Por un lado, al insinuar devolver al emperador lo que le pertenece, Jesús declara que pagar el impuesto no es un acto de idolatría, sino un acto debido a la autoridad terrenal; por el otro —y es aquí donde Jesús da el «golpe maestro»— reclamando el primado de Dios, pide que se le rinda lo que le espera como Señor de la vida del hombre y de la historia.
La referencia a la imagen de César, incisa en la moneda, dice que es justo sentirse ciudadanos del Estado de pleno título —con derechos y deberes—; pero simbólicamente hace pensar en otra imagen que está impresa en cada hombre: la imagen de Dios. Él es el Señor de todo y nosotros, que hemos sido creados «a su imagen» le pertenecemos ante todo a Él. Jesús planteó, a partir de la pregunta hecha por los fariseos, una interrogación más radical y vital para cada uno de nosotros, una interrogación que podemos hacernos: ¿a quién pertenezco yo? ¿A la familia, a la ciudad, a los amigos, a la escuela, al trabajo, a la política, al Estado? Sí, claro. Pero antes que nada —nos recuerda Jesús— tú perteneces a Dios. Esta es la pertenencia fundamental. Es Él quien te ha dado todo lo que eres y tienes. Y por lo tanto, nuestra vida, día a día, podemos y debemos vivirla en el reconocimiento de nuestra pertenencia fundamental y en el reconocimiento de corazón hacia nuestro Padre, que crea a cada uno de nosotros de forma singular, irrepetible, pero siempre según la imagen de su Hijo amado, Jesús. Es un misterio admirable. (Ángelus 22 de octubre de 2017)
• Mark 12:13-17
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús anuncia el principio que resuelve de modo implícito el problema entre religión y política: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”.
Dios es la fuente más profunda e inspiración de todo en la vida, desde el deporte hasta el derecho, las artes, la ciencia y la medicina. Todo viene de Dios y vuelve a Dios. Entonces, ¿qué sucede con esta conocida cuestión entre religión y política?
La política no está en un reino separado de lo religioso; más bien, su terreno más profundo es espiritual. Santo Tomás de Aquino sostuvo que la ley realmente proviene de la ley eterna, que es decir la mente de Dios. Esta ley eterna se refleja en el corazón y la mente humana, y son los principios básicos que llamamos ley natural. Entonces, la ley positiva —desde las normas de tránsito hasta las leyes antimonopolio— serían aplicaciones concretas de la ley natural.
Por lo tanto, toda ley —la materia misma de la política— tiene que ver con Dios, ya que la ley positiva debe estar basada en la ley natural, y está en la ley eterna. Es por ello que deberíamos esperar que nuestros políticos y jueces actuarán de acuerdo con nuestros bienes morales y espirituales.
Norberto, Santo
Memoria Litúrgica, 6 de junio
Obispo
Martirologio Romano: San Norberto, obispo, hombre de austeras costumbres y totalmente dedicado a la unión con Dios y a la predicación del Evangelio, que instituyó, cerca de Laon, en Francia, la Orden Premonstratense de Canónigos Regulares, y luego, designado obispo de Magdeburgo, en Sajonia, se mostró pastor eximio en la renovación de la vida cristiana y en la difusión de la fe entre las poblaciones vecinas († 1134).
Fecha de canonización: El Papa Gregorio XIII lo reconoció oficialmente como santo en 1582.
Breve Biografía
Norberto nació en Xanten (Alemania) de la noble familia, de los Gennep, hacia el 1080. Como era costumbre para todo segundo hijo de la nobleza, a Norberto le correspondía seguir la carrera militar o eclesiástica. Prefirió el segundo camino, no por vocación, sino por simple oportunidad. En efecto, siendo diácono pudo gozar de los muchos privilegios al lado del gran elector de Colonia y del emperador Enrique V, que lo propuso para una importante sede episcopal. Pero Dios tenía otros planes. Durante un paseo a caballo por el bosque, lo sorprendió un violento huracán que lo derribó del caballo y, como Saulo en el camino de Damasco, dijo: “Señor, ¿qué quieres que haga?”.
La respuesta que cambió radicalmente su vida poco edificante fue: “Abandona el camino del mal y haz el bien”. Ese episodio fue el comienzo de su conversión. Abandonó los lugares mundanos y se puso a la escuela del abad benedictino de Siegburg y de los canónigos de Klosterrath; después siguió el ejemplo del ermitaño Liudolfo pasando tres años en penitencia y en oración. En 1115 fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Colonia, y comenzó su actividad misionera itinerante.
Quiso dar el ejemplo despojándose de todos sus bienes y distribuyéndoselos a los pobres.
Conservó para él una mula y diez monedas de plata, pero después dejó también esto y continuó sus peregrinaciones a pie y descalzo. En Francia, cerca a Nimes, se encontró con el Papa Calixto II quien lo animó a continuar por ese camino.
El obispo de Laon, para tenerlo en su diócesis, le propuso ser el guía de los Canónigos regulares que seguían la Regla de San Agustín, y a quienes se les había asignado el convento de Praemonstratum. Así nació la Orden de los premonstratenses. Mientras tanto Norberto había continuado su actividad de predicador ambulante.
Se encontraba en Magdeburgo asistiendo a los funerales del obispo de esa ciudad, cuando el clamor popular lo eligió como sucesor.
Fue un obispo incómodo para muchos. Tenaz, buen organizador, se ganó aplausos y enemistades. El emperador Lotario lo nombró canciller del imperio para Italia y el Papa Inocencio II extendió su jurisdicción a Polonia.
Pero Norberto no olvidó la regla monástica de la pobreza y del ejercicio del apostolado entre la gente humilde del campo, y vivió integralmente el ideal de vida activa y contemplativa de los premonstratenses aun en el fulgor de los altos cargos. Murió en Magdeburgo, de regreso de una misión de paz en Italia, el 6 de junio de 1134. Fue canonizado en 1582.
Y, al escucharlo, se maravillaban de Él
Santo Evangelio según san Marcos 12, 13-17.
Martes IX del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios) Señor, sólo te pido que, tanto hoy como mañana, me lleves siempre hacia ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 12, 13-17
En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes, para hacerle una pregunta capciosa. Se acercaron, pues, a él y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad el camino de Dios. ¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos?”. Jesús, notando su hipocresía, les dijo: “¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea”. Se la trajeron y él les preguntó: “¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?”. Le contestaron: “Del César”. Entonces les respondió Jesús: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y los dejó admirados.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Muchas veces, sin darme cuenta, trato de hacerte a mi medida; a mi conveniencia, Señor. Trato de llevarte a que me digas lo que quiero escuchar cuando muy en el fondo sé la respuesta.
Tengo que admitir que ésta, con frecuencia, va en contra de lo que quiero… de lo que deseo. Aunque sepa lo que es correcto.
Los fariseos no se equivocaban del todo… sabían que Jesús enseñaba con franqueza el camino de Dios… el camino de la verdad. Él, como buen Maestro, como buen amigo, respondió a su pregunta. Tal vez, no era lo que ellos esperaban; no era lo que más les convenía, sin embargo… era la verdad y, al escucharla de Él se maravillaban.
Pero… ¿de qué se maravillaban? ¿Qué era lo que les llamaba la atención? No era la elocuente forma de evadir la tentación de los fariseos; no era el estilo o el tono con que promulgaba las respuestas. Era aquella impresión que roba el aliento cuanto se está de frente a la Verdad.
Se maravillaban ante el amor… ante el esfuerzo de verte llevar las personas al Padre, llevarlas a Dios.
Esta maravilla es la que me permite distinguir más allá de lo que me conviene o de lo que quisiera escuchar, de lo que verdaderamente es de Dios.
Dame la gracia, Señor, de distinguir lo que es de Ti, de lo que no lo es. Dame la gracia de maravillarme ante el esfuerzo de siempre llevarme hacia Dios… de llevarme hacia ti.
«Los evangelios nos dicen que hubo sentimientos encontrados en los paisanos de Jesús: le pusieron distancia y le cerraron el corazón. Primero, “todos hablaban bien de él, se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca”; pero después, una pregunta insidiosa fue ganando espacio: “¿No es este el hijo de José, el carpintero?”.
Y al final: “Se llenaron de ira”.
Lo querían despeñar… Se cumplía así lo que el anciano Simeón le había profetizado a nuestra Señora: “Será bandera discutida”. Jesús, con sus palabras y sus gestos, hace que se muestre lo que cada hombre y mujer tiene en su corazón». (Homilía de S.S. Francisco, 24 de marzo de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy intentaré hacer un acto de caridad a un conocido con el fin de acercarlo más a Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Nardo del 6 de Junio: ¡Oh Sagrado Corazón, valiente y obediente!
Meditación: Oh Delicioso Señor, que nos enseñaste desde Tu ímpetu juvenil a combatir, cuando a Tu Madre confiaste, a Tus dulces doce años, que a los doctores explicabas las cosas de Tu Padre. Eras apenas un niño, pero en Ti el Amor había vencido a todo temor, ya que cumplías con obediencia el Querer de Quien te había enviado. No importaban los escarnios, las burlas ni tu pequeñez, pues la Sabiduría y el Amor habían de vencer. ¡Que vergüenza la de mi pobre alma siempre llena de temor para defender las cosas de mi Dios, tanto con la voz como con el testimonio que doy! ¿Y no es el miedo acaso falta de Fe?, pues yo nada soy, todo lo es y lo hace el Señor. Entonces si El habita en mí, y me hace vivir, sólo tengo que servir para llegar a ser un instrumento y un puente hacia el Cielo.
Jaculatoria:¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús! ¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.
Florecilla: Seamos discípulos del Señor haciéndolo conocer más y más, prediquemos a un hermano para que pueda encontrar a Cristo en su corazón.
Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.
Marcelino Champagnat, el fundador de los maristas
El santo que inició esta gran obra educativa no comenzó a ir a la escuela hasta los 10 años y además a los pocos días se desanimó y no volvió
Marcelino Champagnat nació el año 1789, el mismo año de la Revolución Francesa, en Rosey, una aldeíta en las estribaciones de los montes de Pilat, al sur de Lyon (Francia).
Sus padres, Juan Bautista y María Teresa, tuvieron 10 hijos. Marcelino fue el noveno.
Se le conoce por ser el fundador del Instituto de los Hermanos Maristas. Su pasión por Dios lo lleva a entregarse con entusiasmo a favor de los niños y jóvenes, especialmente los más necesitados.
Una trayectoria escolar poco brillante
Durante su infancia, trabajó en casa: su familia era dueña de una pequeña granja y de un molino.
A los diez años comenzó a ir a la escuela, pero a los pocos días se desanimó y no volvió.
A los 14 años, pasó por su casa un buen sacerdote que iba «reclutando» jóvenes para el seminario. Se fijó en Marcelino y le animó, a ingresar en el Seminario Menor.
Comenzó sus estudios y como no había ido a la escuela, apenas sabía leer y escribir, tuvo que suspender el primer curso. «Lo invitaron» a quedarse en su casa, pero Marcelino no se desanimó y continuó estudiando.
Sacerdote con una gran sensibilidad
Unos años después se ordenó sacerdote y lo destinaron a La Valla, un pueblecito perdido en los montes de Pilat.
Allí los niños no tenían escuela ni catequesis, y los mayores apenas iban a la iglesia.
Un día lo llamaron para atender a un muchacho que estaba muy enfermo en uno de los caseríos. El muchacho tenía 17 años y se estaba muriendo.
Marcelino intentó confesarlo, pero se dio cuenta de que nunca había ido a la iglesia y apenas había oído hablar de Dios. Entonces le dio una brevísima catequesis, lo confesó y a los pocos minutos, el muchacho murió.
Esta experiencia impresionó fuertemente al Padre Champagnat. Y recordando sus proyectos del seminario, decidió a fundar una congregación de hermanos que se dedicaran a la enseñanza y a la catequesis de los niños y jóvenes.
Dedicado a la educación
Marcelino Champagnat fue un gran hombre que llevó a cabo una obra extraordinaria: cuidó como un buen pastor a la gente de su parroquia, atendió a huérfanos y ancianos, pero sobre todo se consagró a la educación religiosa de la juventud.
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Murió en la madrugada del 6 de junio de 1840, a los 51 años, rodeado de sus hermanos. El papa Juan Pablo II lo canonizó el 18 de abril de 1999, en la plaza San Pedro del Vaticano.
Oración
San Marcelino,
que a lo largo de tu vida
fuiste un hombre fiel a tus raíces,
a tu tierra,
a tu familia,
a la sociedad
ayúdanos a convertirnos en personas útiles
a nuestra tierra y a nuestra gente.
Ilumina con tu ejemplo
nuestra sensibilidad y respuesta.
Que, como tú,
descubramos lo que nuestros familiares,
los miembros de nuestra comunidad,
nuestros vecinos y amigos desean y necesitan.
Ayúdanos a ser decididos,
generosos en la entrega
y profundos en imaginación,
para bien de nuestro pueblo,
en fidelidad al Evangelio de Jesús.
San Marcelino, que como tú,
sepamos ser universales en el afán
y concretos en el servicio.
Amén