Matthew 19:16-22

Amigos, el Evangelio de hoy nos cuenta la historia del joven rico. Esta persona tiene un deseo profundo de compartir la vida eterna. Está hambriento por los bienes infinitos del espíritu. Él sabe lo que quiere, y sabe dónde encontrarlo. Jesús es el Bien infinito que nuestra alma desea. Él es el propio Dios hecho carne.

Si quieres vivir en amistad con Dios, hay ciertas cosas que debes sacar de tu vida. La amistad con Dios significa una vida de amor; por ello, aquellas cosas que ofensivamente violan ese amor deben ser eliminadas.

Jesús mira al joven rico y le dice: “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme”. Dios no es otra cosa que amor, y la vida de amistad con Él, en el sentido más pleno, es una vida de amor completo, un amor que hace olvidarnos de nosotros mismos.  

Pero llegado ese momento, trágicamente el joven se resiste. La vida espiritual, en su punto más alto, es acerca de dar tu vida, y las muchas posesiones del joven eran un problema.

Ezequiel Moreno y Díaz, Santo

Memoria Litúrgica, 19 de agosto

Por: P. José López | Fuente: Catholic.net

Obispo

Martirologio Romano: En Monteagudo, de Navarra, en España, tránsito de san Ezequiel Moreno Díaz, obispo de Pasto, en Colombia, de la Orden de los Recoletos de San Agustín, que dedicó toda su vida a anunciar el Evangelio, tanto en las Islas Filipinas como en América del Sur, y falleció en Monteagudo, lugar de Navarra, en España ( 1906).

Fecha de canonización: Juan Pablo II lo canonizó en la ciudad de Santo Domingo el 11 de octubre de 1992, presentándolo al mundo como ejemplo de pastor y de misionero en el V Centenario de la evangelización de América.

Breve Biografía

Ezequiel Moreno nació en Alfaro (La Rioja, España), el 9 de abril de 1848. Siguiendo el ejemplo de su hermano Eustaquio, el 21 de septiembre de 1864 vistió el hábito en el convento de los agustinos recoletos de Monteagudo (Navarra) y tomó el nombre de fray Ezequiel de la Virgen del Rosario.

En 1869, después de sus estudios de teología, fue enviado a las islas Filipinas, tierras de sus sueños, con 17 hermanos. Llegó a Manila el 10 de febrero de 1870. Recibió la ordenación sacerdotal el 3 de junio de 1871 y fue destinado enseguida a la isla de Mindoro, con su hermano Eustaquio. Como capellán demostró su celo apostólico en la colonia militar y sus anhelos misioneros en la búsqueda de pueblos que no conocían a Dios. Las fiebres le obligaron a volver a Manila.

Poco después fue nombrado párroco de Calapan y vicario provincial de los agustinos recoletos de la isla de Mindoro; de 1876 a 1880 ocupó los cargos de párroco de Las Piñas y de Santo Tomás en Batangas y de 1880 a 1885 ejerció los oficios de predicador del convento de Manila, párroco de Santa Cruz y administrador de la casahacienda de Imus.

El capítulo provincial de 1885 nombró a fray Ezequiel prior del convento de Monteagudo, donde se modelaban les conciencias de los futuros misioneros. Terminado su mandato de superior de ese convento, se ofreció como voluntario para restaurar la orden en Colombia. Nombrado jefe de una expedición, partió de España a finales de 1888 con otros seis religiosos voluntarios, llegando a Bogotá el 2 de enero de 1889. Su primer objetivo fue restablecer la observancia religiosa en las comunidades.

En 1893 fray Ezequiel fue nombrado obispo titular de Pinara y vicario apostólico de Casanare; recibió la ordenación episcopal en mayo de 1894. Habría preferido acabar sus días en medio de sufrimientos y privaciones—como manifiesta en una de sus cartas—, pero Dios lo había destinado a una misión más ardua y delicada. En 1895 fue nombrado obispo de Pasto. Cuando se le comunicó la noticia, le vino a la mente una pregunta angustiante: “¿Me habré hecho indigno de sufrir por Dios, mi Señor?”. En su nueva misión le esperaban situaciones mucho más difíciles y amargas: humillaciones, burlas, calumnias, persecuciones e incluso el abandono de parte de sus superiores inmediatos.

En 1905 se vio afectado por una grave enfermedad—cáncer en la nariz—, que le hizo saborear hasta la última gota el cáliz del dolor. Los médicos le animaron a volver a Europa para operarle, pero él se negaba a abandonar su grey. Aconsejado por los fieles y los sacerdotes, en diciembre de aquel mismo año regresó a España para someterse a varias operaciones. Con el fin de conformarse más con Cristo, rechazó la anestesia. Soportó las dolorosas operaciones sin un lamento y con una fortaleza tan heroica que conmovió al quirurgo y a sus asistentes.

Sabiendo que estaba herido de muerte, quiso pasar los últimos días de su vida en el convento de Monteagudo, junto a la Virgen. El 19 de agosto de 1906, después de de haber padecido acérrimos dolores, con los ojos clavados en el crucifijo, entregó su alma al Señor. Fue beatificado por Pablo VI el 1 de noviembre de 1975.

¿Y qué hago para tener vida eterna?

Santo Evangelio según san Mateo 19, 16-22. Lunes XX del Tiempo Ordinario.

Por: Redacción | Fuente: Catholic.net

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, me acerco a ti como el ese joven que se creía muy bueno. Quiero confirmar qué he de hacer para ganar la vida eterna, qué tengo que cambiar, qué tengo que hacer… Dame la gracia de saber escucharte y tener el valor de ser desprendido de los bienes materiales, pero sobre todo, de mí mismo, para poder entregarme a tu amor y vivir la caridad.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 19, 16-22

En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno.

Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Él le preguntó: ¿Cuáles? Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama al prójimo como a ti mismo». El muchacho le dijo: Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta? Jesús le contestó: Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo. Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Qué debo hacer con mi vida? ¿Huir de ella o aprovecharla? El joven del evangelio sentía una inquietud en el fondo de su alma. Había decidido romper con el pecado. Seguramente tendría amigos refugiados en el egoísmo, los placeres, la violencia, la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. Pero él no era así. Quería llegar a la vida eterna, y por eso se acercó a Jesús para preguntarle qué debía hacer.

¿Alguna vez te has hecho esa pregunta? ¿Y cuál ha sido la respuesta? ¿Ha sido una respuesta de amor? Porque este joven, aunque estaba bien dispuesto, no supo estar a la altura y se fue triste. ¡Qué contradicción! Poseía muchos bienes, y en lugar de estar alegre, se marchó con un rostro marcado por la tristeza y el desengaño. En el fondo, no estaba dispuesto a decir sí a Jesús y optó por seguirse a sí mismo.

Seguir a Jesús exige esfuerzo, desprenderse de lo que uno más ama. Significa sacrificio, pero también alegría y realización humana. No hay que tener miedo a lo que nos exija la vivencia auténtica de nuestro cristianismo, porque no estamos solos. ¿Acaso Cristo nos va a abandonar? ¿No nos acompaña con sus sacramentos? ¿No nos va a consolar cada vez que le hablemos en la oración? Seguir a Cristo es el camino para aprovechar bien la vida.

«El joven se queda triste cuando Jesús le pide que venda sus riquezas. De golpe, la alegría y la esperanza en ese joven rico desaparecen, porque no quiere renunciar a su riqueza. El apego a las riquezas está en el inicio de todo tipo de corrupción, por todas partes: corrupción personal, corrupción en los negocios, también en la pequeña corrupción comercial, de esa que quita 50 gramos al peso exacto, corrupción política, corrupción de la educación….Y ¿por qué? Porque los que viven apegados a los propios poderes, a las propias riquezas, se creen en el paraíso. Están cerrados, no tienen horizonte, no tienen esperanza. Al final tendrán que dejar todo. Hay un misterio en la posesión de las riquezas. Las riquezas tienen la capacidad de seducir, de llevarnos a una seducción y hacernos creer que estamos en un paraíso terrestre. Sin embargo, ese paraíso terrestre es un lugar sin horizonte, vivir sin horizonte es una vida estéril, vivir sin esperanza es una vida triste. El apego a las riquezas nos entristece y nos hace estériles. Utilizo el término “apego” y no “administrar bien las riquezas”, porque las riquezas son para el bien común, para todos. Y si el Señor se lo da a una persona es para que esa persona lo haga para el bien de todos, no para sí mismo, no para que lo cierre en su corazón, que después con esto se hace corrupto y triste».

(Homilía de S.S. Francisco, 25 de mayo de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Para estar hoy presente con las personas que me rodean, renunciar a tener mi teléfono celular conmigo todo el día. Y cuando vaya a hacer oración, siempre dejarlo donde no me interrumpa.

Despedida

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

San Juan Eudes, apóstol de los corazones de Jesús y María

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Jacques Gauthier – publicado el 18/08/23

Celebrado el 19 de agosto, este gran predicador y educador se dedicó a “establecer la vida y el reino de Jesús en las almas cristianas”, difundiendo el culto a los corazones de Jesús y María

Se ha dicho de San Juan Eudes que fue San Vicente de Paúl de Normandía. Ferviente predicador, su apego al corazón de Jesús y de María le hizo solidarizarse con los excluidos en una época caracterizada por el jansenismo. Dio cuenta de su esperanza cristiana en medio de alegrías y pruebas. La liturgia de su fiesta, el 19 de agosto, lo presenta como aquel que “anuncia la incomparable riqueza de Cristo”.

1 Un hijo de María

Juan nació en 1601 en el pequeño pueblo de Ri, en Normandía. Sus padres, Isaac Eudes y Marthe Corbin, eran de condición humilde y, tras tres años de matrimonio, aún no tenían hijos. Hicieron el voto de peregrinar a ecouvrance si tenían un hijo. Así fue como Marta quedó embarazada y el futuro niño fue ofrecido a Jesús y María. Les fue bien, pues Juan era el mayor de dos hermanos y cuatro hermanas.

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El niño vivía en una parroquia donde había poca educación y la comunión era poco frecuente. Hacia los doce años, se interesó por Dios y quiso conocerlo. A los catorce, comenzó sus estudios con los jesuitas en Caen. Buen estudiante y apóstol de María, parecía hecho para ser jesuita. Tardó algún tiempo en encontrar el camino del sacerdocio, sobre todo porque la vida, a menudo mediocre, del clero diocesano de su época no le atraía.

Descubrió un nuevo instituto, el Oratorio de Jesús, que abrió una casa en Caen en 1622. El Oratorio, fundado por Pierre de Bérulle en 1611, no era una orden religiosa, sino una sociedad de sacerdotes que vivían en comunidad y querían contribuir a la renovación espiritual del clero. Juan Eudes se sintió atraído por esta sociedad, que no hacía votos religiosos, sino que enfatizaba el ministerio del sacerdote refiriéndose a Dios a través de Jesús y María. Viajó a París y se unió a la congregación sacerdotal del Oratorio. Fue acogido por el fundador, el cardenal de Bérulle, que se convirtió en su maestro espiritual.

Inmaculado Corazón de María

2 Misiones y seminarios

Ordenado sacerdote en 1625, Juan Eudes participó en el fervor de esta incipiente comunidad. Volvía a menudo a Normandía para predicar retiros populares, que tenían un gran éxito. También se ocupó de las víctimas de la peste. Estos retiros populares, que él llamaba misiones, podían durar varios meses. Más que predicar, era una verdadera gira de evangelización: conferencias, visitas a enfermos, catequesis con niños, sacramentos, conversión.

Pero, ¿quién mantendría la llama encendida por los misioneros? Escaseaban los sacerdotes dedicados y competentes. Necesitaban formación pastoral y espiritual, de ahí el deseo de Juan de fundar un seminario vinculado a las misiones. Sus superiores no tenían prisa. Pero su idea se impuso: la de unir el trabajo de las misiones (predicación, oración, comunión, confesión) con el de los seminarios (conferencias, retiros, métodos de predicación, preparación a la ordenación). Parece que esta intuición sigue siendo válida hoy en día.

3 Congregación de Nuestra Señora de la Caridad

Vicente de Paúl y Olier le convenció para que se encargara de la formación del clero en el espíritu del Concilio de Trento. Con este fin, Juan dejó el Oratorio en 1643 y fundó un seminario en Caen. Algunos no le perdonaron que dejara el Oratorio, sobre todo porque fundó la Congregación de Jesús y María, conocida como los Eudistas, que todavía existe en varios países.

La Congregación se fundó sobre los mismos principios que los del Oratorio: no se hacían votos, sino que se seguía la vida comunitaria como camino de perfección. Con sus sacerdotes, creó varios seminarios en Normandía y Bretaña. También fundó la congregación de Nuestra Señora de la Caridad, destinada a acoger prostitutas, práctica que escandalizó a muchos. Este instituto se convirtió más tarde en la Congregación del Buen Pastor de Angers.

Hombre de acción, admirado por unos y envidiado por otros, Juan Eudes fue acusado de ambición e hipocresía. Como muchos otros santos antes que él, su apostolado se estableció en la cruz. Su celo por Jesús, sus virtudes y su gran caridad supieron establecer mejor que nadie la verdad. Escribió en el volumen X de sus Obras Completas: «Solo tenemos una cosa que temer, que es temer demasiado y no tener suficiente confianza».

4 Devoción a los Corazones de Jesús y María

Este sacerdote, que se entregó enteramente a Jesús, es conocido sobre todo como el iniciador del culto litúrgico a los Corazones de Jesús y de María. Compuso la Misa y el Oficio incluso antes de que existiera una fiesta en honor del Corazón de María y otra en honor del Corazón de Jesús. Su carisma desafió a la institución, siempre lenta para aceptar nuevas ideas. Algunos jansenistas gritaron escándalo. Le llamaron hereje y «mariolatrista». Pero la tormenta amainó con el tiempo. La devoción al Sagrado Corazón se extendió tan rápidamente que su creador cayó en el olvido. En efecto, antes de Santa Margarita María y Paray le Monial, existieron Juan Eudes y sus eudistas. Pío X lo reconoció en 1909 al proclamarlo «padre, apóstol y doctor del culto litúrgico a los Sagrados Corazones de Jesús y María».

5 Maestro de la espiritualidad

Juan Eudes sigue siendo una figura destacada del catolicismo en la Francia del siglo XVII y uno de los grandes maestros de lo que se ha dado en llamar la «escuela francesa de espiritualidad». Sus obras sobre espiritualidad y piedad se reeditan constantemente. Se publicaron doce volúmenes bajo el título de Obras completas, entre ellas su obra Vida y Reino de Jesús, que alimentaría a varias generaciones de cristianos. Para él, el corazón de Jesús y el de María eran el mismo.

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En sus escritos, Juan insiste en pertenecer a Jesús. Invita a los cristianos, especialmente a los sacerdotes de su congregación, a «formar a Jesús en sí mismos» y a ser «misioneros de la Divina Misericordia».

Escribió: «Debe ser nuestro deseo, nuestro cuidado y nuestra principal ocupación formar a Jesús en nosotros, es decir, hacer que viva y reine en nosotros». Como bautizado, su mirada no se aparta nunca del misterio de la Encarnación, del Dios hecho hombre que nos da su corazón. Por eso su oración es como una sinfonía en cuatro movimientos, resumida en cuatro verbos: adorar contemplando el misterio de Dios, dar gracias reconociendo los dones de Dios, dejarse invadir por la misericordia divina ofreciéndole nuestra miseria, entregarse a Jesús siendo su testigo de la misión que hay que vivir.

En un exceso de amor, escribió a Jesús: «Oh, objeto de todos mis deseos, aumenta en mí este deseo que me has dado de amarte; pero auméntalo tanto que desde ahora languidezca incesantemente con el deseo de tu amor» (Ejercicio del amor divino IV).

Juan Eudes murió en Caen en 1680, a la edad de setenta y nueve años, tras dejar su cargo de primer Superior General de su congregación. Fue canonizado en 1925, al mismo tiempo que una joven de Lisieux (Normandía), también misionera de la misericordia: Teresa del Niño Jesús.