Basil the Great
Gregory Nazianzen
John 1:19-28

En el Evangelio de hoy, Juan el Bautista declara ser una señal antes de Cristo.

¿Por qué, cuando escuchamos por primera vez a Juan el Bautista, él está en el desierto y no en el Templo donde se esperaría que estuviera el hijo de un sacerdote? Bueno, en la época de Juan, el Templo estaba embrollado en complicaciones políticas.

¿Qué atrae a la gente para que vaya al desierto a verlo? Él está ofreciendo lo que el Templo debería ofrecer pero no lo hace: el perdón de los pecados. Ésta fue la importancia del bautismo de Juan.

Pero aquí está lo extraño: no está atrayendo la atención sobre sí mismo. Más bien, se presenta como alguien que señala y prepara el camino del Señor: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen”. Señalaba a quien sería el Templo definitivo.

Y, por lo tanto, fue muy fuerte cuando al ver a Jesús que venía a ser bautizado, dijo: “He aquí el Cordero de Dios”. Ningún israelita del primer siglo habría pasado por alto el significado de eso: he aquí el que ha venido para ser sacrificado. He aquí el sacrificio mismo que juntará, completará y perfeccionará el Templo.

Las angustias, las dificultades y los sufrimientos atraviesan la vida de cada uno, todos nosotros lo conocemos; y muchas veces, la realidad que nos rodea parece ser inhóspita y árida, parecida al desierto en el que resonaba la voz de Juan Bautista, como recuerda el Evangelio de hoy (cf Juan 1, 23). Pero precisamente las palabras del Bautista revelan que nuestra alegría se sostiene sobre una certeza, que este desierto está habitado: «en medio de vosotros —dice— está uno a quien no conocéis» (v 26). Se trata de Jesús, el enviado del Padre que viene, como subraya Isaías «a anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh» (61, 1-2). Él vino a la tierra para devolver a los hombres la dignidad y la libertad de los hijos de Dios que solo Él puede comunicar y a dar la alegría por esto. (Angelus, 17 diciembre 2017) 

Basilio Magno, Santo

Memoria Litúrgica, 2 de Enero

Obispo y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de los santos Basilio Magno y Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la Iglesia. Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia (hoy en Turquía), apellidado “Magno” por su doctrina y sabiduría, enseñó a los monjes la meditación de la Escritura, el trabajo en la obediencia y la caridad fraterna, ordenando su vida según las reglas que él mismo redactó. Con sus egregios escritos educó a los fieles y brilló por su trabajo pastoral en favor de los pobres y de los enfermos. Falleció el día uno de enero de 379. Gregorio, amigo suyo, fue obispo de Sancina, en Constantinopla y, finalmente, de Nacianzo. Defendió con vehemencia la divinidad del Verbo, mereciendo por ello ser llamado “Teólogo”. La Iglesia se alegra de celebrar conjuntamente la memoria de tan grandes doctores.

Etimológicamente: Basilio = Aquel que es un rey, es de origen griego.

Breve Biografía

BASILIO nació en Cesarea, la capital de Capadocia, en el Asia Menor, a mediados del año 329. Por parte de padre y de madre, descendía de familias cristianas que habían sufrido persecuciones y, entre sus nueve hermanos, figuraron San Gregorio de Nicea, Santa Macrina la Joven y San Pedro de Sebaste. Su padre, San Basilio el Viejo, y su madre, Santa Emelia, poseían vastos terrenos y Basilio pasó su infancia en la casa de campo de su abuela, Santa Macrina, cuyo ejemplo y cuyas enseñanzas nunca olvidó. Inició su educación en Constantinopla y la completó en Atenas. Allá tuvo como compañeros de estudio a San Gregorio Nacianceno, que se convirtió en su amigo inseparable y a Juliano, que más tarde sería el emperador apóstata.

Basilio y Gregorio Nacianceno, los dos jóvenes capadocios, se asociaron con los más selectos talentos contemporáneos y, como lo dice éste último en sus escritos, “sólo conocíamos dos calles en la ciudad: la que conducía a la iglesia y la que nos llevaba a las escuelas”. Tan pronto como Basilio aprendió todo lo que sus maestros podían enseñarle, regresó a Cesárea. Ahí pasó algunos años en la enseñanza de la retórica y, cuando se hallaba en los umbrales de una brillantísima carrera, se sintió impulsado a abandonar el mundo, por consejos de su hermana mayor, Macrina. Esta, luego de haber colaborado activamente en la educación y establecimiento de sus hermanas y hermanos más pequeños, se había retirado con su madre, ya viuda, y otras mujeres, a una de las casas de la familia, en Annesi, sobre el río Iris, para llevar una vida comunitaria.

Fue entonces, al parecer, que Basilio recibió el bautismo y, desde aquel momento, tomó la determinación de servir a Dios dentro de la pobreza evangélica. Comenzó por visitar los principales monasterios de Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia, con el propósito de observar y estudiar la vida religiosa. Al regreso de su extensa gira, se estableció en un paraje agreste y muy hermoso en la región del Ponto, separado de Annesi por el río Iris, y en aquel retiro solitario se entregó a la plegaria y al estudio. Con los discípulos, que no tardaron en agruparse en torno suyo, entre los cuales figuraba su hermano Pedro, formó el primer monasterio que hubo en el Asia Menor, organizó la existencia de los religiosos y enunció los principios que se conservaron a través de los siglos y hasta el presente gobiernan la vida de los monjes en la Iglesia de oriente. San Basilio practicó la vida monástica propiamente dicha durante cinco años solamente, pero en la historia del monaquismo cristiano tiene tanta importancia como el propio San Benito.

Lucha contra la herejía arriana

Por aquella época, la herejía arriana estaba en su apogeo y los emperadores herejes perseguían a los ortodoxos. En el año 363, se convenció a Basilio para que se ordenase diácono y sacerdote en Cesárea; pero inmediatamente, el arzobispo Eusebio tuvo celos de la influencia del santo y éste, para no crear discordias, volvió a retirarse calladamente al Ponto para ayudar en la fundación y dirección de nuevos monasterios. Sin embargo Cesárea lo necesitaba y lo reclamó. Dos años más tarde, San Gregorio Nacianceno, en nombre de la ortodoxia, sacó a Basilio de su retiro para que le ayudase en la defensa de la fe del clero y de las Iglesias. Se llevó a cabo una reconciliación entre Eusebio y Basilio; éste se quedó en Cesárea como el primer auxiliar del arzobispo; en realidad, era él quien gobernaba la Iglesia, pero empleaba su gran tacto para que se diera crédito a Eusebio por todo lo que él realizaba. Durante una época de sequía a la que siguió otra de hambre, Basilio echó mano de todos los bienes de todos los bienes que le había heredado su madre, los vendió y distribuyó el producto entre los más necesitados; mas no se detuvo ahí su caridad, puesto que también organizó un vasto sistema de ayuda, que comprendía a las cocinas ambulantes que él mismo, resguardado con un delantal de manta y cucharón en ristre, conducía por las calles de los barrios más apartados para distribuir alimentos a los pobres.

Obispo de Cesárea

El año de 370 murió Eusebio y, a pesar de la oposición que se puso de manifiesto en algunos poderosos círculos, Basilio fue elegido para ocupar la sede arzobispal vacante. El 14 de junio tomó posesión, para gran contento de San Atanasio y una contrariedad igualmente grande para Valente, el emperador arriano. El puesto era muy importante y, en el caso de Basilio, muy difícil y erizado de peligros, porque al mismo tiempo que obispo de Cesárea, era exarca del Ponto y metropolitano de cincuenta sufragáneos, muchos de los cuales se habían opuesto a su elección y mantuvieron su hostilidad, hasta que Basilio, a fuerza de paciencia y caridad, se conquistó su confianza y su apoyo.

Antes de cumplirse doce meses del nombramiento de Basilio, el emperador Valente llegó a Cesárea, tras de haber desarrollado en Bitrina y Galacia una implacable campaña de persecuciones. Por delante suyo envió al prefecto Modesto, con la misión de convencer a Basilio para que se sometiera o, por lo menos, accediera a tratar algún compromiso. Varios habían renegado por miedo, pero nuestro santo le respondió:

¿Qué me vas a poder quitar si no tengo ni casas ni bienes, pues todo lo repartí entre los pobres? ¿Acaso me vas a atormentar? Es tan débil mi salud que no resistiré un día de tormentos sin morir y no podrás seguir atormentándome. ¿Qué me vas a desterrar? A cualquier sitio a donde me destierres, allá estará Dios, y donde esté Dios, allí es mi patria, y allí me sentiré contento . . .

El gobernador respondió admirado: “Jamás nadie me había contestado así”. Y Basilio añadió: “Es que jamás te habías encontrado con un obispo”.

El emperador Valente se decidió en favor de exilarlo y se dispuso a firmar el edicto; pero en tres ocasiones sucesivas, la pluma de caña con que iba a hacerlo, se partió en el momento de comenzar a escribir. El emperador quedó sobrecogido de temor ante aquella extraordinaria manifestación, confesó que, muy a su pesar, admiraba la firme determinación de Basilio y, a fin de cuentas, resolvió que, en lo sucesivo, no volvería a intervenir en los asuntos eclesiásticos de Cesárea.

Pero apenas terminada esta desavenencia, el santo quedó envuelto en una nueva lucha, provocada por la división de Capadocia en dos provincias civiles y la consecuente reclamación de Antino, obispo de Tiana, para ocupar la sede metropolitana de la Nueva Capadocia. La disputa resultó desafortunada para San Basilio, no tanto por haberse visto obligado a ceder en la división de su arquidiócesis, como por haberse malquistado con su amigo San Gregorio Nacianceno, a quien Basilio insistía en consagrar obispo de Sasima, un miserable caserío que se hallaba situado sobre terrenos en disputa entre las dos Capadocias. Mientras el santo defendía así a la iglesia de Cesárea de los ataques contra su fe y su jurisdicción, no dejaba de mostrar su celo acostumbrado en el cumplimiento de sus deberes pastorales. Hasta en los días ordinarios predicaba, por la mañana y por la tarde, a asambleas tan numerosas, que él mismo las comparaba con el mar. Sus fieles adquirieron la costumbre de comulgar todos los domingos, miércoles, viernes y sábados.

Entre las prácticas que Basilio había observado en sus viajes y que más tarde implantó en su sede, figuraban las reuniones en la iglesia antes del amanecer, para cantar los salmos. Para beneficio de los enfermos pobres, estableció un hospital fuera de los muros de Cesárea, tan grande y bien acondicionado, que San Gregorio Nacianceno lo describe como una ciudad nueva y con grandeza suficiente para ser reconocido como una de las maravillas del mundo. A ese centro de beneficencia llegó a conocérsela con el nombre de Basiliada, y sostuvo su fama durante mucho tiempo después de la muerte de su fundador. A pesar de sus enfermedades crónicas, con frecuencia realizaba visitas a lugares apartados de su residencia episcopal, hasta en remotos sectores de las montañas y, gracias a la constante vigilancia que ejercía sobre su clero y su insistencia en rechazar la ordenación de los candidatos que no fuesen enteramente dignos, hizo de su arquidiócesis un modelo del orden y la disciplina eclesiásticos.

No tuvo tanto éxito en los esfuerzos que realizó en favor de las iglesias que se encontraban fuera de su provincia. La muerte de San Atanasio dejó a Basilio como único paladín de la ortodoxia en el oriente, y éste luchó con ejemplar tenacidad para merecer ese título por medio de constantes esfuerzos para fortalecer y unificar a todos los católicos que, sofocados por la tiranía arriana y descompuestos por los cismas y la disensiones entre sí, parecían estar a punto de extinguirse.

Pero las propuestas del santo fueron mal recibidas, y a sus desinteresados esfuerzos se respondió con malos entendimientos, malas interpretaciones y hasta acusaciones de ambición y de herejía. Incluso los llamados que hicieron él y sus amigos al Papa San Dámaso y a los obispos occidentales para que interviniesen en los asuntos del oriente y allanasen las dificultades, tropezaron con una casi absoluta indiferencia, debido, según parece, a que ya corrían en Roma las calumnias respecto a su buena fe. “¡Sin duda a causa de mis pecados, escribía San Basilio con un profundo desaliento, parece que estoy condenado al fracaso en todo cuanto emprendo!»”

Sin embargo, el alivio no había de tardar, desde un sector absolutamente inesperado. El 9 de agosto de 378, el emperador Valente recibió heridas mortales en la batalla de Adrianópolis y, con el ascenso al trono de su sobrino Graciano, se puso fin al ascendiente del arrianismo en el oriente. Cuando las noticias de estos cambios llegaron a oídos de San Basilio, éste se encontraba en su lecho de muerte, pero de todas maneras le proporcionaron un gran consuelo en sus últimos momentos. Murió el 1º de enero del año 379, a la edad de cuarenta y nueve años, agotado por la austeridad en que había vivido, el trabajo incansable y una penosa enfermedad. Toda Cesárea quedó enlutada y sus habitantes lo lloraron como a un padre y a un protector; los paganos, judíos y cristianos se unieron en el duelo.

San Gregorio Nacianceno, Arzobispo de Constantinopla, en el día del entierro: “Basilio santo, nació entre santos. Basilio pobre vivió pobre entre los pobres. Basilio hijo de mártires, sufrió como un mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos admirables”.

Setenta y dos años después de su muerte, el Concilio de Calcedonia le rindió homenaje con estas palabras: “El gran Basilio, el ministro de la gracia quien expuso la verdad al mundo entero indudablemente que fue uno de los más elocuentes oradores entre los mejores que la Iglesia haya tenido; sus escritos le han colocado en lugar de privilegio entre sus doctores.

¿Quién eres Tú para mí, Señor?

Santo Evangelio según san Juan 1, 19-28. Lunes del Tiempo de Navidad

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Te doy gracias, Señor, por permitirme estar de nuevo delante de ti. Sé que Tú también deseabas ardientemente que viniera a compartir contigo este rato de intimidad. Señor, enséñame a orar como enseñaste a los apóstoles. Dame la gracia de vivir siempre unido a ti y no permitas que nada ni nadie rompa mi amistad contigo. Aumenta mi fe y mi confianza en ti y ayúdame a amarte cada día más y mejor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 1, 19-28

Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: «¿Quién eres tú?». Él reconoció y no negó quien era. El afirmó: «Yo no soy el Mesías». De nuevo le preguntaron: «¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?». Él les respondió: «No lo soy». «¿Eres el Profeta?». Respondió: «No». Le dijeron: «Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?». Juan les contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías». Los enviados que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias». Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Todavía en este período de navidad la liturgia me invita a seguir meditando en tu Encarnación. En el pasaje de hoy me lanzas una pregunta: ¿quién eres Tú? Ésta es también la pregunta sobre la que te propongo centrar este rato de encuentro contigo.

Señor, hoy de nuevo te pregunto quién eres. ¿Quién eres Tú, Jesús? ¿Quién ese niño que contemplo pobre, tiritando de frío, con las manitas juntas, durmiendo acostado en un pesebre? ¿Quién es ese hombre sangrado, malherido, agonizante que miro a diario colgado de una cruz? ¿Quién es esa persona oculta pero real, que me acompaña hasta el fin del mundo en la Eucaristía? ¿Quién eres Señor? ¿Quién eres que obras de esta manera? Porque descubriendo tu actuar, puedo descubrir quién eres.

Pero puedo hacerte más directa la pregunta: ¿quién eres Tú para mí, Señor? Puede ser que seas sólo una idea bonita, una teoría, un simple conocimiento de una doctrina, un personaje histórico como otro. Necesito saber quién eres Tú en mi vida, qué lugar ocupas.

Hoy te puedo contemplar como una persona. Tú, Jesús, eres una persona viva y real. Una persona presente en mi vida, que conoce mi realidad, mi situación; que me acompaña y sobre todo que me ama. Te descubro persona en Belén, en el Calvario y en la Eucaristía.

Dame la gracia, Señor, de ser como Juan el Bautista un portador de la Buena Nueva al mundo. Un testigo veraz de tu existencia y tu poder. Un apóstol que sea capaz de dar la vida, no por una idea, un pensamiento, un mito, un personaje histórico del pasado, sino por una persona, una persona que me ama sin medida y a la que quiero corresponderle.

«Si miramos a nuestro alrededor, nos encontramos con personas que estarían disponibles para iniciar o reiniciar un camino de fe, si se encontrasen con cristianos enamorados de Jesús. ¿No deberíamos y no podríamos ser nosotros esos cristianos? Os dejo esta pregunta: «¿De verdad estoy enamorado de Jesús? ¿Estoy convencido de que Jesús me ofrece y me da la salvación?». Y, si estoy enamorado, debo darlo a conocer. Pero tenemos que ser valientes: bajar las montañas del orgullo y la rivalidad, llenar barrancos excavados por la indiferencia y la apatía, enderezar los caminos de nuestras perezas y de nuestros compromisos».

(Homilía de S.S. Francisco, 6 de diciembre de 2015).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy hablaré de Cristo a alguna persona durante el día.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Benedicto XVI «fiel servidor del Evangelio y de la Iglesia»

Pocos minutos después de su muerte, el Papa Francisco acudió a rezar junto al cuerpo del Papa Emérito.

En estas horas invocamos tu intercesión en particular por el Papa emérito Benedicto XVI, que dejó este mundo ayer por la mañana. Todos nos unimos, con un solo corazón y una sola alma, para dar gracias a Dios por el don de este fiel servidor del Evangelio y de la Iglesia».

Con palabras de sincero afecto, Francisco condensó su dolor por el fallecimiento de su predecesor, pero también su gratitud por el hombre al que, ya en el Te Deum de ayer, había calificado de «don para la Iglesia y para el mundo». Benedicto, «el buen abuelo», el «padre» y «hermano», como lo había definido en estos años de pontificado, falleció ayer por la mañana y la Sala de Prensa del Vaticano difundió hace unos minutos imágenes del cuerpo del Pontífice emérito que «descansa» en la capilla del Monasterio Mater Ecclesiae, la estructura en los Jardines Vaticanos, a pocos pasos de la Gruta de Nuestra Señora de Lourdes, que Ratzinger había elegido como residencia tras renunciar al ministerio petrino en 2013. 

Francisco en Mater Ecclesiae inmediatamente después de la muerte

Ayer por la mañana, Francisco acudió al monasterio pocos minutos después de las 9.34, hora del fallecimiento. Así lo confirmó hoy el director de la Sala de Prensa del Vaticano, Matteo Bruni, explicando que, inmediatamente después de ser avisado por el secretario especial, monseñor Georg Gänswein, el Papa llegó en automóvil a la Mater Ecclesiae en torno a las 10 de la mañana. Ya lo había hecho el pasado miércoles 28 de diciembre, inmediatamente después de alertar al mundo del empeoramiento del estado de salud de Ratzinger, pidiendo «una oración especial» por él.

El cuerpo en la capilla del monasterio

El Papa Bergoglio fue el primero en visitar al difunto que, según contaron quienes le asistieron en los últimos minutos de su vida, murió con gran serenidad. El Pontífice rezó junto al cuerpo, que se encuentra ahora, como se ha referido, en la capilla de la Mater Ecclesiae, junto a un pesebre, vistiendo ornamentos rojos. De momento no hay visitas previstas. Desde mañana a las 9 de la mañana y durante otros tres días, hasta el funeral del 5 de enero, el cuerpo estará expuesto en la basílica de San Pedro para la veneración de los fieles. 

Aplausos y banderas en la Plaza de San Pedro

El Papa Francisco, como se ha indicado, ya en la Misa de esta mañana en la Basílica Vaticana recordó a su predecesor, encomendándolo a la intercesión de la Virgen María. De nuevo en el Ángelus, a los 40.000 fieles presentes en la Plaza de San Pedro, les pidió que rezaran, unidos, por su alma, citando también el programa de la RAI «A Sua Immagine» en el que se mostraban imágenes de la «actividad» y la «vida» de Joseph Ratzinger. A sus palabras siguieron los aplausos de los presentes en la plaza, desde donde ondeaban banderas alemanas o con el nombre de «Benedicto XVI».

¡Acabamos de estrenar un nuevo año!

Si el año que terminó lo hemos puesto en la Misericordia de Dios, pongamos en su Providencia el año que acabamos de estrenar.

Terminamos un año, y nos invita el tiempo a reflexionar, a dar gracias por todos los beneficios que se nos ha dado. Ha sido un año con dificultades y situaciones difíciles que nos han hecho crecer como personas y como cristianos, porque Dios siempre nos da las cosas que necesitamos para que crezcamos, para que maduremos. Han sido 365 días que han tenido sus amaneceres y sus atardeceres, y todo ha tenido su encanto.

Gracias a Dios porque ha sido bueno con nosotros y por ello estamos contentos. Pongamos en sus Manos misericordiosas el año que terminó, de todo aquello que hicimos mal, o cuando dejamos de hacer el bien. Todo lo hemos de poner en la misericordia de Dios, nuestras heridas, nuestros resentimientos, nuestras envidias, nuestra pereza para hacer el bien, nuestro orgullo frente a la vida… dejemos en Dios todo aquello que nos ató, aquello que nos esclavizó, y caminemos con la libertad de los hijos de Dios al encuentro del nuevo año que acabamos de estrenar.

Iniciar el nuevo año, con un corazón agradecido, porque si no valoramos el trabajo que Dios ha hecho por nosotros, entramos al nuevo año con la tristeza del pasado, con la angustia de lo que nos hizo sufrir, y el nuevo tiempo, se tornaría como el deseo de fugarse del presente para esperar algo nuevo y esperar algo bueno como si fuera fortuna, como si fuera la suerte… sin ser responsable de nuestra existencia.

Un nuevo año es tiempo de encuentro y por lo tanto de celebración, porque es encuentro de oportunidades; ha de ser celebrativo porque lo iniciamos con un corazón agradecido, ha de ser un tiempo de encuentro donde tenga cabida la sorpresa, el milagro, el estupor. No es una esperanza fortuita, ni producto de un juego de azar, sino es ir al encuentro del nuevo tiempo en la esperanza, de la realización plena del amor de Dios.

Si el año que terminó lo hemos puesto en las manos misericordiosas del Padre, pongamos en su Providencia el año que acabamos de estrenar, que todos nuestros días que están por venir estén confiados a la Divina Providencia del Señor, que, bien sabemos, cada instante de nuestra vida depende totalmente de Dios. Es Él quien nos cuida, es Él quien nos protege, quien nos provee de lo necesario para cada día, pues cada día tiene lo necesario para que podamos descubrir Su amor y cada día tiene su propio afán.

El amor de Dios se complace en hacer nuevas todas las cosas, un amor que se regocija en compartirse en cada instante, es el mismo Amor que nos ha creado de la nada. Es Dios mismo que se comparte con nosotros en cada instante especialmente en la Eucaristía. Por eso, podemos aventurarnos ya desde este momento a desear y esperar un buen año y…¡Que se realice como nuestro Padre Dios lo haya dispuesto!

San Basilio el Grande y san Gregorio Nacianceno, grandes amigos

Obispos y doctores de la Iglesia. La protegieron del arrianismo. San Basilio fue ejemplar en la pobreza evangélica y la caridad

Basilio nació en Cesarea, la capital de Capadocia (actual Turquía), en el año 329.  Tanto su familia paterna como materna habían sufrido persecuciones y, entre sus nueve hermanos, figuraron san Gregorio de Nisa, santa Macrina la Joven y san Pedro de Sebaste.

Su padre era san Basilio el Viejo y su madre santa Emelia. Su abuela, santa Macrina.

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Grandes amigos

Comenzó su educación en Constantinopla y la completó en Atenas. San Gregorio Nacianceno, su compañero, se convirtió muy pronto en amigo para toda la vida. La Iglesia también celebra el 2 de enero su festividad.

Al acabar los estudios, regresó a Cesarea y fue maestro de retórica. Pero recibió una moción de Dios, que él recordó así:

“Un día, como si despertase de un sueño profundo, volví mis ojos a la admirable luz de la verdad del Evangelio…, y lloré por mi miserable vida”.

Decidió entonces servir a Dios viviendo la pobreza evangélica.

Estuvo en monasterios de Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia, y aprendió cómo era la vida religiosa. Así, formó el primer monasterio del Asia Menor.

La herejía arriana se extendía y Basilio fue ordenado sacerdote en el año 363. El arzobispo Eusebio de Cesarea tuvo celos de él y Basilio decidió retirarse de nuevo.

Sin embargo, san Gregorio Nacianceno lo reclamó para que defendiera la fe. Basilio lo hizo cediendo todo protagonismo al arzobispo.

Fundó un hospital para los pobres

Y mientras, una terrible sequía dejó sin alimento a la población. Pero Basilio decidió poner el patrimonio familiar a la venta para hacer acopio de alimentos y distribuirlos entre los más necesitados.

Organizó un sistema de cocinas ambulantes y él mismo servía comida.  Más adelante fundaría un gran hospital para los pobres.

Arzobispo de Cesarea

Al morir Eusebio en el año 370, Basilio fue elegido arzobispo. Eso le enfrentaría al emperador Valente, que era arriano.

Valente quiso castigarlo con el exilio pero, en tres ocasiones, en el momento de firmar el documento se le partía la pluma de caña.

El suceso hizo que, por miedo, el emperador decidiera no volver a inmiscuirse en los asuntos eclesiásticos de Cesarea.

Murió el 1 de enero del año 379, a los 49 años, agotado por su austeridad de vida y por su labor contra las herejías y los cismas de las Iglesias de Oriente.

San Gregorio Nacianceno, arzobispo de Constantinopla, declaró en el día del entierro:

“Basilio santo nació entre santos.  Basilio pobre vivió pobre entre los pobres.  Basilio hijo de mártires, sufrió como un mártir.  Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos admirables.”

El Concilio de Calcedonia dijo poco después que “fue uno de los más elocuentes oradores entre los mejores que la Iglesia haya tenido; sus escritos le han colocado en lugar de privilegio entre sus doctores.”

Basilio el Grande es uno de los tres Padres de la Iglesia capadocios junto con san Gregorio Nacianceno y san Juan Crisóstomo.

Santo patrón

San Basilio el grande es patrono de la Capadocia y de la dirección de hospitales.

Texto de san Basilio sobre la pobreza evangélica

“Según las palabras del Señor, no es conveniente ser rico, sino pobre: no juntar riquezas en la tierra sino en el cielo.

Indiferente y sana actitud hacia la riqueza es servirse de ella conforme a los mandamientos: esto para nosotros es útil en muchos casos, ante todo para purificar el alma de los pecados.

Nuestra mayor suerte no es pues, la abundancia en cosas temporales, sino que nosotros somos llamados a coparticipar en los verdaderos y eternos bienes.”