El Espíritu del Señor ha llenado toda la tierra (Sa 1, 7), cantábamos, hermanos y hermanas, al iniciar la celebración. Y es verdad. El Espíritu le ha llenado desde el primer día de Pentecostés, cuando gente de todos los pueblos oyeron en su lengua materna los diversos lenguajes que el Espíritu concedía de hablar a los apóstoles. El Espíritu haciendo que las grandezas de Dios fueran proclamadas a la pluralidad de los pueblos, superaba su división y formaba la unidad de todos. Cada uno desde su lengua y su propia cultura podía comprender y hacerse suya la única Palabra que viene de Dios. Ésta es la misión de la Iglesia en el mundo en cada época de la historia: presentar la Buena Nueva de Jesús a la humanidad entera. En nuestros días, en su encíclica “Fratelli tutti”, el papa Francisco, ve esta unidad en la pluralidad que crea el Espíritu en Pentecostés, y, invitando a ponernos en sintonía con la obra del Espíritu , dice que debemos proyectar y trabajar juntos “como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esa misma tierra que nos acoge a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (n. 8).
El Espíritu, que fue dado a la Iglesia en el primer Pentecostés, todavía hoy sigue presente y activo. Ella, pueblo de Dios en camino hacia la plenitud eterna de la pascua, atraviesa la historia y los siglos bajo el impulso del Espíritu para testimoniar las grandezas de Dios y ser servidora de la humanidad, porque Jesucristo, el Señor, continúa su obra de curación y salvación a través de los cristianos. Pese a las debilidades y pecados de los miembros de la Iglesia, el Espíritu da firmeza a la predicación del Evangelio, hace crecer el amor solidario, dispone el interior de las personas a abrirse cada día a la obra de la gracia, suscita la santidad en hombres y mujeres de todas las edades, pueblos y culturas. A través de la Iglesia, todavía, el Espíritu lleva consuelo y esperanza en tantas situaciones de sufrimiento, de luto o de oscuridad. Actúa en nuestro mundo contemporáneo que se ve abrumado por la pandemia, y por tantas crisis, sociales y económicas, con multitudes que buscan desesperadamente y con riesgo de la vida una salida a su situación. En medio de estas situaciones, hay hambre y sed del mensaje transformador de Pentecostés. Hambre y sed, quizás sin saberlo, de recibir el don del Espíritu como defensor, como protector y como consolador.
El Espíritu del Señor ha llenado toda la tierra. Miembros de la Iglesia como somos, también nos ha sido dado a nosotros. Lo recibimos en los sacramentos de la iniciación cristiana como un don imborrable. Por eso el Espíritu sigue presente en nuestro interior y nos otorga unos dones espirituales o carismas. A cada uno de forma particular, de acuerdo con sus capacidades o con sus funciones en la Iglesia. Esta diversidad está al servicio de los demás y comporta una armonía y una riqueza que coopera en la misión de la Iglesia en el mundo, y que el egoísmo no debería dañar.
El Espíritu que hemos recibido nos ayuda a vivir como hijos de Dios, ilumina nuestro interior para que tengamos fe en Jesucristo, para que podamos conocerlo más y más. El Espíritu, todavía, nos ayuda a orar, nos da fuerzas para amar y servir a los demás a pesar de nuestra debilidad y nuestra inconstancia, y nos ilumina para que sepamos discernir la voluntad de Dios en nuestro obrar. Es el Espíritu también que nos hace descubrir la presencia de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía y en cada hermano.
Esta presencia del Espíritu en nosotros nos mueve a ser comunicadores de sus dones a los demás y, de modo particular, a ser instrumentos de su consuelo a quienes lloran o están tristes, instrumentos de su defensa de los pequeños y de los marginados, instrumentos de su protección a las personas débiles o tratadas injustamente. En una sociedad en la que se dan enemistades, discordias, celos, envidias, rivalidades, divisiones, de manera similar a la situación que describía san Pablo en la segunda lectura, debemos hacer presentes los frutos del Espíritu: l amor, gozo, paz, paciencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, sobriedad. Sin embargo, para poder hacerlo debemos invocar insistentemente al Espíritu Santo tal y como hace la Iglesia hoy y ha hecho desde el día de la Ascensión. Y, además, hemos estado abiertos y ser dóciles interiormente para que el Espíritu pueda actuar en nosotros ya través de nosotros a favor de los demás como portadores de esperanza, de solidaridad, de justicia empapada de misericordia.
El Espíritu del Señor ha llenado toda la tierra. Llena, también, nuestra asamblea litúrgica, para que nuestra alabanza a Dios sea digna de él, para que la gracia divina penetre en nuestro corazón y haga fecunda nuestra vida, para que comprendamos la Palabra divina, así –como decía el evangelio – nos va guiando hacia el conocimiento de la verdad entera. El Espíritu Santo, todavía, por medio de la oración de la Iglesia, transformará el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Martín de Tours, Santo
Memoria Litúrgica, 11 de noviembre
Obispo
Martirologio Romano: Memoria de san Martín, obispo, en el día de su sepultura. Nació de padres paganos en Panonia, en el territorio de la actual Hungría, y llamado al servicio militar en Francia, cuando todavía era catecúmeno cubrió con su capa al mismo Cristo transformado en el semblante de un pobre. Recibido el bautismo, dejó las armas y llevó en Ligugé vida monástica en un cenobio por él fundado, bajo la dirección de san Hilario de Poitiers. Ordenado sacerdote y elegido obispo de Tours, manifestó en sí el modelo del buen pastor, fundando otros monasterios y parroquias en los pueblos, instruyendo y reconciliando al clero y evangelizando a los campesinos, hasta que en Candes regresó al Señor († c. 397).
Breve Biografía
Martín de Tours es uno de aquellos hombres que han hecho hablar de sí a muchas generaciones por haber sido protagonista de episodios aptos para despertar la fantasía popular. Es frecuente la narración del episodio de San Martín que, cabalgando envuelto en su amplio manto de guardia imperial, encontró a un pobre que tiritaba de frío, con gesto generoso cortó su manto y le dio la mitad al pobre. Por la noche, en sueños, vio a Jesús envuelto en la mitad de su manto, sonriéndole agradecido.
Martín, hijo de un tribuno romano, nació en Sabaria, en Panonia, hacia el 315. A los quince años ya vestía el uniforme militar. El episodio del manto hay que colocarlo en este periodo, porque a los 18 años recibió el bautismo y abandonó la milicia para seguir a San Hilario de Poitiers, su maestro. Después de un breve noviciado de vida eremítica en la Isle Galinaria, Martín fundo dos monasterios: Ligugé, el más antiguo de Europa, y Marmoutier, que se convertiría en un gran centro de vida religiosa.
Después del paréntesis contemplativo, siguió el activo: Martín, elegido obispo de Tours, se convirtió en el grande evangelizador de Francia. Había sido, como se dice, soldado sin quererlo, monje por elección y obispo por deber. En los 27 años de vida episcopal se ganó el amor entusiasta de los pobres, de los necesitados y de cuantos sufrían injusticias, pero no era bien visto por los de su clero que querían vivir tranquilamente. De hecho fue acusado por un sacerdote llamado Bricio. Su respuesta fue proverbial: “¿Si Cristo soportó a Judas, por qué no debería yo soportar a Bricio?”
Murió el 8 de noviembre del 397 en Candes, durante una visita pastoral. Sus funerales, que tuvieron lugar tres días después, fueron una verdadera apoteosis; en ese día, el 11, se conmemora su memoria. Se puede considerar como el primer santo no mártir con fiesta litúrgica. Esa fecha quedó también como punto de referencia en los contratos de arrendamientos, de terrenos, de compraventas, en el mundo agrícola: “el nuevo vino se bebe en San Martín”, se dice todavía hoy en muchas regiones de Italia y de Francia.
La mitad del manto que – según la leyenda – San Martín compartió con el pobre de Amiens, se conserva celosamente en una capilla. Al custodio de la capilla se llama “capellán”, sin ser lo, porque es el protector de la “capa” del Obispo de Tours.
El reino de Dios está muy cerca
Santo Evangelio según san Lucas 17, 20-25. Jueves XXXII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dios mío, concédeme la gracia de poder ser dócil a tu palabra, para que germine desde lo más profundo de mi corazón.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17,20-25
En aquel tiempo, los fariseos le preguntaron a Jesús: «¿Cuándo llegará el Reino de Dios?». Jesús les respondió: «El Reino de Dios no llega aparatosamente. No se podrá decir: ‘Está aquí’ o ‘Está allá’, porque el Reino de Dios ya está entre ustedes».
Les dijo entonces a sus discípulos: «Llegará un tiempo en que ustedes desearán disfrutar siquiera un sólo día de la presencia del Hijo del hombre y no podrán. Entonces ¿Se puede vivir hoy el Reino de Dios? les dirán: ‘Está aquí’ o ‘Está allá’, pero no vayan corriendo a ver, pues así como el fulgor del relámpago brilla de un extremo a otro del cielo, así será la venida del Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser rechazado por los hombres de esta generación».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy el Evangelio nos invita a escuchar la respuesta de Jesús sobre el reino de los cielos, respuesta que ha sido dada por la curiosidad de saber «cuándo iba a llegar el reino de Dios». Ahora es momento de preguntar cuántas veces en mi vida han surgido preguntas que he dirigido a Dios como, por ejemplo: ¿Hasta cuándo…? ¿Por qué…?, entre otras, que, en el fondo, lo que le digo es: «cuándo vendrás a instaurar tu reino?».
Jesús con una mirada paternal me ve a los ojos y dice: Ya estoy en tu corazón, basta que hagas silencio y escuches cuando te hablo desde lo más íntimo de tu corazón. Jesús mismo muestra que el camino para reconocerle, no es fácil, pero que está al alcance de quien quiere encontrarse con Él y su reino.
«Dios es cercano, su Reino está cerca: el Señor no desea que lo teman como a un soberano poderoso y distante, no quiere quedarse en un trono en el cielo o en los libros de historia, sino que quiere sumirse en nuestros avatares de cada día para caminar con nosotros. Pensando en el don de un milenio abundante de fe, es bello sobre todo agradecer a Dios, que ha caminado con vuestro pueblo, llevándolo de la mano, como un papá con su niño, y acompañándolo en tantas situaciones. Es lo que siempre estamos llamados a hacer, también como Iglesia: escuchar, comprometernos y hacernos cercanos, compartiendo las alegrías y las fatigas de la gente, de manera que se transmita el Evangelio de la manera más coherente y que produce mayor fruto: por irradiación positiva, a través de la transparencia de vida». (Homilía de S.S. Francisco, 28 de julio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy haré que el día sea agradable para las personas con quienes me encuentre, llevándoles palabras de aliento.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Se puede vivir hoy el Reino de Dios?
Fueron sólo doce los que cambiaron la historia de la humanidad ¿Cómo es posible que los cristianos no podamos cambiar el mundo de hoy?
En el mundo tecnológico e individualista de hoy, ¿es posible meter la nariz en el Reino de Dios? Parecería que era más fácil en aquel mundo de aquella Galilea que caminó Jesús.
A Jesús no le importaba lo que el pagano de su tiempo pensaba de ÉL, si le importaba saber lo que pensaban los que le seguían. Sus palabras sembraban admiración en los que lo seguían y también odios en los que no creían. ¿No ocurre lo mismo en el día de hoy?
No será, que igual que en aquellos tiempos, hay demasiados licenciados que solamente creen viable su saber y lo que se puede tocar o paladear?
Ya que hablamos de cantidad, bueno será recordar que fueron doce los que cambiaron la historia de la humanidad. Hoy en el mundo son casi dos mil millones los cristianos, ¿cómo es posible que no se pueda cambiar el mundo de hoy? ¿No será que hemos complicado el vivir el Reino de Dios?
En aquellos tiempos la vivencia era lo que desparramó la fe. Aquellos doce vivían lo que creían, los que veían lo que vivían, creían también y esto explicaría en donde está la diferencia. Un puñado de personas en pocos decenios fue capaz de transformar el mundo conocido.
Recordemos que los cristianos de hoy seguimos alimentándonos de la alegría de aquellos cristianos que morían cantando mientras un león se les zampaba una pierna. Hoy no hay leones como aquellos, pero sigue habiendo cristianos que mueren cantando en países del medio oriente, en África ayudando a enfrentar el Ébola. Son los leones de hoy, son diferentes, pero sigue habiendo leones.
No podemos pretender que todos tengan esta sublime entrega por lo que creen, pero para estar en el Reino de Dios hay muchos caminos. Cada uno de nosotros puede descubrir en qué nivel estás, ¿en qué peldaño de tu fe estás? Todos pueden ser testigos de lo que creen.
Si un cristiano, vive en cristiano, su luz ilumina a todos, incluso a aquellos que no conocen la gramática para hablar con Dios.
Ayudando, participando, estando, es un hablarles de Dios, sin decir una sola palabra. Viviendo haciendo el bien es una manera de llenar el alma. No hay nada que pese tanto como un cuerpo con el alma vacía.
¿Qué les decía Jesús cuando les explicaba que el Reino de Dios, ya había llegado? El Reino de Dios es todo aquello que tú hagas por el otro. Por eso les decía que ya había llegado el Reino. Todos podían ser parte del Reino.
¡Cómo cambiaría el mundo si solamente una parte de los casi dos mil millones de creyentes, estuvieran dispuestos a estar en el Reino de Dios!
Hay que imitar al Papa Francisco en su humildad y sencillez y volver a las fuentes del nacimiento del cristianismo: hay que meter la nariz en el Reino de Dios, hay que querer estar. ¿Cómo? Mirando a tu alrededor. No es necesario irse lejos. Tu barrio también te necesita.
Es muy buen negocio prestar atención a lo que necesita ayuda:
Las últimas investigaciones en la Universidad de Harvard están demostrando que la mejor y única manera de obtener la felicidad, es buscar la felicidad de los otros, en lugar de la propia.
Los románticos se equivocaron en casi todo. Fue un error su instinto por buscar en la soledad la inspiración de todas las cosas importantes, en lugar de buscar la innovación resultante del contacto con los otros. (Eduardo Punset autor de “Viaje al amor”)
Y sigue lo bueno de esta actitud: Para estar alegre no hay nada mejor que ayudar a otros, nos dice Javier Iriondo ex pelotero vasco que desde las cenizas de su existencia, renació a la vida.
¿Tu vida está llena de tristeza? Sigue el consejo de Iriondo.
Su actitud encaja a la perfección con aquellas palabras del Pobre de Asís:
es dando que uno recibe.
Seguro que encontrarás algún dolor que aliviar, alguna situación que podrás contribuir a moderarla, un consejo que dar, un apoyo que ofrecer, una presencia que reconfortará. El Reino de Dios es tan amplio y abrazante que todos tienen cabida. Cada uno debe encontrar el cómo, con quién, cuándo y dónde.
Y si quieres hacerlo más sencillo y no quieres mirar alrededor tuyo, limítate a decirle al Señor, que simplemente te atreverás a decirle “si” y el mismo Dios pondrá delante de tu nariz el donde y con quién.
Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas, pedir lo que quieras y te ayudará para que puedas. (San Agustín)
Y cuando esto suceda y siempre sucede, piensa que si Dios te lo pone por delante, es que puedes y que donde tú no llegues, Dios siempre termina arreglándolo a su manera, que para eso es Dios.
Y no me vengas a salir con alguno de los tantos “peros” frecuentes que usan múltiples creyentes: pero yo no sirvo, pero yo nunca lo hice, pero yo no sé, pero yo no tengo tiempo, pero yo no podré. El mundo está lleno de cristianos del” pero”.
Las virtudes de cualquier persona suelen nacer de su misma esencia. Es evidente que el transcurrir del tiempo y la asimilación de experiencias sea lo que marquen aún más la manera de ser.
Es lo que podríamos llamar el acercamiento a la madurez. La construcción máxima de nuestra manera de ser, acaba siendo la evolución de la esencia a través de nuevas experiencias. Es la suma de un conocimiento interior junto a un aprendizaje exterior que se acaba interiorizándose en nosotros.
Por lo tanto, parece evidente que es muy importante conocer qué es aquello del exterior que merece cobrar protagonismo en nuestra vida porque reflexionándolo acaba enriqueciendo la esencia.
Y ahí residen seguramente las decisiones más cruciales de cada uno de nosotros, porque habremos optado en incorporarlas a nuestra manera de ser.
Si uno acaba optando por la desconfianza, la maledicencia y el negativismo, uno acaba alejándose de todo el potencial de bien que hay en cada uno. En cambio si uno es capaz de convivir con sus experiencias positivas acaba convirtiéndose en un sabio. (Joan Galobart)
Cuando uno se acerca a su madurez espiritual es cuando desde la esencia de cada uno está maduro para entrar y entender el Reino de Dios.
La madurez es el arte de vivir en paz con lo que es imposible cambiar.
Cuando envejecemos la belleza se convierte en cualidad interior. (Ralph W. Emerson)
Para el profano, la tercera edad es el invierno. Para el sabio, es la estación de la cosecha, que la reparte desde la palabra y desde actitudes de vida.
Es cuando la comprensión ocupa el primer lugar de su ser.
No es un viejo. Podrá tener años encima de sus huesos, pero es un viejo joven.
A esta altura de la reflexión, que mi hermano en la fe y amigo Miguel me sugirió que la hiciera, quizás más de uno pensará, ¿este que escribe siempre fue así? No, Salvador no era así, no pensaba así. ¿Qué pasó entonces?
Hay un refrán que dice: “No hay mal que por bien no venga”
¡Qué sabios que son los refranes, cuánta sabiduría hay en ellos!
A la mitad de mi vida un cáncer casi me saca de este mundo. Aquellos meses, quizás un año de vida que el médico me dio, se han convertido en más de 40 años de poderlo contar.
Mentiría si dijera que viví de cerca la muerte. No, nunca la tuve cerca. Sabía que podía recibir su visita, pero nunca sentí su cercanía.
Cada mañana afeitaba mi escuálida cara y empezó a rebotar en mí rostro una frase que muchas veces había oído, pero nunca la había escuchado, nunca le había prestado atención:” busca el Reino de Dios; lo demás se te dará por añadidura”
Un día decidí que no me quería morir sin saber si la frase era cierta. Tomé mi agenda de trabajo y la partí con una línea. La parte de arriba sería lo prioritario en mi vida, es decir el Reino de Dios. La parte de abajo mi trabajo cotidiano para seguir comiendo en este mundo.
¿Y qué pasó? Pasó que las dos partes se llenaron por igual. Ni siquiera me tenía que preocupar en buscar. Solamente tenía que decir si a lo que se iba presentando. ¡La de cosas que viví! ¡Qué gran aventura es tener a Dios de socio! Eso sí, hay que atreverse. No siempre eran cómodas. No siempre era fáciles ensamblarlas.
¡La de situaciones diversas que uno llega a vivir! Gracias a ellas uno siempre termina creciendo en el creer.
Creo que si actuamos haciendo el bien, podremos estar en la lista de espera si el Cielo existe. Y si no existe, habremos tenido nuestro propio Cielo aquí en la Tierra. (Felipe Cubillos)
¡Atrévete a ser parte del Reino de Dios! Eso sí, recuerda que tu primer otro, es aquel que duerme contigo.
Aprendamos a invocar al Espíritu Santo
Catequesis del Papa Francisco, 10 de noviembre de 2021
“No nos dejemos tomar por el cansancio”. En la última catequesis del Papa Francisco sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas, el pontífice reflexionó sobre la fuerza del Espíritu del Apóstol, que, encontrando a Cristo Resucitado, transformó toda su vida. A lo largo de la Carta el apóstol “nos ha hablado como evangelizador, como teólogo y como pastor”, dijo el Papa. Y “podemos decir que el apóstol Pablo ha sido capaz de dar voz” al silencio de Dios. San Pablo, “verdadero teólogo” que contempló el misterio de Cristo “fue capaz de ejercer su misión pastoral hacia una comunidad perdida y confundida”, con “métodos diferentes”: “usó de vez en cuando la ironía, el rigor, la mansedumbre… Reclamó su propia autoridad de apóstol, pero al mismo tiempo no escondió la debilidad de su carácter”.
“En su corazón la fuerza del Espíritu realmente escavó: el encuentro con Cristo Resucitado conquistó y transformó toda su vida, y la dedicó íntegramente al servicio del Evangelio. Este es Pablo”.
El apóstol que defendió “la libertad llevada por Cristo con una pasión que todavía hoy conmueve”, “estaba convencido de haber recibido una llamada a la que solo él podía responder”; y quiso explicar a los cristianos de Galacia “que también ellos estaban llamados a esa libertad, que les liberaba de toda forma de esclavitud, porque les hacía herederos de la promesa antigua y, en Cristo, hijos de Dios”.
“Él era consciente de los riesgos que comporta la libertad cristiana, pero él no minimizó las consecuencias. Reiteró con parresia, es decir, con coraje a los creyentes que la libertad no equivale en absoluto a libertinaje, ni conduce a formas de presuntuosa autosuficiencia. Al contrario, Pablo ha puesto la libertad en la sombra del amor y ha establecido su coherente ejercicio en el servicio de la caridad”.
Haciendo presente una definición de los cristianos en las Escrituras, que dice que los cristianos “no somos personas que retroceden, que se vuelven atrás”, y la tentación a la que estamos expuestos de “ir hacia atrás para estar más seguros”, Francisco destacó la enseñanza de Pablo: que “la verdadera Ley tiene su plenitud en esta vida del Espíritu que nos ha dado Jesús”, y que “esta vida del Espíritu sólo puede vivirse en libertad”:
“La libertad cristiana. Y esta es una de las cosas más hermosas. Más bellas.”
Así, al finalizar este itinerario de catequesis Francisco estimó que “puede nacer en nosotros una doble actitud”. Por un lado el “entusiasmo”, sintiéndonos “impulsados a seguir en seguida el camino de la libertad,” a “caminar según el Espíritu”. Y por otro lado, la consciencia de nuestros proprios límites “porque tocamos con la mano cada día lo difícil que es ser dóciles al Espíritu”.
En este último caso, advirtió Francisco, puede “surgir el cansancio que frena el entusiasmo”: nos sentimos desanimados, débiles, a veces marginados respecto al estilo de vida según la mentalidad mundana. San Agustín – prosiguió el Papa – nos sugiere cómo reaccionar en esta situación, refiriéndose al episodio evangélico de la tormenta en el lago:
“«La fe en Cristo en tu corazón es como Cristo presente en la nave. Escuchas insultos, te fatigas, te turbas: Cristo está dormido. ¡Despierta a Cristo, despierta tu fe! Algo puedes hacer, al menos cuando estés turbado: ¡despierta tu fe! Despierte Cristo y te diga… Despierta, pues, a Cristo… Cree lo dicho y se producirá en tu corazón una gran bonanza» (Sermones 163/B 6)”.
En tiempos de dificultad, pues, hay que, como los apóstoles en la tempestad “despertar a Cristo que está dormido”. “Despertar a Cristo en nuestro corazón” porque así “podremos contemplar con su mirada”, puesto que Él “ve más allá de la tormenta”.
“A través de esa mirada serena, podemos ver un panorama que, solos, ni siquiera es concebible vislumbrar”.
“En este camino exigente pero fascinante, el Apóstol nos recuerda que no podemos permitirnos ningún cansancio en el hacer el bien”, continuó el Papa, animando a no cansarse de “hacer el bien”. Y en toda nuestra vida “debemos confiar que el Espíritu siempre viene a ayudar en nuestra debilidad y nos concede el apoyo que necesitamos”.
“¡Por tanto, aprendamos a invocar más a menudo al Espíritu Santo! «Y Padre, ¿cómo se invoca al Espíritu Santo? Porque sé rezar al Padre, con el Padre Nuestro; sé rezar a la Virgen con el Ave María; sé rezar a Jesús con la Oración de las Llagas, pero al Espíritu… ¿Cuál es la oración del Espíritu Santo?» La oración al Espíritu Santo es espontánea: debe nacer de tu corazón. Debes pedir en los momentos de dificultad: «Espíritu Santo, ven. La palabra clave es esta: venir. Ven. Pero debes decirlo con tu lenguaje, con tus palabras. Ven porque estoy en dificultades, ven porque estoy en la oscuridad, en las tinieblas; ven porque no sé qué hacer; ven porque estoy a punto de caer. Ven. Ven. Es la palabra del Espíritu. Llama al Espíritu. Aprendamos a invocar al Espíritu Santo más a menudo”.
Con palabras “sencillas”, en distintos momentos del día, se puede decir la oración que la Iglesia recita en Pentecostés: «Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido. Luz que penetras las almas, fuente del mayor consuelo…».
Pero – enseñó Francisco – si no tuvieras la oración o no la encontraras, el núcleo de la oración es «ven», como rezaron la Virgen y los apóstoles en los días en que Jesús ascendió al cielo, estaban solos en el Cenáculo pidiendo: «Ven, que venga el Espíritu».
“Nos hará bien rezarla a menudo. Ven, Espíritu Santo. Y con la presencia del Espíritu salvaguardamos la libertad. Seremos libres, cristianos libres, no apegados al pasado en el feo sentido de la palabra, no encadenados a las prácticas. La libertad cristiana, que nos hace madurar”.
Nos ayudará esta oración – concluyó asegurando el Santo Padre – a caminar en el Espíritu, en la libertad y en la alegría, porque cuando viene el Espíritu Santo viene la alegría, la verdadera alegría. “Que el Señor los bendiga”.
El silencio en la liturgia
Hay momentos de silencio. ¿Qué significan esos momentos de silencio? ¿Cuáles son esos momentos?
¿Qué significa el silencio en la liturgia?
Hay momentos de silencio. ¿Qué significan esos momentos de silencio?
El silencio litúrgico no es un silencio de tartamudez; sino un silencio sagrado.
Nos dice san Juan Clímaco en su libro “Escala espiritual”: “el silencio inteligente es madre de la oración, liberación del atado, combustible del fervor, custodio de nuestros pensamientos, atalaya frente al enemigo… amigo de las lágrimas, seguro recuerdo de la muerte, prevención contra la angustia, enemigo de la vida licenciosa, compañero de la paz interior, crecimiento de la sabiduría, mano preparada de la contemplación, secreto camino del cielo “ (Escalón 11–30).
Nos dice el papa Juan Pablo II en su carta apostólica del 4 de diciembre de 2003, con motivo del cuadragésimo aniversario de la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia: “Un aspecto que es preciso cultivar con más esmero en nuestras comunidades es la experiencia del silencio. Resulta necesario para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia. En una sociedad que vive de manera cada vez más frenética, a menudo aturdida por ruidos y dispersa en lo efímero, es vital redescubrir el valor del silencio. No es casualidad que, también más allá del culto cristiano, se difunden prácticas de meditación que dan importancia al recogimiento. ¿por qué no emprender con audacia pedagógica, una educación específica en el silencio dentro de las coordenadas propias de la experiencia cristiana? Debemos tener ante nuestros ojos el ejemplo de Jesús, ´el cual salió de casa y se fue a un lugar desierto, y allí oraba´(Mc 1, 35). La liturgia, entre sus diversos momentos y signos, no puede descuidar el del silencio” (n. 13).
¿Por qué hay momentos de silencio en la liturgia?
Es necesario el silencio para escuchar la Palabra de Dios, para prepararnos a escuchar esa Palabra. Dios se hizo Palabra en Jesús, y condición para escuchar esa Palabra es el silencio: silencio del corazón, de la mente, de los sentidos, silencio ambiental.
Hay un hermoso pasaje de la Biblia en 1 Sam 3, 10 cuando el joven Samuel en el silencio de la noche le dice a Dios: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Guardamos silencio para escuchar a Dios, preparar el terreno de nuestra alma para que caiga y germine esa semilla de la Palabra de Dios en el corazón durante esa ceremonia o celebración litúrgica (misa, bautismo, celebración penitencial, matrimonio, ordenación, etc); si estamos dispersos y hablando, la semilla se malogra y se pierde.
¿Cuáles son esos momentos de silencio?
Antes de la misa y de cualquier ceremonia litúrgica nos deberíamos preparar con el silencio, para reflexionar y pensar: ¿Qué vamos a hacer?; ¿con quién vamos a encontrarnos?; ¿qué nos pedirá Dios en esta ceremonia?; ¿cómo debemos vivir esta ceremonia?; ¿qué traemos a esta ceremonia?; ¿qué deseamos en esta eucaristía?; ¿qué pensamos dar a Dios?
Por eso urge hacer silencio en la iglesia antes de la misa, o de un bautismo, o de una boda… Hemos entrado en el recinto sagrado y hay que preparar el corazón, que será el terreno preparado donde Dios depositará la semilla fecunda de la salvación.
Silencios en la misa y cuál es su significado
• Antes del “Yo confieso”: es un silencio para ponernos en la presencia del tres veces santo, reconocer nuestra condición de pecadores y pedirle perdón, y de esta manera poder entrar dignos a celebrar y vivir los misterios de pasión, muerte y resurrección de Cristo.
• Antes de la oración colecta: el sacerdote dice: “Oremos”. Es aquí donde el sacerdote, en nombre de Cristo, recoge todas nuestras peticiones y súplicas, traídas a la santa Misa. Antiguamente se usaban también otras fórmulas, dichas por el diácono, para llamar la atención de la asamblea antes de esta oración:
· “Guardad silencio”.
· ”Prestad oídos al Señor”.
En este silencio cada uno concreta sus propias intenciones. Por eso se llama oración colecta, porque colecciona y recoge los votos, intenciones y peticiones de toda la Iglesia orante.
• Después de la lectura del Evangelio, si no hay homilía; si hay homilía, después de la misma. ¿Qué significado tiene ese breve silencio? Dejar que la Palabra de Dios, leída y explicada por el ministro de la Iglesia, vaya penetrando y germinando en nuestra alma. ¡Ojalá se encuentre siempre el alma abierta! ¡Qué pena sería que ese silencio fuera un torbellino de distracciones! Sería dejar meter los pajarracos que nos comerán esa semilla apenas sembrada en las lecturas y en el Evangelio.
• Momento de la elevación de la Hostia consagrada y del Cáliz con la sangre de Cristo en la consagración. Es un silencio de adoración, de gratitud, de admiración ante ese milagro eucarístico. Es un silencio donde nos unimos a ese Cristo que se entrega por nosotros.
• Después de la comunión, viene el gran silencio. Silencio para escuchar a ese Dios que vino a nuestra alma, en forma de pan, silencio para compartir nuestra intimidad con Él. Silencio para ponernos en sus manos. Silencio para unirnos a todos los que han comulgado y encomendar a quienes no han podido comulgar. ¡Aquí está la fuerza de la comunión!
• También se recomienda un brevísimo silencio después de cada petición en la oración de los fieles. Aquí es un silencio impetratorio, donde pedimos por todas las necesidades de la Iglesia, del mundo y de los hombres.
• Es muy aconsejable, después de la misa quedarse unos minutos más en silencio, para poder agradecer a Dios este augusto y admirable sacramento, al que nos ha permitido participar en la santa misa.
En los demás sacramentos también hay momentos de silencio fecundo:
• En las ordenaciones sacerdotales: cuando el obispo impone las manos sobre la cabeza de ese diácono que en breve será consagrado sacerdote… Es un silencio sobrecogedor. ¡En ese momento viene el Espíritu Santo y a ese hombre le concede Dios la gracia de ser sacerdote, ministro de Dios, que “obra en nombre de Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúa en su persona” , otorgándole el poder de consagrar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y el poder de confesar los pecados, en nombre de Cristo! Lo convierte Dios de simple hombre a ministro de su gracia para la salvación del mundo.
• En la unción de los enfermos: es un silencio para pedir a Dios la gracia de la curación espiritual, sin duda, y la corporal, si es la voluntad de Dios.
• En un momento antes de la bendición de los novios: silencio para pedir a Dios la gracia de la fidelidad de los nuevos esposos.
Recomendamos:
Eucaristía y silencio: Es condición indispensable para escuchar y encontrarnos con Dios. El encuentro con Dios se da en el silencio del alma.
¡Silencio!: El silencio no es sólo abstenerse de hablar, o de emitir ruidos, abarca concentración y reflexión
Los doce grados del silencio: Es el silencio el que prepara a los santos, el que los comienza, el que los continúa, el que los acaba.
El silencio del amor: El amor profundo necesita silencio.
La virtud del silencio explicada a los hijos: El silencio interno es la puerta a la vida interior y se necesita abrirla diariamente, aunque sólo sea durante un pequeño periodo de tiempo
El arte de guardar silencio
El Papa te da 10 consejos para ser feliz
El Papa Francisco habla de la felicidad y como alcanzarla
“¿Cuál es la fórmula de la felicidad?”, preguntó un periodista argentino al Papa Francisco, a lo que el Santo Padre respondió con los siguientes puntos:
1. Vive y deja vivir. “Acá los romanos tienen un dicho y podríamos tomarlo como un hilo para tirar de la fórmula esa que dice: ‘Anda adelante y deja que la gente vaya adelante’. Vive y deja vivir, es el primer paso de la paz y la felicidad”.
2. Darse a los demás. “Si uno se estanca, corre el riesgo de ser egoísta. Y el agua estancada es la primera que se corrompe”.
3. Moverse remansadamente. “En Don Segundo Sombra (novela argentina de Ricardo Güiraldes), el protagonista dice que de joven era un arroyo pedregoso que se llevaba por delante todo… y que en la vejez se sentía en movimiento, pero lentamente remansado. Es la capacidad de moverse con benevolencia y humildad, el remanso de la vida. Los ancianos tienen esa sabiduría, son la memoria de un pueblo”.
4. Jugar con los chicos. “El consumismo nos llevó a esa ansiedad de perder la sana cultura del ocio, leer, disfrutar del arte. Ahora confieso poco, pero en Buenos Aires confesaba mucho y cuando venía una mamá joven le preguntaba: ‘¿Cuántos hijos tienes? ¿Juegas con tus hijos?’ Y era una pregunta que no se esperaba, pero yo le decía que jugar con los chicos es clave, es una cultura sana.”
5. Compartir los domingos con la familia. “El otro día, en Campobasso, fui a una reunión entre el mundo de la universidad y el mundo obrero, todos reclamaban el domingo no laborable. El domingo es para la familia”.
6. Ayudar a los jóvenes a conseguir empleo. “Hay que ser creativos con esta franja. Si faltan oportunidades, caen en la droga. Y está muy alto el índice de suicidios entre los jóvenes sin trabajo… No alcanza con darles de comer: hay que inventarles cursos de un año de plomero, electricista, costurero. La dignidad te la da el llevar el pan a casa”.
7. Cuidar la naturaleza. “Hay que cuidar la creación y no lo estamos haciendo. Es uno de los desafíos más grandes que tenemos”.
8. Olvidarse rápido de lo negativo. “La necesidad de hablar mal del otro indica una baja autoestima, es decir: yo me siento tan abajo que en vez de subir, bajo al otro. Olvidarse rápido de lo negativo es sano”.
9. Respetar al que piensa distinto. “Podemos inquietar al otro desde el testimonio, para que ambos progresen en esa comunicación, pero lo peor que puede haber es el proselitismo religioso, que paraliza: ‘Yo dialogo contigo para convencerte’, no. Cada uno dialoga desde su identidad. La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo”.
10. Buscar activamente la paz. “Estamos viviendo en una época de mucha guerra. En África parecen guerras tribales, pero son algo más. La guerra destruye. Y el clamor por la paz hay que gritarlo. La paz a veces da la idea de quietud, pero nunca es quietud, siempre es una paz activa”.
San Martín de Tours, de soldado a obispo por aclamación
Dividió su capa para darla a un pobre y fundó el primer monasterio de Francia
San Martín de Tours (también llamado san Martín Caballero) nació en la actual Hungría en torno al año 316, en una familia pagana. Su padre era militar.
Estando en Amiens (Francia) como soldado, un día de frío invierno se encontró con un mendigo. Martín dividió su capa en dos y le dio una parte al pobre.
Jesucristo en sueños
Aquella noche, en sueños se le apareció Jesús que le decía: «Martín, hoy me cubriste con tu manto».
Inmediatamente Martín –que ya era catecúmeno- se hizo bautizar y renunció a la milicia. Le dijo a su general:
«Hasta ahora te he servido como soldado. Déjame que de ahora en adelante sirva a Jesucristo propagando su santa religión».
Viajó a Poitiers, donde lo instruyó el obispo san Hilario. Le cedió unas tierras apartadas y allí fundó el que sería el primer monasterio de Francia.
Alcanzó fama de santidad en vida hasta tal punto que, por mucho que se resistía, en el 371 fue designado obispo por aclamación popular.
Su dedicación a las almas fue heroica. Sorprendía por gestos como oponerse a la tortura de los prisioneros. Fundó las primeras parroquias rurales de Francia.
Falleció en el 397 después de una larga vida dedicada a la oración, la formación de los sacerdotes y la evangelización de los pobres.
Santo patrón
San Martín de Tours es patrono de los soldados, de la Guardia Suiza Pontificia, de tejedores, de comercios y fabricantes textiles. Se le tiene como patrón en países como Francia y Hungría y en ciudades como Buenos Aires y Orense.
Oración a san Martín de Tours
Glorioso soldado Romano, que te sentiste llamado por Dios a a vivir la caridad:
Por las pruebas más grandes que sufriste por el Señor,
te pido de todo corazón que combatas la miseria de mi casa,
que la caridad de tu alma me siga por dondequiera que vaya,
y me consigas la bendición del Señor en todos mis negocios.
¡Oh! San Martín Caballero, del Señor fiel Misionero, líbrame de todo mal,
para que nunca me falte salud, trabajo y sustento.
Oh Dios, que conoces que por nuestras fuerzas no podemos subsistir,
haz que, por la intercesión de tu confesor y pontífice san Martín,
seamos fortalecidos contra todos los males que nos rodean.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.