, durante la fiesta de los Tabernáculos, que el Padre lo ha enviado.
En la pasión por arreglar un universo desarticulado, Dios abre Su propio corazón con amor. A la disfunción del mundo el Padre envía no solo un representante, portavoz o embajador plenipotenciario, sino a Su propio Hijo, para que pueda unir ese mundo en la dicha de la vida divina.
El centro de Dios —el amor entre Padre e Hijo— ahora se ofrece como nuestro centro; el corazón de Dios se abre para incluir incluso a los peores y más desesperados entre nosotros. En muchas tradiciones espirituales, el énfasis está puesto en la búsqueda humana de Dios, pero esto se invierte en el cristianismo.
Los cristianos no creemos que Dios está silenciosamente “allá afuera”, como una montaña esperando ser escalada por exploradores religiosos. Por el contrario, Dios, como aquel sabueso del cielo en el poema de Francis Thompson, nos busca incansablemente.
Debido a este amor divino que busca y entrega totalmente, nos hacemos amigos de Dios, participantes en la comunión de la Trinidad. Esa es la esencia del cristianismo; todo lo demás son sólo opiniones.
Esta profecía es muy detallada; el plan de acción de esta gente malvada es un detalle tras otro, no escatimemos nada, probémoslo con violencia y tormento, y pongamos a prueba el espíritu de resistencia… tendámosle asechanzas, pongámosle trampas, [para ver] si cae… Esto no es una simple aversión, no hay un plan de acción malvado —ciertamente— de un partido contra otro: esto es otra cosa. Esto se llama ensañamiento: cuando el diablo que está detrás, siempre, detrás de todo ensañamiento, trata de destruir y no escatima los medios. (…) ¿Y qué se hace en el momento del ensañamiento? Sólo se pueden hacer dos cosas: discutir con esta gente no es posible porque tienen sus propias ideas, ideas fijas, ideas que el diablo ha sembrado en sus corazones. Hemos oído cuál es su plan de acción. ¿Qué se puede hacer? Lo que hizo Jesús: callarse. Es sorprendente cuando leemos en el Evangelio que, frente a todas estas acusaciones, a todas estas cosas, Jesús guardó silencio. Frente al espíritu de furia, sólo silencio, nunca justificación. Nunca. Jesús habló, explicó. Cuando comprendió que no había palabras, silencio. Y en silencio Jesús vivió su Pasión. Es el silencio de los justos frente al ensañamiento. Pidamos al Señor la gracia de luchar contra el mal espíritu, de discutir cuando tengamos que discutir; pero frente al espíritu de ensañamiento, tener el coraje de callar y dejar hablar a los demás.
(Homilía Santa Marta, 27 de marzo de 2020)
Luisa de Marillac, Santa
Patrona de la Asistencia Social, 15 de marzo
Por: n/a | Fuente: Corazones.org
Fundadora, con San Vicente de Paúl, de la Hijas de la Caridad.
Martirologio Romano: En París, en Francia, santa Luisa de Marillac, viuda, que con el ejemplo formó el Instituto de Hermanas de la Caridad para ayuda de los necesitados, completando así la obra delineada por san Vicente de Paúl († 1660).
Fecha de canonización: 11 de marzo de 1934 por el Papa Pío XI
Etimológicamente: Luisa = Aquella que es famoso en la guerra, es de origen germánico.
Breve Biografía
Nació en París en 1591, Hija de Louis de Marillac, señor de Ferrieres. Perdió a su madre desde temprana edad, pero tuvo una buena educación, gracias, en parte, a los monjes de Poissy, a cuyos cuidados fue confiada por un tiempo, y en parte, a la instrucción personal de su propio padre, que murió cuando ella tenía poco más de quince años. Luisa había deseado hacerse hermana capuchina, pero el que entonces era su confesor, capuchino él mismo, la disuadió de ello a causa de su endeble salud. Finalmente se le encontró un esposo digno: Antonio Le Gras, hombre que parecía destinado a una distinguida carrera y que ella aceptó. Tuvieron un hijo. En el período en que Antonio estuvo gravemente enfermo, ella lo cuidó con esmero y completa dedicación..
Desgraciadamente, Luisa sucumbió a la tentación de considerar esta enfermedad como un castigo por no haber mostrado su agradecimiento a Dios, que la colmaba de bendiciones, y estas angustias de conciencia fueron motivos de largos períodos de dudas y aridez espiritual. Tuvo, sin embargo, la buena fortuna de conocer a San Francisco de Sales, quien pasó algunos meses en París, durante el año 1619. De él recibió la dirección más sabia y comprensiva. Pero París no era el lugar del santo.
Un poco antes de la muerte de su esposo, Luisa hizo voto de no contraer matrimonio de nuevo y dedicarse totalmente al servicio de Dios. Después, tuvo una extraña visión espiritual en la que sintió disipadas sus dudas y comprendió que había sido escogida para llevar a cabo una gran obra en el futuro, bajo la guía de un director a quien ella no conocía aun. Antonio Le Gras murió en 1625. Pero ya para entonces Luisa había conocido a «Monsieur Vicente», quien mostró al principio cierta renuncia en ser su confesor, pero al fin consintió. San Vicente en aquel tiempo estaba organizando sus «Conferencias de Caridad», con el objeto de remediar la espantosa miseria que existía entre la gente del campo, para ello necesitaba una buena organización y un gran numero de cooperadores. La supervisión y la dirección de alguien que infundiera absoluto respeto y que tuviera, a la vez, el tacto suficiente para ganarse los corazones y mostrarles el buen camino con su ejemplo.
A medida que fue conociendo más profundamente a «Mademoiselle Le Gras», San Vicente descubrió que tenía a la mano el preciso instrumento que necesitaba. Era una mujer decidida y valiente, dotada de clara inteligencia y una maravillosa constancia, a pesar de la debilidad de salud y, quizás lo más importante de todo, tenía la virtud de olvidarse completamente de si misma por el bien de los demás. Tan pronto como San Vicente le habló de sus propósitos, Luisa comprendió que se trataba de una obra para la gloria de Dios. Quizás nunca existió una obra religiosa tan grande o tan firme, llevada a cabo con menos sensacionalismo, que la fundación de la sociedad, que fue conocida como «Hijas de la Caridad» y que se ha ganado el respeto de los hombres de la más diversas creencias en todas partes del mundo. Solamente después de cinco años de trato personal con Mlle. Le Gras, Monsieur Vicente, que siempre tenía paciencia para esperar la oportunidad enviada por Dios, mandó a esta dama devota, en mayo de 1629, a hacer lo que podríamos llamar una visita a «La Caridad» de Montmirail. Esta fue la precursora de muchas misiones similares y, a pesar de la mala salud de la señorita, tomada muy en cuenta por San Vicente, ella no retrocedió ante las molestias y sacrificios.
En 1633, fue necesario establecer una especie de centro de entrenamiento o noviciado, en la calle que entonces se conocía como Fosses-Saint-Victor. Ahí estaba la vieja casona que Le Gras había alquilado para sí misma después de la muerte de su esposo, donde dio hospitalidad a las primeras candidatas que fueron aceptadas para el servicio de los pobres y enfermos; cuatro sencillas personas cuyos verdaderos nombres quedaron en el anonimato. Estas, con Luisa como directora, formaron el grano de mostaza que ha crecido hasta convertirse en la organización mundialmente conocida como Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Su expansión fue rápida. Pronto se hizo evidente que convendría tener alguna regla de vida y alguna garantía de estabilidad. Desde hacía tiempo, Luisa había querido ligarse a este servicio con voto, pero San Vicente, siempre prudente y en espera de una clara manifestación de la voluntad de Dios, había contenido su ardor.
Pero en 1634, el deseo de la santa se cumplió. San Vicente tenía completa confianza en su hija espiritual y fue ella misma la que redactó una especie de regla de vida que deberían seguir los miembros de la asociación. La sustancia de este documento forma la médula de la observancia religiosa de las Hermanas de la Caridad Aunque éste fue un gran paso hacia adelante, el reconocimiento de las Hermanas de la Caridad como un instituto de monjas, estaba todavía lejos.
En la actualidad, la blanca cofia y el hábito azul al que sus hijas han permanecido fieles durante cerca de 300 años, llaman inmediatamente la atención en cualquier muchedumbre. Este hábito es tan sólo la copia de los trajes que antaño usaban las campesinas. San Vicente, enemigo de toda pretensión, se opuso a que sus hijas reclamaran siquiera una distinción en sus vestidos para imponer ese respeto que provoca el hábito religioso. No fue sino hasta 1642, cuando permitió a cuatro miembros de su institución hacer votos anuales de pobreza, castidad y obediencia y, solamente 13 años después, obtuvo en Roma la formal aprobación del instituto y colocó a las hermanas definitivamente bajo la dirección de la propia congregación de San Vicente. Mientras tanto, las buenas obras de las hijas de la caridad se habían multiplicado aceleradamente. En el desarrollo de todas estas obras, Mlle. Le Gras soportaba la parte más pesada de la carga. Había dado un maravilloso ejemplo en Angers, al hacerse cargo de un hospital terriblemente descuidado. El esfuerzo había sido tan grande, que a pesar de la ayuda enorme que le prestaron sus colaboradores, sufrió una severa postración que fue diagnosticada erróneamente, como un caso de fiebre infecciosa. En París había cuidado con esmero a los afectados durante una epidemia y, a pesar de su delicada constitución, había soportado la prueba. Los frecuentes viajes, impuestos por sus obligaciones, habrían puesto a prueba la resistencia de un ser más robusto; pero ella estaba siempre a la mano cuando se la requería, llena de entusiasmo y creando a su alrededor una atmósfera de gozo y de paz. Como sabemos por sus cartas a San Vicente y a otros, solamente dos cosas le preocupaban: una era el respeto y veneración con que se le acogía en sus visitas; la otra era la ansiedad por el bienestar espiritual de su hijo Miguel.
En el año de 1660, San Vicente contaba ochenta años y estaba ya muy débil. La santa habría dado cualquier cosa por ver una vez más a su amado padre, pero este consuelo le fue negado. Sin embargo, su alma estaba en paz; el trabajo de su vida había sido maravillosamente bendecido y ella se sacrificó sin queja alguna, diciendo a las que la rodeaban que era feliz de poder ofrecer a Dios esta última privación. La preocupación de sus últimos días fue la de siempre, como lo dijo a sus abatidas hermanas: «Sed empeñosas en el servicio de los pobres… amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo». Santa Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660; y San Vicente la siguió al cielo tan sólo seis meses después. Fue canonizada en 1934.
Oración
¡Oh gloriosa santa Luisa de Marillac!
esposa fiel, madre modelo.
formadora de catequistas,
maestras y enfermeras,
ven en nuestra ayuda y alcanza del Señor:
socorro a los pobres,
alivio a los enfermos,
protección a los desamparados,
caridad a los ricos,
conversión a los pecadores,
vitalidad a nuestra Iglesia,
y paz a nuestro pueblo.
Cuida nuestro hogar y cuanto hay en él.
Amén
Prudencia y libertad
Santo Evangelio según San Juan 7, 1-2. 10. 25-30. Viernes IV de Cuaresma.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Concédeme, Señor, poder actuar con prudencia en cada momento.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 7, 1-2. 10. 25-30
En aquel tiempo, Jesús recorría Galilea, pues no quería andar por Judea, porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba ya la fiesta de los judíos, llamada de los Campamentos. Cuando los parientes de Jesús habían llegado ya a Jerusalén para la fiesta, llegó también él, pero sin que la gente se diera cuenta, como incógnito. Algunos, que eran de Jerusalén, se decían: «¿No es éste al que quieren matar? Miren cómo habla libremente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene éste; en cambio, cuando llegue el Mesías, nadie sabrá de dónde viene». Jesús, por su parte, mientras enseñaba en el templo, exclamó: «Con que me conocen a mí y saben de dónde vengo… Pues bien, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; y a él ustedes no lo conocen. Pero yo sí lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado». Trataron entonces de capturarlo, pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora. Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Evangelio del día te invita a ser prudente. Jesús mismo da ejemplo pues, sabiendo que «los judíos trataban de matarlo», salió hacia Jerusalén para las fiestas y, como dice la Escritura, «lo hizo sin que la gente se diera cuenta, como incógnito.» Y este modo de actuar no le impidió hablar con libertad.
El actuar con libertad va de la mano con la prudencia. Cuántas veces te has expuesto al peligro por falta de reflexión, solamente por satisfacer tus caprichos, por ejemplo: salir a un evento – fiesta, reunión, concierto, etc., y has regresado a casa a horas poco convenientes. Puedes notar que Jesús salió a celebrar la fiesta de los campamentos, pero lo hizo con prudencia; a ti te invita a disfrutar de la vida saliendo con tus amigos y personas de confianza o realizando cualquier actividad que sea de provecho en todos los ámbitos de tu vida, pero actuando con prudencia.
Aprende a cuidar tu relación, sea matrimonial o de noviazgo o amistad. Si eres padre y madre, cuida a tus hijos, conversa con ellos, muéstrales y dales amor más que tecnologías y cosas superficiales; recuerda que los hijos necesitan el calor de sus papas, más que la compañía de las institutrices – nanas -, necesitan de tus palabras no de tus mensajes de texto. Si eres hija(o) y sientes la lejanía de tus padres, comprende que probablemente ellos no lo hacen por mal, simplemente no saben cómo acercarse a ti y, en el fondo, llevan heridas que deben de sanar. Jesús cuidó a su familia y a sus discípulos, dejó que ellos fuesen antes y luego llegó para seguir enseñando.
Tal vez te preguntas qué tiene que ver el cuidar a tu familia con la prudencia en tu forma de actuar. La respuesta es simple, nuestro comportamiento es un reflejo de lo que vivimos en nuestro círculo familiar y, cuanto más fuerte sea el lazo familiar, el comportamiento con los amigos, en el colegio o universidad – si eres joven -, en el trabajo o proyectos que realices – si eres soltera(o) o casada(o) -, será el de una persona prudente que sabe vivir la vida siendo libre en su actuar.
«La libertad no es poder hacer siempre lo que se quiere: esto nos vuelve cerrados, distantes y nos impide ser amigos abiertos y sinceros; no es verdad que cuando estoy bien todo vaya bien. No, no es verdad. En cambio, la libertad es el don de poder elegir el bien: esto es libertad».
(S.S. Francisco, Homilía, 24 de abril de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Analizaré en qué circunstancias tengo que actuar con más prudencia y procuraré hacerlo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Santa Luisa de Marillac, patrona de los cuidadores
Aleteia
Esposa, madre, viuda y religiosa. Fue la cofundadora de la Hijas de la Caridad junto con san Vicente de Paúl
El futuro de Aleteia depende de la generosidad de sus lectores.
Nació el 12 de agosto de 1591 en París. Era hija natural de un noble y nunca llegó a conocer a su madre. Su padre falleció cuando tenía 13 años.
Enseguida notó su vocación religiosa pero por su mala salud no pudo ser aceptada en el convento de las capuchinas del Faubourg Saint-Honoré. Así que, su familia le aconsejó que se casara y su tío organizó el matrimonio con Antonio Legras en 1613.
Un año después nació su único hijo, Antonio, que murió muy pronto. También su marido, dos años después.
Su confesor era san Francisco de Sales, que falleció en 1622. En 1625 su director espiritual pasó a ser san Vicente de Paúl, quien la orientaba en conversaciones personales y por carta.
Entonces Luisa de Marillac vio que Dios le pedía dedicarse a los más desamparados.
Puso orden a la iniciativa que san Vicente de Paúl llevaba algunos años organizando y crearon las Hijas de la Caridad, bajo el lema «Amar a los pobres y honrarlos como honrarían al propio Cristo».
Serían mujeres dedicadas a la oración y a la atención de enfermos, pobres, enfermos mentales, ancianos y huérfanos, algo que no se llevaba a cabo en la Francia del siglo XVII.
De París, en vida de la santa la congregación se extendió a otras ciudades de Francia y Polonia: trabajaron en los hospitales en colaboración con los médicos y enfermeras, y atendieron también a las víctimas de la Guerra de los Treinta Años.
Santa Luisa de Marillac falleció el 15 de marzo de 1660. Su cuerpo incorrupto está en la capilla de la casa madre de las Hijas de la Caridad, en la Rue du Bac de París.
Santa patrona
Santa Luisa de Marillac es la patrona de los trabajadores sociales y cuidadores.
Oración
¡Oh, gloriosa Santa Luisa de Marillac! Esposa fiel, madre modelo, formadora de catequistas, maestras y enfermeras. Ven en nuestra ayuda y alcanza del Señor: socorro a los pobres, alivio a los enfermos, protección a los desamparados, caridad a los ricos, conversión a los pecadores, vitalidad a nuestra Iglesia y paz a nuestro pueblo. Cuida nuestro hogar y cuanto hay en él. Que sea un camino recto que nos conduzca a nuestra casa del cielo, y que tu bendición descienda todos los días sobre cada uno de los que en el vivimos. Bendito seas, buen Dios, porque sembraste el amor en Santa Luisa para ejemplo nuestro e imitación de Jesús, Camino, Verdad y Vida. Amén