Jesús alaba al Padre porque favorece a los pequeños. Es lo que Él mismo experimenta predicando en los pueblos: los “sabios” y los “inteligentes” permanecen desconfiados y cerrados, hacen cálculos; mientras que los “pequeños” se abren y acogen el mensaje. Esto solo puede ser voluntad del Padre, y Jesús se alegra. También nosotros debemos alegrarnos y alabar a Dios porque las personas humildes y sencillas acogen el Evangelio. Yo me alegro cuando veo esta gente sencilla, esta gente humilde que va en peregrinación, que va a rezar, que canta, que alaba, gente a la cual quizá le faltan muchas cosas pero la humildad les lleva a alabar a Dios. En el futuro del mundo y en las esperanzas de la Iglesia están siempre los “pequeños”: aquellos que no se consideran mejores que los otros, que son conscientes de los propios límites y de los propios pecados, que no quieren dominar sobre los otros, que, en Dios Padre, se reconocen todos hermanos. Por lo tanto, en ese momento de aparente fracaso, donde todo está oscuro, Jesús reza alabando al Padre. Y su oración nos conduce también a nosotros, lectores del Evangelio, a juzgar de forma diferente nuestras derrotas personales, las situaciones en las que no vemos clara la presencia y la acción de Dios, cuando parece que el mal prevalece y no hay forma de detenerlo. Jesús, que también recomendó mucho la oración de súplica, precisamente en el momento en el que habría tenido motivo de pedir explicaciones al Padre, sin embargo lo alaba. Parece una contradicción, pero está ahí, la verdad. (Audiencia General, 13 enero 2021)

Matthew 11:25-30

Amigos, en el Evangelio de hoy el Señor nos ofrece aliviar nuestras cargas: “Carguen sobre ustedes mi yugo . . . y así encontrarán alivio”. Jesús casi siempre habla por medio de paradojas, y esta es una más. “Carguen mi yugo”. Ahora, si estoy agobiado creo que lo último que necesito es un yugo que haga mi vida aún más pesada. 

Pero aquí está la paradoja: ¿qué es lo que hace que nuestras vidas sean pesadas y agobiadas? Precisamente cargar con nuestros propios egos, el peso de uno mismo. Cuando me agrando con mi propia importancia estoy bajo todo ese peso. Jesús dice: “Transfórmate en un niño. Quítate ese peso de encima y ponte el peso de mi yugo de obediencia al Padre”.

Así es como funciona: si tienes dos animales unidos entre sí, cuando ambos están empujando lo que están haciendo es uno el trabajo del otro. Jesús dice que, si tu vida está muy pesada y agobiada, probablemente sea porque estás atrapado bajo el peso de tu propio sentido de autosuficiencia. Deshazte de ello y toma el yugo de la obediencia de Cristo sobre tus hombros. Permítete ser guiado.

Sagrado Corazón de Jesús

Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho hombre

Explicación de la fiesta
La imagen del Sagrado Corazón de Jesús nos recuerda el núcleo central de nuestra fe: todo lo que Dios nos ama con su Corazón y todo lo que nosotros, por tanto, le debemos amar. Jesús tiene un Corazón que ama sin medida.
Y tanto nos ama, que sufre cuando su inmenso amor no es correspondido.

La Iglesia dedica todo el mes de junio al Sagrado Corazón de Jesús, con la finalidad de que los católicos lo veneremos, lo honremos y lo imitemos especialmente en estos 30 días.

Esto significa que debemos vivir este mes demostrandole a Jesús con nuestras obras que lo amamos, que correspondemos al gran amor que Él nos tiene y que nos ha demostrado entregándose a la muerte por nosotros, quedándose en la Eucaristía y enseñándonos el camino a la vida eterna.
Todos los días podemos acercarnos a Jesús o alejarnos de Él. De nosotros depende, ya que Él siempre nos está esperando y amando.

Debemos vivir recordandolo y pensar cada vez que actuamos: ¿Qué haría Jesús en esta situación, qué le dictaría su Corazón? Y eso es lo que debemos hacer (ante un problema en la familia, en el trabajo, en nuestra comunidad, con nuestras amistades, etc.).
Debemos, por tanto, pensan si las obras o acciones que vamos a hacer nos alejan o acercan a Dios.

Tener en casa o en el trabajo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, nos ayuda a recordar su gran amor y a imitarlo en este mes de junio y durante todo el año.

Origen de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

Santa Margarita María de Alacoque era una religiosa de la Orden de la Visitación. Tenía un gran amor por Jesús. Y Jesús tuvo un amor especial por ella.
Se le apareció en varias ocasiones para decirle lo mucho que la amaba a ella y a todos los hombres y lo mucho que le dolía a su Corazón que los hombres se alejaran de Él por el pecado.
Durante estas visitas a su alma, Jesús le pidió que nos enseñara a quererlo más, a tenerle devoción, a rezar y, sobre todo, a tener un buen comportamiento para que su Corazón no sufra más con nuestros pecados.

El pecado nos aleja de Jesús y esto lo entristece porque Él quiere que todos lleguemos al Cielo con Él. Nosotros podemos demostrar nuestro amor al Sagrado Corazón de Jesús con nuestras obras: en esto precisamente consiste la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Las promesas del Sagrado Corazón de Jesús:
Jesús le prometió a Santa Margarita de Alacoque, que si una persona comulga los primeros viernes de mes, durante nueve meses seguidos, le concederá lo siguiente:

1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado (casado(a), soltero(a), viudo(a) o consagrado(a) a Dios).
2. Pondré paz en sus familias.
3. Los consolaré en todas las aflicciones.
4. Seré su refugio durante la vida y, sobre todo, a la hora de la muerte.
5. Bendeciré abundantemente sus empresas.
6. Los pecadores hallarán misericordia.
7. Los tibios se harán fervorosos.
8. Los fervorosos se elevarán rápidamente a gran perfección.
9. Bendeciré los lugares donde la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada.
10. Les daré la gracia de mover los corazones más endurecidos.
11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón y jamás será borrado de Él.
12. La gracia de la penitencia final: es decir, no morirán en desgracia y sin haber recibido los Sacramentos.

Oración de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús

Podemos conseguir una estampa o una figura en donde se vea el Sagrado Corazón de Jesús y, ante ella, llevar a cabo la consagración familiar a su Sagrado Corazón, de la siguiente manera:

Señor Jesucristo, arrodillados a tus pies,
renovamos alegremente la Consagración
de nuestra familia a tu Divino Corazón.
Sé, hoy y siempre, nuestro Guía,
el Jefe protector de nuestro hogar,
el Rey y Centro de nuestros corazones.
Bendice a nuestra familia, nuestra casa,
a nuestros vecinos, parientes y amigos.
Ayúdanos a cumplir fielmente nuestros deberes, y participa de nuestras alegrías y angustias, de nuestras esperanzas y dudas, de nuestro trabajo y de nuestras diversiones.
Danos fuerza, Señor, para que carguemos nuestra cruz de cada día y sepamos ofrecer todos nuestros actos, junto con tu sacrificio, al Padre.
Que la justicia, la fraternidad, el perdón y la misericordia estén presentes en nuestro hogar y en nuestras comunidades.
Queremos ser instrumentos de paz y de vida.
Que nuestro amor a tu Corazón compense,
de alguna manera, la frialdad y la indiferencia, la ingratitud y la falta de amor de quienes no te conocen, te desprecian o rechazan.
Sagrado Corazón de Jesús, tenemos confianza en Ti.
Confianza profunda, ilimitada.

Sugerencias para vivir la fiesta:

Poner una estampa del Sagrado Corazón de Jesús, algún pensamiento y la oración para la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús.Hacer una oración en la que todos pidamos por tener un corazón como el de Cristo. Leer en el Evangelio pasajes en los que se podamos observar la actitud de Jesús como fruto de su Corazón.

Agradecer siempre

Santo Evangelio según san Mateo 11, 25-30. Sagrado Corazón

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, vengo ante ti porque quiero que me enseñes a orar. Permíteme entrar en tu presencia y escuchar lo que quieres decirme. Señor, Tú conoces mejor que nadie mis necesidades. Concédeme aquellas que más necesito. Quiero conocerte y amarte, pero necesito me des tu gracia porque sin ti nada puedo hacer. Quédate, Señor, conmigo y jamás me abandones. Jamás permitas que nada ni nadie me separe de ti.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 25-30

En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien. El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En el inicio de este pasaje puedo encontrar un modelo de oración, la oración de gratitud. Te detienes un momento a orar con tu Padre y agradecerle. La gratitud es una virtud que conmueve tu corazón. Los que son padres de familia experimentarán mejor que nadie cómo se infla el corazón ante la gratitud de un hijo que valora lo que le das, el esfuerzo que haces por darle lo mejor, o el amor que le brindas. No hay nada que le agrade más a un padre, además de ver felices a sus hijos, que escuchar de ellos un «gracias» y un «te amo».

Esto es lo que me quieres recordar hoy. Tú, Señor, eres Padre, eres mi Padre y por ello, la gratitud es una cualidad que te encanta hallar en tus hijos.

Tal vez en este rato de oración, puedo unir mi acción de gracias a la tuya, Jesús. Dar gracias al Padre por todas las cosas que me ha dado.

Para darte gracias se necesita sólo concentrarse y ver el día a día. Allí voy a encontrar todo por lo que puedo agradecerte. A veces se piensa que la acción de gracias se hace sólo en las fechas especiales, en las grandes ocasiones, en los momentos de felicidad. Pero no. La acción de gracias se puede hacer también en la enfermedad, en la tribulación, en la dificultad. En otras ocasiones me puede pasar que sólo agradezco aquellas cosas grandes, maravillosas, lujosas. Pero en realidad debería agradecer hasta las cosas más elementales que recibo.

Teniendo en cuentas estas ideas, quiero decirte gracias. Gracias, Padre, por mi vida, mi salud o mi enfermedad, mi alegría o mi tristeza. Gracias por el cuerpo que me diste, la familia que me concediste y el país en el que me permitiste nacer. Gracias por el don de mi fe católica, del bautismo y de la oración. Gracias por la comida, (no esa «comida» genérica que no llena a nadie, sino la comida de esta mañana o de anoche). Gracias por mis padres, por mis hermanos, por mis abuelos y tíos, porque de todos ellos he podido aprender algo.

Gracias por el temperamento que me has dado, por la historia que has ido escribiendo con mi vida. Gracias por tu salvación, por haberte hecho hombre por mí, por haberme enseñado el camino al cielo, por haber muerto y resucitado por mí. Gracias por haberme dado a María como mi madre, gracias por la Iglesia, los sacerdotes, los sacramentos. Gracias por esta vocación a la que me llamas.

Gracias por la casa en la que vivo, el trabajo que tengo o del que carezco. Gracias por las cosas materiales que poseo y por aquellas que tal vez me faltan. Gracias por mis amigos, y también por los que me procuran el mal. Gracias por estar siempre presente en mi vida.

Gracias, Señor, por este bello planeta que me has dado, y en el que encuentro huellas de tu poder y de tu amor. Gracias por ese momento en el que encontré a mi pareja, o a este amigo, o a este compañero. Gracias por haberme salvado de caer en este o aquel pecado. Gracias te doy, Dios mío, por…

«Qué importante es saber agradecer al Señor, saber alabarlo por todo lo que hace por nosotros. Y así, nos podemos preguntar: ¿Somos capaces de saber decir gracias? ¿Cuántas veces nos decimos gracias en familia, en la comunidad, en la Iglesia? ¿Cuántas veces damos gracias a quien nos ayuda, a quien está cerca de nosotros, a quien nos acompaña en la vida? Con frecuencia damos todo por descontado. Y lo mismo hacemos también con Dios. Es fácil ir al Señor para pedirle algo, pero regresar a darle las gracias…».

(Homilía de S.S. Francisco, 9 de octubre de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Agradeceré a todos los que hoy me hagan algún favor.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Jesús y los niños

Jesús siente una gran predilección por los niños, y los pone como ejemplo de inocencia

Por: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente: AutoresCatolicos.org

¿Quién no recuerda los años de la infancia? En general, fueron años vividos en la alegría e inocencia. Es bueno adentrarnos en los Evangelios para ver cómo se comportaba Jesús con los niños. Viviendo en una época que ponía la perfección en la ancianidad y despreciaba la infancia, Jesús era un apasionado de los niños, se atrevió a poner a los pequeños como modelos. Él que no quiso tener hijos de la carne, disponía de infinitos ríos de ternura interior; y repartió su amor simultáneamente entre los pecadores y los niños [1].

Jesús siente una gran predilección por los niños, y los pone como ejemplo de inocencia, sencillez y pureza de alma. Es más, Él mismo se identifica con ellos al decir que quien reciba a uno de este pequeños a Él recibe. Para entrar en el cielo hay que hacerse como niño.

Los niños eran en ese tiempo “tolerados” por la simple esperanza de que llegarían a mayores. No eran contados como personas. Su presencia nada significaba en las sinagogas, ni en parte alguna. Parecía que el llegar a viejo era la cima de los méritos. Conversar con un niño era tirar y desperdiciar las palabras. Cuando veamos a los apóstoles apartando de su Maestro a los críos entenderemos que no hacían sino lo que hubiera hecho cualquier otro judío de la época.

Pero Jesús, una vez más, rompería con su época. Donde prevalecía la astucia, entronizaría la sencillez; donde mandaba la fuerza, ensalzaría la debilidad; en un mundo de viejos, pediría a los suyos que volvieran a ser niños.

  1. Postura de Jesús frente a los niños

Jesús conoce a los niños: Sabe cuáles son sus juegos y sus gracias. Y habla de ellos con alegría. En Mateo 11, 16 nos cuenta la parábola de los chiquillos que tocan la flauta a sus amigos y que juegan a imaginarios llantos. En cada pupila de los niños vería su propio rostro y su propia alma. Jesús conoce la ilusión de los niños de correr, hacer sanas travesuras, gritar.

Jesús valora a los niños: Dice que de la boca de los niños sale la alabanza que agrada a Dios (cf. Mt 21, 16). Los pone como modelos de pureza e inocencia. Son ellos, los niños, los que saben, los inteligentes, porque es a ellos a quienes Dios ha entregado su palabra y lo profundo de sus misterios (cf. Mt 11, 25). ¡Cuántos niños nos sorprenden con sus preguntas y respuestas! Un niño vale no porque sea lindo o feo, rico o pobre, listo o menos dotado. Vale por el tesoro de gracia e inocencia que porta dentro de su alma.

Jesús les quiere: Sólo dos veces encontraremos en los Evangelios la palabra “caricias” aplicada a Jesús. Y las dos veces serán caricias dirigidas a los niños (cf. Mc 9, 35-36; Mt 18, 1-5). Les abrazaba, dice uno de los evangelistas, describiendo una efusión que nunca vimos en Jesús ni referida a su madre siquiera. Será una caricia limpia, sin dobles intenciones. Será un abrazo lleno de ternura divina. Al abrazar a un niño, Jesús abrazaba lo mejor de la humanidad.

Jesús se preocupa por ellos: Reprende a quienes les mirasen con desprecio (cf Mt 18, 10); señala, sobre todo, los más duros castigos para quien escandalizare a un niño (cf. Mt 18, 6). Y hasta nos ofrece una misteriosa razón de esta especial preocupación de Dios por ellos: “Porque sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10). Como que los ángeles custodios de los niños están en primera fila en el cielo, recreándole y contándole a Dios las travesuras de esos niños, a ellos encomendados.

Jesús los cura: Cura a esa niña de doce años (cf. Mc 5, 39), a quien llama con dulzura Talitha, es decir, “niña mía”; y la aprieta contra su corazón. Detrás de esta niña se encuentra toda niña de ayer, de hoy y de siempre. Y pide a sus padres que le den de comer. Sí, comida abundante, no sólo para su cuerpo, sino también para su alma.

Cura a la hija endemoniada de una mujer pagana (cf. Mt 15, 21-28). Pagana porque no creía en el Dios verdadero; creía en Baal, el dios engañador, el dios cruel, el dios fornicario, el dios vengativo. Baal es el símbolo del demonio, y los baales equivale a decir, demonios. Pues uno de esos demonios poseía el cuerpecito de esta niña pagana. La fe y la humildad de la madre arrancaron el milagro de Jesús.

Cura al hijo único de una viuda (cf. Lc 7, 11-15). Esta viuda no le pide nada a Jesús, ni por su hijo adolescente ni por ella. Era tan grande su pena y tantas sus lágrimas que no se entera de nada de lo que le rodea. Fue Jesús quien se fijó en el tamaño de la cruz que llevaba aquella mujer. “Joven, a ti te lo digo: levántate”. Levántate y crece, por dentro y por fuera.

Cura al hijo de un oficial real (cf. Jn 4, 46-54). El padre creyó en la palabra de Jesús. Y con la curación creyó también toda su familia. ¿Qué tienen los niños que arrancan de Jesús el milagro?

¿Cómo respondían los niños a Jesús? Los niños, por su parte, quieren a Jesús, también. Corrían hacia Él. Y es misterioso que este Jesús, un tanto frío y adusto ante los lazos familiares, al que encontramos un tanto tenso ante sus apóstoles, sea tan querido por los niños. Los niños tienen un sexto sentido, y jamás correrían hacia alguien en quien no percibieran esa misteriosa electricidad que es el amor.

  1. La llamada de Jesús a la infancia espiritual

Jesús no sólo ama a los niños, sino que les presenta como parte suya, como otros Él mismo: “El que por Mí recibiere a un niño como éste, a Mí me recibe” (Mt 18, 5). Esta frase se ahonda más con otra: “Quien recibe a uno de estos pequeños en mi nombre, a Mí me recibe, y quien me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha enviado” (Mc 9, 37).

Hay en Jesús como una eterna infancia, porque vive en permanente pureza, limpieza de alma, ausencia de ambición y egoísmo. Estas son las cosas que van manchando mi infancia espiritual. Por eso, Jesús se atreverá a pedir a todos el supremo disparate de permanecer fieles a su infancia, de seguir siendo niños, de volver a ser como niños (cf. Mt 18, 2-5).

¿Qué le pedía a Nicodemo? Renacer del agua y del Espíritu (Jn 3, 3). ¿Qué condición les puso a los apóstoles para entrar en el cielo? Hacerse como niños.

La infancia que Jesús propone no es el infantilismo, que es sinónimo de inmadurez, egoísmo, capricho. Es, más bien, la reconquista de la inocencia, de la limpieza interior, de la mirada limpia de las cosas y de las personas, de esa sonrisa sincera y cristalina, de ese compartir generosamente mis cosas y mi tiempo. Infancia significa sencillez espiritual, ese no complicarme, no ser retorcido, no buscar segundas intenciones. Infancia espiritual significa confianza ilimitada en Dios, mi Padre, fe serena y amor sin límites. Infancia espiritual es no dejar envejecer el corazón, conservarlo joven, tierno, dulce y amable. Infancia espiritual es no pedir cuentas ni garantías a Dios.

Ahora bien, la infancia espiritual no significa ignorancia de las cosas, sino el saber esas cosas, el mirarlas, el pensarlas, el juzgarlas como Dios lo haría. La tergiversación de las cosas, la manipulación de las cosas, los prejuicios y las reservas, ya traen consigo la malicia de quien se cree inteligente y aprovechado. Y esta malicia da muerte a la infancia espiritual.

La infancia espiritual no significa vivir sin cruz, de espaldas a la cruz; no significa escoger el lado dulzón de la vida, ni tampoco escondernos y vendar nuestros ojos para que no veamos el mal que pulula en nuestro mundo. No. La infancia espiritual, lo comprendió muy bien santa Teresita del Niño Jesús, supone ver mucho más profundo los males y tratar de solucionarlos con la oración y el sacrificio. Y ante la cruz, poner un rostro sereno, confiado e incluso sonriente. Casi nadie de sus hermanas del Carmelo se daba cuenta de lo mucho que sufría santa Teresita. Ella vivía abandonada en las manos de su Padre Dios. Y eso le bastaba.

Cuatro son las características de la infancia espiritual: apertura de espíritu, sencillez, primacía del amor y sentimiento filial de la vida. Apertura, no cerrazón. Sencillez, no soberbia. Primacía del amor, no de la cabeza. Sentimiento filial, no miedo ni desconfianza.

¿No será el purgatorio probablemente la gran tarea de los ángeles de quitarnos emplastos, capas, láminas que hemos ido acumulando durante la vida…para que vuelva de nuevo a emerger de nosotros ese niño que tenemos dentro y que Dios nos dio el día de nuestro bautismo?

CONCLUSIÓN

Gran tarea: hacernos como niños. Requiere mucha dosis de humildad, de sencillez. Dios nos dice que debemos pasar por la puerta estrecha, si queremos entrar en el cielo. En el Reino de Dios sólo habrá niños, niños de cuerpo y de alma, pero niños, únicamente niños. Dios, cuando se hizo hombre, empezó por hacerse lo mejor de los hombres: un niño como todos. Podía, naturalmente, haberse encarnado siendo ya un adulto, no haber “perdido el tiempo” siendo sólo un chiquillo…Pero quiso empezar siendo un bebé. Lo mejor de este mundo, ¡vaya que lo sabía Dios!, son los niños. Ellos son nuestro tesoro, la perla que aún puede salvarnos, la sal que hace que el universo resulte soportable. Por eso dice Martín Descalzo que si Dios hubiera hecho la humanidad solamente de adultos, hace siglos que estaría podrida. Por eso la va renovando con oleadas de niños, generaciones de infantes que hacen que aún parezca fresca y recién hecha. Los niños huelen todavía a manos de Dios creador. Por eso huelen a pureza, a limpieza, a esperanza, a alegría. ¡No maniatemos a ese niño que llevamos dentro con nuestras importancias, no lo envenenemos con nuestras ambiciones! Por la pequeña puerta de la infancia se llega hasta el mismo corazón del gran Dios.

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[1] Así lo expresaba Papini, con cruel paradoja: “Jesús, a quien nadie llamó padre, sintióse especialmente atraído por los niños y los pecadores. La inocencia y la caída eran, para él, prendas de salvación: la inocencia, porque no ha menester limpieza alguna; la abyección, porque siente más agudamente la necesidad de limpiarse. La gente de en medio está más en peligro: está medio corrompida y medio intacta; los hombres que están infectos por dentro y quieren parecer cándidos y justos; los que han perdido en la niñez la limpieza nativa y no son capaces de sentir el hedor de la putrefacción interna”.

Meditaciones del 16 al 20 de junio del Sagrado Corazón de Jesús con audio

Meditación y oración para cada día del mes de Junio, dedicado al Sagrado Corazón

Nardo del 16 de Junio

¡Oh Sagrado Corazón, traicionado, enllagado, martirizado y destrozado!

Meditación: Oh Señor, casi no te reconozco, ¿por qué he sido tan cruel contigo, si eres El Cristo?. Estás encarnizado, eres una llaga viva, te han flagelado…y te han vestido de rey de burlas, envuelto en un manto púrpura. Perdón, perdón Jesús porque yo te puse ahí.…estas desfigurado, tan sólo Tu hermosa y tierna Mirada apacigua la vergüenza de mi alma. Ojos tristes sí, ojos tristes de mi Jesús que ven lo que soy, lo que fui y todo lo que seré. Pero Tú, Señor, lo haces para darme, darme el perdón, darme Tu Amor y regalarme la Vida con Tu agonía.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla: Ofrezcamos un sacrificio al Señor haciendo algo que sea de Su agrado, pero que nos cueste, recordando que «tu mano derecha no debe saber lo que hace tu mano izquierda».

Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.

🙏 Por las familias (Intenciones del Papa junio 2022)