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El que ama se preocupa por quien falta, siente nostalgia por el que está ausente, busca al que está perdido, espera al que se ha alejado.

Porque quiere que nadie se pierda. (…) Se aflige, se estremece en lo más íntimo y se pone a buscarnos, hasta que nos vuelve a tener en sus brazos.

El Señor no calcula la pérdida y los riesgos, tiene un corazón de padre y madre, y sufre por la ausencia sus hijos amados.

“Pero, ¿por qué sufre, si este hijo es un desgraciado, se fue” Sufre, sufre. Dios sufre por nuestra lejanía, y cuando nos perdemos, espera nuestro regreso.

Recordemos: Dios nos espera siempre con los brazos abiertos, sea cual sea la situación de la vida en la que nos hayamos perdido. (Ángelus, 11 septiembre 2022)

Amigos, el Evangelio de hoy nos muestra un retrato de nuestro Dios, que es pródigo.

El padre representa a Dios cuya naturaleza misma es dar, un Dios que simplemente es amor. Y el hijo menor representa a todos nosotros pecadores que solemos entender mal cómo acceder al amor divino.

Como Dios existe solo en forma de regalo, Su vida no puede convertirse en posesión.

En vez de ello, se “obtiene” solo al transmitirla, solo en la medida en que se regala. Cuando nos aferramos a ella, desaparece, acorde con una especie de física espiritual.

 

En la parábola, la palabra en griego para un “país distante” es chora makra, que significa, literalmente, “el gran vacío”.

Tratar de convertir el don divino en una posesión del ego termina necesariamente en nada, en el no ser, en el vacío.

San Juan Pablo II formuló este principio como “la ley del don”: tu ser aumenta en la medida en que lo regalas.

Si aferrarse y poseer algo son signos del chora makra, entonces la ley del regalo es la dinámica que define la Casa del Padre, donde la mejor ropa, el anillo, y el ternero engordado se ofrecen siempre.

 

 

Sofronio de Jerusalén, Santo

Obispo, 11 Marzo

Martirologio Romano: En Jerusalén, san Sofronio, obispo, que tuvo como maestro y amigo a Juan Mosco, con quien visitó diversos lugares monásticos. Fue elegido, a la muerte de Modesto, para la sede de la Ciudad Santa, y en ella, cuando cayó en manos de los sarracenos, defendió valientemente la fe y la seguridad del pueblo. († 639)

Breve Biografía

 

Sofronio nació en Damasco y desde pequeño estudió tan excesivamente, que estuvo a punto de quedar ciego; pero gracias a eso el santo llegó a ser tan versado en la filosofía griega, que recibió el sobrenombre de «el sofista».

Junto con su amigo, el célebre ermitaño Juan Mosco, viajó mucho por Siria, Asia Menor y Egipto, donde tomó el hábito de monje, el año 580. Los dos amigos vivieron juntos durante varios años en la «laura» de San Sabas y el monasterio de Teodosio, cerca de Jerusalén.

Su deseo de mayor mortificación los llevó a visitar a los famosos ermitaños de Egipto. Después fueron a Alejandría, donde el patriarca San Juan el Limosnero les rogó que permaneciesen dos años en su diócesis para ayudarle a reformarla y a combatir la herejía. En dicha ciudad fue donde Juan Mosco escribió el «Prado Espiritual», que dedicó a San Sofronio. Juan Mosco murió hacia el año 620, en Roma, a donde había ido en peregrinación.

San Sofronio retornó a Palestina y fue elegido patriarca de Jerusalén, por su piedad, saber y ortodoxia.

En cuanto tomó posesión de la sede, convocó a todos los obispos del patriarcado para condenar la herejía monotelita y compuso una carta sinodal, en la que exponía y defendía la doctrina católica. Esa carta, que fue más tarde ratificada por el sexto Concilio Ecuménico, llegó a manos del Papa Honorio y del patriarca de Constantinopla, Sergio, quien había aconsejado al Papa que escribiese en términos evasivos acerca de la cuestión de las dos voluntades de Cristo.

 

Parece que Honorio no se pronunció nunca sobre el problema; su silencio fue muy poco oportuno, pues producía la impresión de que el Papa estaba de acuerdo con los herejes.

Sofronio, viendo que el emperador y muchos prelados del oriente atacaban la verdadera doctrina, se sintió llamado a defenderla con mayor celo que nunca.

Llevó al Monte Calvario a su sufragéneo, Esteban, obispo de Dor y ahí le conjuró, por Cristo Crucificado y por la cuenta que tendría que dar a Dios el día del juicio, «a ir a la Sede Apostólica, base de toda la doctrina revelada, e importunar al Papa hasta que se decidiese a examinar y condenar la nueva doctrina».

Esteban obedeció y permaneció en Roma diez años, hasta que el Papa San Martín I, condenó la herejía monotelita, en el Concilio de Letrán, el año 649.

Pronto tuvo San Sofronio que enfrentarse con otras dificultades. Los sarracenos habían invadido Siria y Palestina; Damasco había caído en su poder en 636; y Jerusalén en 638. El santo patriarca, había hecho cuanto estaba en su mano por ayudar y consolar a su grey, aun a riesgo de su vida.

Cuando los mahometanos sitiaban la ciudad, San Sofronio tuvo que predicar en Jerusalén el sermón de Navidad, pues era imposible ir a Belén en aquellas circunstancias.

 

El santo huyó después de la caída de la ciudad y, según parece, murió al poco tiempo, probablemente en Alejandría.

Además de la carta sinodal, San Sofronio escribió varias biografías y homilías, así como algunos himnos y odas anacreónticas de gran mérito.

Se ha perdido la «Vida de Juan el Limosnero», que compuso en colaboración con Juan Mosco; también se perdió otra obra muy voluminosa, en la que citaba 600 pasajes de los Padres para probar que en Cristo había dos voluntades.

VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)

 

 

Dios Padre eres mi Padre Pródigo

Santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3.11-32.

Sábado II de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

 

Dios y Padre mío en esta oración quiero contemplar tu corazón de Padre pródigo que se derrama en amor y generosidad conmigo. Este pasaje evangélico, esta palabra viva siempre es una gran enseñanza para mí. Quiero en mi oración, dejar que me hables, dejarme interpelar por ti.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3.11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la fortuna’. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: ‘Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré:

 

Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros’. Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus criados: ‘Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado’. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud’.

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: ‘Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado’. El padre le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado’».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

 

Padre mío, en esta ocasión quiero centrar mi mirada en ti como Padre que te prodigas generosamente a tus dos hijos y los amas a cada uno y los acoges con paciencia esperando que puedan libremente ir por el buen camino.

Tu corazón primero que nada se entristece cuando tu hijo menor te pide la parte de su herencia. El padre normalmente hereda cuando ya no está con ellos. Tú, sin embargo, no recriminas; no te enfadas, no te molestas. Te duele el corazón, te preocupa que este hijo tuyo quiera irse de tu casa donde goza de todo lo que necesita y más. Sin embargo, le has dado una libertad, le dejas que tome su camino como así él lo desea. No parece que haya una discusión con él, no le preguntas a dónde se va, con quien va. El hijo se va a un país lejano.

Vives esta pérdida, este duelo; no sabes dónde está, con quien está; qué anda haciendo. Te queda rezar por él. Esperarlo. Y así lo haces. Por eso cuando él regresa te alegras tanto. Te conmueves, corres, te echas al cuello de tu hijo, lo besas.

Y luego haces una fiesta, consideras que tu hijo ha vuelto a la vida, porque has vuelto a encontrar a tu hijo.

Cuánto me alegra, Padre mío, contemplar esta parábola donde me enseñas que Tú me dejas en libertad para escoger los caminos, que vas conmigo; y que si algún día me aparto de ti o ando apartado de ti; me esperas, rezas por mí, me esperas. Me vuelves a dar vida. Puede pasar lo que sea, Tú me recibes.

Quiero, Padre, saber usar mi libertad, no siempre me siento firme para lograr serte fiel, amarte sin debilidades. Gracias por ser misericordioso, gracias por prodigarte en amor.

 

 

Tienes un corazón bueno con todos tus hijos, también con el hijo mayor. También a él lo escuchas con paciencia, dejas que se desahogue; te juzga, te regaña porque eres bueno y misericordios con tu hijo menor. Se niega a entrar al festejo, a alegrarse de que acojas y perdones.

Te pido, Padre amoroso, que también me des a mí un corazón misericordioso como el tuyo que acoge, perdona, no juzga; espera, ora por todos, que hace fiesta cuando alguien vuelve a ti y te pide perdón.

«El relato nos hace ver algunas características de este padre: es un hombre siempre preparado para perdonar y que espera contra toda esperanza. Sorprende sobre todo su tolerancia ante la decisión del hijo más joven de irse de casa: podría haberse opuesto, sabiendo que todavía es inmaduro, un muchacho joven, o buscar algún abogado para no darle la herencia ya que todavía estaba vivo. Sin embargo, le permite marchar, aun previendo los posibles riesgos. Así actúa Dios con nosotros: nos deja libres, también para equivocarnos, porque al crearnos nos ha hecho el gran regalo de la libertad. Nos toca a nosotros hacer un buen uso. ¡Este regalo de la libertad que nos da Dios, me sorprende siempre!». (S.S. Francisco, Ángelus del 6 de marzo de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

El día de hoy buscaré tener un corazón que perdona y pide perdón.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

El hijo pródigo hoy

En la vida de hoy sigue existiendo un gran malestar por los hijos que malgastan su dinero y el de toda la familia con las demandas de la droga y de todas las corruptelas a la que ella conduce

 

 

Hola Jesús

Este día me he sumido en la parábola del hijo pródigo. Es un fiel reflejo de nuestra sociedad actual y de tu misericordia y bondad con los jóvenes actuales y de siempre.

He notado que en esta narración hay dos hijos y un padre. ¡ Lástima que faltara la madre! Daría más calor y sentido a todo el relato evangélico, lleno de confrontaciones.

a) Por una parte está la experiencia del hijo menor. Pide su herencia para irse a otros lugares lejanos a malgastar sus bienes. Tan mal lo pasó que tu Evangelio dice: “Se ajustó con uno de los habitantes de aquel país”. Vivía feliz en su casa y, ahora, no le queda otra solución que ajustarse a lo que le dé el dueño extranjero. Todos hemos experimentado las condiciones de este joven: la adaptación a la leyes de un mundo que nos tiraniza y en el que no reina el mandato de Dios.

 

Este hijo “tiene que guardar cerdos”. En la religión judía era algo degradante e inaceptable. ¿ No es parecida hoy la situación de algunos jóvenes entregados al SIDA y a otras enfermedades provenientes del vicio?

Pero este joven decide volver a la casa paterna. Vuelve, en primer lugar, porque tenía mucha hambre. No tiene dónde caerse muerto.” Los jornaleros de mi padre tienen comida y yo no tengo nada más que bellotas, alimento de cerdos, mal vistos en Israel.

Hay, sin embargo, una segunda motivación mucho más religiosa: ”He pecado contra el cielo y contra ti”. Dice cielo en lugar de Dios. Toma conciencia de que está mal porque ha querido romper el plan de Dios sobre su existencia. Pensando que te piensa, dice:

“Me levantaré e iré a la casa de mi padre”. Ha vuelto pero, en el fondo, se considera un jornalero. No ha entendido todavía que la misericordia del Padre está por encima de todo pecado y traición.

b)El hijo mayor tenía todas las preferencias según la ley de Israel. Le da rabia de que su hermano menor entre en casa de nuevo tras haberse gastado el dinero con prostitutas. No entiende que su hermano ha cambiado de estilo de vida. El mayor era la personificación de la rutina y del apego a tradiciones que, muchas veces, cierran las puertas a Dios. Se enfadó y le tomó inquina al hermano menor. La acogida y el banquete que le prodigó el padre le corroía las entrañas. Había estado siempre a su lado, cierto, pero jamás había comprendido lo que son entrañas de padre.

Era un soltero comodón y mediocre.. ¡ Qué tontada más grande: estamos los creyentes en la casa del Padre y, sin embargo, nos entregamos a conseguir otros premios: el poder, el tener, el aparentar, el cumplimiento frío y seco de nuestros deberes pero sin el menor atisbo de ternura! Será la ternura del padre la que engendre de nuevo la reconciliación en casa y los dos hermanos celebren la fiesta.

 

 

Ese hermano mayor es el prototipo del cristiano que se atiene a lo mandado pero al que le falta experimentar los dones de Dios.

En la vida de hoy sigue existiendo un gran malestar por los hijos que malgastan su dinero y el de toda la familia con las demandas de la droga y de todas las corruptelas a la que ella conduce. No conocerás a ninguna madre que, a pesar de las tropelías que haya cometido su hijo o hija, no anhele su vuelta a casa. El corazón no busca razones para perdonar. Simplemente perdona porque de él nace la fuente perenne del amor.

Aquí es el padre quien manda celebrar una fiesta en contra de los deseos del hijo mayor, el “santurrón y cumplidor de turno”. “Celebra una fiesta y lo besa cariñosamente”… No hay leyes en el corazón del padre. Tan es así que ni siquiera le pide razones de su comportamiento y de su conducta fuera de casa. Simplemente le acoge con un inmenso amor de padre.
Con amistad sincera, Felipe, 21 años.

 

 

Confiar en Dios es ponernos en sus manos

Sábado segunda semana Cuaresma. La conversión del corazón, requiere que estemos dispuestos a soltarnos en Él.

 

 

Confiar en Dios requiere, de cada uno de nosotros, que nos pongamos en sus manos. Esta confianza en Dios, base de la conversión del corazón, requiere que auténticamente estemos dispuestos a soltarnos en Él.

Cada uno de nosotros, cuando busca convertir su corazón a Dios nuestro Señor y busca acercarse a Él, tiene que pasar por una etapa de espera. Esto puede ser para nuestra alma particularmente difícil, porque aunque en teoría estamos de acuerdo en que la santidad es obra de la gracia, en que la santidad es obra del Espíritu Santo sobre nuestra alma, tendríamos que llegar a ver si efectivamente en la práctica, en lo más hondo de nuestro corazón lo tenemos arraigado, si estamos auténticamente listos interiormente para soltarnos en confianza plena para decir: «Yo estoy listo Señor, confío en Ti»

 

Desde mi punto de vista, el alma puede a veces perderse en un campo bastante complejo y enredarse en complicaciones interiores: de sentimientos y luchas interiores; o de circunstancias fuera de nosotros, que nos oprimen, que las sentimos particularmente difíciles en determinados momentos de nuestra vida. Son en estas situaciones en las que cada uno de nosotros, para convertir auténticamente el corazón a Dios, no tiene que hacer otra cosa más que confiar.

Qué curioso es que nosotros, a veces, en este camino de conversión del corazón, pensemos que es todo una obra de vivencia personal, de arrepentimiento personal, de virtudes personales.

Oración por Colombia 🇨🇴

Estamos en Cuaresma, vamos a Ejercicios y hacemos penitencia, pero ¿cuál es tu actitud interior? ¿Es la actitud de quien espera? ¿La actitud de quien verdaderamente confía en Dios nuestro Señor todos sus cuidados, todo su crecimiento, todo su desarrollo interior? ¿O nuestra actitud interior es más bien una actitud de ser yo el dueño de mi crecimiento espiritual?

Mientras yo no sea capaz de soltarme a Dios nuestro Señor, mi alma va a crecer, se va a desarrollar, pero siempre hasta un límite, en el cual de nuevo Dios se cruce en mi camino y me diga: «¡Qué bueno que has llegado aquí!, ahora tienes que confiar plenamente en mí». Entonces, mi alma puede sentir miedo y puede echarse para atrás; puede caminar por otra ruta y volver a llegar por otro camino, y de nuevo va a acabar encontrándose con Dios nuestro Señor que le dice: «Ahora suéltate a Mí»; una y otra vez, una y otra vez.

 

 

Éste es el camino de Dios sobre todas y cada una de nuestras almas. Y mientras nosotros no seamos capaces de dar ese brinco, mientras nosotros no sintamos que toda la conversión espiritual que hemos tenido no es en el fondo sino la preparación para ese soltarnos en Dios nuestro Señor, no estaremos realmente llegando a nada. El esfuerzo exterior sólo tiene fruto y éxito cuando el alma se ha soltado totalmente en Dios nuestro Señor, se ha dejado totalmente en Él. Sin embargo, todos somos conscientes de lo duro y difícil que es.

 

¿Qué tan lejos está nuestra alma en esta conversión del corazón? ¿Está detenida en ese límite que no nos hemos atrevido a pasar? Aquí está la esencia del crecimiento del alma, de la vuelta a Dios nuestro Señor. Solamente así Dios puede llegar al alma: cuando el alma quiere llegar al Señor, cuando el alma se suelta auténticamente en Él.

Nuestro Señor nos enseña el camino a seguir. La Eucaristía es el don más absoluto de que Dios existe. De alguna forma, con su don, el Señor me enseña mi don a Él. La Eucaristía es el don más profundo de Dios en mi existencia. ¿De qué otra forma más profunda, más grande, más completa, puede dárseme Dios nuestro Señor?

Hagamos que la Eucaristía en nuestras almas dé fruto. Ese fruto de soltarnos a Él, de no permitir que cavilaciones, pensamientos, sentimientos, ilusiones, fantasías, circunstancias, estén siendo obstáculos para ponernos totalmente en Dios nuestro Señor.

Porque si nosotros, siendo malos, podemos dar cosas buenas, ¿cómo el Padre que está en los Cielos, no les va a dar cosas buenas a los que se sueltan en Él, a los que esperan de Él?

Pidámosle a Jesucristo hacer de esta conversión del corazón, un soltar, un entregarnos plenamente en nuestro interior y en nuestras obras a Dios. Sigamos el ejemplo que Cristo nos da en la Eucaristía y transformemos nuestro corazón en un lugar en el cual Dios nuestro Señor se encuentra auténticamente como en su casa, se encuentra verdaderamente amado y se encuentra con el don total de cada uno de nosotros.

 

 

Conoce al mártir vietnamita santo Domingo Câm

Este sacerdote atendió a las personas incluso en los últimos días de su vida en la cárcel

 

 

Nació en Cam-Chuong, en la provincia de Tonkín (Vietnam), en el año 1800 en una familia pagana. En la adolescencia se convirtió al cristianismo, y quiso bautizarse con el nombre de Domingo.

Ingresó en la Orden Tercera de Santo Domingo y ya como sacerdote destacó por su infatigable y heroico trabajo durante la persecución religiosa de 1851.

Alguien denunció a Domingo Câm ante el mandarín de la provincia y este dio orden de busca y captura.

Lo encarcelaron en Ha-Lan el 29 de enero de 1859. Trasladado a Hung-Yên, allí fue acusado de profesar una religión prohibida.

El juez quería salvarlo, pero Domingo se negaba a renegar de la fe en Dios.

En la cárcel, confortaba a los que lo visitaban y los alentaba a permanecer en la fe.

Finalmente fue condenado a muerte por el emperador Tu Duc, y decapitado el 11 de marzo de 1859.

Oración

Padre celestial:
Mantén a tus hijos en Vietnam a salvo,
provee para todas sus necesidades
y abre oportunidades para la comunión con otros cristianos.
Ayuda a los creyentes a mantenerse firmes en su fe
a pesar de la tremenda presión que a menudo sufren,
y usa su testimonio para inspirar a otros a entregar sus vidas a Jesús,
siguiendo el ejemplo de testimonios como el de santo Domingo Câm.
Trabaja en los corazones de los gobernantes locales,
para que sus corazones se ablanden hacia los cristianos
e influyan en la forma en que otros tratan a los cristianos.
Amén.