JUAN 10, 22-30
En el Evangelio de hoy Jesús dice que “el Padre y Yo somos uno”. Jesús apareció hace dos mil años y anunció que había sido enviado por el Padre. Había “algo más” con respecto a Jesús que era extraño porque Él habló y actuó en la misma persona de Dios.
Los primeros cristianos tuvieron que enfrentarse con esta extraña dualidad: de alguna manera, Jesús era el Hijo de Dios, enviado y divino.
Era otro que el Padre, pero de alguna manera al mismo nivel que el Padre. Las cosas se complicaron más cuando el Espíritu Santo vino sobre ellos. Por lo tanto, parecía haber un Padre (el que envió a Jesús), un Hijo (el que fue enviado y también Dios) y un Espíritu Santo (divino y enviado tanto por el Padre como por el Hijo). Tres personas, pero un único Dios de Israel.
Invocamos a la Trinidad cuando hacemos la señal de la cruz. Esta yuxtaposición de Trinidad y Cruz no es de modo alguno accidental. Porque la Cruz es el momento en el cual la firme unidad de las tres personas divinas se exhibe muy claramente.
Se pusieron a hablar también a los griegos
La persecución generada en la sinagoga de los helenistas (judíos que habían vivido en la diáspora y habían regresado a Jerusalén, por lo que hablaban griego) después de lo de Esteban (Hch 8,1) produjo una gran dispersión de todos aquellos judeocristianos de lengua griega más allá de tierras palestinenses. Los dispersados comenzaron a predicar la Buena Noticia de Jesús en los lugares donde se iban asentando (cf. Hch 8,4).
Normalmente, pensando que los judíos estaban más preparados para acoger el mensaje de Jesús por su conocimiento de las Escrituras, los seguidores del Nazareno predicaban en la sinagoga, y tras presentar las promesas del Antiguo Testamento, anunciaban cómo se habían cumplido en Jesús. Sin embargo, un grupo más atrevido, oriundo de Chipre y Cirene que ya había convivido con los gentiles, conocedor de su lengua, comienza también a predicar la Buena Nueva del Señor Jesús a los griegos (v.20). Con gran alegría y sorpresa experimentaron que “la mano del Señor” estaba con ellos y un gran número “creyeron y se convirtieron al Señor” (v.21).
Esto fue visto con cierta sospecha por parte de la iglesia Madre de Jerusalén, por lo que enviaron a Bernabé, aquel que había vendido un campo y había puesto el dinero a los pies de los apóstoles (Hch 4,36-37), gozaba de gran credibilidad y estaba lleno del Espíritu Santo, a que investigara lo que estaba ocurriendo. Bernabé, no solo ve con buenos ojos y acepta la nueva propuesta evangelizadora, sino que la bendice y anima a todos a permanecer unidos al Señor.
Seguidamente Bernabé va a buscar a Pablo, que ya había experimentado el encuentro con el Señor Jesús (Hch 9), para introducirlo en la comunidad. Será en Antioquia, donde encontramos una comunidad abierta, la primera comunidad mixta de judíos y gentiles, la ciudad en la que se llamó a los discípulos de Jesús, hasta ahora nazarenos (nazoreos), por primera vez cristianos, los de Cristo.
El texto de Hechos abre muchos interrogantes a nuestras estrategias evangelizadoras. ¿Seguimos predicando a Jesús de Nazaret a los mismos de siempre o somos capaces de abrirnos a nuevos destinatarios, los que nunca han conocido a Jesús o los alejados de la Iglesia? ¿No tendremos que cambiar nuestros discursos y lenguajes para que el Proyecto del Reino llegue a los hombres y mujeres del siglo XXI con los que compartimos la existencia?
Yo les doy la vida eterna
La escena del evangelio tiene lugar en el templo, durante la fiesta de la Dedicación al mismo. En ésta se conmemoraba la nueva consagración del altar del santuario que había sido profanado años antes por Antíoco Epífanes (164 a. C). Jesús se pasea por el pórtico de Salomón que rodea la gran explanada, situada al lado Este del templo. Los enemigos hacen corro a su alrededor, en cierta manera, acosándolo como hacen los hombres violentos contra el justo del Sal 22, y provocándolo a fin de que diga una palabra que sirva de excusa para la condenación oficial: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente».
En el fondo, el conflicto viene dado porque la imagen del Mesías de aquellos coetáneos de Jesús dista mucho de la imagen del Mesías con la que se auto presenta el Maestro de Nazaret. Mientras la primera responde a un líder nacionalista y político contra la ocupación romana, Jesús se identifica con el Mesías de la promesa davídica encarnado en el pastor de Ezequiel, que “apacienta a sus ovejas y las hace reposar, busca la oveja perdida, recoge a la descarriada, venda a las heridas, fortalece a la enferma” (Ez 36,15-16). Sus obras, los signos realizados, han ido mostrando esa realidad, pero no han querido creerle porque no son de sus ovejas. En cambio, sus ovejas escuchan su voz, y Él las conoce en sus luces y sus sombras. Las ovejas del rebaño de Jesús distinguen la voz de su pastor entre los miles de voces que escuchan (Jn 10,3) y van tras Él porque saben que solo Él puede ofrecer la vida para siempre, esa que transforma toda la existencia, aquí ahora, y luego en “la otra vida” o mejor en “la vida otra”; esa vida eterna no es ni más ni menos que sumergirse en la comunión amorosa del Padre y del Hijo, participar de su vida divina, unirse a la danza eterna del Dios Trinidad. El evangelio me interpela ¿soy de las ovejas de Jesús Pastor? ¿Reconozco su voz entre otras muchas? ¿Qué signos experimento que me hacen saberme sumergido en el Dios Trinidad? ¿Cómo ayudo a otros a encontrarse con ese Pastor cuidadoso que da Vida y Vida en abundancia?
Estas palabras nos comunican un sentido de absoluta seguridad y de inmensa ternura. Nuestra vida está totalmente segura en las manos de Jesús y del Padre, que son una sola cosa: un único amor, una única misericordia, reveladas de una vez y para siempre en el sacrificio de la cruz. Nada ni nadie podrá arrancarnos de las manos de Jesús, porque nada ni nadie puede vencer su amor. ¡El amor de Jesús es invencible! (Regina Caeli, 17 abril 2016)
Juan de Ávila, Santo
Memoria Litúrgica, 10 de mayo
Doctor de la Iglesia
Patrono del clero secular español
Martirologio Romano: Memoria de san Juan de Ávila, presbítero, que falleció en Montilla, lugar de Andalucía, en España; había recorrido toda la región de la Bética predicando a Cristo, y después, habiendo sido acusado injustamente de herejía, fue recluido en la cárcel, donde escribió la parte más importante de su doctrina espiritual. († 1569)
Fecha de beatificación: 4 de abril de 1894 por el Papa León XIII.
Fecha de canonización: 1 de junio de 1970 por el Papa Pablo VI
Breve Biografía
Nacido en Almodóvar del Campo, Ciudad Real (España), el 6 de enero de 1499 ó 1500. El año 1513 fue a estudiar leyes a Salamanca. Regresó a casa después de cuatro años y, aconsejado por un franciscano, estudió filosofía y teología. Al poco tiempo murieron sus padres. Fue ordenado sacerdote el año 1526. A su primera misa asistieron doce pobres que comieron a su mesa. El padre Juan de Ávila repartió sus bienes a los pobres y se entregó a la oración y a la enseñanza del catecismo.
El año 1535, llamado por el obispo, marchó a Córdoba donde conoció a fray Luis de Granada. Allí organizó predicaciones por los pueblos obteniendo muchas conversiones de personas importantes. Dedicó también mucho tiempo al clero para quien fundó centros de estudios como los colegios de San Pelagio y de la Asunción. Al año siguiente, se desplazó a Granada a donde fue llamado para ayudar al arzobispo Gaspar de Ávalos en la fundación de la universidad. En esa ciudad tuvo lugar la conversión de san Juan de Dios, quien después de haber escuchado la predicación del padre Juan de Ávila decidió dedicar su vida a los pobres, enfermos y menesterosos.
El grupo sacerdotal de Juan de Ávila se formó en Granada hacia el año 1537. Los sacerdotes operarios, que se dedicaban a la predicación, vivían en comunidad, bajo la obediencia del maestro Ávila.
Él les aconsejaba robustecer su vida interior: recibir frecuentemente la confesión y comunión, hacer dos horas de oración de mañana y tarde, y estudiar el Nuevo Testamento.
Juan acudió a Baeza (Jaén) en 1539, donde ayudó en la fundación de la Universidad, quizá su fundación más célebre. En todas las ciudades por donde pasaba, Juan de Ávila procuraba dejar la fundación de algún colegio o centro de estudios para sacerdotes: tres colegios mayores o universidades y once colegios.
Desde 1551 comenzó a sentirse enfermo. Las molestias de su enfermedad le obligaron a residir en Montilla hasta su muerte. Su retiro le dio la posibilidad de escribir con calma sus cartas y preparar mejor sus sermones y tratados. Las cartas de Juan de Ávila llegaban a todo rincón de España e incluso de Roma. De todas partes le pedían consejo obispos, personas de gobierno, sacerdotes y seminaristas, discípulos, conversos, personas humildes, enfermos, religiosos y religiosas. Estuvo relacionado con grandes santos del siglo de oro español: Juan de Dios, Ignacio de Loyola, Francisco de Borja, Teresa de Jesús. Esta última le dio a examinar el libro de su vida.
Una de las virtudes principales del padre Juan de Ávila fue su gran amor a la Eucaristía. Ya enfermo, quiso ir a celebrar misa a una ermita, pero por el camino se sintió imposibilitado. Entonces, el Señor se le apareció, en figura de peregrino, y le animó a llegar hasta la meta. En una de las últimas ocasiones en que celebró la misa le habló el crucifijo: “Perdonados te son tus pecados”.
Murió el 10 de mayo de 1569. Santa Teresa, al enterarse de la muerte de Juan de Ávila, se puso a llorar. Cuando le preguntaron por qué lloraba, respondió: “Lloro porque la Iglesia de Dios pierde pierde a una gran columna”. Fue beatificado el 4 de abril de 1894 por el papa León XIII. Pío XII lo declaró Patrono del clero secular español el 2 de julio de 1946, y el papa Pablo VI lo canonizó el 31 de mayo de 1970.
El 7 de octubre de 2012 su nombre fue agregado a la lista de Doctores de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI.
Escucharte cuando me llamas
Santo Evangelio según san Juan 10, 22-30. Martes IV de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, te doy gracias por el don de mi vida. Gracias por haberme hecho hijo tuyo. Gracias por todos los dones que día a día me das. Perdona las veces que no he correspondido a tu amor. Ayúdame a amarte cada vez más y más. Te pido aumentes mi fe, mi esperanza y mi caridad. Inflama mi corazón de un celo ardiente por la salvación de las almas y por la extensión de tu Reino.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 10, 22-30
Por aquellos días, se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era invierno. Jesús se paseaba por el templo, bajo el pórtico de Salomón. Entonces lo rodearon los judíos y le preguntaron: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si Tú eres el Mesías, dínoslo claramente”.
Jesús les respondió: “Ya se los he dicho y no me creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y Yo somos uno”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Son tres las características que pones a las ovejas que son de tu rebaño. La primera es que ellas escuchan tu voz, la segunda es que Tú las conoces, la tercera es que ellas te siguen. Hoy quisiera preguntarme delante de ti si soy, según estas características, oveja de tu rebaño. Yo quiero, Señor, ser una de tus ovejas. Ésa de la que te preocupas, la cuidas, la alimentas, la proteges. Dame la gracia de ser oveja de tu redil y jamás salirme de allí.
¿Sé escucharte en mi vida? Obviamente que no me hablas con una voz física, con apariciones espectaculares, o grandes visiones. No. Tú generalmente hablas de otra manera. Pero siempre hablas. Tal vez, soy yo quien no te escucha. Tú me hablas a través de las Sagradas Escrituras, del sacerdote, de mis padres, de mis superiores. Me puedes hablar también por medio del buen consejo de un amigo, de un bello paisaje de la naturaleza o incluso en aquel suceso que puedo considerar casualidad. Siempre me hablas, sólo necesito escucharte.
¿Me conoces, Señor? Sobre esto creo que no hay dudas. Nadie me conoce mejor que Tú. Me conoces incluso más que yo mismo. En otro pasaje que hablas de las ovejas, dices que las llamas por el nombre. Esto me ilumina. Me conoces por mi nombre. No hay confusión de personas en tus designios. Me conoces por mi nombre, por lo más mío de mí. No me conoces por un número, por mis cualidades o pecados, por mis obras buenas o las malas. Tampoco me conoces por la ropa que llevo, el trabajo que tengo o las cosas que uso. Me conoces en lo más íntimo, me conoces tal y como soy, y no en las apariencias.
¿Te estoy siguiendo? Una cosa es escucharte, Señor, y otra es dar el paso, dejarlo todo y seguirte. No basta con escuchar, es necesario ponerse en marcha. Seguirte es imitarte, conocerte, amarte. Seguirte es ir contigo, acompañarte, sufrir contigo, tomar la cruz. Seguirte es amar al prójimo, cuidar tus dones, cumplir tus consejos. Seguirte es ver a quien camina adelante limpiando el camino, protegiendo, guiando.
Dame la gracia, Jesús de confiar en ti porque Tú has dicho que nadie puede arrebatarme de tu mano. Cuida siempre de mí y jamás permitas que me salga de tu redil.
«Estas palabras nos ayudan a comprender que nadie puede decirse seguidor de Jesús si no escucha su voz. Y este “escuchar” no hay que entenderlo de una manera superficial, sino comprometedora, al punto que vuelve posible un verdadero conocimiento recíproco, del cual pueden surgir un seguimiento generoso, expresada en las palabras “y ellas me siguen”. Se trata de un escuchar no solamente con el oído, sino ¡una escucha del corazón! Por lo tanto, la imagen del pastor y de las ovejas indica la estrecha relación que Jesús quiere establecer con cada uno de nosotros. Él es nuestra guía, nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro modelo, pero sobre todo es nuestro salvador». (Regina Coeli de S.S. Francisco, 17 de abril de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy rezaré un Padrenuestro por la conversión de los pecadores.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La Eucaristía es Banquete de unidad
En este Banquete nos unimos todos, participando de un mismo Cuerpo y de una misma Sangre.
Entremos en el “sancta sanctorum” de la eucaristía. La eucaristía encierra estos aspectos:
Primero: La eucaristía, es banquete que muestra la unidad de la Iglesia y en la Iglesia.
Segundo: La eucaristía es el Sacrificio de Cristo en la Cruz para salvarnos. Sacrificio renovado y actualizado en nuestros altares. Sacrificio que da la vida.
Tercero: La eucaristía mira también hacia el futuro, hacia el cielo, ya que es prenda de la gloria final.
Cuarto: La eucaristía nos une personalmente con Cristo, nos hace entrar en comunión con Cristo de una manera íntima, pero real.
Quinto: La eucaristía requiere fe, pues es el misterio de fe por excelencia. Por eso, nos pregunta Cristo: “¿También vosotros queréis iros?
Veamos el primer aspecto: ¡La Eucaristía es el banquete que muestra la unidad de la Iglesia y en la Iglesia!
Lo primero que llama la atención cuando participamos de la santa misa es su carácter de banquete. Observemos a nuestro alrededor.
• Vestimenta del sacerdote, según el período litúrgico.
• Manteles limpios y tendidos sobre el altar.
• Flores variadas que perfuman el recinto sagrado.
• Velas sobre el altar que invitan a la cena.
• Pan y vino compartidos, convertidos en Cuerpo y Sangre de Cristo.
• Alegres cantos.
• Saludos y abrazos de paz y fraternidad.
Este banquete está ordenado a la unidad de la Iglesia. Tanto el pan, elaborado con muchos granos de trigo, como el vino, exprimido de muchos racimos, constituyen también un símbolo de la íntima unidad que la eucaristía realiza entre nosotros, que somos muchos.
Asimismo, la gota de agua que el sacerdote mezcla con el vino es expresión del pueblo cristiano que se sumerge en Cristo. Por tanto, ya en el plano de los signos que vemos en cada misa: banquete, pan, vino, gota de agua, cantos… se muestra la eucaristía como sacramento de unidad de la iglesia.
Ahora entendemos por qué el Papa Juan Pablo II en su encíclica sobre la eucaristía titula el capitulo II: “La Eucaristía edifica la Iglesia”, y el capitulo IV: “Eucaristía y comunión eclesial”
La eucaristía es banquete que realiza la unidad de la Iglesia. El que recibe la eucaristía, el que comulga, manifiesta que está unido con Cristo. Y como Cristo es la Cabeza, y su cuerpo es la iglesia, y no puede separarse Cabeza y Cuerpo… de aquí se deduce que quien comulga a Cristo Cabeza también se une y se incorpora a su Cuerpo, que es la Iglesia.
Por eso decimos que la eucaristía es el sacramento de la unidad de la iglesia. Comulgando a Cristo, nos unimos a la iglesia, que es su Cuerpo místico. La eucaristía es lo más excelso, lo más hermoso, lo más valioso.
Esto hace que, aunque somos muchos, en la eucaristía somos uno en Cristo. Si bien es Cristo quien penetra en nosotros, también es cierto que por la eucaristía penetramos nosotros en Cristo. Y, ¡lo más admirable!, dentro de Cristo, donde la división no tiene cabida, nos encontramos con nuestros hermanos, que en Cristo formamos un solo cuerpo, que es la iglesia.
La eucaristía es banquete, donde recibimos el cuerpo resucitado y glorificado de Cristo. Y al entrar el Cuerpo glorificado de Cristo en nuestra carne mortal, la va espiritualizando, santificando, purificando y llenándola de inmortalidad. La vida nueva que recibimos y que se aumenta en cada comunión es ya el inicio y germen de la vida eterna.
Todos nosotros, por naturaleza, estamos divididos en personas bien diferentes individuales y separadas, pero al alimentarnos en este banquete eucarístico de una sola carne –la de Cristo- nos mancomunamos en un solo Cuerpo, el de Cristo.
Por la eucaristía comulgamos a Cristo, recibimos su humanidad y su divinidad. Y por la eucaristía en cierta manera nos unimos todos. Participando de un mismo Cuerpo y de una misma Sangre, llegamos a ser de un mismo Cuerpo y de una misma Sangre, miembros los unos de los otros. ¡Es algo muy sublime todo esto que estoy diciendo, pero es verdad!
Ahora entendemos mejor lo que dijo el papa en su encíclica: “La eucaristía edifica la Iglesia”.
Esta Comunión nos une, no sólo con quienes están hoy aquí con nosotros, compartiendo esta eucaristía, sino con todos los cristianos de todos los tiempos, apóstoles, mártires, santos de todas las épocas que ya están con Dios celebrando la liturgia celestial.
Por eso, si queremos ser completos, debemos decir que esa unión tan estrecha con la comunión se extiende también a los santos del cielo. Sí, en cada misa, que es banquete, se une cielo y tierra.
Todo esto que hemos dicho nos compromete a una cosa: a vivir la unión, la caridad y la armonía entre nosotros. Las faltas de caridad atentan contra la eucaristía. Ahora entendemos por qué si no tenemos caridad, si no vivimos la caridad, si no vivimos la unión perfecta en el matrimonio… no podemos ni debemos comulgar.
Oh, gran misterio el de la eucaristía. Gracias, Señor, por tu eucaristía.
La Universidad abre la mente a horizontes de saber y de vida
La importancia de la universidad en el crecimiento personal y humano, en el conocimiento, y en el diálogo intercultural, fueron los temas tocados por el Papa en su encuentro en la Universidad de Macera
“La universidad es -o al menos debería ser- el lugar donde la mente se abre a los horizontes del conocimiento, a los horizontes de la vida, del mundo, de la historia”. Lo dijo el Papa al recibir, este mediodía, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, a unos 150 alumnos y docentes de la Universidad de Macerata, una de las más antiguas de Europa.
La amistad entre Occidente y Oriente, el encuentro entre diferentes culturas, el drama de la guerra, el fenómeno de la migración y la paz, temas tocados por el rector en su saludo y presentación de la universidad, fueron los temas que inspiraron al Santo Padre en su reflexión sobre la importancia de la universidad en la formación de los jóvenes, no sólo por la apertura de horizontes sino de su propia persona, como parte del universo.
Los universos de la universidad
“En la universidad, por tanto, se encuentran dos universos: el del mundo, el del conocimiento, y el del hombre; no el hombre en general, que no existe, sino esa persona, ese joven, con su historia y su personalidad, sus sueños y sus cualidades intelectuales, morales y espirituales…”, subrayó el Papa al puntualizar que cada estudiante que cruza el umbral de la universidad es, en sí mismo, un universo.
En este contexto, el Pontífice enfatizó que el reto de la universidad es reunir estos dos horizontes, el del mundo y el personal, para que dialoguen, y de este diálogo surja el crecimiento de la humanidad. Pero, además, el Santo Padre recalcó la importancia de que en ese crecimiento del propio alumno debe madurar no solo el conocimiento, la capacidad de pensar y actuar, sino también la libertad y la participación “crítica y creativa” en la vida social y civil, con su propia competencia cultural y profesional.
“Cada persona individual es un universo, que sólo Dios conoce plenamente, con incomparable respeto”, aseguró el Pontífice.
Inversión para el futuro
Francisco recordó las reflexiones de San John Henry Newman sobre la universidad, donde escribe que en el ambiente universitario el joven «forma un hábito mental que dura toda la vida, cuyos atributos son la libertad, la equidad, la calma, la moderación y la sabiduría».
“Este crecimiento humano de las personas – señaló el Santo Padre – sólo puede tener un impacto positivo en la sociedad. Por tanto, invertir en formación, en escuelas, en universidades es la mejor inversión para el futuro de un país. Lo sabemos, lo oímos repetir a menudo, pero no siempre tomamos decisiones coherentes”.
En efecto, el Papa cuestionó que esta idea de universidad está muy distante de la que surgió con la Ilustración, más preocupada por inculcar conocimientos, “llenando la cabeza de cosas…”, sin “intervenir toda la persona, sus afectos y su forma de sentir”, sino sólo su “forma de pensar y de actuar”.
“Es importante encontrar una armonía humana, no pensar en la universidad como una fábrica de macrocéfalos que no saben qué hacer con sus manos o su corazón…”, criticó el Santo Padre.
Francisco invitó a los universitarios de macerata a profundizar en la cultura del encuentro y el diálogo.
Mateo Ricci: “Ciudadano de las personas”
El Papa retomó el tema de la interculturalidad señalado por el rector de la Universidad de Macerata para enfatizar que el encuentro entre diferentes culturas, no es una cuestión automática: “No basta con reunir a profesores y estudiantes de distintos orígenes. Tenemos que desarrollar una cultura del encuentro. Y la universidad es sin duda un lugar privilegiado para hacerlo”.
Al concluir, Francisco recordó que Macerata fue la cuna de un gran «campeón» de esta cultura, el padre Matteo Ricci: Es grande, no sólo por las cosas que ha hecho y escrito, es grande porque es un hombre de encuentros, un hombre de la cultura del encuentro, un hombre que ha ido más allá de ser extranjero, se ha convertido en un ciudadano del mundo porque es un ‘ciudadano de las personas’, porque esta es la cultura del encuentro”.
De allí su exhortación a los alumnos y docentes universitarios a no sólo “preservar su memoria y promover estudios sobre él, sino también para intentar actualizar su ejemplo de diálogo intercultural: “¡Cuánta necesidad hay hoy en día, a todos los niveles, de seguir decididamente este camino, el del diálogo!, concluyó el Papa.
10 razones para amar y honrar a la Virgen María
10 razones para crecer en el amor a la Madre de Dios, porque mientras más se recurra a ella, más podrá ayudar al ser humano en su camino al cielo
La Virgen María estuvo presente en la encarnación, nacimiento, primer milagro, pasión y muerte de Jesucristo, recibió con los apóstoles al Espíritu Santo en Pentecostés, y hoy sigue participando de la historia de la salvación llevando a todos los fieles a su Hijo.
El National Catholic Register propone 10 razones para crecer en el amor a la Madre de Dios, porque mientras más se recurra a ella, más podrá ayudar al ser humano en su camino al cielo.
1. Amar a María es agradable a Dios
No se puede superar a Dios. Nadie ha amado y honrado a María más de lo que Dios lo hizo. Dios Padre la eligió para ser la Madre de su Hijo único; ella es la esposa del Espíritu Santo y la madre del Hijo unigénito de Dios.
2. Es ejemplo de humildad
“Como la más humilde sierva del Señor que está ‘llena de gracia’ María era el instrumento perfecto de Dios, porque ella no era otra cosa que su instrumento”, dijo el escritor católico y místico, Thomas Merton.
3. Es una manera de imitar a Jesús
Jesús sigue el Cuarto Mandamiento y honra a su madre. Por lo tanto, todo hijo de Dios debe hacer lo mismo.
4. Es una forma de imitar a los santos
No hay santo que no amara ni honrara a María. Muchos de ellos raramente no tenían un Rosario a la mano.
5. María es la intercesora por excelencia
Jesús realizó su primer milagro público porque su madre intercedió. Cristo dijo que todavía no era su hora, pero su Madre le pidió ayuda. La Biblia es clara: María influye en su Hijo.
6. Es bíblico incluir a María
La Santísima Madre fue parte de la encarnación, nacimiento, primer milagro, pasión y muerte de Jesús y recibió al Espíritu Santo junto a los apóstoles. Se cree que estuvo presente durante la Ascensión de Nuestro Señor. Jesús y María van juntos.
7. Es histórico
Durante los tiempos del Antiguo Testamento, era a la Reina, la madre del rey en aquellos días, a quien la gente acudía con sus peticiones. La mejor oportunidad de obtener una buena respuesta del rey era la petición de su madre. Así fue como se hizo durante el tiempo del Rey David, y Jesús desciende de la Casa de David.
8. Dios continúa dándonos a su madre
Una multitud de apariciones marianas aprobadas por la Iglesia muestra que Dios continúa enviando a su madre para que nos ayude. Por ejemplo, en Fátima, hace 100 años, el 13 de octubre, hubo 70.000 personas que presenciaron el denominado “Milagro del sol”, en el que la Virgen María se aparece a los pastorcitos Jacinta, Francisco y Lucía. Su mensaje para nosotros es orar y hacer reparación por los pecados de los hombres.
9. El Rosario es un arma poderosa
El Padre Pío y muchos santos lo llamaron un arma contra el mal y lo rezaron continuamente. Hay muchas historias de milagros documentadas e historias personales atribuidas al rezo del Rosario.
10. María es justa
Nadie podría argumentar que ella no es la más justa, por ello, la Biblia da fe del poder de sus oraciones.
“La oración del justo tiene gran poder en su efecto” (Santiago 5:16) y “Dios oirá las oraciones de los justos” (Prov. 15:20).
Flor del 9 de mayo: Madre del buen consejo
Fiesta de Nuestra Señora de los Milagros
Meditación: María nos aconsejó en las bodas de Caná, “Haced lo que El os diga” (Juan 2,5), y nos lo vuelve a dictar. ¿Qué quiere Cristo de mi?. ¿Lo podemos seguir cuando nos dice “deja todo y sígueme?”.
“Hijo, ¿por qué nos haz hecho esto?” (Lucas 2,48). Cristo tenía que mostrarnos ante todo más el amor a Dios que el de la familia. ¡Pero cuántas veces abandonamos a nuestra Madre por amores, caprichos, vanidades y miedos!.
Oración: ¡Oh dulce consejera del alma, oh hermosa Esclava!. Entrega a Dios nuestra alma para que se haga santa, que abramos nuestros oídos y seamos hijos solícitos. Amén.
Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
Florecilla para este día: Ser un verdadero Cristo al aconsejar a mi hermano.
¡Madre, Yo Soy!
El Shabbat había quedado atrás
María finalmente fue presa del sueño. La noche anterior le había sido imposible dormir. Su corazón oprimido por el dolor y su mente confundida por pensamientos venidos de todas direcciones le habían impedido alcanzar el mínimo de serenidad necesario para conciliar el sueño.
Pero a la noche siguiente el agotamiento la venció. Cayó rendida en el cómodo diván que el bondadoso Nicodemo le había ofrecido al acogerla en su casa después de la apresurada sepultura del cuerpo de Jesús.
Dormía plácidamente, recostada sobre su costado izquierdo. Sería la tercera vigilia de la noche cuando Jesús se hizo presente en aquella espaciosa habitación sin hacer el menor ruido. El Señor se acercó al diván y se arrodilló ante María en profunda contemplación. Así pasó varios minutos.
No solo las madres observan extasiadas a sus bebés; también los hijos agradecidos disfrutan velando el sueño apacible de sus padres. Era Dios admirando a la más excelsa y pura de sus creaturas; era el Hijo contemplando a la más tierna y generosa de las Madres.
El rostro de María aparecía lívido, como descolorido por tantas lágrimas que habían corrido por él y, sin embargo, no perdía su belleza virginal.
Jesús se acercó y depositó un beso en su sien derecha al mismo tiempo que acarició reverentemente la cabeza de su madre con su mano gloriosa.
Y le susurró: “Madre, aquí estoy”.
¿Podía haberlo hecho de otra manera?
Este fue el momento de la Resurrección de María. Una claridad enrojeció la cortina de sus párpados aún cerrados, hasta que comenzó a abrirlos y vio el rostro radiante y sonriente de su hijo. Era una claridad que no hería. No se sobresaltó; acaso pensara que todo era un sueño, pero muy pronto se percató de que no lo era y se incorporó de golpe, quedando sentada en el diván con los ojos bien abiertos. Jesús seguía de rodillas, con la más hermosa de las sonrisas dibujada en su rostro sereno y luminoso.
“Madre, Yo Soy” (Ex 3, 14; Jn 8, 28), le dijo Jesús, tomándola de las manos. El rostro de María resucitó y recobró su color rosáceo como por arte de magia. Instintivamente María liberó sus manos de las de Jesús para llevarlas al rostro de su hijo y lo acarició. Hasta ese momento la emoción le había robado las palabras. Sólo pudo decir: “mi niño”. Las lágrimas desbordaron los diques de sus párpados y comenzaron a deslizarse por su rostro; eran lágrimas de un sabor muy distinto a todas las que había derramado el día anterior.
Finalmente María rompió el éxtasis: “¿Pero, cómo…?” Jesús se limitó a responderle: “Madre, para esto he venido, para hacer nuevas todas las cosas. He triunfado para siempre sobre la muerte y sobre el pecado. Todo empieza de nuevo…”.
Ella no necesitaba explicaciones lógicas o teológicas. Le era suficiente ver a su hijo vivo nuevamente. Fiel a su misión de intercesora, comenzó a hablarle de la tristeza de Pedro, del abatimiento de María Magdalena, del fin de Judas… de cómo se encontraban todos los demás.
“No te preocupes –le dijo Jesús, iré a buscarlos a cada uno de ellos, ahí donde se encuentren. Y Judas… ten fe, está bien…”.
Rayaba el alba y Jesús le dijo que debía irse a buscar a sus amigos, pero se volverían a ver más tarde. Los dos se fundieron en un abrazo que duró varios segundos; María recostó su cabeza sobre el hombro de su hijo y Él la acarició nuevamente con nobleza y ternura. Jesús se fue separando poco a poco, tomó el rostro de María con sus manos y la besó en la frente. María tomó las manos de su hijo y por primera vez vio las huellas de su pasión; reverentemente las besó como hace toda madre con las manos de su hijo sacerdote. Jesús se puso de pie, se apartó un poco, y con una sonrisa pícara, sin moverse, fue desapareciendo lentamente de su vista, ante la sorpresa de María. Ella entonces cayó de rodillas y comenzó a orar como solía: “Magnificat Anima mea Dominum…”.
La sonrisa había vuelto a su rostro, una sonrisa que jamás se volvería a ir. Era la sonrisa de la Alegría Pascual.
Sí, el Shabbat había visto su ocaso, y esta vez para siempre. Había cedido su lugar al Dies Domini*…
*Dies Domini: El Día del Señor (el Domingo, que al igual proviene de la palabra latina Dominus).
San Juan de Ávila, gran escritor ascético
Doctor de la Iglesia que sufrió cárcel por envidias
San Juan de Ávila nació en Almodóvar del Campo (Ciudad Real, España) el 6 de enero de 1500. Durante sus estudios fallecieron sus padres y al ordenarse sacerdote en 1526, vendió todos los bienes de la herencia y repartió el dinero entre los pobres.
A partir de ese momento quiso dedicarse enteramente a la evangelización. Pensó ser misionero en México, pero el obispo de Sevilla le mandó que evangelizara Andalucía. Y lo hizo de tal modo que se le llama “Apóstol de Andalucía”.
A causa de la envidia, fue acusado ante la Inquisición y sufrió cárcel dos años. En ese tiempo, escribió “Audi filia”, que está considerado un tratado ascético de referencia.
Falleció en Montilla (Córdoba, España) el 10 de mayo de 1569.
Benedicto XVI lo proclamó doctor de la Iglesia el 7 de octubre de 2012.
Santo patrón
San Juan de Ávila es patrono del clero secular de España y Apóstol de Andalucía.
El amor según san Juan de Ávila
“Pues veamos ahora , Señor, si vos nos amáis; y si es así, cuánto es el amor que nos tenéis.
Mucho aman los padres a los hijos; pero ¿por ventura nos amáis vos como padre? No hemos entrado nosotros en el seno de vuestro corazón, Dios mío, para ver esto: más el Unigénito vuestro, que descendió de ese seno, trajo señas de ello, y nos mandó que os llamásemos Padre por la grandeza del amor que nos tenías, y de tal manera lo eres y tales obras haces, que, en comparación de tus entrañas paternales, no hay alguno que así pueda llamarse.
Bien conocía esto tu profeta cuando decía: Mi padre y mi madre me dejaron, y el Señor me recibió. Tú mismo te quisiste comparar con los padres diciendo con Isaías: ¿Por ventura habrá alguna mujer que se olvide del niño chiquito, que salió de sus entrañas? Posible será que se olvide, más yo nunca me olvidaré de ti porque en mis manos te tengo escrito y tus muros están delante de mí. Y porque entre las aves, el águila es más afamada en amar a sus hijos, con el amor de ella nos quisiste comparar la grandeza tu amor: Así como águila defendió su nido, y como a sus polluelos, extendió sus alas y los trajo sobre sus hombros. Sobre este amor es el del esposo a la esposa, del cual dice: por éste dejará el hombre a su padre y a su madre, y serán dos en una misma carne; más a éste sobrepasa tu amor; porque, según dices tú por Jeremías, si el marido echa a su mujer de casa y, echada se junta con otra, ¿ por ventura volverá otra vez a él? Mas tú has fornicado con cuantos amadores has querido; pues con todo, vuélvete a mí, dice el Señor, que yo te recibiré”. (Tratado del amor de Dios, 7,38 s.s.)